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Globalización y Migración




Enviado por Pablo Turmero



  1. Preludio
  2. Tocata
  3. Fuga
  4. Bibliografía citada

Estos individuos eran indudablemente indios y en
nada se parecían a los Pedros y Panchos del
estúpido saber popular americano… tenían
pómulos salientes y ojos oblicuos y gestos delicados; no
eran idiotas, no eran payasos; eran indios solemnes y graves,
eran el origen de la humanidad, sus padres. Las olas son chinas,
pero la tierra es asunto indio. Tan esenciales como las rocas del
desierto son ellos en el desierto de la "historia". Y lo
sabían cuando pasábamos por allí; unos
americanos que se daban importancia y tenían dinero e iban
a divertirse a su país; sabían quién era el
padre y quien era el hijo de la antigua vida de la tierra y no
hacían ningún comentario. Porque cuando llegue la
destrucción del mundo de la "historia" y el Apocalipsis
vuelva una vez más como tantas veces antes, ellos
seguirán mirando con los mismos ojos desde las cuevas de
México, desde las cuevas de Bali, donde empezó todo
y donde Adán fue engañado y aprendió a
conocer.

(Jack Kerouac, En el
camino
)

Preludio

El irrumpir de los discursos sobre la
globalización –término reciente nacido para
contenerlo todo y algo más- ha arrojado nuevas luces
alrededor de una amplísima serie de cuestiones. Puede que
finalmente el interés hacia la sociedad mundializada del
futuro se desinfle bajo la batuta del concretísimo
presente del mundo real; no obstante, el debate sobre los
contornos de la globalización ha tenido en los
últimos años un papel que llamaría
"actualizador" con respecto a temas que, desde mucho antes de que
cobrara vida el mismo término
globalización (o mundialización,
en su nacimiento castellano), ya atraían los focos de
interés de las ciencias sociales. Entre ellos, uno de los
más destacados por interés, actualidad y alcance
práctico es, desde luego, el de las migraciones y los
migrantes.

Al hablar de globalización se está
planteando, en términos generales, la problemática
de la relación entre el Uno y el Todo. El cambio de
época que, según veremos, presupone el discurso
teórico dominante, estribaría fundamentalmente en
la imposibilidad de analizar los eventos y procesos concretamente
situados sin tener en cuenta que las coordenadas
históricas, sociales y económicas tradicionales ya
no valen. En el plano cartesiano de la aldea global se van
haciendo cada vez más borrosas las viejas fronteras del
mappa mundi moderno, en el que la relevancia de la
dimensión territorial era tan neta que en los mapas que
teníamos colgados en las aulas del colegio los colores que
separaban los estados colindantes chocaban tanto que los
hacían parecer un Kandinsky hortera (y, desde luego, no se
apreciaban variaciones de tono en la proximidad de las
fronteras).

La migración transnacional, en cambio, obliga a
reflexionar sobre la relación entre el Uno y el Otro. Los
pueblos y las culturas están desde siempre en contacto, a
través de las migraciones, las guerras, el comercio y las
religiones. Con todo, es razonable refinar el marco
teórico del fenómeno a la luz de las nuevas
perspectivas alimentadas por el debate acerca de la
globalización, sobre todo si se entiende ésta,
esencialmente, como una aceleración vertiginosa de las
interconexiones tecnológicas y económicas
internacionales.

Un tratamiento exhaustivo de ambos ejes supera, por
supuesto, los límites y la ambición de este
trabajo; los ríos de tinta versados sobre la joven
globalización y la ya madura migración
podrían desbordar la biblioteca de Alejandría. Por
eso, en estas pocas páginas me limitaré a
señalar algunos aspectos que, creo, no gozan de
atención extraordinaria en todo lo que se dice y escribe a
propósito del modo en que se enmarca el tema de los flujos
migratorios en el nuevo esquema interpretativo de la
globalización. Me refiero, en concreto, a algunas
contradicciones presentes en los enfoques dominantes entre los
especialistas que, además de desembocar en paradojas
teóricas, revierten de manera contundente en las gestiones
políticas de los países
industrializados.

