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El hombre moderno un hombre sin potestad, irresponsable y culpable



  1. Introducción
  2. De Augusto Comte y
    John Stuart Mill al positivismo del siglo
    XX
  3. Del ateísmo
    al nihilismo
  4. La vida sin Dios y
    "La locura de la moralidad" según Charles G.
    Finney
  5. Un Dios silencioso
    ante una vida sin sentido
  6. Conclusión

¿Está asumiendo el hombre de nuestros
días la responsabilidad de líder familiar tal y
como lo concibió Dios desde los días de la
creación?

¿Acaso diseñó Dios un "plan B" de
liderazgo para la familia, con Eva a la cabeza, tras el fracaso
adámico?

Introducción

Visto el actual estado de cosas, pareciera que la
respuesta a la segunda pregunta, más arriba hecha, no sea
otra que un rotundo "SI". Pero no todo es tan
sencillo.

Jehová, tras el pecado del hombre (y decimos "del
hombre" porque Dios responsabilizó a este, en primera
instancia, de la desobediencia en Génesis 3:9: "Mas
Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo:
¿Dónde estás tú
?").
¿Acaso un Dios omnisciente no sabía dónde
estaba, físicamente, Adán? Por supuesto que
sí. El cuestionamiento divino era de otra naturaleza y no
físico. Dios estaba preguntando a Adán dónde
estaba espiritualmente en ese instante, luego de haber
desobedecido el elemental mandato divino de no comer de cierto
árbol del huerto (y no de cualquier árbol, como le
dijo Satanás a Eva, torciendo el sentido de la
prohibición). Pero también Dios sabía esa
respuesta. El solo preguntaba a Adán a causa del propio
Adán, para que este tomara conciencia de las consecuencias
inmediatas que había producido su
desobediencia.

Dios tenía previsto y puso en práctica, en
efecto, un "plan B", pero no referido al rol del liderazgo, sino
a la salvación de toda la raza humana. El plan aludido
tenía como protagonista a un postrer Adán,
también de nombre masculino: Cristo Jesús, es
decir, Dios el Hijo.

Y la aparente respuesta afirmativa a la segunda pregunta
solo surge como consecuencia directa del no menos rotundo "NO"
con que debiéramos dar por contestada la primera de las
interrogaciones.

De Augusto Comte
y John Stuart Mill al positivismo del siglo XX

El pasado siglo finalizó con la euforia
positivista (corriente o escuela filosófica que afirma que
el único conocimiento "auténtico" es el
conocimiento científico, y que el tal solo puede surgir de
la afirmación de las teorías a través de un
método científico. El positivismo deriva de la
epistemología -rama de la filosofía cuyo objeto de
estudio es el conocimiento– que surge en Francia a inicios del
siglo XIX de la mano del pensador francés Augusto Comte y
el británico John Stuart Mill, extendiéndose y
desarrollándose por el resto de Europa en la segunda mitad
de dicho siglo. Según esta escuela, todas las actividades
filosóficas y científicas deben efectuarse
únicamente en el marco del análisis de los
"hechos reales verificados por la experiencia". Surge
como un modo de dar legitimidad al estudio científico
naturalista del ser humano, tanto en forma individual como
colectiva. Según algunas corrientes, la necesidad de
estudiar científicamente al ser humano nace debido a la
experiencia de la Revolución Francesa, que vio por vez
primera a la sociedad y el individuo como "objetos de estudio"
científico, a la luz del pensamiento de Bertrand Rusell y
Ludwig Wittgenstein. Este último elabora el conocido texto
Tractatus Logico-Philosophicus, que sirve de plectro
(inspiración) para el surgimiento del Círculo de
Viena, un grupo de intelectuales que pretendía ya desde
aquellos tiempos alejar definitivamente la ciencia de la
metafísica, a partir del desarrollo de la lógica
Russeliana.

También el fin de siglo nos trajo la propuesta
del "superhombre", una aberración del paradigma de hombre
del medioevo, mas "macho", mas desnaturalizado, mas irresponsable
y menos hombre a la manera de Dios.

