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La Globalización Germen de la Sociedad Solidaria




Enviado por Pablo Turmero



Partes: 1, 2

  1. Ante la
    globalización
  2. La globalización:
    ámbito de las oportunidades y alternativas
  3. La convocatoria:
    requisito para una mayor participación
  4. Los fines de la
    educación en una sociedad global
  5. ¿Sociedad del
    conocimiento o sociedad solidaria?
  6. Bibliografía

Ante la
globalización

Nunca en tan poco tiempo se ha escrito tanto sobre una
cuestión emergente: la globalización. Economistas,
sociólogos, políticos, juristas, etc., aportan su
visión ante los cambios sociales en los que vivimos y la
prospección pretende integrar los resultados de los
diferentes ámbitos del saber con la pretensión de
diseñar la sociedad que nos espera en un mundo
globalizado.

El futuro posible está siempre preñado de
incógnitas, y éstas parecen acentuarse y ampliarse
en el panorama actual por causa de la globalización: por
la novedad radical que entraña y la ineludible llamada a
la innovación que comporta. Las perspectivas son
múltiples a la hora de considerar este futuro y, sin duda
rebasan la meramente económica. Tal vez sea ésta la
más visible e inmediata por diversos motivos; no
sólo por su mayor y más directa incidencia en la
vida cotidiana, sino también, por ejemplo, por el valor
dinamizador en el desarrollo de las nuevas tecnologías de
la información. Más no por ello puede reducirse el
fenómeno de la globalización a su dimensión
económica; o, si se quiere, la expansión a las
otras dimensiones de la vida humana forman parte inseparable del
fenómeno globalizador, que se inició en la reciente
actualidad con la extensión de la economía de
mercado y el consiguiente incremento del comercio mundial y la
creciente permeabilidad de las fronteras aduaneras. "La
globalización es mucho más que una nueva tendencia
económica internacional. Es un proceso histórico de
larga duración que se anuncia hoy en el ámbito
económico y que va expandiéndose por todas las
dimensiones humanas" (Moncada, 2000, p. 5).

La nueva situación, en efecto, reclama
innovación en las estructuras y en la acción
individual, y tal podría ser el verdadero problema de la
globalización: no los medios que van a requerirse, sino el
cambio en las actitudes que va a exigir; es entonces cuando
comparece de inmediato la educación. No obstante, esta
apelación no despeja los problemas, sino que suscita otros
nuevos. El primero y esencial es el mismo talante con que se
afrontan las virtualidades educativas ante la educación:
no cabe mantener los mismos esquemas pedagógicos, pero
tampoco puede admitirse una subversión o
"revolución" indiscriminada de los valores subyacentes en
las concepciones educativas. Ante todo, se trata de encarar los
riesgos de los nuevos retos, aceptando serenamente que las
posibles elecciones son inciertas, aunque por otra parte sean
insoslayables. La incertidumbre que conlleva el fenómeno
de la globalización es un severo obstáculo
-afectivo y racional- que sólo puede remontarse
abriéndose sencillamente a la búsqueda de la verdad
y aceptando humildemente la imprevisión constitutiva de la
libertad.

Es significativo y sugerente el título del
artículo de P. Fitzsimons (2000): "Cambiando las
concepciones de globalización: cambiando las concepciones
de educación". El autor arremete contra la simpleza de un
irreflexivo y precipitado optimismo por el cual se espera que la
globalización económica dispondrá para los
habitantes de la tierra los beneficios que aportará
mecánicamente el liberalismo económico. Tan ingenua
posición revela una actitud pasiva y miope, que
simplemente se limita a aguardar los efectos de la
globalización; efectos que se suponen positivos, aunque es
imposible saber por qué. Por contra, se precisa una
actitud activa, un talante promotor del cambio que no se resigne
a padecerlo, sino que aspire a ser su protagonista; y
efectivamente, esto supone, cuando menos, la disposición a
cambiar las concepciones de la educación, sin olvidar que
este cambio conlleva el de las concepciones de la
globalización.

La raíz de este cambio consiste más en la
variación y modulación de unas actitudes que en el
acopio de unos conocimientos. Ante todo, es preciso reemplazar
las expectativas existentes, fruto del paradigma vigente hasta
finales del siglo XX y que someramente puede describirse como
sigue:

a) la idea de progreso, hija mayor y heredera
única del espíritu racionalista de la
Ilustración, queda confirmada en su aspiración
última; pero no así en su dinamismo y su
desarrollo, que no consiste en el despliegue de la razón
teórica mediante los grandes sistemas de pensamiento
político-social, y su culminación en la
razón instrumental, vertida en las redes
tecnológicas susceptibles de entronizar el medio por
encima del fin;

