Monografias.com > Estudio Social
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Luces y Sombras en el Escenario de la Globalización




Enviado por Pablo Turmero



Partes: 1, 2

  1. Discusión de
    los elementos que se barajan en el
    diálogo
  2. Tecnología,
    economía e información
  3. La crisis de los
    Estados nacionales
  4. La
    fragmentación de las culturas
  5. Diálogo y
    explicación de lo real

Entre el 26 y el 29 de julio de 2004 se llevó
a cabo en el Forum de Barcelona un diálogo sobre el tema
de la globalización, orientado especialmente a interpretar
los conflictos que la globalización genera entre la
diversidad y la identidad culturales. Estuvo dirigido por Manuel
Castells y se presentó bajo el título
genérico "Globalización, identidad y diversidad".
En este artículo vamos a considerar, por un lado, los
elementos conceptuales que aparecieron en la discusión de
estos temas y, por otro, la adecuación de esos conceptos y
de la discusión misma en vistas a la comprensión
del fenómeno de la globalización y los conflictos
culturales que éste genera.

Discusión
de los elementos que se barajan en el
diálogo

El primero de los temas que aparece en la escena de este
diálogo es el de la definición de
globalización. Casi todos los ponentes invierten algo de
su tiempo en esta tarea o en matizar la primera
intervención que Manuel Castells, director del
diálogo, dedica expresamente a esta cuestión. La
coincidencia es general en cuanto al carácter
económico y tecnológico de la base de la
globalización. Siempre ha habido interacciones
multipolares en las transacciones económicas de todos los
pueblos y de todos los tiempos, y eso se ha hecho sobremanera
patente a partir de la segunda revolución industrial y del
colonialismo. La novedad histórica radica en el uso de una
tecnología de control de la información que permite
operar a escala mundial y en tiempo real, cosa que favorece la
dispersión de los agentes o actores económicos, que
pasan de ser nacionales o multinacionales a ser transnacionales o
globales.

La primera consecuencia de la globalización es la
dispersión de la identidad de los agentes
económico-tecnológicos. De ahí se decanta la
cuestión hacia la posible dispersión de las
identidades culturales bajo la égida de un supuesto
mestizaje global que puede uniformizar a todas las culturas del
planeta en una sola basada en determinados hábitos de
consumo. La uniformización se ve como un peligro para las
culturas, mientras que se valora positivamente la emergencia de
las identidades culturales e incluso religiosas. Este será
el tema central de la discusión.

Celebrado el funeral de las identidades universales, a
todos los ponentes les preocupa la supervivencia de las
identidades colectivas locales, que pueden sufrir la
tentación de ceder ante el mercado o ante el atractivo de
las culturas más desarrolladas de aquellas zonas del
planeta donde la globalización tecnológica y
mediática está plenamente implantada.
Evidentemente, también preocupa la cuestión de los
derechos humanos, que constituyen el último reducto de la
universalidad propugnada por la Ilustración, por su
posible fricción con la fragmentación cultural que
parece avanzar por los senderos de la globalización
tecnológica. David Held, uno de los primeros en
intervenir, incluso llega a insinuar la pertinencia de hablar de
un previsible choque de civilizaciones, según la
tesis de Huntington, y el concepto será desenterrado en
alguna ocasión más a lo largo del
diálogo.

Tecnología, economía e
información

La desarrollo económico y tecnológico es
el principal factor del proceso de globalización actual,
hasta el punto de poder considerarse que es el motor que genera
todos los demás efectos y sobre el cual se ha construido
el mito de la globalización, que se ha convertido en una
realidad casi indiscutible. La expansión transnacional de
la economía financiera y el flujo de capitales, así
como el desarrollo de una red mundial de telecomunicaciones que
permite operar en tiempo real en todas partes, habían
generado la ilusión de una cierta universalidad, pero Held
repara en la existencia de asimetrías económicas,
que hacen controvertido y dudoso el mito de la
globalización. La base tecnológico-financiera de la
globalización no tiene un desarrollo homogéneo ni
tiende a universalizarse, sino al revés, tiende a crecer
tejiendo una red compuesta de nudos (o nodos), por los que pasa
necesariamente el flujo informacional y el movimiento de
capitales.