Después de la Primera Guerra Mundial (1914-1918)
se inició una difusión y consolidación
popular de tal pensamiento. Ambas guerras mundiales (esta y la
segunda), alejaron de manera definitiva al hombre del hogar y la
familia, para acercarlo (y atarlo) al ámbito social, al
ejército, el empleo, los negocios y todo lo otro. El
liderazgo masculino en el hogar, al estilo patriarcal,
había pasado a un segundo plano quedando la familia
desorganizada, desorientada y descabezada. Los que postulan que
la mujer trató de desplazar al hombre del mando familiar,
aduciendo una u otra razón para afirmar tal cosa, no saben
cuan errados andan. Fue el propio hombre el que cedió
terreno y dejó la bandera (o mejor aún, los
pantalones) tirada en un rincón del hogar, de manera
irresponsable.

El posterior desarrollo de las comunicaciones trajo una
nueva imagen del mundo, que se convirtió en lo que algunos
llaman la «aldea global», pues todo lo que
sucede en cualquier parte del planeta, es rápidamente
difundido por todo el orbe. Primero fue mediante la palabra (la
radio), luego la imagen (cine, televisión, etc.) y, por
último, la tecnología (internet), capaz de
transmitir los sucesos de interés general en forma directa
y simultánea a todo el mundo solo instantes después
de haber ocurrido y, a veces, "en vivo". Fueron los humanistas
los primeros en darse cuenta de que el acceso a esos medios era
necesario si querían difundir e implantar su pensamiento
en la sociedad. Quedaban la sociedad y la familia, desde ese
momento, expuestas en una vidriera enorme, sin intimidad, sin
privacidad, sin nada oculto.

Comenzaron desde entonces los humanistas a laborar en
dos niveles: mientras los filósofos lo hacían en el
plano teórico tradicional, desarrollando el pensamiento
abstracto, pero conscientes de que difícilmente
podrían influenciar a las masas a través de estos
trabajos, otros "especialistas" iniciaron un segundo nivel de
trabajo, para dar a sus ideas popularidad. Jean Paul Sartre
escribe una obra filosófica importante, para
especialistas: "El ser y la nada" donde idealiza a las
personas como seres capaces de crear sus propias leyes, al
rebelarse contra todo tipo de estatutos, aceptando la
responsabilidad, la ética y la moral personal sin el apoyo
de la sociedad, la conducta o cualquier norma tradicional. Su
teoría existencial declara la libertad de todas las
personas para escoger sus "propios conceptos" y maneras de
comportamiento y de "libre pensamiento" hacia una perfecta
libertad de elección de crear los significados de las
cosas y de la realidad en general. El hombre se estaba
divorciando de Dios y Sartre era el abogado que defendía y
firmaba la sentencia de divorcio.

Con dificultad el hombre común se vería
influenciado por "El ser y la nada". Pero
simultáneamente escribe para el teatro (Las manos
sucias, Muertos sin sepultura, Las moscas,
etc.) y produce
guiones cinematográficos (El engranaje, La suerte
está echada
) y algunas de sus obras teatrales son
llevadas al cine con actores famosos. Estas últimas obras
si "calaron" en las mentes de los hombres comunes. Junto a estos
grandes productos del pensamiento humanista, surgen innumerables
"subproductos": novelas, películas, obras de teatro, etc.
de artistas que adoptan la filosofía humanista y se
encargan de difundirla. Los grandes filósofos humanistas
han penetrado con su pensamiento en comunicadores sociales,
artistas, pensadores, políticos, gobernantes, etc. De
todos los rincones del mundo occidental.

Y, mientras tanto, ¿Qué hacía el
pueblo de Dios? Los cristianos habían quedado rezagados,
los medios de difusión masiva no constituían
vehículo del pensamiento cristiano que no tenía
novelistas, dramaturgos o directores de cine que difundiesen su
pensamiento con la fuerza, el compromiso y el alcance con que lo
hacían los humanistas.

El postulado de que el "único conocimiento
auténtico es el conocimiento científico" hizo a un
lado el texto bíblico de 1 Corintios 1:18-25:
"Porque la palabra de la cruz es locura a los que se
pierden; pero a los que se salvan, esto es, a nosotros, es poder
de Dios.

Pues está escrito:

Destruiré la sabiduría de los
sabios,

Y desecharé el entendimiento de los
entendidos.

¿Dónde está el sabio?
¿Dónde está el escriba? ¿Dónde
está el disputador de este siglo? ¿No ha
enloquecido Dios la sabiduría del
mundo?

