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Batalla de Arica: apuntes y cartas




Enviado por Percy Zapata Mendo



Partes: 1, 2

  1. Bajas peruanas.
    Datos tomados de los distintos partes
  2. Carta del Coronel
    don Francisco Bolognesi a su señora
    esposa
  3. Cartas de Bolognesi
    a su hijo Enrique
  4. Carta de Alfonso
    Ugarte a Fermín Vernal
  5. Carta de
    Ramón Zavala a un amigo
  6. Pedido de
    rendición por parte del emisario chileno Juan de la
    Cruz Salvo, al coronel peruano, Francisco Bolognesi, por el
    Historiador Chileno Vicuña Mackenna
  7. Relato del
    Capitán chileno del 4º de Línea don
    Ricardo Silva Arriagada
  8. Relato del Teniente
    chileno del 4º de Línea Carlos Aldunate
    Bascuñán
  9. Carta de Manuel
    Salazar, Soldado peruano del Batallón Artesanos de
    Tacna
  10. Escrito del
    Sargento peruano Dionisio Vildoso
  11. Carta del
    Ingeniero peruano Elmore a su madre
  12. Para
    finalizar
  13. Referencias

Dicen que la historia la escriben los vencedores, y
sobre los sucesos acaecidos en el morro de Arica el 7 de junio de
1880, tanto más, dado el reducido número de
vencidos sobrevivientes que pudieran dar fe de ese acto
épico.

No obstante, se citarán textualmente algunas
fuentes de la época, a poco de culminado los sucesos que
confluyeron en el holocausto de Bolognesi y de los demás
defensores peruanos en esa pequeña ciudad del sur del
Perú, que se constituyó en el último
baluarte y que salvó el honor de las armas peruanas, y que
nos darán siquiera, una idea somera de la valía y
sacrificio al que llegaron.

Monografias.com

Después de la batalla del Alto de la Alianza
(Tacna, 26 de mayo de 1880), la guarnición de 1,600
milicianos comandados por el coronel en retiro Francisco
Bolognesi no tuvo tiempo de fortificar la plaza. Tanto
así, que el mismo defensor sabía que las divisiones
chilenas rebasaría las defensas en menos de media
hora.

La tragedia de Arica estriba en que muy pocos
tenían que cubrir sus cuerpos con parapetos a medio
elaborar, en tanto que otros sectores se confiaban al minado
ineficiente para estorbar del avance enemigo. Minas que nunca
estallaron, o porque estaban las conexiones mal instaladas o lo
que es probable, que hayan muerto en un primer momento los
encargados de activarlas.

La Defensa de Arica fastidia a los historiadores
chilenos y tratan lógicamente de quitarle quilates al
hecho, tal es así, que refieren:

"El coronel Bolognesi disponía de 1.819
hombres y la tripulación del blindado Manco Cápac,
pero dominaba una posición virtualmente infranqueable. El
Morro es accesible sólo por el norte, y esa entrada estaba
defendida por baterías de artillería dotadas de
cañones de 250 libras, las que ocupaban las posiciones
denominadas Santa Rosa, San José y Dos de Mayo. En el
plano, inmediatamente bajo el Morro y en dirección sur y
sudeste, se ubicaban los fuertes Cerro Gordo, Este y Ciudadela,
cuyas baterías hacían un total de 17
cañones, con amplio campo de tiro. Entre las
baterías del norte y los fuertes del sur, se
extendía una trinchera de tres kilómetros, en una
línea oblicua de dirección este y sur. Todas estas
posiciones estaban circundadas y protegidas por campos de minas.
La disposición de la defensa se completaba con las
baterías del blindado Manco Cápac, surto en la
bahía de Arica, cuya presencia neutralizaba el apoyo que
pudieran prestar las unidades de la Armada
chilena.

… Las cifras peruanas se calculan en unas
1900 bajas, entre ellos el valeroso coronel Bolognesi, y 1.328
prisioneros"… ¡¿?!

¿Cómo es posible? Al inicio admiten y con
precisión, que Bolognesi contaba con 1819 efectivos, y al
final, en el recuento tras la batalla, refieren que las fuerzas
peruanas tuvieron 1900 bajas y 1328 prisioneros, sumados, dan:
¡3228! ¡De 1819 pasan milagrosamente a 3228
defensores peruanos!

Ahora veremos los datos proporcionados por la parte
peruana, tomado de "Infantes de La Patria", anuario 1991, un
trabajo de don Galvarino Montaldo D.:

Bajas peruanas.
Datos tomados de los distintos partes

Fuerte Ciudadela. Combate entre las 06:00 y las 07:00
horas.

Batallón Granaderos de Tacna: 248
efectivos

Batallón Cazadores de Piérola: 143
efectivos

Artilleros: 60 efectivos

Total: 451 efectivos

Murieron: 441 soldados

Prisioneros: 10 sobrevivientes, heridos en su
mayoría.

Fuerte del Este. Combate entre las 06:00 y las 06:20
horas.

Comandancia 7ª división: 4
efectivos

Batallón Artesanos de Tacna: 387
efectivos

Artilleros: 57 efectivos

Total: 448 efectivos

Murieron: 70 efectivos

Al Morro Gordo: se dirigen 378
soldados.

Reductos entre el Fuerte del Este y el Morro Gordo
inclusive. 06:20 a 06:40 horas.

