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Magos y demonios en la antigüedad



Partes: 1, 2

  1. Los magos
    egipcios
  2. Enfermedades y
    demonios
  3. Textos de magia
    egipcia
  4. Los démones en el
    mundo clásico
  5. Dioses, démones y
    héroes
  6. El mago y la
    invocación
  7. Prácticas
    maléficas
  8. Ritos de
    sometimiento
  9. Papiros cristianos de
    magia
  10. Magos
    cristianos
  11. Los cristianos y los
    ángeles
  12. Sofronio de
    Tella
  13. Bibliografía

"La cruel virulencia del mal se veía reforzada
por su convicción de que (Germánico) había
sido envenenado por Pisón. Además se encontraban en
el suelo y en las paredes restos desenterrados de cuerpos
humanos, encantamientos y maldiciones, y el nombre de
Germánico grabado en láminas de plomo, cenizas a
medio quemar y cubiertas de sangre ennegrecida, y otros
maleficios con los que se cree consagrar las almas a los
númenes infernales" – Tácito (Anales,
2.69).

El hombre moderno, influido por las creencias del
Cristianismo, muestra unos sentimientos de temor y desconfianza
ante los fenómenos de tipo mágico, entendiendo
estos como aquellas acciones que llevan a cabo los hombres
traspasando los propios poderes de que están dotados. Se
trataría de unas actuaciones que superarían,
según estas creencias, las propias potencialidades de los
hombres y que estos llegan a ejecutar amparándose en la
ayuda de unos poderes distintos al divino, lo que hace que para
los teólogos cristianos esas prácticas
mágicas sean consideradas como reprobables y pecaminosas,
ya que a fin de cuentas las mismas basan su confianza en la
intervención de seres del Más Allá que se
distinguirían por sus componentes de carácter
negativo, bien sean los propios demonios o almas perdidas que
vagabundearían por el entorno de los vivos.

En los tiempos antiguos, sin embargo, esa
separación tan clara entre lo que es religión y lo
que es magia no existía, sino que por contra los hombres
religiosos de la Antigüedad, los más santos,
vivían de manera casi cotidiana experiencias
iniciáticas que les permitían establecer puentes de
contacto con los poderes ocultos de ese Más
Allá.

Con las culturas griega y romana las prácticas
vinculadas a lo que hoy conocemos como Magia Negra estaban
desacreditadas, prohibidas formalmente por los poderes estatales,
si bien se seguían realizando, como luego veremos. En
tiempos posteriores, cuando el Cristianismo se convirtió
en la religión oficial del Imperio, los pensadores
cristianos habrían de asimilar el concepto de magia con el
de paganismo, de modo que ambos serían perseguidos con
virulencia, quedando así las prácticas
mágicas ocultas en la clandestinidad durante siglos de
historia. Diversos grupos humanos, como los herejes y las
hechiceras, habrían de sufrir en sus carnes esa postura
hostil y condenatoria de la Iglesia hacia sus
creencias.

Los magos
egipcios

En el antiguo Egipto, por contra, la vida cotidiana de
los hombres estaba plenamente influida por las concepciones de
tipo mágico. En esos tiempos todo lo existente estaba
impregnado por Heka, el principio del poder mágico, que
estaba personificado en un ser divino. Heka habría sido el
poder inmenso del que se habría servido la divinidad
primigenia (Atum-Re) cuando decidió dar comienzo al acto
de la creación del mundo. Heka sería, en ese
sentido, quien dio la vida a los demás dioses menores y al
resto de los seres. Los Textos de los Sarcófagos lo
afirman:

"Yo soy el que da vida a las compañias de los
dioses,

yo soy el que hizo todo lo que desea,

el padre de los dioses…

Todas las cosas eran mías

antes de que vosotros nacierais, ¡oh
dioses!

Vosotros vinisteis después,

¡pues yo soy Heka!"

Heka, siguiendo a Jeremy Naydler, era entendido como la
personificación del poder creador divino, que los egipcios
entendían como un inmenso poder mágico que sostiene
e impregna todo lo que existe tanto en el mundo material como en
el espiritual. En este contexto de creencias, tan distintas de
las propias del hombre moderno, la función del
sacerdote-mago egipcio, iniciado tras muchos años de
preparación, sería la de contribuir a que los
poderes de Heka fuesen debidamente activados ante cada
situación concreta. Ese sería uno de los
núcleos esenciales de la ciencia sagrada egipcia y de las
prácticas mágicas en ese país.

El mago sería aquel individuo que habría
sido capaz de convertirse, a través de la
iniciación en los Misterios, en un canal de
transmisión de los poderes de Heka. Cuando el mago egipcio
daba una orden a los seres del Más Allá, fuesen
dioses menores, demonios u otro tipo de espíritus, no lo
hacía en su cualidad de hombre sino que previamente se
había integrado en Heka, de modo que a través del
mago la que estaba actuando realmente era esa fuente primigenia
de poder. Así, en los Textos de las Pirámides
(conjuro 1.324) encontramos que el oficiante dice que:

"¡No soy yo quien os dice esto, oh
dioses;

es Heka quien os dice esto, oh dioses!"

