Monografias.com > Lengua y Literatura
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

El bastardo de Marx Las hijas y el hijo ilegítimo de Karl Marx – Una novela documental



Partes: 1, 2, 3


    El bastardo de Marx Las hijas y el hijo ilegítimo
    de Karl Marx – Una novela documental –
    Monografias.com

    El bastardo de Marx Las hijas y el
    hijo ilegítimo de Karl Marx – Una novela
    documental

    Karl Marx fue un personaje histórico
    fascinante, y su vida estuvo llena de lucha revolucionaria,
    erudición, creación teórica y conflictos
    personales. No puede ponerse en duda que el carácter y las
    circunstancias vitales influyen en los pensamientos y las
    creencias, y el caso de Marx no iba a ser distinto. En este
    libro, con el pretexto de la existencia de un hijo
    ilegítimo que Marx tuvo con su criada, Helene Demuth, por
    boca de tres personas cercanas se narran los acontecimientos
    más importantes de la vida de la familia y de los amigos
    más íntimos, a la vez que se efectúa un
    retrato de los protagonistas. También se incluyen
    documentos importantes sobre ellos que ilustran la
    narración: cartas, artículos, etc.

    A pesar de sus deseos de vivir como un
    aristócrata, con grandes lujos, sin trabajar y dedicado a
    la redacción de escritos y a la organización de
    grupos revolucionarios, el adalid del proletariado llevó
    una existencia muy difícil durante largos años, y
    varios de sus hijos murieron siendo pequeños por culpa de
    su mala situación económica. De las tres hijas que
    llegaron a la edad adulta, una murió con treinta y nueve
    años por un cáncer de vejiga, otra se
    suicidó con cuarenta y tres, y la tercera se
    suicidó cuando tenía sesenta y seis. Con ellas se
    extinguió el apellido Marx de la familia, ya que el
    único varón que sobrevivió a la niñez
    fue Freddy, el hijo no reconocido que tuvo con Helene Demuth, la
    criada, el bastardo de Marx, que da título a este
    libro.

    Monografias.com

    1

    Se acerca el momento, pero antes debo dejar todo por
    escrito y no olvidar nada. La posteridad tiene derecho a saberlo
    todo. De paso, lo que redacte ayudará a aclarar posibles
    malentendidos. Yo, Jenny Julia Eleanor Marx, habitualmente
    llamada por mi tercer nombre y conocida por mis familiares y
    amigos íntimos como "Tussy", en plenitud de facultades -o
    al menos hasta el punto en que me lo permiten los dolores que los
    sentimientos me infligen- decido voluntariamente acabar con mi
    vida a la edad de cuarenta y tres años, para evitar seguir
    padeciendo por culpa de este débil carácter
    mío, azotado por los vaivenes de la vida que no soy capaz
    de soportar y por los chantajes emocionales a los que mi querido
    y enfermo Edward[1]me somete. No, no me refiero a
    que tenga alguna dolencia; yo me ocupé de cuidarle bien
    para que sanara de la fuerte gripe que pasó en invierno,
    si bien es cierto que ahora se encuentra convaleciente de la
    operación del riñón. No, su principal
    enfermedad no es física. Su enfermedad ha sido siempre
    moral y se ha ido acentuando con los años, a medida que ha
    ido perdiendo la poca bondad que podía conllevar la
    juventud para una mente retorcida desde el mismo momento de
    nacer. Quiero suponer que en el fondo no quiere hacerme
    daño porque me ama, aunque sólo sea en un
    pequeño rincón de su malvado corazón. Es
    más bien que no puede actuar de otro modo: ya decía
    Sócrates hace más de dos mil años que quien
    obra mal es en realidad un ignorante, porque si conociera la
    bondad y todo lo que implica no podría sino actuar
    bien.

    Edward, de alguna manera, debe de haber hecho suya esa
    forma de ser; habrá corroído su interior, se
    habrá hecho dueña de la parte del cuerpo que se
    ocupa de los sentimientos. Y por eso se porta así conmigo,
    por eso me hace sufrir. Por eso mismo pone esa cara de arrogante
    indiferencia cuando necesita que lo cuide, y se comporta como una
    hiena cuando está sano, se encuentra con fuerzas y quiere
    humillarme. Por esa razón amenazó con hacer
    público el asunto de Freddy[2]si no le daba
    parte del dinero que me quedaba de la herencia de Engels, el
    General[3]Cuando éste me dijo quién
    es el verdadero padre de Freddy creí morir; fue el golpe
    más duro de mi vida. De repente, mi querido padre, que
    para mí ocupaba el más alto de los pedestales,
    cayó para ponerse al mismo nivel del resto de los
    mortales, con todas sus miserias morales. Me desahogué
    contando el asunto a Edward, quien con gusto me ofreció su
    hombro para que yo llorase. Pero luego se aprovechó, y en
    el momento más oportuno me amenazó con
    contárselo a todo el mundo si yo no le daba lo que me
    quedaba de la herencia del General. Y claro que tuve que
    dárselo. No podía permitir la total y
    pública deshonra que supondría que los miembros del
    partido, nuestros enemigos y el mundo entero supieran que Karl
    Marx era el padre de Freddy Demuth, que tuvo un hijo
    ilegítimo con Helen y que Engels accedió a cargar
    con la paternidad para salvar las apariencias. No, ese deshonor
    sería insoportable para mí y para nuestra familia,
    y dañaría irremisiblemente nuestra imagen y la del
    partido, ya que todo el mundo sabría que mi padre,
    además de ser infiel a mi madre, obró de forma
    miserable. Así que tuve que ceder al chantaje y darle el
    dinero que me exigía.