Soldados retirados del Fuerte del Este: 378
efectivos

Murieron: 77 efectivos

Al Fuerte del Morro: 301 se dirigen a reforzar el
último baluarte.

Una compañía (Martínez) de los
Cazadores de Piérola fue enviada al Morro Gordo a eso de
las 06:10, pero se replegó a las 06:40. A esa hora llegan
al Morro los 134 de la 8ª división.

Faldeos norte del Morro. Entre las 06:30 y las 07:00
horas.

8ª división: 589 efectivos

Murieron: 50 efectivos

Subieron: 134 efectivos

Rechazados hacia la ciudad: 405
soldados.

Ciudad de Arica.

Artilleros de los fuertes del norte: 96
efectivos

Del Batallón Artesanos de Tacna: 39
efectivos

Dependencias (incl. capitanía de Puerto): 150
efectivos

De la 8ª div. (Rechazados de faldeos del Morro):
405 efectivos

Total: 690 efectivos

Murieron: 51 efectivos

Prisioneros: 639 (entre 150 y 200
heridos)

En el ataque final el Fuerte del Morro contaba
con:

Artilleros: 187 efectivos

Cía. Martínez del Cazadores de
Piérola: 80 efectivos

Del Fuerte del Este y Morro Gordo: 301
efectivos

De la 8ª división: 134 efectivos

Jefaturas: 15 efectivos

Total: 717 efectivos

Murieron: 157 efectivos

Prisioneros: 560 (450 de los cuales, estaban
heridos)

En el sector norte. Los fuertes del norte contaban con
96 artilleros y la 8ª división, fuerte de 589
hombres. Pero éstos fueron retirados un poco antes de
comenzar el combate.

Lo que nos da, para las fuerzas peruanas en Arica, el
siguiente total de bajas:

Muertos: 846

Heridos: Entre 450 y 600

Los muertos peruanos en la Batalla de Arica
osciló alrededor del 62% del total de efectivos. Las
cifras que siguen a continuación, muestran que no hay en
la historia de las guerras del mundo, en lo porcentual, un
sacrificio mayor:

  • Batalla de Wagram: 38% muertos

  • Batalla de Waterloo: 24% muertos y
    lisiados

  • Batalla de Gravelotte: 8% muertos

Hay que agregar asimismo que en la Batalla de Arica, del
efectivo total de los batallones "Granaderos de Tacna" y
"Cazadores de Piérola" fueron muertos casi todos. Todos
los sobrevivientes fueron tomados prisioneros (aunque es posible
que unos pocos hayan escapado).

Otra cuestión es el mito de los famosos 55
minutos que les llevó a sus fuerzas en tomar el morro.
Veamos lo que está escrito en el común denominador
de sus referencias:

"El día 7 de junio, la lucha se inició por
el sector de las baterías peruanas del Este a las 5:30 de
la mañana, cuando aún todo estaba en
oscuridad… y tras un ataque avasallador, que causó
elevado número de bajas en ambos bandos, los fuertes Este
y Ciudadela cayeron en poder de las fuerzas atacantes, los
regimientos 4º y 3º de Línea, respectivamente,
cuyos efectivos combatieron con singular bravura.

Aunque el plan inicial preveía la
concentración de fuerzas con el Regimiento Buin, los
soldados de los regimientos 3º y 4º de Línea,
enardecidos por la rápida victoria, emprendieron por
propia iniciativa el asalto al bastión más poderoso
y mejor defendido de las fuerzas peruanas, denominado Cerro
Gordo, en la cima del Morro.

Finalmente, el 4. º de línea tomó el
morro, donde murió su comandante, el teniente coronel Juan
José San Martín, a las 8:59 y se mandó izar
la bandera chilena, por el capitán del 4. º de
línea, Ricardo Silva Arriagada, quien además
ordenó detener la matanza hacia los rendidos.

La plaza fuerte de Arica, último baluarte
peruano, con su morro colosal y sus minas de dinamita, sus
baterías flotantes y todo el material del ferrocarril
cayeron, como Tacna, en nuestro poder, después de una
reñidísima refriega en que la guarnición,
compuesta de más de dos mil hombres […] la
división del coronel Bolognesi se decidió a
sucumbir antes que rendirse.

Soldado chileno Alberto del Solar.
Diario de campaña. 1886.

La historia registra actos de valor y heroísmo
entre atacantes y defensores, pero el hecho es que tras 55
minutos de encarnizado combate cuerpo a cuerpo, en el que
descollaron el corvo y la bayoneta, la bandera chilena flameaba
en el tope del Morro. La ruta hacia Lima quedaba
despejada."

(Tomado textualmente de la referencia
http://www.ejercito.cl/asalto-y-toma-al-morro-de-arica.php)

A ver, saquemos las cuentas: si el ataque inició
a las 5: 30 de la mañana, para finalmente concluir a las
8:59 am de ese mismo día, son 3 horas con 29
minutos…¿De dónde sacaron los famosos "55
minutos" que sólo les llevó a las heroicas fuerzas
chilenas, en tomar el morro? ¿Fueron 55 minutos como
están en sus referencias, o los 209 minutos (3 horas 29
minutos) que sale de tomar a las bien establecidas horas de
inicio y final de la batalla?

