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Las categorías marxistas y la definición de la globalización como fenómeno y forma actual del capitalismo (página 2)




Enviado por Pablo Turmero



Partes: 1, 2

Según la FAO hacen falta 2.345 calorías
diarias para una alimentación mínima, pero en 1998
1.000 millones de personas se encuentran oficialmente por debajo
de esa ración mínima y mientras en EE.UU el consumo
medio es de 3.500 calorías, en el África
subsahariana es de 1.700 calorías. Mientras que
sólo las 3 personas más ricas del mundo poseen
activos que valen más que el PIB de los 48 países
más pobres del mundo, poblados por unos 600 millones de
personas, la infraalimentación severa se ha incrementado
de 103 millones en 1970 a 215 en 1990 llegando a casi 300
millones en 1998. La acaparación y expropiación de
riqueza en manos del centro capitalista es tal que de los 2.000
millones de personas anémicas sólo el 0,4%
pertenecen a ese centro industrializado. No nos debe sorprender
esta situación porque 10 grandes empresas controlan el 85%
del mercado mundial de plaguicidas y el 70% de los productos
veterinarios, mientras que las 200 grandes empresas controlan el
80% de la agricultura e industria y el 70% del comercio. Es
así como se comprende que la esperanza de vida de
África haya descendido apenas a los 50 años cuando
subió de 40 a 60 años entre 1960 y 1980.

Y si nos fijamos en la industria sanitaria el problema
es abrumador y criminal, por no llamarlo genocida porque tras
tres años de presiones de Sudáfrica, India y Cuba
las grandes corporaciones han tenido que aceptar la
producción democrática de fármacos
genéricos contra el VIH de modo que el tratamiento por
persona y año ha caído del 1.800.000, en la
industria privada a 50.000 pts, en la industria de esos
países. Se trata de una conquista decisiva que abre
expectativas estratégicas sobre la capacidad de un
desarrollo científico propio de estos y otros
países, en contra del poder tecnocientífico
imperialista. Un poder que se muestra en el hecho de que 10
grandes corporaciones controlan el 84% de la I+D en altas
tecnologías, y en el hecho de que el 96% de las patentes
del mundo están en manos de los países
industrializados, en que el 20% más rico de la
población acapara, por ejemplo, el 93"3% de los accesos a
Internet y en que, por no extendernos, las 10 principales
industrias mediáticas controla el 86% del mercado de la
desinformación y monopolio de prensa y cultura de masas.
Se ha calculado que la educación básica –leer,
escribir, aritmética, geometría y poco más–
en el mundo costaría 6000 millones de dólares al
año pero los EEUU se gastan en ese mismo tiempo 8000
millones en cosméticos. Mientras tanto, 2.600 millones de
personas no tienen saneamientos básicos, 2.000 millones
carecen de acceso a medicamentos básicos, 1.200 millones
no tienen acceso al agua potable, 1.000 millones carecen de
vivienda digna… y aunque la ONU ha calculado que con algo
más de 85.000 millones de dólares se
solucionarían el grueso de estas injusticias, los gastos
en armamento en el mundo han sido de 780.000 millones.

Según el Banco Mundial la cifra de pobres ha
sufrido un incremento estimado en unos 400 millones de personas,
pasando de los 1.200 millones del 98 a 1.600 en 1999. En menos de
medio siglo se ha duplicado la diferencia entre los 20
países más pobres y los 20 más ricos. En
1998 los 48 países menos adelantados atrajeron un nivel de
inversión extranjera directa inferior a los 3.000 millones
de dólares, es decir, sólo el 0,4% del total. Hay
que insistir una y otra vez que son las mujeres –el 70% de los
1300 millones de personas pobres son mujeres, y en EEUU una mujer
es golpeada cada 15 segundos y 700.000 son violadas cada
año, el mismo país en el que una píldora
genérica anticonceptiva cuesta medio dólar y se
vende a 2 dólares y medio–, la infancia –son
esclavizados sexo-económicamente cientos de millones de
niños— y los ancianos los sectores sociales más
dañados y golpeados por esta terrible y trágica
confirmación de las "profecías" de Marx, que
también quedan confirmadas por el hecho cierto de que la
opresión y el empobrecimiento también se han
multiplicado dentro mismo del centro imperialista, de los EEUU,
de la Unión Europa y de Japón.

