Monografias.com > Filosofía
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Las categorías marxistas y la definición de la globalización como fenómeno y forma actual del capitalismo




Enviado por Pablo Turmero



Partes: 1, 2

  1. El
    método marxista y sus
    categorías
  2. Esencia y contenido del
    capitalismo
  3. Fenómeno y forma de
    globalización

La tesis fuerte que se defiende en este texto no es otra
que la llamada "globalización" es sólo la forma
actual del capitalismo. El modo de producción capitalista
tiene unas características exclusivas que le diferencian
cualitativamente de otros modos de producción anteriores,
con algunos de los cuales mantiene en la actualidad relaciones de
superioridad integradora y dominante; estas
características, que son su contenido y esencia
genético-estructural, a la fuerza e inevitablemente se
expresan con formas y fenómenos exteriores pero
dialécticamente unidos a los contenidos y a la esencia
interior. A lo largo de la historia del modo de producción
capitalista, cuyo parto data Marx en el siglo XVII, aunque se
pueden rastrear las primeras contradicciones prenatales ya en los
siglos XII-XIII, el capitalismo ha evolucionado en su forma y en
su fenomenología, o si se quiere en su expresión
histórico-genética, mientras que ha mantenido
esencialmente iguales sus características cualitativas, su
naturaleza genético-estructural.

El conocimiento básico de las categorías
dialécticas de contenido y forma, y esencia y
fenómeno, además de otras como ley, etc., este
conocimiento es imprescindible para entender la evolución
del capitalismo. Pongamos un ejemplo, mientras que la demagogia
propagandística burguesa, en cualquiera de sus modas
intelectuales y opciones políticas, insiste en la absoluta
novedad y originalidad histórica de la
globalización, diferenciándola cualitativamente de
un "capitalismo" nunca definido con rigor teórico, desde
nuestra parte se pregunta sobre cómo es posible entender
que si a comienzos del siglo XX el 37% de la humanidad
malvivía en la pobreza, a comienzos del siglo XXI esa masa
de miseria, sufrimiento e hiperesplotación se haya
agigantado hasta el 83%, y todos los estudios actuales
mínimamente objetivos muestran su ciega e imparable
tendencia al alza. Los intelectuales burgueses sólo pueden
responder a esta tendencia alcistas innegable aduciendo que no
tiene nada que ver con la globalización, es más,
que sólo ésta puede detener primero y luego
revertir ese aumento. Desde el marxismo que aquí asumimos,
lo que ocurre es que el desarrollo capitalista está
confirmando las terribles "profecías" realizadas por la
mayoría de las corrientes socialistas del siglo XIX y muy
especialmente las de Marx y Engels. Y ocurre que, desde este
método de transformación de la realidad, la
globalización es la forma actual de ese
capitalismo.

El debate crucial gira sobre si existe o no un corte
cualitativo entre la definición burguesa de
globalización y el capitalismo. En este debate el uso de
las categorías filosóficas añade otro factor
de irreconciliabilidad entre el método transformador
marxista y la ideología burguesa. Naturalmente, por
método marxista nosotros entendemos el uso permanente de
la dialéctica materialista realizado por los
clásicos del marxismo, y muy especialmente su uso en la
crítica de la economía política, que es lo
que hicieron Marx y Engels. Semejante uso de la filosofía
–la dialéctica hegeliana depurada de su idealismo y
puesta sobre sus pies materialistas– ha sido desde entonces
objeto de iracundos ataques no sólo de la intelectualidad
burguesa sino también reformista e incluso "socialista" y
"marxista". Pero la dialéctica es imprescindible para
entender y aplicar el método marxista. No es en modo
alguno casual que Lenin advirtiera en su brillante e
imprescindible Cuadernos filosóficos que:
"es imposible comprender plenamente El Capital de
Marx, y especialmente su primer capítulo, si no se ha
estudiado y comprendido la entera Lógica de
Hegel
". Esta advertencia de Lenin también fue
repetida casi literalmente por otros muchos marxistas entre los
que destacamos a Lukács, y de otras muchas formas por una
larga lista que no podemos exponer aquí.

La advertencia de Lenin y de otros marxistas
clásicos fue realizada cuando todavía eran
desconocidas obras fundamentales de Marx como, sobre todo para el
caso que tratamos, los Grundrisse, obra
básica que permite ahorrarnos muchos esfuerzos ya que en
ella Marx nos enseña cómo ha aplicado genialmente
la Lógica de Hegel al meollo de su
crítica como es la mercancía, el tránsito
del valor de uso al valor de cambio, la fetichización que
ello origina y sus efectos, etc. La importancia de este primer
capítulo es obvia y el propio Marx fue muy consciente de
que al empezar con unas páginas tan densas y exigentes
podía desanimar a muchos lectores de seguir con el estudio
de su obra, pero daba tanta importancia al problema de la
mercancía que se negó a hacer concesiones
teóricas. La razón la iremos viendo conforme
avancemos en la crítica del capitalismo en su fase actual,
la globalizada. No podemos extendernos ahora en los problemas que
ha causado la exigencia marxista de especial esfuerzo intelectual
en el primer capítulo, para desentrañar la
lógica dialéctica que lo estructura y que permite
comprender la ley del valor-trabajo, aunque simplemente diremos
que incluso intelectuales que se autoproclaman "marxistas" han
propuesto posponer el estudio de este primer capítulo y
empezar por el segundo, por el del proceso de cambio, o por
otros.