Pues ya que en la sabiduría de Dios, el
mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,
agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la
predicación.

Porque los judíos piden señales, y
los griegos buscan sabiduría;

pero nosotros predicamos a Cristo crucificado,
para los judíos ciertamente tropezadero, y para los
gentiles locura;

mas para los llamados, así judíos
como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de
Dios.

Porque lo insensato de Dios es más sabio
que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte
que los hombres."
Los hombres estaban deseosos de
divorciarse de Dios (siempre lo hemos estado) y he aquí
que aparece una "doctrina" mas a propósito con su
corriente de pensamiento ("… los pensamientos del
corazón de ellos era de continuo solamente el
mal."
Génesis 6:5) y sus deseos. Ese fue el "gran
mérito" de Jean Paul Sartre y los demás humanistas.
El texto bíblico no podía, desde ese momento,
"competir" en igualdad de condiciones con los medios masivos de
comunicación. ¿Acaso eran más fuertes que
él? En lo absoluto. Todo ocurría a causa del
hombre: "… No hay quien busque a Dios."
Nos dice Romanos 3:11. No había conocimiento de Él
(ver Isaías 1:3, 5:13, Oseas 4:6)

Del
ateísmo al nihilismo

El ateísmo se introdujo con monumental fuerza en
aquella sociedad "humanista" moderna. Luego tomó otro
nombre: Agnosticismo. Palabra utilizada por T.H. Huxley en 1869,
para indicar que el hombre no puede llegar a saber si Dios existe
o no. Comúnmente se utiliza para señalar que el
problema de la existencia o no de Dios carece de relevancia para
el individuo (ser humano). Así, del "Dios ha
muerto"
de Nietzsche (filósofo, poeta, músico
y filólogo alemán, considerado uno de los
pensadores modernos y más influyentes del siglo XIX), se
pasó con rapidez al "Dios no existe" y de
ahí al mero "No me interesa si Dios existe o no".
El hombre iniciaba su propio camino, "independizándose" de
Dios, elaborando sus propios códigos y construyendo
autopistas amplias rectas y fáciles de transitar
allí donde solo había un único y angosto
sendero: el camino estrecho que conducía a
Dios.

Y, junto con la "independencia" del ser humano, se
sucedieron, una tras otra, todo tipo de catástrofes. La
Segunda Guerra Mundial (1939-1945) fue aún más
horrible que la primera, no solo por la cantidad de
víctimas, sino por la saña y por el poder
destructivo del "moderno" armamento empleado. De ello dan fe los
casi seis millones de muertos en las cámaras de gas, los
experimentos científicos y otras barbaries de los campos
de concentración. Se puso de nuevo al desnudo la triste
realidad de la condición del hombre sin Dios, igual que en
los tiempos de Noé y otros muchos de la historia de la
humanidad: "… vio Jehová que la maldad de
los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los
pensamientos del corazón de ellos era de continuo
solamente el mal."
(Génesis 6:5)

También esta Segunda "Gran" Guerra trajo consigo
el temor atómico y la guerra fría, luego de que el
6 de agosto de 1945, en que fuera lanzada la primera bomba
nuclear sobre Hiroshima. Hasta ese instante era "todo un
éxito" matar hombres en un círculo de cien metros
alrededor del lugar de impacto del proyectil, ahora se
podía destruir toda una ciudad y matar casi cien mil seres
humanos indefensos. ¡Enorme maravilla de la
tecnología, el "positivismo", el mundo "relativizado" y el
desconocimiento de Dios!

La ciencia y la tecnología habían logrado
desatar fuerzas nunca antes imaginadas de una atemorizante
capacidad destructiva, y ya nadie podía sentirse seguro en
ningún lugar del planeta, ni siquiera en su propia casa.
Como dijo Gabriel Marcel, a partir de ahí, "El hombre
comienza a vivir a la intemperie".