El problema con Chile en la guerra del pacifico es su
casi carencia de héroes. De ahí que exalten la
figura de Arturo Pratt hasta el extremo de calificar de epopeyica
su respetable muerte en combate. Después de él no
hay más a pesar de ser los triunfadores del sangriento
conflicto. Creemos pertinente dar algunas noticias acerca del
coronel Pedro Lagos, en la batalla de Arica. Baquedano, que
conocía las fieras propensiones de este jefe, no
vaciló en confiarle el comando de las tropas que
expedicionaron sobre Arica. No encontró tampoco entre sus
capitanes otro más capacitado para enfrentarlo a
Bolognesi. Elección desacertada; porque, dados los
antecedentes militares de Lagos por las masacres que
realizó con las poblaciones araucanas en su país,
era el menos digno para medir sus armas con las de aquel viejo
soldado, sin tacha y sin miedo. La orden o consigna de "Hoy no
hay prisioneros", delata el alma sanguinaria de su autor, tanto
que su gobierno desaprobó el inhumano proceder de Lagos en
el combate de Arica, porque exhibió a Chile, ante el mundo
civilizado, como país en pugna con los usos de las guerras
modernas. Tal vez por esta causa no figura en la historia de su
patria con los relieves salientes de otros jefes que actuaron al
par que él, aunque en segundo término, en la guerra
del Pacífico.

Vicuña Mackenna (1880, 1135), refiriéndose
a la masacre que recordamos, dice:

"Han llamado los vencidos de Arica "Lago de sangre"
al ilustre (¡!) captor de esa plaza, por lo que allí
aconteciera a la mañana siguiente…"

Y otro escritor chileno –Molinare– describe
así la matanza en el Ciudadela:

"Fue tal y tan espantosa aquella represalia (?), que
el vasto e inmenso recinto del Ciudadela se convirtió en
humeante poza, charco horrible de sangre humana; y tanto
subió el nivel de aquel lago que el caballo del general en
jefe, don Manuel Baquedano, cuando más tarde
penetró en aquel mudo y desolado lugar, se perdió
en la sangre peruana, hasta los mismos nudillos".

"Baquedano, tranquilo, salió del fuerte
diciendo: ¡Bravo, ahí regimiento 3º,
bravo!"

Algunos podrán argüir que Bolognesi y su
oficialidad se sacrificaron en un amago de valor egoísta,
dada la edad avanzada que ostentaban la mayoría de ellos,
no obstante, este argumento se encuentra lejos de la verdad,
puesto que el compromiso de sacrificio de los defensores fue una
opción, mas no una imposición, y para reforzar este
argumento, se puede citar a la postura en pro de la
rendición del coronel Agustín Belaunde, jefe del
Batallón "Cazadores de Piérola", quien en el
consejo de guerra fundó su voto a favor de la
capitulación, arguyendo que, habiéndose perdido
toda esperanza de auxilio, sea de Leyva o de Montero, era
infantil creer que las escasas tropas de que se disponía
fueran capaces de contener el empuje de las legiones invasoras;
que "no era de acción de cobardes capitular ante
enemigo 3 o 4 veces superior en número, haciendo antes
tabla rasa de Arica y sus fortificaciones; finalmente, que no
hacerlo así, era sacrificar a sabiendas tanta juventud en
flor; era llevarla al matadero"
(textual). Pero,
Belaúnde no paró ahí; al saber que por
cuestiones de orden disciplinario se había decretado su
arresto a bordo del monitor "Manco Cápac", no
esperó la notificación del caso: escapó en
circunstancias que el enemigo se aprestaba a marchar de Tacna a
Arica. Cuando el oficial encargado de notificarle el arresto se
constituyó en el campamento del Batallón Cazadores
de Piérola, Belaúnde ya había cumplido su
acto vil; hacía rato que se hallaba en huida, camino de
Arequipa, dándose trazas para no caer en poder del
enemigo, que a la sazón merodeaba por los alrededores de
Arica. Esto sucedía el 1ro de junio, seis días
antes del altruismo de Bolognesi. Cuando Belaúnde
huía del teatro de operaciones, a esconderse en vergonzosa
acción, la justicia estuvo a punto de caer inexorable
sobre él, pues se encontró en el camino a Tarata
con el prefecto de Tacna, doctor Pedro Alejandrino del Solar, que
se dirigía a Arequipa, después de la derrota del
Campo del "Alto de la Alianza". Belaúnde no pudo encubrir
la contrariedad y el temor que experimentó por tan
inesperado encuentro. Y como no podía justificar su
presencia en ese sitio, ni dar noticias concretas de la
guarnición de Arica, hizo sospechar que había
desertado de las filas de Bolognesi; por lo que el Dr. Solar lo
redujo a prisión, salvando milagrosamente de ser fusilado
por no haberse encontrado en esos momentos oficiales de alta
graduación para formar Consejo de Guerra.

Salvo este triste y vergonzoso episodio, vayamos a dar
lectura a algunos textos que mencionamos inicialmente:

Carta del Coronel
don Francisco Bolognesi a su señora
esposa

Arica 22 de Mayo de 1880

Adorada María Josefa,

Esta será seguramente una de las
últimas noticias que te llegarán de mí,
porque cada día que pasa vemos que se acerca el peligro y
que la amenaza de rendición o aniquilamiento por el
enemigo superior a las fuerzas peruanas, son latentes y
determinantes. Los días y las horas pasan y las mismas
como golpes de campana trágica que se esparcen sobre este
peñasco de la ciudadela militar, engrandecida con un
puñado de patriotas que tienen su plazo contado y su
decisión de pelear sin desmayos en el combate, para no
defraudar al Perú.

