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El hombre y su corazón ante Osiris



Partes: 1, 2

  1. Antigüedad de las
    creencias
  2. El juicio en el Reino
    Antiguo
  3. Tumbas privadas del Reino
    Antiguo
  4. Instrucciones a
    Merikaré
  5. El momento y el
    lugar
  6. El hombre y su
    corazón
  7. El capítulo 30
    B
  8. Iconografía y
    simbolismo
  9. El capítulo
    125
  10. Ante los 42
    dioses
  11. El resultado del
    pesaje
  12. Ideas sobre el
    infierno
  13. El santuario de
    Osiris
  14. Bibliografía

La idea de que las acciones de los hombres han de ser
sometidas a un juicio tras la muerte por los poderes divinos tuvo
su origen en los tiempos antiguos de la historia de Egipto, si
bien solamente habría de quedar plasmada de manera
rigurosa en los textos funerarios del Reino Nuevo una vez que
culminó la elaboración del conjunto de
fórmulas mágicas que se integran en lo que
conocemos como "Libro de los Muertos".

La escena en la que se representa la Psicostasia (Juicio
de las Almas), tal y como se describe en los papiros del Reino
Nuevo, no aparece en los momentos anteriores, sin embargo la idea
del juicio existía en la mente de los egipcios desde mucho
antes. Todo sugiere que en esos primeros tiempos en que se
documenta la creencia con cierta claridad ("Textos de los
sarcófagos", en el Reino Medio) los jueces no actuaban
salvo que un tercero, en calidad de demandante, se opusiera a la
pretensión del difunto de acceder a la inmortalidad. Por
ese motivo, era importante que el hombre actuase en su vida
terrena de modo justo, evitando con su actuación
granjearse posibles enemigos que pudieran denunciar luego su
maldad ante los jueces eternos.

En el Reino Nuevo, surgirán sustanciales
modificaciones en estas creencias: ahora, en estos nuevos
tiempos, el difunto ya no será juzgado a instancia de
alguien que acusa, sino que todos los hombres, sin
excepción, tendrán que responder de su conducta en
la tierra ante el tribunal de los dioses presidido por Osiris.
Para facilitar ese trance, el "Libro de los Muertos"
brindará instrucciones precisas en su capítulo
125.

Antigüedad
de las creencias

Destaquemos, en todo caso, que desde unos momentos
antiguos de su historia, los egipcios pensaron que el hombre,
tras su muerte, tenía la posibilidad de acceder a una vida
inmortal, siempre que fuera capaz de superar un juicio divino
cuyas singularidades, en los momentos más antiguos, se nos
manifiestan borrosas. Veremos que los egipcios creían en
la existencia de unos seres que controlaban todos y cada uno de
los actos de los hombres y que tras la muerte podían o
habrían de exigirle responsabilidades, según el
momento histórico en que estemos, por los posibles pecados
o faltas cometidos en su vida terrena. Desde tiempos antiguos se
impuso la creencia de que a lo largo de esa vida el hombre
debía actuar siguiendo la Regla de Maat (divinidad de lo
Justo y de la Verdad) y que el corazón era el
órgano en el que Maat estaba precisamente encarnada en
cada hombre.

En el capítulo 30 del "Libro de los Muertos" se
nos habla de un conjuro en el que más adelante tendremos
ocasión de profundizar. En su rúbrica se nos dice
que el texto se tenía que pronunciar sobre un escarabajo
de piedra y que la fórmula, que nos remite al importante
papel que el corazón desarrolla en el momento del juicio,
había sido encontrada en Hermópolis, cuyo dios Thot
era precisamente el "Guardián de la Balanza". La
fórmula, esculpida en un bloque de cuarcita, habría
sido escrita por el propio Thot, de modo que nos remitiría
a unos tiempos fabulosos de los primeros momentos de la historia
de Egipto.

Nos dice también la rúbrica de este
llamativo capítulo que la fórmula habría
sido encontrada en tiempos de Menkaure (Micerinos), faraón
de la IV dinastía, cuando el príncipe Djedefhor
hacía un viaje de inspección a los
templos.

Todo ello nos habla de que el sacerdote del Reino Nuevo
(cuando surgió el "Libro de los Muertos") que
escribió esta rúbrica admitía que
muchísimo tiempo antes, al menos en la IV dinastía,
ya existía este texto funerario, que nos remite a la idea
de un juicio de los muertos. Obviamente, esa declaración
del sacerdote no confirma que efectivamente la creencia existiera
o no, pero indica que en los tiempos modernos se pensaba que
estas ideas eran muy antiguas en el tiempo.