En 1945 terminó el conflicto bélico, pero
la "enorme aldea" no conoció más la tranquilidad.
Los organismos internacionales, recién creados para
arbitrar entre las emergentes potencias, más que entre
todas las naciones, eran impotentes ante el problema de la
perenne amenaza. El hombre común comenzó a
replantearse cuál era el sentido que tenía vivir,
pero sin preguntarse siquiera una vez por Dios. Y es que nuestro
Padre Celestial había sido "muerto y enterrado" y casi
nadie tenía interés en sacarlo del sitio en que se
encontraba. Se pasa así del ateísmo al
nihilismo (palabra proveniente del latín que
significa "nada") Nietzsche definió tal estado como
"el proceso en que los valores pierden su valor… y
falta la meta, falta la respuesta a la pregunta: ¿por
qué?"
para el nihilista solo importa el instante que
vive, nada hay que merece esfuerzo alguno, la búsqueda
queda reducida "al placer de hoy". Y el hombre retorna al
"Comamos y bebamos porque mañana
moriremos"
(1 Corintios 15.32, Isaías
22:13).

En el nihilismo no hay valores absolutos, sino que todo
es relativo, está abierto a cualquier posibilidad. Todo es
legítimo: la violencia, la homosexualidad, el aborto, la
drogadicción, etc. todo "está bien si yo pienso que
lo está". Dios "no tiene jurisdicción" sobre el
hombre. Las urgencias del cuerpo se satisfacen sin limitaciones:
todo es bueno, todo vale, todo es normal, todo se puede…
la libertad no tiene límites, ni siquiera la libertad
ajena la limita. No hay jerarquías ni gobiernos, en la
"aldea global" impera la "ley de la selva" ¿Es acaso
desarrollo tecnológico o mera vuelta a las cavernas lo que
vive el hombre sin Dios?

Los ídolos de piedra y madera han cedido el sitio
que tomaron de Dios a nuevos "ídolos" de carne y
hueso, surgidos por la exaltación del ser humano. El
cantante famoso, el deportista, el político, el
millonario, suplantan a los talismanes y se constituyen en nuevos
"dioses". Ya Jesucristo no es "… el camino, y la
verdad, y la vida"
(Juan 14:6). El nuevo "camino
sagrado" que conduce a la "eternidad" es "el arte", el placer, la
drogadicción… El nihilista "supera" su instinto de
conservación para ir cediendo paso a la filosofía
del instinto de autodestrucción: Corre de manera
inconsciente e irresponsable hacia la muerte porque no le
encuentra sentido de la vida. Si usted llama la atención a
un adicto a las drogas, un homosexual, de la alta probabilidad de
que muera prematuramente, lo más posible es que escuche
como respuesta una frase resignada, fatalista y triste. No puede
ser de otro modo, porque la vida no tiene sentido para
ellos… "comamos y bebamos porque mañana
moriremos
", esa es su filosofía. Comenta Salvador
Dellutri que, "en respuesta a la publicidad preventiva que se
hacía en una gran ciudad con el lema ¨La
drogadicción mata lentamente¨ un drogadicto
había manuscrito: ¨Yo no tengo apuro¨. Más
allá del sarcasmo o de una artificial forma de
desafío, la repuesta encierra para muchos jóvenes,
emergentes de una sociedad sin respuesta, una realidad
triste."

El pensamiento nihilista ha saturado en diferentes
maneras, sobre todo, a la sociedad occidental. Y si bien no todos
tienen una conciencia de muerte, si lo más notable resulta
la sensación extendida de que lo más importante es
vivir el hoy, satisfacer todos los deseos, no importa el precio y
exaltar la libertad en detrimento de la
responsabilidad.

Y ahí, hermano, es donde están nuestros
hijos. Ellos corren el riesgo de convertirse en víctimas
inmediatas de tal estado de cosas a las que, en cierto modo, los
que decimos tener un compromiso con Jesucristo, le hemos dado el
"visto bueno" o, por lo menos, ante las cuales nos hemos
"replegado" al interior de los templos y los hogares. Solo que
hasta allí entra, inexorablemente, esta corriente de
pensamiento posmoderno -sin que nada podamos hacer- a
través de la radio, la televisión, internet, los
videojuegos y mil cosas más. De manera cobarde hemos
permitido que en casi todas las naciones del mundo, la nuestra
incluida, se le haya dado "carta blanca" a las "preferencias
sexuales" y no hemos movido un solo dedo para expresar nuestro
desacuerdo. Nos hemos "resignado" a vivir en Sodoma dando por
sentado que nuestros hijos, con tan solo ir alguna que otra vez a
la iglesia y acatar desganadamente y "bajo protesta" las leyes
que imponemos en nuestros hogares, como genuinos dictadores (por
lo menos a criterio de ellos), han de estar libres del fuego y
azufre que Dios enviará del cielo.