El control de los flujos de información y
capitales requiere una concentración corporativista de los
agentes que operan sobre esa información y esos capitales.
Según el ponente Ontiveros, esos agentes ya no son
nacionales, ni multinacionales (que guardan siempre una
referencia al origen nacional de la casa madre), sino que carecen
de señas de identidad nacional. Una corporación
financiera o mediática es un centro de poder y de toma de
decisiones globales, pero sobre todo es un centro privado sin
responsabilidad política sobre las decisiones que toma,
añade Tresserras, aunque casi todos los ponentes coinciden
en atribuir a los operadores económicos,
tecnológicos y mediáticos globales la
responsabilidad en el control del proceso y en las decisiones que
se toman en el marco del mismo. Las corporaciones
económicas privadas son las responsables de la
asimetría financiera y mediática subyacente a la
globalización, pero ciertamente no han de rendir cuentas
ante ninguna institución política nacional, sino
sólo ante foros internaciones de control, que no son
políticamente representativos. Sin embargo, añade
Clark, "surge una nueva era de ética corporativa y
responsabilidad ciudadana. Los directores de estas empresas
tienen que responder más ante el público", y, al
margen de los beneficios económicos, la reputación
ética de las corporaciones "es crucial para los
directivos, los ejecutivos de las empresas" que acaban
contratando activistas de las ONG"s para ser asesorados en
cuestiones de ética empresarial y global. Quizás en
este punto Clark peca de cierta ingenuidad: la responsabilidad
mediática de las corporaciones se resuelve mediante la
adquisición de una buena imagen mediática, tras la
cual se ocultan las acciones con consecuencias reales para el
mundo. No hay que olvidar que la participación
pública de grandes corporaciones en proyectos
humanitarios, en el tratamiento políticamente correcto de
los recursos humanos, en la gestión ecológica de
los residuos, etc., de la que se hace la correspondiente
publicidad, se simultanea con el desarrollo oculto de programas
de investigación militar, por ejemplo.

Ingrid Volkmer, una especialista en televisión
transnacional, autora de un libro sobre la CNN e interesada en la
proliferación de cadenas similares, como Al Jazeera,
advierte también el carácter nodular de los agentes
que controlan la información en el proceso globalizador,
bajo la forma de "canales nicho" que ya no operan bajo el control
estatal o de una agencia de noticias oficial, sino sometidos al
interés privado. Esto posiblemente significa que el
periodismo internacional es más libre, pero también
que sus intereses reales pueden ser una incógnita. Lo que
se hecha aquí en falta es una reflexión
crítica sobre el papel de las corporaciones
mediáticas en la configuración del actual mapa del
mundo. Hay un exceso de confianza en los agentes
mediáticos, se espera que simplemente aporten variadas
versiones de la realidad, sin atender a los intereses que
conforman esas versiones. Es el caso de la difusión de las
imágenes de palestinos en plena celebración
después de los atentados del 11 de septiembre. Es muy
difícil reclamar responsabilidades sobre un daño
mediático difuso, impredecible; pero es evidente que
alguien decidió crear esa confusión respondiendo a
unos intereses concretos. La pregunta inevitable es:
¿cómo es posible que la élite del
pensamiento social actual, representada en los ponentes que
participan en este diálogo, sea tan poco
suspicaz?

El ponente Ontiveros da cuenta con mayor detalle del
tema de las asimetrías económicas y financieras en
la red global de flujos de capitales y recursos: hay mercados
cerrados y nichos financieros, los capitales no fluyen por todas
partes, sino que se concentran en áreas determinadas, y no
van a aquéllas que los necesitan por una simple
cuestión de riesgo. En este sentido, Ontiveros
señala el carácter no global del proceso de
globalización financiera: el capital se mueve de
áreas ricas a áreas ricas, sin alcanzar a los
países pobres. La inversión se ciñe a
lugares seguros eludiendo aquellas zonas de riesgo para los
inversores; en consecuencia, cabe pensar que ni siquiera el
mercado es global, sino que está fragmentado.

Cardoso describe muy bien este escenario de la
asimetría generada por la globalización
(consecuencia de mecanismos como los descritos por Fontana): ese
lugar donde ésta no alcanza, donde "la gente no sirve ni
para ser explotada"; lugar irrelevante para el mundo
desarrollado, descolgado del sistema principal porque "no tiene
más relevancia para las fuerzas fundamentales que manejan
el control del proceso de globalización". Sobre este
espacio abandonado hay teorizaciones muy anteriores al pleno
desarrollo de la globalización. El concepto es intuido en
la idea de territorio salvaje, que aparece en la novela
distópica de Aldous Huxley Un mundo feliz (1932);
por supuesto que Huxley no estaba pensando en un mundo
globalizado, pero sí en su nodularidad y en la
oposición entre lugares seguros y lugares de riesgo, que
hoy está plenamente vigente. Esta oposición aparece
implícita en la distinción que hace Fukuyama entre
los países que han superado la historia y los que siguen
empantanados en ella, es decir, sometidos a los vaivenes de la
inseguridad y la violencia.

La descripción de Cardoso es esencial para
entender la orientación real del desarrollo de la
globalización y el sentido profundo de sus
asimetrías, pero no es una aportación nueva;
más allá de las intuiciones anteriores hay
formulaciones más complejas sobre el significado de los
territorios de riesgo, y no son recientes. La primera es de Furio
Colombo, quien formuló a principios de los setenta la idea
del proceso de vietnamización, según la
cual "se consideran sacrificables (para el choque, la
destrucción) los territorios que no son la sede principal
de las concentraciones tecnológicas".