¿Qué será de ti, amada esposa,
tú que me acompañaste con amor y santidad?
¿Qué será de nuestra hija y de su marido,
que no me podrán ver ni sentir en el hogar común?
Dios va a decidir este drama en que los políticos que
fugaron y los que asaltaron el poder, tienen la misma
responsabilidad. Unos y otros han dictado con su incapaz
conducta, la sentencia que nos aplicará el enemigo. Nunca
reclames nada, para que no crean que mi deber tuvo
precio.

Besos para ti y Margarita. Abrazos a
Melvin.

Francisco Bolognesi

Cartas de
Bolognesi a su hijo Enrique

Arica, abril 19 de 1880

Querido hijo:

Son las once del día y te dirijo ésta
para despedirme. El enemigo está cerca de Tacna;
allí lo espera el general Montero con todo su
ejército, salvo que los chilenos le hagan una jugarreta y
vengan a tomar esta plaza que la han dejado muy
débil.

Yo no tengo para su defensa más que 1,400
infantes; ellos pueden en horas traer a Pacocha 3 o 4 mil hombres
y a la vez comprometer combate por mar y tierra. En fin, ha
llegado el momento de decidir la cuestión.

No hay que asustarse: no estamos mal. Si se dirigen
bien las cosas, les daremos un caldo como en
Tarapacá.

Creo que seré el pato de la boda por ocupar
este puesto que es el ensueño del enemigo. Mientras
estén los nuestros en Tacna quizá no habrá
nada aquí.

Ya estoy fastidiado, deseo que llegue el momento de
un ataque para descansar del modo que quieras entenderlo. Yo no
duermo, no me dejan ni comer; en la calle y por donde vaya tengo
que hacer con todo el que me busca.

Afectos a todos en casa, a amigos y
amigas.

Adiós.

Arica, mayo 21 de 1880

Querido Enrique:

He recibido la tuya y ayer mismo me fui donde el
señor Coloma para pedirle víveres para ti; me ha
contestado que no te manda, que él mismo te hará
dar.

Así es que manda donde él para que te
auxilie.

Te remito diez soles con el mayor Luna y otros diez
soles y un par de zapatos con el capitán
Ugarte.

Aquí estoy bien de salud, esperando
sólo que venga el enemigo para recibirlo, sin que me
importe su número.

Consérvate bien y manda en la voluntad de tu
padre que te quiere mucho,

Bolognesi.

Carta de Alfonso
Ugarte a Fermín Vernal

"… No hay detalles ni tenemos noticias seguras de
los nuestros más de lo que te comunico. Aquí en
Arica estamos solamente dos divisiones de nacionales, defendiendo
éste punto, y aun cuando somos tan pocos, no podemos hacer
lo de Iquique, abandonar el puerto y entregarlo, porque
éste es un puerto artillado y tiene elementos y posiciones
de defensa. Tenemos pues, que cumplir con el deber del honor
defendiendo esta plaza hasta que nos la arranquen a la fuerza.
Ese es nuestro deber y así lo exige el honor nacional.
Estamos pues esperando ser atacados por mar y tierra. Dios sabe
lo que resultará, así que te puedes imaginar mi
triste situación. Sin embargo es preciso resistir hasta el
último y te puedo asegurar, también, que con las
posiciones que ocupamos en el morro, los cañones de grueso
calibre y las minas que tenemos preparadas, les costará
muchas vidas a los chilenos reducirnos y quitarnos ésta
plaza. Estamos resueltos a resistir con toda la seguridad de ser
vencidos, pero es preciso cumplir con el honor y el deber.
Quizás la suerte nos favorezca y lleguen con tiempo los
refuerzos que esperamos de Arequipa…"

Carta de
Ramón Zavala a un amigo

"… De todos modos tengo la seguridad de que si no
triunfamos, que si los chilenos no reciben su castigo
aquí, que si no hacemos de Arica un segundo
Tarapacá, la defensa será de tal naturaleza, que
nadie en el país desdeñará en reconocer en
nosotros sus compatriotas, y que los neutrales no dejaran de
reconocernos como los defensores de la honra e integridad de
nuestra patria. Arica, no se rinde, ni las banderas se despliegan
para abandonar la plaza; por el contrario, resistirá tenaz
y vigorosamente, y cuando la naturaleza cede, obedeciendo a leyes
físicas, los invasores pondrán su planta en un
suelo que está cubierto de cadáveres y regado por
sangre peruana. Sus defensores prefieren la muerte a la deshonra;
la gloria a una vida que les hubiera sido insoportable, sino
hubieran aprovechado del último resto de ella para
escarmentar al enemigo y levantar más alto el
pabellón nacional…"

Pedido de
rendición por parte del emisario chileno Juan de la Cruz
Salvo, al coronel peruano, Francisco Bolognesi, por el
Historiador Chileno Vicuña Mackenna

"Quitada la venda de los ojos de Salvo, fue
introducido a presencia del jefe peruano, que de pie
recibió a nuestro enviado.

Bolognesi era un anciano de marcial apostura; de
frente ancha despejada, nariz si se quiere recta pero un poco
ancha; usaba pera y bigote y tenía todo el aspecto de un
viejo veterano.

