Los nuevos pobres, de los países ricos II (un relato trágico de la crisis) (página 12)
La globalización ha provocado trastornos
económicos y sociales que producirán "tres mil
millones de nuevos capitalistas", como dice el eficaz eslogan
convertido en el título del último libro de
Clyde Prestowitz, gurú republicano del libre comercio
(fue consejero del presidente Reagan y negociador de los
acuerdos comerciales internacionales durante su mandato).
Según Prestowitz (2005), las dinámicas actuales
son hijas de la coincidencia de tres factores: la derrota del
comunismo, que ha empujado a tres mil millones de chinos,
rusos e indios al capitalismo (interpretado, además,
de manera bastante "agresiva"); la revolución de
Internet, que ha "anulado el tiempo"; y la difusión de
la mensajería aérea de bajo coste -desde
Federal Express a DHL-, que ha "anulado el espacio". El
trabajo de estos enormes grupos de bajo coste se está
utilizando en (casi) cualquier parte del mundo porque permite
transferir rápidamente mercancías y
prestaciones intelectuales con gravámenes
insignificantes.
Es precisamente este progresivo desplazamiento de
los equilibrios de la demanda mundial hacia los países
llamados emergentes lo que mina en la base los cimientos
económicos sobre los que la clase media ha encontrado
en los últimos siglos su estabilidad. Si la
disminución de la demanda del "milieu" social
francés está más que compensada por la
capacidad de consumo de los neoacomodados indios, entonces,
para quien invierte en el sistema productivo, la necesidad de
una clase de consumidores occidentales con la cartera llena
se convierte en un aspecto menos vital.
Son precisamente estos grupos de nueva demanda, que
se han ido formando a partir de finales de los años
setenta y que con el inicio del nuevo siglo han acelerado el
paso para ganar papel y peso internacional, los que quitan,
cada vez más rápidamente, el oxígeno
necesario para alimentar la energía motora de la clase
media occidental. No sólo porque contribuyen
considerablemente a rediseñar las
características de consumo mundial en términos
de tipología y costes de los bienes y de los
servicios, sino también porque se hace difícil
imaginar la supervivencia de una clase media occidental o
europea con las características de las últimas
décadas cuando asoman al mercado mundial mil
quinientos millones de nuevos trabajadores a bajo coste.
Sujetos cada vez más escolarizados e indiferentes a
las lógicas de quien, en el mundo del bienestar,
quiere defender las "conquistas del pasado".
Así, en los países industrializados,
la necesidad económica que hay que satisfacer a
través de una clase homogénea de consumidores
reconocibles está sujeta a la lógica de los
grandes números: para conseguir el mismo resultado es
preferible extender lo más rápido posible a
cientos de millones de consumidores el umbral del bienestar.
La sociedad de masa nace naturalmente con el crecimiento y el
desarrollo económico del nuevo mundo. La antigua forma
de producción, y con ella las clases que la han
alimentado, ha sido arrollada por el nuevo empuje del globo
convertido en mercado competitivo y abierto.
Hay que reflexionar sobre la ironía de la
historia: una clase que es hija de la revolución burguesa
contra la aristocracia latifundista, pero que después, en
su madurez, ha asumido un papel "contrarrevolucionario", es
arrollada por una revolución invisible en sus acciones y
nunca declarada, sin líderes ni banderas pero despiadada,
como cualquier revolución, en conseguir sus propios
objetivos.
Así, sucumbe el papel económico
desarrollado con éxito por la clase media, mientras el
consumidor burgués sufre una eutanasia más o menos
lenta. El mismo destino le espera a la estructura industrial que
ha caracterizado a la economía de mercado de la clase
media…
Jodidos por
jodidos… ¿por qué no patear el
tablero?
(Un final abierto… casi un
ruego)
Si la clase media está en un franco proceso de
movilidad descendente; si se ha llegado al fin de la era de las
expectativas crecientes; si ya no hay dudas que gran parte de la
clase media (casi toda), en los países desarrollados,
forma parte de los "perdedores" del orden global; si ha llegado
el fin del "matrimonio perfecto" (el consumidor de "última
necesidad" y la estructura industrial); si la
pauperización de la clase media es quizás la
desmentida más cruda de la promesa originaria de progreso
colectivo; si se ha optado por la creación de una sociedad
de consumidores "sin pasado";… por qué seguir
tolerando medidas regresivas, por qué no patear el
tablero, por qué no revolucionar en vez de
contrarrevolucionar. A qué esperar.