Poco después, en un artículo publicado en
1976 sobre la crisis urbana en los Estados Unidos, Manuel
Castells analiza la aparición de territorios urbanos
abandonados, inactivos, sin orden público, sin servicios
públicos, donde imperan la violencia y la barbarie ante la
evidente ausencia de ley. Tal abandono se produce porque los
capitales públicos y privados dejan de fluir a esos
lugares a causa de las dificultadas para rentabilizar la
inversión, dado que los capitales tienden a concentrarse,
y las masas laborales también, en lugares privilegiados
por la concentración tecnológica. La progresiva
inseguridad de esos territorios hace que sea cada vez más
difícil ver en ellos un valor de rentabilidad, así
que los agentes públicos y privados dejan deteriorarse
esos lugares sin interés para el mercado.

Castells está hablando también de las
asimetrías que mencionan los ponentes,
considerándolas un fenómeno subyacente al
desarrollo del capitalismo post-industrial, que precisa de la
concentración de capitales, estructuras
tecnológicas y fuerza de trabajo, al tiempo que provoca la
dispersión de las actividades y a la vez la
desestructuración de las áreas que no son capaces
de sumarse al proceso de concentración. Castells
sitúa esta concentración de la economía
americana y, por tanto, del inicio de sus grandes
asimetrías internas, poco después del final de la
II Guerra Mundial. Por supuesto, este proceso implica a mucha
población que no puede abandonar el lugar que han
abandonado los operadores económicos y
tecnológicos. En el artículo de Castells queda
también muy claro que las asimetrías generadas por
la incipiente globalización (pues la concentración
de capitales y tecnología ya es un indicio de la
nodularidad, de la sociedad reticular) tienen consecuencias
sociales y culturales, especialmente en la formación de
ghettos identitarios en esos lugares
abandonados.

A pesar de las consecuencias evidentemente negativas de
las asimetrías generadas por la globalización, ya
presentes y detectadas en sus primeros pasos, y actualmente
intensificadas en la medida en que el proceso se ha consolidado,
Ontiveros se muestra optimista ante la posibilidad de equilibrar
la globalización financiera, democratizándola. Sin
embargo, autores como Held y Calderón ven en la
asimetría de la globalización un paralelismo con el
déficit de la democracia global (crisis de instituciones
como Naciones Unidas) y el deterioro de los derechos humanos en
las áreas de riesgo, esas que no reciben un flujo adecuado
de capitales y tecnología. No hay motivos para tanto
optimismo: ni la democracia va a extenderse globalmente, ni va a
poderse controlar a los agentes económicos que sí
se han extendido globalmente, es decir, que operan desde lugares
protegidos por la estructura reticular de la
globalización. Al fin y al cabo, si no existe un estado
democrático universal es porque "lo único que es
universal en el capitalismo es el mercado", y ni siquiera el
mercado ha realizado su potencial universalidad.

Estamos de acuerdo con Inglehart en que el principal
problema global es la inseguridad, no por el terrorismo, sino por
las dificultades de supervivencia que hay en esas zonas
abandonadas a su suerte, donde la gente ya no sirve ni para ser
explotada debido a las asimetrías provocadas por la
globalización. Clark añade que las
asimetrías erosionan además la soberanía de
muchos Estados, democráticos o no, en esas zonas menos
desarrolladas del planeta, ya que estos Estados apenas pueden
influir en decisiones económicas y políticas
globales que sí les afectan. La concentración
económica es paralela a la concentración del
sistema de toma de decisiones, y la acción conjunta de
ambos factores impide el desarrollo tanto de la soberanía
nacional como de una democracia global alternativa. La
globalización tiene un aspecto excluyente, de
carácter económico y tecnológico, que
obstaculiza tanto el desarrollo económico y
político de ciertas áreas del planeta como el
progreso político en pos de una democracia universal. A
Held le parece bastante evidente que "uno de los factores
globales clave, que limitan la capacidad de desarrollo de los
países más pobres, es la libre circulación
de capitales", y en ese sentido formula una crítica
general a las políticas económicas del FMI,
auspiciadas por los Estados Unidos. Por estas razones piensa que
la corrección de las asimetrías globales no puede
dejarse en manos del mercado, precisamente porque el mercado las
intensifica.

Ante un problema tan complejo, la alternativa de
Ontiveros resulta demasiado optimista: los capitales no van a
fluir por sí solos a los territorios de riesgo, el capital
es cobarde y conservador, no se mueve por ideales
políticos o morales. La globalización
económica ni siquiera es coherente con sus postulados: que
sea el mercado el que regule los flujos de capital, pero que el
flujo de personas sea regulado por los estados. De esta manera,
el capital fluye libremente, pero la inmigración laboral
está controlada. Evidentemente, una inmigración
totalmente libre alteraría la cartografía actual,
que separa los territorios seguros de los que no lo son, ya que
la población que no sirve ni para ser explotada se
desplazaría hacia las zonas de concentración
tecnológica, financiera y de seguridad, dinamitando todo
el proceso.