En esos momentos llevaba un sencillo uniforme
cubierto por un paletot azul abrochado militarmente; sus
pantalones eran color garanse, es decir, grana o colorado, como
los que antaño usamos nosotros, con franja de oro en ambas
piernas; y cubría su cabeza el tradicional quepis de
estilo francés, llevando al frente el escudo peruano, que
era un sol de oro:

«Un momento después el oficial chileno
llegó a la presencia del jefe de la plaza; su conferencia
fue breve, digna y casi solemne de una y otra
parte.

'El coronel Bolognesi había invitado al mayor
Salvo a sentarse a su lado en un pobre sofá colocado en la
testera de un salón entablado pero sin alfombra y sin
más arreos que una mesa de escribir y unas cuantas
sillas.

Y cuando en profundo silencio ambos estuvieron el
uno frente al otro, se entabló el siguiente
diálogo:

-Lo oigo a Ud., señor -dijo Bolognesi-, con
voz completamente tranquila.

-Señor -contestó Salvo-, el general en
jefe del Ejército de Chile, deseoso de evitar un
derramamiento inútil de sangre, después de haber
vencido en Tacna al grueso del Ejército Aliado, me
envía a pedir la rendición de esta plaza, cuyos
recursos en hombres, víveres y municiones
conocemos.

-Tengo deberes sagrados, repuso el gobernador de la
plaza, y los cumpliré quemando el último
cartucho.

-Entonces está cumplida mi misión,
dijo el parlamentario, levantándose.

-Lo que he dicho a Ud. -repuso con calma el
anciano-, es mi opinión personal; pero debo consultar a
los jefes; y a las dos de la tarde mandaré mi respuesta al
Cuartel General chileno.

Pero el mayor Salvo, más previsor que
nuestros diplomáticos, le replicó en el
acto:

-No, señor comandante general. Esa demora
está prevista, porque en la situación en que
respectivamente nos hallamos, una hora puede decidir de la suerte
de la plaza. Me retiro.

-Dígnese Ud. aguardar un instante,
replicó el gobernador de la plaza. Voy a hacer la consulta
aquí mismo, en presencia de Ud.

Y agitando una campanilla llamó un ayudante,
al que impartió orden de conducir inmediatamente a consejo
a todos los jefes.

Mientras éstos llegaban conversaron los dos
militares sobre asuntos generales; pero el jefe sitiado
insistió sobre la necesidad de regularizar la guerra, lo
que pareció traicionar cierta ansiedad por su vida y la de
los suyos; mas no se llegó a una discusión formal,
porque con dilación de pocos minutos comenzaron a entrar
todos los jefes a la sala.

El primero de ellos fue Moore, vestido de paisano,
pero con corbata blanca de marino; enseguida Alfonso Ugarte, cuya
humilde figura hacía contraste con el brillo de sus
arreos; el modesto y honrado Inclán; el viejo Arias; los
comandantes O "Dónovan, Zavala, Sáenz Peña,
los tres Cornejo y varios más.

Cuando estuvieron todos sentados, en pocas y dignas
palabras el gobernador de la plaza reprodujo en substancia su
conversación con el emisario chileno, y al llegar a la
respuesta que había dado a la intimación, se
levantó tranquilamente Moore y dijo:

-Ésa es también mi
opinión.

Siguieron los demás en el mismo orden, por el
de su graduación, y entonces dejando a su vez su asiento
el mayor Salvo, volvió a repetir:

-Señores, mi misión está
concluida… Lo siento mucho.

Y luego, alargando la mano a algunos de los jefes
que le tendían la suya cordialmente, fue
diciéndoles sin sarcasmo, pero con
acentuación:

-Hasta luego.

Despedido enseguida en el mismo orden en que
había sido recibido, llegaba el mayor Salvo a su
batería, a las 8:30 de la mañana, y sin cuidarse
mucho de decir cuál había sido el resultado de su
comisión, pedía un alza y un nivel para apuntar sus
piezas de campaña a los fuertes del norte que tenía
a su frente'».

Vicuña Mackenna termina esta interesante
página con la anotación siguiente:

«La escena y el diálogo de la
intimación de Arica, nos fue referida por el mayor Salvo a
los pocos días de su llegada a Santiago, en junio de 1880,
conduciendo en el Itata, los prisioneros de Tacna y Arica, y la
hemos conservado con toda la fidelidad de un
calco»

Relato del
Capitán chileno del 4º de Línea don Ricardo
Silva Arriagada

Mandaba la 4. ª del 2. º -me decía
don Ricardo Silva Arriagada, no ha mucho- Mi
compañía contaba los mejores cazadores del antiguo
4. º

Tenía muy buenos oficiales; se me
honró dándome la descubierta en el ataque. Sobre
nuestra izquierda, a tomar el Este, marchó el 1.er
batallón; a nosotros, los del 2. º, nos enviaron a
los fuertes de la costa, a los de La Lisera; eran cuatro, con
cinco trincheras, foseadas en forma de media
luna.

Partimos oblicuando sobre la izquierda, con esta en
cabeza, en movimiento envolvente; el ataque fue
rapidísimo; no hicimos fuego sino cuando ya
estábamos encima; todo el 2. º batallón, ciego
y con rapidez asombrosa, tomamos todos los fuertes de la playa y
llegamos al recinto mismo del Morro; sentimos el toque de «
¡Alto el fuego!»

Nos detuvimos un momento, y como hubieran muchas
bajas, de acuerdo todos seguimos el asalto y penetramos a la gran
plazuela, y me dirigí a un fuerte cuadrado y con rieles
que había en el medio.

