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¿Por qué los ricos son más ricos en los países pobres?



Partes: 1, 2

  1. Algunos conceptos
    previos
  2. Las supuestas
    bondades de la libertad de comercio
  3. La paradoja
    competitiva del modelo Ricardiano
  4. Las instituciones
    financieras internacionales
  5. Conclusión

Algunos conceptos
previos

La idea definitoria de la "globalización
económica"

En los últimos tiempos, el debate sobre la
"internacionalización de la economía" o, más
propiamente, acerca de la "globalización económica"
se ha adueñado de los grandes foros de discusión,
así como -mediante sonoras protestas de grupos dispares y
heterogéneos- de muchas calles y plazas de las ciudades
donde se reúnen, periódicamente, los responsables
financieros del orden mundial. Estas protestas tienen su origen
en que las personas se han sentido engañadas,
políticamente hay crisis, y reclaman por los servicios
públicos, mejores condiciones laborales, protección
a la mujer, protección del medio ambiente,
educación, etc.

Esta resistencia al régimen capitalista es debido
a que al pasar del tiempo, en vez de mejorar la calidad de todos
los habitantes de una población, solo empeora, ya que del
tipo de comercialización (capitalista) se benefician
pocos, y las personas q viven día a día para
sobrevivir solo se hacen más pobres, y hay demasiada
desigualdad.

Por otra parte, su trascendencia para nuestro
país, muy particularmente en el comercio de los productos
agrícolas, no resulta en absoluto desdeñable. En
estos productos de primera necesidad, así como en otros
industriales, algunos grandes países exportadores basan su
fuerte competitividad en los bajos costos de los inputs del
proceso productivo, el bajo esfuerzo fiscal, el escaso respeto
medioambiental, la inexistente necesidad de riego y, sobre todo,
en los exiguos niveles salariales de sus trabajadores.

Homogeneización normativa y estatuto
empresarial:

El debate actual de la mundialización
económica, probablemente, no es más que el viejo
dilema existente entre Estado y mercado, pero llevado ahora a
escala internacional.

En su momento, se tuvo que establecer qué papel
debía tener el mercado en la asignación eficiente
de los recursos y hasta dónde debía llegar la
intervención estatal para asegurar el viejo principio de
la igualdad de oportunidades. En las sociedades más
industrializadas y avanzadas del mundo occidental, estas dudas se
resolvieron con la implantación del modelo denominado del
"Estado del Bienestar".

Pues bien, este mismo debate se halla ahora planteado a
escala global por el simple hecho de la integración de las
economías y el auge de las telecomunicaciones y de las
tecnologías de la información, pero con la
dificultad añadida de que, a nivel supranacional, no se
dispone de ningún contrapeso político y normativo
que vigile este proceso de globalización y corrija, de un
modo justo y equitativo, los peligrosos abusos que puedan
derivarse del mismo.

En realidad, el debate planteado no es el del
proteccionismo frente al internacionalismo o el del localismo
frente a la mundialización, sino qué forma de
internacionalismo debe aplicarse. Y resulta evidente que no debe
tenderse a un modelo, como el actual, en el que se considere
sagrado para el comercio internacional el derecho a la propiedad
privada pero, en cambio, se condene, como una forma deleznable de
"proteccionismo" en los países subdesarrollados, el
derecho de huelga, a sindicarse, a disfrutar vacaciones y a
trabajar en condiciones dignas, así como el deber
(especialmente para las grandes empresas multinacionales) de
pagar impuestos o de respetar el medio ambiente.

La panacea liberal del comercio
internacional:

Las estadísticas sirven para presentar una
extraña paradoja que se presenta, con frecuencia, al
hablar del comercio internacional. De un lado, y desde un punto
de vista teórico, se tiende a presentar el comercio
internacional como algo movido por una infinidad de iniciativas
empresariales que, superando las trabas e impedimentos
obstaculizadores que oponen los diferentes Estados, logran
establecer relaciones comerciales mutuamente ventajosas entre
todos los países de la Tierra. Parece, en definitiva, como
si sólo la libre iniciativa de los individuos fuese la
responsable última y benéfica de ese
comercio.

La globalización es, en mucho, obra de los
gobiernos, más que de los mercados por sí mismos.
Justamente, después de que el proceso se convirtió
en un fenómeno generalizado, inclusive entre las naciones
más pobres del mundo, la mayor preocupación que
asalta ahora mismo a los gobernantes, teóricos y
responsables de organismos y agencias internacionales, es
encontrar la fórmula mágica para evitar que las
llamadas "fuerzas libres" del mercado se desboquen y nos
conduzcan a catástrofes que podrían resultar
apocalípticas.