Creemos que la globalización no debe ser regulada
por el mercado, porque el mercado por sí solo más
bien genera cierto caos desde el punto de vista del mero
observador local, caos que sólo sirve a los que cuentan
con un potencial de aprovechamiento de la información
sobre los flujos financieros. Así se producen las
asimetrías, y son esas asimetrías las principales
causantes de las grandes injusticias económicas y
sociales, que sí son perfectamente localizables. Por eso
las asimetrías sólo podrían corregirse
forzando al capital y no simplemente
tutelándolo. De todas formas hay que tener en
cuenta que las asimetrías son un componente estructural de
la globalización (de hecho, son consustanciales a la
dinámica de los mercados, sean globales o no), lo cual
significa, como bien advierte Cardoso, que no van a corregirse
con facilidad.

La crisis de los
Estados nacionales

Una idea que aparece continuamente en el diálogo
es la necesidad de redefinir el papel del Estado-nación en
el escenario de la globalidad. Hay quien habla de una
auténtica crisis de la estructura nacional estatal, que
habrá de ser superada por nuevas formulaciones; hay quien
no ve con claridad que los estados hayan perdido tanto poder como
parece. Al menos hay coincidencia en que la globalización
tecnológica, económica y mediática haya
conseguido que los estados vean alteradas sus funciones, su
capacidad de acción y su soberanía, y que una parte
de su poder haya sido acumulada por las grandes corporaciones
privadas, que actúan como agentes de control de la
globalización, agentes tecnológicos, financieros y
mediáticos. Son ellos los que controlan la
globalización, en la medida en que puede ésta
controlarse, y no los estados, que han de adaptarse a las nuevas
circunstancias, aunque en algunos casos presentan resistencias a
los cambios, o sencillamente no pueden hacerlo porque su
estructura misma es incompatible con la globalización. Un
estado descentralizado no es exactamente equivalente a una
estructura nodular. Esto se traduce, según Castells, en
cuatro formatos de crisis: falta de eficiencia (burocracia
estancada ante la eficacia privada), crisis de legitimidad (no
admite procesos transnacionales), crisis de representatividad
(ante las nuevas identidades y formas de socialidad) y crisis de
equidad (igualdad interna y asimetrías globales). Todo
ello puede englobarse en la idea de que el Estadonación
está inmerso en una crisis de soberanía, aunque no
siempre causada directamente por la globalización. Por
último, Castells destaca la consecuencia más
importante, para él, de la crisis del Estado-nación
frente a la globalización: que favorece el desarrollo de
las identidades locales.

En general, los ponentes constatan las desventajas de
los Estados para contrarrestar los efectos de la
globalización. Como bien señala Clark, "el proceso
de la política no se ha globalizado, sigue a nivel local o
nacional. Las elecciones, los partidos políticos, los
parlamentos, siguen firmemente anclados a nivel nacional". En
este sentido, los estados compiten en desventaja con quienes
sí han asumido la globalización o han nacido de
ella: las corporaciones privadas generadas en el último
estadio del capitalismo financiero. No hay organismos de control
económico públicos capaces de manejar adecuadamente
las asimetrías económicas generadas por la
globalización, pero eso no ocurre sólo porque los
diferentes estados no se ponen de acuerdo en crear instituciones
adecuadas para tal función, sino también porque esa
posibilidad escapa al control estatal desde que la
economía dejó de ser nacional para comenzar a ser
colonial, mucho antes de que se hablara de globalización
tecnológica. Evidentemente, la globalización ha
empeorado la situación desde el punto de vista del control
sobre los agentes económicos supranacionales, que tienden
a actuar en favor de sus propios intereses. Así, las
economías nacionales de algunos países pueden verse
afectadas por la acción de operadores privados
gigantescos, que pueden canalizar en una sola dirección
los ahorros de millones de personas de todo el mundo, y alterar
con ese movimiento de capitales las previsiones económicas
de tales países. En tales circunstancias, ni hay
"economía nacional", ni es posible una "política
económica" para dirigirla.

Tubiana, en su ponencia, constata las dificultades que
hay para controlar el proceso globalizador puesto en marcha por
los agentes económicos privados, que se enfrentan ahora
tanto a las presiones estatales como de agentes no
gubernamentales. Pero los actores privados no van a ceder el
margen de soberanía que le han robado al estado gracias a
su control de los principales procesos globalizadores, es decir,
la economía y los medios de información. Tubiana
admite que hay que contar con ellos para definir el futuro
interés general global, cosa que no puede hacerse desde la
óptica reduccionista del estado nacional. Sin embargo,
olvida que el interés de las corporaciones
económicas es ante todo privado y crematístico, y
que se resisten a ser controladas por los representantes
legítimos (hasta el momento) del interés
general.

