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Entre flamencos




Enviado por Ramón Guerra Díaz




    Entre flamencos – Monografias.com

    Resumen

    Esta es una hermosa crónica costumbrista de
    nuestro José Martí, describiendo una reunión
    de gitanos y gente de rumbo, descritas con la hermosura del
    testimonio admirativo por aquella gente humilde que marcó
    una cultura y una forma de hacer que aún pervive, no solo
    en España, sino en muchas parte, incluyendo a Cuba. Vaya
    esta trascripción como un homenaje.

    Monografias.com

    -¡Olé!
    ¡Olé!

    -¡Arsa, simpática!

    Y taconeo y gritos y palmadas… Pues este es "el
    Imparcial", el café de la gente del bronce, aquí me
    entro porque llueve y de aquí hemos de salir sabihondos en
    cuanto toca a la vida, genio y hábitos de la alegre
    Flandes.

    Llego a punto para ver bailar al que da la hora y el
    opio entre los bailadores de la plazuela de
    Matute[1]Deja sobre la silla la chaquetilla
    alamarada; pasea con garbo por sobre el sólido tablado el
    lindo cuerpo, cerrado en el vestido a la flamenca, con camisa sin
    cuello, y chaleco de corte, y apretada faja, y colgante de ella
    gruesa cadena de oro, y embutidas las piernas en
    ajustadísimos calzones.

    ¡Mal año para este mozo! ¡Y
    qué mal que le sienta retorcer, a modo de hembra, las
    anchas manazas! Allí, dando en hilera la espalda a la
    pared, hácenle coro el guitarrista con las cuerdas y el
    resto de la flamenca compañía con estruendosas
    palmas. El retrocede, avanza, para, gira, da con las rodillas en
    las tablas, zapatea, escobea, se mece, se retuerce, lame con el
    pie blanco el tablado, lo castiga de súbito
    frenético: y no cesan un punto, ni el compás
    incansable de las palmas; ni las voces excitadoras de los
    comparsas, ni las muestras de regocijo de los concurrentes, ni
    aquel batir sin tregua de tacones sobre el escenario fatigado.
    –Tal parece que el baile flamenco ha acompasado el
    frenesí.

    Jadeante y sudoroso se sienta el aplaudido gitanillo.
    Hénos aquí tan apretados que ni el mísero
    mozo de la casa, con las mejillas rojas en fuerza de las burlas
    que recoge al paso, puede alcanzar el achicorado café y la
    media suela con manteca a estos impacientes comensales, ni en
    este templo del arte de Juan Breva[2]pudiera
    hallar asiento el mismo Bihary, que amo a la reina María
    Luisa, y fue músico grande y gran gitano. Como estamos en
    sábado, aquí vienen los bulliciosos jornaleros a
    dejarse el jornal de la semana. Tal trae su moza, y tal viene a
    buscarla. Alrededor del mismo mármol, zámpase
    sendos tragos de anisado un alcarreño, un carpintero, un
    seor silbante, de los de sombreros de pelo y leontina de platino,
    y dos soldados. En aquella mesa, ese rostro rubicundo,
    agallegado, raso el labio anchuroso, vigilado el rostro por dos
    escuálidas patillas, me revela un cochero en huelga.
    Belfuda y cejijunta es la manceba que comparte con él el
    pastoso chocolate, asómale lo de Betanzos por entre los
    pliegues del negro pañolón. Allí veo una
    figura que en bigotes y fieltro bien pudiera haber servido de
    modelo para un cuadro sombrío de Zumbarán: bien
    está entre los de Flandes, -que de esta y otras cosas se
    colige que vivimos aún en tiempo del Duque de Alba, y de
    allí viene. Pues, ¿y aquellas chulillas juguetonas,
    que están dando qué hacer al aguardiente?: acodadas
    las cuatros en la mesa, cuando vuelven la cara al lado suyo,
    miran de tal manera que parece que rebana y colean. Echanse el
    pañuelo con tal arte que si sobre la espalda les cae en
    larga punta, y en torno al cuello le ciñe en ancho lazo,
    apriétanselo por justo a las orejas, y tírenselo
    sobre la frente de manera que ocultas aquéllas y esta,
    parece que el rostro les asoma por debajo de un largo dosel
    –y no hay Maritornes[3]que parezca del todo
    mal debajo del pañuelo engañador. Aquella se
    levanta y nos enseña el resto del vestido: mantón
    de lana, cayendo sobre la falda en punta como la del
    pañuelo larga, les abriga: de franela de cuartos rojos,
    listados de negro, es la holgada saya. Ni el tipo invita a
    pecaminoso pensamiento, ni los excusan los mal calzados y chatos
    pies de esa chulilla que en demanda de un Don Diego de noche,
    vuelve hacia atrás la cara, y se dirige hacia la puerta.
    Por ella entran a la par aire frío que rompe las nubes de
    humo espeso que llena el salón, y un chicuelo que vende el
    periódico de los chismes, y un mancebo de capa de rojo
    embozo y gafas de oro, y una parvada de joviales artesanos, cual
    con la mano aún embadurnada de pintura, este rubio con el
    mandil lleno de manchas, aquel trigueño –más
    presumido- con un gabanete vergonzante por encima de la blusa,
    cuyos blancos y honrosos ribetes por debajo del gabán se
    le señalan. Este es cerrajero, y habla de
    fallebas:[4] de cancelas[5]el otro,
    que es artista en tablas. Al lado se sientan dos mozuelos
    entecos[6]el uno de ojos brillantes y palabra
    fácil, el otro de rostro picaresco y lengua maldiciente.
    Pero yo quiero hacer apuntes y saco papel: necesito lápiz
    y el carpintero me ofrece uno: -hétenos amigo.