Detengámonos un poco en los EE.UU por su
innegable importancia no sólo como ejemplo en el presente
sino, sobre todo, como perspectiva de futuro, En verano de 1999
se conocía el dato terrible de que las 400 personas
más ricas de EEUU poseían activos por valor de 166
billones de pesetas, al cambio actual, el doble del PIB de
España en 1997 y tres veces el ingreso anual conjunto de
los más de 34 millones y medio de yankis pobres. 43
millones carecen de asistencia médica porque ni pueden
pagarse el seguro, y de estos 35 millones no tienen apenas
asistencia básica. Se calcula que en Nueva York 75.000
personas carecen de vivienda y duermen en las calles, y en este
invierno más de 25.000 personas, en general familias, han
solicitado albergues de emergencia superando la cifra de hace 12
años, un incremento del 10% con respecto al año
pasado. Se estima que en las 25 ciudades más importantes
de los EEUU ha habido este año un incremento del 17% de
del número de familias que solicitan albergues de
emergencia al haber perdido sus viviendas. En la actualidad, el
17% de la infancia norteamericana es pobre, y 12 millones de
niños pasan hambre en bolsas de pobreza típicas de
las zonas más atrasadas del planeta. Pero es en las zonas
más ricas y que han desarrollado la pomposa "nueva
economía", en California y el Silycon Walley sobre todo,
en donde la sobreexplotación es abrumadora. En Los Angeles
uno de cada tres habitantes vive bajo el umbral de la pobreza, el
33% de la población. El 15% de la población es
analfabeta. Más de 80.000 vagabundos buscan sitio para
dormir cada noche.

Mientras tanto, y como ejemplo de los cambios en el
ciclo económico yanki que va a la baja, el hombre
más rico del planeta, norteamericano por supuesto, es un
propietario de una cadena de hipermercados que ha amasado la
pequeña fortuna de 63.400 millones de dólares,
11.000 millones más que el segundo, Bill Gates. Estas
inmensas fortunas se han amasado no solamente expoliando al
Trabajo directamente en todo el planeta y en el interior de
EE.UU, sino también indirectamente, es decir, dejando de
mantener las infraestructuras, los aeropuertos, las redes de
distribución energética, los hospitales, las
escuelas y hasta las cárceles públicas, que van
siendo privatizadas. En marzo del 2001 se conoció un
demoledor informe sobre el caos de la infraestructura productiva
norteamericana. Hará falta la friolera de 230 billones de
pesetas en sólo 5 años para recomponer lo
mínimo y esencial de esas infraestructuras. La
situación de Nueva York es un ejemplo del país
entero pues el 29% de las carreteras son peligrosas y el 25%
están congestionadas, casi el 50% de los puentes es
peligroso u obsoleto, 52 presas hidráulicas amenazan con
romperse y el 75% de las escuelas incumplen las normas
arquitectónicas o ambientales. En todo el país, la
red de aeropuertos se acerca al colapso al no poder dar salida a
los 700 millones de pasajeros, y en el año 2000 el 25% de
los vuelos llegó con retraso superior a la media hora, fue
cancelado o aterrizó en otra ciudad. Mucho más
grave es la inseguridad del sistema hidráulico pues
más de 9.000 presas son peligrosas y tienen riesgos de
ruptura, y en los años 1999 y 2000 se han dado 61 alarmas
de rupturas. California sufre cortes energéticos porque la
producción y la red eléctrica han sido abandonadas
por las inversiones oficiales y privadas, y aunque habría
que aumentar la producción en 10.000 megavatios
sólo se ha llegado a 7.000 megavatios, y se espera,
además, que en el invierno del 2001-2002 los cortes
energéticos se extiendan también a Nueva
York.