El juicio en el
Reino Antiguo

En los tiempos del Reino Antiguo, diversos conjuros de
los "Textos de las Pirámides", así los 373 y 488,
contienen referencias expresas a la Gran Mansión que
será el lugar en donde Re y Osiris habrán de
impartir justicia y juzgar la conducta del Rey en la tierra. En
TP 462 este afirmará que: "No hay ninguna palabra contra
mí sobre la tierra entre los hombres, no hay
acusación en el cielo entre los dioses…"

En textos como este, que de manera reiterativa se
reproducen en los "Textos de las Pirámides" se nos brinda
la imagen (TP 316 a 323) de que el espíritu del Rey
fallecido, del mismo modo que antes le había sucedido a
Horus, heredero de Osiris, también tendrá que ser
juzgado por el Tribunal de la Enéada, tras haber sido
previamente purificado. El Rey será juzgado por las Dos
Verdades (Isis y Neftis, coronadas por Maat) y contará en
ese proceso con la protección que otorga el Ojo de Horus.
En ese momento del juicio, no obstante, su espíritu
sentirá miedo de que "la serpiente ígnea" pueda
golpear los corazones de los dioses, sus jueces, a los que
pedirá una y otra vez que no obstaculicen su
ascensión sino que se presenten ante él como
amigos. En TP 336 se indica que el Pueblo del Sol (las
divinidades) ha testificado a favor del Rey, lo que nos sugiere
que existía la posibilidad de que hubiera ocurrido lo
contrario y alguien se hubiera opuesto a su pretensión de
acceder al Reino Celeste.

En estos momentos del Reino Antiguo, todo parece indicar
que para los egipcios comunes el Más Allá no se
situaba en el Cielo de Re, al que solamente podía acceder
el faraón, sino en lo que los libros del Reino Nuevo
denominan Inframundo, región de imprecisa ubicación
en la que el espíritu del difunto se encontraba con los
ancestros que le habían precedido en la existencia. En ese
Inframundo los espíritus vivirían felices si bien
tenían obligaciones diversas, entre ellas la de cultivar
los campos y producir alimentos que habrían de nutrir a
sus kas.

Tumbas privadas
del Reino Antiguo

En las tumbas de diversos personajes del Reino Antiguo
se han identificado algunas inscripciones funerarias que incluyen
una biografía idealizada del difunto. En ellas, se evoca
que durante su vida la persona actuó de acuerdo con la
Regla de Maat. Es posible que esta idea de justificación
moral del difunto tuviera su origen en el interrogatorio
iniciativo al que era sometido el faraón una vez
fallecido, antes de acceder al Más Allá.

Así, en las fórmulas funerarias de la
tumba de Herkhuf, notable de Elefantina en los tiempos de la VI
dinastía, se nos ha transmitido que:

"Yo fui uno excelente…, querido por (su padre),
alabado por su madre, amado por todos sus hermanos. Di pan al
hambriento, y vestidos al desnudo. He transportado a aquél
que no tenía barca… Yo fui uno que dijo el bien y que
repitió lo que se deseaba. Jamás dije yo maldad
alguna al poderoso, de forma que actuara contra algún
hombre, pues yo deseaba estar a bien con el Gran Dios.
Jamás juzgué a dos (partes) de forma que se
privará a un hijo de los bienes de su padre."

En estos mismos tiempos (VI dinastía) se ha
fechado también la tumba de Pepinakht Hekaib, en la que el
difunto muestra igualmente su interés por justificar su
paso por la tierra:

"Yo soy uno -nos dice- que habla el bien y que repite lo
que se desea. Nunca dije al poderoso maldad alguna contra nadie.
Desee la bondad que procede del Gran Dios. Di pan al hambriento y
vestidos al desnudo. Nunca juzgué entre dos partes (de
forma que) privara alguna vez al hijo de las posesiones de su
padre. Soy uno amado de su padre, alabado por su madre, querido
por sus hermanos…"

Llama la atención la similitud de los contenidos
de los textos encontrados en estas tumbas de fines del Reino
Antiguo, que confirman las creencias de los hombres de esos
tiempos de intentar dejar constancia de que su vida terrena
había sido justa como medio de poder acceder a una nueva
existencia en el Más Allá tras la muerte. No
encontramos referencias concretas a la idea de un juicio pero lo
cierto es que el sentido de las inscripciones indica que para los
hombres resultaba tranquilizador mostrar que en su vida terrena
habían estado impregnados por las ideas de justicia y
bondad.