    El zahareño murmura del maestro, y me ruboriza
    con sus malas palabras, y dice que es de maestros querer vivir
    del sudor de los pobres, y me huele a internacionalista; pero no
    parece que le viene mal verse codo a codo con un curioso
    señorito: a bien que la juventud ata voluntades más
    de prisa que rencores y viejos sistemas les desatan. Si son
    internacionalistas, bien que me agasajan, y me dicen coplas, y me
    imitan a Paco el Malagueño.

    Pero aquí vienen, por ahí les abren paso,
    por allá suben de nuevo al tablado los artistas de la
    bullanguera Flandes. Siéntanse en fila, dejando ante
    sí espacio para lo que ha de venir luego.

    – ¡Ea, jóvenes, que se baile
    bien!

    – ¡Lacosta, malagueña!

    – ¡Un sombrero ancho para la Antonia!

    – ¡Olé, Paco!

    – ¡Don Guitarra, no nos avergüence Ud. con el
    brillante!

    Hormiguean las voces; interrumpen los demandados gritos:
    preludian antes que las gemidoras cuerdas, botellas, vasos y
    platillos.

    El uno: – ¡Peteneras![7]

    El otro: – ¡El Polo!

    Un caballero de tres chulas, con capa y con chorrera, y
    con las sienes cubiertas por parches espesos de negrísimos
    cabellos: -¡Tango, tango!

    -¡Ea! ¡no interrumpíme! –dice
    el bravo de la cuadrilla. La tormenta se calma: Don Guitarra
    preludia, y; ¡vaya si luce en la siniestra el brillantazo
    del apóstrofe!