Por otro lado, intervienen nuevas organizaciones, que
son también corporativas, pero nacidas como nuevas formas
de socialidad y sin el ánimo crematístico de las
empresas (lo cual no se contradice con el hecho de que algunas de
ellas manejan unos presupuestos multimillonarios, a menudo fruto
de subvenciones públicas). Se trata de las ONG"s, que,
según Clark, constituyen redes internacionales de la
sociedad civil. Como tales han contribuido al fortalecimiento de
la democracia global, al crear un nuevo tejido social, una nueva
cohesión, pero por lo mismo y por su carácter
global, han contribuido a la debilidad del Estado-nación.
Los ciudadanos occidentales, desencantados de la democracia de
partidos, se afilian a las ONG"s porque les permiten una
intervención participativa globalizada en temas hacia los
que son sensibles. Pero no hay que olvidar que las ONG"s no son
organizaciones políticas, ni sus portavoces representan
políticamente a nadie, ni tienen mandato popular. Las
ONG"s son corporaciones privadas, ni más ni menos, y en
ocasiones actúan como si tuvieran intereses
económicos, compiten por nuestra atención, como si
fueran un centro comercial en el amplio mercado del humanitarismo
globalizado.

El auge de las ONG"s es, en cierto modo, una
consecuencia de la crisis del sujeto político en
concomitancia con la crisis de la democracia de partidos. Pero es
éste un tema que apenas se toca en el conjunto de la
discusión. Calderón apenas lo insinúa. La
democracia participativa ha salido mal parada en la
globalización, sobre todo por la disminución de la
capacidad de los ciudadanos para intervenir en la toma de
decisiones políticas, a pesar de las posibilidades que la
tecnología informacional permite. Y esto ha ocurrido
porque los agentes corporativos han ocupado ese terreno que en
principio correspondería a los individuos, a los que ha
dejado meramente el papel de receptores-opinadores
mediáticos. Esto significa que la mayor parte de las
decisiones se toman en ámbitos fuera del alcance de los
individuos, de ahí que se postule la alternativa de
reducir el interés participativo al ámbito local e
identitario, bajo el lema de "piensa en global, actúa en
local". Se supone que la conjunción de acciones locales
puede influir en un entorno global, como si se tratase de una
mera cuestión de peso o de masa. En realidad esto es un
mecanismo de distracción: que los ciudadanos se ilusionen
en la participación local, que no salgan de sus
márgenes comunitarios e identitarios, que crean que
así participan en la construcción del mundo. Es
cierto que las decisiones que se toman en niveles más
altos se generan y ejecutan en un lugar determinado del mundo,
son también locales; que todo ocurre en la misma
estructura reticular, pero no hay que perder de vista la realidad
de que los nódulos de la red no son equiponderantes, no
están todos en las mismas condiciones ni tienen la misma
capacidad de control sobre los flujos de información o de
capitales. De nuevo nos enfrentamos a la asimetría que
caracteriza a la globalización y que hace que las
decisiones en el ámbito local o identitario apenas lo
trasciendan, salvo que tengan un especial interés para los
agentes de peso en la globalización.

De la ponencia de Tubiana se deduce, a modo de
conclusión, que los especialistas aún no saben como
hacer políticamente sostenible la globalización,
conciliando los intereses públicos con los privados. No se
sabe hacia dónde ir o llevar la reflexión sobre
cómo afectará esto a los estados en el futuro. Al
menos parece claro que no se puede dejar al mercado como
regulador único del proceso de globalización, que
ha de haber otras instancias que no sean privadas. La de Tubiana
es, junto con la de Cowan, que sigue una similar línea
argumental, una de las ponencias más realista y
crítica de las que se han presentado en este
diálogo.

Puede objetarse contra Tubiana que hay factores globales
que desatan inevitablemente una crisis sin precedentes en el
ámbito de los estados nacionales: por un lado, se toman
fuera de las fronteras de una nación decisiones que
afectan a esa nación, a través de agentes que no
son de esa nación, ni representan nada de ella, puesto que
son privados; por otro, el estado ha perdido capacidad operativa,
tanto para controlar en su territorio los efectos de esas
decisiones exteriores, como para hacer cumplir con eficacia sus
disposiciones, como Castells apuntaba al principio. Finalmente, a
la crisis de la capacidad operativa del estado debida a las
presiones y competencia de los agentes globales privados, Cardoso
añade una crisis de confianza social hacia el estado y sus
estructuras, confianza que, como se analiza más adelante,
depende directamente del uso y provecho de los sistemas
mediáticos globales.