Y si nada cambia, ¿quién se beneficia?
Cui prodest is fecit: quien se beneficia es el
culpable.
(Un final –optativo– de
película – Elysium)
2154: El capitalismo no ha muerto
En el futuro todo el mundo será pobre de
solemnidad y vivirá en slums de chabolas tan grandes como
metrópolis. En el futuro las personas no tendrán
más forma de vivir que malviviendo, siendo explotadas por
sueldos miserables o practicando la mendicidad. En el futuro la
educación dependerá de la caridad y el sistema de
salud solo tratará con analgésicos cualquier cosa
más grave que un esguince de tobillo. La justicia
será poco más que una simulación teatral de
sí misma y las fuerzas de seguridad públicas,
mercenarios sin otra obediencia que su propia brutalidad. En el
futuro, muerto el bienestar y fulminadas las oportunidades, la
propiedad -toda la propiedad- está en las manos de gente
que no conocemos, a la que no vemos y con la que jamás
podremos hablar. En el futuro la única forma de prosperar
que tendrán los pobres ya no será el trabajo, la
educación o la propia capacidad, sino la delincuencia. En
el futuro nadie tendrá futuro, no al menos mientras siga
en la Tierra, un planeta superpoblado y ecológicamente
desolado. En el futuro, en otras palabras, todo el mundo
será el tercer mundo.
Es una especulación, claro, pero la
distopía que conjura Neill Blomkamp en Elysium, la cinta
de ciencia ficción, es tan plausible que aterra más
que cualquier plaga de zombis, invasión alienígena
o cataclismo natural con los que Hollywood acostumbra a pulsarnos
la zozobra. Plausible porque la película, en realidad, es
un postapocalipsis donde no ha tenido lugar un apocalipsis
previo, sino que resulta de haber dejado que la humanidad
persista, sin más, en el rumbo político,
económico y ecológico que lleva hoy día. O
de dejar, visto de otra manera, que el apocalipsis aconteciera,
sí, pero poco a poco, sin que nadie se diese cuenta. Basta
mirar a las favelas brasileñas o los slums que ya se
extienden kilométricos en Bombay, Nueva Delhi o Yakarta:
el apocalipsis del que habla Elysium, de hecho, ha comenzado
ya.
En la película, que tiene lugar en el año
2154, el desequilibrio contemporáneo entre ricos y pobres
se ha polarizado hasta formar una minoría de poderosos
ridículamente pequeña y una legión de pobres
monstruosamente grande. La desigualdad norte-sur se ha convertido
en una igualmente vertical, pero vertebrada ahora en un eje
arriba-abajo entre la Tierra y Elysium, una paradisíaca
estación espacial en órbita a la que ha emigrado la
minoría rica de la humanidad, que a la postre es la
más sana, la que detenta el poder y, claro está, la
que tiene la piel más clara.
Aunque la sinopsis de la película, breve por
necesidad, invite a pensar que los ricos han abandonado la Tierra
para fundar la colonia espacial y abandonar a los pobres a su
suerte, en realidad no acaba de ser así. De hecho, las
relaciones entre la pequeña colonia y el superpoblado
planeta Tierra son fluidas, hasta el punto de que la
minoría que vive en el espacio es propietaria de los
medios de producción terrestres y, consecuentemente, de
sus inmensos beneficios económicos. También lo es
del ejército de robots que ha sustituido en la Tierra,
tres en uno, a los políticos, al ejército y al
sistema judicial.
Ciencia ficción socialista
Desde la aparición misma de la cinta el pasado 9
de agosto (2013) en Estados Unidos hay quien ha reseñado
Elysium como una fantasía futurista "de izquierdas", en el
mejor de los casos, e incluso quien ha criticado que ilustre con
ficción el manual socialista, en particular entre medios
conservadores.