Para adelantar datos, digamos que si por un lado los
procesos de globalización se han venido manifestando como
procesos de progresiva "apertura" bajo múltiples puntos de
vista (mercados, comunicaciones, derechos), el asunto de los
flujos migratorios viene hoy en día paulatinamente
afrontado con la herramienta del "restringimiento" de las
fronteras. Si atendemos a los medios de comunicación de
masas parece como si la globalización fuese una
oportunidad mientras la migración es un
problema, aún cuando se reconozca que en los dos
ámbitos hay de todo un poco.

Para analizar más en profundidad esta paradoja
social es preciso delinear el marco dentro del cual nos estamos
moviendo. No se citarán, en estas páginas, los
datos y las estadísticas relativas a los movimientos
internacionales de seres humanos, ni se comentará la ley
de extranjería de este o aquel país de Europa;
más bien, se intentará ilustrar, brevemente,
cuál es la relación entre los dos "discursos"
dominantes. Ya nadie puede sustraerse a seguir viviendo en un
mundo globalizado y cada vez más globalizador; sobre esto
casi no quedan dudas. ¿Cómo debe abordarse, por
tanto, una cuestión –como es la de los flujos
migratorios transnacionales- que tiene que verse necesaria y
profundamente afectada por los cambios a escala global a los que
me estoy refiriendo?

Tocata

Hasta hace pocos años el vocablo
"globalización" ni siquiera existía. Sin embargo en
los últimos años, casi no hay debate
sociológico, económico o político en el que,
antes o después, el término no acabe por acaparar
la atención.

Se puede decir, resumiendo y generalizando, que hay
fundamentalmente tres enfoques o tesis interpretativas distintas
sobre lo que la globalización significa y representa para
los actores sociales y las instituciones. La primera es la
conocida como la tesis radical, mantenida por los
hiper-globalizadores, según la cual, en la actualidad,
estamos viviendo en un mundo que en los últimos veinte o
treinta años ha cambiado radicalmente. La figura
tradicional del Estadonación –éste
sería, en síntesis, el núcleo de la postura-
pertenece a "las exigencias de un período histórico
ya terminado" (Ohmae, 1998: 105). Los Estados y los gobiernos
nacionales no mantienen, a estas alturas, las condiciones para
poder dirigir el rumbo de la economía porque la
lógica hodierna de los mercados no reconoce y no respeta
las fronteras institucionales nacidas con el sistema
internacional westfaliano. Los factores determinantes de esta
mutación histórica dependen en primer lugar del
aumento progresivo del cruce de fronteras por parte de personas,
informaciones y capitales, lo cual significa que ante la rapidez
de las transacciones en el mercado global los gobiernos
nacionales carecen de capacidad para influir en una amplia gama
de decisiones. En segundo lugar, la intensificación del
flujo de informaciones hace que sea mucho más fácil
saber cómo se vive en los demás países y
esto homogeniza los gustos de los consumidores de todo el mundo.
Finalmente, el Estado nacional ya no crea riqueza, al contrario,
pues los líderes políticos deben satisfacer las
peticiones de los grupos de interés y al mismo tiempo
seguir proporcionando a toda la población ciertos
servicios públicos, al margen de los costes de
abastecimiento (Ohmae, 1998: 104). La consecuencia de todo ello
sería que los Estados tradicionales ya no constituyen un
agregado económico natural porque en un sistema que no
acepta las fronteras habituales las unidades de mercado
relevantes se configuran a nivel regional: por ejemplo, Hong Kong
con la China meridional, Cataluña con el sur de Francia o
la zona septentrional de Italia. Lo que nos viene a decir este
planteamiento es que en la economía global el Estado
nacional ya no puede determinar de forma independiente los
baremos de la actividad mercantil o del empleo dentro de su
territorio; más bien, tales parámetros están
conformados por las opciones de la movilización
internacional del capital. Esto es lo que subyace en la idea de
que los "Estados nacionales están realmente
desapareciendo, como sujetos económicos, y están
cobrando forma los estados-región" (Ohmae, 1998:
111).