La vida sin Dios
y "La locura de la
moralidad" según Charles G.
Finney

Hace algunos años, en una telenovela que relataba
una historia de los tiempos de la esclavitud, había un
personaje muy "gracioso", un viejito esclavo que repetía
constantemente la muletilla "el mundo está loco".
Las personas solían solidarizarse con el simpático
actor y reían a carcajadas ante cada situación de
conflicto que el cerraba con la antedicha frase. Nadie se tomaba
el trabajo de meditar en el mensaje implícito de la frase
en un mundo de moralidad relativizada. Ese mundo estaba loco en
los años en que se enmarca la novela y está
más loco aún en nuestros días. No es una
locura intelectual la que lo aqueja, sino una locura
moral.

Charles G. Finney, comúnmente llamado llamado "El
más importante restauracionista estadounidense," fue un
importante líder del segundo "gran despertar" cristiano de
Estados Unidos, el cual tuvo un profundo impacto en la historia
social de esta nación." Él dijo, respecto a tal
locura:

"¿Quiénes Son Los Que Tienen La Locura
de la Moralidad?

Los que no están locos del intelecto, pero
actúan como si fuera, estos si están locos de la
moralidad. Por ejemplo, los que están locos del intelecto
tratan con la ficción como si fuera la realidad, y tratan
con la realidad como si fuera ficción. Actúan como
si la verdad no fuera la verdad, y como si la falsedad fuera la
verdad. Pues, todos saben que los locos siguen sus sueños
como si fueran la mera verdad. Al decirles la verdad, no les
afecta nada.

Asimismo, los que andan en pecado tratan las
realidades de lo espiritual como si no fueran de la realidad.
Siguen sus sueños vacíos e ideas tontas como si
fueran de la verdad más preciosa.

Actúan como si ellos mismos fueran lo
más importante, y todo lo demás es de poca
importancia. Supongamos que vemos a una persona portándose
así todos los días. El anda por aquí y por
acá pensando y diciendo que él es el Dios
Todopoderoso.

No respeta los derechos de otros, pero demanda que
todos pongan los derechos de él sobre todo. Ahora, si
viera a una persona portándose así, le
contaría como un blasfemo o un loco.

Ahora fíjese en esta verdad increíble:
mientras los pecadores hablan con sentido y muestran que saben la
verdad, se portan como si no fuera la verdad -como si ellos
mismos fueran lo más importante del universo, y que los
intereses de Dios no cuentan para nada. En la práctica,
todos los pecadores hacen así. Es el elemento más
básico del pecado.

El egoísta nunca respeta los derechos de
otros, a menos que de una manera le convenga él mismo y le
ayude cumplir con sus deseos.

Si una persona cree que él mismo está
sobre todos y que importa más que todos, esto comprueba la
locura de su intelecto. Lo encerrarían en el manicomio
más cerca, rápido. Cuando muestran que saben un
mas, pero actúan en contra de su conocimiento, decimos,
con la Biblia, que tienen enloquecimiento en su corazón
durante su vida…

Así es la práctica de todos los que
viven en pecado."
(fin de la cita)

Indiscutiblemente, Dios no tiene para el hombre moderno
un lugar protagónico.

El día que Morse, el inventor del
telégrafo, realizó la primera transmisión
(24 de mayo de 1844), lo hizo, maravillado de su invento, con
estas palabras: "¡Esto es obra de Dios!" Su
afirmación no fue una frase ingenua o cursi, él
sabía que, más allá del trabajo humano tras
su invento, había que reconocer al Creador su
señorío. Algo más de un siglo
después, Neil Armstrong, el primer hombre en pisar la
superficie de la luna, dijo algo diametralmente distinto:
"Este es un pequeño paso para el hombre, pero un paso
gigantesco para la humanidad
". En tan solo un siglo
ocurrieron muchas cosas, Dios estaba ahora entre bambalinas y el
primer plano era ocupado por el hombre-actor. Esto y mil cosas
más nos califican como las generaciones de los que
"… no aprobaron tener en cuenta a Dios"
(Romanos 1.28). Y no se trata tan solo de un ateísmo o
agnosticismo declarados. Las estadísticas podrán
seguir dando en nuestra nación y en todo el mundo
"números" de una gran cantidad de creyentes y de
celebraciones de "fiestas cristianas" multitudinarias. Eso carece
de relevancia, porque el problema es otro.

