Albiña, pueblo sin corbata blanca –
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Albiña, pueblo sin corbata
blanca
Era invierno, una tarde de sol refulgente y
polvoriento.
Las hojas y ramas de
los árboles estaban hastiadas de polvo y
yacía adherida en ellas tanta quietud que parecían
no tener vida. Esto era a causa de la poca presencia de viento
que soplaba en los días de agosto en el
Albiña.
Valentina Mejía sentada en una
rústica butaca que miraba frente a su casa Observaba
celosamente las flores de un gran árbol de Ceiba de tallo
voluminoso y frondoso. Sus hebras blancas interrumpían
sutilmente su visión pero ésta con un soplido de su
aliento las apartaba sin quitar la mirada del gran árbol.
Veía por un momento bajo la presencia de un milagroso
viento cómo caían al suelo algunas hojas
y flores de él. De repente dirigió su mirada al
otro extremo de la Ceiba, directamente hacia un par de azulejos
que con cantos de alegría construían su nido
de amor. Recordaba los momentos más felices de su
vida, en los que construía su sueño con el ser
amado. Era tanto el encanto en esa hora que su mente huyó
de su realidad, sus ojos parecían como de culebra
hambrienta y su piel se erizó.
Evocaba el tiempo en el que
vivía en San Urrutia, su tierra de origen, en la
cual vivió muchos años hasta llegar a
Albiña. Trajo a la memoria los abrazos de su
madre que tanto amó y de su hija Elvira quien fallece
cuando solo tenía 39 años.
Inmortalizaba su primer amor, las salidas a
escondidas con sus amigas, sus buceos en la ciénaga
sanurrutiana, su llenura de pescado frito y guisado,
los volcanes de vela que alteraban en fuego
con agua. Advertía como todo era encanto en su vida
de juventud. Se observaba tomada de la mano con su primer
novio caminando por la orilla de la ciénaga diáfana
con una gran lumbrera rosada parada al final de las aguas con una
figura de corazón que proyectaba en conjunto con
un gran arco iris multicolor. Sus rostros estaban tan
florecientes y llenos de gracia que
parecían Ángeles recién
descendidos de los cielos.
De repente escucha una voz remota que
decía:
-"Se quema el arroz Valentina, el arroz se
quema" -a ella le parecía familiar esa voz, pero no
quería renunciar a aquel hechizo. Sintió que su
hombro era sacudido desesperadamente y nuevamente la voz que
insistía:
"-se quema el arroz Valentina, el arroz se
quema. -Era su esposo, Luís Arrieta, de cabello liso y
blanco, estatura baja y pecho hundido. Usaba unas abarcas
de cuero con plumas desgastadas, una camisa sin
bolsillos y una rula en su vaina.
Valentina corrió exasperadamente a
retirar el cardero de arroz del fogón de adobe. Mientras
atravesaba la calle tropezó con una piedra y calló
boca abajo. Llena de mucha ira se levantó con una de sus
chancletas de caucho reventadas y su pollera de varias
telas de colores diferentes llenas de aquel polvo
amarillo. -mira lo que me pasó por hacer lo que tu no eres
capaz de hacer, ¿acaso no podías quitar el cardero
del fogón? ¿Qué clase de marido
tengo? -El señor luís con su humor insaciable
replicó
-No es bueno alisar la calle con la
barriga, déjale ese trabajo a las
cata pilas. Valentina exhaló profundamente para
aminorar su ira, se dio vuelta y entró a su casa sin
pronunciar palabra alguna, pues su vergüenza era
única, algunos de sus vecinos presenciaron el
hecho.
Al llegar al patio hasta el fogón de
adobe, todo estaba lleno de humo, Valentina entonces,
retiró el cardero y lo dejó caer de
inmediato.
— ¡ay carajo me quemé!
Saliendo de entre el humo con sus pupilas rojas y lacrimosas.
Luís al verla lanzó una carcajada a los cuatro
extremos de la tierra mostrando sus dientes picados y
sus caninos de color platina señalándola
con el dedo índice
–¡ay Vale, pareces una burra
trasnochada! -Impotente y ante la burla de su esposo, Valentina
le lanzó una leña ardida en fuego
arrebatándole el tabaco de su boca cayendo
éste en una butaca llena de moscas.