La segunda tesis ha sido definida como la de los
escépticos y se caracteriza por sostener un punto de vista
exactamente opuesto al que se acaba de presentar. La
globalización, opinan los escépticos, no estrena
una época nueva y tan distinta de las anteriores. Al
evaluar la internacionalización económica que
efectivamente se ha producido, mantienen que ésta "no ha
disuelto en absoluto las distintas economías nacionales de
los principales países avanzados ni ha impedido el
desarrollo de nuevas formas de gobierno de la economía a
nivel nacional o internacional" (Hirst/Thompson, 1997: 7). La
globalización, tal como la presentan los radicales, no
sería nada más que un mito, inventado por los
neo-liberales, para arrojar golpes mortíferos al Estado de
bienestar y sacrificar a la sociedad planetaria al dios mercado.
La postura se sustenta, en un sentido general, en el
convencimiento de que una economía tan internacionalizada
como la actual no está exenta de precedentes y no encarna
una novedad absoluta. Antes bien, encaja en una sucesión
de coyunturas que existe desde que empezó a difundirse una
economía basada en la moderna tecnología
industrial, esto es, a partir de 1860. Es más, en cierto
aspectos –afirman Hirst y Thompson- "la economía
internacional actual es menos abierta y menos
integrada que el sistema económico que prevaleció
entre 1870 y 1914" (Hirst/Thompson, 1997: 4). La
globalización, por lo tanto, existe como mito, pero el
mito ha sido efectivamente creado. Los escépticos son
concientes de ello y procuran explicar el advenimiento de la
supuesta globalización de la economía
remontándose a algunos sucesos importantes que han
estancado el crecimiento económico general después
de la segunda guerra mundial, como por ejemplo la caída
del sistema de cambios fijos de Bretton Woods, las consecuencias
en las economías nacionales de la crisis
petrolífera de la OPEC en los años setenta, las
repercusiones internacionales de la implicación
estadounidense en la guerra de Vietnam y el paso de una
producción estandarizada de masas a métodos de
producción más flexibles.

Una tercera tesis rehuye de los extremismos contenidos
en las dos opciones brevemente ilustradas y se sitúa en un
punto intermedio, lo cual no quiere decir equidistante.
Diría que el denominador común de esta
interpretación más moderada se halla en un cierto
des-economismo con respecto a la globalización, en el
sentido de que se mantiene que tal fenómeno no consiste
principalmente en la interdependencia económica sino ante
todo en la intensificación de las relaciones sociales e
institucionales a través del tiempo y el espacio. Es
decir, que nuestras vidas se ven cada vez más afectadas
por acontecimientos que ocurren muy lejos de nuestros lugares
cotidianos de acción (Giddens, 1997: 561; 1999: 43; Held,
1997: 42). Es bien cierto que los factores económicos
tienen cierta relevancia en el desarrollo de esta
dinámica; no obstante, no se debe olvidar que en la
globalización asumen protagonismo los aspectos
tecnológicos, políticos y culturales. En
síntesis, se la debe entender fundamentalmente como una
reordenación del tiempo y la distancia en la vida social.
En este proceso la comunicación electrónica
instantánea ha desarrollado y sigue desarrollando un papel
cardinal, pues reorganiza ciertas pautas vitales sin estar sujeta
a los tradicionales parámetros territoriales. Una vez
asentado este punto, los sostenedores de esta
interpretación no vacilan en alinearse al lado de los
radicales en lo que respeta a la catalogación de la
globalización como fenómeno no sólo
absolutamente novedoso sino, en muchos aspectos, revolucionario
(Giddens, 2000: 22-23). Puede que haya elementos de continuidad o
incluso de repetición respecto a épocas pasadas,
pero aunque esto fuera cierto los escépticos
estarían equivocados porque el período actual es en
todo caso muy distinto del que caracterizó el Estado de
bienestar keynesiano de la posguerra mundial (Giddens, 1999: 42).
También desde un punto de vista político e
institucional –ya que el económico no es el
único ni el más importante- el hecho de que haya
elementos de continuidad en la formación y la estructura
de los Estados nacionales no quiere decir que no se registren
novedades en sus dinámicas (Held, 1997: 41). Nuevos
aspectos que sin embargo –y aquí los moderados se
alejan de los radicales- no suponen un desgaste histórico
del Estado nacional en un sentido unidireccional. Está
claro que hay que superar la visión anterior del Estado y
la economía nacional, porque se ha venido moldeando un
ámbito de vida político-económica
internacional que ha desplazado los viejos ejes territoriales,
empujando hacia una política y un derecho cosmopolitas. A
pesar de todo, estas importantes transformaciones no implican que
el Estado-nación vaya a desaparecer, pues la sociedad no
es un mercado y no puede regirse únicamente por los
impulsos de los flujos comerciales y financieros. Digamos, para
sintetizar, que esto no significa "abandonar el Estado moderno
como tal –nos seguirá acompañando en el
futuro previsible- sino concebirlo como un elemento de un
contexto más amplio de condiciones, relaciones y
asociaciones políticas" (Held, 1997: 45).