b) el progreso ha dejado de ser sólo un ideal y
se ha hecho realidad social, y -aunque su alcance no sea
plenamente universal- ya no es una mera idea nouménica,
capaz de sustentar un conjunto sistemático de otras ideas;
sistema al que se atribuye en sí mismo la virtualidad
renovadora de la sociedad. El crepúsculo de las
ideologías prenuncia el amanecer de la vida social libre,
donde las ideas juegan su papel propio, que no es el de
integrarse en un sistema teórico que pretende ser rector
absoluto del dinamismo social y configurador o troquelador de la
realidad personal;

c) el protagonismo del cambio se devuelve al individuo
concreto, considerado como persona; las acciones
interdependientes de las personas generan los elementos objetivos
y compartidos –cultura, leyes, costumbres, etc.- que van
conformando la vida social; ésta no es el precipitado de
un sistema ideológico, la decantación del
sueño de la razón teórica, sino que es la
emergencia de las aspiraciones y los fines sempiternos de la
condición humana, plasmados por la razón
práctica en una situación concreta y
particular;

d) se trata, en suma, del despliegue de la libertad
humana en la acción personal: esto es, en la
actuación individual y social integradas; esto abre un
amplio campo a la incertidumbre, como antes se
señaló: la libertad puede obtener resultados
fecundos, pero nunca podrá determinarlos a
priori
; las decisiones personales, y no las opiniones de los
expertos, son el verdadero motor del cambio en la era de la
globalización.

El error fundamental que debe corregirse ha sido
denunciado hace años por H.-G. Gadamer: es la
visión subyacente a la noción moderna de progreso
como un proceso de tecnificación de la vida social: "Si es
posible aprehender y calcular relaciones abstractas entre
condiciones iniciales y efectos finales, de manera tal que la
colocación de nuevas condiciones iniciales tenga un efecto
predecible, entonces efectivamente, a través de la ciencia
así entendida, llega la hora de la técnica"
(Gadamer, 1981, p. 42). La ciencia opera en el ámbito de
la razón teórica, regido por la posibilidad de
predeterminar las condiciones y los procesos de los
fenómenos físicos. Trasladar el esquema del
conocimiento científico al conocimiento de la realidad
social suspende la acción libre, no sólo en el
ámbito moral de las decisiones, sino también en la
dimensión técnica y fabril de la acción
humana. No se admite entonces que, ante un determinado problema
social, caben innumerables soluciones posibles, según el
arbitrio de la libertad y la responsabilidad. Se piensa que en el
fondo hay una única solución -la mejor- que debe
ser formulada y aplicada por el saber científico,
proyectado en su implementación técnica.

Hay un peligroso riesgo latente en la noción de
modelo: considerar como ideal al mejor modelo, por la
pureza de la comprensión que permite. En efecto, puede
entenderse más completamente un modelo ideal que un hecho
o una acción ejemplar. Ésta se comprende y
se estima; pero presenta lagunas o dudas en su explicación
para el intelecto y esto implica -una vez más-
incertidumbre. La acción o el hecho ejemplar se admiran,
pero no agotan su comprensión, ni pueden resolverse las
dificultades prácticas que sugiere. Hasta que no se obra,
no se conoce suficientemente ni la acción, ni su
resultado, tanto en la acción moral como en la actividad
técnica o productiva. La cuestión es la referencia
racional: o el modelo ideal o la naturaleza ejemplar.

Así lo entiende también Gadamer (1981),
para quien "la antigua vinculación de lo hecho
artificialmente, artesanalmente, siguiendo modelos dados por la
naturaleza, se transforma en un ideal de construcción de
una naturaleza realizada artificialmente de acuerdo con la idea.
Esto es lo que, en última instancia, ha provocado la forma
de civilización moderna en que vivimos: el ideal de la
construcción". Desde la teoría general y abstracta
se analiza la situación, se define el problema y se
diseña la actividad técnica que lo
resolverá; luego sólo queda instruir a los
operarios -los profesionales o funcionarios sociales- para que
apliquen el constructo científico-técnico. La
realidad es así construída, o mejor,
reconstruída, purgándola de los elementos
disfuncionales que presentaba para la acción
técnica de dominio y control. Así se espera ir
conjurando progresivamente la posibilidad del error; pero se
espera en vano, pues el error es consustancial a la libertad
posible.

Este esquema válido para la transformación
de la realidad físico-natural, se traslada a la realidad
social: "sólo el siglo XX es determinado a través
de la técnica de una manera nueva, en la medida en que
lentamente se lleva a cabo el traspaso del poder técnico
del dominio de las fuerzas naturales a la vida social. (…) No
se trata de que nuestra sociedad esté en realidad
totalmente determinada por los técnicos de la sociedad.
Pero en nuestra conciencia se difunde una nueva expectativa
acerca de si, a través de una planificación
adecuada, no ha de ser posible acaso una organización
más funcional, es decir, brevemente, el dominio de la
sociedad a través de la razón para asegurarse una
situación social más racional. Éste es el
ideal de una sociedad de expertos, en la cual uno se dirige al
profesional buscando en él la ayuda para las decisiones
prácticas, políticas y económicas. El
experto es realmente una figura imprescindible para el dominio
técnico de los procesos" (Gadamer, 1981, p.
43).