Instrucciones a
Merikaré

Las "Instrucciones a Merikaré", que se remontan a
la X dinastía, en el contexto de los tiempos finales del
Primer Periodo Intermedio, se insertan en la tradición de
los "Textos Sapienciales" del Reino Antiguo, como las
"Máximas de Ptahhotep", y en ellas el padre instruye a su
hijo Merikaré en relación con la obligaciones que
durante su reinado pesan sobre un Rey que desee ser recordado en
el futuro como ejemplo de "buen pastor" que condujo con equidad a
su pueblo. En estas "Instrucciones" encontramos precisas
referencias a la creencia en un tribunal que ha de juzgar a los
hombres.

Practica la justicia y tu recuerdo perdurará
sobre la tierra, le dirá Hety a Merikaré, y
añadirá diversos consejos en relación con
las normas de actuación que deberá seguir en su
vida como Rey, todos ellos impregnados por las ideas de justicia
social y piedad religiosa. "(La vida) en la tierra pasa. No es
larga. Afortunado aquel de quien se tiene un buen recuerdo… (El
hombre bueno) vive para siempre.

En relación con la idea del Juicio de los
Muertos, Hety recordará a su hijo que: "(En cuanto) al
tribunal que juzga a los miserables, sabes que ellos no son
benignos en el día de juzgar al malvado, en la hora de
cumplir con su tarea. Es terrible que el acusador sea un hombre
de conocimiento. No pongas tu confianza en la duración de
los años, pues ellos ven el tiempo de la vida como una
hora. El hombre puede permanecer tras la muerte, pues sus
acciones se colocan junto a él como un tesoro, y la
existencia allí es eterna. Estúpido es quien hace
que ellos (los jueces) se irriten. Y respecto al que llega a
ellos sin haber cometido faltas, quedará allí como
un dios, yendo libremente, como los señores,
eternamente."

En las "Instrucciones a Merikaré" el autor
insiste en que la actuación del hombre durante todos y
cada uno de los días de su vida será tenida en
cuenta cuando se le juzgue en el Más Allá. Un solo
día puede aportar algo para la eternidad, incluso una sola
hora. Por ello el hombre debe ser recto y practicar la justicia
(Maat) durante todos y cada uno de los días de su paso por
la tierra. La divinidad -dirá Hety a su hijo- prefiere las
cualidades del hombre que es recto de corazón antes que
las magníficas ofrendas que le pueda presentar un pecador.
Lo mismo que el hombre haga por la divinidad en la tierra, eso
mismo hará Dios por él en el Más
Allá. Nuestras buenas acciones en este mundo
repercutirán de manera muy favorable en la eternidad. Dios
conoce a todos los hombres y sabe lo que hace en cada momento
aquel que trabaja para él.

Las "Instrucciones a Merikaré" fueron escritas en
unos tiempos en que los Misterios de Osiris, antaño
reservados exclusivamente a los funerales del Rey, estaban siendo
divulgados entre capas más amplias de la población,
fruto todo ello de los tumultuosos momentos que la tierra de
Egipto había vivido tras la caída del Reino
Antiguo. Primero los poderosos y luego diversos sectores de la
población habían tenido acceso a estos cultos
mistéricos que prometían la eternidad en el Reino
Celeste de Re, y no solo en el Inframundo como hasta entonces, a
los hombres que hubieran sido justos en su vida
terrena.

El momento y el
lugar

Las referencias que acerca del Juicio de las Almas se
exponen en el "Libro de los Muertos" no nos hablan del momento
concreto en que ese juicio tendrá lugar. En todo caso, no
se trata de que todos los difuntos hayan de ser juzgados en un
mismo acto, en lo que judíos, cristianos y musulmanes
denominan día del Juicio Final, sino que todo sugiere que
en el Egipto del Reino Nuevo los fallecidos eran juzgados de
manera individualizada en un momento que no queda suficientemente
concretado. En todo caso, ese momento impreciso no parece que
tenga lugar inmediatamente tras la muerte, sino una vez que el ba
del difunto ha realizado satisfactoriamente un viaje de
purificación por el Inframundo, por el Reino de
Osiris.

En algún momento de ese viaje, tras haber pasado
con éxito por diversas pruebas que los iniciados en los
"Misterios de Osiris" tenían indudablemente ventaja para
superar, el ba o alma del difunto accedía a la Gran Sala
de Maat, en donde era juzgado en presencia de Osiris,
Señor del Inframundo, que estaba asistido por 42 dioses,
que representarían a las divinidades locales de los 42
nomos o circunscripciones administrativas que en aquellos tiempos
había en Egipto. Estas divinidades, que actuarían
como vigilantes de los hombres durante su existencia terrena,
eran muy temidas ya que se pensaba que se alimentaban de la
sangre de los malvados.