La razón de este caos no es otra que la
aplicación sistemática del neoliberalismo desde
poco antes de llegan Reagan a la casa Blanca, pero Reagan se
limitó a cumplir las órdenes de la burguesía
que no estaban dispuesta a sufragar los gastos sociales,
públicos e infraestructurales, obsesionada por aumentar
cuando antes y sin pensar en los efectos futuros de sus acciones.
Otro tanto está sucediendo en Gran Bretaña en donde
la brutalidad de Thatcher está en el origen del caos
ferroviario y sanitario, en el origen de las vacas locas y de la
fiebre aftosa, en la caída de calidad del sistema
educativo, etc. Pero la razón esencial, como venimos
diciendo, proviene de la lógica del máximo
beneficio y de la necesidad ciega de detener la ley de la
caída tendencial de la tasa de beneficio directamente
aumentando la explotación y otras medidas, e
indirectamente reduciendo los gastos sociales conquistados por
las luchas obreras y populares. En realidad, vuelve a confirmarse
la razón de Marx en su célebre y siempre actual
análisis de las contramedidas que detienen la tendencia a
la caída del beneficio.

Esta sobreexplotación responde a la lógica
de la acumulación, es decir, a la necesidad que tiene el
capitalismo de contrarrestar la ley de tendencia decreciente de
la tasa de beneficio. Una característica esencial y de
contenido del capitalismo es que en los períodos de
crisis, el capital sobrante, escedentario, tiende inevitablemente
a buscar beneficios espúreos y artificiales pero muy
rápidos en la especulación y en las finanzas
bursátiles, en la economía criminal, en las mafias,
en el mercado negro, en lo que sea, pero apenas en la
inversión en el sector de bienes de producción, o
sector primario según la teoría marxista. Por
ejemplo, el dinero blanqueado en paraísos fiscales se
calcula en 500.000 millones de dólares anuales, cifra
similar al PIB español y el triple de empresas como la
General Motors. Esta esencia se ha estudiado detenidamente desde
el siglo XV y va en aumento a lo largo de los siglos posteriores,
hasta llegara a finales del siglo XX a una situación
insostenible porque maneja 70 veces más dinero que la
economía real y no tiene controles sobre sus
movimientos.

Conviene saber en este sentido que si en 1975 el 80% de
las compra-ventas de divisas se dedicaban a invertir en bienes y
servicios reales, ahora es sólo el 2-3%, y el 97-98%
restante se destina a la especulación. Otra
característica es que el capitalismo tiende a reducir sus
beneficios por las luchas obreras y populares, por la competencia
interna, por las dificultades de realización, por el
aumento de los costos tecnológicos y de capital fijo, por
los crecientes costos causados por la crisis ecológica y
medioambiental, etc. Si tenemos en cuenta que el PIB mundial
cayó del 4,5% entre el decenio 1970-1979 a 2,9% entre el
de 1990-1999, y el PIB de los siete países más
desarrollados la caída es del 5-6% en la década del
60 a 2-3% en la del 90, entonces comprendemos la ferocidad del
ataque del Capital contra el Trabajo. Pues bien, la
globalización no es sino el fenómeno y la forma
más actual de ese ataque estratégico y de larga
duración.

En este ataque el Capital también está
recurriendo al uso de instituciones "viejas" en lo esencial y en
el contenido pero "nuevas" en su fenomenología y en su
forma. Me estoy refiriendo al papel central del FMI, BM, OMC,
ONU, OTAN, etc., además de a los propios Estados del
centro imperialista. Hay que recordar que, salvando todas las
distancias, ya en 1815 las potencias que vencieron a
Napoleón crearon la Santa Alianza en el Congreso de Viena,
un poder reaccionario decisivo para impulsar sin quererlo otra
fase expansiva del capitalismo atrasado europeo. Desde entonces,
en las grandes crisis como la de 1871, fin del siglo XIX con el
Congreso de Berlín, Tratado de Versalles, etc., el Capital
ha sabido dotarse de los instrumentos oportunos para poner orden
en su jerarquía interna y para, desde ese orden, atacar
brutalmente al Trabajo. Desde mediados de la década de
1970 empezaron a proliferar las reuniones para dar un nuevo
brío a las instituciones de Bretton Wood de 1944,
superadas por los acontecimientos. Sin esos y otros cambios y
refuerzos acelerados durante la década de 1980 con el
neoliberalismo y de la de 1990 con la del "nuevo orden mundial,
con sus efectos sobre la financierización y el libre
mercado, no se hubiera llegado nunca a la actual fase
globalizadora.