El problema es que Dios, para muchos en nuestros
días, no tiene más importancia que los esqueletos
de dinosaurios que se muestran en los museos de historia natural.
Dios, para ellos, es "cosa del pasado". Quizá clamen a
Él de vez en vez, y piensen para sí que son, por
ello, genuinos cristianos, genuinos hombres, genuinos esposos,
genuinos padres o genuinos líderes eclesiásticos.
Solo que son meras caricaturas, sin una comprometida
conexión con la realidad cotidiana del
cristianismo.

Dios no es tema "agradable" en sus conversaciones. Una
inmensa mayoría de los que se declaran cristianos
jamás han leído siquiera una porción de los
Evangelios, y pretenden negar, una tras otra, todas las leyes
dadas por Dios, prefiriendo las autopistas que sociólogos,
antropólogos, sicólogos y políticos les
proponen al angosto camino presentado por Cristo
Jesús.

Quizá para los humanistas de antaño Dios
era un postulado necesario para llenar algunos vacíos
inexplicables para las ciencias o la razón. Hoy, hasta
para la mayoría de los hombres que se dicen creyentes solo
es un lenitivo mítico, frente a lo irreparable del
sufrimiento y la muerte. Se recurre a Él en los casos
extremos, cuando no hay salida posible a través de los
caminos del racionalismo. Los hombres antiguos (de la Torre de
Babel para acá), programaban enormes obras de
arquitectura, ingeniería, etc. que demoraban en ser
construidas varias generaciones. El hombre de nuestros
días, en cambio, no lo hace. Y no porque le falte la
sabiduría o los recursos tecnológicos para
emprender algo mil veces mayor, sino simple y llanamente porque
dentro de sus esquemas mentales no está hacer algo que le
trascienda. Para el hombre del presente lo más importante
es el final y todo aquello de lo que no puedan verlo, no vale la
pena siquiera pensar en ello. Eso debiera hablarnos de la
pequeñez del hombre y la grandeza de Dios.

Este declinar, al parecer, ya venía apareciendo
desde la época de Martín Lutero, que
expresó: "El hombre se ha desacostumbrado tanto a la
presencia de Dios que ha dejado de temerle, ya no se
estremece."
A los hombres, de Lutero a acá, les ha
faltado vivir la experiencia que tuvo Jacob en Génesis
28:16-17.

Un Dios
silencioso ante una vida sin sentido

Y el grito triunfal de "Dios ha muerto", se
transforma en gemido angustioso. Pareciera que escuchamos,
más bien: "El hombre ha muerto". Muerte que nada tiene que
ver con la vida biológica, carente de sentido en nuestros
tiempos por demás, esta muerte se refiere más bien
a la falta de sentido de la existencia, problema fundamental del
hombre de hoy.

Hoy el hombre está falto de un criterio que le
diga lo que ha de hacer y ha perdido también las
costumbres que antaño le eran por brújula,
generalmente no sabe tan siquiera lo que le gustaría hacer
y se limita a desear hacer lo que todos hacen (conformismo) o lo
que otras personas le sugieren, mandan o exigen que haga
(totalitarismo). Es evidente que la humanidad está
condenada a vagar eternamente entre dos extremos: la
tensión y el aburrimiento. No en balde los psiquiatras son
más acaudalados cada día, mientras el resto de los
hombres empobrecen material y espiritualmente buscando el placer
en prácticas autodestructivas como el alcohol, las drogas,
el sexo fuera del matrimonio, el homosexualismo y otras
disímiles más.

Para los irresponsables y culpables hombres de nuestros
días, el matrimonio es otro negocio más con el cual
se pueden obtener dinero, bienes materiales, etc. De todo menos
amor. Y está regido por un "contrato" sui géneris,
que puede ser rescindido de un momento a otro y no por un pacto
eterno conforme a la voluntad de Dios.