Tubiana también afronta la cuestión de que
la crisis del estado no afecta a todos por igual, hasta el punto
de que la teoría de la decadencia estatal tiene grandes
lagunas. Piensa que la globalización ha obligado al estado
a redefinirse, pero a la vez le ha dado una mayor importancia,
como por ejemplo en el tema del control estatal de
carácter policial o fiscal. Puede alegarse, ciertamente,
que hay estados nacionales que no están en crisis, que se
han hecho más fuertes y seguros en lo que respecta a su
soberanía y la capacidad de coacción de su aparato
político. Estados Unidos es el mejor ejemplo de
resistencia del poder estatal frente al ímpetu de las
corporaciones privadas y el desorden inherente a la
globalización informacional. Pero hay que tener en cuenta
una cosa: que las corporaciones privadas han estado imbricadas en
la estructura estatal de los Estados Unidos desde que las
corporaciones privadas tienen peso específico como formas
de poder. Estados Unidos es un país pionero en el
desarrollo de la globalización, y lo es porque sus
condiciones particulares lo permitían en su momento. Su
aparato estatal no está en crisis porque está
desestatalizado, y ese es el futuro que espera a los estados
nacionales si se dejan arrastrar por la corriente de las
corporaciones privadas.

En el artículo de Castells de 1976 en Les
Temps Modernes
aparecen datos significativos que indican la
especificidad de la estructura política americana: un
aparato estatal muy descentralizado y fragmentado, y un dominio
indiscutido del capital en la escena política y social, de
manera que las presiones corporativas sobre las decisiones
políticas condicionaron desde los años 50 el
desarrollo del territorio, la distribución de la
población y, en definitiva, la crisis urbana. En 1976,
Castells era tan crítico con las corporaciones privadas
como para mostrar con ejemplos que actuaban movidas por sus
propios e inmediatos intereses. Treinta años
después, en este diálogo se habla de confianza en
las buenas intenciones de las corporaciones privadas, cuando el
hecho evidente de que la asimetría provocada por ellas
hace cincuenta años se ha intensificado y se han
incrementado sus inconvenientes, precisamente porque las
corporaciones privadas siguen operando en pos de sus
intereses.

La
fragmentación de las culturas

La constatación de la resistencia de las
identidades culturales locales a los embates de la
uniformización es el dato que tranquiliza a todos los
participantes. La globalización tecnológica, pese a
haber conseguido que los tejanos sean el uniforme de los
jóvenes en casi todo el mundo, y que tanta gente en tantos
países de todos los continentes haya probado las
hamburguesas americanas, no ha implantado una
monoculturización absoluta. El mestizaje global y la
uniformización cultural han sido superados por las
resistencias identitarias locales, que asimilan lo global y lo
reinterpretan según su propia perspectiva
local.

Castells apunta que esta pervivencia de las culturas
locales puede desarrollarse en formas de nichos de resistencia
identitaria que, al intensificarse, puede derivar en un
fundamentalismo sin proyecto diversificador que comporta,
asimismo, una debilidad de las identidades individuales, tan
esenciales en la configuración de la ciudadanía
activa y la democracia, de modo que también contribuye a
la crisis del Estado-nación. El debilitado sujeto que ha
sobrevivido a la crisis de la modernidad también se
resiste a disolverse adoptando la forma que Castells denomina
individualismo colectivo, es decir, construyendo nichos
de individualismo colectivo a través de la familia,
círculo de amigos, etc., siempre buscando realizar "un
proyecto de existencia que está centrado en la afectividad
inmediata y defensiva hacia uno y los suyos". Según
Castells, la gente necesita utilizar rasgos identitarios cercanos
para poder entenderse a sí misma y saber quién es,
así que "las identidades se convierten en anclas para
poder navegar en el océano de la globalización". La
identidad, pues, acaba siendo fuente de sentido para las
personas, inmersas en este océano ilimitado por la
globalización; y los sentidos pueden ser de variado signo:
religioso, nacional, étnico, territorial, tribal, de
género, etc.

Tampoco esta idea es novedosa. La hallamos perfectamente
formulada en la obra de Lipovetsky La era del
vacío
, publicada en 1983. El autor francés
analiza el proceso de socialidad nodular que se ha iniciado en
las sociedades tardocapitalistas, por el que se recupera la vieja
solidaridad orgánica bajo la consigna de "nos juntamos
porque nos parecemos, porque estamos sensibilizados por los
mismos objetivos existenciales", y responde a un impulso de
búsqueda de lo cercano, una obsesión intimista, un
"confortable repliegue en nuestro ghetto íntimo",
buscando "integrarse en cálidos círculos de
convivencia". Es el giro identitario paralelo al
conocido giro lingüístico. Aquí está el
individualismo colectivo con proyecto de existencia centrado en
la afectividad inmediata, antes mencionado por Castells. Pero,
profundizando en la cuestión, Lipovetsky explica este
fenómeno de la nueva socialidad posmoderna (nueva en los
años 70-80, claro) en tanto que estas "redes
situacionales", como él las llama, constituyen mecanismo
de integración social a escala local que compensan de las
dificultades que se experimentan en un entorno global, es decir,
son esas anclas que sirven para asegurar la navegación en
el océano global de Castells.