Pero, ¿qué dice exactamente Marx? Veamos
algunos puntos decisivos:

"A primera vista, parece como si las
mercancías fuesen objetos evidentes y triviales.
Pero, analizándolas, vemos, que son objetos muy
intrincados, llenos de sutilezas metafísicas y de resabios
teológicos. Considerada como valor de uso, la
mercancía no encierra nada misterioso, dando lo mismo que
la contemplemos desde el punto de vista de un objeto apto para
satisfacer necesidades del hombre o que enfoquemos esta propiedad
suya como producto del trabajo humano. Es evidente que la
actividad del hombre hace cambiar a las materias naturales de
forma, para servirse de ellas. La forma de la madera, por
ejemplo, cambia al convertirla en una mesa. No obstante, la mesa
sigue siendo madera, sigue siendo un objeto físico vulgar
y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como
mercancía,
la mesa se convierte en un objeto
físicamente metafísico. No sólo se incorpora
sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de cabeza
frente a todas las demás mercancías, y de su cabeza
de, madera empiezan a salir antojos mucho más peregrinos y
extraños que si de pronto la mesa rompiese a bailar por su
propio impulso".

(…)

"El carácter misterioso de la forma
mercancía estriba, por tanto, pura y simplemente, en que
proyecta ante los hombres el carácter social del trabajo
de éstos como si fuese un carácter material de los
propios productos de su trabajo, un don natural social de estos
objetos y como sí, por tanto, la relación social
que media entre los productores y el trabajo colectivo de la
sociedad fuere una relación social establecida entre los
mismos objetos, al margen de sus productores".

(…)

"Si los objetos útiles adoptan las formas de
mercancías es, pura y simplemente, porque son productos
de trabajos privados independientes los unos de los otros
. El
conjunto de estos trabajos privados forma el trabajo colectivo de
la sociedad. Como los productores entran en contacto social al
cambiar entre sí los productos de su trabajo, es natural
que el carácter específicamente social de sus
trabajos privados sólo resalte dentro de este intercambio.
También podríamos decir que los trabajos privados
sólo funcionan como eslabones del trabajo colectivo de la
sociedad por medio de las relaciones que el cambio establece
entre los productos del trabajo y, a través de ellos,
entre los productores. Por eso, ante estos, las relaciones
sociales que se establecen entre sus trabajos privados
aparecen como lo que son; es decir, no como relaciones
directamente sociales de las personas en sus trabajos, sino como
relaciones materiales entre personas y relaciones
sociales entre cosas
".

(…)

"Lo que ante todo interesa prácticamente a
los que cambian unos productos por otros, es saber cuántos
productos ajenos obtendrán por el suyo propio, es decir,
en qué proporciones se cambiarán unos productos por
otros. Tan pronto como estas proporciones cobran, por la fuerzas
de la costumbre, cierta fijeza, parece como si brotasen de la
propia naturaleza inherente a los productos del trabajo (…) Y
hace falta que la producción de mercancías se
desarrolle en toda su integridad, para que de la propia
experiencia nazca la conciencia científica de que los
trabajos privados que se realizan independientemente los unos de
los otros, aunque guarden entre sí y en todos sus aspectos
una relación de mutua interdependencia, como eslabones
elementales que son de la división social del trabajo
,
pueden reducirse constantemente a su grado de proporción
social, porque en las proporciones fortuitas y sin cesar
oscilantes de cambio de sus productos se impone siempre
como ley natural reguladora el tiempo de trabajo
socialmente necesario para la producción, al modo como se
impone la ley de la gravedad cuando se le cae a uno la casa
encima. La determinación de la magnitud de valor por el
tiempo de trabajo es, por tanto, el secreto que se esconde
detrás de las oscilaciones aparentes de los valores
relativos de las mercancías".

(…)

"La reflexión acerca de las formas de la vida
humana, incluyendo por tanto el análisis científico
de ésta, sigue en general un camino opuesto al curso real
de las cosas. Comienza post festum y arranca, por tanto,
de los resultados preestablecidos del proceso histórico.
Las formas que convierten a los productos del trabajo en
mercancías y que, como es natural, presuponen la
circulación de éstas, poseen ya la firmeza de
formas naturales de la vida social antes de que los hombres se
esfuercen por explicarse, no el carácter histórico
de estas formas, que consideran ya algo inmutable, sino su
contenido. Así se comprende que fuese simplemente el
análisis de los precios de las mercancías lo que
llevó a los hombres a investigar la determinación
de la magnitud del valor, y la expresión colectiva en
dinero de las mercancías lo que les movió a fijar
su carácter valorativo. Pero esta forma acabada del mundo
de las mercancías –la forma dinero–, lejos de revelar el
carácter social de los trabajos privados y, por tanto, las
relaciones sociales entre los productores privados, lo que hace
es encubrirlas.