Y Dios guarda silencio, un obstinado silencio frente a
nuestra desesperación. A veces pareciera que habla, pero
no podemos tener la certeza que el hombre de hoy busca, una
certeza que venga de la "comprobación científica".
No importa que Dios haya hablado en algún punto del
pasado, sino tener una "comprobable" palabra personal en el
presente. Y esa búsqueda, sintetizada en la frase de
Tomás el Apóstol: "Si no veo, no creo", es la
negación del camino de la fe. El hombre de hoy quiere "un
Dios útil", que le dé la certeza de su presencia
más allá de la fe, solucione sus problemas
inmediatos y, si no lo hace, ¡ya se buscará otro
más complaciente!

Frecuentemente escuchamos estos cuestionamientos:
"¿Qué hace Dios ante tanta miseria?", "¿Por
qué Dios permite (o manda) estas catástrofes
naturales?", "¿Qué hace Dios mientras miles de
niños mueren de hambre?", "¿Qué hace Dios
frente a la opresión y la violencia?", "¿Por
qué no actúa Dios ante la injusticia?". Y a cada
una de esas interrogantes el hombre se autorresponde: "Dios
guarda silencio."

Pero Dios ha hablado, solo que la soberbia y la falta de
humildad no nos dejan escucharlo.

Conclusión

Citamos nuevamente a Salvador Dellutri:

"En una iglesia colonial latinoamericana se llevaba
a cabo una de las fiestas tradicionales. Veía entrar a los
fieles cumpliendo con los sacrificios que se habían
propuesto para alcanzar algún favor de Dios. Rodillas
desolladas, espaldas sangrantes, pesadas cadenas aprisionando los
tobillos y una expresión profunda de angustia en los
rostros."

"En otra plaza latinoamericana veo otra
manifestación de fe, alguien con mucho fervor, promete a
quienes se acerquen con fe a Dios la solución de sus
problemas personales y la prosperidad. No lo sabe, pero
está ofreciendo al pueblo un dios incansablemente buscado:
El que soluciona los problemas del presente, que son los
únicos que importan. Escucho atentamente, no hay una sola
mención al pecado, el arrepentimiento o el castigo eterno.
Es un dios que ofrece únicamente bendiciones. Un dios
hecho a la medida del hombre de este siglo, que poco tiene que
ver con el Dios Eterno de la Biblia."

"Ernesto Sábato, escritor y pensador
argentino, confesamente agnóstico en una etapa de su vida,
sin embargo decía: "De una cosa estoy seguro, el mal
está organizado", reconocía la existencia de una
mente rectora de la maldad y la decadencia."

"Para Sábato esa personalidad organizadora
del mal es innominada, para el cristiano tiene nombre y
personalidad definidos."
Se llama
Satanás
.

Ante el actual estado de cosas,

… la ciencia responde: "el fin del mundo se
acerca, el hombre destruye el único planeta en todo el
universo apto para la vida a la vez que se autodestruye a
sí mismo."

… la psicología responde: "el
estrés de la vida agitada ha llevado al hombre a un punto
en que la vida carece de sentido y solo se resigna a esperar de
la manera mejor posible el día que le sobrevenga la
muerte."

… la medicina responde: "las enfermedades,
plagas y epidemias, cada vez más frecuentes y letales,
limitan la esperanza de vida que el hombre se empeña en
alargar con los avances tecnológicos y los descubrimientos
científicos."

… la astrología responde: "todo
aparece predeterminado, el hombre solo puede indagar y reconocer,
pero no modificar, lo que los astros, en su soberanía, han
determinado. El ser humano es un juguete del destino, movido por
los hilos invisibles de los astros."

… el propio hombre responde: "debo disfrutar
de la vida, porque es "una sola" y un día se
acaba."

… Satanás dice algo parecido: "coman y
beban, porque mañana morirán."

Tales mensajes muestran el grado de
desorientación al que se llega cuando, alejándose
de Dios, los hombres pierden el punto de referencia
eterno.

… pero Dios responde: "yo he venido para
que tengan vida, y para que la tengan en abundancia."

(Juan 10:10)

¿Le resulta a usted difícil acaso escoger
entre las respuestas anteriores? ¿Espera acaso a que Dios
levante su "tiempo de gracia" y que ya no haya
remedio?

Él le está esperando. Si usted apuesta por
venir a la vida abundante que solo Dios ofrece, no posponga su
decisión, quizá mañana sea demasiado
tarde.

Que Dios le bendiga.

 

 

Autor:

Rogelio E. Pérez
Díaz

Febrero 17 de 2014.

Ministerio CRISTIANOS UNIDOS

 

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