    Por el Guitarra comienza la fila: síguele
    altanero con bigote al uso clásico, Paco el
    Malagueño. Calienta a este los costados una gruesa moza,
    que para esfinge no tenía precio; canasto de rosas en
    negra yerba semeja su cabeza: mantón de seda le cruza por
    el pecho: suelta bata rosada le dibuja las desordenadas formas:
    no pecaría por ella San Antonio. Está junto a ella
    Antonia la afamada; le oscurece la frente enverjado de rizos;
    erízansele en la revuelta y esponjada cabellera peinetas
    de carey, de clavos de oro, rosas rojas flotando sobre ganchos;
    en caída voluptuosa le cae con gracia sevillana sobre el
    cuello, la propia espléndida trenza, que luce una flor
    blanca. Ya anuncia este buen rasgo los picarescos ojos, abierta
    nariz y risueña boca de quien lo tuvo: en bata y en
    mantón hermánase a su hermana. –Y vienen
    luego Jiménez, aquel del baile y taconeo: y Lacosta,
    gallardísimo mozo, de blanca tez, de magníficos
    ojos, de agraciada y brece boca. Napolitano, árabe,
    bohemio: todo a un tiempo parece. Así pudo ser Rizzio que
    enamoró a María Estuardo: así pudo ser
    Byron. Rasa la barba, sobre la frente limpia recogidos en alta
    onda los cabellos; brillándole en las manos las sortijas,
    en la ajustada chaqueta lustrosos y colgantes
    alamares[8]en la abierta pechera de botonadura
    rica, en los labios inquietos el inagotable chiste, en los pies
    revoltosos la bullente jácara[9]Lacosta es
    allí el alma, el nervio, la palabra, la inteligencia, el
    bastón –que no batuta-, el ole de aquel grupo. El
    llena con desmanes de la lengua los compases vacíos:
    interrumpe -¡mal año! –con oportuno gracejo la
    silenciosa cadencia que en los bailes y cantes andaluces sucede
    al repiquetear de manos, pies y cuerdas enloquecidas y
    alborozadas.

    – ¡Olé, que va a carta Paco!

    Y comienza a cantar Paco una de aquellas interminables
    malagueñas, con esa voz rajada, no suspendido aliento, y
    sostenida nota rastrera que el canto exige. A medida que la nota
    avanza, el cantador, privado de aire, se enrojece, y mientras
    más se le enciende el rostro, y más levanta la
    rajada nota, y más cantidad de voz ha logrado emitir en
    una expiración, y más se le hincha el cuello, de
    manera que quiere saltar por sobre los bordes de la ceñida
    camisilla, -más ferviente es el olé de las mozas, y
    más cordial el chiste de Lacosta, y más clamorosos,
    entusiastas y alborotados los aplausos. Dilátase la
    admiración de los oyen a medida de las venas del que
    canta. Piérdese, al terminar la nota, en el coro de las
    palabras y voces excitadoras. Prémiase y mímase al
    cantador. Como que se apenan de gustar su cante difícil, y
    quieren darle con aquellos aplausos singulares, a la par que
    glorioso descanso, el aliento de que ha menester para la nueva
    prueba. Al fin un golpe de bastón, que está siempre
    en mano del que canta, pone término a aquella prolongada,
    arrastrada, recobrada, repetida nota fatigosa.

    Encomia el uno a Paco. Por aquí se
    oye:

    – ¡Ca! ¡ni pa Breva!

    Oyese por allí:

    – ¡Ca! ¡ni pa Dios!

    Añaden otros:

    – Es corto de resuello.

    – ¡Esos jipíos son los
    únicos!

    – ¡Breva tiene otro garganteo!

    Porque Breva es hombre que canta de un solo resuello
    toda la malagueña. Y es la gracia que el cante comience,
    siga y fine en un mismo tono, -y que los juegos de garganta no
    obligan a respirar de nuevo a Breva. El apasiona. A él lo
    retratan. A él lo imitan. El da conciertos. A él lo
    aplauden en el teatro de la Bolsa, la gorda carnicera, el rico
    torero, el chulo auténtico, el chulo aficionado, el grande
    de España, la dama opulentísima;
    -¿quién no ha ido al teatro de la Bolsa a ver
    zapatear a Trinidad, incitar y encender a la Roteña, gemir
    "soledades" a la Concha, rasguear en la cuerda al famoso Paco, y
    estremecer y arrebatar al gran Juan Breva? Si a retazos turban la
    voz del héroe del cante los demonios retozones de
    aguardiente: si a groseros placeres convida, y corporales
    deleites recuerda la estrofa andaluza: si garganteos de oficio
    quitan a las soledades melancólicas su real y
    tiernísima belleza: si es la frenética
    alegría de la Roteña descarado y resuelto convite a
    todas las locuras de la carne -¿qué importa que lo
    miren ojos castos, ni lo aplaudan manos puras, ni lo contemplen
    absortos adolescente inexpertos?- ¡A los toros, por la
    calle de Alcalá! Fustas, campanillas, voces, desordenada
    muchedumbre: hoy es Domingo!