-eso es para que respetes.
-pronunció Valentina.
-perdóname mi Vale, profirió
Luis acompañado de una sonrisa astuta entre sus
dientes.
Siendo las seis de la tarde se sentaron a
cenar. – ¿sólo yuca con suero?
–¿Es que acaso tu bajaste el
cardero de arroz cuando se estaba quemando? -Respondió
valentina aun enojada, ¡ves jáctate de
burla!.
En la noche, a las diez, Luís no
paraba de carcajear y burlarse recordando lo sucedido al medio
día con Valentina quien Profundamente molesta
dijo:
–en vez de ser tan charlatán y
hacerme volar la piedra porque más bien no piensas que en
este pueblo tan maluco y pequeño ya van seis muertos en
sietes noches y no hay nada de nada del que está matando.
La policía de San Urrutia ha llegado mil millones de veces
aquí pero no hace nada, se ponen es a comer frito donde
Rodrigo. A ellos no les importa nada de eso. Somos nosotros los
que debemos más bien cogernos a ese matón. Toda la
gente de aquí ahora recoge sus chemelecos tempranos y se
encierran en sus casa porque tienen miedo; y ¿qué
hace la policía?, ¡pues nada! El señor de los
fritos, ya no se queda hasta las diez de la noche como antes
vendiendo sus fritos, la señora Aura ya no saca a sus
nietos a pasear al parque y nuestra gran vecina ya no anda de
casa en casa soplando chisme.- Dichas estas palabras,
reinó un silencio profundo y solo se escuchaba el canto de
los sapos y grillos.
–tengo calor– dijo
Luís.
– Te la aguantas porque no podemos abrir la
ventana con tantas cosas malucas que están pasando. Yo
también tengo calor y me la aguanto, ¿acaso no eres
macho para aguantar más calor que yo? -Concluyó con
un tono irónico. Luís permaneció callado por
un largo momento agitándose impaciente es su cama sin
toldo, escuchando el zumbido de los mosquitos en sus
oídos. De repente afirmó: –yo voy a averiguar
quien ese matón desgraciado y estoy más
que seguro que es de este pueblo. Mi compadre Rodrigo
solía decirme que aquí hay
una persona que siempre ha estado inconforme
con su gente y costumbres, que es un hombre enfermo y
antisocial, y que probablemente sea el matón.
Incómodo con el calor y las picaduras de los mosquitos
abrió una puerta de la ventana.
-No lo hagas Luís, acuérdate
cómo está el pueblo. -Seguro de sí mismo,
Luís le respondió: –te juro y garantizó que
no pasará nada,
— ¿y cómo puedes estar tan
seguro?
–pues, porque no logro sentir la mala
hora, pues tengo el poder de sentir el bien y el mal.
-Valentina musitó casi en silencio:
-Eso es lo malo de llegar a
viejo.
Por un instante miraron el cielo el cual
estaba gris y una gran luna algo nublada admirándolos
compasivamente. Sentían que ella respiraba al ritmo de
ellos. De esa manera, se quedaron dormidos.
Valentina tuvo pesadillas y despertó
turbada:
— ¡Luís, Luís! –
grito, pero Luís no respondía. Tentó en la
oscuridad toda la cama pero él no estaba. Nuevamente lo
llamó, pero persistía el espeso silencio. Se
levantó y la asustó un enorme sapo que pisó
al pie de la cama.
-Malditos sapos, — dijo para sí
misma, lo tomó con una bolsa en sus manos y lo
arrojó por la ventana. Luego encendió un
mechón e iluminó por toda la casa. Salió
nerviosamente al patio y alumbró el baño
imaginándose que posiblemente Luís estaría
en él. Pero no lo encontró. Solo escuchó al
fondo, al otro lado de la cerca de alambre púa algo que
atropellaba la paja con su cuerpo. Valentina temió en gran
manera y un solitario sudor frío bajó de su pela
diente derecho el cual se disolvía a medida que acariciaba
el inicio de su cuello arrugado. Entró a la casa,
alumbró el reloj. Eran las 4 de la mañana.
–¿dónde estará metido Luís? – se
preguntó. En esa espera se quedó
dormida.
Despertada por el canto de los
pájaros que tenían enjaulado, se levantó.
-Luís, Luís.
-aquí estoy, ¿qué
pasa?
— ¿dónde estabas?
–estaba arrancando
un majado de yuca.
–¿a las 4 de la
mañana?
— si, si, es que decidí arrancarlo
a esa hora porque a esa hora ya no tenía
sueño.
Media hora después se sentaron a la
mesa ya habitada por una cantidad de moscas.
El café estaba servido en la mesa. Luís
lo probó y ligeramente lo escupió.
–¡ay carajo, me quemé
la lengua! -Valentina soltó una risotada.
–Eso es para que respetes,
acuérdate cuando me quemé las manos en el
fogón y tú te burlaste de mí.- Luís
no pronunció nada al respecto y dijo para sus
adentros:
–esa me las paga. Media hora
después:
–Valentina te buscan en la
puerta.
–¿Quién es?
–La señora Aura, –dijo mintiendo.
Al salir ésta a atender supuestamente a la señora
Aura, Luis atravesó el pie y valentina calló boca
abajo. Inmediatamente soltó una algazara que tal vez se
escuchó en toda Albiña. Furiosamente Valentina se
incorporó y tomó entre sus manos una escoba de
barbasco. Luis al ver que su esposa le iba a lanzar la escoba se
apresuró a salir del patio muerto de la risa y en vano
Valentina se la arrojó, pues hasta mató unos
pichones de cotorras que tenía en un recipiente de
totuma.
–Un día de estos te arranco las
muelotas brillantes que tienes en tu puerca boca.
Después del desayuno el señor
Luís salió a buscar la comida del día.
Él era trabajador de oficios varios. Sabía levantar
cercas de patios, cortar el sucio de la hierba, ordeñar,
entre otros oficios propios de un hombre de sus
características.
Llegada las nueve de la mañana se
encontró con Rodrigo Domínguez, fritanguero, quien
ya no salía por las noches a hacer su trabajo por temor.
Éste era conocido en el pueblo por su gran sombrero
vueltiao, sus abarcas rojas, su camisa desbotonada a la altura
del ombligo presiona por el volumen de su
estómago. Además lo diferenciaban por sus saludos
matinales mientras vendía su producto.
— ¿Cómo ha pasado viejo
Luís? -saludo Rodrigo Domínguez dando tres
palmaditas en la espalda de Luis.
— muy bien y mal.
— ¿y por qué bien y
mal?
— bien porque estoy vivo y porque como no
tenía nada para comer hoy ya me encontré un
cerdo.
–¿cuál cerdo?
–pues uno que me acaba de golpear la
espalda hace un minuto. Rodrigo Domínguez un tanto
ofendido distorsionó el comentario y pregunto:
— ¿y por qué mal?
— porque salí desde las seis y
media de la mañana a rebuscarme algo por ahí y no
he encontrado nada de nada.-
– vez al Bar de Billar y averíguate
ahí si el dueño está buscando a alguien que
alimente a sus cerdos, me parece haber escuchado que él
está necesitando a alguien que le haga ese
trabajo.
–Está bien voy a ir para ver como
es la vaina — concluyó Luís replicando a musitadas
un poco desanimado por el trabajo.
Atravesando el parque principal vio debajo
del árbol de Ceiba un grupo de vecinos como
discutiendo sobre algún asunto. Entre ellos estaba la
señora Enriqueta, la señora Aura, el hijo del
propietario del Bar de Billar y su esposa Valentina. Se
acercó curiosamente y escuchó que hablaban acerca
de los misteriosos asesinatos. De un momento a otro el hijo del
propietario del Bar de Billar con sus ojos llenos de amargura se
puso en pie sobre la butaca y emitió la siguiente
alocución:
–todos escuchen, reuniré a todos
los hombres de éste pueblo para agarrar al desgraciado
asesino, ¿están conmigo?
–¡si! -respondió el pueblo a
una sola voz.
– entonces nos reuniremos mañana en
este mismo lugar a las 9 de la mañana para planear como
agarrarlo. Así que vayan craneando ideas para escoger las
mejores, ¡Ha! Una vez en nuestras manos no tendremos
compasión de él. ¡Lo quemaremos
vivo!
A lo lejos Luís capturó
la atención de Valentina y con una seña
la hizo venir hasta él.
— ¿y tu que haces aquí?
-Preguntó Valentina,–pensé que estabas trabajando.
-concluyó-.
–voy para el Bar de Billar a hacer un
trabajo y como no tenemos nada para comer esta tarde y en la
noche voy a apresurarme.
— ¡Bien!, pero cuando llegues a la
casa te voy a decir lo que está sucediendo
últimamente.
— ¡listo! Respondió Luis
saliendo de entre la gente.
Al llegar al Bar de Billar encontró
la puerta cerrada. Era una puerta roja con un enorme candado
de hierro entre las bisagras platinas. Con un gesto
insípido golpeó el suelo con sus abarcas pero
reaccionó inmediatamente acordándose que sus
plantillas estaban sumamente deterioradas y que desde
hacían 4 años no compraba unas nuevas. En las que
usaba se descubría parte de sus talones y la parte
posterior de éstas estaban amarradas con pita
chinú. Por un instante evocó la situación
por la que atravesaba su vida sumergida en la pobreza y
la miseria, testigo de ellas, la triste Albiña.
Trajo a la memoria los
años de su vida en San Urrutia. En él tenía
un sustento estable. Vivía con su esposa Valentina y un
nieto de tres años llamado Alberto. La casa en la que
vivían era propia y aunque eran pobres no atravesaban la
desdicha en la que hoy día vivían deprimidos. Ese
recordar lo había chocado contra aquella realidad
inhóspita, de la cal quería escapar. El
sol apretó con mayor ímpetu su calor y a lo
largo de la calle veía la tierra llena de vapor, como
hirviendo y al final de ésta se formó
inesperadamente un remolino que se paró entre dos
pimientos y huyó luego dejando a su paso hojas secas
volando inocentemente a la altura de un poste.
Él sabía que desde muchos
años anteriores había trazado su destino. Cuando
era joven le nacieron tres hijos con una sobrina suya, quienes
hoy día lo rechazan al no aceptar que su madre sea su
propia sobrina. Y los que actualmente tiene con Valentina se
fueron muy lejos, pues, ellos fueron quienes presenciaron aquella
escena en la cama con su sobrina engañada por él
mismo. Durante considerable tiempo el trató de que
éstos callasen, pero un día cualquiera cuando ya
eran de edades razonables huyeron de su casa dejando
una carta a la familia más cercana de
Luís, quienes enterados de la noticia se apartaron de
él. Con la única que contaba era con Ramona, su
nieta adoptiva quien vivía regularmente cómoda en
San Urrutia y que le ayudaba en todo cuanto podía. Ramona
realmente los auxiliaba no por él, sino por su abuela
Valentina, madre de su madre.
Un día desesperado viajó a
Barranquilla mintiéndole a Valentina explicando que
viajaría a María navaja a hacer un
trabajo.
En Barraquilla conocía a un viejo
amigo de la infancia quien le había propuesto
venderle una casa en esa ciudad por un precio menor a
la que tenía en San Urrutia. Éste le había
prometido un trabajo en el que pagaban bien.
Fue así como Luis cerró trato
con su viejo amigo.
De regreso a San Urrutia le contó la
verdad a Valentina a quien le fue difícil aceptarlo, sin
embargo, terminó resignándose.
Vendida la casa, Ramona le pidió
prestado un dinero que le devolvería 10
días después. Luis se lo prometió
diciéndo que mandara a uno de su hijo por él al
amanecer siguiente, un día antes de su partida a
Barraquilla.
Muy temprano de mañana, Ramona
envió a su hijo por el dinero como se lo
pidió Luís. El niño tocó varias veces
la puerta y un vecino que escuchó los golpes le dijo que
dejara de insistir porque Luis y Valentina habían viajado
muy temprano en un camión a Barranquilla con todas sus
pertenencias.
Ramona, única nieta incondicional
con quien ellos contaban no podía creer lo que su abuelo
le había hecho y desplomándose de la tristeza
lloró amargamente. Ella no cuestionó a su abuela
porque sabía que no tenía nada que ver en el
asunto. Valentina solo era victima de su esposo que junto con su
nieta Ramona nunca tuvieron de acuerdo con la mudanza.
Dos meses después tocaron la puerta
de Ramona y cuando ésta abrió se llevó una
sorpresa.
— ¿Y qué hace usted
aquí? -preguntó Ramona
extrañadísima.
— nos engañaron, –respondió
Luis mirando al suelo, con una mirada perdida.
Ellos habían enviado el dinero de la
casa cuatro días antes de la mudanza. Llegados a
Barranquilla no encontraron rastro de su aparente viejo amigo, ni
casa, ni trabajo, ni alimento. De suerte uno de sus hijos que
había huido de ellos los alojó pero, al cabo de
unos meses les dijo que debían regresar porque la
situación económica no le era favorable. Al
despedirse de su hijo, éste les dijo que no quería
tener más en su casa unos pobres arrimados.
Ellos habían regresado a San Urrutia
absolutamente sin nada. Lo que se habían llevado lo
vendieron para poder sostenerse. Acabado todo, se les
obligó regresar.
Luis rogó a Ramona para que ellos se
quedasen allí por un tiempo mientras solucionaban su
situación. Ella con todo el dolor de su corazón les
negó el favor.
Luis desesperado, con su rostro
lánguido no hallaba que hacer. Sin familia, sin
dinero, sin alimento, sin casa y ahora sin el respaldo de
Ramona.
Su nieta percibiendo la precaria
situación, habló con el alcalde para que los
ayudara. Después de un tiempo el alcalde resolvió
ubicarlos en Albiña. Luis aceptó con pocas ganas la
ayuda ya que no quería vivir en aquel pueblo, pero no
tenía otra opción.
Fue así como llegaron a
Albiña, pueblo sin calles pavimentadas y poco a poco
fueron adaptándose a ella.
Luís y Valentina habitaban
allí desde hacía 15 años. Su nieto Alberto a
sus 19 viajó muy lejos en busca de mejores
destinos.
Luís era muy conocido de todo el
pueblo por su insatisfecho sentido del humor, constantemente
sobresalía por su gran sonrisa la cual adornaba su rostro.
Hacía bromas con todos en Albiña, se reía,
divertía. Por las mañana salía a saludar a
sus vecinos y éstos le recibían con totumitas de
café.
Todos quienes lo conocían, lo
apreciaban mucho. En los concursos de chistes que se
realizaban todos los años en el pueblo, en Julio,
él participaba y había ganado muchos de
ellos.
Una triste nostalgia se apoderó de
Luis. Extenuado y con ánimo enjuto huyó por un
instante de su apenada realidad. Lo despertó un repentino
viento solano que golpeó su pecho. –¡maldita sea!,
–dijo. ¿Para qué existo, para que Dios me
creó? Yo no debería estar viviendo esta vida de
miserable que Dios sabía que iba vivir. –¿por
qué me creaste Dios? ¡Maldita sea esta vida tan
pobre!
Sentado en la terraza del piso bruto del
billar escribía con su dedo índice sobre la tierra
el nombre de su madre, a quien tanto amó con furor. Era
tanto el amor que sentía por ella que cuando
vivían bajo el mismo techo, él no le
permitía a ella que hiciera oficio hogareño alguno,
ni siquiera que lavara sus propios interiores. Por las
mañanas al despertarse, él le llevaba el desayuno a
la cama y todo el aseo ya estaba hecho. Ella no tenía
necesidad de tender su cama, pues, él se la tendía,
incluso, tampoco transportaba el agua del poso al
baño para bañarse, todo se lo hacía
él, producto de ese amor inefable de hijo a
madre. Desde el día que murió, Luís nunca
fue el mismo hombre fructuoso, dadivoso y transparente. Aunque
habían pasado 30 años de su muerte aun la
recordaba como si hubiera muerto el día anterior y la
lloraba inundando su cántaro de lágrimas y
ahogándose en ellas y la contemplaba y le expresaba a
solas: MAMÁ TE AMO.
Su mundo oculto y turbio era desconocido de
todos los que le conocían, pues en su interior se
aglutinaba una pena y quejares inmedicables como si tuviera
incrustada una estaca es su pecho y luego siguiera viviendo
así. La ausencia de su madre y la desgracia en la que se
encontraba recóndito se aglomeraban
con violencia en las paredes más susceptibles de
su corazón. En realidad Luís sentía gigantes
olas de melancolías ytristezas y mucho odio a la
vida.
Una solitaria lágrima por cada
pupila cayó a tierra en el nombre de su madre y cada letra
inscrita brilló como el sol del medio día, sus
manos temblaban y sus ojos entonces no paraban de llorar. De
repente el sol se ocultó entre las nubes, volvió el
viento frío y solano, el cielo estaba gris y
las aves cantaban con sufrimiento como si sintieran el
dolor de Luís.
Eran las 11 de la mañana.
-va a llover, será mejor que me
vaya.
Cinco pasos recorría cuando a sus
espaldas escuchó.
-señor Luis, ¿cómo
está?, ¿necesitaba algo?
–si, si, dijo sonriendo y
enjugándose las lágrimas. Es que estoy buscando una
chambita por ahí y como por ahí escuché que
usted está buscando a alguien que le hiciera un trabajo,
entonces por eso yo vine.
–si, si, en efecto, –respondió
Eusebio Bracamonte, propietario del Bar de Billar.
— ¿y en qué consiste el
trabajo?
— venga y vea. Lo llevó hasta el
patio Y le señaló tres grandes cerdos yersis
traídos de Europa.
–¿ve los tres cerdos que
están allá?
— si señor, los veo.
–bien, quiero que me les recoja la
mierda, la meta en el saco que está en la puerta
del chiquero y la bote al playón. Luís
sintiéndose miserable, aceptó
resignadamente.
— ¿y los guantes?
–no, no, señor Luís, yo no
entrego esas cosas, quien me haga este trabajo se las tiene que
arreglar como pueda. Por un momento pensó no hacer ese
trabajo tan vil, pero instantáneamente recordaba que ya
eran las doce de la tarde y no había conseguido nada para
la comida del día.
— está bien, – acepto
Luís.
Cuando fue la una de la tarde,
terminó el trabajo.
–Listo Don Eusebio, ya
terminé.
— ¡ajá! ¿Y
cuánto le debo?
–2.000 pesos.
–¡qué!, si yo escasamente
pago por ese trabajito 1.000 pesos y usted ahora me sale con que
son $2.000, ¿de dónde saca usted eso
hombe?
–pero Don Eusebio, 1.000 pesos no alcanzan
más que para una libra de arroz y un cuarto de manteca, y
yo necesito para almorzar y cenar.
— eso es lo que yo siempre pago,
además, ese no es mi problema. Al final Luís
aceptó el dinero ofrecido.
— me tocó recoger toda esa mierda
de cerdo casi que con las manos peladas, por unos miserables
1.000 pesos, más el olor que me tocó de soportar.
Esto lo decía para sus adentros mientras se dirigía
camino a su casa.
Cuando llegó no entró por la
puerta de la sala sino por el portoncito del patio.
Acercándose al fogón de adobe, vio a Valentina
comiéndose un plato de arroz con frijoles y yuca
harinosa.
— ¿Dónde conseguiste todo
eso?, — preguntó extrañado el señor
Luís.
— Rodrigo Domínguez nos lo
regaló junto con otros vecinos de su cuadra.
–seguramente fue porque le dije que estaba
buscando chamba para la comida de hoy y como presintió que
no iba a conseguir nada en este día tan difícil nos
regalo todo esto.
¡Gloria a Dios! Concluyó
Luís con sus ojos húmedos.
Valentina le sirvió a la mesa un
plato con arroz, frijoles y yuca que éste consumió
en menos de lo que canta un gallo.
— ¿tenías bastante hambre
verdad?
— si, hoy tuve un día muy
difícil de trabajo. Ten estos 1.000 pesos para
mañana.
— ¿dónde los
conseguiste?
— Amarrando una cerca, –respondió
mintiendo.
–¡Aja vele! ¿Qué era
lo que me ibas a decir?
–¡Ha!, qué… -fue
interrumpida por la señora Aura parada en medio de la
entrada:
¡Qué desgracia Dios
mío, acaban de encontrar muerto al hijo de la
señora Dolores cerquita al Caño.
–¡Qué! ¡Eso no puede
ser posible! ¿Por qué le hicieron eso a ese pobre
muchacho que no se metía con nadie? —y maldijo al
asesino caminando hacia la terraza.
–Me duele y me da tristeza la
muerte de toda esta gente inocente.
–¿y qué podemos hacer?
-preguntó Valentina.
–pues nada, ni la policía ni nada
pueden hacer algo porque a ellos no les importa nuestras vidas en
este pueblo, pero si se tratara de la familia del alcalde hay si
se preocuparan o la de don Vergara Pénate, el de la 19 de
San Urrutia — ¡Bueno ya!, — interrumpió Valentina,
—mejor durmamos un rato para reposarnos la comida.
Afuera en la calle pasaba el carro de la
policía con el cadáver del hijo de doña
Dolores en su interior. Había un sinnúmero de
habitantes de Albiña que gritaba unánimemente por
la parte trasera del carro policial: –¡justicia,
justicia!;¡ agarren y maten al asesino!
Luís se levantó y se
animó y se unió a la protesta. Toda la tarde fue de
reproche hasta las 6, porque a esa hora todos se encerraban en
sus casas y en las calles de Albiña no se percibía
la presencia ni siquiera de un alma.
Siendo las 10 de la noche Valentina
extendía su toldo a la altura de una persona medido desde
la faz de la colchoneta.
Luís trataba de dormir. Escuchaba
los susurros de los rezos de su esposa.
–Ya duérmete Vale.
— Ya casi termino, no te preocupes, rezo
para que no maten más gente en Albiña.
El amanecer, fue interrumpido por los
gritos de angustia de la señora Aura, su hija y la de su
yerno. Todo el pueblo los consolaba. Luis preguntó a uno
de los que estaba en el parque lo que sucedía. El joven le
respondió que habían matado a los nietos de 5 y 7
años de la señora Aura. Ellos no podían
concebir el hecho. Se acercaron a la señora Aura y en
medio de abrazos, dolores y lágrimas la
consolaron.
No era fácil soportar el asesinato
de los niños inocentes y menos para su abuela y
padres.
Aun se lamentaba la precariedad en el
parque cuando el pueblo vio llegar el carro de la policía
con el cadáver del hijo de Eusebio Bracamonte. Su cuerpo
estaba acribillado con más de 20 puñaladas.
Detrás de la brutalidad de su muerte se ocultaba la
crueldad de su asesino. Tal homicidio quizá
obedecería a lo pronunciado por éste en el
parque.
Ya eran 11 los muertos y lo más
curioso era que todos habían sido muertos con un arma
blanca muy afilada y larga.
Dada esta situación la
policía decidió establecer un pequeño
comando policial hasta que fuese necesario.
Al siguiente día se efectuó
el sepelio de los nietos de Aura y del hijo de Eusebio Bracamonte
quien no cesaba de llorar. Ese mismo día se cumplía
la primera noche de velorio.
Albiña
era ambiente sepulcral. Podía percibirse el olor
a muerte, a tristeza, a luto, a venganza, a perfume de infierno.
El dolor era tan grande que el duelo se burlaba de la
alegría y la muerte censuraba a la vida.
El 16 de agosto se vestía de
ornamentos grises teñidos por el sereno incansable del
invierno. La policía inicia requisas de casa en casa en
busca del o los responsables de las precariedades en el pueblo o
al menos pruebas o abducciones que los condujeran a
éstos.
En esta tarea hallaron varios cuchillos con
las características del que usaba el
antisocial.
Llegados a la vivienda de Don Eusebio
Bracamonte encontraron un cuchillo con tales cualidades en la
cocina con manchas de sangre. De esta manera fue capturado y
llevado esposado al comando de la policía de San Urrutia.
En su defensa Eusebio Bracamonte alegaba ser inocente bajo la
afirmación de que las manchas del cuchillo era sangre de
un gallo que había matado el día anterior, no
obstante el comandante decidió trasladarlo ya que
ponía en consideración la necesidad de una prueba
en el laboratorio de la sangre adherida en el
cuchillo.
Transcurrieron varios meses. La
tranquilidad había regresado y también Eusebio
Bracamonte, a quien no le encontraron pruebas. Pese a esto, la
policía decidió quitar el comando que había
establecido en aquel pueblo.
Quienes aún entristecidos
poseían el corazón negro del luto, como la
señora Dolores y la señora Aura, no estaban
conforme con la decisión de las autoridades, pues, nada
garantizaba la tranquilidad absoluta para el pueblo.
Con sus ojos aceitados de lágrimas y
teñidos de sufrimiento, manifestaron su inconformismo con
la justicia del país. Al respecto, la señora
Dolores afirmó:
–Claro, como somos personas pobres y
vivimos en este pueblo no le importamos al gobierno! Solo se
interesan cuando los viejos esos políticos llegan a hacer
politiquería, mostrándose buenos y cariñosos
y prometiendo mentiras. Cuando ganan las elecciones no nos
visitan ni por equivocación. Pero si ellos no hacen
Justicia, nosotros si la haremos con nuestras propias
manos-.
Algunos que escucharon lo qué
ésta decía sintieron resentimientos por la
injusticia de la justicia y de la vida misma y prometieron no
creer nunca más en ella, ni en políticos mentirosos
ni en el gobierno. Fue tanta la influencia
del discurso , que muchos de ellos se llenaron de un
espíritu de resentimiento y odio hacia todo lo que oliera
o pareciera gobierno. De ellos se supo que habían decidido
incorporarse a grupos ilegales, al margen de
la Ley. Nunca se supo la suerte de ellos.
Una mañana cualquiera, unos varones
jóvenes del pueblo se reunieron clandestinamente, y
acordaron vigilar muchas noches por turno para atrapar a aquel
misterioso criminal, pues, estos varones no dudaban que
éste aparecería en cualquier momento. Tal
vigilancia era desconocida del resto de la comunidad.
Pasaron 2 meses de guardia. No pasaba nada
en el pueblo hasta tal punto, que resolvieron desistir. Sin
embargo, fue la última noche que se escucharon gritos
horrorosos provenientes del llamado playón de
Albiña. Los varones vigilantes se acercaron afanosamente
al lugar de los hechos con escopetas en las manos. Un adolescente
trataba de sobrevivir a la furia de un hombre que le propinaba
tantas heridas con un cuchillo muy afilado. Los varones armados
le dispararon varias veces vulnerando las fuerzas de aquel hombre
misterioso, qué muy herido trataba de huir. En medio de la
oscuridad provenía de su boca un brillo
de luz que delataba su ubicación. Se quejaba de
dolor. No podía un paso más y resignó su
huida. Los varones, lo golpearon tanto como pudieron. No lograron
reconocerlo dada a la espesa oscuridad que los circundaba y a su
rostro cubierto. Uno de los jóvenes lo baño con
gasolina y le prendió fuego con un fósforo.
Éste agonizaba en medio de la turbulencia del ardor y el
dolor de sentir que la piel es consumda en el fuego gritando:
-perdónenme Albiña, perdónenme
Albiña-. Con estas palabras expiró.
El pueblo alegre por el suceso nunca dio
parte a la policía y escupían el cadáver
quemado del supuesto asesino. De él, únicamente se
había rescatado el cuchillo y un librito con más de
cincuenta pensamientos. Uno de ellos con manchas de sangre en la
primera portada que decía: "Por tú muerte
y mi desgracia, abandonado por mi propia suerte, me
convertí en el Yo, aquel monstruo que mi alma detesta y
que se metió en mí alma como demonio destructor que
asecha con furor".
Autor:
Álvaro Villacob
Ochoa.
Licenciado en educación
básica énfasis en Español e
Inglés.