En el antiguo Egipto la magia era ese poder misterioso
que lo impregna todo y que constituye realmente la armazón
que unía todos los niveles de la realidad y, por tanto, de
la existencia cotidiana de los hombres. Egipto estaba
estructurada como una sociedad de tipo teocéntrica y
mistérica en la que los seres vivos dependían de
los magos para poder mantenerse en una relación de
armonía con todo aquello que en cada momento concreto los
dioses deseaban.

Enfermedades y
demonios

En el caso de la medicina la relación con los
poderes mágicos era especialmente apreciable por los
hombres. Los egipcios pensaban que cuando una persona enfermaba
la causa radicaba en que fuerzas espirituales de tipo negativo
estaban influyendo tanto en su cuerpo como en su espíritu.
Las influencias demoníacas eran las responsables de las
enfermedades y en general de los males de los hombres, de modo
que era misión esencial del mago/sanador la de saber
identificar con claridad al poder demoníaco que estaba
actuando en cada caso concreto, tarea en la que le resultaba
necesario contar con la ayuda de alguna divinidad que le pudiera
ayudar.

El mago era un visionario que tenía la capacidad
de ver en las esferas espirituales. Adecuadamente instruido en la
Casa de la Vida era un hombre que conocía los nombres
verdaderos de las cosas, es decir los nombres que estaban ocultos
a los profanos. Gracia a ese poder mágico de las palabras
el mago podía activar los poderes de Heka y enfrentarse a
los poderes negativos causantes de las enfermedades. Se pensaba,
en suma, que cuando el mago nombraba el nombre oculto de un ser
llegaba a alcanzar un inmenso poder sobre él. En cada caso
concreto, el mago debía saber lo que tenía que
decir y como lo tenía que decir. Sabía como invocar
a los poderes ocultos y, revestido de los poderes de Heka,
tenía poder sobre ellos. Concebida la enfermedad como la
manifestación del poder de un demonio o espíritu
hostil que había entrado en una persona el sanador
solamente podría tener éxito en su combate con el
mal en la medida en que fuese capaz de enfrentarse a los poderes
de esos demonios.

En el Museo del Louvre se custodia una estela que fue
encontrada cerca del templo de Khonsu, en Karnak, en 1829. Su
contenido nos permite profundizar en las creencias que venimos
comentando. Se trata de un texto grabado en signos
jeroglíficos que nos ofrece una narración de tipo
propagandístico que los sacerdotes tebanos elaboraron en
alabanza a esta divinidad, a la que se atribuía una
capacidad especial para ahuyentar a los espíritus que
molestaban a los hombres. En su contenido todo parece indicar que
la narración se inspira en una antigua leyenda popular que
los sacerdotes querían ahora convertir en documento
oficial.

La princesa de Bakhtan es el nombre que los
egiptólogos han dado a esta historia, que supuestamente
habría sucedido en tiempos de Ramsés II. La
inscripción nos dice que el rey habría desposado
con una princesa extranjera, de nombre Neferure, que
habría nacido en el lejano reino de Bakhtan. La
protagonista de la historia es Bentrech, hermana menor de
Neferure, de la que se nos dice que está gravemente
enferma desconociendo los médicos de su reino el posible
modo de curarla.

Ante esa situación el monarca de Bakhtan decide
solicitar la ayuda de Ramsés, al que ruega que
envíe a un mago egipcio que se ocupe de la salud de la
princesa. Por encargo del faraón uno de los mejores
sanadores egipcios se traslada al lejano reino y tras examinar a
Bentrech toma pronto conciencia de que la princesa está
poseída por un espíritu merodeador, de los que
traen las enfermedades a los hombres:

"Cuando el sabio llegó a Bakhtan -se indica en el
texto, seguimos a Lefebvre-, se encontró a Bentrech en el
estado de (alguien) que está poseída por un
espíritu; se encontró por otro lado que (se trataba
de) un enemigo al que había que combatir…"

Encontrándose el mago con que el espíritu
es un ente de grandes poderes informará a Ramsés II
que piensa que es necesario que una divinidad egipcia sea
trasladada al reino de Bakhtan para conseguir la expulsión
del intruso del cuerpo de la princesa.

Se decide, finalmente, que sea Khonsu, en su
acepción de "Khonsu-que-gobierna-en-Tebas" quien viaje al
país lejano, no sin que antes el propio "Khonsu-el-Grande"
le provea adecuadamente con sus fluidos de poder, que le
suministrará a través de cuatro "pasadas"
mágicas que se citan expresamente en el texto. Es de
especial interés este fragmento de la narración en
el que se nos informa de uno de los rituales mágicos que
practicaban los egipcios: vemos como Khonsu transmite su poder a
"Khonsu-que-gobierna-en-Tebas" a través de varias
"pasadas" repetidas y que posteriormente esta segunda divinidad
hará lo mismo con la princesa posesa:

"Provéelo con tu fluido mágico -le dice el
rey a Khonsu-, para que yo haga ir a Su Santidad a Bakhtan para
salvar a la hija del príncipe."

Y más adelante se nos dice que: "Entonces este
dios ("Khonsu-que-gobierna-en-Tebas") se dirigió al lugar
en que se encontraba Bentrech. Hizo pasar el fluido mágico
a la hija del príncipe: ella se encontró bien de
inmediato".

Finaliza esta curiosa narración
propagandística de los poderes mágicos de Khonsu
indicando que el espíritu, reconociendo el inmenso poder
del dios, se declaró de inmediato su siervo,
marchándose luego en paz, con la aquiescencia de Khonsu.
Vemos así que esta divinidad tebana es reconocida como
poseedora de poderes especiales que permiten poner en fuga a los
espíritus que a veces entran en posesión de los
cuerpos de los hombres.

Textos de magia
egipcia

Se han conservado multitud de textos egipcios que
reflejan las creencias existentes acerca de los magos entendidos
como hombres que no temían a los demonios y a los
espíritus errantes que causaban las enfermedades y la
angustia a las personas. Esos seres del Más Allá
producían sentimientos de miedo a los hombres pero no a
los magos que iniciados en los Misterios de la vida y de la
muerte sabían como derrotarlos invocando para ello a los
poderes benéficos de Heka, que lo que reflejan no son sino
la inmesa fuerza positiva de la Luz divina. Algunos de esos
textos se han conservado en las tumbas de sacerdotes-magos que
posiblemente quisieron llevarse sus libros de poder al Más
Allá para seguir usándolos durante la
eternidad.

En el Papiro hierático del Museo de Berlín
(3027) encontramos un conjuro que utiliza el mago para obligar a
un espíritu maligno que ha entrado en el cuerpo de un
niño a que salga de él. Lo reproducimos
seguidamente en la versión de M.
Valentín:

"¡Sal fuera, asiática venida del desierto,
negra venida de las tierras vacías! ¿Eres una
esclava? ¡Entonces sal fuera por medio del vómito!
¿Eres una dama de la nobleza? ¡Entonces sal fuera
por su orina! ¡Sal fuera por las secreciones de su nariz!
¡Sal fuera en el sudor de su cuerpo! Mis manos se posan
sobre mi niño y las manos de Isis están sobre
él, igual que protegieron a su hijo, Horus"

En este interesante conjuro vemos que el mago trata de
identificar al espíritu que causa el mal, sea de una
esclava o de una dama fallecida, al que asimila con los enemigos
de Egipto, los asiáticos y los negros, es decir, los
pueblos extranjeros. Se le obliga a que salga del cuerpo inmerso
en las secreciones que este produce: vómito, orina, etc.
Dado que el enfermo es un niño, el mago ha invocado a
Isis, divinidad protectora, que ha impuesto sus manos sobre
él y le protege del espíritu invasor. Del mismo
modo que Isis devolvió la salud a Horus, su hijo, cuando
estaba enfermo, ahora también sanará al
niño.

Igualmente a modo de ejemplo reproducimos,
también en la versión de M. Valentín, un
conjuro contra un veneno en el que el mago, ahora, invoca los
poderes de Horus:

"¡Horus lo expulsa por su virtud
mágica!

¡Derrámate veneno, sal sobre la tierra, no
circules en ningún miembro de N, hijo de N!

Horus salva mi vida por sus amuletos, sus palabras
bienhechoras me protegen.

¡Venenos que estáis en mi cuerpo, abrid
vuestra boca y no mordáis!

¡Pus que ha salido de la boca del enemigo de
Horus, tú, virulento, sal sobre la tierra!

¡Desapareced vosotros, abominaciones!"

En este texto se nos dice que el veneno que está
enfermando al paciente es un espíritu maligno, enemigo de
Horus, que es la divinidad protectora a la que el mago ha
invocado. Ese espíritu maligno, el veneno, debe salir del
cuerpo e irse a la tierra. Esta expresión de "irse a la
tierra" es muy frecuente en este tipo de conjuros y se inserta en
la creencia de que el causante del daño es un
espíritu errante, que no se ha elevado tras la muerte a la
Luz de Atum-Re, por lo su destino es integrarse en la tierra, en
el mundo de la materia.

Textos como estos y otros muchos más que se han
conservado confirman que los antiguos egipcios, en su existencia
diaria, estaban plenamente impregnados por las creencias
mágicas. Los demonios y los espíritus malignos eran
algo tan cotidiano en sus vidas como el resto de los hombres de
su entorno. Afortunadamente, esa continua presencial del mal que
amenazaba a los hombres podía ser combatida gracias a la
actuación de los magos, que sabían utilizar
adecuadamente los benéficos poderes de las divinidades
positivas, lo que contribuía a aportar seguridad a la vida
cotidiana.

En los tiempos más tardíos, con la
irrupción de los poderes griego y romano, el aspecto
más elevado y místico de la magia fue cayendo en el
olvido, siendo sustituido por la superstición y la
hechicería. Las antiguas creencias ya no encontraban
sustento en el nuevo mundo grecorromano y el misticismo de los
Misterios de Isis y Osiris fue quedando relegado. Ahora la
hechicería más vulgar lo impregnaba todo. Veamos, a
modo de ejemplo, un conjuro en el que el invocante no duda en
amenazar al propio Osiris en el caso de no alcanzar el amor de
una mujer. Seguimos a M. Valentín:

"¡Homenaje a ti, Re Hor-Ajty, padre de los dioses!
¡Homenaje a vosotras, las siete Hat-Hor que os
vestís con tejido de lino rojo! ¡Homenaje a
vosotros, dioses, señores del cielo y de la tierra!
¡Haced que la mujer N, nacida de N, vaya detrás de
mí como una vaca va tras el pasto, como una niñera
va tras sus niños, como un pastor va tras su
rebaño!

¡Si no conseguís que venga detrás de
mí, yo incendiaré Busiris y quemaré a
Osiris!"

Los
démones en el mundo clásico

Para los griegos, en una primera aproximación,
podemos decir que los démones, espíritus
demoníacos, eran unos seres que se ubicaban entre los
dioses y los hombres. Usualmente tenían una naturaleza
maligna causando enfermedades y penalidades a los
hombres.

Estas creencias sobre los démones, influidas por
las que antes se habían desarrollado en Egipto y
Mesopotamia, fueron muy confusas en los tiempos más
antiguos de la historia de Grecia, de modo que el concepto de
demon no estaba del todo claro y no se sabía distinguir
con claridad entre los démones y los espíritus de
los difuntos.

No obstante, en un momento temprano, encontramos autores
como Hesiodo que nos han transmitido una interesante
información acerca de los seres de la ultratumba. Estas
noticias se insertan en su obra Los trabajos y los días,
en la que Hesiodo nos habla de las distintas edades por las que
habría transcurrido la historia del hombre.

Pensaba este autor que en los primeros tiempos -la edad
de Oro– hubo una estirpe de hombres mortales, cuando Cronos
reinaba en el cielo, que vivían como dioses, libres de
todo tipo de preocupaciones. Estos hombres llegaban a la muerte
como sumidos en un dulce sueño y cuando esto
sucedía, por voluntad de Zeus, eran transformados en
démones benignos que actuaban como protectores de los
mortales. Uno de estos démones buenos habría sido
el demón de Sócrates, que según las noticias
que nos ha transmitido Platón en su Apología de
Sócrates era un espíritu divino que le
advertía siempre que iba a actuar de manera no recta, aun
en los asuntos de menor entidad.

Entre estos démones buenos habría que
mencionar igualmente al demon que protegía a Plotino. En
este caso, gracias a Porfirio -Vida de Plotino- sabemos que este
filósofo pagano que vivió en el siglo III d.C.
poseía una superioridad innata a los demás hombres
ya que tenía como demon protector a un dios y no a un
demon u otro ser de linaje inferior. Esto se lo habría
dicho a Plotino un sacerdote egipcio que llegó a Roma y
procedió a invocar en el templo de Isis, a modo de
exhibición, al demon tutelar de Plotino,

Retornando nuevamente a Hesiodo, este sostenía
que ultimada la edad de Oro vino la de Plata, en la que los
hombres dejaron de honrar debidamente a los dioses, lo que tuvo
la consecuencia de que tras su muerte estos ya no se
transformaron en démones benévolos sino en genios
subterráneos.

Habría de venir luego una edad de Bronce, en la
que los hombres se distinguirían por su soberbia y modos
de vida violentos. Cuando les llegó la muerte se
transformaron en espíritus anónimos que habitan en
las vastas mansiones del cruento Hades. Entre estos hombres, sin
embargo, algunos sobresalieron por sus virtudes, como es el caso
de los que pelearon en las guerras de Tebas y Troya. Estos se
habrían convertido en semidioses o héroes y
habitarían ahora en los campos fértiles de las
Islas de los Afortunados.

Finalmente, siempre según Hesiodo,
estaríamos ahora en la edad de Hierro, que se
distinguiría esencialmente por lo contradictorio de la
existencia del hombre. A veces se siente feliz, a veces
desgraciado. En unos momentos alegre, en otros apenado. En todo
caso, los elementos que marcarían la existencia del hombre
en estos momentos serían la necesidad del trabajo y el
padecimiento de multitud de penalidades.

En la concepción de Hesiodo podemos apreciar que
la existencia de los distintos seres que pueblan los mundos del
Más Allá estaría relacionada con esas
diversas edades por las que habría transcurrido la
historia del hombre. Las virtudes y defectos de los hombres en
esos distintos momentos serían los responsables de que
estos se hubieran transformado en démones buenos,
subterráneos, almas anónimas o
héroes.

Dioses,
démones y héroes

Eusebio de Cesarea, que vivió entre los siglos
III y IV d.C., nos ha transmitido en su Preparación
Evangélica (IV, 5) una interesante información
acerca de las creencias teológicas del paganismo, en las
que según este autor cristiano se sostenía la
existencia de un Dios Supremo, que habría sido el Padre de
todo y que estaría acompañado por una legión
de divinidades que tendrían su aposento en el cielo y el
éter, tan lejanos como la Luna.

Según Eusebio, en las concepciones paganas
grecorromanas habría dos clases de démones. Unos
tendrían naturaleza positiva y participarían de la
Luz del Dios Supremo (démones buenos); otros, por contra,
serían malos y estarían integrados en la
Obscuridad. A todos ellos les estaría asignada la
región del cielo que se sitúa alrededor de la Luna,
así como la atmósfera terrestre (el cielo
más bajo, en suma).

Distinguía, finalmente, Eusebio a los
héroes, que serían las almas de los muertos de
más elevada consideración. Alejandro Magno o Julio
César serían prototipos de héroes, cuyas
almas tendrían una naturaleza claramente superior a las
del resto de los difuntos. A las almas de los héroes
estarían asignadas las regiones terrestres en las que se
había desarrollado su vida, actuando como entidades
protectoras de esos lugares.

En el último lugar de esta escala de
graduación de los habitantes del Más Allá
habría que situar a las almas de los hombres comunes, a
las que según Eusebio se asignarían las regiones
terrestres y los espacios subterráneos (lo que los
egipcios denominaban Inframundo).

Ante esta disparidad de seres, sigue explicando Eusebio,
los hombres paganos tenían establecida una escala de
preferencias. En primer lugar, rendían culto a los dioses
del cielo y del éter; en segundo, a los démones
buenos; en tercero, a las almas de los héroes, y,
finalmente, trataban de apaciguar a los démones perversos
y malévolos. Esto en el terreno puramente teórico,
ya que en la práctica lo cierto es que los hombres no
hacían sino adorar a esos poderes perversos,
sirviéndolos de manera clara e intentando servirse de
ellos.

El mago y la
invocación

En acertadas palabras de G. Luck: "El mundo de los
antiguos estaba poblado de toda clase de espíritus. Aunque
no tomaran posesión de un cuerpo humano para manifestarse
o para hacer algún mal, podían establecer con ellos
contactos y comunicaciones. Pero en general, los antiguos
creían que solamente los muertos inquietos -es decir,
aquellos que habían muerto antes de su tiempo, de forma
violenta (asesinados o muertos en batalla) o se les había
privado de un entierro adecuado- pertenecían a la tierra y
eran fácilmente accesibles. Éstos eran los
espíritus que utilizaban los magos, porque se creía
que estaban enojados por su destino y eran por ello despiadados y
violentos."

La literatura griega nos ha transmitido una gran escena
de nigromancia en Los persas, una de las obras de Esquilo. En
ella podemos ver como la viuda del rey persa Darío hace
una invocación a los poderes subterráneos para que
permitan que se manifieste el espíritu de su esposo que ha
muerto en la batalla de Salamina. La viuda desea pedirle consejo
acerca de lo que debe hacer ahora el pueblo persa, derrotado por
los griegos. Veamos esa invocación:

"¡Ea, tú, Tierra, y vosotros
también, los que sois los demás soberanos de las
subterráneas regiones; permitid que salga de sus moradas
la gloriosa deidad, el dios de los persas que en Susa
nació! ¡Enviad aquí arriba a quien es cual
ninguno la tierra de Persia había tenido jamás en
su seno….

Edoneo, tú que haces que suban a la luz las almas
de los muertos, Edoneo, permite que suba hasta aquí el
divino soberano Darío. ¡Eh! ¡Eh!"

En las creencias clásicas cuando el oficiante
hacía una invocación dirigida a los poderes de la
Ultratumba era frecuente que no se supiera con certeza que seres
sobrenaturales eran los que se iban a manifestar atraídos
por esa llamada. Esos seres demoníacos podían ser
tanto los propios démones (buenos o malos), como
héroes o espíritus errantes. Se pensaba,
además, que esos seres, por lo general perversos, no
gustaban de desvelar su identidad real e incluso no dudaban en
mentir cuando esta se les preguntaba de modo directo. La idea que
se nos ha transmitido, y esta era una materia objeto de mucha
discusión, es que los serés del Más
Allá, una vez invocados, solo accedían a revelar su
verdadero nombre y su origen cuando eran adecuadamente forzados
por magos experimentados.

Veamos un conjuro del Papiro Mágico de Paris con
el que el mago pretende identificar a un espíritu
demoníaco que esta poseyendo a un hombre, para hacer que
le obedezca y salga del cuerpo:

"Yo te conjuro, espíritu de todo demon, para que
digas de que clase eres…

Habla también tú, di de que clase eres,
celeste o aéreo, terrestre o subterráneo, o
infernal o Ebuseo o Querseo o Fariseo, di qué clase de
espíritu eres…

También obedéceme tú, cualquier
espíritu demoníaco, porque yo te
conjuro…"

En su obra Sobre los misterios de los egipcios,
Jámblico nos decía que los grandes magos egipcios,
los teúrgos, sabían como distinguir a los
démones del resto de los seres visibles o invisibles.
Gracias a sus conocimientos esos teúrgos dominaban la
naturaleza falaz y demónica y eran capaces de elevarse y
entrar en contacto con la naturaleza inteligible y divina. De ese
modo, a través de la teurgia, la magia sagrada, el alma
del hombre podía arribar ante el Demiurgo y unirse a
él, integrándose en la completa divinidad creadora.
Ese sería, según Jámblico, el misterio
esencial de las creencias egipcias. Gracias a la teurgia el
hombre llevaba a cabo un proceso de ascensión
hierática en el que dejando atrás la naturaleza
demoníaca llegaba a integrarse en la divinidad.

Prácticas
maléficas

Las prácticas maléficas, que se integraban
en lo que hoy conocemos como Magia Negra nos hablan de la
capacidad que poseían algunos hombres para conjurar a los
espíritus inferiores, fuesen démones o almas, con
la finalidad de obligarles a que llevasen a cabo una determinada
conducta, que usualmente consistía en causar un mal a una
tercera persona, la víctima de la práctica.
Utilizando sus poderes mágicos el invocante obligaba a ese
ser no encarnado a que hiciese lo que él
deseaba.

En este contexto de relaciones entre hombres y
espíritus, los magos podían intervenir de maneras
diversas. Era usual, por ejemplo, que el mago invocase a un
espíritu para que este interfiriera en el sueño de
otra persona y le transmitiera un determinado mensaje que alguien
-el que había contratado al mago- deseaba hacerle
llegar.

En estos casos, ante la posibilidad de que el
espíritu se resistiese a las pretensiones del mago, lo
más usual es que este emitiese temibles amenazas. El mago
está revestido de los poderes de los dioses a los que ha
invocado y no dudará en proclamar esas amenazas al
espíritu para el caso de que este no cumpla lo que le
está ordenando. En el Papiro Mágico de Leyden,
encontramos uno de estos conjuros con los que los magos obligaban
a los seres del Más Allá a ponerse a sus
órdenes utilizando para ello la coacción y el
terror. El mago se ha identificado con Seth, es decir con un dios
de la esfera superior, y el espíritu no puede sino
obedecerle. Veamos el conjuro en la versión de Calvo y
Sánchez:

"Y tú, Demon Bueno, cuyo poder es el más
grande entre los dioses; escúchame y ven junto a N, a su
casa donde duerme, a su alcoba, y ponte a su lado con aspecto
temible, terrorífico en virtud de los nombres grandes y
poderosos del dios, y dile esto. Te conjuro por tu fuerza, por el
gran dios Seth, por el momento en que fuiste creado como dios
grande, por el dios que va a profetizar lo de ahora mismo, por
los 365 nombres del gran dios, a que vengas junto a N, en este
momento, en esta noche, y le digas esto en el sueño. Si me
desoyes y no te acercas a N, se lo diré al gran dios. Te
herirá y cortará miembro a miembro y dará tu
carne a comer al perro rabioso que se sienta en los basureros.
Por esto, escúchame, ya, ya, pronto, pronto, para no verme
obligado a decir estas cosas por segunda vez".

Antes del propio conjuro, el texto nos describe el
entorno mágico que debe envolver el acto: "Toma un lienzo
puro y -según Óstanes- pinta en él con tinta
de mirra una figura de aspecto humano y cuatro alas; que tenga la
mano izquierda extendida con las dos alas del lado izquierdo y la
derecha doblada con los dedos doblados también; sobre la
cabeza una diadema real y un manto alrededor del antebrazo y dos
vueltas en el manto; sobre la cabeza unos cuernos de toro. En las
nalgas, la cola cortada de un pájaro. Que la mano derecha
esté sobre el estómago, cerrada; que una espada se
extienda hasta cada uno de los tobillos. Escribe en la cinta los
nombres del dios, uno tras otro, y cuanto quieras que N
sepa…"

Ritos de
sometimiento

La invocación del mago podía pretender
además que el ser del Más Allá no solamente
se manifestase ante otra determinada persona sino que
además le causase un daño determinado. En estos
casos los antiguos pensaban que debido a las amenazas que el mago
emitía, el espíritu, atemorizado, tendría
que seguir sus órdenes y no dudaría en causar la
enfermedad o incluso la muerte del sujeto.

Se han conservado diversos formularios mágicos
que nos informan de los rituales que se debía seguir en
estos casos. Ante todo, el texto del maleficio, acompañado
de los símbolos mágicos adecuados, se debía
grabar en la noche en una lámina de plomo. Esa
lámina se depositará luego junto al cadáver
de una persona que hubiese fallecido de muerte violenta o
prematura y se invocará a una divinidad de carácter
negativo. De ese modo, se pensaba, se pondrá en marcha un
mecanismo mágico que debe permitir que un hombre pueda
utilizar al espíritu de un muerto para someter o causar
mal a otro hombre. Podemos ver un ejemplo en el Papiro
Mágico del Museo Británico, que constituye en
palabras de Calvo y Sánchez un verdadero "manual del
mago", debido a la variedad de prácticas que
contiene:

"Genuina fórmula para silenciar y someter y de
posesión. Toma plomo de una cañería de agua
fría, haz una lámina y escribe con un estilo de
bronce, como aparece después, y ponlo junto a un muerto
prematuro: (siguen diversos signos y palabras mágicas)…,
sujeta. (Luego, pon lo que desees)".

En otro papiro mágico del Museo Británico,
adquirido por Anastasi en Tebas y vendido luego al museo en 1839,
encontramos otra fórmula que pretende conseguir, a
través igualmente de la intervención del
espíritu de un muerto prematuro, sujetar la voluntad de
otra persona para que no haga algo que en otro caso sería
perjudicial para el invocante. Seguimos de nuevo a Calvo y
Sánchez:

"Toma un papiro hierático o una lámina de
plomo y un anillo de hierro; coloca el anillo sobre el papiro y
con un cálamo dibuja el borde interior y exterior del
anillo; después cubre con tinta la circunferencia;
después escribe en la circunferencia del anillo, sobre el
papiro, el nombre y en la parte externa los signos
mágicos; después, en la parte interna, lo que no
quieras que ocurra y esto: "Que su mente quede atada para que no
haga tal cosa." Luego pon el anillo sobre su propio
círculo que hiciste y, eliminando la parte externa, cose
el anillo hasta que éste quede enteramente
cubierto.

Mientras pinchas signos mágicos con el
cálamo y realizas la atadura, di: "Yo encadeno a N a tal
cosa: que no hable, que no se oponga, que no diga nada en contra,
que no pueda mirarme de frente ni hablar contra mí, sino
que me esté sometido, tanto tiempo como este aro
esté oculto. Yo ato su inteligencia y sus pensamientos, su
reflexión, sus actos, para que sea incapaz contra todos
los hombres." Si se trata de una mujer: "para que no se pueda
casar con N" (tu deseo).

Después lo llevas a la tumba de uno que haya
muerto prematuramente, haces un hoyo de cuatro dedos, lo pones
dentro y dices: "Demon de muerto, quienquiera que seas,
entrégame a N para que no haga tal cosa." Después
de enterrarlo, márchate. Esto lo harás mejor si la
luna está menguante. Esto es lo que se escribe en el
círculo: (siguen diversas palabras mágicas)…, que
no se haga esto en el tiempo en que esté enterrado este
anillo." Sujétalo con cuerdas que tú habrás
tejido con esparto y deposítalo así . El anillo se
echa también en una fuente que no se usa o en la tumba de
uno que ha muerto antes de tiempo…"

Estos ritos mágicos maléficos, nacidos en
Egipto y Mesopotamia, perduraron en la clandestinidad durante
siglos en las culturas griega y romana, encontrando una
importante difusión. Podemos así citar que en
tiempos recientes se identificaron en Córdoba, procedentes
de una zona de necrópolis romana, unas láminas de
plomo que se habían depositado en el interior de un
recipiente cerámico lleno de cenizas y huesecillos. Se
trataba aparentemente de la urna de incineración de un
niño, buen ejemplo de muerto prematuro. Alguien
había depositado allí las láminas
maléficas no sin antes haber grabado los siguientes
textos:

"Quédese mudo el liberto Príamo de todas las
formas."

"No permitas que alguien pueda decir palabra sobre la
herencia. Enmudezcan todos. Callen."

"Enmudezcan uno por uno en la locura y el dolor."

"…Genio malévolo, execra(los) y concede que
callen. Sean mudos los herederos".

Los textos han sido estudiados por Ángel Ventura.
Parece que alguien, interesado en recibir una herencia, deseaba
paralizar las posibles acciones de los otros herederos. Para
conseguir sus propósitos no dudó en utilizar en su
provecho el desorientado espíritu de un niño que
había fallecido recientemente.

Papiros
cristianos de magia

Las actividades mágicas maléficas
estuvieron perseguidas en la antigua Roma. Un asunto
especialmente tenebroso fue el que aconteció con la muerte
de Germánico, hijo adoptivo de Tiberio. Fueron muchos los
que la achacaron a ritos de tipo maléfico, ya que bajo el
suelo de la casa y en sus paredes se encontraron restos humanos
que habían sido sacados de sus tumbas así como
diversos "plomos mágicos" que tenían grabadas
terribles maldiciones (las denominadas tablillas de
defixión). En los tiempos de la antigüedad
clásica muchos magos y astrólogos fueron
perseguidos, algunos de ellos por motivos esencialmente
políticos, ya que era usual que algunas de sus
actividades, sobre todo las profecías, resultasen
contrarias a lo que se considera como interés del
Estado.

En el Papiro Mágico de París, que fue
encontrado en Tebas y que posiblemente perteneció a la
biblioteca de un gnóstico egipcio, se encuentra el
denominado Exorcismo de Pibequis, en el que vemos como el mago
emite un conjuro en el que hace una invocación a diversas
divinidades de distintas culturas, incluyendo entre ellas al
propio Jesucristo. Todo parece sugerir que el mago, posiblemente,
no practicase ninguna religión concreta pero, por si
acaso, deseaba poseer las fuerzas de todos esos dioses para
activar así su poder mágico de la manera mas
intensa posible. El invocante, en suma, nos brinda una simbiosis
maléfica con la que pretende conseguir el poder necesario
para dominar a un demon. Si una sola divinidad no lo consigue
quizás se pueda lograr con la unión de todas
ellas.

El conjuro de Pibequis se trataría de una
fórmula mágica que según el mago
supondría un remedio probado para hacer que el demon
abandonase el cuerpo de un poseso. Veamos algunos fragmentos de
la invocación (Calvo y Sánchez):

"Te conjuro por el dios de los hebreos, Jesús,
… Tanetis, que descienda tu ángel, el inexorable, y
exorcice al demon que rodea a esta criatura que Dios formó
en su santo Paraíso; porque yo te suplico, santo Dios, por
Amón…

Te conjuro a ti, que fuiste contemplado por Israel en
una columna luminosa y en una nube durante el día, que
salvó a su pueblo del Faraón e hizo caer sobre el
Faraón las diez plagas por haberle
desoído…

Te conjuro a ti, gran dios Sabaot…

El que pone en movimiento a los cuatro vientos…

El que lo hizo todo de la nada para que existiera…"

Una vez que el Cristianismo se convirtió en la
religión del Imperio romano todo parece indicar que
durante mucho tiempo las ideas de los hombres sobre todas estas
materias fueron especialmente confusas. Para las gentes
sencillas, el Dios de los cristianos había pasado a
asimilar a las divinidades primigenias del paganismo, pero no por
ello una multitud de dioses menores, démones o
espíritus había dejado de poblar el mundo, causando
temor e inquietud entre los hombres. Los mismos miedos que
sentían los paganos ante los seres del Más
Allá, los seguían teniendo ahora los seguidores de
Jesús.

Los cristianos tenían claro que su dios era un
ser de inmenso poder, creador de todo lo que existe, pero lo
cierto es que en torno a él parecía existir, como
antes, una inmensa legión de seres no encarnados, entre
ellos los antiguos dioses paganos, siempre acechantes. Los
hombres sentían temor ante esa amenaza y los magos paganos
los seguían invocando en sus conjuros.

Todos esos seres del Más Allá
tenían para los cristianos una naturaleza claramente
maligna, con la excepción de los no encarnados que eran
propios de la nueva religión, es decir, los
ángeles. El buen cristiano, para defenderse de todos esos
seres malignos que pululan entre el hombre y Dios, deberá
invocar con fe a Jesucristo, que con su poder lo liberará
de las angustias que esos entes negativos le producen. En el
denominado Papiro Zereteli, de propiedad privada, encontramos un
conjuro en el que un hombre pide la ayuda de los no encarnados
cristianos para tener éxito en un litigio que le enfrenta
con la secta de los Acéfalos. El texto acusa influencias
egipcias ya que en él se aprecia como el cielo es
concebido como una masa inmensa de agua (el equivalente al Num
egipcio, las aguas primordiales) que está sostenido sobre
la tierra por cuatro inmensos pilares. Veamos el texto del
conjuro en la versión de Calvo y
Sánchez:

"(Señal de la Cruz) Ángeles,
arcángeles, los que contenéis las cataratas de los
cielos, los que hacéis salir la luz de las cuatro esquinas
del mundo. Porque estoy en litigio con unos Acéfalos;
dominadlos a ellos, y a mi dejadme libre por el poder del Padre y
del Hijo y del Espíritu Santo."

Veamos otro conjuro en el que ahora se solicita la ayuda
de Jesucristo. Se trata del Papiro Griego de la Biblioteca de la
Universidad de Oslo:

"Guardamé, Señor, hijo de David,
según la carne, el nacido de la Santa Virgen María,
Santo, Dios altísimo, del Santo
Espíritu."

El invocante, con este conjuro mágico de
protección, no pretende sino que Cristo guarde a su casa y
a sus habitantes de un mal que les amenaza: "(libranos) de todo
hechizo de los espíritus aéreos y de ojo humano y
de la terrible enfermedad…"

El mismo ánimo de buscar la protección de
Jesús se encuentra en muchos otros textos mágicos
similares, así en el Papiro de Oxirrinco (924) el
individuo proclama: "Huye, espíritu odiado; Cristo te
persigue…", en tanto que en el Papiro Griego (954) del Museo de
Berlín un individuo llamado Silvano invoca al Dios
cristiano y a San Sereno, a los que pide que aleje de él a
los demonios del embrujamiento, y al del maleficio y al de la
perversidad. El texto termina reproduciendo, en agradecimiento,
la oración evangélica de la salud: el Padre
nuestro.

En palabras de G. Luck: "El hecho de que la Iglesia
aceptara la realidad de los démones o la posesión
demoníaca y la eficacia del exorcismo muestra cómo
las mentes de las personas estaban literalmente en las garras del
miedo y cómo, en ausencia de conocimientos médicos,
era necesario desarrollar una especie de psicoterapia
administrada por la Iglesia. Benedicto (ca. 480 – 543 d.C.)
tenía fama de ser el más eficaz effugator daemonum
y su medalla se lleva aún en nuestros días como
amuleto contra los espíritus malignos."

En el Papiro Griego 19.889, de la Biblioteca Nacional de
Viena, vemos como un cristiano invoca al Señor y a la
propia sangre de Cristo pretendiendo conseguir que cese un mal
que le aflige, que le ha sido causado por el propio
Diablo:

"El poder de nuestro Dios se fortaleció, y el
Señor se puso sobre la puerta y no dejó entrar al
Destructor. Abraham habita aquí. Sangre de Cristo, haz que
cese el mal."

Magos
cristianos

En los tiempos del Bajo Imperio romano tanto los paganos
como los propios cristianos siguieron creyendo, con temor, en los
poderes mágicos de las fuerzas ocultas y en los seres del
Más Allá. Fueron unos tiempos tan confusos como
apasionantes en los que el monje cristiano será ahora
quien asuma ante las clases más desprotegidas la
función de mago benéfico que gracias a la ayuda de
Cristo puede derrotar a las fuerzas del mal, que obedecen las
órdenes del Diablo, el Señor de los demonios del
Cristianismo.

En estos tiempos la figura del monje se convierte en el
prototipo de hombre santo por excelencia. En palabras de R. Teja:
"Los cristianos recurrían a los monjes santos para
contrarrestar la acción y la atracción que sobre
las masas de la época ejercían magos, hechiceros,
curanderos y adivinos."

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