De las tres posturas la escéptica es, con toda
seguridad, la que ha tenido menor éxito en el panorama no
sólo académico sino también a nivel de
sentido común general, impulsado principalmente por los
medios de comunicación de masas, probablemente porque las
otras interpretaciones comparten un mayor número de ideas
acerca del concepto de globalización. Podemos afirmar
razonablemente que existe hoy en día un discurso dominante
que subraya in primis el carácter nuevo y sin
precedentes de la época que nos es dado vivir en estos
años. La intensificación de la interdependencia
global a todos los niveles "abre" los equilibrios sociales
mantenidos hasta hace poco y obliga a superar los viejos esquemas
de la autonomía del Estado-nación y la centralidad
de la dirección pública nacional para el
mantenimiento del Estado de bienestar y, con ello, barre las
reivindicaciones históricas y políticas ligadas a
tales instancias. Las autoridades nacionales pueden, como mucho,
encauzar o contener, dentro de ciertos límites, los
efectos inadecuados de un proceso globalizador sin control social
y político. En cualquier caso, la idea de que sea el
Estado, con su dialéctica interna, el principal impulsor
de la vida social, política y económica se ha visto
abocada al ocaso. El fukuyamano "fin de la historia" está
servido. Ya no parece sensato que el Estado y la política
nacional puedan seguir regulando fenómenos que se producen
en una escala global. Como se decía al principio, parece
obvio que la globalización es un inevitable proceso de
apertura que penetra y difumina los antiguos contornos
territoriales. Que esto sea cierto –y si acudimos a
ejemplos paradigmáticos como la crisis de la moneda
mexicana en las navidades de 1995 se ve cómo la
política e incluso las organizaciones supranacionales
terminan por secundar los dictados del capital internacional- no
significa, sin embargo, que de las oportunidades que ofrece este
imparable camino de "apertura" se beneficie todo el mundo. El
punctum dolens en el debate sobre la
globalización no es tanto el futuro papel del Estado
nacional (al fin y al cabo su eventual y progresiva
disolución tendrá que pasar por su propio tamiz) o
la supuesta primacía de la economía sobre la
política y el derecho (un problema que puede ser todo
menos nuevo), como el problema de ¿qui prodest?,
es decir, sea lo que sea la globalización
¿actúa de la misma manera para todos? Las palabras
de Bauman condensan la mejor respuesta a la pregunta: "más
que homogeneizar la condición humana, la anulación
tecnológica de la distancias espacio-temporales tiende a
polarizarla" (Bauman, 1998: 18). La afirmación sugiere que
si por un lado la globalización globaliza, esto
es, abre más horizontes a una parte de la población
mundial, por el otro localiza, es decir, reduce las
perspectivas de otra parte. Nadie ignora que la porción
más rica del mundo es cada vez más rica mientras
que la más pobre es cada vez más pobre; esta
sí que es una tendencia innegable y hasta la fecha
imparable.

Fuga

Dejando de lado las valoraciones personales, volvamos al
mensaje "oficial" contenido en la reflexión acerca de los
procesos de globalización: interdependencia mundial a
todos los niveles, progresiva borrosidad de las tradicionales
fronteras nacionales y anulación de las distancias. Por
estas razones aquí se ha definido el discurso de la
globalización como un discurso de apertura. Ahora procede
averiguar si el tema de las migraciones transnacionales es
tratado con las consecuentes herramientas analíticas. Si
las comunicaciones, las instituciones y los capitales se
movilizan con tanta facilidad y legitimidad de un punto a otro
del planeta sería más bien razonable suponer que lo
mismo ocurre con las personas. Considerando, además, que
las empresas transnacionales, a través del papel que
revisten en la internacionalización de la
producción, sustituyen a los pequeños productores
locales creando una mano de obra móvil y que la
formación de polos productivos dirigidos a la
exportación contribuye al surgimiento de conexiones entre
países importadores y exportadores de capitales (Sassen,
2000). Y, en efecto, se apuntaba al principio que de los datos
que se manejan resulta que el número de seres humanos que
cruzan fronteras ha crecido en una medida importante. Así
todo, entrado ya el siglo XXI, se sigue tratando la
migración internacional como si fuese un fenómeno
enteramente necesitado de reglamentación jurídica y
de pertinencia exclusiva de la soberanía nacional
unilateral. La cosa debería sorprender al conjunto
ciudadano y, sin embargo, en el debate público se da por
sentado que el Estado ha de intervenir en la organización
de los flujos migratorios, del mismo modo que se considera normal
que, en cambio, no tiene que meter baza en la circulación
de mercancías.