Estas últimas palabras son el anuncio del
inevitable e ineludible fracaso. La racionalidad técnica,
personificada en el experto, no puede conmensurar la
acción social que pretende dirigir y renovar. El
reconocimiento sincero y valiente de tal fracaso abre las nuevas
perspectivas para afrontar la globalización.
Seguirá habiendo expertos cuyo trabajo intelectual regule
y module los elementos económicos, políticos y
sociales del cambio globalizador; pero los dictados de su saber
teórico y técnico no son la única ni la
decisiva fuente del dinamismo social. Por ejemplo, la nueva
moneda, el euro, sólo ha podido ser establecida desde el
saber teórico -económico, en este caso- de los
expertos; pero su afirmación y su implantación
sólo ha sido posible por la voluntad firme de los
dirigentes políticos en la apertura a las necesidades
concretas de la globalización del comercio. A
éstos, más que a aquéllos, se debe el euro;
y en última instancia se debe aún más a la
voluntad libre y responsable de los ciudadanos, pues no en todos
los países de la Unión Europea ha podido ser
instaurada la nueva unidad monetaria.

La
globalización: ámbito de las oportunidades y
alternativas

Desde la perspectiva de la razón
teórico-instrumental, la sociedad diferenciada, como logro
del proceso de industrialización, corre para muchos un
serio peligro en la sociedad global. Las distintas visiones que
se tienen de la globalización, ancladas en dichas
expectativas -que pueden llamarse preglobalizadoras
parecen tener como consecuencia, curiosamente, asestar un hachazo
a la libertad humana. De una parte, por el carácter
homogenizador de la globalización latente en la
pretensión igualatoria de tantas corrientes que recuerda,
de algún modo, a las sociedades mecánicas de las
que hablaba Durkheim; de otra, por el desequilibrio injusto que
recuerda la aparición de la anomia
durkheimiana.

Durkheim distingue dos tipos de solidaridad social:
mecánica y orgánica. La solidaridad mecánica
se caracteriza por la similitud de sentimientos, valores y
creencias en sus miembros y porque éstos son
intercambiables en un cierto sentido, pues tiene mentalidades
similares y ocupaciones semejantes. Hay una clara tendencia al
uniformismo homogeneizador, pues constituye el fundamento de la
unidad social. La solidaridad orgánica, que da como fruto
la sociedad diferenciada, tiene una consistencia opuesta, pues se
basa en la interdependencia funcional de los diversos individuos,
postulada por la realización de tareas distintas que se
reclaman unas a otras. El origen de esta distinción de
Durkheim está en la consideración de las
consecuencias que conlleva la división del
trabajo.

El proceso por el que se pasa de una sociedad
mecánica a una sociedad orgánica -diferenciada- no
es otro que el de diversificación funcional, consistente
en una diferenciación interna de una sociedad en partes
distintas e interdependientes. Como consecuencia se crea una
solidaridad social diferente no basada en la similitud de
trabajo, de relaciones, de creencias, de valores -lo propio de
una sociedad mecánica-, sino en la necesidad mutua y en la
colaboración de todos a la vida del conjunto. Esta nueva
cohesión social, que procede de la diferenciación
funcional, es la solidaridad orgánica.

La causa por la que se explica el hecho social que
está en el origen de la división del trabajo, cuya
consecuencia es la diferenciación, radica según
Durkheim en la combinación de tres elementos: volumen,
densidad material y densidad moral. El volúmen es el
número de individuos que pertenecen a una colectividad
dada. Por sí sólo no provocará la
diferenciación. La densidad material es la creación
de espacios sociales cercanos en los que pueden llevarse a cabo
las interacciones. La densidad moral será la intensidad de
las comunicaciones y los intercambios de los individuos en esos
espacios sociales cercanos. Observa Durkheim que cuanto
más elevado es el número de relaciones entre los
individuos, más tienden a trabajar juntos, más
estrechas son las relaciones comerciales o competitivas, y mayor
la densidad material. Sólo la combinación de los
dos elementos da lugar a los procesos de diferenciación
funcional.

¿Qué ventajas conlleva la
diferenciación? Sin duda, en una sociedad orgánica,
diferenciada, todos pueden sobrevivir buscando el papel
más apropiado a sus condiciones. Surge así la
especialización en otras actividades útiles y la
interdependencia entre los miembros. La división del
trabajo es decisiva para entender la emergencia de este nuevo
tipo de sociedad, que es una respuesta a la complejidad que
comportan los avances que incorpora.