En ese momento del juicio del alma, revestía
trascendental importancia la conducta que el hombre hubiera
seguido en su existencia terrena y lo que, a ese respecto,
pudiera indicar su corazón, órgano humano en el que
reposaba el acto del juicio. Era precisamente el pesaje del
corazón del difunto el que habría de decidir el
futuro de su ba o espíritu.

En efecto, el capítulo 30 del "Libro de los
Muertos", del que se han conservado dos versiones, nos ha
transmitido la idea de la gran importancia que revestía
este órgano una vez que llegaba el momento del juicio. Se
trata de un conjuro en el que, de una u otra forma, el difunto se
dirige a su propio corazón, a la madre de sus actos, al
que identifica con su ka o doble energético e inmaterial.
De algún modo, el corazón era concebido como la
fuente de la vida del hombre y sería en este órgano
en el que reposaría la esencia del ka.

El hombre y su
corazón

Veamos este conjuro del capítulo 30, en su
versión A:

"Fórmula para impedir que el corazón de N.
se oponga a él mismo en el Más
Allá"

Que diga:

"¡Oh mi corazón (proveniente) de mi madre,
oh mi corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera
de mi corazón de mi existencia terrenal! ¡No
levantéis falsos testimonios contra mí en el
juicio, ante los Señores de los bienes! ¡No
digáis a propósito de mí: "Hizo aquello, en
verdad" con respecto a lo que hice; no os levantéis contra
mí delante del Gran Dios, Señor del
Occidente!

¡Salve a ti, corazón mío!
¡Salve a ti, víscera de mi corazón!
¡Salve a vosotras, entrañas mías!
¡Salve a vosotros, dioses preeminentes, portadores de
majestuosos penachos, cuyo poder radica en vuestros cetros!
Anunciadme a Re, recomendadme a Nehebkau cuando llegue al
Occidente del cielo.

¡Que sea durable sobre la tierra, que yo no muera
en el Occidente, que sea allí un
bienaventurado"

En este inquietante texto mágico vemos que los
egipcios pensaban que para que el resultado del juicio resultase
favorable era necesario que el hombre en su vida terrenal hubiese
actuado de acuerdo con lo establecido en cada momento por su
corazón, de modo que llegado el momento del pesaje vemos
que el alma está pidiendo a su propio corazón que
no levante falsos testimonios contra ella, ya que en ese caso
sería aniquilada y no alcanzaría la vida eterna.
Nos llama la atención la frase que dice literalmente:
"¡No digáis a propósito de mi: "Hizo aquello,
en verdad" con respecto a lo que hice…" Con estas palabras
parece que el alma está suplicando a su corazón que
no lo delate ante el Gran Dios, que no informe a Osiris de que
cometió alguna falta en su vida. Se está suplicando
que no se diga al tribunal que el difunto hizo tal cosa, que
hemos de entender pecaminosa.

Es decir, en esta formula del capítulo 30 A
(veremos luego que existe otra fórmula diferente a aplicar
en otras circunstancias, la denominada 30 B), el difunto le hace
a su corazón dos peticiones distintas: de un lado, que no
levante falso testimonio contra él; de otro, que no lo
delate por un supuesto pecado que habría
cometido.

Más adelante, el difunto saludará e
invocará tanto a sus propias entrañas como a los
cuatro dioses de majestuosos penachos. Estas divinidades eran los
cuatro hijos de Horus: Ansit, Hapy, Duamutef y Qebehsenuf, bajo
cuya protección se colocaban determinadas vísceras
del cadáver del difunto en el momento de la
momificación.

Todo parece sugerir que el difunto piensa que tanto su
propio corazón, como sus entrañas y los dioses que
presiden la actuación terrenal de esas entrañas,
son de alguna manera responsables de sus actos, y por tanto son
también responsables de aquella falta o pecado que
cometió, acerca de la cual pide a su corazón que no
lo delate en este momento trascendental.

En suma, en este tan curioso conjuro, el hombre suplica
a su corazón que calle acerca de algo negativo que sabe
que el hombre hizo en su vida, ya que en otro caso el alma
sería condenada a la aniquilación. Es decir, el
alma del difunto no pide perdón ni manifiesta
arrepentimiento, como sería usual en nuestra cultura, sino
que suplica a su corazón que calle lo que sabe, ya que de
alguna forma serían las propias divinidades las
responsables últimas de sus actos.

Termina esta fórmula mágica solicitando,
finalmente, al corazón que actúe favorablemente
ante Re y ante la diosa serpiente Nehebkau (involucrada en el
destino de los difuntos) para que el alma del fallecido pueda
alcanzar la eternidad.

