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Ética de la Globalización




Enviado por Pablo Turmero



  1. Retos éticos
    de la sociedad informacional
  2. Retos éticos
    de la globalización
    productivo-mercantil
  3. Retos éticos
    de la globalización
    político-cultural

Suele decirse que la globalización es un
fenómeno de múltiples caras interrelacionadas: 1)
globalización informacional; 2) globalización
productivo-mercantil; 3) globalización política; 4)
globalización cultural. Cada una de estas caras suponen a
su vez retos éticos específicos. Abordaré
estos retos tras recordar brevemente algunos datos
empíricos.

  

Retos éticos de
la
sociedad informacional

 a)     
Algunos datos de la situación

 Las nuevas tecnologías de la
información y la comunicación (TIC) están
creando un tercer espacio decisivo (Javier Echeverría) que
difiere profundamente del entorno natural y del espacio
urbano:

-         por la
capacidad de relacionarse e interactuar a distancia;

-         por generar
topologías reticulares, no territoriales;

-         por no darse
lo presencial-temporal sino representaciones
tecnológicamente construidas.

Estas características dan a las TIC una gran fuerza
expansiva, que rompe toda frontera haciendo avanzar hacia una
sociedad informacional mundial. La información
digitalizada, informatizada, telematizada y memorizada
digitalmente puede fluir por cualquier parte del planeta y ser
utilizada por millones de personas de cualquier lugar.

 El impacto ha sido tan grande que nos
ha conducido a la sociedad informacional (Castell). Todas las
sociedades han sido sociedades de la información, esto es,
de la comunicación de conocimientos. La novedad
está en que las nuevas tecnologías hacen de la
información –y no de la producción de bienes
la base del funcionamiento social, de la productividad y del
poder. Ahora somos sociedad informacional. Desde la centralidad
de las TIC, todas las actividades sociales se están
transformando fuertemente: empresas, guerra, medicina, ciencia,
entretenimiento, etc.

b)      Los retos
éticos

 Con las TIC se puede llegar a cualquier lugar,
pero no se necesita llegar a todos. La globalización
informacional puede funcionar dejando desconectados amplios
espacios geográficos, como de hecho está
sucediendo:

-         es
sobre todo conexión entre países del Norte (el 20%
rico acapara el 93,3% del uso de internet), con lo que la
distancia con el Sur se agrava;

-        
incluso dentro del Norte está produciendo una sociedad
dual: la de los conectados (a las TIC y a lo que precisan, como
el inglés) y los desconectados.

 Esto hace aflorar el primer reto ético. Las
TIC están generando inforricos e infopobres y los
infopobres son sobre todo infoexcluidos, más que
infooprimidos. El oprimido tiene una ventaja: es necesario para
el opresor, lo que le da una cierta fuerza para enfrentarse a
él; el excluido, en cambio, sobra, está de
más, lo que le hace objeto de molestia y le quita casi
toda la capacidad de maniobra frente al excluyente. Si la
sociedad informacional quiere ser justa debe, en principio, tener
una expansión equitativa tanto a nivel mundial como al
interior de las diversas sociedades.

 Concedamos que esa expansión se da. Una
expansión generalizada de las TIC, tal como hoy en
día están funcionando, genera a su vez dos
importantes cuestiones, dos nuevos retos éticos:
 

-         el
ecológico. ¿Cómo realizar una
expansión equitativa que sea ecológicamente
sostenible? Esa expansión no puede producirse de cualquier
manera, de modo masivo e incontrolado;

-         el
cultural: se tiende a pensar que las TIC son neutras. Aparte de
que la información y el entretenimiento homogeneizados que
actualmente transmiten no lo son, cabe otra pregunta. En su
propia relevancia: ¿no arrastran a una cierta
concepción del hombre y sus relaciones sociales que choca
decididamente con cosmovisiones de diversos pueblos?
¿Qué costes culturales supone asumir las TIC? (El
caso de los pueblos indígenas). La expansión de las
TIC debe producirse de modo tal que sean ocasión de
crecimiento y no de destrucción cultural, en su
relación con los niveles institucionales y
ético-simbólicos de las culturas.