Estas formas son precisamente las que constituyen
las categorías de la economía burguesa. Son
formas mentales adoptadas por la sociedad, y por tanto objetivas,
en que se expresan las condiciones de producción de
este
régimen social de producción
históricamente dado que es la producción de
mercancías. Por eso, todo el misticismo del mundo de las
mercancías, todo el encanto y el misterio que nimban los
productos del trabajo basados en la producción de
mercancías se esfuman tan pronto como los desplazamos a
otras formas de producción".

Leyendo estas citas del primer capítulo de
El Capital comprendemos no sólo la
importancia que Lenin, Lukács y otros marxistas daban al
conocimiento de la filosofía dialéctica sino,
fundamentalmente, las razones por las que la burguesía y
el reformismo han rechazado desde el primer instante ese
capítulo en el su autor realiza una crítica total
del modo de producción capitalista y de las
categorías burguesas. Ese capítulo no critica
sólo la economía capitalista sino la totalidad
material y simbólica basada en la producción de
mercancías. Pues bien, como veremos, la naturaleza de la
globalización como fase actual del capitalismo se puede
comprende perfectamente desentrañando el contenido del
famoso y vital primer capítulo.

1.- EL
MÉTODO MARXISTA Y SUS CATEGORÍAS:

Uno de los grandes méritos del marxismo ha sido y
es el de saber integrar en su cuerpo teórico lo mejor de
los pensamientos y prácticas de lucha de cada
época, aunque no fueran revolucionarios e incluso fueran
exclusivamente democraticistas. La majestuosa e impresionante
praxis de la inmensa mayoría de marxistas, empezando por
los propios Marx y Engels, se sustenta entre otras cosas en esa
capacidad de integración de diferentes pensamientos y
prácticas dentro de un cuerpo teórico
cualitativamente superior. Y al contrario, uno de los signos de
su degeneración ha sido y es el rechazo dogmático a
cualquier aportación exterior enriquecedora. La base
última que sostiene dicha capacidad de integración
no es otra que la teoría general del materialismo
histórico y, en el tema que ahora nos concierne –el
debate sobre la globalización– la teoría
particular del modo de producción y sus expresiones en las
diversas formaciones económico-sociales.

Es obvio que los marxistas clásicos no pudieron
ni quisieron desarrollar todas las conexiones entre el
materialismo histórico y las fundamentales
problemáticas prácticas y teóricas que
surgían en sus épocas por diversos factores que
ahora no podemos exponer con detalle pero que sí debemos
sintetizar, al menos, en tres grandes razones: una, que la
realidad y los hechos, la práctica social en suma, siempre
va por delante de la teoría y de los pensamientos y que
sólo, únicamente, cuando la teoría se
convierte en fuerza material al arraigar en la conciencia de las
masas, sólo entonces, la teoría puede marchar a la
misma velocidad de los hechos; otra, que las condiciones de
opresión y explotación que sufrieron los marxistas
clásicos –debido precisamente a no renunciar a serlo–
limitaron las posibilidades de desarrollo teórico y,
última, que por ser marxistas optaron decididamente por
desarrollar con más intensidad todo lo relacionado
directamente con la lucha contra el capitalismo en sus puntos
esenciales y urgentes, dejando para después otras
cuestiones que ahora nos parecen importantes pero que entonces no
lo eran tanto.

Soy de los que opina que aquellos marxistas acertaron
plenamente en dar prioridad a la práctica sobre la
teoría y, a la vez, dialécticamente, a supeditar
los problemas secundarios a los que la práctica
definía como prioritarios. Ahora bien, por esa misma
dialéctica siempre se caracterizaron por dejar siquiera
apuntadas algunas investigaciones teóricas sobre los
problemas entonces secundarios, como si supieran que dentro de lo
secundario siempre hay una parte de lo prioritario. Y ciertamente
lo sabían porque, como he intentado explicar, al ser
capaces de integrar lo mejor del pensamiento humano
también habían estudiado profundamente las diversas
corrientes filosóficas y la evolución de la
dialéctica idealista como la mejor metodología de
pensamiento hasta entonces desarrollada. Así comprendemos
porqué y para qué exploraron con mayor o menor
intensidad tantos y tantos problemas en apariencia desligados
unos de otros. Lo hacían porque el método que
habían desarrollado exigía no sólo el
estudio del tema concreto que les preocupaba sino
obligatoriamente también sus relaciones con otros
problemas, su evolución histórica y sus tendencias
previsibles de futuro. De esta forma, por la exigencia interna
del método, aportaban un montón de sugerencias,
propuestas, líneas de investigaciones posterior, etc., que
no eran sino otras tantas puertas abiertas para exploraciones
ulteriores en esas direcciones y, sobre todo, dejaban un sistema
coherente de la totalidad del problema aunque desarrollaran
más o menos determinadas facetas suyas debido a las
exigencias imperiosas de la lucha revolucionaria.