    -Rajada voz; deshonestos cantares, realce, copia y
    revelación de los devaneos del apetito:¡ahora es de
    noche!- ¡Mal año para el escudo madrileño! El
    espada Franscuelo cabalga en el oro, y a horcajadas sobre una
    rama sacude la Roteña los
    madroños![10]

    -¡Que no! –clama en "el Imparcial" el joven
    cerrajero de las fallebas: -¡qué no hay quien pa
    Breva!

    -¿Y a Pepe el Tuerto, que cantó sin
    sosegar 32 malagueñas?

    -¿Y Paco el Gandú?

    -¿Y el Carito?

    Porque estos son entre los aficionados a lo de Flandes,
    los artistas clásicos.

    -Pues – ¿y el Cieguito? ¡Toca mejor que
    ese!

    -¿No ha visto Ud. al Jorobaíto? Pues ese
    baila el "ferrocarril" y la "escobita" que hay poquito que lo
    hagan.

    Mas súbito taconeo hace temblar la hueca
    tablazón. No es una mujer que baila: es una figura
    fantástica que sobre el tablado se desliza. Corea y aclama
    el público. La guitarra acompaña. Las palmas
    marcan, ora estrepitosamente, ora lánguidamente los
    tiempos. La volante palmera se detiene. He aquí a Antonia,
    vuelta de cara al público. Con las puntas de los pies
    acarician las tablas los flamencos, y con blanda mano la cuerda
    el guitarrista, y con las palmas vueltas, y los torneados brazos,
    y la fácil mirada, y un rítmico y al principio
    imperceptible balanceo del cuerpo, acaricia a su vez la bailadora
    al público extasiado.

    -¡Oh, cuán viva la música gitana! Es
    revuelta y fogosa, de variados ritmos, de ornamentación
    extraña, de modulaciones lánguidas como el
    destierro, acariciadora como la pasión, blandas como un
    beso juvenil en labios frescos. ¡Amar, desperezarse,
    caminar, mirarse, largamente al sol! Fugax, sequax. –Como
    que persigue el gitano sin conciencia un ideal que no ha de
    hallar jamás. ¡Cómo que se acuesta en el alma
    una mirada de gitana! Llega al corazón y en él se
    enrosca. Dejan en la memoria los gitanos los colores de un
    sueño brillante. Son serpientes que dejan la
    impresión de un pájaro mosca.

    Su música rebosa en cambios bruscos de tono, en
    atrevidos, inesperados, súbitos, melancólicos
    descensos del grito agudo al misterioso tono bajo, -¡como
    si el clamor de su vida miserable estuviese en ellos
    perpetuamente unido al canto jubiloso, a la alegría de la
    pasión desnuda y satisfecha!

    ¡Ved como enseña Antonia la redonda cadera,
    por sobre los frágiles vestidos que la cubren!
    ¡cómo crece el balanceo rítmico!
    Anímase la danza con aquellos lascivos movimientos. Como
    que engarza besos Antonia en invisibles guirnalda con los brazos
    que perezosamente mueve. Como que los pide, echando hacia
    atrás la brillante cabeza. -¡Misterio del
    arábigo retrete, –armas de míseras esclavas,
    -divertimiento de señores corrompidos- héos en
    escena!

    -¡Olé, con elegancia!

    ¡Qué serpear, qué revolver, y que
    esquivar, y qué ofrecer el incitante cuerpo!

    – ¡Olé! ¡ahora, ahora!

    Y las pálidas vírgenes cubrieronse el
    rostro, y fueronse llorando a raudales!

    ¿Qué canta ahora Lacosta? –Rica voz,
    la del bello mancebo: peteneras. Modula con gracia, frasea con
    claridad. Apoyada la mano en el muslo, encendida la mirada
    juvenil, móvil y afable el rostro hermoso, -héle
    que dice sonriendo, en estrofa llena de realce y color, animada
    por música viva:

    "Anda jablando tu madre/De mi honra no sé
    qué:/¿Para qué enturbiar el agua/ Si la
    tiene que beber?"