Solamente así comprendemos la estrecha
relación entre los Estados-cuna de las grandes
transnacionales y sus devastaciones por el globo. Las más
de 35.000 multinacionales que controlan el 70% del comercio
mundial tienen "patria" como veremos; el que más del 40%
de las transacciones internacionales de mercancías y
servicios se realiza entre ellas, sus sedes y sus filiales, y el
que controlen el 75% de las inversiones mundiales, todo esto y
más no anula la importancia de los Estados-cuna, y menos
aún de los tres grandes bloques imperialistas
hegemonizados por los EE.UU. También en este asunto se
está repitiendo pero a una escala tremendamente superior
el mismo proceso que se dio en las fases anteriores de
centralización y centralización de capitales y
empresas, cuando al extenderse el Estado burgués y abarcar
zonas aún con regulaciones medievales imponía las
nuevas regulaciones burguesas y ayudaba con todos sus recursos a
que los territorios y sus empresas artesanales o no se fueran
supeditando a las empresas más grandes, o
destruyéndolas.

Esencialmente hablando, el poder de imposición de
los propietarios capitalistas de los 100 grupos industriales
mayores del mundo ocupan a unos 14 millones de personas, este
poder no se diferencia en cuanto a contenido del que
disponían las más pequeñas industrias a
finales del siglo XIX y comienzos del XX cuando expandieron por
todo el globo las entonces novísimas tecnologías de
la electricidad y el telégrafo submarino, o de las
empresas de mediados del siglo XIX en adelante cuando se lanzaron
a construir ferrocarriles por todas partes. El que el PIB de
Indonesia y Noruega sea similar, respectivamente, al volumen de
ventas de General Motors y Toyota sólo expresa la
aceleración de una tendencia ya innegable en el siglo XVI
al comparar el poder de algunas casas financieras europeas con
pequeños y hasta medianos Estados de este continente.
Simplemente se están cumpliendo las leyes de
concentración y centralización de capitales, lo que
hace que las 200 sociedades más importantes y que
representan el 25% del facturado mundial empleen el 0,75% de la
mano de obra disponible a nivel planetario. Ahora bien, en la
tierra existen no menos de 211 Estados formalmente independientes
pero de estos sólo 17 de ellos cuentan con alguna o con
varias de esas 200 grandes multinacionales. Peor aún, de
esas 200 grandes ni más ni menos que 176 tienen sus
raíces en 6 Estados-cuna y 74 en EE.UU. Si estudiamos las
grandes transnacionales no estadounidenses vemos que Japón
tiene 152, Gran Bretaña 75, Estado francés 47,
Alemania 42, Canadá 22, Italia 15 y, por ejemplo, el
estado español 1. Mucho más crudo es todavía
el saber el 80% tienen su Estado-cuna en alguno de los 7 que
forman el famoso G-7, y Suiza, Suecia, Holanda, Austria y Corea
justo pasan de la docena.

3.- FENOMENO Y
FORMA DE GLOBALIZACIÓN:

Los pocos datos arriba ofrecidos muestran perfectamente
la dialéctica esencia y fenómeno, y contenido y
forma del capitalismo porque, de un lado, muestran cómo
este modo de producción es esencialmente idéntico a
lo largo de los siglos; por otra parte, muestran cómo,
pese a ellos y por ello mismo, va desarrollando su contenido,
ampliándolo y extendiéndose, también
retrocediendo, cediendo y siendo derrotado por el Trabajo y, por
último, cómo su automovimiento nace de la lucha de
clases entre el Capital y el Trabajo. Esta dialéctica ya
fue expuesta con más o menos fortuna por varios autores
anteriores o contemporáneos a Marx pero sólo
éste logró darle un cuerpo teórico
suficientemente sólido como para resistir la prueba del
tiempo y ser confirmado por los acontecimientos. Así ya
desde sus primeras obras pre-económicas y estrictamente
filosóficas no desdeña la importancia del mercado
mundial, y conforme toma conciencia de la importancia de la
economía su visión panorámica se hace
definitivamente mundial.

Marx analiza el capitalismo siempre desde una
perspectiva de mercado mundial sometido a las presiones y
exigencias de una potencia capitalista hegemónico, y va
analizando cómo esa hegemonía nace en Holanda, se
traslada a Gran Bretaña y, adelantándose a su
tiempo, comprende que se afincará en los EE.UU. Son tan
contundentes las múltiples citas que lo demuestran que no
nos detenemos en ellas. Después, y prácticamente
desde los primeros debates a favor o en contra de las tesis
reformistas de Bernstein y de las críticas de varios
autores a la ley del valor-trabajo y de la caída
tendencial de la tasa de beneficio, que no podemos explicar
aquí, desde entonces, las respuestas de otros marxistas
siempre se han basado, esencialmente, en el contenido mundial del
mercado capitalista y en la superposición de diversos
modos de producción bajo el dominio y la dirección
del capitalista sobre ellos. Este método a la fuerza exige
tener en cuenta las formas concretas y las fenomenologías
particulares con que el capitalismo se presentaba, primero, en
cada época histórica de mediana duración;
segundo, en cada área o zona regional del planeta, con el
consiguiente análisis de las formaciones
económico-sociales existentes en ellas, tercero,
más en concreto en cada Estado o países y naciones
ocupadas y oprimidas dentro de esas áreas regionales y,
por no extendernos, último, en las relaciones objetivas e
inevitables que se establecen a escala mundial entre los tres
niveles anteriores. Basta ver el rigor exquisito en los debates
marxistas sobre el imperialismo o poco después sobre las
lucha anticoloniales en todo el planeta, por poner dos realidades
directamente relacionados con la globalización, para
comprenderlo.

Como resultado de ese enriquecimiento teórico
para la segunda década del siglo XX había concluido
ya la elaboración sustancial de la teoría que
demuestra la corrección histórica de la ley del
desarrollo desigual y combinado del capitalismo, teoría y
ley embrionariamente expuesta en las obras de Marx y Engels pero
que necesitó todavía de casi tres décadas
para poder asentarse en una base incontrovertible. Esta ley
sostiene que el desarrollo de lo simple e inferior a lo complejo
y superior, y que expresa las tendencias internas y la esencia de
los fenómenos, dando paso a la aparición de lo
nuevo y por ello a la irrupción o bien de contenidos
nuevos o bien de otra realidad cualitativamente diferente,
novedosa, este desarrollo no se expresa de manera uniforme en
todas las partes de la totalidad concreta sino de manera desigual
y con ritmos diferentes, pero siempre de manera combinada en
cuanto totalidad, de modo que bajo determinadas circunstancias
los componentes más atrasados en un momento del desarrollo
pueden acelerar su ritmo y alcanzar y superar incluso a los
más desarrollados, que pueden verse relegados a un segundo
lugar, o tercero, retrocediendo relativa o absolutamente en la
estructura de la totalidad concreta. Esta ley tiene excepcional
importancia para entender que la globalización no es sino
la estrategia más actual de los imperialismos, sobre todo
del estadounidense, para, de un lado, aumentar las ventajas con
respecto a otros pueblos y, de otro lado, a la vez, impedir que
muchos pueblos aceleraran su velocidad bien avanzando en la
transición socialista al comunismo, bien
acercándose a condiciones prerrevolucionarias y
revolucionarias.

La globalización, como venimos diciendo, consiste
en el conjunto de tácticas e imposiciones que de manera
coherente y estratégicamente pensada, aplica el
imperialismo sobre los fenómenos y las formas del
capitalismo no para destruir el capitalismo, es decir, para
acabar con su esencia injusta e inmoral y su contenido opresor y
explotado, sino precisamente para reforzar y ampliar sus
características. Por fenómeno hay que entender el
conjunto más o menos coherente de relaciones y propiedades
externas, móviles y diversas, inmediatamente accesibles a
los sentidos, del objeto concreto que existe ante nosotros, y que
representa, ese conjunto, el modo como la esencia del objeto se
expresa al exterior, se manifiesta a la realidad objetiva. Por
forma hay que entender el modo en que se organizan, conexionan e
interaccionan internamente los diversos elementos y procesos del
contenido entre sí y en las relaciones externas. En la
dialéctica entre contenido y forma, esta segunda tiene un
importante papel en la evolución del contenido, porque la
forma puede frenar o acelerar los cambios del contenido si se
distancia o si se acerca a las contradicciones internas del
contenido, si las obtura y entorpece o si, por el contrario, las
ayuda e impulsa, abriendo más vías de
evolución y complejización. Y aunque la forma tiene
una independencia relativa y supeditada al contenido, dependiendo
de su papel rector en lo esencial, nunca permanece
estática y su movimiento refleja además de las
contradicciones del contenido interno, también la propia
autonomía de forma.

Esta autonomía de la forma, unida al hecho de que
el fenómeno nunca coincide con la esencia, ambos factores
y otros más en los que no podemos extendernos, son las
causas fundamentales que hacen que el pensamiento humano caiga en
el idealismo objetivo o subjetivo, en la unilateralidad, en la
parte por el todo, en la metafísica y en todas las formas
de expresión filosófica que periódicamente
adquiere el positivismo. En el tema que ahora tratamos, en el del
estudio de la globalización como forma y fenómeno
del capitalismo, comprendemos muy fácilmente los
peligrosos riesgos de deriva reformista o peor aún, de
apologética del capitalismo más salvaje, que bullen
en el interior de esa manera antidialéctica de
pensamiento. Digo que antidialéctica, que no simplemente
a-dialéctica o no dialéctica, porque la
mayoría de los defensores del capitalismo han pasado de la
ignorancia a-dialéctica al dogmatismo
antidialéctico, militando activamente en la
justificación del orden establecido. Así, por
ejemplo, la proliferación de toda serie de textos,
revistas, conferencias y semanarios sobre la globalización
desde una perspectiva unilateral y parcializada, incapaz de
comprender la totalidad del proceso en su evolución y que
separa e incomunica las diversas manifestaciones de las formas
particulares elevándolas a otras tantas definiciones
absolutas de la globalización.

A finales del siglo XX el denominado Grupo de
Lisboa
publicó un texto titulado Los
límites de la competitividad
que llega a
identificar hasta siete definiciones, aparte de la que ellos
proponen. Veámoslas: Primera, la "globalización
de las finanzas y del capital
", que implica la apertura de
los mercados financieros, la movilidad del capital por todo el
planeta y la proliferación de las fusiones de las empresas
multinacionales. Segunda, la "globalización de los
mercados y estrategias, y especialmente de la competencia
",
que unifica e integra las actividades empresariales y las
alianzas estratégicas a escala mundial. Tercera, la
"globalización de la tecnología, de la
investigación y desarrollo y de los conocimientos
correspondientes
", que basándose en la
multiplicación tecnológica facilita la
aparición de redes interempresariales. Cuarta. la
"globalización de las formas de vida y de los modelos
de consumo" (globalización de la cultura
), que es una
de las "definiciones más comunes y divulgadas y que se
centra en la mundialización de la cultura alienadora
fabricada por las transnacionales imperialista. Quinta, la
"globalización de las competencias reguladoras y de la
gobernación
", que es otra de las "definiciones"
más frecuentes sobre todo en quienes quieren justificar la
opresión de los pueblos sin Estado convenciéndoles
de que los Estados ya están superados, pero no el suyo, el
de quien defiende ese "argumento". Sexta, la
"globalización de la unificación
política del mundo
", que es una matización de
la anterior al hacer hincapié no tanto en la
"superación" de los Estados –pero no del propio– como en
la "unificación política" global y, último,
séptima, la "globalización de las percepciones
y la conciencia planetaria
", que también es una
matización y ampliación de la cuarta y de la sexta
"definiciones" al extender, o reducir, el desarrollo cultural a
la "nave espacial Tierra" y al defender el uso de la
expresión de "ciudadano del mundo", o "tripulante de la
nave espacial Tierra".

Antes de pasar a ver qué octava o enésima
definición propone El grupo de Lisboa, hay que
decir que las siete anteriores en modo alguno son capaces de
ofrece una teoría general y a la vez concreta de lo que
está pasando en la actualidad. Vemos que, además
del método típicamente burgués de no
penetrar nunca en la totalidad del problema, todas esas
definiciones tienen los típicos tópicos de la
ideología burguesa en su forma contemporánea cuales
son, de un lado,. el culto a las tecnologías desligadas de
todo contexto socioeconómico y político; de otro,
la loa de la financierización y de la especulación,
forma actual de la esencial ideología burguesa de que "el
dinero fabrica dinero" que ya descuartizó Marx;
además, el idealismo culturalista que en vez de comprender
la globalización como efecto de la materialidad de la
explotación de la fuerza de trabajo lo invierte y niega al
sustituirlo por el proceso de ampliación cultural
abstracta y, por último, la actualización de la
ideología del "ciudadano" esencial a la burguesía,
como método de embaucamiento interclasista del Trabajo,
pero ahora desde la engañifla de la "nave espacial
Tierra", de que "todos somos igualmente responsable de su
situación", etc.

Aunque hay muchas más definiciones parciales de
la globalización y que algunas de ellas desarrollan otras
características secundarias de la ideología
burguesa, no se puede negar el mérito al Grupo de
Lisboa
al haber sintetizado tan sucintamente ese bloque
básico. Desde luego que la insistencia en el desarrollo
tecnológico, en la financierización, en el
idealismo culturalista y en la ideología del "ciudadano
del mundo", con otros añadido sobre la interculturalidad y
el mestizaje cultural, sobre la desaparición del trabajo
asalariado y de la sociedad industrial, sobre la aparición
de la "sociedad informacional", etc., estas y otras explicaciones
de la globalización en absoluto rozan siquiera el poder
cognoscitivo y transformador del método marxista que hemos
intentado describir. Se quedan en la superficie más
superficial y se limitan a invertir uno de los fenómenos y
una de las formas, que ni siquiera todas o la mayoría de
ellas, fenómeno por la esencia y por el
contenido.

Pero el propio Grupo de Lisboa no llega tampoco
a ningún lado sino que él mismo reactiva y rescata
un esencial componente de la ideología burguesa
democraticista, en concreto la de la "sociedad civil" que Hegel
se empeñó en mantener por sus simpatías
hacia la Revolución burguesa francesa, y que Marx
abandonó bien pronto en su evolución, nada
más ponerse a estudiar con algún detalle la
"anatomía interna de la sociedad, es decir, su proceso de
producción material. El Grupo de Lisboa hace una
diferencia entre competitividad y competencia,
echando la culpa a la primera y salvando a la segunda. Y propone
cuatro "contratos sociales globales" con lo que
reactualiza la ideología burguesa del "contrato social",
que apenas habíamos visto hasta ahora. Los cuatro son
estos: uno por las necesidades básicas, otro por la
cultura, otro por la democracia y el último, por la
Tierra. Se trata de generar una "sociedad civil mundial" que
realice ese cuádruple contrato social siempre mediante la
negociación y nunca mediante la violencia.

Podríamos extendernos un tiempo casi infinito
comparando las abundantes "obras definitivas" sobre la
globalización con las características
ideológicas y políticas aquí vistas y
concluiríamos en una lección que, como
mínimo, ya se ha obtenido en otras cuatro veces anteriores
cuando desde las categorías marxistas se han analizado
críticamente las interpretaciones burguesas sobre,
primero, el propio capitalismo entre los años cincuenta y
setenta del siglo XIX; segundo, sobre el tránsito del
colonialismo al imperialismo; tercero, sobre las causas de las
luchas anticoloniales y sus efectos a escala mundial desde la
segunda década del siglo XX; cuarto, sobre la efectividad
última del keynesianismo para salvar el capitalismo de la
crisis de los años treinta y posteriores y eternizarlo de
por siempre, y quinto, sobre la efectividad del neoliberalismo,
del nuevo orden mundial, de la nueva economía y ahora de
la globalización, para lograr por fin, definitivamente, lo
que anteriormente no lograron –fracasaron– los cuatro intentos
justificadores de la bondad de un modo de producción que
en su alocada e irracional carrera hacia el máximo
beneficio de una ultrarreducida minoría criminal y
genocida ha forzado muy en contra suya el avance del pensamiento
crítico de aquél válido lema de coimienzos
del siglo XX de SOCIALISMO O BARBARIE por el
más actual y urgente de COMUNISMO O
CAOS.

 

 

Autor:

Pablo Turmero

Partes: 1, 2
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