Cuando llegué al mástil, que
enarbolaba la insignia peruana con varios de sus soldados, nadie,
de nuestro ejército, se había adelantado a
mí.

Más tarde pude ver los cadáveres de
Bolognesi, Moore y Ugarte. Todos decían que después
de haberse rendido vulgarmente, la tropa los había
ultimado a culatazos, porque, con felonía, estando rendida
la plaza, le dieron fuego a los cañones,
reventándolos.

El cadáver de Alfonso Ugarte se encontraba en
una casucha ubicada cerca del mástil, al lado del mar,
mirando hacia el pueblo; en ese lugar, las rabonas del Morro
cocinaban el rancho; y ahí, esas pobres mujeres,
tenían oculto el cadáver de Alfonso Ugarte; era un
hombre chico, moreno, el rostro picado de viruelas, los dientes
muy orificados, de bigote negro.

Aquellas mujeres tenían profundo
cariño por Ugarte, y para guardar su cadáver, lo
habían vestido con un uniforme quitado a un muerto
chileno.

Pude saber que era el coronel Ugarte, porque el
doctor boliviano Quint cuando lo vio,
exclamó:

-¡Pobre coronel Ugarte; no hace mucho, lo he
visto vivo!

Más tarde se dio la orden de arrojar al mar
todos los cadáveres; sin duda que botaron también
el de Alfonso Ugarte, porque no se pudo
encontrar.

En ese mismo día, ofreció su familia
5.000 soles plata por los restos del coronel; se buscaron mucho;
di noticias, detallé lo ocurrido, pero nada se
descubrió.

Esto ocurrió largo rato después de
rendida la plaza.

Iba a descender al plan por un senderito que vecino
al mástil se encontraba, cuando varios jefes peruanos
subían a la altura; uno de ellos me dijo:

-¡Sálvenos, señor; estamos
rendidos!

Eran los señores comandantes don Manuel C. de
La Torre, don Roque Sáenz Peña y el mayor don
Francisco Chocano, que arrancando de la furia de los soldados
chilenos, se rendían a discreción.

La Torre me entregó su revólver; don
Roque Sáenz Peña estaba herido en el brazo derecho.
En el acto tomé las medidas del caso para
salvarlos.

La tropa que venía atacándolos,
continuo disparando; mandé hacer « ¡Alto el
fuego!», y sólo haciendo esfuerzos soberanos, pude
mantener a nuestros hombres.

-ENTRÉGUENOS LOS JEFES CHOLOS, PARA MATARLOS,
MI CAPITÁN -gritaban y vociferaban todos a la
vez.

La Torre y Chocano pedían a gritos
perdón; Sáenz Peña se mostró
tranquilo, sereno, imperturbable; si hubo miedo, en don Roque, no
lo demostró; aquello resaltó más y se
grabó mejor en mi memoria, por cuanto los dos prisioneros
peruanos clamaban ridículamente por sus
vidas.

Cierto que el trance fue duro, apurado, y él
subió de punto cuando al pasar cerca de una de las piezas
del Morro, reventó ésta, en circunstancias que,
revólver y espada en mano, defendía a mis
prisioneros.

La explosión fue tremenda; la muñonera
del cañón, por poco no mata a uno de ellos; la
tropa, ciega, se vino encima gritando:

-ENTRÉGUENOS LOS CHOLOS TRAIDORES, MI
CAPITÁN».

El comandante La Torre agrega:

-Nosotros no somos culpables; esas piezas,
posiblemente, tenían mechas de tiempo; no nos maten; nada
sabemos; no tenemos participación.

Chocano une sus súplicas a La Torre, y al fin
consigo salvarlos. Don Roque Sáenz Peña, mudo, no
habla, no despliega sus labios; pálido se aguanta,
¡y se aguanta!

En esos momentos, varios soldados persiguen a tiros
a unos infelices, y éstos se precipitan por una puerta que
existe en el suelo, nuestros hombres llegan y hacen fuego. La
Torre y Chocano, que ven aquello, gritan:

-Por Dios, no hagan fuego; ésa es la Santa
Bárbara del Morro, la mina grande; hay más de 150
quintales de dinamita; está llena de pólvora y
balas; ¡va a estallar!

La tropa se detiene, y ante la declaración de
La Torre, que es el jefe de Estado Mayor enemigo, comprende la
suprema necesidad de salvar a esos prisioneros, y se
tranquiliza.

Las geremiadas de los prisioneros peruanos
continúan, y solícitos a todo, dan muestras de
miedo, pero de mucho miedo.

Don Roque Sáenz Peña sigue tranquilo,
impasible; alguien me dice que es argentino; me fijo entonces
más en él; es alto, lleva bigote y barba puntudita;
su porte no es muy marcial, porque es algo gibado; representa
unos 32 años; viste levita azul negra, como de marino; el
cinturón, los tiros del sable, que no tiene, encima del
levita; pantalón borlón, de color un poco gris;
botas granaderas y gorra, que mantiene
militarmente.

A primera vista se nota al hombre culto, de
mundo.

Más tarde entrego mis prisioneros a la
Superioridad Militar, que los deposita, primero en la Aduana, y
después los embarcan en el Itata.