    Y recomienza la estrofa, acompañándola se
    mueven oleadas de cachuchas[11]y el
    señorito de las gafas golpea su vaso con un
    duro[12]y vocean las chulillas, y llueven malos
    tabacos sobre el mimado cantador.

    El uno pide una copla y otra el otro, y cada cual su
    preferida: -y él les canta:

    "Soy más firma que un navío/Cuando lo
    están carenando:/Mientras más golpe me
    dan

    /Más firme se va quedano"

    Cerrajero, carpinteros, mozos y mozas, soldados y
    criadas, curiosos y viciosos, todos apoyan en pintoresca y
    tempestuosa grita, aquella voz fresca y vibrante, que de nuevo
    canta:

    "En la fuente de agua dulce/Que hay al pie de la
    montaña/Cayó una lágrima mía/Y se
    volvieron amargas"

    Aquí ya no hay quien no aclame el vigoroso estilo
    del arrogante petenero. Crúzanse miradas como de
    enamorados, y causa de hondos suspiros en Lacosta. –Y como
    si en aquella alma, penetrando en el interior la soberbia belleza
    del rostro gitano, no hubiera muerto por completo esa arrobadora
    fibra triste que acentúa y hermosea el acento bohemio-
    casi ya en pie flotando al mover del cuerpo los alamares negros y
    vistosos, y luciendo en el pálido rostro de tristes y
    admirables ojos negros, cantó Lacosta a tiempo que
    volví su lápiz de carpintero al benévolo
    internacionalista esta copla gitanísima:

    "En la catreá me entre/Dando voces como un loco/
    Porque me penó un debé/ ¡Qué tu
    quería a otro!"

    José Martí

    Revista "La Ofrenda de Oro", Nueva York, mayo de
    1883

    Al pie de este artículo aparece escrito "Madrid,
    1881". Para esa fecha ya Martí no está en
    España, la que abandona el 1879, pero con apuntes de esa
    época pudo haber escrito estos recuerdos quemantes y
    significativos sobre la cultura del flamenco gitano
    español.

     

     

    Autor:

    Ramón Guerra Díaz

    [1] Esta plaza es más bien un pasaje
    que une la calle Huertas con la calle Atocha. La placita, que
    al llegar a Huertas se abre en forma de triángulo y
    tiene algunos arbolitos, es el respiro de Huertas, el sitio
    donde muchos de los habitantes del Barrio de las Letras de
    Madrid se detienen a tomar una caña o a comer algo
    liviano. El único bar que allí se encuentra no
    tiene nada de especial, salvo su terraza, que ocupa buena parte
    de la plaza, y es, a cualquier hora del día, una pasada.
    (Tomado del sitio MINUBE)

    [2] Antonio Ortega Escalona, conocido
    artísticamente como Juan Breva es el más
    importante de los cantaores flamencos de Málaga, su
    recuerdo es tan importante que la peña flamenca
    más importante de la ciudad lleva su nombre.
    Nació en Vélez Málaga, Málaga en
    1844 y falleció en Málaga en 1918.

    [3] f. col. Criada ordinaria, fea y
    hombruna.

    [4] f. Varilla de hierro sujeta en varios
    anillos y que puede girar por medio de una manilla para cerrar
    las ventanas o puertas de dos hojas, asegurando una con otra, o
    con el marco.

    [5] Reja pequeña que se pone en el
    umbral de algunas viviendas.

    [6] adj. Enfermizo, débil, flaco.

    [7] f. Cante flamenco popular, semejante a la
    malagueña, formado por coplas de cuatro versos
    octosílabos.

    [8] m. Presilla con botón que se cose
    a la orilla del vestido:

    [9] f. Romance alegre, escrito con la jerga
    de los rufianes y pícaros, y en el que se narran hechos
    de la vida de estos personajes. Música y danza con que
    se acompañaban estos romances.

    [10] El madroño es el árbol que
    aparece en el escudo de Madrid.

    [11] f. amer. Gorra de visera:

    [12] m. Moneda de cinco pesetas.

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