    Monografias.com

    Eleanor Marx

    Seguramente también porque es un enfermo moral
    pidió dinero prestado a Freddy, y en lugar de
    devolvérselo le ha ido ofreciendo vagas excusas e incluso
    ha vuelto a exigirle más y le trata desconsideradamente.
    Por eso se porta así con todos de los que puede obtener
    algún provecho, del tipo que sea.

    Han sido muchos años de convivencia desde aquel
    día de 1885 en que decidí irme a vivir con
    él, después de un tiempo de relación que
    siempre escondí a mi dear daddy mientras estuvo
    con vida. Cuando yo era más ingenua de lo que soy ahora
    quedé deslumbrada por su impecable aspecto de hombre de
    mundo, su amor hacia el teatro, sus escritos científicos,
    su brillante oratoria y su aureola de librepensador.
    Además, siempre habló bien de mi padre y
    ayudó a traducir El Capital al inglés.
    Ahora que lo pienso, debo reconocer que también me atrajo
    que fuera un mujeriego. Es curioso cómo muchas se sienten
    atraídas por ese tipo de hombres, sin importarles ser
    engañadas debido a su irresistible atracción hacia
    otras mujeres. Debe de tener alguna relación con nuestro
    carácter animal, porque por lo demás no tiene
    ningún sentido lógico. No me importó que
    estuviera casado y que su mujer -Bell- no quisiera concederle el
    divorcio. Simplemente lo consideré mi esposo a todos los
    efectos, sin necesidad de documentos que aprobaran nuestra
    relación. Y por supuesto tampoco me importó lo que
    la gente pensara de mí. Al contrario, siempre quise dar
    ejemplo como mujer liberada que soy.

    Desde el principio le fui perdonando sus faltas; algunas
    eran pequeños detalles, otras no tanto. Por ejemplo, eso
    de que me mintiera diciendo que tenía antepasados
    franceses e irlandeses -siempre admiré a los
    revolucionarios franceses y a los irlandeses que luchan por su
    independencia de Inglaterra– fue una minucia; pero no lo fue que
    robara en varias ocasiones el dinero de nuestros camaradas, como
    hizo durante nuestro viaje por los Estados Unidos.

    El General siempre le defendió de las acusaciones
    que lanzaban contra él. Pero debió ser el
    único, o uno de los pocos, a quienes gustaba, hasta el
    extremo de que nunca se dio cuenta de que sus amistades dejaron
    de asistir a sus reuniones para no coincidir con Edward. Para la
    inmensa mayoría no es más que un granuja que
    sólo intenta aprovecharse de los hombres
    pidiéndoles dinero y de las mujeres poseyendo su cuerpo.
    El General es uno de los pocos con quien no se ha portado como un
    miserable -no sé si por honradez o por interés
    propio-, y cuando murió le dedicó un bonito
    obituario, que ha sido una de las pocas muestras de bondad que ha
    demostrado en los últimos años.

    Es curioso ver cómo Edward logra conquistar a
    casi todas las mujeres con las que entabla relación. Y es
    que su forma de hablar y sus modales compensan con creces su
    notable fealdad, y precisamente esa fealdad le convierte en
    más atractivo porque induce a creer en una inmensa belleza
    interior y en un sinfín de cualidades como hombre. Por eso
    se ha dicho de él que no necesita más que una
    ventaja de media hora sobre el hombre más guapo de Londres
    para conquistar a cualquier mujer.

    Reconozco que nunca pude soportar sus infidelidades, sus
    affairs. Se aprovechaba de que no estábamos
    casados, de que el nuestro era un common-law marriage, e
    insistía en que éramos libres de tener relaciones
    con otras personas, puesto que éramos dos antiburgueses
    sin prejuicios. Yo no podía lidiar con eso, pero él
    siempre se salía con la suya y a mis enfados contestaba
    con indiferencia o -aun peor- con sus terribles silencios
    acompañados de esa mirada acusadora tan
    característica suya. Bien dicen que una imagen vale
    más que mil palabras. A Edward no le hacía falta
    decir nada; le bastaba con mirarme para vencerme. Sabía
    que contaba con esa ventaja, y de ella se aprovechó
    siempre que le convino.

    Si lo pensamos fríamente, con la objetividad
    propia del materialismo dialéctico de la que habla el
    General en sus libros, no sé por qué he aguantado
    tanto tiempo a su lado. Es posible que la explicación sea
    que dependí emocionalmente del Moro[4]-un
    padre autoritario- mientras estuvo vivo, y que, una vez muerto
    él, ante mi incapacidad para llevar una vida
    independiente, tuve que aferrarme a otra persona que le
    sustituyera. Con esto no quiero decir que Edward se parezca a mi
    padre, pero sí es posible que para mí haya sido un
    sustituto suyo. Soy materialista y no creo mucho en esas cosas,
    pero he leído algo sobre un filósofo alemán,
    un tal Hartmann, y sobre dos médicos vieneses, Breuer y
    Freud, que hablan sobre la parte inconsciente de nuestra mente y
    todo lo que hacemos de forma involuntaria, sin querer.

    Monografias.com

    Edward Aveling

    —————-

    Todo lo que llevo dicho lo tenía yo asumido como
    parte de su terrible carácter; incluso que me abandonara a
    finales de agosto del año pasado. Cogió todo el
    dinero y los objetos de valor que pudo y se marchó
    dejándome en la peor de las situaciones, tanto
    económica como emocional. Ya había dado muestras de
    infidelidad, pero ese acto fue demasiado incluso para él.
    Se limitó a decirme que no intentara averiguar su paradero
    bajo ninguna circunstancia, que no intentara comunicarme con
    él, y que si quería decirle algo importante lo
    hiciera a través de un actor con el sobrenombre de "M". Y
    yo, como tonta que soy, hice todo lo posible porque Freddy
    tuviera noticias suyas por medio del tal "M" y para que le
    convenciera de volver a mi lado.

    De: Eleanor Marx

    A: Freddy Demuth

    El Nido, 30 de agosto de 1897

    Querido Freddy:

    ¡Por supuesto, tampoco he recibido ni una
    línea esta mañana! ¿Cómo puedo
    agradecerte toda tu bondad y atención hacia mí?
    Pero, en realidad, te doy las gracias desde lo más hondo
    de mi corazón. Escribí una vez más a Edward
    esta mañana. No hay duda de que es un síntoma de
    debilidad, pero una no puede olvidar catorce años de vida
    de un plumazo. Creo que cualquiera con el más
    mínimo sentido del honor, por no hablar de sentimientos de
    bondad y gratitud, contestaría a la carta. ¿Lo
    hará? Mucho me temo que no.

    Mientras tanto, veo que "M" actúa esta noche en
    el Teatro "G". Si Edward está en Londres, seguro que
    irá allí; pero tú no puedes ir, y yo creo
    que no podré hacerlo (…)

    Mañana por la tarde tiene lugar el evento de "S".
    Lamento transmitirte todos estos problemas, pero
    ¿podrías ir tú? Se reúnen a las 8 en
    punto y se quedarán hasta las 10, así que si vas
    sobre las 9 o las 9:30, podrás averiguar de qué han
    hablado. Podrías preguntar si él se ha pasado por
    allí. Entonces lo sabrías, en cualquier caso. Si
    él está allí, podrías ponerte a su
    lado -delante de otras personas no podrá rehuirte- y
    esperarle hasta que la reunión haya terminado.
    Después ve con él, y di que me habías dicho
    que tú ibas a asistir y que has llegado tarde por culpa
    del trabajo (…)

    Entonces él tendrá que decirte si no va a
    venir -y tú tendrás oportunidad de hablar con
    él- o si va a venir. No creo que sea muy probable; pero,
    de cualquier modo, espero que vayas a la reunión y
    averigües si él está allí.

    Siempre tuya

    Tussy

    Edward estuvo ausente del Nido[5]todo el
    tiempo que quiso, y luego volvió también cuando le
    vino en gana, pero no con las orejas gachas, sino con toda la
    arrogancia de que sólo él es capaz. Y
    regresó -lo sé bien- porque ya se sentía
    enfermo, porque vaticinaba la terrible enfermedad que iba a
    padecer. Volvió sin previo aviso ni más
    explicación que unas líneas escritas. Pero tuvo el
    descaro de no decir nada al llegar. Incluso esperaba que le
    ofreciera una cálida bienvenida y que yo diera las
    explicaciones. Porque lo cierto es que se sintió ofendido
    -o al menos eso dio a entender con su actitud– al preguntarle los
    motivos de su conducta.

    De: Eleanor Marx

    A: Freddy Demuth

    1 de septiembre de 1897

    Querido Freddy:

    Esta mañana he recibido una nota que dice
    "Vuelvo. Estaré en casa mañana" (es decir, hoy).
    Después un telegrama "En casa definitivamente,
    1:30".

    Me encontraba trabajando, porque incluso con el
    corazón roto tenemos que trabajar -en mi
    habitación-, y Edward pareció sorprendido y
    bastante "ofendido" por no arrojarme en sus brazos. Hasta ahora
    no se ha disculpado ni me ha dado ninguna explicación. Yo
    -tras esperar que comenzara él- dije que se debe tener en
    cuenta la situación, y que nunca olvidaré el trato
    que he recibido. Él no dijo nada. Dije que tú tal
    vez vinieras por aquí, y si puedes, ven mañana o
    cualquier tarde de esta semana; confío en que lo
    harás. Estaría bien que tuviera que enfrentarse a
    ti en mi presencia, y a mí en la tuya. Así que, si
    puedes, ven mañana. Si no, hazme saber cuándo
    podrás.

    Querido Freddy, ¡cómo podré
    agradecértelo! Te estoy muy, muy agradecida. Cuando te
    vea, te diré lo que dijo "C".

    Siempre mi querido Freddy

    Tu Tussy

    Monografias.com

    Eleanor Marx

    Su única respuesta fue la indiferencia. Tuvo la
    poca vergüenza de sentirse ofendido y de ignorarme ante la
    ausencia de una disculpa por mi parte. ¡Como si yo hubiera
    tenido la culpa de todo! Ante su silencio, le insistí, y
    esa misma noche tuvimos una fuerte discusión; breve, pero
    bastante subida de tono. Dejando a un lado el aspecto sentimental
    y pasando al más práctico, se gastó todo lo
    que se había llevado. ¡Todo! Y para colmo me hizo el
    peor de los chantajes: me dijo que se quedaría conmigo
    sólo si le daba el resto de la herencia de Engels. Y yo,
    como tonta, accedí porque le necesitaba a mi lado, porque
    dependía de él emocionalmente, y él lo
    sabía bien. Y accedí también a la
    condición de que gozaría de total libertad para ir
    donde quisiera y con quien quisiera.

    De: Eleanor Marx

    A: Freddy Demuth

    2 de septiembre de 1897

    Querido Freddy:

    Ven esta tarde, si puedes. Es para mí una
    vergüenza comprometerte, pero me encuentro muy sola y estoy
    afrontando la más horrible de las situaciones: ruina
    total; todo, hasta el último penique, es decir, desgracia
    completa. Es horrible; peor de lo que podía imaginarme. Y
    quiero consultarlo con alguien. Sé que debo ser yo quien
    decida finalmente y asumir la responsabilidad; pero algún
    pequeño consejo y una amistosa ayuda sería de gran
    valor. Así que, mi queridísimo Freddy, ven
    aquí. Estoy desconsolada.

    Tu Tussy

    Después, en noviembre, sufrió un ataque de
    gripe y aquí le tuve, cuidándole como si fuera su
    fiel esposa; tal vez con la ilusión de serlo en esos
    momentos. La enfermedad le golpeó muy fuerte.
    Sufrió una fiebre muy alta durante muchos días y se
    quedó tremendamente débil y delgado,
    prácticamente en los huesos, hasta el extremo de que los
    médicos dijeron que el más leve resfriado
    sería fatal para él. A comienzos de enero le
    pagué un viaje a Hastings en busca de un mejor clima para
    su salud. Pero su actitud hacia mí no cambiaba, a pesar de
    todos mis desvelos. ¿Cómo se puede ser tan
    ingrato?

    De: Eleanor Marx

    A: Laura Marx

    El Nido, 8 de enero de 1898

    (…) Edward está mejor (…) El
    día después de escribirte el médico me dijo
    que podría empeorar en cualquier momento, y que
    llegaría el momento de comunicárselo a sus
    familiares (…)

    Está mejor, pero aún está
    terriblemente débil y muy demacrado. Se ha quedado en los
    huesos, tan sólo tiene piel y huesos. Los médicos
    dicen que el más leve resfriado podría ser
    fatal

    De: Eleanor Marx

    A: Freddy Demuth

    El Nido, 13 de enero de 1898

    Mi querido Freddy:

    Estábamos muy tristes por no verte, y más
    sabiendo que estabas enfermo. Sí, a veces, igual que
    tú, tengo la impresión de que nada nos va bien. Me
    refiero a ti y a mí. Por supuesto, la pobre Jenny tuvo su
    buena ración de pena y dolor, y Laura perdió los
    niños que tuvo. Pero Jenny fue lo bastante afortunada para
    morir, y aunque eso fue muy triste para sus hijos, a veces creo
    que para ella fue una suerte. No me hubiera gustado que Jenny
    tuviera que vivir lo que estamos pasando ahora. No creo que
    tú y yo seamos personas malvadas; y sin embargo, querido
    Freddy, parece como si recibiéramos todos los castigos.
    ¿Cuándo podrás venir? ¿No este
    domingo, pero sí el siguiente? ¿O durante la
    semana? Quiero verte. Edward está mejor, pero muy, muy
    débil.

    Tu Tussy

    Se puso enfermo, le cuidé y le pagué un
    viaje por el bien de su salud. A finales de enero volvió a
    casa del balneario, pero su antigua enfermedad renal se
    manifestó en forma de tumor y nos dijeron que era
    necesario operarle. A pesar de todos mis cuidados y apoyo, se
    siguió mostrando brutalmente egoísta. Es para
    mí una suerte tener a Freddy; aunque a veces no pueda
    ayudarme directamente, al hablar con él me desahogo y sus
    palabras me sirven de consuelo.

    De: Eleanor

    A: Freddy Demuth

    3 de febrero de 1898

    Estoy contenta de que te encuentres un poco mejor. Deseo
    que estés lo suficientemente bien para venir y estar
    conmigo desde el sábado hasta el lunes, o al menos hasta
    el domingo por la noche. Es brutalmente egoísta, lo
    sé; pero, querido Freddy, tú eres el único
    amigo con el que puedo ser totalmente sincera, y por eso me
    encanta verte.

    Debo afrontar problemas muy graves, en su mayor parte
    sin ayuda (porque Edward no ayuda ni siquiera ahora), y apenas
    sé qué hacer. Todos los días recibo demandas
    de dinero que tengo que pensar cómo afrontar,
    además de la operación y todo lo demás, no
    sé. Creo que es de mala educación compartir contigo
    los problemas, pero, querido Freddy, tú conoces la
    situación; y a ti te puedo decir lo que no actualmente no
    le diría a nadie. Se lo diría a mi querida vieja
    Nymmy[6]pero, como no la tengo, sólo te
    tengo a ti. Así que olvida mi egoísmo y ven si
    puedes.

    Edward ha ido hoy a Londres. Va a visitar médicos
    y a otras cosas. ¡No me permite ir con él! Esto es
    una pura crueldad, y hay cosas que no quiere contarme. Querido
    Freddy, tú tienes a tu hijo, pero yo no tengo a nadie; y
    no tengo nada por lo que valga la pena vivir.

    Monografias.com

    Edward Aveling

    De: Eleanor Marx

    A: Freddy Demuth

    5 de febrero de 1898

    Mi querido Freddy:

    Me duele saber que no vas a venir mañana. Siendo
    justos, déjame decir que Edward no pensaba pedirte dinero
    de nuevo. No sabes lo enfermo que está. Quería
    verte porque cree que no te volverá a ver después
    de la operación.

    Querido Freddy, conozco la pureza de tus sentimientos
    hacia mí y lo que te preocupas por mí. Pero creo
    que no entiendes todo; yo sólo estoy empezando a hacerlo.
    Pero veo cada vez con mayor claridad que la maldad es sólo
    una enfermedad moral, y el moralmente sano (como tú) no
    está en condiciones de juzgar la condición del
    moralmente enfermo; igual que la persona físicamente sana
    difícilmente puede darse cuenta de la condición del
    físicamente enfermo.

    A algunas personas les falta el sentido de la moralidad,
    igual que otras son sordas, o ven mal, o tienen otra enfermedad.
    Y estoy empezando a entender que no tenemos más derecho a
    culpar a una enfermedad que a otra. Debemos probar y curar, y, si
    la cura no es posible, hacer todo lo que podamos. He aprendido
    esto por medio de un largo sufrimiento, un sufrimiento de formas
    que ni siquiera te voy a contar a ti; pero he aprendido, y por
    eso estoy intentando soportar este problema lo mejor que
    puedo.

    Queridísimo Freddy, no creas que he olvidado lo
    que Edward te debe (me refiero al dinero; la amistad es
    incalculable), y por supuesto recibirás lo que te debe.
    Tienes mi palabra. Espero que Edward ingrese en el hospital la
    semana próxima. Espero que sea pronto, porque esta espera
    le está sentando terriblemente. Te haré saber las
    noticias definitivas, y espero con todo mi corazón que
    pronto estés mejor.

    Tu Tussy

    De: Eleanor Marx

    A: Freddy Demuth

    7 de febrero de 1898

    Mi queridísimo Freddy:

    Me atrevo a decir que estoy tan preocupada que no fui
    totalmente clara. Pero no me has entendido y yo estoy demasiado
    afligida para explicarme. Edward ingresa mañana en el
    hospital y le operan el miércoles. Hay un dicho
    francés que dice que entender es perdonar. Tanto
    sufrimiento me ha enseñado a entender, y por eso ni
    siquiera necesito perdonar. Sólo puedo amar.

    Querido Freddy. Me alojaré muy cerca del
    hospital, en el 135 de Gower Street, y te informaré de
    cómo van las cosas.

    Tu vieja Tussy

    De: Eleanor

    A: Freddy Demuth

    20 de febrero de 1898

    Mi queridísimo Freddy:

    Me llevé a Edward a casa el jueves, ya que los
    médicos pensaron que estaría mejor aquí que
    en el hospital (¡Vaya un hospital más horrible!), y
    quieren que vaya a Margate (…) Ya entenderás; de
    todas formas yo debo seguir con esto y ahora debo hacerme cargo
    de él. Querido Freddy, no me culpes. Creo que no lo
    harás porque eres bueno y sincero.

    Tu Tussy

    De: Eleanor Marx

    A: Freddy Demuth

    1 de marzo de 1898

    Mi queridísimo Freddy:

    No creas que no te escribo porque me he olvidado de ti.
    Es sólo que estoy cansada y a menudo no tengo fuerzas para
    escribir. No puedo decirte lo contenta que estoy de que no me
    culpes demasiado, ya que pienso que eres uno de los más
    grandes y mejores hombres que he conocido.

    Son malos tiempos para mí. Creo que hay pocas
    esperanzas, pero sí hay mucho dolor y sufrimiento.
    Cómo logramos seguir es todo un misterio para mí.
    Estoy lista para irme, y lo haría con gusto. Pero mientras
    quiera ayuda, no tengo más remedio que
    quedarme.

    Lo más bonito, y lo único que me sirve de
    ayuda, es la amabilidad de todo el mundo. No puedes imaginarte lo
    buenas que son para mí todas las clases de personas, y la
    verdad es que no sé por qué.

    Y estoy muy orgullosa de que la Federación de
    Mineros y la Unión de Mineros, como si no hubiera sido
    retribuida por mi trabajo de traducción en el Congreso
    Internacional de Mineros (¡fue un trabajo de verdad!) el
    pasado mes de junio, me hayan enviado un pequeño
    portafolios y una pluma estilográfica. Me siento
    avergonzada de aceptar ese regalo, pero no puedo evitar hacerlo.
    ¡Y la verdad es que me agrada!

    Querido Freddy, ¡cómo me gustaría
    poder verte! Pero supongo que no puede ser precisamente
    ahora.

    Tu Tussy.

    De: Eleanor Marx

    A: Natalie Liebnecht

    1 de marzo de 1898

    (…) No conocerías a mi pobre Edward si lo
    vieras ahora. Está en los huesos y apenas si puede andar
    unos metros (…) A veces me cuesta saber cómo voy a
    resistir. No es sólo esta terrible ansiedad, sino las
    dificultades materiales. Nuestros ingresos conjuntos son muy
    pequeños y los gastos actuales son enormes:
    médicos, facturas de la farmacia, sillas de ruedas para
    salir a pasear, etc., a lo que se añaden los gastos de
    mantenimiento de la casa; todo ello supone una gran cantidad. Te
    hablo con tanta franqueza porque sé que lo
    entenderás.

    De: Eleanor Marx

    A: Kautsky

    20 de febrero de 1898

    Me temo que existen muy pocas esperanzas de una
    recuperación definitiva. Hoy ha andado un poco, apoyado en
    mi brazo y en un bastón (…) Esta es, como ya puedes
    suponer, una época de terrible ansiedad en todos los
    sentidos.

    ————-

    Monografias.com

    Eleanor Marx

    Todas sus infidelidades y sus menosprecios eran algo
    habitual para mí, ya estaba acostumbrada, pero lo que no
    he podido asimilar y ha acabado de hundirme ha sido enterarme de
    que se casó hace diez meses con una tal Eva Frye, una
    amateur actress de sólo 22 años. Imagino
    que no pudo resistir la tentación de añadir una
    nueva conquista a su larga lista; sin olvidar el hecho de volver
    a sentirse joven al tener entre sus manos carne fresca, mientras
    la suya envejece rápidamente. Supongo que se casó
    porque de lo contrario ella no habría consentido en tener
    sexo con él, o bien porque ya lo había tenido y la
    dejó embarazada. Quién sabe. Lo que me duele es
    que, de ser la verdadera esposa durante trece años -aun
    sin pasar por el juzgado, ni maldita la falta que me
    hacía-, me he convertido en la amante. Y además en
    la amante que está a punto de ser abandonada a pesar de
    todo lo que ha hecho por su hombre. Me enteré ayer de todo
    gracias a una carta escrita por la propia Eva en la que le exige
    que se vaya a vivir con ella, su legítima esposa, y que de
    paso se lleve el dinero que le corresponda de lo tenido en
    común conmigo. Cuando fui a informarle sobre la llegada de
    la carta -y de paso a dejarle bien claro que conozco el
    embrollo-, con toda la frialdad del mundo me dijo que el asunto
    no tiene importancia, me acusó de exagerada y se
    negó a dar más explicaciones. Por la noche me
    anunció que hoy iría a Londres solo -seguramente a
    ver a su esposa, a pesar de su mal estado de salud-, y eso ha
    hecho esta mañana.

    De Eleanor

    A Olive Schreiner

    29 de marzo de 1898

    Estoy segura de que Edward me va a abandonar. Lo
    presiento y sería una completa idiota si no lo supiera. El
    modo como él me trata, con tanta frialdad, tanta
    indiferencia, tanta crueldad…

    Ser rechazada, ahora sé lo que es. De nada me
    sirve saberlo y saber que no debería sentirme así,
    pero me encuentro demasiado débil para poder escapar de
    todas esas cargas insoportables que nos impone la sociedad. Si en
    cierta forma logré, en mi vida, escapar de algunas de
    ellas, de otras en cambio no lo hice antes ni tampoco lo hago
    ahora. Cuando lo pienso racionalmente, sé que estoy siendo
    injusta conmigo misma al sentirme así; pero, por
    más que trato de evitarlo, no puedo, y me avergüenzo
    de haber sido tratada de esa manera (…)

    Cuántas veces estuvimos de acuerdo en que el
    suicidio era un derecho de cualquier persona que no pudiera o no
    quisiera vivir. Sabíamos incluso el veneno que
    utilizaríamos, nada parecido al polvo blanco, el horrible
    arsénico de Emma Bovary que le provocó una muerte
    horrorosa y lenta. Queríamos algo rápido, y
    tú decías que usarías una pistola al borde
    de un abismo y te darías un tiro en el corazón o en
    la cabeza, esos dos grandes culpables de todos los sufrimientos
    humanos, pero yo dije que no. ¿Te acuerdas? Yo dije que
    quería morir en la cama, preferiblemente con una bonita
    dormilona blanca, mi color favorito, el color de la inocencia,
    pero también el color de la nada (…)

    Muchas veces estoy casi segura de que él se va a
    morir. En cierto modo, llego a desearlo. No sé si me
    puedes entender. Sé que a veces soy insoportablemente
    egoísta al pensar así, pero a veces casi anhelo que
    éstos sean sus últimos días. Porque eso, de
    alguna manera, me da fuerzas para ser paciente y tratar de
    entenderle y perdonarle. Perdonar su enfermedad moral.
    Perdonarme. Perdonarnos a los dos

    Menos mal que durante todo este tiempo he tenido a mi
    lado a Freddy, la única persona en quien he podido
    confiar. Aunque sólo es mi medio hermano -y él ni
    siquiera lo sabe-, se ha portado como si fuera mi hermano de
    verdad, como si no hubiera sufrido la terrible injusticia que ha
    tenido que soportar tantos años. A menudo me pregunto
    cómo fue posible que mi padre no le aceptara de
    ningún modo y que el General no quisiera ni verle. A pesar
    de ser tan buenas personas, cometieron esta terrible injusticia
    con él. Ahora que lo pienso, en realidad mi padre
    durmió en una ocasión en la misma casa que Freddy.
    Fue en 1882, cuando ya había muerto
    Möhme[7]y el Moro se sentía
    terriblemente solo. Supongo que buscando compañía,
    y para saber qué habría sido de su hijo
    ilegítimo, se informó de dónde vivía
    y acudió a su casa para charlar con él. Por
    supuesto, no le reveló el terrible secreto.

    De: Eleanor Marx

    A: Laura Marx

    19 de diciembre de 1890

    (…) Freddy se ha portado admirablemente en todos
    los sentidos, y la irritación de Engels contra él
    es tan injusta como incomprensible. Supongo que a ninguno de
    nosotros nos gusta afrontar nuestro pasado, en carne y huesos.
    Siento que siempre que veo a Freddy es con una sensación
    de culpa y de haber obrado mal. ¡La vida de ese hombre!
    Oírla contar supone para mí una gran pena y una
    vergüenza a la vez (…)

    Debe ser verdad eso que dicen de que los grandes hombres
    tienen grandes defectos. En el fondo no se lo puedo reprochar a
    ninguno de los dos, en parte porque entiendo lo que les
    debió preocupar que se pudiera hacer público el
    asunto -con el duro golpe que eso habría supuesto para el
    movimiento socialista- y en parte porque pocos son capaces de
    enfrentarse con las faltas cometidas en el pasado: uno por haber
    sido infiel a su mujer (mi madre) y el otro por haber consentido
    el encubrimiento y haber participado en él
    haciéndose pasar por el padre de Freddy. Conozco bien la
    historia porque he tenido en mis manos toda la correspondencia de
    los protagonistas.

    Todo comenzó cuando, en agosto de 1850, mi madre
    viajó a Holanda para pedir ayuda económica al
    tío de mi padre, Leon Phillips.

    De Breve bosquejo de una vida memorable (de
    Jenny Marx[8]

    En agosto de 1850, aunque estaba lejos de sentirme bien,
    decidí dejar a mi hijo enferme e ir a los Países
    Bajos para obtener ayuda y consuelo del tío de Karl
    (…) El tío de Karl estaba muy mal dispuesto debido
    a los efectos desfavorables de la revolución en sus
    negocios y los de sus hijos, odiaba la revolución y los
    revolucionarios y había perdido el sentido del humor. Se
    negó a prestarme ayuda, pero cuando ya me iba me puso en
    la mano un regalo para mi hijo menor, y vi que le dolía no
    estar en situación de darme más (…)
    Volví a casa con el corazón afligido.

    Supongo que el Moro abordó a
    Lenchen[9]porque se sentía solo, o tal vez
    fue solamente su apetito viril lo que le llevó a acercarse
    a ella. Sea como fuere, hubo un affair entre los dos, y
    lamentablemente para ellos hubo un embarazo que pronto fue
    imposible de ocultar a mi madre. En marzo de 1851 vino al mundo
    Franziska, mi hermana, que sólo llegó a vivir un
    año, y en junio sucedió lo inevitable, el
    nacimiento del hijo de Helene. Aún me impresiona ver el
    laconismo de mi madre en sus memorias al referirse al
    acontecimiento.

    A comienzos del verano de 1851 ocurrió algo de lo
    que no volveré a hablar, pero que aumentó en gran
    medida nuestras preocupaciones privadas y
    públicas.

    Por supuesto, Möhme se refería al nacimiento
    de Freddy, que vio la luz el 23 de junio de 1851, en la casa que
    mi familia ocupaba en el número 28 de Dean Street, en el
    Soho[10]Por lo que yo sé, mi padre era
    bastante vigoroso, con un fervor sexual bastante marcado, y mi
    madre le complacía en la medida de sus posibilidades. A
    pesar de nuestras ideas avanzadas, mi padre seguía
    creyendo en sus derechos y prerrogativas como varón, por
    encima de la mujer; por ese motivo tuvieron tantos hijos, a pesar
    de su mala situación económica. Lenchen, en cierto
    sentido, era como su segunda mujer, ya que se hacía cargo
    de casi todos los asuntos cotidianos de la familia. En ausencia
    de mi madre, con la potencia sexual de mi padre y a su lado una
    mujer de treinta años de buena presencia, mi padre tuvo
    relaciones con Helene, quien posiblemente accedió con
    gusto, con el cariño y la admiración que siempre
    sintió por el Moro. Mi madre estaba lejos y no
    tenía por qué enterarse de nada. Pero la naturaleza
    les jugó una mala pasada en forma de hijo no
    deseado.

    Monografias.com

    Helene Demuth

    ————–

    La buena de Lenchen era alemana, como mis padres, y
    nació el 31 de diciembre de 1820 en Saarland. Su padre,
    descendiente de campesinos, era panadero, pero el negocio no iba
    bien y la familia era pobre. Ninguno de los hijos recibió
    formación, y con sólo diez años Helene fue
    enviada como criada a una familia de Tréveris. No
    encajó bien en su primer destino, ni en el segundo, y
    después de varias mudanzas acabó llegando a la casa
    de los Westphalen, la familia de mi abuelo, el padre de mi madre,
    en 1833. Allí encontró por fin una familia
    hospitalaria que la trató con dignidad, lo cual
    agradeció toda su vida. Y en 1845, dos años
    después de que mis padres se casaran, mi abuela se la
    envió a mi madre cuando estaba en Bruselas, a modo de
    regalo de bodas tardío, sabedora de que era el mejor
    presente que podía hacerle. No se equivocaba, porque
    gracias a ella pudo la familia sobrevivir en los peores momentos,
    y se mantuvo fiel aunque pudo haberse ido a otra casa más
    próspera, donde sin duda habría vivido mejor. En
    cierto sentido, en aquellos tiempos se sentía parte de la
    familia y a la vez una especie de sierva, propiedad de mi madre.
    Rara vez recibió dinero; al contrario, en más de
    una ocasión tuvo que utilizar sus exiguos ahorros para
    poder comer. Ella era la que, cuando no había qué
    comer ni dinero para comprar comida, cogía algún
    objeto de cierto valor y lo llevaba a la casa de empeños.
    Supongo que eso la obligó a desarrollar su
    carácter, que era bastante fuerte. Lo que ella
    decía, eso se hacía en casa. Aunque en
    teoría era la criada, en realidad no es sólo que
    fuera una más de la familia; lo cierto es que
    ejercía una especie de dictadura. Y mi padre se
    sometía a esa dictadura sin protestar. No obstante, a
    pesar de ser la que mandaba, era la que más trabajaba; a
    veces la única.

    Su talento para los asuntos domésticos le
    permitió salvar las situaciones más complicadas. La
    familia Marx debió a este espíritu del orden y de
    la economía no verse privada de lo mínimo y
    necesario para su existencia. Helene sabía hacerlo todo:
    cocinaba, ordenaba la casa, vestía a las chicas, cortaba y
    cosía los vestidos, ayudaba a la señora Marx.
    Ejercía simultáneamente las funciones de
    ecónomo y mayordomo de la casa. Las chicas la
    querían como a su madre y ella ejercía sobre las
    tres una autoridad maternal. La mujer de Marx la consideraba su
    amiga más íntima, y Marx tenía con ella una
    amistad muy particular; jugaban al ajedrez y muchas veces he
    visto cómo él perdía. El amor de Helene por
    la familia Marx era totalmente ciego.

    Wilhelm Liebknecht

    De joven era agraciada y tenía unos ojos azules
    muy bonitos y una buena figura, ein hübsches
    Mädchen
    ; a eso se añadía un trato
    fácil. Tuvo varios pretendientes -algunos con un buen
    empleo– y pudo casarse y formar una familia, pero sentía
    que su obligación era ser fiel a mis padres, y con ellos
    se quedó, como una segunda madre para nosotras. En
    realidad, muchas veces ella era la que ejercía como tal,
    sobre todo durante las largas temporadas en que mi madre
    permanecía en cama, enferma, y también debido a la
    poca habilidad de Möhme para dirigir la casa. Su
    círculo de amistades se limitaba al de la familia. Era
    también una buena cocinera, y con muy pocos recursos
    podía hacer un guiso con el que alimentarnos durante
    varios días. Aunque no recibió formación, no
    era una iletrada en ningún sentido. Leía cuanto
    podía, hablaba inglés y francés, aparte del
    alemán, su lengua materna, y sus opiniones sobre todos los
    temas posibles eran tenidas en cuenta incluso por mi padre y el
    General.

    A comienzos de 1851, su embarazo era evidente,
    así que mi padre y ella, en secreto, tuvieron que inventar
    alguna explicación. No podían reconocer, ni ante mi
    madre ni ante los amigos de la familia, y menos ante la
    opinión pública, que él era el padre.
    Así que el Moro recurrió a su íntimo amigo,
    conocedor de todos sus secretos, no sólo para contarle el
    asunto y con ello aliviar sus penas, sino en busca de ayuda y
    quizá de algo más.

    De: Karl Marx

    A: Friedrich Engels

    31 de marzo de 1851

    (…) Por último, para acabar de rematar la
    situación de un modo tragicómico, existe un secreto
    que te revelaré en pocas palabras. Pero justo en este
    momento me interrumpen y tengo que acudir junto a mi mujer, que
    está en cama, enferma. Así que dejaré el
    asunto, en el que tal vez tengas cierto papel, para la
    próxima ocasión.

    De: Karl Marx

    A: Friedrich Engels

    2 de abril de 1851

    Respecto al misterio, no te escribiré nada sobre
    él, ya que, sin importar lo que me cueste, te
    visitaré a finales de abril. Debo apartarme algún
    tiempo de aquí.

    El 17 de abril, mi padre viajó a Manchester para
    pasar unos días con el General, lo suficiente para
    explicarle el mystère y convencerle del papel que
    tenía que representar en la tragicomedia. Dado que el
    General había estado en Londres hasta noviembre del
    año anterior y había visitado con frecuencia la
    casa de los Marx, habría contado con oportunidades de
    tener relaciones íntimas con Lenchen. Además, como
    mi madre era sabedora de la situación un tanto irregular
    del General en lo relativo a las relaciones de pareja y el
    matrimonio, creyó que éste era el padre, sin dudar
    ni un ápice de la historia inventada. Mi madre,
    además de estar siempre orgullosa de su origen
    aristocrático, era muy conservadora en lo referente al
    matrimonio y nunca aprobó la -para ella- escandalosa vida
    del General con las que ella llamaba concubinas. Así que,
    ya que Engels era una especie de libertino, cabía la
    posibilidad de que hubiera seducido a la inocente Lenchen para
    gozar de su cuerpo, y la consecuencia no deseada era ese visible
    embarazo que ella mostraba en ese momento. Engels demostró
    su lealtad a mi padre una vez más, si bien no
    accedió a ser el padre a efectos oficiales, por lo que,
    cuando Helene inscribió a Freddy en el registro de St.
    Anne de Westminster con el nombre de Henry Frederick, dejó
    en blanco el espacio reservado para el nombre del padre y le puso
    su apellido, Demuth.

    Y así comenzó la triste vida de Freddy.
    Después de unos días junto a nuestra familia, se
    decidió que fuera dado en adopción y lo
    acogió una familia de apellido Lewis, de clase
    trabajadora. No obstante, mi madre comenzó a sospechar de
    la historia, posiblemente porque entre mi padre y Lenchen
    surgió una especie de lazo íntimo que antes no
    existía. Los enemigos de Marx también empezaron a
    hacer correr rumores.

    De: Karl Marx

    A: Joseph Weydemeyer

    2 de agosto de 1851

    Puede usted imaginar que mi situación es bastante
    mala (…) Además de lo que le he relatado,
    están las infamias de mis enemigos, que nunca se atreven a
    atacarme abiertamente, pero que están intentando vengarse
    poniendo en entredicho mi buen nombre y haciendo circular las
    más inefables calumnias contra mí (…) Mi
    mujer, que está enferma, se siente peor cuando los
    estúpidos chismosos les hacen llegar todas esas
    habladurías. La falta de tacto de algunas personas en este
    sentido suele ser enorme.

    Partes: 1, 2, 3

    Página siguiente 

    Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

    Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

    Categorias
    Newsletter