Un texto de Durkheim ilustra este modo de entender el
todo social, claramente implícito en la
globalización. Apoyándose en la teoría de la
evolución enunciada por Darwin, en la que se explica el
modo en que el individuo lucha por la vida, señala que "la
división del trabajo es, por lo tanto, un resultado de la
lucha por la vida: pero se trata de un efecto suavizado. En
efecto, gracias a ella los rivales no están obligados a
eliminarse mutuamente, y por el contrario pueden coexistir unos
al lado de otros. Asimismo, a medida que se desarrolla,
suministra a un número más elevado de individuos
-que en sociedades más homogéneas se verían
condenados a desaparecer- los medios necesarios para mantenerse y
sobrevivir. En muchos pueblos inferiores, todo organismo
defectuoso fatalmente debía perecer; pues no era posible
utilizarlo en ninguna función. A veces, la ley,
anticipando y consagrando en cierto modo los resultados de la
selección natural, condenaba a muerte a los recién
nacidos enfermos o débiles, y a juicio del propio
Aristóteles esta costumbre era natural. Las cosas ocurren
de muy distinto modo en las sociedades más avanzadas. Un
individuo enfermizo puede hallar en los marcos complejos de
nuestra organización social un lugar donde puede prestar
servicio. Si sólo es débil físicamente, y su
cerebro está sano, se consagrará a los trabajos de
gabinete, a las tareas especulativas. Si su cerebro es
débil sin duda deberá renunciar a la idea de
afrontar una intensa competencia intelectual; pero en los
alvéolos secundarios de su colmena la sociedad tiene
lugares bastante pequeños que obvian la necesidad de
eliminar a este hombre. Asimismo, entre los pueblos primitivos se
extermina al enemigo vencido; pero donde las funciones
industriales están separadas de las funciones militares,
sobreviven al lado del vencedor en calidad de esclavos"
(Durkheim, 1960, p. 253).

Pero no es sólo una cuestión de
supervivencia. Hay algo más de fondo en el planteamiento
de Durkheim: la diferenciación social es la
condición creadora de libertad individual (Aron, 1996, p.
36), ya que en la medida en que la conciencia colectiva reduce su
fuerza y extensión, la sociedad se hace más capaz y
el ámbito de individualidad se amplía
progresivamente. Sin embargo, esta concepción no implica
un optimismo utópico, pues se reconoce la existencia de un
grave riesgo: la anomia que, junto con la
frustración de las expectativas, hace decaer la
cohesión social. La anomia, la ausencia o
desintegración de las normas en la personalidad de los
individuos puede darse efectivamente, pues "si la división
del trabajo no produce solidaridad es que las relaciones entre
órganos no están reglamentadas, es que están
en un estado de anomia" (Durkheim, 1960, p. 360). Pese a este
riesgo, son mayores las virtualidades del éxito, pues
sólo en la sociedad diferenciada se hace posible la
solidaridad orgánica que abre el campo para el despliegue
de la libertad humana.

Ahora bien, yendo más allá de Durkheim, y
ateniéndose a la realidad fáctica, tal proyecto
puede ser inviable, no sólo por la germinación de
la anomia, sino también por la carencia efectiva de
oportunidades y alternativas. Sin entrar en consideraciones
estructuralistas o funcionalistas dimanadas de este pensamiento,
la apreciación durkheimiana nos permite -bajo una
fundamentación más antropológica que
sociológica- reafirmar el carácter social de la
globalización en todas sus manifestaciones, resaltando las
oportunidades y alternativas como marco indispensable en el que
se ha de desenvolver la nueva sociedad y en el que la libertad
como condición del ser personal puede crecer
indefinidamente en su ámbito manifestativo o comunicativo.
En este sentido, como señaló Juan Pablo II en su
discurso al Presidente de los Estados Unidos el pasado 27 de
julio, "la revolución de libertad de la que hablé
en las Naciones Unidas en 1995 se ha de completar ahora con una
revolución de oportunidades, en la que todos los pueblos
del mundo contribuyan activamente a la prosperidad
económica y compartan sus frutos".

En una sociedad global así entendida, es decir,
como ámbito de oportunidades y alternativas, todos tienen
algo que aportar y ofrecer. Es algo más que la mera
supervivencia o condición creadora de libertad de la que
hablaba Durkheim. No es posible admitir una anterioridad de la
sociedad al individuo como se desprende de todo el planteamiento
durkheimiano. La globalización, como expresión
máxima del desarrollo de la diferenciación, apunta
al carácter no excluyente de las diversas realidades y,
principalmente, a quien es sujeto de la acción social: la
persona en su coexistencia.

Sin embargo, dichas oportunidades y alternativas
tendrían poco valor si no conllevasen una mayor
participación, lo que exige darse cuenta de que deben
tener necesariamente un carácter convocante que congrega y
reúne a quienes gozan de una común dignidad en sus
diversas manifestaciones. Pero esta convocatoria no sería
eficaz si no se logra descubrir. La educación juega, en
este descubrimiento, un papel estelar. ¿Para qué,
cómo y qué se educa en una sociedad global con la
finalidad de descubrir el carácter de convocatoria que
conllevan las oportunidades y alternativas? La respuesta a esta
cuestión será la clave para lo que se quiere
abordar y nos abre las puertas para plantear una breve
discusión: es posible que en un mundo globalizado lo que
está por venir no sea sólo la sociedad del
conocimiento, sino y sobre todo, una sociedad solidaria; una
sociedad conformada por admitir serenamente las alternativas y
por ofertar oportunidades. El ofrecimiento otorga a la
oportunidad un carácter convocante por la novedad que
conlleva en un marco de interdependencia. Cuantos más sean
los espacios sociales diversos que se generen, la sociedad global
estará dando mejor respuesta al carácter de
apertura de la persona.