La globalización no ha puesto en crisis las
instituciones políticas preexistentes. Más bien las
ha obligado a autoreformarse y a ponerse a tono con los nuevos
tiempos. Si acaso, habrá puesto en crisis viejos y
macilentos conceptos que hoy, sencillamente, ya no explican nada:
ese podría ser uno de los pocos logros positivos de la
globalización. Su futuro depende, casi en todo, de esas
instituciones. No se puede globalizar (lo que quiere decir, en
estos días, crear amplias zonas de libre comercio y
competencia económica) sin la acción de los
gobiernos, que son los primeros que tienen que ponerse de acuerdo
para alcanzar la feliz consecución de esos fines. Los
peligros que acechan una efectiva globalización no
provienen de la expansión de los mercados, sino de los
desacuerdos que puedan darse entre los Estados de las naciones
implicadas en el proceso. La globalización, por lo
demás, tendrá que ser una estrategia sostenida de
común acuerdo y sometida a reglas y normas decididas entre
todos o, por el contrario, se volverá un verdadero
desastre. Más que un contenido económico, tiene un
contenido político y de eso casi todos los que son
responsables en el caso han tomado la debida nota.

Algunas ideas de J. M. Keynes:

Respondiendo al ambiente reinante tras la gran
depresión de 1929 y el hundimiento de Wall Street, la
aportación de la teoría keynesiana consistió
en ofrecer los argumentos capaces de negar la validez de ese
doble cimiento del equilibrio en el presupuesto. Keynes 10
creía, de una parte, que habíamos llegado al fin de
laissez faire: no hay armonía natural alguna que garantice
la restauración del equilibrio perdido. Un sistema
económico puede estar en equilibrio con paro forzoso. En
segundo término, la teoría keynesiana dudaba de que
la dosis correctora de la política monetaria pudiera ser
realmente eficaz. Este sabio escepticismo lo basaba Keynes en el
cuadro en el que operaba la política monetaria. Su
posibilidad de actuación residía, en última
instancia, en variar la oferta de dinero fijada
autónomamente por la autoridad monetaria de un
país.

Pero esta variación de la oferta monetaria no
actúa de manera directa sobre la demanda de bienes. La
mayor oferta de dinero determina, con la demanda del mismo, el
tipo de interés; interés que a su vez
influenciará la inversión, que compone, con el
consumo, la demanda efectiva total de la sociedad que
también condiciona el volumen de producción y de
ocupación. Por lo tanto, un aumento de la oferta de dinero
no elevará siempre la demanda efectiva.

Veamos, en fin, que la famosa "tasa Tobin", a la que nos
referiremos posteriormente con mayor especificidad, constituye
una propuesta de aquel ilustre economista americano, seguidor de
Keynes, que no es más que una actualización de otra
propuesta del gran maestro inglés. En efecto, en el famoso
capítulo XII de la General Theory se halla ya concebido un
impuesto sobre las transacciones, con el fin de vincular los
inversores a sus acciones de forma duradera. Tobin
traspasó esta idea en 1971 a los mercados de divisas; por
aquel entonces, EE.UU. se despidió del sistema de tipos de
cambio fijos establecido en los acuerdos de Bretton Woods y, al
mismo tiempo, las primeras transacciones electrónicas de
dinero por ordenador prometían un gigantesco aumento del
número de operaciones a realizar. Tobin pretendía
aminorar la velocidad de este proceso para que se especulara
menos y para que los tipos de cambio no fluctuaran tanto. Hoy en
día, en que cualquiera puede comerciar en el mercado de
valores desde su casa, con un simple ordenador personal provisto
de un vulgar módem de comunicaciones, este problema se ha
acrecentado muchísimo.

Las supuestas
bondades de la
libertad de comercio

Origen político del comercio
internacional

Desde tiempos remotos, los países del orbe han
mantenido relaciones comerciales para obtener los productos o
mercancías de que carecían. En los inicios de la
historia del comercio mundial, cada país determinaba su
política en función de sus propias necesidades, sin
tener en cuenta el interés general.

El mercantilismo se mantuvo así hasta el siglo
XVIII, cuando los adoctrinados mercantilistas impulsan un
crecimiento indiscutible de la producción y la
creación de riqueza. La revolución industrial
también incidió en esta estado de cosas.

El origen político del comercio internacional
explica la importancia que la competitividad ha tenido y tiene en
su desarrollo.

Las fuentes del movimiento
librecambista:

Es un movimiento el cual se sitúa en 2 corrientes
esencialmente diferentes: el liberalismo económico y el
utilitarismo.

Liberalismo: sus implicaciones librecambistas fueron
precisadas por Ricardo en 1815.

Utilitarismo: su objetivo era generar en el comercio un
interés general o bien común. Por lo que
sólo apoyaba medidas de inspiración liberal en la
medida en que éstas pudieran procurar a la comunidad la
mayor "utilidad" posible. Si consideramos, ahora, que la
"utilidad" de la comunidad es la suma de las "utilidades"
individuales de sus miembros, sería conveniente realizar
una pequeña acotación sobre la teoría de la
conducta del consumidor, cuyo punto de partida acostumbrado es el
postulado de la racionalidad.

El concepto de utilidad y su maximización
hállase vacío de todo significado sensorial. El
aserto de que un consumidor experimente mayor satisfacción
o utilidad de un automóvil que de un conjunto de vestidos,
significa que si se le presentase la alternativa de recibir como
regalo el automóvil o el vestuario escogería lo
primero. Bienes que son necesarios para sobrevivir, como una
vacuna cuando se declara una gran epidemia, pueden resultar para
el consumidor de máxima utilidad, aunque el acto de
consumirlas no lleve necesariamente aneja ninguna
sensación agradable, como por ejemplo un molesto
pinchazo.

El fracaso de los viejos y los nuevos
modelos:

Así como en el siglo XIX Ricardo había
explicado que la división internacional del trabajo obraba
a favor del interés de los países participantes en
el comercio, que todos salían ganando con el intercambio,
que se trataba, de alguna manera, de un juego de suma positiva,
que era necesario que cada país se especializara en
aquellas áreas cuya productividad resultara superior (o la
menos débil, en el caso de los países retrasados),
se han avanzado otras teorías para explicar el impulso de
los nuevos países industriales en las exportaciones
mundiales.

En efecto, todo país dispone de los factores
clásicos de la producción: tierra, trabajo y
capital, en las cantidades propias de su momento y de su
economía.

Cada tipo de producto requiere una proporción
fija de esos factores. Por ejemplo, para producir acero es
necesario disponer de más capital que para fabricar
textiles; en consecuencia, el acero será menos caro
allí donde el factor capital sea abundante; el textil lo
será allí donde la mano de obra sea abundante y,
por lo tanto, barata. Y las patatas también serán
más baratas allí donde existan más terrenos
agrícolas edafológica y climáticamente
adecuados para su cultivo.

Sin embargo, la realidad misma ha venido a desmentir la
veracidad de estos modelos. Según ellos, se debería
esperar que los países en que el factor capital es
abundante exportaran productos de alto valor añadido, cuya
fabricación exige el empleo de este factor en una gran
proporción; pero ello no ha sido así.

Para juzgar las ventajas y los inconvenientes de la
globalización es necesario distinguir entre las diversas
modalidades que adopta ésta, ya que diferentes formas
pueden conducir a resultados positivos y negativos. El
fenómeno de la globalización engloba al libre
comercio internacional, al movimiento de capitales a corto plazo,
a la inversión extranjera directa, a los fenómenos
migratorios, al desarrollo de las tecnologías de la
comunicación y a su efecto cultural. Por ejemplo, la
liberalización de los movimientos de capital a corto plazo
-sin que haya mecanismos compensatorios que prevengan y corrijan
las presiones especulativas- han provocado ya graves crisis en
diversas regiones de desarrollo medio: sudeste asiático,
México, Turquía, Argentina… Estas crisis han
generado una gran hostilidad hacia la globalización en las
zonas afectadas.

En general, tal y como se ha argumentado en
epígrafes anteriores de este tema, el comercio
internacional es positivo para el progreso económico de
todos y para los objetivos sociales de eliminación de la
pobreza y la marginación social. Sin embargo, la
liberalización comercial, aunque beneficiosa para el
conjunto del país afectado, provoca crisis en algunos
sectores que requieren la intervención del
Estado.

Las viejas teorías de David
Ricardo

  • Los modelos de las ventajas absolutas y
    relativas

Fue el economista clásico inglés D.
Ricardo (1772-1823) quien demostró que no sólo en
el caso de que aparezca ventaja absoluta existirá
especialización y comercio internacional entre dos
países. Podrá ocurrir que uno de ellos no posea
ventaja absoluta en la producción de ningún bien,
es decir, que necesite más de todos los factores para
producir todos y cada uno de los bienes y servicios. A pesar de
ello, sucederá que la cantidad necesaria de factores para
producir una unidad de algún bien, en proporción a
la necesaria para producir una unidad de algún otro,
será menor que la correspondiente al país que posee
ventaja absoluta.

En este caso decimos que el país en el que tal
cosa suceda tiene "ventaja comparativa o relativa" en la
producción de aquel bien.

Según D. Ricardo "en un sistema de comercio
absolutamente libre, cada país invertirá
naturalmente su capital y su trabajo en los empleos más
beneficiosos. Esta persecución del provecho individual
está admirablemente relacionada con el bienestar
universal. Distribuye el trabajo en la forma más efectiva
y económica posible al estimular la industria, recompensar
el ingenio y al hacer más eficaz el empleo de las
aptitudes peculiares con que lo ha dotado la naturaleza; al
incrementar la masa general de la producción, difunde el
beneficio por todas las naciones uniéndolas con un mismo
lazo de interés e intercambio común. Es este
principio el que determina que el vino se produzca en Francia y
Portugal, que los cereales se cultiven en América y en
Polonia, y que Inglaterra produzca artículos de
ferretería y otros" (David Ricardo, Principios de
Economía Política y Tributación,
1817).

¿Pero, por qué un país determinado
se especializa en un producto concreto? La respuesta parece
obvia: cada país se especializará en aquellos
productos que pueda producir ventajosamente con respecto a los
demás países.

¿Y qué significa producir ventajosamente?
Adam Smith (1723-1790) respondió a esas preguntas
afirmando que los países se especializarán en
producir aquellos bienes sobre los que tengan una ventaja
absoluta, es decir, que sean capaces de producir el mismo
número de bienes aplicando menor cantidad de trabajo. Su
discípulo David Ricardo dio un paso más:
demostró que todos los países se pueden beneficiar
especializándose cada uno en la producción de
bienes aunque no tengan ventaja absoluta en ellos; es suficiente
que tengan ventaja comparativa, es decir, que sean capaces de
producirlo a un precio menor.

Empecemos comprendiendo la argumentación de Adam
Smith sobre la ventaja absoluta con un sencillo ejemplo.
Supongamos que hay dos empresas, una española y una
francesa, que trabajan o curten la piel. Ambas empresas tienen 10
obreros cada una, que trabajan 140 horas al mes. Los obreros
españoles son más hábiles fabricando
zapatos: hacen un par de zapatos en sólo dos horas
mientras que los trabajadores franceses necesitan cuatro horas.
En cambio los franceses son más expertos con los abrigos
de piel, ya que hacen uno en siete horas mientras que los
españoles necesitan diez. Es decir, los españoles
tienen una ventaja absoluta en la fabricación de zapatos
(necesitan menos tiempo para hacerlos) mientras que los franceses
tienen ventaja absoluta en la fabricación de
abrigos.

Veamos ahora la argumentación de David Ricardo,
sobre la ventaja comparativa o relativa. Imaginemos, por un
momento, el comportamiento delas mismas empresas del ejemplo
anterior en el caso de que la francesa tenga ventaja absoluta en
la producción de ambos bienes. Supongamos que ambas siguen
disponiendo de diez obreros cada una, que trabajan 140 horas
mensuales.

Mantendremos el supuesto de que los obreros franceses
son mejores con los abrigos, fabricando uno en siete horas
mientras que los españoles necesitan dedicar diez horas.
Pero ahora los franceses resultarán también
más hábiles con los zapatos, fabricando un par cada
dos horas mientras que los obreros españoles necesitan
dedicar cuatro. Si no hay comercio internacional entre sus
países, ambas empresas tendrán que dedicar parte de
sus trabajadores a cada uno de los productos. Supongamos que,
como antes, la empresa española dedica la mitad de los
obreros a cada uno de los bienes, consiguiendo así
producir mensualmente 175 pares de zapatos y setenta abrigos.
Para facilitar la comprensión del modelo, conviene que
supongamos ahora que la empresa francesa dedica siete
trabajadores a la producción de calzado y tres a la de
abrigos, con lo que conseguirá 490 pares de zapatos
mensuales y sesenta abrigos.

Aunque la empresa española es menos eficiente en
la producción de ambos tipos de bienes, tiene ventaja
comparativa en la producción de abrigos.

Obsérvese que, si no hay comercio internacional,
el precio de los abrigos españoles equivaldrá al de
2,5 pares de zapatos, mientras que a los franceses les
costará un abrigo lo mismo que 3,5 pares de zapatos. Es
decir, a los franceses les resultan más caros los abrigos,
en comparación con los zapatos, que a los
españoles. Un contrabandista despabilado podría
intentar sacar provecho de la situación, llevando abrigos
españoles a Francia y zapatos franceses a
España.

Si la empresa española dedica todos sus
trabajadores a fabricar abrigos y la francesa los suyos a
producir zapatos, el resultado conjunto será de
setecientos pares de zapatos, todos franceses, y ciento cuarenta
abrigos, todos españoles. El resultado conjunto sigue
siendo superior al que se conseguiría si no fuese posible
la especialización. Pues bien, ambos países
podrán disponer de más zapatos y más abrigos
que antes, por lo que ambos saldrán
beneficiados.

En cambio, la realidad de la elevada integración
de los sectores industriales de las economías modernas
hace que la mayor parte de los países importen y exporten
a la vez los productos de muchas industrias, ya sea en forma de
componentes, de artículos semiacabados o bien de producto
final. El esquema teórico conceptualizado de
economías aisladas e independientes, cada una de ellas
especializada en distintos productos en función de sus
"ventajas relativas o comparativas" en base al modelo ricardiano
que acabamos de exponer, ya no se ajusta a la realidad actual, si
es que alguna vez lo hizo.

Por último, en referencia a Adam Smith, digamos
que su "Indagación acerca de la naturaleza y las causas de
la riqueza de las naciones", publicada en el año de gracia
de 1776, constituyó una amplia e impresionante
investigación acerca de las condiciones que promueven o
impiden el bienestar económico de los pueblos del orbe.
Entre los principales impedimentos contra los cuales
acumuló hechos y teorías, se cuentan las
considerables interferencias al comercio internacional (a las que
nos referiremos en el epígrafe siguiente) que
habían sido establecidas por el "sistema mercantilista", y
que incluían, especialmente, las restricciones a la
importación.

  • Las barreras interpuestas al libre comercio
    internacional

Por otra parte, un régimen comercial
internacional de perfecto libre cambio, es decir, una
situación idílica en la que exista libre
circulación de bienes y servicios entre los países
sin ningún tipo de trabas ni barreras, no se ha dado nunca
en la historia económica mundial. Ha habido, eso
sí, momentos de mayor o menor grado de
liberalización en las relaciones económicas
internacionales, pero siempre han existido algunas dificultades
impuestas por los países en contra de la libre
circulación de las mercancías. En la literatura
económica, a este tipo de disposiciones se las denomina
medidas proteccionistas.

Los argumentos empleados para justificar el
establecimiento de este tipo de medidas son diversos. En
ocasiones, lo que se pretende es proteger a una industria que se
considera estratégica para la seguridad nacional. Otras
veces se adoptan tales disposiciones para tratar de fomentar la
industrialización mediante un proceso de
sustitución de importaciones por productos fabricados en
el propio país. Otro argumento en defensa de las medidas
proteccionistas es el de hacer posible el desarrollo de las
"industrias nacientes", esto es, industrias que no podrían
competir con las de otros países donde se han desarrollado
con anterioridad.

Diversos son, en definitiva, los motivos que justifican
la protección:

  • Por seguridad nacional. Además de la
    industria armamentística, se protegen determinados
    sectores económicos considerados vitales para disponer
    de medios defensivos, como por ejemplo la industria naval o
    la aeronáutica.

  • Para eliminar la dependencia económica en
    sectores considerados básicos para el funcionamiento
    industrial, como por ejemplo la siderurgia.

  • Para proteger la industria nacional. Este argumento
    es y ha sido utilizado por los países pequeños,
    por los países con dificultades en la balanza de
    pagos, por los mono-exportadores y, en general, por muchos
    países en desarrollo que quieren garantizar su
    independencia económica y/o potenciar su escasa
    capacidad de generar divisas.

  • Para defender determinados sectores
    económicos que no sólo cumplen una
    función económica básica, como la
    alimentación humana, sino que juegan un relevante
    papel social y medioambiental, por ejemplo la
    agricultura.

  • Para defender determinados valores culturales, por
    ejemplo la industria audiovisual y su componente
    lingüístico y antropológico.

  • Para garantizar la paz social a corto plazo, por lo
    que se protege a las industrias nacionales y a sus colectivos
    de trabajadores de los costes dolorosos del ajuste que se
    derivarían de un comercio libre.

  • Por motivos puramente recaudatorios, ya que los
    ingresos arancelarios constituyen, en algunos países,
    una de sus principales fuentes de ingresos fiscales y, por
    ello, susceptibles de aflojar la presión fiscal que
    soporta, al cabo, la ciudadanía.

La política comercial influye sobre el comercio
internacional mediante aranceles, contingentes o cuotas a la
importación, barreras no arancelarias (como las
alimentarias, fitosanitarias o zoosanitarias; véanse los
casos recientes del aceite de orujo de aceituna, de la
encefalopatía espongiforme bovina y de la fiebre aftosa o
glosopeda) y las subvenciones a la exportación. Un arancel
no es más que un "impuesto" que el gobierno exige a los
productos extranjeros con objeto de elevar su precio de venta en
el mercado interior y, así, "proteger" los productos
nacionales para que no sufran la competencia de bienes más
baratos procedentes del exterior.

  • La protección a la
    agricultura

Durante mucho tiempo ha sido cierto que los agricultores
europeos se han beneficiado de un verdadero sostenimiento de su
actividad, traducida en subvenciones a la exportación e
impuestos a la importación si el precio en la UE era
superior al precio mundial. Por otra parte, el sostenimiento
interno de los precios agrícolas en la UE mantenía
la renta de los agricultores, pero inducía un estado de
sobreproducción permanente. Mediante los acuerdos de Blair
House (renegociados al final de la Ronda Uruguay del GATT) y la
reforma de la PAC (Política Agrícola Comunitaria),
Europa ha cambiado de estrategia. A partir de ahora, los precios
agrícolas no están ya sostenidos y los agricultores
están obligados a efectuar drásticas reducciones de
sus producciones (régimen de "barbecho" y estímulo
al abandono de los terrenos de cultivo) con el objetivo de
rebajar los precios europeos al nivel mundial para reencontrar su
competitividad perdida. De hecho, han sido los europeos los que
han realizado el mayor esfuerzo en este sentido, mientras los
agricultores americanos se benefician permanentemente del apoyo
de su gobierno.

Los tópicos respecto al comportamiento
ético-comercial del gran gigante americano no son
infrecuentes. La creencia extendida de que la agricultura
comunitaria es la más protegida del planeta, mucho
más que la de cualquier otro país, incluido USA, no
resulta ser cierta. Paradójicamente, este país se
muestra ante la Organización Mundial del Comercio (OMC,
World Trade Organization, que ha visto la luz en 1995) como el
bloque más liberal, comercialmente hablando. El Comisario
de Agricultura de la UE, Franz Fischler, en una reciente
intervención en el National Press Club of Washington DC,
aclaró esta situación y explicó cómo
es el modelo agrario de la agricultura americana y europea.
Fischler indicó que muchas veces se escucha que la mitad
del presupuesto de la Unión Europea se destina a la
agricultura, lo cual crea importantes equívocos. En este
sentido, hizo notar que el presupuesto de la UE es muy
pequeño, dado que no constituye la suma de los
presupuestos nacionales de todos los Estados miembros y apenas
alcanza un 4"5% del presupuesto general de los Estados
Unidos.

También existen argumentos a favor del
proteccionismo (vía aranceles o cualquier otra forma de
política comercial) que, según sus inefables
detractores, no resisten un análisis económico
riguroso. No obstante, son innumerables los EJEMPLOS que la vida
real nos ofrece de prácticas proteccionistas. La
persistente presión en favor de medidas proteccionistas se
debe en buena medida al hecho de que los productores tienen
más que ganar (en términos per cápita) que
los consumidores.

Esto explica que a los productores les resulte rentable
organizar separa defender sus intereses. Por otro lado, debe
señalarse que los productores nacionales prefieren que se
establezcan aranceles o cualquier otra medida proteccionista
antes de que se les concedan subvenciones directas a la
producción, debido a que los costes sociales de aquellas
medidas proteccionistas son menos "visibles" que los costes
generados por las subvenciones directas, creándose menos
agravios comparativos.

La paradoja
competitiva del modelo Ricardiano

Algunos de los clásicos afirman en contra del
mercantilismo, que el intercambio internacional es, en
última instancia, un trueque disfrazado, y que los metales
preciosos se reparten por sí mismos entre los
países que los necesitan, dirigiéndose siempre, de
modo automático, a las naciones que poseen un poder
adquisitivo en mercancías más elevado, sin que sea
posible, de ninguna manera, desvirtuar esta ley.

También se dice que todo país saca
provecho del libre cambio, aunque sea unilateral, y que como las
ventajas del comercio internacional deben apreciarse sólo
desde el punto de vista del consumidor, el país que gana
más es el más pobre, las importaciones procedentes
de los países pobres son ventajosas y les permiten comprar
más baratos esos productos, ya que incorporan costes
salariales mucho más bajos que los de su propio
país.

  • Las limitaciones del comercio
    internacional.

Casi todo el mundo está de acuerdo que parece
mejor favorecer el comercio que restringirlo, pero resulta
conveniente darse cuenta de que el establecimiento del comercio
internacional plantea problemas de justicia distributiva, que se
resisten a ser ocultados bajo la aparente neutralidad de una
solución "técnica" o de mercado.

La lógica de la economía global es
profundamente contradictoria. Está sentada sobre las bases
de la velocidad, el riesgo, la creatividad, pero también
sobre la impunidad en el orden internacional, ya que no existen
mecanismos de regulación y control de los intereses
colectivos de la humanidad.

El libre mercado es una construcción del poder
estatal. La idea de que el libre mercado y el mínimo de
intervención gubernamental van juntos, que era parte de la
consigna que manejaba la Nueva Derecha, y que es probablemente la
verdad dicho de otro modo ya que dado que la tendencia natural de
la sociedad es a restringir los mercados, los libres mercados
sólo pueden crearse por el poder de un Estado
centralizado.

Hoy en día, el motor principal del proceso de
globalización es la rápida difusión de las
nuevas tecnologías de la información, capaces de
abolir las distancias y trabajar en tiempo real.

El mercado global no proyecta el libre mercado
angloamericano hacia el mundo, sino que más bien pone en
circulación a todos los tipos de capitalismo para no
hablar de las variedades del libre mercado. La anarquía de
los mercados globales destruye las viejas formas del capitalismo
y promueve nuevas variedades.

El gran desengaño librecambista

1. La falacia de la "solidaridad
internacional"

El gran argumento consistente en el fomento -a
través del comercio- de la solidaridad hacia los
países menos favorecidos, se derrumba estrepitosamente al
comprobar los resultados obtenidos. De este modo, según
las últimas apreciaciones estadísticas
internacionales, son ahora más ricos los ricos de los
países pobres
(unas cuantas grandes multinacionales en
ellos establecidas que, con costes de producción
bajísimos, exportan a los países del primer mundo,
beneficiándose ellas solamente) y más pobres los
pobres de los países ricos
(básicamente los
agricultores y pequeños industriales, que ven sometidas
sus producciones a la competencia desleal de las de otros
países con normativas medioambientales, explotación
de la mujer, trabajo infantil y cargas fiscales y sociales
bajísimas o incluso inexistentes).

La apertura de los mercados, mediante mecanismos de
desregulación y eliminación de aranceles,
también ha traído consecuencias muy
contradictorias.

Por un lado, es cierto que se abren las puertas para que
los productos de los países pobres puedan venderse en los
países ricos; pero aunque las puertas estén
abiertas, la competencia es tan feroz y las desigualdades de
condiciones para competir tan grandes que, en la práctica,
en la última década muchos países pobres
perdieron mucho terreno en el comercio internacional. El grueso
de los países pobres, siguiendo "sabios" consejos de
organismos internacionales y más o menos sutiles presiones
diplomáticas, abrió sus mercados eliminando
barreras de importación y bajando aranceles para estimular
el libre comercio, lo que constituye la piedra angular del nuevo
modelo de economía global. Sin embargo, una mirada somera
a algunos datos recientes muestra que, para los países en
desarrollo, este proceso significó una pérdida de
oportunidades económicas del orden de 500 mil millones de
dólares anuales, o sea, diez veces más de lo que
recibieron en ayuda exterior.

2. El fomento del fraude a escala
mundial

La globalización de la economía puede
conducir, paradójicamente, a un cierto proteccionismo o
fomento del fraude fiscal y social a nivel internacional, o
incluso a un rebajamiento de las diferentes normativas
protectoras del entorno ambiental, que resulta absolutamente
intolerado y perseguido en el propio país.

Sólo tiene sentido hablar de la
"especialización productiva" y de la "libertad de
comercio" cuando se parte de grupos productores sometidos a las
mismas reglas del juego (inmersos dentro de los grandes espacios
económicos internacionales más o menos
homogéneos, como es el caso de la Unión Europea)
pero jamás entre grupos dispares en cuanto a su
situación económica y normativa.

En definitiva sólo se puede competir sin
restricciones partiendo de unas condiciones razonables de
igualdad
, como sucede en el deporte, en la política o
en el acceso a la función pública: no se puede
jugar al póker con las cartas marcadas, o acudir a unas
oposiciones libres sabiendo cuáles serán los temas
del examen, o emprender una campaña electoral copando
todos los espacios televisivos, o bien empezar un partido de
fútbol con un resultado de 2-0 a favor de alguno de los
contendientes, o tampoco iniciar una carrera atlética con
50 metros de ventaja (como en su día, según la
vieja fábula, le diera Aquiles a la tortuga).

3. El fracaso del libre mercado
global

El fomento de un comercio más libre se apoya en
la creciente productividad posible mediante la
especialización internacional, de acuerdo con la ley de
los costes comparativos, que permite una mayor producción
mundial y un nivel más alto de vida en todos los
países. El comercio entre países de distintos
niveles de vida resulta especialmente provechoso para todos
ellos.

Con independencia de que la cruda realidad se ha
encargado de desmentir tamaña
aseveración.

El libre mercado anglosajón permanece como el
modelo o patrón para las reformas económicas en
todas partes. La idea de que la economía mundial debe ser
organizada como un solo mercado universal, no ha sido aún
desafiada.

4. Los problemas que plantea el comercio
internacional

Básicamente, dichos problemas estriban en que
este comercio no beneficia por igual a todos los países.
En efecto:

  • El mundo no está constituido por
    países de igual nivel tecnológico ni
    productivo, sino que más bien existe un mundo
    desarrollado (centro) y otros países subdesarrollados
    (periferia).

  • El coeficiente de elasticidad-renta de la
    función de demanda de los productos manufacturados es
    mayor que la de los productos primarios, que tienden a
    clasificarse como bienes inferiores o de primera
    necesidad.

  • Para obtener los mismos bienes manufacturados, es
    preciso intercambiar cada vez mayores cantidades de productos
    primarios. A principios del siglo XX, en nuestro país,
    valían lo mismo 1 kg, de trigo que 1 kg, de harina que
    1 kg de pan. Justo un siglo después, las diferencias
    de precios, como puede comprobarse, resultan abismales, con
    especial perjuicio para los colectivos situados en ambos
    extremos de la cadena: el agricultor cerealista y el
    consumidor.

Las conclusiones que se obtienen de este grupo de ideas
son las siguientes:

  • El comercio internacional beneficia más a los
    países desarrollados que a los no desarrollados, con
    lo que tiende a incrementar las desigualdades de
    partida.

  • Los aumentos de renta, a escala mundial, dan lugar a
    una demanda creciente de bienes manufacturados y decreciente
    de productos primarios, y las bajas cotizaciones de
    éstos van a perjudicar a los productores de bienes
    primarios (agricultores y ganaderos) que, aparte de ejercitar
    una importante labor de conservación y mantenimiento
    medioambiental, no suelen ser, precisamente, las clases
    más favorecidas de la Sociedad.

5. La protesta actual contra la libertad de
comercio

La situación de concienciación respecto de
la problemática que plantea la libertad de comercio
cambió radicalmente a raíz de los sucesos que
tuvieron lugar en Seattle durante la reunión de la
OMC.

Alrededor de 50.000 personas de todo el mundo
pertenecientes a Organizaciones No Gubernamentales, sindicatos,
movimientos ecologistas, etc., se personaron en esta ciudad para
protestar y manifestar su total rechazo a la
liberalización del comercio mundial; la virulencia de las
protestas y su importancia numérica acapararon la
atención de todos los medios de comunicación de
masas. Desde entonces, estos sucesos se han repetido en todas y
cada una de las reuniones internacionales convocadas, ya sean de
instituciones internacionales como el FMI y el Banco Mundial, las
Cumbres Europeas o bien foros más restringidos como el
G-8, a los que nos referiremos en el apartado siguiente con mayor
especificidad.

Han sido, pues, los acontecimientos ocurridos en Seattle
los que han dado un gran protagonismo a la OMC, que hasta ese
momento era una gran desconocida para la inmensa mayoría
de los ciudadanos. Ahora, juzgamos conveniente contribuir al
conocimiento de esta organización, cuya misión
específica es tanto liderar la liberalización de
los intercambios comerciales internacionales como defender y
hacer cumplir las normas pactadas que regulan el comercio
internacional.

Las instituciones
financieras internacionales

1. La ya lejana experiencia de Bretton
Woods

Desde la gran depresión y el hundimiento
financiero del año 1929, Norteamérica apostaba por
un mundo económico con los siguientes rasgos: mercados
abiertos, monedas convertibles, estabilidad en los tipos de
cambio, facilidad para los movimientos de capital,
cooperación internacional y primacía de la
iniciativa privada. En 1944, antes de que acabara la segunda gran
guerra, se firmaron en Bretton Woods, los acuerdos que
daban vida al Fondo Monetario

Internacional (FMI) y al Banco Mundial. Sobre el FMI,
que debía ocuparse de la cooperación internacional,
descansaría todo un sistema de cambios fijos basados en
los siguientes compromisos:

-Todas las monedas debían ser convertibles y
mantener, a través del oro, una paridad fija con el
dólar, con un margen del +/- 1%.

-Podría haber reajustes de paridades en caso de
desequilibrio fundamental de la balanza de pagos.

-Para cubrir desequilibrios no fundamentales de la
balanza de pagos, el FMI pondría a disposición de
los países unos recursos a cambio de cumplir ciertas
condiciones.

Internacionalización y tradición
liberal

Una apuesta por la civilización occidental no
constituye una apuesta de sentido inequívoco e
irrevocable, ya que el legado de esa civilización es
ambiguo e incluye tradiciones estrictamente contradictorias. El
propio Huntington ha sugerido que la civilización
occidental debería renunciar a la soberbia
pretensión de ser una civilización universalista y
circunscribir su ambición por su propio interés a
la de ser una voz particular más en el conjunto de las
civilizaciones del planeta y no pretender el choque o
enfrentamiento entre las mismas. Aquí pueden ser oportunas
sendas referencias: una al pensamiento idealista de Emmanuel Kant
(en su opúsculo titulado Idea para una historia
universal desde una perspectiva cosmopolita
) y otra, mucho
más cercana a nosotros, al pensamiento de Friedrich
Hayek.

Tanto la corriente del empirismo como la del
racionalismo van a confluir en Kant (1724-1804). El
empirismo acabó en David Hume (1711-1776) en escepticismo
fenomista. El racionalismo culminó en Leibnitz
(1646-1716), cuyas doctrinas sistematizadas y trivializadas por
su discípulo Christian Wolff, acabaron en un dogmatismo
racionalista. Kant, influido sucesivamente por ésta y por
aquella tendencia, intenta superarlas fundiéndolas en su
apriorismo, en el que señala a la experiencia y a
la razón el papel preciso que desempeñan en el
conocimiento. Al mismo tiempo, intenta superar el escepticismo y
el dogmatismo con su criticismo, sometiendo a un severo
examen las facultades cognoscitivas del ser humano y
señalándoles, en tajantes límites, lo que
pueden y lo que no pueden. Para lograr una exacta
comprensión de Kant y de su pensamiento, no hay que
olvidar tampoco el impacto causado en él por el
éxito de la Física galileo newtoniana y que su vida
se desarrolló en plena época de la
Ilustración.

Partes: 1, 2

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