Una de las contradicciones típicas de la
globalización contemporánea consiste precisamente
en el hecho de que, mientras son eliminadas muchas barreras a la
libre circulación de bienes y capitales, surgen nuevas
fronteras destinadas a contener la libre circulación del
trabajo (Mezzadra, 2001: 56). La atención, por parte de la
comunidad internacional, hacia los flujos migratorios
transnacionales ha sido siempre muy escasa si la comparamos con
la constante elaboración de normas y convenciones que han
disciplinado el intercambio comercial internacional.
Investigaciones de considerable nivel apuntan, en este sentido,
un hecho absolutamente fundamental: a la vez que los procesos de
globalización desencadenan mecanismos de
des-territorialización de las relaciones sociales con
respecto a las fronteras internas, también impulsan la
re-territorialización de las fronteras externas (Santos,
1998). Lo cual quiere decir que si por un lado se acepta, y se
fomenta, ese proceso de apertura y de libre circulación
puesto en marcha por el nivel de interconexiones globales, por
otro se reafirma el papel de la soberanía nacional, a
través de las políticas de inmigración,
mediante el restringimiento de las fronteras frente al
extracomunitario. El punto central de la paradoja está
precisamente en la asimetría existente entre los
principios internos de una teoría política liberal
que invoca la abolición de las fronteras para sus
"ciudadanos" y sus principios restrictivos externos aplicados al
tratamiento de los no ciudadanos. Por una parte se predica el
ideal cosmopolita enarbolando la bandera de los derechos
universales mientras por la otra se aplica a los inmigrantes,
sobre todo irregulares, una noción estricta de
ciudadanía que en realidad termina por impedir la
formación de un espacio público consecuente con
aquel ideal (De Lucas, 2001: 42).

La incoherencia metódica con la que se acostumbra
encarar la cuestión de los flujos migratorios en el marco
de la sociedad mundializada, se revela en otro aspecto general
que demuestra el carácter fundamentalmente discriminatorio
de los procesos de globalización. Cuando los analistas
enumeran las principales causas que están en la base de
los movimientos migratorios suelen referirse, grosso
modo
, a la articulación de los factores
económicos, las catástrofes naturales, los
conflictos armados, la hambruna, la miseria, etc. Se trata,
naturalmente, de una lista acertada en todo lo que comprende;
todos los factores mencionados favorecen la salida masiva de
personas de un área geográfica en busca de mejores
oportunidades. Sin embargo, hay algo que llama la atención
desde el punto de vista, podríamos decir, de una
auténtica sensibilidad liberal: todos los aspectos que se
traen a colación a la hora de explicar la fuente de los
flujos migratorios son aspectos objetivos. Se olvida,
sistemáticamente, la dimensión subjetiva
de las dinámicas migratorias y con ello la posibilidad de
"poner de relieve la individualidad, la irreducible singularidad
de las mujeres y los hombres que de las migraciones son los
protagonistas" (Mezzadra, 2001: 9). La dimensión subjetiva
aplicada a los migrantes constituye una categoría
política que este autor ha definido, muy atinadamente,
como un "derecho de fuga" cuyo ejercicio práctico no es
otra cosa que la huida de aquellos problemas objetivos. Esto,
claro está, no significa obviar ni olvidar las condiciones
de profunda privación y explotación material que se
sitúan en el origen de las migraciones, pero es cuanto
menos curioso, que caiga en el olvido la subjetividad de las
experiencias y exigencias de los migrantes. Sobre todo si tenemos
en cuenta -aquí está el meollo de la paradoja- que
la libertad de movimiento ha sido y es una de las columnas de la
moderna civilización occidental y uno de los ejes
alrededor de los que se ha erigido la retórica de la
globalización.