El
capítulo 30 B

Analicemos ahora lo que el difunto ha de decir a su
corazón según lo que indica la otra versión
de este capítulo:

"Fórmula para evitar que el corazón de N.
se oponga a él mismo en el Más
Allá"

Que diga:

"¡Oh corazón (proveniente) de mi madre, oh
corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi
corazón de mis diferentes edades! ¡No
levantéis falsos testimonios contra mí en el
juicio, no os opongáis a mí ante el tribunal, no
demostréis hostilidad contra mí en presencia del
guardián de la balanza (del juicio)!

Tú eres mi ka que habitas en mi cuerpo, (eres) el
Khnum que das forma y vida a mis miembros. ¡Ve hacia la
felicidad que nos está preparada allí! ¡No
vuelvas hediondo mi nombre a los Señores que sitúan
a los hombres en sus (verdaderos) lugares! Esta (acción)
será buena para nosotros, será buena para el
(divino) juez (y) será agradable para aquel que juzgue. No
digas falsas palabras contra mí en presencia del Gran
Dios, Señor del Occidente. ¡Mira, el ser proclamado
justo se basa en tu lealtad!"

En este segundo conjuro vemos que el alma lo que le pide
al corazón es que no levante falsos testimonios, que no se
oponga a sus pretensiones, que no le sea hostil, ante el
guardián de la balanza (Thot). El difunto, ahora, no tiene
que ocultar nada a Osiris. No tiene conciencia de haber cometido
pecados o faltas de modo que lo único que espera de su
corazón es que en este momento trascendental hable con
verdad.

El difunto, por otro lado, nos dice que el
corazón "es su ka" y que al igual que el dios Khnum ha
dado forma y vida a su cuerpo. Esta divinidad estaba considerada
como "dios creador" y se solía representar como un
alfarero que en su torno está modelando dos
imágenes: la del hombre y la de su ka.

En suma, el hombre que se considera virtuoso lo
único que debe demandar a su corazón es que
actúe con lealtad y que no pronuncie palabras falsas en
presencia de Osiris.

Iconografía y
simbolismo

Los aspectos iconográfico y simbólicos del
juicio han quedado bien documentados en los papiros funerarios
del "Libro de los Muertos" datados a partir de la dinastía
XVIII. En ellos, lo usual es que la escena del juicio esté
representada al principio del libro, precedida por algunos himnos
de alabanza a Re y a Osiris. De algún modo, esos himnos y
la representación de la escena del juicio vendrían
a tener un carácter de introducción al propio
libro.

Tras recitar esos himnos a la Gran Divinidad y al Dios
del Inframundo, el alma del difunto accedería a la Sala de
la Doble Maat. En general, los elementos más significados
de la representación simbólica del pesaje del alma
serían:

-El juicio es presidido por Osiris, que se manifiesta en
su santuario, sentado en un trono.

-Isis y Neftis, las dos Maati, están igualmente
presentes.

-Representación de una balanza que se encuentra
en equilibrio y usualmente está coronada por una pluma,
símbolo de Maat, si bien a veces puede contar con una
cabeza de chacal (Anubis) o con un babuino o una cabeza de ibis
(Thot).

-Es usual que Re (el dios primigenio) esté
acompañado por algunas de las divinidades más
importantes del panteón egipcio: Temu, Shu, Tefnut, Seb,
Nut, Horus…

-Generalmente, en la balanza se representa en uno de los
platillos un vaso cerámico que contiene el corazón
del difunto y en el otro, la pluma de Maat. Sin embargo, en
algunas ocasiones (así en el papiro de Nebseni o en el
papiro de Amón-neb, ambos de la dinastía XVIII) lo
que se representa es, de un lado una figura del difunto, y de
otro su propio corazón. Quizás está
representación del pesaje sea más antigua que la
que antes hemos indicado, que es la que más se prodiga en
los papiros.

-En este momento inmediatamente anterior al pesaje de su
alma es cuando el difunto recitará la fórmula del
capítulo 30, que antes comentamos, dirigida a su propio
corazón.

-En este contexto, se representa al difunto (a veces
acompañado por su esposa) que entra en la sala y es
conducido por Anubis hasta la balanza. Ahora será el
propio Anubis quien verificará el pesaje, en tanto que
Thot tomará nota del resultado del mismo.

-Un ser monstruoso, Am-mit (el Devorador) aguarda
expectante a que se conozca el resultado del pesaje.

El
capítulo 125

En el capítulo 125 del "Libro de los Muertos" se
nos habla de las actuaciones que deberá seguir el difunto
cuando llegue a la Sala de las Dos Maat. En su rúbrica, el
sacerdote nos informa que el texto de este capítulo
deberá ser leído sobre la momia del fallecido. El
lector deberá estar limpio y purificado y habrá
ofrecido antes alguna ofrenda de alimentos. Se indica,
también, que deberá dibujar una imagen de rituales,
que se reproduce en el papiro, sobre un suelo limpio y pintado de
blanco. Se afirma que aquel difunto sobre cuya momia se recite
este capítulo será próspero en el más
allá, no se le cerrará ninguna puerta del Occidente
sino que, al contrario, será introducido con los reyes del
Alto y del Bajo Egipto y estará por siempre en la comitiva
de Osiris.

Antes de prestar las declaraciones de inocencia, el
difunto deberá dirigir a Osiris, Señor del
Tribunal, una fórmula de salutación:

"¡Gloria a ti, Gran Dios (Osiris), Señor de
las Dos Maat! He llegado hasta ti, mi Señor, habiendo sido
traído para contemplar tu perfección. Te conozco y
conozco el nombre de los cuarenta y dos dioses que están
contigo en esta Sala de las Dos Maat, que viven de la vigilancia
de los pecados y se abrevan de su sangre, cuando se juzgan las
cualidades (de los difuntos) en presencia de Unnefer. Mira:
"Aquel de las Dos Hijas, el de las dos Meret, El Señor de
la Doble Maat" es tu nombre. En verdad, he llegado (aquí)
hasta ti y te he traído lo que es equidad y por ti he
destruido la perfidia."

Tras saludar al Gran dios, Osiris, el espíritu
del difunto deberá hacer una declaración de
inocencia en la que se incluyen 36 frases negativas que aparecen
redactadas en el libro en primera persona. Con ellas el difunto
debe manifestar que no ha cometido pecados en todos y cada uno de
los días del año (posiblemente en relación
con los 36 decanes o unidades de tiempo egipcias). Veamos el
contenido de esa declaración que el difunto debía
realizar ante Osiris:

"No cometí iniquidad contra los hombres.

No maltraté a las gentes.

No cometí pecado en la Sede de Maat.

No (intenté) conocer lo que no debía
(conocerse).

No hice mal.

No comencé el día recibiendo una
comisión de parte de las gentes que debían trabajar
para mí y mi nombre no llegó a las funciones de un
jefe de esclavos.

No blasfemé contra dios.

No empobrecí a un pobre en sus bienes.

No hice lo que era abominable a los dioses.

No perjudiqué a un esclavo ante su amo.

No fui causa de aflicción.

No hice padecer hambre.

No hice llorar.

No maté.

No di orden de matar.

No causé dolor a nadie.

No disminuí las ofrendas alimentarias de los
templos.

No mancillé los panes de los dioses.

No robé las tortas de los bienaventurados.

No fui pederasta.

No forniqué en los santos lugares del dios de mi
ciudad.

No robé con la medida de áridos.

No disminuí la arura (lindes de los campos).

No hice trampas con las tierras.

No añadí (peso) al peso de la balanza.

No falseé el peso de la balanza.

No arrebaté la leche de la boca de los
niños.

No privé al ganado de sus pastos.

No cacé pájaros en el coto de los dioses.

No pesqué peces en sus lagunas.

No retuve el agua en su estación.

No opuse al agua corriente ningún dique.

No apagué nunca un fuego en su quema.

No pasé por alto los días de las ofrendas de
carne.

No quité ganado (destinado) a la comida del dios.

No me opuse a ningún dios en sus salidas
procesionales.

¡Soy puro, soy puro, soy puro, soy
puro!…"

En lo que se conoce como "Confesión Negativa" el
difunto lo que hace, en suma, es enumerar todos esos pecados o
faltas que expresamente indica que no ha cometido por lo que su
espíritu está plenamente puro. En esa
confesión subyacen las ideas fundamentales de la
religión y la moralidad egipcia en relación con lo
que en esa cultura se consideraban actos impuros para el hombre
en su existencia terrena.

Ante los 42
dioses

Tras haber proclamado su pureza ante el Rey de los
Muertos, el espíritu deberá hacer una segunda
declaración de inocencia, ahora ante los 42 dioses del
tribunal. Son, por tanto, otras 42 declaraciones que se dirigen,
cada una de ellas, a cada una de esas divinidades:

Veamos, a modo de ejemplo, las tres primeras
declaraciones:

"¡Oh (tú), El que camina a grandes zancadas
(Re), que sales de Heliópolis! No cometí
iniquidad.

¡Oh (tú), El que oprime la llama, que sales
de Kheraha! No robé con violencia.