Relato del
Teniente chileno del 4º de Línea Carlos Aldunate
Bascuñán

«Pertenecía a la 1. ª del 1.
º; mi capitán La Barrera era todo un valiente;
Ricardo Gormaz, veterano del 4. º, ejercía de
teniente; como subteniente de mi compañía, y en
orden de antigüedad, servíamos el Maucho Meza, yo y
Julio Paciente de La Sotta. Esa mañana teníamos 93
hombres, de capitán a tambor; la jornada había sido
muy dura, muy cruda; nosotros perdimos ahí diez o doce
hombres muertos, y los heridos de la 1. ª alcanzaron a 22.
De la Sotta y Meza quedaron como arneros. Sólo mi
capitán, Ricardo Gormaz, y yo, estábamos
ilesos.

Nuestras clases habían peleado bien; el 1.
º Jara y los sargentos Domingo Sepúlveda, Juan
Francisco García, todos se habían conducido
admirablemente.

Mi comandante San Martín cayó cerca
del Morro, al salir del último bajo; la tropa lo supo, y
los polvorazos, minas o la muerte de mi comandante, se
decía que había perecido, enfurecieron a todo el
mundo.

En estas circunstancias, después de 45
ó 50 minutos de pelea, llegamos al centro de la Plaza del
Morro; me acompañaban cuatro o cinco soldados y un
sargento; a mi retaguardia corría todo el
regimiento.

No en el mismo centro, un poco cerca de las piezas
que daban al mar estaba Bolognesi, don Juan Guillermo Moore,
vestido de paisano; Espinosa, chiquito, y otros jefes peruanos
más.

La tropa, obediente a mi voz, se detuvo y
rodeó a los comandantes enemigos.

Bolognesi se dirigió a mí y me
dijo:

-Estoy rendido; no me mate, que estoy herido;
¡soy un pobre viejo cargado de hijos!

En el acto contesté:

-Los oficiales chilenos no matan a los heridos ni a
los prisioneros.

Bolognesi, en señal de rendición,
gritó a los suyos:

-¡Alto el fuego! ¡Alto el
fuego!

Sobre la marcha, recibí de manos del coronel
don Francisco Bolognesi, su espada, y del capitán
Espinosa, la suya.

Esas armas las poseen hoy, don Juan Miguel
Dávila Baeza, la de Bolognesi y la familia de mi
capitán don José Losedano Fuenzalida, la de
Espinosa.

Don Juan Guillermo Moore, Bolognesi y Espinosa,
fueron inmediatamente puestos bajo custodia, para librarlos de la
furia de los soldados que no querían dar
cuartel.

Yo continué mi camino, acompañado por
mi sargento Briones y tropa de mi compañía, y en
demanda de otra situación.

Por desgracia, habiendo cesado el fuego y
dándose por todos la orden de no continuarlo, y estando
rendido aquel poderoso reducto, un infeliz soldado, dicen
algunos, ¡jamás se sabrá quien fue, creo yo,
hizo reventar uno de los grandes cañones de la
batería del mar!

Esa felonía volvió loco a todo el
mundo, y a nadie se perdonó entonces la
vida.

Más tarde pude ver juntos los
cadáveres de Bolognesi, Moore y otros que no recuerdo.
Bolognesi tenía roto, destapado el cráneo de un
culatazo.

La tropa, furiosa, los mató estando
rendidos».

Carta de Manuel
Salazar, Soldado peruano del Batallón Artesanos de
Tacna

Barranco, junio 22 de 1909

Señores Editores de El
Comercio:

Sobreviviente de la épica jornada de Arica
que alumbra nuestra historia con resplandores de gloria, he
leído con emoción la defensa que hacen ustedes de
mi inolvidable jefe, héroe coronel don Francisco
Bolognesi, agredido después de su noble martirio por un
escritor chileno que pone en labios de mi coronel frases
jamás expresadas.

Quiso la fortuna que me enrolase para defender a mi
Patria en el batallón Artesanos de Tacna, comandado por el
señor coronel don Marcelino Varela, en la 6ª.
Compañía a orden del capitán don Pedro
Vidaurre, y nos cupo defender la 1ª. batería del
Este. Como a las 9 a. m. nos replegamos al Cuartel General, donde
al lado del coronel don Manuel de La Torre se hizo la
última resistencia.

Al llegar al lado izquierdo, dirigidos por el
capitán don Luis Benavides, ayudante del comandante don
José Joaquín Inclán, y antes de ser herido
pude ver (y lo recuerdo con exactitud) que los soldados chilenos
que avanzaban por las cuchillas del Cerro Gordo llegaban al
Cuartel General, en donde se inició una lucha cuerpo a
cuerpo. Al grupo donde estaban el señor coronel Bolognesi
con el Capitán de Navío Moore, rodeaban en estrecho
perímetro algo así como mil soldados chilenos que
se estrecharon a la bayoneta con los de la primera fila. Rota
ésta en un desorden espantoso en que se confundían
gritos de ¡VIVA EL PERU! y Chile, los ayes de las
víctimas y mil imprecaciones, y estando yo como a diez
pasos de mi coronel Bolognesi, éste, revólver en
mano disparó sobre la masa chilena. Cayeron heridos, lado
a lado, el coronel Bolognesi y el capitán
Moore.

Yo, sin apercibirme de que había sido herido
en el cuello, disparaba contra el grupo. El coronel Bolognesi
disparaba con su revólver intentando levantarse, y
dándonos ánimo para continuar peleando, volteando
hacia mi exclamó: "¡No hay que rendirse!
¡Miserables! ¡Viva el Perú!". El mayor
Blondell que estaba a su lado haciendo fuego con un Winchester,
repitió las mismas frases cayendo muerto instantes
después.

Cuando ya todo era un campo de muertos, el soldado
de mi Compañía Pascual Méndez y los
sargentos Carlos Rodríguez y Jorge Salgado del Granaderos
de Tacna, nos trenzamos a bayonetazos con los de la primera fila
chilena. Yo logré atravesar al chileno que me
acometió, que era joven como de veinte años, el que
alcanzó a herirme el hombro con su bayoneta. Al caer
desangrado por ésta y la anterior herida, ya mi coronel
Bolognesi estaba muerto. Un chileno avanzó y le
arrancó la presilla del hombro izquierdo. En este acto de
violencia, el cadáver de mi coronel fue movido hasta
quedar casi sentado, desplomándose enseguida; otro soldado
chileno, entrado en años, le puso el pie sobre el brazo y
le arrancó la otra presilla del hombro
derecho.

Un oficial de las fuerzas enemigas daba, en medio
del vocerío, las voces de "alto el fuego".

Es pues, completamente falso el relato del
articulista chileno que calumnia al héroe del Morro
haciéndolo aparecer como pidiendo piedad. El coronel
Chocano, segundo jefe de mi batallón, fue también
testigo de estos hechos. Esto es lo que he visto hasta el momento
en que por efecto de las heridas perdí el conocimiento,
encontrándome al volver en mí en el hospital de
heridos.

Ruego se dignen publicar la presente como
restablecimiento de la verdad histórica.

Manuel Salazar

Soldado peruano del Batallón Artesanos de
Tacna

Barranco, junio 22 de 1909

Escrito del
Sargento peruano Dionisio Vildoso

A la una de la mañana llega el jefe de
día, coronel Marcelino Varela, a la primera batería
del Este Cerro Gordo a decir a los capitanes que en esta
madrugada era el asalto. Él, como jefe del Batallón
de Artesanos de Tacna N° 27, que era el que guarnecía
la batería dio órdenes que tres
compañías quedaran adentro, 1°, 2°, 3°,
y 4°, 5°, 6° salieran afuera, para impedir que se nos
encorralara. Una vez afuera las tres compañías nos
desplegamos en guerrilla desde la puerta de la batería
hasta el primer parapeto que queda entre el fuerte y Cerro Gordo
y quedarnos cada uno en su puesto esperando al
enemigo.

El enemigo apareció entre oscuro y claro
más oscuro. En este momento rompen los fuegos los
centinelas perdidos y se generalizó en las dos
baterías. A un principio no nos hacían daño
porque nosotros quedábamos en altura y nosotros en cambio
les hacíamos muchas bajas y en estos momentos se nos viene
un jefe chileno a caballo y lo vi desaparecer muy pronto,
él y el caballo. Después supe que era el comandante
del 4° de línea San Martín. Conforme iba
aclarando nos principiaron a hacer muchas bajas en nuestras filas
y nosotros principiamos a retirarnos al primer parapeto de la
coronación N. del Cerro Gordo, que también
había otra trinchera. Aquí nos sostenimos bastante
rato. Ya íbamos quedando muy pocos.

En esto llegan los coroneles Manuel C. de la Torre y
el Jefe de la plaza coronel Francisco Bolognesi y nos dicen
"Hijos un momento más, un momento más", y se
dirigieron a una casucha que está al lado del parapeto
donde estaban los aparatos de las minas. En esos momentos toman
la primera trinchera que habíamos dejado la toman los
chilenos y también salen de la casucha los coroneles
Francisco Bolognesi y de la Torre y nos dice "Hijos: estamos
perdidos, no dan fuego las minas" y nos retirábamos para
el morro.

Bajábamos Cerro Gordo cuando subían
refuerzos, parte del Batallón Iquique y parte del
Batallón Tarapacá. Al mando del jefe de la 7ª
División Alfonso Ugarte, y el comandante Sáenz
Peña, el comandante Carrego. En este lugar nos unimos y
seguimos haciendo fuego en retirada al morro para tomar
posesión del parapeto que está a la entrada del
morro. Nos reconcentramos todos los jefes y tropa. Aquí se
hizo el último esfuerzo y aquí ví de muerto
al coronel Ramón Zavala, y herido a mi primer jefe
Marcelino Varela. En este grupo estaba el coronel Alfonso Ugarte
que llegó momentos antes con su División a
protegernos. De ahí nos retirábamos los pocos que
quedábamos al centro del morro siempre haciendo fuego. Los
chilenos avanzaban por ambos costados de Cerro Gordo y por la
coronación del mismo.

Llegamos al plano donde estaban los cañones.
Yo llegué al mismo borde del morro y retrocedí
inmediatamente al ver el abismo que no se veía más
que el mar. Regresé a donde estaban los estanques de agua.
De ahí veía entrar a mis compañeros al
cuartel de los artilleros en compactos, porque los chilenos
venían muy cerca haciendo descargas cerradas al cuartel.
En este momento dice un sargento de mi Batallón, Fabio
Corrales, primero Vildoso el mayor Blondell está herido en
el asta de la bandera, me fui a verlo y era cierto. Lo vi que
estaba abrazado de la asta y herido no pude prestarle auxilio,
porque este momento nos cruzaron los chilenos que venían
haciendo una tremenda gritería y sigue la
carnicería en el cuartel.

Partes: 1, 2

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