Otro tema importante es la cuestión del miedo al
mestizaje global, es decir, el temor a que el desarrollo de la
globalización cultural suponga la pérdida de
culturas autóctonas locales o, simplemente, su
degeneración debida al contacto con la cultura globalizada
hegemónica, es decir, la occidental. Este miedo
está conjurado desde el momento en que parece evidente que
la globalización tecnológico-económica es
asimétrica y, por tanto, que la presencia de flujos
globales de información no equivale a un mestizaje global.
La información, igual que el capital, no fluye en los
territorios de riesgo igual que en los territorios seguros y
desarrollados, tanto en la recepción de información
exterior como en la emisión de información propia,
pues la que esos territorios de riesgo generan y logran emitir es
filtrada por los agentes que controlan los flujos de
información, es decir, las grandes corporaciones
mediáticas, a través de operadores globales como
CNN y de otros canales que se alimentan de CNN, que dan una
versión de los hechos satisfactoria de las expectativas de
su público occidental. Esto supone que los que vivimos en
el Primer Mundo y vemos la CNN, por ejemplo, u otros canales
nacionales o locales que se alimentan de CNN y otras agencias
similares, tenemos una imagen sesgada, manipulada, y hasta
uniformizada del mundo, inclinada a presentar los beneficios de
la globalización.

Para consuelo de muchos de los ponentes, la realidad es
otra, es decir, hay una pluridimensionalidad de las culturas y
auténticos focos de resistencia local a la
uniformización cultural, sobre todo en los territorios
menos desarrollados en el seno de la economía global.
Inglehart sostiene que la globalización no conduce a la
uniformización cultural global, sino que se mantiene
cierta divergencia cultural y de valores en virtud de ciertos
factores: desarrollo económico y flujo informacional, es
decir, en relación directa con las asimetrías que
el proceso de globalización económica y
tecnológica manifiesta. Las identidades se resisten a
cambiar, pero son más dinámicas y ligeras donde ha
habido un mayor desarrollo económico y social. A menor
desarrollo, más resisten la identidad y los valores
tradicionales, aunque hay importantes excepciones a esta regla
que hacen dudar del verdadero papel de la globalización en
este sentido. Estados Unidos y Arabia Saudita son dos ejemplos de
convivencia de un elevado desarrollo económico con un
estancamiento de los valores en lo tradicional e incluso, en el
caso americano, con un nuevo auge del fundamentalismo religioso.
Como ha apuntado Touraine, Estados Unidos es sede de las grandes
redes mundiales de tecnología, y a la vez la sociedad
más fragmentada del mundo, donde el proceso de
afirmación de las identidades prevalece sobre la
comunicación de las mismas.

A partir de esta constatación de la diversidad,
Castells da una noticia tranquilizadora: no hay aldea global, no
hay unidad global de los flujos mediáticos separada de las
culturas locales específicas, es decir, no hay centro y
periferia, sino que todo es nodular e interconectado. Pero esto
no es cierto del todo: los flujos mediáticos están
concentrados en unos pocos agentes corporativos que pueden
controlar la información que se genera en el mundo, y a la
vez generarla y distribuirla por sí mismos; después
están las culturas locales, aldeas dispersas, unas mejor
interconectadas que otras. La contradicción interna del
discurso optimista de la globalización radica en no saber
apreciar que el flujo de la información no es
bidireccional al cien por cien, es decir, en no constatar que
persiste la asimetría en el ámbito de la
información. La globalización tecnológica
permite la universalidad potencial de los flujos de
información, pero de hecho esto no ocurre, hay
áreas locales impermeables a los flujos exteriores, y hay
información de áreas locales que es filtrada por
los agentes corporativos que controlan el flujo global de
información. El mensaje de Castells puede ser
tranquilizador en tanto que puede haber desaparecido el riesgo de
una uniformización cultural centralizada, de un mestizaje
global, pero no se puede bajar la guardia ante el hecho de que el
control de la información ya no está en manos
estatales, públicas, sino en manos privadas,
corporativas.