¡Oh Nariz divina (alusión al pico de ibis
de Thot), que sales de Hermópolis! No fui
codicioso…"

Una vez que el alma hacía esas 42 declaraciones
negativas, se tenía que dirigir a las divinidades
presentes para pedirles que actuaran de manera justa:

"¡Loor a vosotros, dioses que tenéis
asiento en la Sala de las Dos Maat! Os conozco y conozco vuestros
nombres. No caeré bajo vuestros cuchillos; no haced sobre
mí un malévolo informe ante el dios de cuyo cortejo
formáis parte. Decid las cosas justas que me corresponden
(por mi actuación en la tierra) ante el Señor del
Universo, porque yo practiqué la Justicia y la Verdad en
Egipto. No blasfemé contra dios y mi caso no vino (a
juicio) a causa del rey que gobernaba entonces… ¡No
me acuséis en presencia del Gran dios!…"

Seguidamente, el alma se dirigirá al propio
Osiris al que rogará igualmente, tras insistir en que es
un espíritu puro, que le libre de la actuación de
posibles instigadores malévolos que pudieran declarar en
su contra: "líbrame de los ejecutores de calamidades,
instigadores de sanciones, que actúan sin indulgencia,
pues yo practiqué lo justo y lo verdadero para el
Señor de la Justicia…"

Inmediatamente, el capítulo 125 reproduce el
interrogatorio que los 42 jueces realizaran al difunto. Se trata
de diversas preguntas cuya adecuada respuesta indica que este
había sido iniciado adecuadamente en los Misterios y que
por tanto es merecedor de alcanzar la vida eterna. Seguidamente,
serán los propios elementos arquitectónicos de la
Sala de la Doble Maat los que interrogarán al difunto, de
modo que solamente si este les brinda la respuesta adecuada
dejaran que pueda transitar libremente. Así, a modo de
ejemplo: "No te dejaré entrar a través mío
-dirá el frontón de la puerta- si no me dices mi
nombre."

La idea que preside todos estos interrogatorios es que
el difunto debe demostrar que tiene conocimientos
iniciáticos, sobre todo en lo que hace mención a
que conoce los nombres verdaderos de las distintas divinidades
egipcias: "No me alcanzará -dirá el
espíritu- (ningún) mal en este país, en esta
Sala de las Dos Maat, porque conozco el nombre de los dioses que
están allí."

El resultado del
pesaje

Una vez realizado el pesaje del alma, si los dos
platillos de la balanza están en equilibrio, Thot
habrá de proclamar que el espíritu ha sido
encontrado "Justo de Voz", para lo que utilizará las
palabras que todos los egipcios esperaban poder escuchar ese
día:

"Escuchad esta sentencia -dice en el papiro de Ani-. El
corazón de Osiris ha sido en verdad pesado, y su alma ha
actuado como testigo a su favor; ha resultado ser verídica
al ser probada en la Gran Balanza. No se ha encontrado ninguna
maldad en él; no estropeó las ofrendas de los
templos; no hizo daño a nadie con sus actos; y no
difundió rumores malvados cuando estaba en la
tierra."

Dichas estas palabras, el difunto alzará sus
manos en señal de alegría. Ha triunfado en sus
pretensiones. Ha sido declarado "Justo de Voz". Lo que usualmente
se representa ahora en los papiros es que Horus toma de la mano
al difunto y lo conduce al santuario de Osiris, en el que el
dios, sentado en su trono, espera. Allí, el Rey de los
Muertos estará acompañado por Isis y Neftis, y por
los cuatro hijos de Horus.

El difunto está a punto de culminar con
éxito su travesía por el Reino de Osiris y pronto
podrá acceder al Reino Celeste de Re. Una vez que ha sido
proclamado "Justo de Voz" ya nadie podrá poner
impedimentos al paso de su alma; nadie se podrá oponer a
que descanse en el Bello Occidente; todos los cerrojos se le
abrirán y tendrá asignado el lugar que se merece
entre las divinidades y los seres luminosos.

En otro caso, es decir, si hubiese sido declarado
injusto en su existencia terrena, el alma del difunto
sería inmediatamente entregada a ese ser monstruoso, con
cabeza de cocodrilo y cuerpo de león y de
hipopótamo, que está siempre al acecho, esperando
conocer el veredicto del tribunal para aniquilar de inmediato a
los impuros.

Ideas sobre el
infierno

No es seguro que los sufrimientos de algunos seres que
se reflejan en los denominados libros del Inframundo sean los
castigos que se aplicaban a las almas condenadas en el juicio de
Maat. El "Libro de los Muertos" parece sugerir que el declarado
impuro era aniquilado de inmediato por el monstruo que impaciente
esperaba conocer el veredicto.

En todo caso, se han conservado representaciones, por
ejemplo en el "Libro del Amduat", que nos dicen que los egipcios
creían que en el Inframundo existía alguna
región en la que diversos seres eran castigados durante un
tiempo indefinido, ¿quizás antes del juicio como
alguna modalidad de purificación? De ser así se nos
estaría hablando de la existencia, entre otras
purificaciones, de una específica producida a
través del dolor y el sufrimiento.