La convocatoria:
requisito para una mayor participación

La raíz etimológica de la palabra
"convocatoria" viene de la palabra latina cum-vocare que
evoluciona fonéticamente hacia convocare. El
cum- es un prefijo asociativo que implica
"compañía", "reunión", "grupo de elementos
iguales" y vocare significa "llamada". El tronco
semántico último es vox, "voz".
Según el diccionario, convocar es "citar, llamar a algunas
personas para que concurran a lugar o acto determinado".
Obviamente, si se cita a alguien es porque se espera que acuda;
la convocatoria no tiene lugar sin la esperanza de concurrencia,
y esto se puede deber a quien convoca, al objetivo -lugar o acto
determinado- o a los dos.

¿Por qué la convocatoria -si es
realmente tal- atrae, reúne, congrega? L. Polo da una
respuesta sugerente: "la capacidad de convocatoria, de congregar,
en el fondo ¿saben lo que es? La belleza. La belleza es la
reunión; consiste en que las cosas no estén
aisladas. Cuantas más cosas se unen en virtud de otra,
mayor es la belleza. Y esto es el ser personal. El ser personal
se caracteriza, y no es una interpretación ornamental, por
su capacidad dialógica de congregar iluminando (…)
Padecemos un gran déficit de belleza. La belleza no es
ornamental, sino central; la belleza es nada menos que esto: la
capacidad de congregar" (Polo, 1996a, p. 74-75).

La convocatoria nos llama a participar a través
de las oportunidades y alternativas. No obstante, observamos que
no todas las oportunidades y alternativas que se presentan gozan
de ese carácter convocante. La desconexión entre
los tipos de sociedad y los tipos de civilización, por
ausencia de reglas y del carácter ético que
conllevan esas alternativas, hace que la sociedad,
manifestativamente hablando, no se muestre solidaria en
ocasiones. Ahí radica uno de los problemas con los que se
enfrenta la globalización: la desconexión de
tipos.

Ciertamente que la división del trabajo se
corresponde con la distinción entre los diversos tipos
humanos; "ahora bien, ningún hombre se reduce al tipo
según el cuál se inserta en la división del
trabajo" (Polo, 1996b, p. 92). Esta reducción
podría calificarse de esclavitud funcional. "Su
condición de posibilidad es una deficiente
organización social en la que los bienes del saber y de la
cultura están muy desigualmente repartidos. En tal caso la
adscripción del hombre al plexo medial a través de
un rol muy elemental, recorta cuando no anula sus posibilidades
tanto de aportación personal a la convivencia, como de
enriquecimiento propio por lo que los demás le aportan.
Cuando en una sociedad esta situación se generaliza, la
diferencia se introduce de facto en ella en la forma
más abrupta: algunos son sapientes y otros sólo
fabri, hábiles. Probablemente, la
asimetría del conocimiento sea una de las
características imperantes -y tal vez más
preocupantes- de las relaciones sociales, en el interior de las
llamadas sociedades del conocimiento" (Múgica, 1996, p.
47-48). Será la sociedad, en sus distintas formas de
organización, quien trate de acoplar los distintos tipos
humanos que se manifiestan en la división del
trabajo.

¿Y cómo trata la sociedad de acoplar esos
distintos tipos humanos? En la medida en que la
organización es capaz de acoger al ser humano a partir de
los distintos tipos. Y esa capacidad, a su vez, se
manifestará en el lenguaje comunicativo de modo que cada
persona, en su individualidad, se enriquecerá con la
individualidad de los otros. En otras palabras, como
anteriormente se señaló, la globalización
apunta al carácter no excluyente de las diversas
realidades. A este modo de proceder se le puede denominar
proceso de socialización, entendido como
aprendizaje social; pero también es la clave de la
comprensión y la ejecución de la
participación social, que significa
fundamentalmente tres cosas: 1) compartir una meta común;
2) repartir bienes y 3) tomar parte con otros en un quehacer
(Álvarez Turienzo, 1973). Estos tres aspectos son
objetivos idóneos de una convocatoria social, y
políticamente tiene la virtualidad de ser un poderoso
antídoto contra las exclusiones y la
marginación.