Comprenderemos mejor lo que decimos si nos detenemos un
instante en los cinco grandes bloques en y de los que los
marxistas clásicos profundizaron y aprendieron. Uno, las
experiencias practicas de las luchas de las masas oprimidas y
explotadas, de las mujeres, naciones y pueblos, clases
trabajadoras en todas sus plasmaciones, clases artesanales y
pequeño-burguesas, etc., no solamente en la sociedad
capitalista sino también en las precapitalistas, de modo
que disponían de una impresionante base de
información histórico-práctica
extraída de las mismas luchas y de la crítica
radical de la historiografía burguesa. Dos, el estudio
crítico de las teorías políticas de su
época, burguesas o no, de sus formas de
organización y de sus propuestas, de modo que
disponían de una visión muy amplia de lo que se
estaba cociendo de todas las clases sociales. Tres, el estudio
permanente de las diversas teorías económicas,
desde los clásicos y los vulgares estudiados por Marx
hasta los dogmáticos que fueron incapaces de ver los
cambios que propiciaron el desarrollo del imperialismo desde
finales del siglo XIX y comienzos del XX, de manera que la
crítica marxista iba siempre por delante de la
economía política burguesa. Cuatro, el estudio de
la filosofía, cultura y ciencia contemporánea con
especial atención a la dialéctica y a la
materialidad de la praxis humana, ambos confirmados
permanentemente por los avances científicos, ciencia que
los marxistas tampoco sacralizaban y siempre la insertaban en las
contradicciones sociales y, último, cinco, la
recuperación y actualización de buena parte de de
los ideales éticos, de la libertad sexual y de otro modelo
de vida opuesto al capitalista y ya enunciados brumosamente en
algunas corrientes del socialismo utópico y de las
utopías, milenarismos, comunalismos e igualitarismos
precapitalistas.

No hace falta decir que, por un lado, el orden de
exposición es aleatorio pues cada autor los estudiaba
según sus necesidades y problemas, pero los cinco se
pueden apreciar visiblemente en las tres generaciones de
marxistas clásicos; y, por otro lado, es innegable la
historicidad enriquecedora de esos estudios en la medida en que
las generaciones posteriores podían conocer con más
rigor y exactitud los logros y las deficiencias de las
precedentes, criticando y desarrollando sus logros. Un ejemplo lo
tenemos en Lenin, que como perteneciente a la segunda
generación de marxistas, sólo pudo apreciar en Marx
y Engels tres de los cinco componentes citados –economía,
política y filosofía– aun cuando él mismo
estudió con más o menos interés los cinco
bloques citados, y otros secundarios en los que no podemos
extendernos. Es innegable que con el tiempo iremos descubriendo
más conexiones de los clásicos con lo mejor del
pensamiento de su época. El mismo Lenin era muy consciente
de la historicidad creativa del método marxista y la
expresó así en sus apuntes personales Sobre
la dialéctica:

"La identidad de los contrarios (quizá fuese
más correcto decir su "unidad" –aunque la diferencia
entre los términos identidad y unidad no tiene aquí
una importancia particular. En cierto sentido ambos son
correctos) es el reconocimiento (descubrimiento) de las
tendencias contradictorias, mutuamente excluyentes,
opuestas, de TODOS los fenómenos y procesos de la
naturaleza (incluso el espíritu y la sociedad). La
condición para el conocimiento de todos los procesos del
mundo es su "automovimiento", en su desarrollo
espontáneo, en su vida real, es el conocimiento de los
mismos como unidad de contrarios. El desarrollo es la "lucha" de
los contrarios. Las dos concepciones fundamentales (¿o dos
posibles?, ¿o dos históricamente observables?) del
desarrollo (evolución) son: el desarrollo como aumento y
disminución, como repetición, y el
desarrollo como unidad de contrarios (la división de una
unidad en contrarios mutuamente excluyentes y su relación
recíproca).

En la primera concepción del movimiento, el
automovimiento, su fuerza IMPULSORA, su fuente, su motivo,
queda en la sombra (o se convierte a dicha fuente en
externa: Dios, sujeto, etc.). En la segunda
concepción se dirige la atención principal
precisamente hacia el conocimiento de la fuente del
"AUTO"-movimiento.

La primera concepción es inerte,
pálida y seca. La segunda es viva. SOLO ella
proporciona la clave para el "automovimiento" de todo lo
existente; sólo ella da la clave para los "saltos", para
la "ruptura de la continuidad", para la "transformación en
el contrario", para la destrucción de lo viejo y el
surgimiento de lo nuevo".