En la revista estadounidense Newsmax, por ejemplo, se
habla de la película como "socialismo de ciencia
ficción" y Dan Gainor, del Media Research Center, dijo de
ella que es "solo la última de las muchas películas
de Hollywood que este año se apuntan a las tramas de
Occuppy Wall Street". En Breitbart.com, por su parte, explicaron
que "el director Neill Blomkamp tiene dos películas en su
haber pero ya está en la vanguardia de la máquina
de los mensajes de la izquierda" y la revista Variety fue
aún más contundente: Elysium, dicen, contiene "una
de las agendas políticas socialistas más marcadas
de cuantas películas se recuerdan en Hollywood, haciendo
sonar con fuerza los tambores no solo por un servicio de
seguridad social universal, sino por la apertura de las
fronteras, la amnistía incondicional y la abolición
de las diferencias sociales".
Los que se rasgan las vestiduras, en todo caso, olvidan
que Elysium no recurre a la ciencia ficción para jugar al
cine político, sino al cine social. Igual que en Distrito
9, la primera película del sudafricano, el tema de fondo
-en aquel caso, el racismo– se trataba a partir de un
fenómeno histórico concreto -el apartheid en
Sudáfrica-, en la segunda distopía de Blomkamp el
tema de fondo -la desigualdad- se invoca con un referente: la
inmigración en Estados Unidos.
De hecho la historia de su protagonista, Max,
podría ser la de cualquier sin papeles latino que quisiera
entrar a la fuerza en Estados Unidos. En la cinta el
protagonista, interpretado por Matt Damon, recibe una dosis letal
de radiación y la única posibilidad que tiene de
curarse es llegar hasta Elysium, en donde la ciencia puede acabar
fácilmente con el cáncer. En el año 2154,
cuando Los Angeles es una ciudad de chabolas en la que el
español es la lengua materna, la frontera entre ricos y
pobres no es ya la que cose México a Estados Unidos o las
millas de Caribe que separan Cuba de Miami: ahora es el espacio.
Max, de esta manera, tendrá que granjearse un pase en
alguna de las pequeñas naves -pateras o cayucos
espaciales, huelga aclarar- que fletan las mafias de
tráfico humano y que regularmente intentan escapar de la
Tierra, burlar la seguridad de Elysium y aterrizar en su suelo.
La nación espacial, por supuesto, derriba las que puede y
cuando no, confina en campos a sus pasajeros y los deporta
inmediatamente.
Según Entertainment Weekly, Blomkamp
elaboró su historia -de la que es coguionista y
responsable de la idea original, además de director- a
partir de un incidente personal que sufrió en
México, cuando tuvo que pasar varios días contra su
voluntad en los suburbios de Tijuana. "Era como ciencia
ficción en la Tierra", explicó después el
propio realizador citando los potentes reflectores y las
aeronaves que patrullan constantemente la frontera con Estados
Unidos.
¿El futuro es el tercer mundo?
Antes de partir (ahora sí) les dejo una pregunta
(para la reflexión y el debate):
De seguir "en línea con el mercado",
¿dónde se imaginan que estará vuestra
descendencia (los hijos o nietos, de vuestros nietos) en el
año 2154, en Elysium (la nación espacial) o en los
slums de chabolas de la "puta" tierra (esperando "una patera
llamada deseo")?
Como "terrícola" del Primer Mundo, al que tantos
se empeñan en "arrastrar" al Tercer Mundo (y hasta donde
alcanza mi vista e imaginación), tengo claro (muy claro)
mi rol de "perro guardián" (y el testimonio que deseo
dejar a mis hijas y nietos): no podemos competir con una
actividad productiva basada en precios bajos, sino en valor
añadido para que toda nuestra sociedad disfrute de
bienestar. Nuestro objetivo no puede ser una economía
low cost, o como ya califican algunos, una
McEconomy. Me niego a vivir en el cinismo; hay
que procurar la igualdad de oportunidades y poner en
funcionamiento los ascensores sociales que permiten a un
desheredado cumplir sus sueños… Y para que
conste: no voy a reservar pasaje en Ryanair, para viajar
a Elysium.
Autor:
Ricardo Lomoro
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