Educativamente comporta otro gran bien: la
participación efectiva en la dinámica social
salvaguarda de toda estructura o costumbre que coarte la
iniciativa personal; promueve que todos puedan acceder a sus
responsabilidades. En este humus pedagógico
germina ferazmente la solidaridad, que ofrece y sustenta las
oportunidades para que cada persona colabore en la vida en
común. No es mediante doctrinas o pronunciamientos
teóricos como se consigue una educación para la
solidaridad, sino mediante la acción; en este caso, la
acción conjunta o cooperativa. Se pueden hacer mil bellos
y verdaderos discursos sobre la dignidad humana, pero es en la
práctica cuando se vivencia que "la cosa es objeto y
únicamente objeto, mientras que la persona no es nunca
sólo objeto, pues en el fondo de ella queda
siempre un resto irreductible a la objetividad pura, un residuo
que no puede ser nunca puro objeto, sino siempre subjetividad"
(García Morente, 1945, p. 171).

Los fines de la
educación en una sociedad global

La cuestión que se plantea no es baladí.
De la respuesta que se dé derivará un modelo u otro
de sociedad. Hacia eso apuntamos. Es preciso que veamos
qué se educa en una sociedad global para discernir el tipo
de sociedad que nos espera. Si como anteriormente se
señaló, la sociedad es del orden manifestativo,
centrando la mirada en quien se manifiesta podremos dar una cabal
respuesta a qué tipo de educación se espera de una
sociedad global y el consiguiente mundo en el que se llevan a
cabo las relaciones personales.

La clave hay que situarla nuevamente en aquello que
congrega y reúne, es decir, la belleza. Ciertamente que
otras muchas cuestiones nos pueden congregar o reunir, bien sean
de tipo económico, social, político, etc. Sin
embargo, la belleza -entendida como armonía de la
intimidad personal- es lo que da sentido y, por consiguiente, es
referencial de esos otros modos de congregar y reunir.

Si la llamada más inmediata y eficaz a esta
participación proviene de la belleza, resulta prioritario
atender a la formación estética. Esta premisa
teleológica es una muestra privilegiada del mayor
obstáculo acaso para la comprensión de la
globalización y para la educación que precisa una
sociedad solidaria. La índole de la respuesta más
general y pronta a esta necesidad vendría
comúnmente por la vía de la
mentalización o concienciación;
pero esto no es más que una consecuencia de la
preeminencia de la razón teórica señalada
antes. Si las ideas convocan, se debe antes a su belleza que a su
verdad; aunque ambas dimensiones sean inseparables, en la
atracción que ejercen es mayor el intrínseco poder
convocador de la belleza. Pero para que esto pueda realizarse es
absolutamente preciso que la persona haya tenido una
educación estética, mediante la cual podrá
tener la sensibilidad formada para apreciar la belleza. En la
praxis social, la solidaridad, antes que un ideal, es una
sensibilidad afinada que permite percibir afectivamente el valor
intrínseco de cada persona y estimar su dignidad superior.
Decía Pau Casals, viendo la calurosa acogida que su
oratorio El pesebre había tenido por todas partes
del mundo, que la experiencia le demostraba "que todos los
hombres, sean de donde sean, comprenden el lenguaje que sale del
corazón"; esto es, que se expresa en la belleza. Sin duda,
el vínculo de unión entre las diferentes culturas
va a ser muy difícil -si es que es posible- encontrarlo
por la vía de compartir ideas; pero es asequible para
todos participar en el gozo de la experiencia estética y
sentirse congregados por ella.

Desde diversos análisis de la situación se
realizan apelaciones a la experiencia estética como
primum para afrontar la globalización y superar
la complejidad que conlleva, tal vez de modo impreciso, pero
revelador. Es el caso de A. Scheunplfug (1997), que apunta las
dos limitaciones básicas en un trabajo sobre la
globalización y sus exigencias pedagógicas. La
primera es la dificultad para adecuar nuestra capacidad para
resolver problemas al ritmo que exige el cambio social; esto es,
para afrontar su dimensión radical de complejidad. La
segunda es que la sensibilidad humana, por causa de la
dotación genética, está especializada en la
resolución de problemas propios del entorno inmediato.
Esta afirmación, aun estableciéndose desde una
perspectiva biologista y funcionalista, reconoce sin embargo el
papel prioritario que la sensibilidad juega en la
comprensión de la realidad y, por lo mismo, contiene una
indicación o sugerencia a afrontar la educación
estética.

Éstas no son cuestiones que pueda resolver la
razón teórica por sí misma. La preminencia
otorgada a la razón teórica o instrumental es el
mayor lastre pedagógico para afrontar la sociedad global.
Lo instrumental, entendido como medio, da paso a la
primacía de la persona -entendida como fin- en el
ámbito de las relaciones mediales de una sociedad global.
Que las relaciones mediales son importantes no cabe duda; sin
embargo, la sociedad global, precisamente por su carácter
globalizante, en la medida en que asume el carácter
personal, goza de la capacidad de congregar y reunir, de convocar
a una mayor participación. La educación en una
sociedad global da primacía a la persona, sin por ello
obviar los conocimientos necesarios para llevar a cabo una
función en la sociedad medial en la que nos
integremos.

En un reciente estudio que se ha llevado a cabo en el
Departamento de Educación de la Universidad de Navarra,
acerca del perfil profesional requerido por las empresas en sus
profesionales de Recursos Humanos y sobre qué se precisa
para que la inmersión en el mundo laboral sea más
fácil, se recogía la primacía de la persona
en la educación. Y de los resultados obtenidos se pudo
constatar que "la dignidad del hombre, las necesidades
productivas y las necesidades sociales, lo que exigen y reclaman
es un sistema nuevo, asentado en la participación. Pensar
que una formación técnica adecuada es suficiente
para responder a las expectativas de crecimiento y desarrollo de
las sociedades y de los pueblos, o que las cuestiones relativas
al desarrollo personal deben resolverse a escala simplemente
individual, sin ningún tipo de implicación social
en cuestión tan ardua, implica cuando menos una
concepción mecánica de la dinámica social, y
la condena implícita de inmensas masas sociales a la
condición de esclavitud, concebida ésta de un modo
nuevo y tal vez más gravemente alienante que la antigua"
(Naval y cols, 2001, p. 16).

Así, entre los muchos valores comunes entre las
empresas visitadas, en el estudio llevado a cabo,
destacaban:

– Adaptabilidad: saber estar en diferentes
situaciones.

– Flexibilidad: capacidad de adaptarse tanto a los
cambios procedentes del entorno como a los producidos en el
interior de la organización.

– Facilidad de trato, empatía: capacidad de
situarse en la situación de otra persona, de crear una
relación de simpatía, y de prever sus reacciones y
comportamiento futuro.

– Discreción, confidencialidad.

– Responsabilidad.

– Sentido realista y práctico.

– Aptitud verbal, saber comunicarse.

– Rapidez en la toma de decisiones.

– Iniciativa.

– Resolución de problemas.

– Espíritu de equipo.

En este trabajo se puso de manifiesto que "lo que
están buscando las empresas son personas altamente
motivadas para el trabajo, con capacidad de aprender y de aportar
ideas, con una actitud positiva y responsable frente al trabajo,
de modo preferente a su titulación universitaria. Prima la
actitud, las habilidades profesionales, la persona frente a las
titulaciones y al academicismo" (Naval y cols., 2001, p.
68).

En otra investigación similar realizada por la
Fundación Universidad-Empresa de la Universidad de
Navarra, también se ha estudiado la demanda de
competencias y cualidades profesionales que realizan las empresas
en la actualidad. Esta investigación replica y confirma a
otras realizados en diversas partes del mundo y por distintas
organizaciones e instituciones, privadas y públicas. Los
resultados de este perfil profesional demandado por el mercado
exponen, por todo lo dicho, los posibles contenidos o aspectos
del perfil profesional de la persona formada.

En primer lugar se consideran los elementos que conponen
la nueva situación en el mercado de trabajo:

– Cambio del concepto de trabajo

– Mayor calidad de la oferta y la demanda

– Orientación hacia el cliente

– Mayores requisitos de entrada al mercado
laboral

– Experiencia

– Conocimientos específicos, formación
práctica

– Idiomas

Integración en equipos

– Formación continua

– Adaptación continua a mercados y
procesos

– Polivalencia de y en el trabajo

Estos factores se vertebran en tres niveles o rangos del
perfil profesional:

conocimientos saber

actitudes ser

habilidades hacer

Los contenidos de cada nivel son los
siguientes:

a) conocimientos:

– Suficiencia técnica

– Pensamiento divergente e inductivo

Informática y nuevas tecnologías de
gestión

– Idiomas

– Cultura general de empresa

Técnicas y métodos de trabajo

b) actitudes

– Voluntad y seguridad

– Humildad y sencillez

– Talante positivo

– Ambición

– Disponibilidad

– Accesibilidad

– Compromiso – Implicación

– Entusiasmo – motivación

– Apertura mental

– Asumir riesgos

c) habilidades

– Trabajo en equipo

Gestión del cambio

Comunicación y empatía

– Gestión personal y de proyectos

– Resolución de problemas

– Negociación

– Integridad

– Desarrollo personal

– Proactividad

– Calidad

– Liderazgo

En ambos estudios se revela cómo la
educación que precisa una sociedad globalizada no viene
requerida por una demanda tecnificada. "No se trata de instruir
en habilidades técnicas, en destrezas muy especializadas,
sino en actitudes, hábitos más profundos
configuradores de la personalidad humana, aprender a pensar,
búsqueda de sentido de la información que se posee,
para así ser capaces de adaptarse al cambio, adelantarse a
él, asumiendo de este modo la especialización con
un cierto equilibrio e incluso agilidad" (Naval y cols., 2001, p.
98).

Podría decirse sencilla pero verazmente que, si
acaso cabe pensar en términos de resultados, se debe
conseguir la persona formada. Tal es la expresión
con la que P.F. Drucker designa a la máxima necesidad
vital en la sociedad globalizada, que él contempla como
sociedad del conocimiento. Hoy no se requieren principalmente
nuevos desarrollos técnicos ni una mayor extensión
de la tecnología existente; lo que se precisa
primordialmente son personas formadas y, por tanto, capaces de
hacerse cargo de los procesos. Esta perspectiva de Drucker abre
nuevos horizontes a la educación, en primer
término, invitando a reconsiderar los objetivos
formativos. Esencialmente, en la sociedad del conocimiento no se
trata de aprender saberes útiles por su valor propio e
intrínseco; lo que importa, por encima de los saberes
particulares, es aprender a aprender. "En la sociedad
del saber la gente tiene que aprender como aprender. Es
más, puede que en la sociedad del saber las materias
importen menos que la capacidad del estudiante para continuar
aprendiendo y su motivación para hacerlo. La sociedad
capitalista exige estudiar de por vida. Para ello necesitamos una
disciplina del aprendizaje. Además, ese estudio de por
vida exige también que el aprendizaje sea seductor,
más aún, que llegue a ser una satisfacción
por sí mismo aunque no sea algo que el individuo anhele"
(Drucker, 1993, p. 199). Esto último es, una vez
más, la debida apelación a la belleza, aunque no
formulada explícitamente

La escuela va a tener que abrirse a nuevas
configuraciones, que sin negar su misión propia, van a
enriquecerla y expandirla. El objetivo de aprender a aprender no
se residencia sólo en la escuela, sino que se prolonga a
lo largo del trabajo profesional. En la sociedad del conocimiento
decae la vetusta noción de la escuela como lugar de
estudio y aprendizaje, configurando éstos sólo como
preparación para el trabajo, donde ya no se precisa
estudiar y aprender. Al contrario: "la escuela continuará
enseñando a los jóvenes, pero al convertirse el
estudio en una actividad para toda la vida en lugar de ser algo
que dejamos de hacer cuando somos adultos, las escuelas
tendrán que organizarse para una enseñanza para
toda la vida. Las escuelas tendrán que convertirse en
sistemas abiertos" (Drucker, 1993, p. 203).

El acuerdo de esta convergencia mundial encuentra una
primera y privilegiada muestra en el último informe de la
U.N.E.S.C.O. sobre la educación en el mundo, titulado
La educación encierra un tesoro, también
conocido como "Informe Delors", pues es el nombre del responsable
de su coordinación y ejecución, Jacques Delors,
anterior presidente de la Comisión Europea. En dicho
informe se establecen los llamados cuatro pilares de la
educación: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender
a vivir juntos y aprender a ser.

Tras rearfimar la plena validez de la finalidad de
aprender a aprender, se considera el objetivo de aprender a
conocer de un modo distinto al tradicional: "este tipo de
aprendizaje tiende menos a la adquisición de conocimientos
clasificados y codificados que al dominio de los instrumentos
mismos del saber, puede considerarse a la vez medio y finalidad
de la vida humana" (Delors, 1997, p. 96). También confirma
el reto de Drucker respecto a la motivación
intrínseca del aprendizaje, al afirmar que "como fin, su
justificación es el placer de comprender, de conocer, de
descubrir" (Delors, 1997, p. 97), lo que significa una referencia
a la experiencia estética

Consecuentemente, el segundo pilar de la
educación, aprender a hacer, es considerado desde las
exigencias de la educación en un mundo global, avisando de
la nueva visión del saber hacer en el momento actual y
para el futuro inmediato: "ya no puede darse a la
expresión «aprender a hacer» el significado
simple que tenía cuando se trataba de preparar a alguien
para una tarea material bien definida, para que participase en la
fabricación de algo" (Delors, 1997, p. 99).

La dimensión humana integral, y no meramente
productiva, es la predominante en las demandas de profesionales
del mercado laboral. La maquinización y
robotización de los procesos productivos industriales por
un lado, y el crecimiento intenso del sector de los servicios por
otro, ha llevado a una nueva valoración de los puestos de
trabajo, pues "los empleados dejan de ser intercambiables y las
tareas se personalizan" (Delors, 1997, p. 100). Las profesiones
liberales, entendidas como trabajos que el especialista puede
realizar por sí sólo, con la ayuda de unos
colaboradores subordinados -el médico con la enfermera en
su consulta, el abogado con el pasante en su bufete- están
hoy prácticamente extinguidas. En la sociedad del
conocimiento se suscita una interdependencia inevitable entre
todo profesional. Especialmente se ve en la expansión de
los servicios, que ponen de manifiesto las nuevas exigencias:
"cultivar cualidades humanas que las formaciones tradicionales no
siempre inculcan y que corresponden a la capacidad de establecer
relaciones estables y eficaces entre los personas" (Delors, 1997,
p. 101).

¿Sociedad del
conocimiento o sociedad solidaria?

La sociedad del futuro no queda al arbitrio de la
globalización. La globalización, como marco en el
que se expresan las diferentes manifestaciones humanas,
configurará la sociedad que las personas que la habitan
deseen configurar. De ahí que la cuestión candente
sea justamente qué tipo de sociedad tendremos en este
nuevo marco social.

Partes: 1, 2

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