Las implicaciones teóricas y prácticas que
se extraen tanto de la síntesis de esos cinco bloques del
pensamiento humano, más los que se han ido integrado
posteriormente como, por ejemplo, la ecología –que
continúa y confirma al método dialéctico
materialista– o la epistemología de género –que
mejora y amplia los fundamentos del materialismo
histórico–, o la crítica del neutralismo
cientifista –que nos retrotraen a las reflexiones
soviéticas de los años veinte–, etc., desbordan
con mucho los objetivos de esta exposición así que
sólo podemos dedicarnos ahora a dos capítulos
decisivos para entender la globalización, como son, uno,
el de las contradicciones inherentes al capitalismo y, otro, el
que el capital no es una cosa estática e inmóvil
que se reduce a los bienes y ahorros de individuos aislados, los
burgueses, sino una relación social que está en
permanente evolución y movimiento.

La síntesis de ambos bloques, desde el
método que hemos intentado exponer, es que al capitalismo
le es inherente la lucha de clases y que la lucha de clases
–además de las luchas feministas, nacionales, etc.- es un
componente interno, genético-estructural, del capitalismo.
No existe una economía separada de una política,
etc., y todas ellas separadas a su vez de la lucha de clases, ni
a la inversa. El capitalismo es una totalidad concreta en
movimiento en la que sus diversos componentes evolucionan en su
forma y en su fenomenología según la
evolución de la totalidad, pero, a su vez, también
influyendo en esa totalidad. Desde esta perspectiva, la
típica y tópica acusación al marxismo de
supeditar mecánicamente la superestructura
ideológica, política, cultural y demás a la
infraestructura económica es, además insostenible,
una demostración de ignorancia o mala fe, o ambas cosas a
la vez. Son tantos los textos marxistas que analizan situaciones
sociales históricamente determinadas, aplicando esa
ágil y esclarecedora dialéctica de la totalidad
concreta, que es a todas luces insostenible mantener ese
tópico.

La lucha de clases es un componente interno al capital
en cuanto conjunto de relaciones sociales. No es algo externo y
que influye desde fuera, sino una fuerza antagónica e
irreconciliable que palpita abierta o solapadamente en todas y
cada una de las decisiones del capital. Es imposible entender el
capitalismo y por tanto la mercancía y el dinero sin la
lucha de clases. Pero la lucha de clases es, a su vez, mucho
más que la lucha economicista y sindical por esa cosa que
llaman "salario justo" –para Marx y los marxistas es imposible
el "salario justo" pues de por sí, en sí mismo, en
su esencia, todo salario es injusto, es expresión de las
relaciones de explotación, dominación y
opresión, es por tanto una injusticia, y si lo prioritario
y estratégico es la lucha contra la dictadura del salario,
lo secundario y táctico es la lucha por un "salario lo
menos injusto posible"–; también es más que la
lucha política para la destrucción del Estado
burgués. La lucha de clases es el conjunto de
enfrentamientos irreconciliables entre el Capital y el Trabajo.
Quiere decir esto que es la totalidad de la existencia social la
que vive ese enfrentamiento y participa en mayor o menor medida
en él.

En el polo del Trabajo, aunque la clase trabajadora es
su componente central, no hay que olvidar ni a la masa asalariada
en sí misma ni a otras colectividades humanas que son
explotadas por el Capital para aumentar sus beneficios. Desde la
perspectiva del materialismo histórico, tanto la
explotación sexo-económica de la mujer como la
explotación y opresión nacional de pueblos enteros,
tienen el objetivo de aumentar directamente los beneficios de la
clase patriarco-burguesa y nacionalmente opresora, todo lo cual,
en última instancia, está destinado a aumentar la
acumulación capitalista. Por eso, en la teoría
marxista de la crisis revolucionaria, esta se produce cuando el
Trabajo ha adquirido y sintetizado todas las opresiones
materiales y simbólicas inherentes al capitalismo, cuando
la lucha de clases común y corriente –económica,
política e ideológico-cultural– se eleva a lucha
revolucionaria de un pueblo trabajador por su independencia
socialista y antipatriarcal. Un componente imprescindible para
que la crisis llegue a ser revolucionaria es que el contexto
socioeconómico esté gangrenado por la crisis
estructural en la que la ley de caída tendencial de la
tasa de beneficios absorbe y cohesiona a las crisis de
sobreproducción y subconsumo y de desproporcionalidad
entre las diferentes esferas de producción.

2.- ESENCIA Y
CONTENIDO DEL CAPITALISMO:

El Capital es movimiento de autoexpansión y
autovaloración porque sin ese movimiento sería
vencido por el Trabajo, que también es movimiento pero
opuesto frontalmente. El movimiento del Capital surge del hecho
simple de que su objetivo es la producción de
mercancías y su venta, lo que le exige además de la
explotación del Trabajo también la permanente
revolucionarización de sus condiciones de existencia en
busca de una mayor acumulación. Pero, además, es
movimiento porque llega un momento en el que la propiedad privada
de los medios de producción no sólo enfrenta al
Capital con el Trabajo sino que enfrenta también, dentro
del Capital, a los diversos capitalistas propietarios para crecer
unos a costa de otros. El movimiento del Capital no ceja tampoco
porque la competencia a muerte por el beneficio es una
característica objetiva y quien pierde competitividad y
frena y detiene su crecimiento, es devorado por otros
capitalistas. En síntesis, este impulso irracional de
supervivencia egoísta es el que sostiene el movimiento
hacia la acumulación ampliada del Capital. En todas y cada
una de estas situaciones está presente la lucha del
Trabajo y el fantasma del Comunismo.