Vuelve a tener razón Bauman al decir que la
globalización globaliza a los ricos pero localiza a los
pobres. La gestión de los flujos migratorios
transnacionales da buena prueba de ello. La legislación,
tanto a nivel europeo como nacional, sobre el permiso de
residencia para los inmigrantes (el "derecho a tener derechos")
sintetiza tragicómicamente la paradoja social y
política en la que desemboca el encuentro, más bien
desencuentro, entre las retóricas de la
globalización y de la migración. Por un lado se nos
advierte -a nosotros, los comunitarios- de que ha llegado la hora
de abandonar la obsoleta búsqueda de una posición
laboral fija y a tiempo indefinido, debido a la imperiosa
necesidad de amoldarnos a las nuevas coordenadas impuestas por la
economía global; por el otro, se supedita el
reconocimiento jurídico del extracomunitario a la
satisfacción de ciertos requisitos, el trabajo fijo y
estable, que en cambio no valen para nosotros. No cabe duda de
que el proceso de construcción europeo pone de manifiesto
la dificultad para que puedan convivir la libre
circulación de los capitales con la libre
circulación de los migrantes (Sassen, 2000). El del
permiso de residencia es el ejemplo probablemente más
sintomático de cómo la política de
inmigración vive en profunda contradicción con el
modelo social y cultural de los procesos de globalización,
anclados en un progresivo abatimiento del papel
normativo de las fronteras nacionales. En cualquier caso, las
paradojas no se reducen al solo mundo laboral, aunque es cierto
que es el ámbito donde más retruena la
retórica del discurso globalizador. La genealogía
de la globalización también lleva consigo el
abatimiento de los contornos de otras instituciones
tradicionales: hasta la familia, por citar otro ejemplo, se ve
expuesta a una reconceptualización de su forma
histórica bajo la transformación de las pautas de
conducta no sólo a nivel institucional sino también
en lo relativo a la textura de la vida cotidiana, personal y
familiar. "De todos los cambios que ocurren en el mundo"
–se ha dicho- "ninguno supera en importancia a los que
tienen lugar en nuestra vida privada –en la sexualidad, las
relaciones, el matrimonio y la familia-" (Giddens, 2000: 65).
Ello se debe esencialmente a los factores que han impulsado lo
que este autor llama "la democratización de las
emociones", brotada en el camino hacia la igualdad entre sexos y
la afirmación de la libertad sexual. Hoy en día, en
algunos países, ya tiene reconocimiento normativo el
matrimonio homosexual. Sin embargo, pese al fuerte
estímulo modernizador de esta aceleración cultural
ocurre que, por ejemplo, en Suiza el permiso de residencia del
cónyuge extranjero depende de la "estabilidad" del
matrimonio durante cinco años. Si se rompe antes de este
"período de gracia" el cónyuge extranjero puede ser
expulsado (Misa Hefti, 1997).

En resumidas cuentas, la dinámica de los flujos
migratorios transnacionales no encuentra un lugar en la tesis
recurrente de la globalización como fundición del
mundo entero en un único espacio público
cosmopolita. La pretendida filiación directa que el
discurso de la globalización reclama con respecto a la
teoría liberal-democrática choca, en el terreno de
las migraciónes, con escollos insuperables que ponen al
descubierto todas las contradicciones típicas de la
coexistencia histórica, entre liberalismo y autoritarismo,
que en realidad constituye el verdadero nervio del capitalismo
avanzado. La emoción proteccionista y el rechazo
etnocentrista de la diversidad, del otro y de las relaciones
sociales complejas no son atribución exclusiva de los que
se declaran en contra del nuevo orden mundial rotulado como
globalización, pese a lo que sostiene Habermas (Habermas,
1999). Más bien vale lo contrario, visto que los gobiernos
que con más decisión aprontan políticas de
inmigración del tipo descrito son los que con más
entusiasmo se han encaramado al fructífero árbol de
la globalización. La cuestión migratoria parece que
desmorona la fábula liberalizadora de la
mundialización económica, pero bien mirada ayuda a
que nos percatemos del doble rasero connatural a la supervivencia
del orden global capitalista: libertad y cosmopolitismo para las
relaciones comerciales, ensalzamiento nacionalista y
autoritarismo hacia el ser humano extracomunitario. Y, como dice
un viejo refrán popular italiano, citémoslo pese a
la raíz machista, un marido no puede tener al mismo tiempo
a la mujer borracha y el tonel lleno.

Bibliografía
citada

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Autor:

Pablo Turmero

 

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