W. Budge, sin embargo, pensaba que esos castigos que se
reflejan en los libros del Inframundo no se aplicaban a los
espíritus de los hombres impuros sino a los enemigos de
Re, que cada noche se oponían al paso de la barca solar
por esas regiones de las tinieblas del Inframundo. En todo caso,
parece razonable pensar que esas imágenes infernales en
las que los enemigos del Dios Primigenio sufren un castigo de
duración indefinida habrían de ser recogidas por
los posteriores cristianos coptos, tal y como se refleja, por
ejemplo, en la vida de Pisentios, un obispo de Keft que
vivió en el siglo VII. Este personaje, en cierta
ocasión en que estaba contemplando una tumba antigua en la
que se apilaban varias momias habría de decir a uno de los
discípulos que le acompañaban:

"Algunos, cuyos pecados han sido muchos están
ahora en Amenti (el infierno egipcio y luego copto), otros
están en la oscuridad exterior, otros están en
pozos y zanjas llenas de fuego (tal como se refleja en el "Libro
del Amduat") y otros están en el río de fuego: a
estos últimos nadie les ha concedido descanso. Y otros,
asimismo, están en su lugar de reposo, a causa de sus
buenas obras"

Parece que los cristianos coptos, cuando nos hablan de
los tormentos que sufren los malvados en el Amenti, no estaban
sino evocando las escenas del Inframundo, del río y de los
pozos de fuego, los animales malignos (escorpiones, serpientes,
etc.) que los modernos arqueólogos han identificado en los
textos funerarios que se reproducen en las paredes de las tumbas
y que nos hablan de cómo Re y su sequito de dioses, cada
noche, atraviesan ese Inframundo. La duda que W. Budge planteaba
es si esos seres que son castigados son los enemigos del dios (la
serpiente Apofis y sus aliados) o son las almas de los hombres
impuros que no han podido superar el juicio.

El santuario de
Osiris

Un momento de indudable trascendencia es aquel en que el
difunto, que ha superado felizmente el juicio, antes de partir
hacia el Reino Celeste, habrá de ser anunciado a Osiris,
al que presentará diversas ofrendas:

"¡Ven!", dice Thot, "¿por qué
viniste?"

"Vine para ser anunciado."

"¿En qué condición te
hallas?"

"Estoy purificado de las malas acciones. Me he apartado
de las calumnias de los que vivían sus días; no
estoy entre ellos."

"¿A quién, pues te
anunciaré?"

"Anúnciame a Aquel cuya morada tiene un techo de
fuego, unos muros de uraeus vivientes y un suelo de
agua."

"¿Quién es?"

"Es Osiris."

"Avanza! Serás anunciado. Tu pan es el Ojo
sagrado, tu cerveza el Ojo sagrado, tu ofrenda funeraria terrenal
es el Ojo sagrado."

"Así habló el Osiris Nu, (que soy yo),
proclamado justo."

Vemos en este pasaje que el difunto, antes de acceder al
santuario de Osiris, está siendo sometido a un
interrogatorio por parte de Thot. El alma del difunto, que
habría sido iniciado en los Misterios, sabe lo que
deberá responder a cada pregunta concreta que el dios le
hace.

En relación con el santuario de Osiris se nos
dice expresamente que es esa "morada que tiene un techo de fuego,
unos muros de uraeus vivientes y un suelo de agua". En efecto,
pensaban los egipcios que el santuario estaba enclavado en una
isla situada en el río que atravesaba el Inframundo, por
ese motivo se afirma que se alza sobre "un suelo de agua". El
techo de fuego, de otro lado, nos remitiría a las llamas
que desprende, en las creencias egipcias, la Luz que distingue al
Reino Celeste de Re, el Gran Dios Primigenio. Finalmente, las
serpientes que forman los muros del santuario son las uraeus,
cobras que protegían a dioses y reyes emitiendo una Luz
que aniquilaba a sus enemigos.

En el penúltimo párrafo, Thot que ha
verificado que el difunto tiene los conocimientos adecuados para
responder a su interrogatorio iniciático, admite que este
pueda seguir avanzando en su búsqueda de Osiris. El
difunto, que ha sido declarado "Justo de Voz" va a presentar a
Osiris unas ofrendas (pan y cerveza) que tienen el mismo valor
que el propio "Ojo de Horus", que era la ofrenda sagrada por
excelencia. Tras ese momento cumbre final, de adoración de
Osiris por parte del difunto glorificado, ya nada se podrá
oponer a que su espíritu, al fin, alcance la
inmortalidad.

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