El movimiento del Capital obedece a leyes evolutivas en
las que abrumadoramente dominan las fuerzas irracionales e
incontrolables sobre los racionales y controlables. Un ejemplo
sencillo y escueto nos sintetiza esta tragedia: si todo el mundo
consumiera y gastase anualmente la misma masa de materia y de
energía que consumen los EEUU, entonces
necesitaríamos para sobrevivir el contenido material de
tres planetas llamados Tierra. Este irracionalismo suicida
responde a causas objetivas porque la fuerza que impulsa la
concentración y centralización de capitales
sólo puede imponerse por medio de la destrucción no
sólo de las empresas absorbidas sino también del
Trabajo y de la naturaleza, aunque ello origine luego un aumento
más o menos espectacular de la productividad del trabajo.
La desaparición de medianos y pequeños empresarios
y grandes masas de campesinos y artesanos, sólo puede
llevar al aumento de la población que vive de la venta de
su fuerza de trabajo por un salario, es decir a la
asalarización creciente de la población mundial
independientemente de la cuantía del salario
cobrado.

Crece así la moderna esclavitud asalariada,
esclavitud moderna que se hace palpable cuando se comprueba que
casi la práctica totalidad de esos esclavos asalariados
nunca podrán dejar de serlo y acumular lo suficiente como
para montar su propia empresa y convertirse en pequeños
empresarios. Uno de los impedimentos objetivos que lo impiden,
tal vez el más importante, es que nunca llegan a ahorrar
lo suficiente como para satisfacer el permanente incremento de la
composición orgánica de capital, es decir, el hecho
demostrado de que las máquinas son cada vez más
caras y cara vez hay que modernizarlas o cambiarlas con
más rapidez y menos tiempo de uso, lo que multiplica los
gastos y las incertidumbres en la continuidad del nuevo
pequeño negocio. Pero si este obstáculo es casi
infranqueable más lo es luego el hecho de que los
beneficios tienden a la baja por lo que el empresario ha de
endurecer la explotación y/o ha de acelerar la
innovación tecnológica, aumentando así el
gasto en máquinas e instalaciones, o sea, aumentando la
composición orgánica de capital.

Al final de este proceso, y al principio del mismo
proceso pero a una escala superior, nos encontramos con el
terrible fenómeno de que la producción capitalista
es realizada por la inmensa mayoría de la
población, sea trabajadora o no pero sí
perteneciente objetivamente al Trabajo, y queda en manos de la
inmensa minoría propietaria de los medios de
producción. Por mucho que la propaganda apologética
del capitalismo quiera ocultar esta ley de la
socialización objetiva de la producción, lo
único que lograr es retrasar su brutal aparición
material en los momentos de crisis, cuando la inmensa
mayoría de la gente comprueba que sólo tiene unos
ridículos salarios de miseria para sobrevivir, mientras la
reducida clase dominante planetaria se enriquece a extremos
inconcebibles. Pero la socialización objetiva de la
producción –que es uno de los secretos sobre los que
descansa la globalización al desarrollar lo que Marx
definió de varios modos, por ejemplo, "fuerza de trabajo
social", "trabajador colectivo", etc.,– exige férreamente
que se desenvuelvan determinadas contradicciones inherentes como
son, una, el hecho de que cada empresa ha de buscar su
racionalidad productiva interna pero desear el hundimiento y la
ruina de la empresa de al lado, o si se quiere la
contradicción entre la racionalidad parcial y la
irracionalidad global exigida por la competencia mercantil y la
propiedad privada.

Esta contradicción se transforma en otra
más dañina aún ya que, por su ciego
movimiento, el Capital debe multiplicar y revolucionar
permanentemente las fuerzas productivas pero a la vez,
ineluctablemente, los capitalistas individuales deben limitar el
consumo social medio de sus esclavos asalariados para aumentar su
beneficio privado. De este modo, la contradicción entre la
expansión de las fuerzas productivas que el Capital como
relación social impulsa para su acumulación
ampliada y la necesidad de controlar el consumo y aumentar la
explotación por parte de los capitalistas individuales,
esta contradicción termina tarde o temprano azuzando las
crisis periódicas. Hay que decir, en contra de lo que se
cree, que el consumismo de baja calidad de las clases oprimidas
tiene muy pocos efectos determinantes tanto en el surgimiento de
la crisis como en la salida de ella, pues lo decisivo en el
capitalismo es la producción de medios de
producción y no la producción de medios de consumo
improductivo aunque en determinados momentos y sobre todo para
objetivos político-ideológicos de
alienación, control social, manipulación,
desunión y debilitamiento de la conciencia del Trabajo, en
estos y otros casos, el Capital impulsa el consumismo compulsivo
de baja calidad por parte de las masas.