La argumentación de Touraine nos parece mucho
más realista: las culturas desaparecen y son sustituidas
por los mercados y las identidades. Identidad no equivale a
cultura, es simplemente una etiqueta de reconocimiento, pero el
mito de la globalización ha generado la confusión
entre ambas, en parte porque la globalización
tecnológica y económica ha obligado a las culturas
a replegarse en un ámbito de acción que obliga a la
afirmación de su identidad, tal y como indica el informe
de Inglehart. La globalización agudiza las identidades
como respuesta a sus desafíos, pero no porque la cultura
se haya globalizado. Y la afirmación identitaria se
produce en todos los ámbitos, sobre todo en los
territorios de riesgo, pero también en los territorios
seguros, donde el fenómeno identitario puede tener un
componente fundamentalista tan claro o tan potente como en los
territorios de riesgo (y Estados Unidos es el mejor
ejemplo).

En cuanto a la posibilidad de la tan temida
globalización de la cultura, es decir, la
uniformización progresiva de las culturas, fagocitando las
fuertes a las débiles o minoritarias, es un tema que ya ha
sido tratado en la antropología clásica y
contemporánea, pues se trata de un fenómeno tan
antiguo como las civilizaciones. Así que los ponentes, en
general, no aportan nada nuevo sobre el tema. El mestizaje global
sigue generando una especie de miedo entre los intelectuales
progresistas, miedo a que la occidentalización acabe
estropeando lo auténtico que hay en las culturas menos
desarrolladas y menos tecnificadas. Y al comprobar que las
estadísticas demuestran que hay resistencias a la
uniformización hay un consenso generalizado de que esto es
positivo. Pero ni el mestizaje es global, ni es tan bueno, ni es
tan malo. Para Polly Toinbee es muy fácil pasar elementos
de una cultura a otra, la contaminación está en la
esencia de la cultura, y una cultura pura es una cultura muerta,
por muy virgen que permanezca. En consonancia con esto, Held
señala que los culebrones hispanos se ven en todo el
mundo, y lo que ocurre es que cada cultura los reinterpreta en
función de sus propios esquemas, de modo que persiste la
diversidad, a pesar de la contaminación global con un
producto homogéneo.

El inconveniente no reside en la contaminación
intercultural, sino más bien en un aspecto en cierto
sentido externo a ella. La fagocitación fruto de la
supremacía de una cultura sobre otra no es el resultado de
la interacción en sí, sino que ha de darse como
actitud previa en una cultura que se entiende a sí misma
como superior. Así, no es tan grave que los
españoles veamos culebrones venezolanos, o series
americanas, ni que los tibetanos capten por satélite
películas occidentales subidas de tono, pero hay que
admitir que estas interacciones tampoco son absolutamente inocuas
para las culturas receptoras si los contenidos están
programados desde la perspectiva de la supremacía del
agente emisor. Y eso puede ocurrir cuando el agente es una
poderosa corporación mediática privada cuya
filosofía está determinada desde dentro y toma
decisiones en apoyo o en contra de determinadas interpretaciones
del mundo.

Sobre este punto, Tresserras admite que los actores de
la globalización informacional intervienen decisivamente
en la función de construcción social, es decir, que
hay un vínculo entre las industrias de la
comunicación global y la formación de la cultura,
tanto en lo global como en lo local, cosa que a su vez interviene
como componente esencial en la construcción de las
identidades. Eso explica que los tejanos sean usados por tanta
gente en todo el mundo, pero no acaba de explicar por qué
las identidades y las culturas conservan sus rasgos locales a
pesar de que la globalización tecnológica permita
asimilar múltiples elementos nuevos para la
construcción de identidades híbridas y más
abiertas, salvo que los receptores capten contenidos sesgados y
unilaterales. La asimetría va en detrimento del pluralismo
y la diversificación de propuestas, y el monocromismo de
la televisión, de la industria del cine o de la prensa
acaba contagiando también a Internet. Por eso parece
cierto que lo único que se está globalizando es la
incultura.

La asimetría detectada en la globalización
tecnológico-financiera tiene, pues, una vertiente
mediática y, a la vez, un componente cultural. La
información está mal repartida porque la
tecnología y los capitales también. Lo cual se
traduce, según Tresserras, en que "si las pequeñas
culturas no pueden dotarse de bases industriales para proteger y
proyectar sus culturas locales, entonces algunas identidades
corren peligro", es decir, pueden ser uniformizadas y fagocitadas
al interactuar con desventaja en un universo mediático
dominado por los grandes actores culturales. Sin embargo, esto se
contradice con los datos aportados por Inglehart, que muestran
que las zonas de menor flujo financiero y desarrollo
tecnológico, las zonas de riesgo, se mantienen en cierto
estancamiento cultural equivalente al estancamiento
tecnológico y social que padecen, y desarrollan una
resistencia a su fagocitación por las culturas más
desarrolladas, así como un mayor apego por sus identidades
tradicionales. Es decir, que la debilidad económica y
tecnológica de unos contribuye más a generar nuevos
nichos culturales, en ocasiones con carácter identitario y
fundamentalista, que a generar uniformidad a través de la
asimilación de los pequeños por los grandes
depredadores culturales.

Partes: 1, 2

Página siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter