El bastardo de Marx Las hijas y el hijo ilegítimo de Karl Marx – Una novela documental
El bastardo de Marx Las hijas y el hijo ilegítimo
de Karl Marx – Una novela documental –
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El bastardo de Marx Las hijas y el
hijo ilegítimo de Karl Marx – Una novela
documental
Karl Marx fue un personaje histórico
fascinante, y su vida estuvo llena de lucha revolucionaria,
erudición, creación teórica y conflictos
personales. No puede ponerse en duda que el carácter y las
circunstancias vitales influyen en los pensamientos y las
creencias, y el caso de Marx no iba a ser distinto. En este
libro, con el pretexto de la existencia de un hijo
ilegítimo que Marx tuvo con su criada, Helene Demuth, por
boca de tres personas cercanas se narran los acontecimientos
más importantes de la vida de la familia y de los amigos
más íntimos, a la vez que se efectúa un
retrato de los protagonistas. También se incluyen
documentos importantes sobre ellos que ilustran la
narración: cartas, artículos, etc.
A pesar de sus deseos de vivir como un
aristócrata, con grandes lujos, sin trabajar y dedicado a
la redacción de escritos y a la organización de
grupos revolucionarios, el adalid del proletariado llevó
una existencia muy difícil durante largos años, y
varios de sus hijos murieron siendo pequeños por culpa de
su mala situación económica. De las tres hijas que
llegaron a la edad adulta, una murió con treinta y nueve
años por un cáncer de vejiga, otra se
suicidó con cuarenta y tres, y la tercera se
suicidó cuando tenía sesenta y seis. Con ellas se
extinguió el apellido Marx de la familia, ya que el
único varón que sobrevivió a la niñez
fue Freddy, el hijo no reconocido que tuvo con Helene Demuth, la
criada, el bastardo de Marx, que da título a este
libro.
1
Se acerca el momento, pero antes debo dejar todo por
escrito y no olvidar nada. La posteridad tiene derecho a saberlo
todo. De paso, lo que redacte ayudará a aclarar posibles
malentendidos. Yo, Jenny Julia Eleanor Marx, habitualmente
llamada por mi tercer nombre y conocida por mis familiares y
amigos íntimos como "Tussy", en plenitud de facultades -o
al menos hasta el punto en que me lo permiten los dolores que los
sentimientos me infligen- decido voluntariamente acabar con mi
vida a la edad de cuarenta y tres años, para evitar seguir
padeciendo por culpa de este débil carácter
mío, azotado por los vaivenes de la vida que no soy capaz
de soportar y por los chantajes emocionales a los que mi querido
y enfermo Edward[1]me somete. No, no me refiero a
que tenga alguna dolencia; yo me ocupé de cuidarle bien
para que sanara de la fuerte gripe que pasó en invierno,
si bien es cierto que ahora se encuentra convaleciente de la
operación del riñón. No, su principal
enfermedad no es física. Su enfermedad ha sido siempre
moral y se ha ido acentuando con los años, a medida que ha
ido perdiendo la poca bondad que podía conllevar la
juventud para una mente retorcida desde el mismo momento de
nacer. Quiero suponer que en el fondo no quiere hacerme
daño porque me ama, aunque sólo sea en un
pequeño rincón de su malvado corazón. Es
más bien que no puede actuar de otro modo: ya decía
Sócrates hace más de dos mil años que quien
obra mal es en realidad un ignorante, porque si conociera la
bondad y todo lo que implica no podría sino actuar
bien.
Edward, de alguna manera, debe de haber hecho suya esa
forma de ser; habrá corroído su interior, se
habrá hecho dueña de la parte del cuerpo que se
ocupa de los sentimientos. Y por eso se porta así conmigo,
por eso me hace sufrir. Por eso mismo pone esa cara de arrogante
indiferencia cuando necesita que lo cuide, y se comporta como una
hiena cuando está sano, se encuentra con fuerzas y quiere
humillarme. Por esa razón amenazó con hacer
público el asunto de Freddy[2]si no le daba
parte del dinero que me quedaba de la herencia de Engels, el
General[3]Cuando éste me dijo quién
es el verdadero padre de Freddy creí morir; fue el golpe
más duro de mi vida. De repente, mi querido padre, que
para mí ocupaba el más alto de los pedestales,
cayó para ponerse al mismo nivel del resto de los
mortales, con todas sus miserias morales. Me desahogué
contando el asunto a Edward, quien con gusto me ofreció su
hombro para que yo llorase. Pero luego se aprovechó, y en
el momento más oportuno me amenazó con
contárselo a todo el mundo si yo no le daba lo que me
quedaba de la herencia del General. Y claro que tuve que
dárselo. No podía permitir la total y
pública deshonra que supondría que los miembros del
partido, nuestros enemigos y el mundo entero supieran que Karl
Marx era el padre de Freddy Demuth, que tuvo un hijo
ilegítimo con Helen y que Engels accedió a cargar
con la paternidad para salvar las apariencias. No, ese deshonor
sería insoportable para mí y para nuestra familia,
y dañaría irremisiblemente nuestra imagen y la del
partido, ya que todo el mundo sabría que mi padre,
además de ser infiel a mi madre, obró de forma
miserable. Así que tuve que ceder al chantaje y darle el
dinero que me exigía.
Eleanor Marx
Seguramente también porque es un enfermo moral
pidió dinero prestado a Freddy, y en lugar de
devolvérselo le ha ido ofreciendo vagas excusas e incluso
ha vuelto a exigirle más y le trata desconsideradamente.
Por eso se porta así con todos de los que puede obtener
algún provecho, del tipo que sea.
Han sido muchos años de convivencia desde aquel
día de 1885 en que decidí irme a vivir con
él, después de un tiempo de relación que
siempre escondí a mi dear daddy mientras estuvo
con vida. Cuando yo era más ingenua de lo que soy ahora
quedé deslumbrada por su impecable aspecto de hombre de
mundo, su amor hacia el teatro, sus escritos científicos,
su brillante oratoria y su aureola de librepensador.
Además, siempre habló bien de mi padre y
ayudó a traducir El Capital al inglés.
Ahora que lo pienso, debo reconocer que también me atrajo
que fuera un mujeriego. Es curioso cómo muchas se sienten
atraídas por ese tipo de hombres, sin importarles ser
engañadas debido a su irresistible atracción hacia
otras mujeres. Debe de tener alguna relación con nuestro
carácter animal, porque por lo demás no tiene
ningún sentido lógico. No me importó que
estuviera casado y que su mujer -Bell- no quisiera concederle el
divorcio. Simplemente lo consideré mi esposo a todos los
efectos, sin necesidad de documentos que aprobaran nuestra
relación. Y por supuesto tampoco me importó lo que
la gente pensara de mí. Al contrario, siempre quise dar
ejemplo como mujer liberada que soy.
Desde el principio le fui perdonando sus faltas; algunas
eran pequeños detalles, otras no tanto. Por ejemplo, eso
de que me mintiera diciendo que tenía antepasados
franceses e irlandeses -siempre admiré a los
revolucionarios franceses y a los irlandeses que luchan por su
independencia de Inglaterra– fue una minucia; pero no lo fue que
robara en varias ocasiones el dinero de nuestros camaradas, como
hizo durante nuestro viaje por los Estados Unidos.
El General siempre le defendió de las acusaciones
que lanzaban contra él. Pero debió ser el
único, o uno de los pocos, a quienes gustaba, hasta el
extremo de que nunca se dio cuenta de que sus amistades dejaron
de asistir a sus reuniones para no coincidir con Edward. Para la
inmensa mayoría no es más que un granuja que
sólo intenta aprovecharse de los hombres
pidiéndoles dinero y de las mujeres poseyendo su cuerpo.
El General es uno de los pocos con quien no se ha portado como un
miserable -no sé si por honradez o por interés
propio-, y cuando murió le dedicó un bonito
obituario, que ha sido una de las pocas muestras de bondad que ha
demostrado en los últimos años.
Es curioso ver cómo Edward logra conquistar a
casi todas las mujeres con las que entabla relación. Y es
que su forma de hablar y sus modales compensan con creces su
notable fealdad, y precisamente esa fealdad le convierte en
más atractivo porque induce a creer en una inmensa belleza
interior y en un sinfín de cualidades como hombre. Por eso
se ha dicho de él que no necesita más que una
ventaja de media hora sobre el hombre más guapo de Londres
para conquistar a cualquier mujer.
Reconozco que nunca pude soportar sus infidelidades, sus
affairs. Se aprovechaba de que no estábamos
casados, de que el nuestro era un common-law marriage, e
insistía en que éramos libres de tener relaciones
con otras personas, puesto que éramos dos antiburgueses
sin prejuicios. Yo no podía lidiar con eso, pero él
siempre se salía con la suya y a mis enfados contestaba
con indiferencia o -aun peor- con sus terribles silencios
acompañados de esa mirada acusadora tan
característica suya. Bien dicen que una imagen vale
más que mil palabras. A Edward no le hacía falta
decir nada; le bastaba con mirarme para vencerme. Sabía
que contaba con esa ventaja, y de ella se aprovechó
siempre que le convino.
Si lo pensamos fríamente, con la objetividad
propia del materialismo dialéctico de la que habla el
General en sus libros, no sé por qué he aguantado
tanto tiempo a su lado. Es posible que la explicación sea
que dependí emocionalmente del Moro[4]-un
padre autoritario- mientras estuvo vivo, y que, una vez muerto
él, ante mi incapacidad para llevar una vida
independiente, tuve que aferrarme a otra persona que le
sustituyera. Con esto no quiero decir que Edward se parezca a mi
padre, pero sí es posible que para mí haya sido un
sustituto suyo. Soy materialista y no creo mucho en esas cosas,
pero he leído algo sobre un filósofo alemán,
un tal Hartmann, y sobre dos médicos vieneses, Breuer y
Freud, que hablan sobre la parte inconsciente de nuestra mente y
todo lo que hacemos de forma involuntaria, sin querer.
Edward Aveling
—————-
Todo lo que llevo dicho lo tenía yo asumido como
parte de su terrible carácter; incluso que me abandonara a
finales de agosto del año pasado. Cogió todo el
dinero y los objetos de valor que pudo y se marchó
dejándome en la peor de las situaciones, tanto
económica como emocional. Ya había dado muestras de
infidelidad, pero ese acto fue demasiado incluso para él.
Se limitó a decirme que no intentara averiguar su paradero
bajo ninguna circunstancia, que no intentara comunicarme con
él, y que si quería decirle algo importante lo
hiciera a través de un actor con el sobrenombre de "M". Y
yo, como tonta que soy, hice todo lo posible porque Freddy
tuviera noticias suyas por medio del tal "M" y para que le
convenciera de volver a mi lado.
De: Eleanor Marx
A: Freddy Demuth
El Nido, 30 de agosto de 1897
Querido Freddy:
¡Por supuesto, tampoco he recibido ni una
línea esta mañana! ¿Cómo puedo
agradecerte toda tu bondad y atención hacia mí?
Pero, en realidad, te doy las gracias desde lo más hondo
de mi corazón. Escribí una vez más a Edward
esta mañana. No hay duda de que es un síntoma de
debilidad, pero una no puede olvidar catorce años de vida
de un plumazo. Creo que cualquiera con el más
mínimo sentido del honor, por no hablar de sentimientos de
bondad y gratitud, contestaría a la carta. ¿Lo
hará? Mucho me temo que no.
Mientras tanto, veo que "M" actúa esta noche en
el Teatro "G". Si Edward está en Londres, seguro que
irá allí; pero tú no puedes ir, y yo creo
que no podré hacerlo (…)
Mañana por la tarde tiene lugar el evento de "S".
Lamento transmitirte todos estos problemas, pero
¿podrías ir tú? Se reúnen a las 8 en
punto y se quedarán hasta las 10, así que si vas
sobre las 9 o las 9:30, podrás averiguar de qué han
hablado. Podrías preguntar si él se ha pasado por
allí. Entonces lo sabrías, en cualquier caso. Si
él está allí, podrías ponerte a su
lado -delante de otras personas no podrá rehuirte- y
esperarle hasta que la reunión haya terminado.
Después ve con él, y di que me habías dicho
que tú ibas a asistir y que has llegado tarde por culpa
del trabajo (…)
Entonces él tendrá que decirte si no va a
venir -y tú tendrás oportunidad de hablar con
él- o si va a venir. No creo que sea muy probable; pero,
de cualquier modo, espero que vayas a la reunión y
averigües si él está allí.
Siempre tuya
Tussy
Edward estuvo ausente del Nido[5]todo el
tiempo que quiso, y luego volvió también cuando le
vino en gana, pero no con las orejas gachas, sino con toda la
arrogancia de que sólo él es capaz. Y
regresó -lo sé bien- porque ya se sentía
enfermo, porque vaticinaba la terrible enfermedad que iba a
padecer. Volvió sin previo aviso ni más
explicación que unas líneas escritas. Pero tuvo el
descaro de no decir nada al llegar. Incluso esperaba que le
ofreciera una cálida bienvenida y que yo diera las
explicaciones. Porque lo cierto es que se sintió ofendido
-o al menos eso dio a entender con su actitud– al preguntarle los
motivos de su conducta.
De: Eleanor Marx
A: Freddy Demuth
1 de septiembre de 1897
Querido Freddy:
Esta mañana he recibido una nota que dice
"Vuelvo. Estaré en casa mañana" (es decir, hoy).
Después un telegrama "En casa definitivamente,
1:30".
Me encontraba trabajando, porque incluso con el
corazón roto tenemos que trabajar -en mi
habitación-, y Edward pareció sorprendido y
bastante "ofendido" por no arrojarme en sus brazos. Hasta ahora
no se ha disculpado ni me ha dado ninguna explicación. Yo
-tras esperar que comenzara él- dije que se debe tener en
cuenta la situación, y que nunca olvidaré el trato
que he recibido. Él no dijo nada. Dije que tú tal
vez vinieras por aquí, y si puedes, ven mañana o
cualquier tarde de esta semana; confío en que lo
harás. Estaría bien que tuviera que enfrentarse a
ti en mi presencia, y a mí en la tuya. Así que, si
puedes, ven mañana. Si no, hazme saber cuándo
podrás.
Querido Freddy, ¡cómo podré
agradecértelo! Te estoy muy, muy agradecida. Cuando te
vea, te diré lo que dijo "C".
Siempre mi querido Freddy
Tu Tussy
Eleanor Marx
Su única respuesta fue la indiferencia. Tuvo la
poca vergüenza de sentirse ofendido y de ignorarme ante la
ausencia de una disculpa por mi parte. ¡Como si yo hubiera
tenido la culpa de todo! Ante su silencio, le insistí, y
esa misma noche tuvimos una fuerte discusión; breve, pero
bastante subida de tono. Dejando a un lado el aspecto sentimental
y pasando al más práctico, se gastó todo lo
que se había llevado. ¡Todo! Y para colmo me hizo el
peor de los chantajes: me dijo que se quedaría conmigo
sólo si le daba el resto de la herencia de Engels. Y yo,
como tonta, accedí porque le necesitaba a mi lado, porque
dependía de él emocionalmente, y él lo
sabía bien. Y accedí también a la
condición de que gozaría de total libertad para ir
donde quisiera y con quien quisiera.
De: Eleanor Marx
A: Freddy Demuth
2 de septiembre de 1897
Querido Freddy:
Ven esta tarde, si puedes. Es para mí una
vergüenza comprometerte, pero me encuentro muy sola y estoy
afrontando la más horrible de las situaciones: ruina
total; todo, hasta el último penique, es decir, desgracia
completa. Es horrible; peor de lo que podía imaginarme. Y
quiero consultarlo con alguien. Sé que debo ser yo quien
decida finalmente y asumir la responsabilidad; pero algún
pequeño consejo y una amistosa ayuda sería de gran
valor. Así que, mi queridísimo Freddy, ven
aquí. Estoy desconsolada.
Tu Tussy
Después, en noviembre, sufrió un ataque de
gripe y aquí le tuve, cuidándole como si fuera su
fiel esposa; tal vez con la ilusión de serlo en esos
momentos. La enfermedad le golpeó muy fuerte.
Sufrió una fiebre muy alta durante muchos días y se
quedó tremendamente débil y delgado,
prácticamente en los huesos, hasta el extremo de que los
médicos dijeron que el más leve resfriado
sería fatal para él. A comienzos de enero le
pagué un viaje a Hastings en busca de un mejor clima para
su salud. Pero su actitud hacia mí no cambiaba, a pesar de
todos mis desvelos. ¿Cómo se puede ser tan
ingrato?
De: Eleanor Marx
A: Laura Marx
El Nido, 8 de enero de 1898
(…) Edward está mejor (…) El
día después de escribirte el médico me dijo
que podría empeorar en cualquier momento, y que
llegaría el momento de comunicárselo a sus
familiares (…)
Está mejor, pero aún está
terriblemente débil y muy demacrado. Se ha quedado en los
huesos, tan sólo tiene piel y huesos. Los médicos
dicen que el más leve resfriado podría ser
fatal
De: Eleanor Marx
A: Freddy Demuth
El Nido, 13 de enero de 1898
Mi querido Freddy:
Estábamos muy tristes por no verte, y más
sabiendo que estabas enfermo. Sí, a veces, igual que
tú, tengo la impresión de que nada nos va bien. Me
refiero a ti y a mí. Por supuesto, la pobre Jenny tuvo su
buena ración de pena y dolor, y Laura perdió los
niños que tuvo. Pero Jenny fue lo bastante afortunada para
morir, y aunque eso fue muy triste para sus hijos, a veces creo
que para ella fue una suerte. No me hubiera gustado que Jenny
tuviera que vivir lo que estamos pasando ahora. No creo que
tú y yo seamos personas malvadas; y sin embargo, querido
Freddy, parece como si recibiéramos todos los castigos.
¿Cuándo podrás venir? ¿No este
domingo, pero sí el siguiente? ¿O durante la
semana? Quiero verte. Edward está mejor, pero muy, muy
débil.
Tu Tussy
Se puso enfermo, le cuidé y le pagué un
viaje por el bien de su salud. A finales de enero volvió a
casa del balneario, pero su antigua enfermedad renal se
manifestó en forma de tumor y nos dijeron que era
necesario operarle. A pesar de todos mis cuidados y apoyo, se
siguió mostrando brutalmente egoísta. Es para
mí una suerte tener a Freddy; aunque a veces no pueda
ayudarme directamente, al hablar con él me desahogo y sus
palabras me sirven de consuelo.
De: Eleanor
A: Freddy Demuth
3 de febrero de 1898
Estoy contenta de que te encuentres un poco mejor. Deseo
que estés lo suficientemente bien para venir y estar
conmigo desde el sábado hasta el lunes, o al menos hasta
el domingo por la noche. Es brutalmente egoísta, lo
sé; pero, querido Freddy, tú eres el único
amigo con el que puedo ser totalmente sincera, y por eso me
encanta verte.
Debo afrontar problemas muy graves, en su mayor parte
sin ayuda (porque Edward no ayuda ni siquiera ahora), y apenas
sé qué hacer. Todos los días recibo demandas
de dinero que tengo que pensar cómo afrontar,
además de la operación y todo lo demás, no
sé. Creo que es de mala educación compartir contigo
los problemas, pero, querido Freddy, tú conoces la
situación; y a ti te puedo decir lo que no actualmente no
le diría a nadie. Se lo diría a mi querida vieja
Nymmy[6]pero, como no la tengo, sólo te
tengo a ti. Así que olvida mi egoísmo y ven si
puedes.
Edward ha ido hoy a Londres. Va a visitar médicos
y a otras cosas. ¡No me permite ir con él! Esto es
una pura crueldad, y hay cosas que no quiere contarme. Querido
Freddy, tú tienes a tu hijo, pero yo no tengo a nadie; y
no tengo nada por lo que valga la pena vivir.
Edward Aveling
De: Eleanor Marx
A: Freddy Demuth
5 de febrero de 1898
Mi querido Freddy:
Me duele saber que no vas a venir mañana. Siendo
justos, déjame decir que Edward no pensaba pedirte dinero
de nuevo. No sabes lo enfermo que está. Quería
verte porque cree que no te volverá a ver después
de la operación.
Querido Freddy, conozco la pureza de tus sentimientos
hacia mí y lo que te preocupas por mí. Pero creo
que no entiendes todo; yo sólo estoy empezando a hacerlo.
Pero veo cada vez con mayor claridad que la maldad es sólo
una enfermedad moral, y el moralmente sano (como tú) no
está en condiciones de juzgar la condición del
moralmente enfermo; igual que la persona físicamente sana
difícilmente puede darse cuenta de la condición del
físicamente enfermo.
A algunas personas les falta el sentido de la moralidad,
igual que otras son sordas, o ven mal, o tienen otra enfermedad.
Y estoy empezando a entender que no tenemos más derecho a
culpar a una enfermedad que a otra. Debemos probar y curar, y, si
la cura no es posible, hacer todo lo que podamos. He aprendido
esto por medio de un largo sufrimiento, un sufrimiento de formas
que ni siquiera te voy a contar a ti; pero he aprendido, y por
eso estoy intentando soportar este problema lo mejor que
puedo.
Queridísimo Freddy, no creas que he olvidado lo
que Edward te debe (me refiero al dinero; la amistad es
incalculable), y por supuesto recibirás lo que te debe.
Tienes mi palabra. Espero que Edward ingrese en el hospital la
semana próxima. Espero que sea pronto, porque esta espera
le está sentando terriblemente. Te haré saber las
noticias definitivas, y espero con todo mi corazón que
pronto estés mejor.
Tu Tussy
De: Eleanor Marx
A: Freddy Demuth
7 de febrero de 1898
Mi queridísimo Freddy:
Me atrevo a decir que estoy tan preocupada que no fui
totalmente clara. Pero no me has entendido y yo estoy demasiado
afligida para explicarme. Edward ingresa mañana en el
hospital y le operan el miércoles. Hay un dicho
francés que dice que entender es perdonar. Tanto
sufrimiento me ha enseñado a entender, y por eso ni
siquiera necesito perdonar. Sólo puedo amar.
Querido Freddy. Me alojaré muy cerca del
hospital, en el 135 de Gower Street, y te informaré de
cómo van las cosas.
Tu vieja Tussy
De: Eleanor
A: Freddy Demuth
20 de febrero de 1898
Mi queridísimo Freddy:
Me llevé a Edward a casa el jueves, ya que los
médicos pensaron que estaría mejor aquí que
en el hospital (¡Vaya un hospital más horrible!), y
quieren que vaya a Margate (…) Ya entenderás; de
todas formas yo debo seguir con esto y ahora debo hacerme cargo
de él. Querido Freddy, no me culpes. Creo que no lo
harás porque eres bueno y sincero.
Tu Tussy
De: Eleanor Marx
A: Freddy Demuth
1 de marzo de 1898
Mi queridísimo Freddy:
No creas que no te escribo porque me he olvidado de ti.
Es sólo que estoy cansada y a menudo no tengo fuerzas para
escribir. No puedo decirte lo contenta que estoy de que no me
culpes demasiado, ya que pienso que eres uno de los más
grandes y mejores hombres que he conocido.
Son malos tiempos para mí. Creo que hay pocas
esperanzas, pero sí hay mucho dolor y sufrimiento.
Cómo logramos seguir es todo un misterio para mí.
Estoy lista para irme, y lo haría con gusto. Pero mientras
quiera ayuda, no tengo más remedio que
quedarme.
Lo más bonito, y lo único que me sirve de
ayuda, es la amabilidad de todo el mundo. No puedes imaginarte lo
buenas que son para mí todas las clases de personas, y la
verdad es que no sé por qué.
Y estoy muy orgullosa de que la Federación de
Mineros y la Unión de Mineros, como si no hubiera sido
retribuida por mi trabajo de traducción en el Congreso
Internacional de Mineros (¡fue un trabajo de verdad!) el
pasado mes de junio, me hayan enviado un pequeño
portafolios y una pluma estilográfica. Me siento
avergonzada de aceptar ese regalo, pero no puedo evitar hacerlo.
¡Y la verdad es que me agrada!
Querido Freddy, ¡cómo me gustaría
poder verte! Pero supongo que no puede ser precisamente
ahora.
Tu Tussy.
De: Eleanor Marx
A: Natalie Liebnecht
1 de marzo de 1898
(…) No conocerías a mi pobre Edward si lo
vieras ahora. Está en los huesos y apenas si puede andar
unos metros (…) A veces me cuesta saber cómo voy a
resistir. No es sólo esta terrible ansiedad, sino las
dificultades materiales. Nuestros ingresos conjuntos son muy
pequeños y los gastos actuales son enormes:
médicos, facturas de la farmacia, sillas de ruedas para
salir a pasear, etc., a lo que se añaden los gastos de
mantenimiento de la casa; todo ello supone una gran cantidad. Te
hablo con tanta franqueza porque sé que lo
entenderás.
De: Eleanor Marx
A: Kautsky
20 de febrero de 1898
Me temo que existen muy pocas esperanzas de una
recuperación definitiva. Hoy ha andado un poco, apoyado en
mi brazo y en un bastón (…) Esta es, como ya puedes
suponer, una época de terrible ansiedad en todos los
sentidos.
————-
Eleanor Marx
Todas sus infidelidades y sus menosprecios eran algo
habitual para mí, ya estaba acostumbrada, pero lo que no
he podido asimilar y ha acabado de hundirme ha sido enterarme de
que se casó hace diez meses con una tal Eva Frye, una
amateur actress de sólo 22 años. Imagino
que no pudo resistir la tentación de añadir una
nueva conquista a su larga lista; sin olvidar el hecho de volver
a sentirse joven al tener entre sus manos carne fresca, mientras
la suya envejece rápidamente. Supongo que se casó
porque de lo contrario ella no habría consentido en tener
sexo con él, o bien porque ya lo había tenido y la
dejó embarazada. Quién sabe. Lo que me duele es
que, de ser la verdadera esposa durante trece años -aun
sin pasar por el juzgado, ni maldita la falta que me
hacía-, me he convertido en la amante. Y además en
la amante que está a punto de ser abandonada a pesar de
todo lo que ha hecho por su hombre. Me enteré ayer de todo
gracias a una carta escrita por la propia Eva en la que le exige
que se vaya a vivir con ella, su legítima esposa, y que de
paso se lleve el dinero que le corresponda de lo tenido en
común conmigo. Cuando fui a informarle sobre la llegada de
la carta -y de paso a dejarle bien claro que conozco el
embrollo-, con toda la frialdad del mundo me dijo que el asunto
no tiene importancia, me acusó de exagerada y se
negó a dar más explicaciones. Por la noche me
anunció que hoy iría a Londres solo -seguramente a
ver a su esposa, a pesar de su mal estado de salud-, y eso ha
hecho esta mañana.
De Eleanor
A Olive Schreiner
29 de marzo de 1898
Estoy segura de que Edward me va a abandonar. Lo
presiento y sería una completa idiota si no lo supiera. El
modo como él me trata, con tanta frialdad, tanta
indiferencia, tanta crueldad…
Ser rechazada, ahora sé lo que es. De nada me
sirve saberlo y saber que no debería sentirme así,
pero me encuentro demasiado débil para poder escapar de
todas esas cargas insoportables que nos impone la sociedad. Si en
cierta forma logré, en mi vida, escapar de algunas de
ellas, de otras en cambio no lo hice antes ni tampoco lo hago
ahora. Cuando lo pienso racionalmente, sé que estoy siendo
injusta conmigo misma al sentirme así; pero, por
más que trato de evitarlo, no puedo, y me avergüenzo
de haber sido tratada de esa manera (…)
Cuántas veces estuvimos de acuerdo en que el
suicidio era un derecho de cualquier persona que no pudiera o no
quisiera vivir. Sabíamos incluso el veneno que
utilizaríamos, nada parecido al polvo blanco, el horrible
arsénico de Emma Bovary que le provocó una muerte
horrorosa y lenta. Queríamos algo rápido, y
tú decías que usarías una pistola al borde
de un abismo y te darías un tiro en el corazón o en
la cabeza, esos dos grandes culpables de todos los sufrimientos
humanos, pero yo dije que no. ¿Te acuerdas? Yo dije que
quería morir en la cama, preferiblemente con una bonita
dormilona blanca, mi color favorito, el color de la inocencia,
pero también el color de la nada (…)
Muchas veces estoy casi segura de que él se va a
morir. En cierto modo, llego a desearlo. No sé si me
puedes entender. Sé que a veces soy insoportablemente
egoísta al pensar así, pero a veces casi anhelo que
éstos sean sus últimos días. Porque eso, de
alguna manera, me da fuerzas para ser paciente y tratar de
entenderle y perdonarle. Perdonar su enfermedad moral.
Perdonarme. Perdonarnos a los dos
Menos mal que durante todo este tiempo he tenido a mi
lado a Freddy, la única persona en quien he podido
confiar. Aunque sólo es mi medio hermano -y él ni
siquiera lo sabe-, se ha portado como si fuera mi hermano de
verdad, como si no hubiera sufrido la terrible injusticia que ha
tenido que soportar tantos años. A menudo me pregunto
cómo fue posible que mi padre no le aceptara de
ningún modo y que el General no quisiera ni verle. A pesar
de ser tan buenas personas, cometieron esta terrible injusticia
con él. Ahora que lo pienso, en realidad mi padre
durmió en una ocasión en la misma casa que Freddy.
Fue en 1882, cuando ya había muerto
Möhme[7]y el Moro se sentía
terriblemente solo. Supongo que buscando compañía,
y para saber qué habría sido de su hijo
ilegítimo, se informó de dónde vivía
y acudió a su casa para charlar con él. Por
supuesto, no le reveló el terrible secreto.
De: Eleanor Marx
A: Laura Marx
19 de diciembre de 1890
(…) Freddy se ha portado admirablemente en todos
los sentidos, y la irritación de Engels contra él
es tan injusta como incomprensible. Supongo que a ninguno de
nosotros nos gusta afrontar nuestro pasado, en carne y huesos.
Siento que siempre que veo a Freddy es con una sensación
de culpa y de haber obrado mal. ¡La vida de ese hombre!
Oírla contar supone para mí una gran pena y una
vergüenza a la vez (…)
Debe ser verdad eso que dicen de que los grandes hombres
tienen grandes defectos. En el fondo no se lo puedo reprochar a
ninguno de los dos, en parte porque entiendo lo que les
debió preocupar que se pudiera hacer público el
asunto -con el duro golpe que eso habría supuesto para el
movimiento socialista- y en parte porque pocos son capaces de
enfrentarse con las faltas cometidas en el pasado: uno por haber
sido infiel a su mujer (mi madre) y el otro por haber consentido
el encubrimiento y haber participado en él
haciéndose pasar por el padre de Freddy. Conozco bien la
historia porque he tenido en mis manos toda la correspondencia de
los protagonistas.
Todo comenzó cuando, en agosto de 1850, mi madre
viajó a Holanda para pedir ayuda económica al
tío de mi padre, Leon Phillips.
De Breve bosquejo de una vida memorable (de
Jenny Marx[8]
En agosto de 1850, aunque estaba lejos de sentirme bien,
decidí dejar a mi hijo enferme e ir a los Países
Bajos para obtener ayuda y consuelo del tío de Karl
(…) El tío de Karl estaba muy mal dispuesto debido
a los efectos desfavorables de la revolución en sus
negocios y los de sus hijos, odiaba la revolución y los
revolucionarios y había perdido el sentido del humor. Se
negó a prestarme ayuda, pero cuando ya me iba me puso en
la mano un regalo para mi hijo menor, y vi que le dolía no
estar en situación de darme más (…)
Volví a casa con el corazón afligido.
Supongo que el Moro abordó a
Lenchen[9]porque se sentía solo, o tal vez
fue solamente su apetito viril lo que le llevó a acercarse
a ella. Sea como fuere, hubo un affair entre los dos, y
lamentablemente para ellos hubo un embarazo que pronto fue
imposible de ocultar a mi madre. En marzo de 1851 vino al mundo
Franziska, mi hermana, que sólo llegó a vivir un
año, y en junio sucedió lo inevitable, el
nacimiento del hijo de Helene. Aún me impresiona ver el
laconismo de mi madre en sus memorias al referirse al
acontecimiento.
A comienzos del verano de 1851 ocurrió algo de lo
que no volveré a hablar, pero que aumentó en gran
medida nuestras preocupaciones privadas y
públicas.
Por supuesto, Möhme se refería al nacimiento
de Freddy, que vio la luz el 23 de junio de 1851, en la casa que
mi familia ocupaba en el número 28 de Dean Street, en el
Soho[10]Por lo que yo sé, mi padre era
bastante vigoroso, con un fervor sexual bastante marcado, y mi
madre le complacía en la medida de sus posibilidades. A
pesar de nuestras ideas avanzadas, mi padre seguía
creyendo en sus derechos y prerrogativas como varón, por
encima de la mujer; por ese motivo tuvieron tantos hijos, a pesar
de su mala situación económica. Lenchen, en cierto
sentido, era como su segunda mujer, ya que se hacía cargo
de casi todos los asuntos cotidianos de la familia. En ausencia
de mi madre, con la potencia sexual de mi padre y a su lado una
mujer de treinta años de buena presencia, mi padre tuvo
relaciones con Helene, quien posiblemente accedió con
gusto, con el cariño y la admiración que siempre
sintió por el Moro. Mi madre estaba lejos y no
tenía por qué enterarse de nada. Pero la naturaleza
les jugó una mala pasada en forma de hijo no
deseado.
Helene Demuth
————–
La buena de Lenchen era alemana, como mis padres, y
nació el 31 de diciembre de 1820 en Saarland. Su padre,
descendiente de campesinos, era panadero, pero el negocio no iba
bien y la familia era pobre. Ninguno de los hijos recibió
formación, y con sólo diez años Helene fue
enviada como criada a una familia de Tréveris. No
encajó bien en su primer destino, ni en el segundo, y
después de varias mudanzas acabó llegando a la casa
de los Westphalen, la familia de mi abuelo, el padre de mi madre,
en 1833. Allí encontró por fin una familia
hospitalaria que la trató con dignidad, lo cual
agradeció toda su vida. Y en 1845, dos años
después de que mis padres se casaran, mi abuela se la
envió a mi madre cuando estaba en Bruselas, a modo de
regalo de bodas tardío, sabedora de que era el mejor
presente que podía hacerle. No se equivocaba, porque
gracias a ella pudo la familia sobrevivir en los peores momentos,
y se mantuvo fiel aunque pudo haberse ido a otra casa más
próspera, donde sin duda habría vivido mejor. En
cierto sentido, en aquellos tiempos se sentía parte de la
familia y a la vez una especie de sierva, propiedad de mi madre.
Rara vez recibió dinero; al contrario, en más de
una ocasión tuvo que utilizar sus exiguos ahorros para
poder comer. Ella era la que, cuando no había qué
comer ni dinero para comprar comida, cogía algún
objeto de cierto valor y lo llevaba a la casa de empeños.
Supongo que eso la obligó a desarrollar su
carácter, que era bastante fuerte. Lo que ella
decía, eso se hacía en casa. Aunque en
teoría era la criada, en realidad no es sólo que
fuera una más de la familia; lo cierto es que
ejercía una especie de dictadura. Y mi padre se
sometía a esa dictadura sin protestar. No obstante, a
pesar de ser la que mandaba, era la que más trabajaba; a
veces la única.
Su talento para los asuntos domésticos le
permitió salvar las situaciones más complicadas. La
familia Marx debió a este espíritu del orden y de
la economía no verse privada de lo mínimo y
necesario para su existencia. Helene sabía hacerlo todo:
cocinaba, ordenaba la casa, vestía a las chicas, cortaba y
cosía los vestidos, ayudaba a la señora Marx.
Ejercía simultáneamente las funciones de
ecónomo y mayordomo de la casa. Las chicas la
querían como a su madre y ella ejercía sobre las
tres una autoridad maternal. La mujer de Marx la consideraba su
amiga más íntima, y Marx tenía con ella una
amistad muy particular; jugaban al ajedrez y muchas veces he
visto cómo él perdía. El amor de Helene por
la familia Marx era totalmente ciego.
Wilhelm Liebknecht
De joven era agraciada y tenía unos ojos azules
muy bonitos y una buena figura, ein hübsches
Mädchen; a eso se añadía un trato
fácil. Tuvo varios pretendientes -algunos con un buen
empleo– y pudo casarse y formar una familia, pero sentía
que su obligación era ser fiel a mis padres, y con ellos
se quedó, como una segunda madre para nosotras. En
realidad, muchas veces ella era la que ejercía como tal,
sobre todo durante las largas temporadas en que mi madre
permanecía en cama, enferma, y también debido a la
poca habilidad de Möhme para dirigir la casa. Su
círculo de amistades se limitaba al de la familia. Era
también una buena cocinera, y con muy pocos recursos
podía hacer un guiso con el que alimentarnos durante
varios días. Aunque no recibió formación, no
era una iletrada en ningún sentido. Leía cuanto
podía, hablaba inglés y francés, aparte del
alemán, su lengua materna, y sus opiniones sobre todos los
temas posibles eran tenidas en cuenta incluso por mi padre y el
General.
A comienzos de 1851, su embarazo era evidente,
así que mi padre y ella, en secreto, tuvieron que inventar
alguna explicación. No podían reconocer, ni ante mi
madre ni ante los amigos de la familia, y menos ante la
opinión pública, que él era el padre.
Así que el Moro recurrió a su íntimo amigo,
conocedor de todos sus secretos, no sólo para contarle el
asunto y con ello aliviar sus penas, sino en busca de ayuda y
quizá de algo más.
De: Karl Marx
A: Friedrich Engels
31 de marzo de 1851
(…) Por último, para acabar de rematar la
situación de un modo tragicómico, existe un secreto
que te revelaré en pocas palabras. Pero justo en este
momento me interrumpen y tengo que acudir junto a mi mujer, que
está en cama, enferma. Así que dejaré el
asunto, en el que tal vez tengas cierto papel, para la
próxima ocasión.
De: Karl Marx
A: Friedrich Engels
2 de abril de 1851
Respecto al misterio, no te escribiré nada sobre
él, ya que, sin importar lo que me cueste, te
visitaré a finales de abril. Debo apartarme algún
tiempo de aquí.
El 17 de abril, mi padre viajó a Manchester para
pasar unos días con el General, lo suficiente para
explicarle el mystère y convencerle del papel que
tenía que representar en la tragicomedia. Dado que el
General había estado en Londres hasta noviembre del
año anterior y había visitado con frecuencia la
casa de los Marx, habría contado con oportunidades de
tener relaciones íntimas con Lenchen. Además, como
mi madre era sabedora de la situación un tanto irregular
del General en lo relativo a las relaciones de pareja y el
matrimonio, creyó que éste era el padre, sin dudar
ni un ápice de la historia inventada. Mi madre,
además de estar siempre orgullosa de su origen
aristocrático, era muy conservadora en lo referente al
matrimonio y nunca aprobó la -para ella- escandalosa vida
del General con las que ella llamaba concubinas. Así que,
ya que Engels era una especie de libertino, cabía la
posibilidad de que hubiera seducido a la inocente Lenchen para
gozar de su cuerpo, y la consecuencia no deseada era ese visible
embarazo que ella mostraba en ese momento. Engels demostró
su lealtad a mi padre una vez más, si bien no
accedió a ser el padre a efectos oficiales, por lo que,
cuando Helene inscribió a Freddy en el registro de St.
Anne de Westminster con el nombre de Henry Frederick, dejó
en blanco el espacio reservado para el nombre del padre y le puso
su apellido, Demuth.
Y así comenzó la triste vida de Freddy.
Después de unos días junto a nuestra familia, se
decidió que fuera dado en adopción y lo
acogió una familia de apellido Lewis, de clase
trabajadora. No obstante, mi madre comenzó a sospechar de
la historia, posiblemente porque entre mi padre y Lenchen
surgió una especie de lazo íntimo que antes no
existía. Los enemigos de Marx también empezaron a
hacer correr rumores.
De: Karl Marx
A: Joseph Weydemeyer
2 de agosto de 1851
Puede usted imaginar que mi situación es bastante
mala (…) Además de lo que le he relatado,
están las infamias de mis enemigos, que nunca se atreven a
atacarme abiertamente, pero que están intentando vengarse
poniendo en entredicho mi buen nombre y haciendo circular las
más inefables calumnias contra mí (…) Mi
mujer, que está enferma, se siente peor cuando los
estúpidos chismosos les hacen llegar todas esas
habladurías. La falta de tacto de algunas personas en este
sentido suele ser enorme.
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