Por último, la ley de la socialización
objetiva de la producción genera también la
contradicción entre la tendencia a la expansión
exponencial de la ciencia y de la técnica y, opuestamente,
su control dilapidador, su cualificación burguesa y
descualificación humana, su degeneración no en
factores de liberación de la penuria y reducción
del tiempo de trabajado alienador sino de multiplicación
de la explotación y del poder opresor. Esta
contradicción entre la capacidad creativa del conocimiento
humano y la miseria reaccionaria del poder tecnocientífico
capitalista, surge de la misma naturaleza
genético-estructural del sistema de producción de
mercancías, que en cuanto tal, ha convertido al
conocimiento humano y por ende a la naturaleza, por cuanto
soporte material envolvente del conocimiento, en simple
mercancía. El conocimiento humano y la naturaleza que es
su elemento han dejado de ser valores de uso y han sido
desvirtuados a simples valores de cambio.

Desde sus primeras obras, Marx insistió en la
dialéctica antagónica entre el progreso y la
reacción, pero utilizando una definición de
progreso irreconciliablemente opuesta al progreso burgués.
La dialéctica entre progreso, en sentido marxista, y
reacción nos permite comprender la esencia y el contenido
del capitalismo como sistema de producción capaz de
superar a los anteriores pero a la vez, simultáneamente,
capaz de hundir a la humanidad en una miseria cualitativa y
cuantitativamente peor a las anteriores. Esta dialéctica,
incomprensible para la ideología burguesa, también
nos permite comprender las características de la
globalización como fenómeno y forma actual del
capitalismo mundial. Desde sus primeras obras Marx
denunció implacablemente la "civilización" burguesa
y su "progreso" que no es sino miseria y retroceso para las masas
humanas. La dialéctica entre progreso –lucha
revolucionaria por la superación histórica del
régimen basado en la mercancía y en el valor de
cambio– y reacción –lucha contrarrevolucionaria por la
defensa histórica de la propiedad privada y la
mercancía– recorre toda la obra de Marx e incluso
más abiertamente en la de Engels, aunque con menos
brillantez teórica.

Uno de los primeros rechazos frontales que sufrió
el marxismo, y que se repiten desde entonces, consiste en negar
esa dialéctica y sus efectos, sobre todo la ley de la
depauperación de las masas trabajadoras. Ahora no podemos
entrar a una exposición de esta ley que, como
dialéctica que es en sí misma, relaciona la
depauperación absoluta con la relativa dentro de la
permanente lucha de clases. La globalización, lo mismo que
la "nueva economía", y anteriormente el "nuevo orden
mundial", y el neoliberalismo, y otras definiciones empleadas
para legitimar formas y fenómenos sin relacionarlos con la
explotación, es utilizada como nueva y definitiva
solución contra el hambre, la miseria y la
catástrofe ecológica. Estas grandes y abstractas
palabras que sirven para todo, tienen la ventaja de que resulta
muy difícil llenarlas de contenido porque el sistema
burgués de contabilidad está diseñado para
ocultar las lágrimas y los llantos, para ocultar la
explotación y para desvirtuar la realidad haciendo creer a
la gente que vive en un mundo ficticio, el de la propaganda
oficial, mientras que el mundo real y objetivo es sólo una
invención de los comunistas y revolucionarios.

Como no podemos entrar ahora a una crítica del
sistema contable burgués, profusamente empleado por los
"informes" del FMI, BM, OMC, grandes conglomerados
transnacionales e incluso algunos estudios de la ONU, vamos a
referirnos a un estudio de la CIA norteamericana sobre el futuro
próximo de humanidad. Según la CIA, para el
año 2015 la población mundial habrá subido
de los 6,1 mil millones actuales a 7,2 mil millones, de los
cuales el 95% vivirá en países subdesarrollados. El
agua dulce escaseará en Oriente Medio, Africa Central,
Sudeste asiático y norte de China. Los bosques tropicales
seguirán reduciéndose y desaparecerán los
pantanos y corales. La contaminación del agua y de los
mares continuará creciendo y los océanos se
calentarán al igual que la atmósfera, aumentando la
desertización y los bruscos cambios climáticos.
Subirá las aguas y se anegarán grandes zonas.
Aunque se producirá comida suficiente el hambre y la
malnutrición prevalecerán por las pésimas
infraestructuras, problemas políticos, pobreza
crónica, etc. El desarrollo tecnológico
permitirá que las mafias, los terroristas, los
países "irresponsables" y conflictivos, etc., accedan a
armas más destructoras. En estas condiciones, la
economía globalizada será positiva y dará
estabilidad pero sus beneficios no llegarán o
llegarán muy atenuados a Africa y Latinoamérica que
seguirán hundiéndose. También en otras
partes del plantea, muchos países padecerán
"democracias frágiles" ante los problemas crecientes de
modo que en Rusia, China, Corea del Norte, Irán, Irak y
Oriente Medio, según la CIA, también
aumentarás los desórdenes y las revueltas. Por
tanto, EE.UU deberá erigirse en guardián de la
"democracia".