 Insistir en los peligros de las TIC, se dice, es
ignorar las fuertes potencialidades que ofrecen no sólo
para la producción, sino especialmente para la
realización de la ética, concretamente: para la
profundización de la democracia (agilizar las decisiones
colectivas, fomentar la democracia directa) y para las conexiones
solidarias (red potencialmente mundial). Pero tal como se
están desarrollando las cosas, el panorama es oscuro.
Analicemos por ahora un poco la primera de las
cuestiones.

 Suele pensarse que las redes telemáticas
harán posible la democracia directa. Pero hoy por hoy, nos
dicen autores como los citados, en el tercer espacio dominan los
"señores del aire", las grandes empresas transnacionales
de teleservicios (unas pocas, en fuerte competencia
económica e informacional más que política e
ideológica, pues comparten el marco capitalista
común) que construyen, diseñan, hacen funcionar y
controlan las redes telemáticas. En 1998 diez empresas de
telecomunicaciones controlaban el 86% del mercado mundial. No
pretenden controlar de manera directa nuestro modo de pensar
(liberalismo oficialmente asumido), pero sí controlan la
información sobre nuestras acciones en ese ciberespacio: a
cambio de ese control y de nuestra aportación
económica, nos ofrecen lo que percibimos como libertad de
circulación. Así no se percibe como contradictoria
la sensación de libertad y el hecho de que seamos
auténticos súbditos –no ciudadanos- en ese
tercer espacio. Estos datos nos confrontan con el reto
ético de la democratización de las TIC, esto es,
con la necesidad de controlar la iniciativa privada en ese campo
y de crear zonas públicas también en ese
ciberespacio que funcionen
democráticamente.  

Retos éticos de
la globalización productivo-mercantil

 a)     
Algunos datos de la situación

 En el campo de la producción, la
deslocalización y la multilocalización de la misma
busca los costes más bajos y el beneficio máximo,
generando una dinámica de competitividad a la baja y la
consiguiente precariedad laboral. Esto tiene efectos
paradójicos: por un lado nos hace economías cada
vez más interdependientes a nivel mundial y por otras
más difícilmente solidarias.

 En el mundo del trabajo se están
produciendo dinámicas que también dificultan la
solidaridad, a la vez que ponen en crisis las exigencias de
igualdad:

 -        
una reducción del contacto físico entre los
trabajadores, lo que debilita su poder reivindicativo;

-         una
división entre los trabajadores autoprogramables y los
genéricos. Los autoprogramables son los que manejan las
TIC y se adaptan a la evolución, los importantes, para los
que se persigue la fidelización a través de altos
salarios. Para ellos se han roto las fronteras, pero
básicamente en el sentido de que son absorbidos por el
Norte. Los genéricos son los prescindibles en un
porcentaje importante, los sustituibles, con salarios a la baja,
paro y precariedad cronificados.

 En el mundo del capital, el que más se ha
globalizado, incontables masas de capitales corren a una
velocidad 150 veces superior a lo que necesita la economía
real, navegando por el ciberespacio y dando redimientos sin la
necesidad de la intervención de otros factores de la
producción (trabajo y tierra). Ahora bien, cuanto
más se alejan los capitales de los procesos
productivos:

-        
más inhumanos se hacen, más centrados en los
beneficios: los ganadores y los perdedores no se ven la
cara;

-        
más potencialmente graves son las crisis
financieras.

Por último, el mundo del mercado ha experimentado
una expansión fortísima y globalizada. Pero como en
las TIC, mercado globalizado no equivale a mercado universalmente
generalizado. De hecho, la globalización está
afianzando las desigualdades también desde el dinamismo
del mercado: el 20% de la población mundial ha visto
reducirse su participación en él del 4% a menos del
1% y recibe escasamente el 0,2% de los préstamos
comerciales mundiales. De nuevo aparece aquí, con
más crudeza, el fenómeno de la exclusión.
Como se avanzó antes, exclusión es más que
pobreza. La muerte del pobre afecta al sistema que lo oprime y
explota. El pobre excluido es sobrante, desechable, su muerte
favorece al sistema. La exclusión radical puede estar
afectando hoy al 35% de la humanidad y el 80% sufre algún
tipo de exclusión.

b)      Los retos
éticos

 Tal panorama nos presenta en primer lugar
el reto de construir la igualdad, de quebrar esta
orientación hacia el aumento de la desigualdad. Ante tal
tarea, el primer sentimiento parece ser el de impotencia. La
vía posible puede estar en la globalización de la
solidaridad.

 La solidaridad se enfrenta al hecho de que aunque
la globalización está permitiendo un fuerte
crecimiento y está impulsando aperturas e innovaciones
diversas, el modo como lo está haciendo está siendo
fuente de graves injusticias y problemas. Algunos proponen
comenzar haciendo una distinción utilizando dos palabras
que a veces se usan como sinónimos:

-        
mundialización: apunta al horizonte de un mundo
interconectado e interdependiente. Puede verse como el fin al que
cabe aspirar, en la medida en que se insista en los aspectos
cualitativos del bienestar, en la justicia y en la
solidaridad;

-        
globalización tecnoeconómica: podría ser el
medio si se realizara adecuadamente, para lo que debe quebrarse
su dinámica actual.

Para ello, en cualquier caso, es preciso, por un lado
crear una potente dinámica de la sociedad civil
internacional y, por otro lado, es preciso crear fuertes
instituciones internacionales de distribución.
Serían dinámicas íntimamente
interrelacionadas que expresando la solidaridad son las
vías de realización de la justicia y la
igualdad.

La dinámica de la sociedad civil internacional
solidaria se está expresando en estos momentos en el
movimiento antiglobalización, que algunos prefieren
llamarlo movimiento por la justicia global, y que se hace
especialmente visible en las manifiestaciones ante las cumbres de
instituciones internacionales a las que se acusa de gestionar la
globalización en beneficio de los aventajados en la misma.
De él cabe decir:

-         que
marca un camino: el de luchar contra los efectos perversos de la
globalización asumiendo las posibilidades que ofrece para
la solidaridad, a través de la creación de redes
específicas;

-         que
pide que se avance de lo crítico –sin dejarlo- a lo
propositivo. En este sentido, no basta con manifestaciones del
tipo de las que se inician en Seattle. Se precisan iniciativas
cada vez más sólidas del tipo de las que se inician
con la Conferencia Mundial de Porto Alegre;

-         que
debe hacerse una autocrítica. Al menos en dos sentidos: 1)
de las connivencias con la violencia que se dan en él; 2)
de ciertas alianzas extrañas: tiene por ejemplo poco
sentido aliarse con los agricultores europeos que lo que quieren
es el proteccionismo de sus productos frente al Sur;

-         que
conviene articular adecuadamente el posibilismo con la
utopía. Lo primero no quiere decir ser timorato. Por
ejemplo, buscar la implantación de la tasa Tobin,
podría ser posibilista. Pedir la condonación de la
deuda externa del Sur reorientando socialmente los recursos
liberados podría ser posibilista. Potenciar con nuestras
inversiones los fondos éticos de inversión que
discriminan éticamente a las empresas puede ser
transformador en la medida en que se generalizan razonablemente.
Apoyar el consumo solidario (comercio justo) podría ser
concienciador y motivador de cambios relevantes en la
dinámica del comercio mundial.

De todos modos, la justicia y la solidaridad se realizan
eficazmente cuando se realizan a través de adecuadas
instituciones de distribución que pidiendo más a
quienes más tienen dan más a quienes más
necesitan. Algunos países (socialdemocracias fuertes) han
realizado esto con bastante eficacia a nivel nacional. La
globalización nos plantea el reto de crear instituciones
que lo realicen a nivel mundial. ¿Cómo justicia
mundial o como justicia internacional?

 La sensibilidad "sin fronterista" es especialmente
manifiesta en quienes desde las ONGD trabajan por acortar las
enormes distancias en cuanto a la realización de la
justicia que separan a unos países de otros.
Intuitivamente nos parece, en efecto, injusto que se nos penalice
por algo de lo que no somos responsables, concretamente por haber
nacido en países pobres o internamente opresores.
¿No habrá que optar, por eso, por un ámbito
de aplicación de la justicia no nacional sino global, que
abarque al mundo entero, que suprima las fronteras que
sólo consagran egoísmos colectivos?

 Pero esta solución no deja de tener
problemas. Aparte de que un Estado mundial se nos muestra
peligroso, porque podría ser más bien un Estado
opresor y uniformador, hay otras consideraciones que deben entrar
en juego. Porque a veces, el que la justicia tenga un
ámbito nacional puede parecernos bien. Pensemos en un
pueblo oprimido como el saharaui. ¿No debería
disponer de un ámbito propio de justicia que le permitiera
disponer de recursos y de distribución de bienes con los
que proteger democráticamente lo que le define como
pueblo?

 Nos encontramos así con una
paradójica tensión: por un lado, parece que la
justicia en el contexto de la globalización debe ignorar
las fronteras, por otro parece que conviene que las tenga
presentes. ¿Cómo afrontar esta tensión?
Remitámonos primero a los bienes que la justicia debe
garantizar. Puede decirse que ésta debe cubrir nuestras
necesidades básicas. A su vez éstas pueden
estructurarse en cuatro grandes núcleos: necesidades
corporales, seguridad, libertad e identidad. La concreción
de algunas de ellas es universal, esto es, varía poco en
cada cultura, mientras que la concreción de otras es
marcadamente cultural, varía significativamente
según las culturas. Pues bien, desde estas precisiones se
podría concluir: a lo que debemos avanzar es a una
justicia nacional generalizada que pueda cubrir las necesidades
relacionadas con la identidad propia, que se articula
adecuadamente con una justicia internacional que garantiza que
todos tengan esa posibilidad de justicia nacional y que se cubran
en todos las necesidades menos marcadas por la impronta de las
culturas.

Dejemos la cuestión de la justicia nacional para
el próximo apartado. La justicia internacional es la que
entiende que la sola justicia nacional es injusta porque no
garantiza los repartos debidos. Es aquella que se centra en las
dimensiones más materiales y de seguridad de las
necesidades y capacidades para garantizárselas a todos los
humanos. Es aquella que se dota para ello de instituciones
internacionales democráticas y eficaces de recogida y
distribución de recursos con las que no sólo se
afronten con rapidez, eficacia e imparcialidad las situaciones de
catástrofe sino también las situaciones habituales
de desigualdad injusta. Desde una orientación como
ésta:

-        
esquemas de ayuda como el del 0,7 oficial (recordemos que en la
práctica se queda en el 0,3 y con modos muy discutibles)
quedan totalmente superados y replanteados desde el horizonte de
una auténtica justicia distributiva;

-        
instituciones como el BM, el FMI y la OMC quedan totalmente
cuestionadas, pues su gestión de la globalización
es contraria a los reclamos de la justicia
distributiva;

-        
habría en cambio que crear instituciones que garanticen un
sistema mundial básico de protección social, que
cubra las necesidades básicas citadas a través de
impuestos progresivos a la renta (que automáticamente se
recaude más en las naciones ricas y se distribuya
más en las naciones pobres, de acuerdo con sus necesidades
de ingreso y desarrollo);

-        
habría que crear igualmente una organización
internacional de comercio que asegure el acceso equitativo a
todas las formas de comercio mundial;

-        
habría que crear códigos eficaces de alcance
mundial para regular la responsabilidad social de las empresas
transnacionales (por ejemplo, frente al trabajo
infantil…).

Avanzar hacia la internacionalización de la
justicia desde la presión de una sociedad civil mundial
que globaliza la solidaridad no es tarea fácil. Pero
así como en el pasado las sociedades sólo
podían plantearse con los externos a ellas esquemas
éticos de hospitalidad, hoy podemos plantearnos esquemas
éticos globales, porque disponemos para ello:

-         de los
medios materiales y técnicos (las TIC, las posibilidades
de transporte, etc.);

-         y de
un horizonte que nos oriente éticamente: los derechos
humanos.

Esta internacionalización de la justicia debe
contemplar además un nuevo factor. No puede consistir en
generalizar los modos de satisfacción de los deseos
–más que de las necesidades- del ideal de consumo
del Norte, porque ecológicamente el planeta no lo
soportaría. A este respecto hoy tenemos la paradoja de que
la economía que se globaliza (en términos de empleo
una parte pequeña de la economía mundial, pero en
términos de influencia la más decisiva) no es
generalizable. La globalización ha puesto de manifiesto
nuestra interdependencia con la naturaleza como entidad global
explotada que desborda todo tipo de fronteras. Es algo que no
puede ignorarse ni en los procesos de producción (no
destructiva) ni en los de distribución (no centrada en los
deseos). Es además algo que no afecta sólo a las
instituciones, sino también a nuestros ideales de vida, en
los que debe aparecer como relevante el ideal de sobriedad, no
sólo como exigencia de justicia solidaria sino
también como experiencia de realización en
libertad. 

Retos éticos de
la globalización político-cultural

  • a)  Algunos datos de la
    situación

Suele decirse que la globalización, en una
compleja interrelación, está suponiendo a la vez el
debilitamiento de los Estados, la potenciación de una
cultura uniforme generalizada y la afirmación de
identidades culturales particulares.

Que los Estados se debilitan debe ser afirmado con
matices:

-         Hay
Estados y Estados. En el mundo que se globaliza hay tres grandes
zonas geográficas lideradas por tres Estados, en especial
por el primero de ellos: Estados Unidos, Alemania (UE) y
Japón.

-         Los
Estados, más que desaparecer se transforman, sobre todo
buscando alianzas estables o coyunturales con otros Estados y
generando organizaciones como el FMI o la OMC.

-         Con
todo hay pérdidas respecto a la soberanía de la
autosuficiencia: no pueden controlar los flujos de capital,
información y tecnología, aunque tienen capacidades
de intervención. Las empresas transnacionales se
están revelando como fuertes agentes de
globalización que compiten con los Estados.

-         Se les
ve más centrados en gestionar la globalización que
en atender las necesidades sociales de su población, lo
que les está costando pérdidas de
legitimidad.

-         Las
fronteras estatales están siendo presionadas
también por las corrientes migratorias, motivadas por la
exclusión que sufren amplias capas de la población,
unida al conocimiento de los privilegios de los globalizados y a
los medios de transporte.

Que a la uniformación cultural acompaña
reactivamente la afirmación de las particularidades
culturales, especialmente las religiosas (en general en sus
versiones fundamentalistas), étnicas y nacionales, es
evidente. Caben dos razones explicativas:

-         las
conexiones en red, frente a las conexiones por territorio,
historia, cultura, individualizan las identidades, pero no
ofrecen sentido. Por eso son insuficientes para el ser
humano;

-         el
torbellino que acelera la integración y mezcla de
culturas, informaciones y consumos, provoca el miedo a la
desposesión de las identidades, al repliegue defensivo que
reafirma la propia tradición
cultural. 

  • b)  Los retos éticos

Junto a retos que empalman con lo visto en el punto
anterior (exigir a los Estados que no desmantelen los sistemas de
protección social), el reto fundamental es aquí el
de ver cómo articular la aspiración a la
universalidad con la afirmación de la particularidad de
las identidades.

-         Debe
quedar claro que hay que combatir toda afirmación
religiosa, étnica o nacional que se exprese de modo
fundamentalista, violando los derechos humanos
individuales.

-        
Algunos proponen que no haya otra identidad pública que la
de la ciudadanía cosmopolita (del mero sujeto de derechos
humanos) que afecte por igual a todos los individuos. Pero: 1) su
realización pide en la práctica un único
Estado mundial, con los problemas ya señalados; 2) y con
frecuencia lo que se propone es en la práctica una
extensión solapada de la ciudadanía cultural de los
Estados occidentales.

Hay que avanzar por eso hacia la justicia etnocultural.
Cuestión delicada porque implica:

-         Una
justicia nacional que se armoniza con la justicia internacional
propuesta antes. Es una justicia: 1) que goza de las
instituciones internas adecuadas y eficaces para cubrir las
dimensiones culturales de las necesidades de sus ciudadanos; 2)
que como tal quiere generalizarse, esto es, que resulta
incompatible con cualquier pretensión de dominio militar o
económico de unas naciones sobre otras; 3) que fomentando
una solidaridad interna cultiva además una solidaridad
abierta, dispuesta a desbordar sus fronteras de acuerdo con las
exigencias de la justicia internacional, no simplemente a dar
limosnas voluntarias y normalmente interesadas.

-         Un
replanteamiento de la concepción unitaria de los Estados
pero incluso de las fronteras estatales desde la
reclamación de los derechos de autogobierno
(indígenas, naciones sin Estado) como garantía del
mantenimiento de una identidad que se considera necesaria para
las autorrealizaciones personales e incluso un bien en sí.
Está aquí la polémica cuestión de la
tercera ola del derecho de autodeterminación en la que no
puedo entrar. Debe quedar claro en cualquier caso que desde el
actual marco de la globalización, esta cuestión no
puede asumirse con esquemas de soberanía que corresponden
a concepciones de autosuficiencia ya caducadas.

En conexión tanto con el debilitamiento de los
Estados como con la afirmación de la identidad
etnocultural está la cuestión de la
inmigración. A modo de orientación ética, y
a falta de espacio, me limito a breves apuntes:

-         Desde
las perspectivas estrictamente liberales en la
interpretación del papel de los Estados, no hay ninguna
razón que justifique el control de las fronteras. Todas
las identidades étnicas serían privadas y ante
ellas el Estado debería ser neutro. Quienes defienden esas
perspectivas y controlan la inmigración caen en una
contradicción.

-         Desde
posturas abiertas al derecho público a la diferencia puede
defenderse el derecho a controlar la inmigración de los
fuertes hacia los débiles, pues son los fuertes los que de
verdad amenazan la identidad (el caso de la zona mexicana que se
anexionó Estados Unidos, el caso indígena, el caso
del Tíbet).

-         Es
mucho más problemático que pueda controlarse la
inmigración de los débiles hacia los fuertes, por
cuestiones de justicia distributiva: no sólo debe
revelarse necesario para la defensa de la propia identidad, debe
hacerse a la vez –esto es lo moralmente decisivo- todo lo
posible para garantizar una paz y una justicia distributiva y
comercial internacional que haga innecesaria la
inmigración forzosa.

-         A los
inmigrantes a los que se admite no puede tratárseles luego
como ciudadanos de segunda, como "criados" perpetuos. Debe
reconocérseles a todos iguales derechos cívicos,
sociales y de participación política. Y respetarles
a su vez sus derechos culturales específicos si lo desean
(pueden desear integrarse plenamente) y en el marco de la
integración a los valores básicos de la convivencia
inspirada en los derechos humanos.

 

 

Autor:

Pablo Turmero

 

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