No tenemos, realmente, ninguna dificultad en identificar
en este estudio no sólo la confirmación actual de
tantos análisis marxistas en épocas anteriores,
sino también la lógica y los proyectos de las
clases dominantes burguesas antes incluso de la fase
imperialista. Para comprender esta continuidad –continuidad que
en el método marxista es parte de la dialéctica de
la discontinuidad– hay que entender que la esencia del
capitalismo está compuesta por sus propiedades y
relaciones más estables y profundas, las que le
diferencian de otros modos de producción en lo
cualitativo, y las que se mantienen pese a los cambios y
añadidos, también a la desaparición de
componentes viejos, a lo largo de los decenios. Igualmente hay
que comprender que el contenido capitalista es el conjunto de los
procesos internos, esenciales, que en su desenvolvimiento
perduran como totalidad concreta hasta que el capitalismo como
esencia mercantil no sea superado por otro modo de
producción o no se agote y se autodestruya en su misma
incapacidad. La razón por la que el estudio de la CIA, con
toda su carga justificadora del terrorismo estadounidense,
confirma de nuevo el análisis marxista, pese a no desearlo
en modo alguno, es precisamente porque el marxismo acertó
con las tendencias estructurales que rigen en la
dialéctica esencia y fenómeno, contenido y forma,
continuidad y discontinuidad, ley, etc., internas al capitalismo.

A comienzos del años 2001 se hicieron
cálculos según los cuales, si redujéramos la
población mundial a una aldea de 100 habitantes
tendríamos que 57 serían asiáticos, 21
europeos, 14 americanos y 8 africanos; 52 serían mujeres y
48 hombres; 70 no serían blancos y 30 sí; 70 no
serían cristianos y 30 sí; 89 serían
heterosexuales y 11 homosexuales; sólo 6 personas
poseerían el 59 % de la riqueza y las 6 serían
norteamericanas; 80 vivirían en viviendas no habitables;
70 serían analfabetas; 50 sufrirían de
malnutrición; 1(una) poseería una computadora y,
para acabar, 1 (una) poseería diploma universitario. Otro
estudio reciente indica que las 225 personas más ricas del
mundo se reparte de esta forma: 143 a los Estados
industrializados; 43 a Asia, 22 a América Latina y el
Caribe, 11 a Estados árabes, 4 a Europa del Este y la CEI
y 2 a Suráfrica. En total, el centro imperialista alberga
a 147 de los 225 hombres más ricos. Pongamos el caso de la
situación de México, un Estado multinacional
decisivo porque sus sucesivas crisis de impago de deuda externa y
de hiperfinancierización han sido hítos claves en
la estrategia capitalista de acelerar la globalización.
Actualmente, el 0,0001% de la población mejicana, los 100
hombres más ricos, controlan el 29% del PIB de este
país, mientras que el poder adquisitivo de los salarios de
México es sustancialmente más bajo que el alcanzado
hace 20 años; el industrial representa 60 por ciento del
registrado en 1980, y el mínimo, 31 por ciento de su nivel
en ese mismo año, señala la Organización
Internacional del Trabajo (OIT).

Todos sabemos que mientras que en 1960 el 20% más
rico del planeta ganaba 30 veces más que el 20% más
pobre, en 1990 la proporción se ha desequilibrado hasta el
60 a 1, y en 1997 hasta el 74 a 1. Pero esto no es todo, visto a
escala más amplia en el tiempo, si en 1820 la
proporción era de 3 a 1, en 1870 era de 7 a 1, en 1913 de
11 a 1, en 1997 de 74 a 1, y actualmente es 82 a 1, cuando 1.200
millones de personas, el 24% de la población mundial,
sobreviven con un dólar diario y casi la mitad de la
población mundial lo hace con 389 pts., menos de dos
dólares al día, según el Banco Mundial. La
riqueza combinada de las 200 personas más ricas del mundo
ascendió a un billón de dólares en 1999; los
ingresos combinados de los 582 millones de habitantes de los 43
países menos adelantados ascienden a 146.000 millones de
dólares. Las 225 personas más ricas del mundo
tienen unas rentas equivalentes a las de los 47 países
más pobres del mundo. Sólo el 4% de su fortuna
financiaría la alimentación, agua potable,
infraestructuras sanitarias y educativas, etc., de los
países empobrecidos. La salud básica
costaría 13.000 millones de dólares pero Europa y
EEUU se gastan 17.000 millones en comida de mascotas
domésticas.

Partes: 1, 2

Página siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter