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Los misterios de los egipcios. El hombre, sus componentes y el más allá



Partes: 1, 2

  1. Los Misterios de los
    egipcios
  2. La iniciación en
    los Misterios
  3. La ascensión
    hierática
  4. Tradiciones
    milenarias
  5. Los espíritus y el
    Más Allá
  6. Los caminos al Más
    Allá
  7. El ka y la
    energía
  8. El ka y los
    ancestros
  9. La Casa del
    ka
  10. El ba y el
    cielo
  11. El ba y la
    iniciación
  12. Los mundos del
    Más Allá
  13. Los Campos de
    Osiris
  14. El espíritu
    divinizado
  15. Bibliografía

Lo que conocemos como Misterios de los egipcios era un
conjunto de enseñanzas a través de las cuales los
iniciados accedían al conocimiento de las cosas divinas.
Por motivos obvios, los egipcios fueron especialmente parcos en
transmitir a los no iniciados información acerca de esos
Misterios, de modo que solamente gracias a los textos funerarios
conservados en las tumbas hemos recibido noticias que nos hablan
de los secretos que se encierran en las creencias que acerca del
hombre, la muerte, el Más Allá y la divinidad
existían en esta apasionante
civilización.

Los Misterios de
los egipcios

En esos textos funerarios se han conservados diversas
rúbricas que sugieren que los mismos debían ser
estudiados por las personas que estaban adecuadamente iniciadas.
François Daumas cita, a modo de ejemplo, los textos de la
tumba de Paheri El Kab en los que este personaje nos habla de una
enseñanza iniciática que ha recibido, que le
permite conocer que la divinidad se encuentra en el propio
hombre, pensamiento, sin duda, de elevada profundidad
mística. Dice esa inscripción:

"He sido puesto en la balanza. He salido de ella
examinado, intacto, salvado. Yo iba y venía, con las
mismas cualidades en mi corazón. No he dicho mentiras
contra nadie, pues conocía al dios que está en el
hombre, estaba perfectamente instruido y sabía distinguir
esto de aquello. He cumplido con todas las cosas con arreglo a
las palabras".

A pesar de la escasez de fuentes egipcias sobre los
Misterios, es conocido que en tiempos antiguos algunos de los
grandes pensadores griegos, como Solón, Tales,
Platón, Eudoxio o Pitágoras, viajaron a Egipto y
llegaron a gozar de la intimidad de los sacerdotes de los
templos. Fue así como Pitágoras, lleno de
admiración por los Misterios trató de imitar sus
enseñanzas y su lenguaje simbólico rodeando de
enigmas sus propias doctrinas. Ese es el motivo de que otros
autores argumentasen que existía una gran similitud entre
los antiguos textos jeroglíficos egipcios y muchos de los
preceptos de los pitagóricos. El uso de los
símbolos era, precisamente, algo que distinguía
especialmente a los Misterios, de modo que el sentido aparente de
los mismos nunca era el verdadero, ya que se pretendía que
los no iniciados no fueran capaces de encontrar el sentido real
de cada uno de ellos.

Según el filósofo sirio Jámblico el
trasfondo de la doctrina simbólica de los egipcios
sería poner en conocimiento de los iniciados que existe
una única divinidad que se manifiesta luego a
través de la diversidad de sus dones. Ese Gran dios se
caracterizaría por presidir todo lo que existe en el
cosmos y por contener en si la totalidad de los seres. En el
capítulo VII de "Sobre los misterios de los egipcios"
argumentaba Jámblico que era a través de los
símbolos como los egipcios representaban las
imágenes de las intelecciones místicas, ocultas e
invisibles de la divinidad. Gracias a ellos se podía
conseguir que el hombre se elevara desde lo puramente sensorial
hacia lo intelectual.

Es conocido, a modo de ejemplo, que los egipcios
representaban a su dios primordial, Re, navegando en el cielo a
bordo de una barca solar. Con ello, según Jámblico,
se estaría simbolizando el modo en que la divinidad
gobierna este mundo, en efecto:

"Al igual que el piloto, permaneciendo distinto de la
nave, gobierna su timón, así también el sol
separadamente gobierna el timón de todo el universo. Y
como el piloto dirige todo desde lo alto, desde la proa,
imprimiendo desde sí mismo un leve principio primero de
movimiento, así también, mucho antes, la divinidad
desde arriba, desde los primeros principios de la naturaleza,
imprime indivisiblemente las causas primordiales de los
movimientos. Estas cosas y otras más -según
Jámblico- indica el que la divinidad navegue sobre una
barca".

La
iniciación en los Misterios

Otro pensador helenístico, Plutarco, en palabras
de Mario Meunier "fiel y entusiasta discípulo de
Platón, del Platón idealista, religioso y
místico", habría de legarnos en su obra "Isis y
Osiris" abundante información acerca de la religiosidad y
los Misterios egipcios, brindándonos noticias acerca de
las elevadas ideas que tenían los iniciados en
relación con la divinidad y con el modo en que el hombre
se podía poner en contacto con ella gracias a una vida de
pureza y a una adecuada iniciación.

Para Plutarco lo más grande que el hombre puede
alcanzar en esta vida es el conocimiento de la verdad, siendo
además ese conocimiento lo más augusto que al
hombre puede ser concedido por la divinidad. De algún
modo, el hombre que desea acceder a la verdad aspira, en el
fondo, a acceder a la divinidad, sobre todo si lo que se busca,
como sucede en los Misterios, es la verdad de las cosas que
afectan a los dioses. Ese deseo de conocer la verdad de los
asuntos divinos sería el objetivo último de la
iniciación mistérica, constituyendo una especie de
admisión a las cosas santas, que nos incita a instruirnos
sobre ellas y a buscarlas, dirigiéndonos de ese modo hacia
una actividad más santificadora que cualquier otra posible
purificación o función meramente
sacerdotal.

Isis, la Gran Diosa egipcia, que tan importante papel
jugaba en los Misterios, habría sabido, según nos
dice Plutarco, reunir la Ciencia Sagrada, manteniéndola en
su orden y transmitiéndola a los iniciados que se
consagraban a su culto. En los Misterios, para facilitar el
contacto con el conocimiento y la divinidad, se obligaba a los
discípulos a seguir un régimen de vida
constantemente moderado, absteniéndose de los manjares
abundantes y de los placeres del sexo, con lo que se amortiguaba
así la destemplanza y la sensualidad. El hombre,
inaccesible de ese modo a la molicie, era acostumbrado a
persistir en las prácticas santas y en una vida de
constante devoción, siendo la finalidad de todo ello "la
obtención del conocimiento del Ser primero, soberano,
accesible a la inteligencia solamente del Ser que la Diosa Isis
nos anima a buscar cerca de ella, puesto que vive y reside en
ella".

Los iniciados en los Misterios, preocupados
esencialmente por el conocimiento de la divinidad, buscaban que
sus cuerpos, la mera envoltura física de sus almas, fuesen
espacios ligeros y esbeltos, para que el principio divino que
existe en ellos no se viese comprimido ni ahogado debido a la
preponderancia y pesadez del elemento perecedero.

En suma, según las noticias que los autores
helenísticos nos han transmitido, el fin último de
la iniciación en los Misterios egipcios no era sino la
búsqueda de la verdad en lo que hace referencia al
conocimiento del Ser Primero, así como el encuentro con el
principio divino que habita en todos y cada uno de los hombres. A
través del conocimiento del Gran dios el iniciado
alcanzaba el conocimiento interior de sí mismo. La
última etapa del proceso mistérico
culminaría con el deseo de conseguir la liberación
de ese principio divino que habita en el hombre, lo que
permitiría al iniciado el acceso en vida a la
divinidad.

La
ascensión hierática

Jámblico pensaba que solamente la mántica
divina, al unir al hombre con dios, le hace ser plenamente
participe de esa divinidad convirtiéndole en un ser
divino. El hombre, concebido inicialmente participando de la
divinidad, habría entrado luego en un alma encarnada en el
cuerpo humano, estando como consecuencia de ello ligado a los
vínculos de la necesidad y de la fatalidad. Gracias a la
iniciación el hombre conseguía liberar y evadir el
alma de esos vínculos, alcanzando así el pleno
conocimiento de dios. A través de la iniciación los
egipcios habrían conseguido dominar la naturaleza falaz y
demónica y elevarse a la inteligible y divina.

Esta experiencia de ascensión hierática
propia de los Misterios tendría, según
Jámblico, varias etapas sucesivas. En la primera de ellas
se buscaría alcanzar una pureza del alma más
perfecta que la mera pureza del cuerpo. En la segunda se
intentaría preparar la mente del iniciado para la
contemplación de la divinidad. En la tercera, finalmente,
el alma del hombre se integraría con dios:

"Y cuando ha unido el alma con cada una de las partes
del Todo y con los poderes divinos que las penetran, entonces la
teúrgia conduce el alma al universal, la pone a su lado,
la une, fuera de toda materia, a la razón eterna y
única; es decir, lo repito, ella une al alma al poder
autoengendrado, movido por sí mismo, que mantiene todo…
Entonces ella instala el alma en la completa divinidad creadora.
Este es el fin de la ascensión hierática entre los
egipcios".

La experiencia física o sensorial de la
iniciación en los Misterios pensamos que habría de
ser similar a lo que nosotros conocemos como proceso de
meditación mística, que Jámblico denominaba
ascensión hierática. Supondría vivir una
experiencia más o menos dilatada en el tiempo que
habría de culminar, si el discípulo era merecedor
de esa gracia de la divinidad, con la llegada a la vivencia de lo
que hoy conocemos como estados alterados de conciencia, en los
que el hombre consigue superar el conocimiento puramente
sensorial y arriba a otros mundos situados más allá
de los sentidos físicos.

Estas experiencias que superan lo que habitualmente
conocemos como sensibilidad ordinaria del hombre se
podrían alcanzar de tres maneras distintas. De un lado, se
llegaría a ellas durante el proceso de los sueños,
cuando el espíritu del hombre parece independizarse del
cuerpo. De otro, el estado alterado de conciencia podría
ser alcanzado por el hombre adecuadamente iniciado en el proceso
mistérico. La última forma de acceder a esta
experiencia extrasensorial sería tras la muerte, cuando,
necesariamente, alma y cuerpo se separan.

Pensamos en suma, que la búsqueda de los estados
alterados de conciencia propios de la iniciación y el
proceso de Glorificación de los espíritus de los
muertos estaban estrechamente vinculados en el antiguo Egipto y
constituían el núcleo esencial de sus
enseñanzas mistéricas. A todo ello dedicaremos
nuestra atención en las páginas que
siguen.

Las enseñanzas mistéricas se llevaban a
cabo en las denominadas Casas de la Vida de los templos. Era
allí donde los discípulos se iniciaban en la
Ciencia Sagrada. A través de un proceso cuyos detalles no
conocemos estos iban entrando en contacto con la energía y
el espíritu que emanaba de la divinidad, pretendiendo
conseguir finalmente el conocimiento de los secretos de los
dioses. Era en las Casas de la Vida en donde los escribas
producían los ejemplares del "Libro de los Muertos",
muchos de los cuales se han conservado en las tumbas del Reino
Nuevo. El proceso de enseñanza tenía un destacado
componente esotérico, ya que se pretendía, en suma,
que a través del desarrollo interior del individuo este
fuera accediendo al conocimiento de lo invisible y del Más
Allá.

Llama la atención que en el hombre moderno hoy
solamente somos capaces de distinguir dos componentes, que
conocemos como cuerpo (materia) y alma (espíritu). Los
antiguos egipcios, sin embargo, tenían conciencia de que
en el hombre existían no dos sino cuatro elementos
significados: cuerpo material, ka, ba y akh, en los que
más adelante tendremos oportunidad de profundizar; baste
de momento con que apuntemos esa diferencia tan
significada.

Tradiciones
milenarias

Las creencias que impregnaban la religiosidad egipcia no
se formaron en un solo momento sino que durante milenios de
historia fueron variando en las distintas provincias y ciudades.
Multitud de dioses y de mitos locales se fueron integrando a lo
largo del tiempo con las creencias de ámbito nacional que
en cada momento imperaban en el país. Re, Amón y
Osiris estaban acompañados por una multitud de dioses
menores cuyo culto, sin embargo, tomaba relevancia especial en
cada lugar concreto. Del mismo modo, las creencias sobre la
muerte y la pervivencia del espíritu en el Más
Allá tampoco fueron siempre uniformes sino que se
desarrollaron en un proceso paulatino de maduración y
democratización de las esperanzas de pervivencia. Si algo
distingue a esas creencias es la multitud de añadidos que
fueron incorporando a lo largo de los siglos. Los denominados
"Cantos de Arpista", incluso, acreditan que hubo momentos
concretos en que llegó a ser puesta en duda la
supervivencia del hombre tras la muerte:

"(Así pues) -nos dice el arpista del rey Intef-
pasa una feliz jornada,

no languidezcas en ella.

Mira, nadie puede llevar sus cosas consigo.

Mira, no hay nadie que haya partido

(y después) haya regresado".

Fue así como en ese proceso de evolución
de las creencias, desarrollado a lo largo de miles de
años, se fueron integrando añadidos diversos que
hacen que finalmente se nos ofrezca un resultado que sobresale
por su carácter híbrido, recogiendo creencias
diversas, de múltiples procedencias. Heródoto,
viajero griego que recorrió Egipto, nos decía que
este pueblo se distinguía por venir observando a lo largo
de los siglos las mismas normas religiosas y funerarias que
habían sido establecidas por sus antepasados, sin
añadir modificación alguna. Heródoto,
pensamos, no acertó en esa apreciación. En los
tiempos del Imperio Antiguo, en el esplendor del culto solar,
ningún faraón hubiera admitido que en las paredes
de su tumba se esculpiesen cantos tan claramente
escépticos sobre la vida en el Más Allá como
los que el arpista de Intef habría de atreverse a
cantar.

En su obra "Sobre los misterios de los egipcios",
Jámblico mostraba su conformidad con la necesidad de
conservar la Tradición que los antiguos egipcios
habían transmitido. Para este pensador era necesaria la
conservación de las fórmulas de las plegarias
antiguas, que constituían una especie de templo inviolable
del que no se debía suprimir nada, ya que era notorio que
de ese modo resultaban especialmente gratas a la divinidad. Los
dioses, según Jámblico, gozaban de manera especial
cuando eran invocados por los hombres de acuerdo con las
tradicionales fórmulas rituales egipcias. El motivo
reposaría en que los egipcios habrían sido los
primeros hombres que consiguieron entrar a participar de la
relación con los dioses.

Esa necesidad que Jámblico menciona de conservar
todo lo que la Tradición nos ha legado es lo que hace que
las creencias egipcias se nos aparezcan hoy como un conjunto
farragoso y frecuentemente heterogéneo e incluso
contradictorio. A lo largo de miles de años se fueron
incorporando nuevas creencias al corpus tradicional pero nunca se
desecharon las antiguas, que por su carácter sagrado se
debían mantener. Ese es el motivo de que los textos
funerarios de tiempos más recientes conserven junto a las
novedades propias de cada momento las creencias más
antiguas que ya se plasmaban, por ejemplo, en los primeros
"Textos de las Pirámides". Los egipcios sentían un
gran respeto por la Tradición y las creencias sagradas
antiguas se mantenían aun cuando estuvieran en conflicto
con las nuevas.

Los
espíritus y el Más Allá

En línea con lo antes indicado y en
relación con la vida en la ultratumba, encontramos en los
textos funerarios noticias diversas que nos hablan de la
posibilidad de varios tipos de existencia para el espíritu
del difunto. A veces veremos que los espíritus desarrollan
su nueva vida en la propia tumba y en su entorno más
inmediato. Allí parece que los difuntos, libres de
preocupaciones, viven apegados a la tierra donde vivieron. En
otras ocasiones se nos muestra a los espíritus habitando
un lugar de difícil ubicación, denominado la
Campiña de las Juncias, donde reinaría Osiris. Si
algo distingue a ese lugar, según los textos funerarios,
sería la amplísima libertad de movimientos de los
fallecidos. En otras oportunidades, finalmente, se nos habla del
Reino del Cielo, en donde el soberano sería Re y la Luz su
atributo principal. Aquí, el alma del fallecido, bendecida
e iluminada, tras un proceso de ascensión se habría
integrado en esa Luz de Re, fundiéndose con el Sol, la
Luna y las estrellas. Desde una primera aproximación
parece que existen importantes diferencias entre las creencias
que están detrás de estas distintas concepciones.
No parece encajar bien que el espíritu esté
viviendo según algunos en la propia tumba o, según
otros, integrado en la divina Luz de Re. La concepción
mística de la segunda alternativa choca con el
materialismo de la primera de las concepciones, que podría
derivar de las creencias de los tiempos más
antiguos.

En suma, en los textos funerarios, literalmente, parece
que el difunto, de manera simultanea podría encontrarse
tanto en el cielo, en la barca solar de Re, como en la propia
tumba, disfrutando de las ofrendas funerarias o visitando los
lugares en los que vivió, o puede, también,
encontrarse en los denominados Campos de Osiris (Campiña
de las Juncias), llevando una existencia que, como luego veremos,
sería similar a la que antes había llevado en su
vida terrenal. Son, pensamos, unas creencias aparentemente
incoherentes que parecen remitir a diferentes estados de
desarrollo espiritual en la historia de Egipto.

Gros de Beler, buscando una explicación
satisfactoria a estas contradicciones sobre la vida en el
Más Allá, argumentaba que en su opinión:
"durante el día, el difunto estaría en su tumba,
disfrutando de las ofrendas y dando, a veces, un pequeño
paseo por la tierra; por la noche, acompañaría al
dios solar en su recorrido nocturno, parándose, de paso,
en los Campos de Osiris. Al amanecer, volvería para
aprovechar la tranquilidad y el frescor de su tumba". En nuestra
opinión, sin embargo, esta aparente contradicción
estaría vinculada con dos circunstancias que entendemos de
especial interés. De un lado, estaría recogiendo
las propias contradicciones que se fueron produciendo a lo largo
de siglos y milenios de historia. En efecto, en el Imperio
Antiguo cuando el faraón fallecía, iniciaba un
proceso de Glorificación que habría de culminar con
su elevación a la Luz donde reina Re, el dios del sol.
Nadie le acompañaba en esos primeros momentos. Solo en
tiempos posteriores esas creencias se fueron extendiendo al resto
de la población, o al menos a los iniciados en los
Misterios, en un proceso que los egiptólogos denominan
posiblemente de manera equívoca "democratización"
de las creencias funerarias. En los tiempos más antiguos
el destino de los humildes en el Más Allá era muy
precario. Se pensaba que, quizás, el espíritu
siguiera viviendo en la tumba o en un espacio intermedio entre la
tierra y el cielo, en donde seguía realizando trabajos
físicos y precisando de alimentos para subsistir. Las
creencias más elaboradas sobre la llegada del
espíritu de los hombres a la Luz de Re solamente se fueron
perfeccionando cuando desde fines del Reino Antiguo se fue
implantado de manera paulatina ese proceso de
democratización al que antes hemos aludido.

Pero es que, además, la incoherencia de esas
creencias egipcias sobre el Más Allá podría
no ser tal si pasamos a considerar la posibilidad de que en el
viaje del espíritu de la tierra al cielo existiesen
diferentes etapas, que podrían vincularse con el proceso
de liberación del alma de su envoltura corpórea y
de los apegos y apetencias terrenales. Es decir, no todos los
espíritus estarían simultáneamente en todos
los espacios indicados. Algunos podrían haberse quedado
apegados a la tumba y otros podrían haber arribado, como
espíritus iluminados, al Reino de Re. En todo esto
tendremos oportunidad de profundizar más adelante, si
bien, en todo caso, debemos insistir en que los textos egipcios,
una y otra vez, se reiteran en la libertad de movimientos de que
goza el espíritu en la vida de ultratumba. Veamos, a modo
de ejemplo, la rúbrica final del capítulo 1 del
"Libro de los Muertos":

"Si el difunto ha conocido este texto en la tierra o lo
ha hecho escribir en su sarcófago, podrá salir al
día bajo todas las formas de existencia que desee tomar y
entrar (otra vez) en su morada, sin ser rechazado. Le
serán entregados pan, cerveza y una pieza de carne
(provenientes) del altar de Osiris. Podrá acceder en paz a
la Campiña de las Juncias, según el decreto del que
está en Busiris, y le serán dados cebada y espelta.
Será, entonces, próspero como cuando estaba en la
tierra y hará lo que desee, como (hacen) los dioses que
están en la Duat, con regularidad, millones de
veces".

Los caminos al
Más Allá

En los textos egipcios se muestran dos caminos
claramente diferenciados para alcanzar la vida en el Más
Allá. En algunos momentos veremos que para acceder a la
ultratumba el difunto debe demostrar que posee un determinado
grado de conocimiento, ya que en otro caso las divinidades que
custodian los caminos no le permitirán circular por ellos.
El difunto debe conocer los peligros con los que se va a
enfrentar en su viaje tras la muerte y debe conocer las palabras
apropiadas a cada situación y como se deben recitar
correctamente. Así, en el "Libro de lo que se encuentra en
el Duat", que nos habla del viaje del dios Re por el mundo de las
Tinieblas durante la noche, encontramos una referencia a esa
necesidad de conocimientos mágicos:

"Es lo mismo realizar estas cosas (conjuros) en el
Más Allá o en la tierra. Quien conoce estos
misterios es uno de los que se sentarán en la barca de Re,
en el cielo o en la tierra. Si uno no tiene el conocimiento de
estas cosas misteriosas no se haya en situación de
rechazar a Nakht (encarnación del caos y de las
tinieblas). Nakht, en cambio, no puede beber el agua de aquel que
tiene conocimientos de estos misterios en la tierra. El alma de
aquel que conoce estas cosas se halla inmune a las violencias de
los dioses que se encuentran en este sector del Más
Allá. Aquel que tiene conocimiento de estos misterios no
puede ser devorado…"

En una segunda concepción, más
mística y elaborada, para arribar al Más
Allá será necesario, sobre todo, que el difunto
haya hecho el bien en su vida terrena. Se mantiene la necesidad
de tener conocimientos sagrados pero, además, se incorpora
la existencia de un Juicio de los Muertos, presidido por Osiris,
en el que el corazón del difunto será pesado en la
balanza y solamente si es declarado Justo podrá proseguir
el viaje ultraterrenal. Nuevamente, nos encontramos con otro
aparente conflicto en las creencias. De un lado se nos habla de
la necesidad de conocimientos puramente mágicos, de otro
se hace referencia a una vida ética, impregnada por la
idea del bien.

En los "Textos de los Sarcófagos", en el
denominado "Libro de los dos caminos", algunos de los
sarcófagos contienen un conjuro que nos habla de las bases
espirituales y materiales de la creación. En ese texto ya
se sugiere la necesidad de hacer el bien en la tierra para
resultar grato a la divinidad. En concreto, se argumenta que Dios
no es quien ordenó a los hombres que hicieran el mal, sino
que son ellos los que no le obedecen. Veamos ese texto en el que
"Aquel cuyos nombres son secretos, el Señor de la
Totalidad", nos habla de sus buenas acciones en favor de la
humanidad (Conjuro 1.130):

"… He hecho cuatro buenas acciones en el centro de las
puertas del horizonte. He hecho los cuatro vientos, que cada
hombre puede respirar en su tiempo (de vida). Éste es uno
de mis dones. He hecho la Gran Inundación, para que el
pobre igual que el grande tengan fuerza. Éste es uno de
mis dones. He hecho cada hombre igual que su compañero
(semejante). No les he ordenado que hagan el mal, son sus
corazones los que desobedecieron lo que yo había dicho.
Éste es otro de mis dones. Hice que sus corazones no
dejaran de recordar el Occidente, para que hicieran ofrendas a
los dioses de los nomos. Éste es otro de mis dones. Con mi
sudor es con lo que he creado a los dioses, con el llanto de mis
ojos a los hombres".

El ka y la
energía

Cuando analizamos las creencias egipcias relacionadas
con los componentes que se integran en el ser humano pronto
descubrimos que su sensibilidad era distinta de la nuestra. El
hombre moderno distingue entre el cuerpo y el alma o
espíritu, los egipcios, sin embargo, eran más
sutiles que nosotros al enfrentarse con la cuestión de los
compuestos que forman el espíritu humano.

Para los egipcios, como para nosotros, el primer
componente del ser era el cuerpo, la materia física en la
que el espíritu está encarnado. Cuando llegaba el
momento de la muerte pensaban que el cuerpo no debía
desaparecer, ya que era la garantía de que los otros
componentes del hombre pudieran seguir existiendo. Era necesaria
la conservación indefinida del cuerpo, lo que se
conseguía a través de las prácticas de la
momificación. Al parecer creían que dentro de los
elementos que se integran en el cuerpo físico el
más importante era el corazón, órgano en el
que radicaba la conciencia del hombre. En el Juicio de los
Muertos era el corazón, precisamente, el órgano
humano que se pesaba en la balanza de Maat, para conocer si su
poseedor, en su existencia, había sido justo. En ese
momento existía el peligro de que el hombre que
había actuado con maldad fuese denunciado por su propio
corazón, que podía declarar, pensaban, en contra de
quien había sido su dueño. Para evitar ese peligro
existían diversos conjuros en el "Libro de los Muertos".
Veamos el que se expone en el capítulo 30 B:

"¡Oh corazón (proveniente) de mi madre, oh
corazón (proveniente) de mi madre, oh víscera de mi
corazón de mis diferentes edades! ¡No
levantéis falsos testimonios contra mí en el
juicio, no os opongáis a mí ante el tribunal, no
demostréis hostilidad contra mí en presencia del
guardián de la balanza (del juicio)! … No digas falsas
palabras contra mí en presencia del Gran dios,
Señor del Occidente. ¡Mira, el ser proclamado justo
se basa en tu lealtad!".

Independiente del cuerpo físico los egipcios
identificaban un segundo componente del ser que para nosotros no
resulta de fácil comprensión. Se trata del ka,
compuesto extraño al propio cuerpo, en el que pensaban que
reposaba el poder o misterio de la vida. Gracias al ka el cuerpo
físico del hombre tomaba su fuerza vital, tanto
física como intelectual o sexual. El ka sería una
especie de doble energético del hombre, que se
situaría en un espacio intermedio entre el cuerpo y el
propio espíritu. El capítulo 30 B del "Libro de los
Muertos" nos dice que el ka anima el cuerpo del hombre y es el
componente que proporciona la forma y la vida a sus
órganos y miembros.

Los egipcios, simbólicamente, representaban al ka
como dos brazos extendidos, intentando expresar, posiblemente, el
poder creador en el que la vida se sustenta. Cuando el hombre
nace el ka, que sería la propia energía de la vida,
se incorpora a su cuerpo. Ese es el motivo de que frecuentemente
se represente al dios creador Khnum trabajando en su torno de
alfarero, en el que está dando vida a dos imágenes,
la del cuerpo del hombre que va a nacer y la del ka que se le va
a asignar. A veces el ka de los reyes es representado como una
estatua independiente de su cuerpo. Es el caso, por ejemplo, de
la estatua de madera que representa al ka del faraón
Autibra Hor, de la XIII dinastía.

En las tumbas se colocaban a veces las denominadas
estatuas vivientes que representaban al difunto. En este caso,
gracias a la magia funeraria se conseguía que la
energía del ka se introdujera en la propia imagen, dando
así vida a la misma de igual manera que antes, al nacer el
difunto, había animado su cuerpo físico.

Los textos nos han transmitido que Re, el Gran dios,
tenía no uno sino catorce kas, de los que el
capítulo 15 del "Libro de los Muertos" menciona trece. Los
nombres de esos componentes energéticos del dios
serían: Subsistencia, Alimentación, Venerabilidad,
Vasallaje, Potencia creadora de los alimentos, Lozanía,
Estallido, Valentía, Fuerza, Resplandor,
Iluminación, Consideración y Penetración. El
último ka de Re, que no se menciona en ese
capítulo, sería el ka Magia.

El ka y los
ancestros

En los antiguos textos funerarios y sapienciales
encontramos referencias que parecen sugerir que en el proceso de
iniciación en los Misterios se pretendía conseguir
que el individuo llegase a tomar conciencia de lo que su ka
representaba. Se trataba de conocer lo que supone para el ser
humano participar de la energía o fuerza vital que
está impregnando todo el Universo.

Los egipcios creían que las personas que
alcanzaban un adecuado conocimiento podían llegar a actuar
en constante y consciente armonía con la energía de
su ka, lo que suponía una primera superación de las
limitaciones que para el hombre implica su propio cuerpo o
envoltura física. En los ambientes místicos
evolucionados predominaba la idea de que el hombre, precisamente,
debe el poder de la vida, a los kas de los grandes antepasados
que nos han precedido. Es lo que las fuentes denominan los kas de
los ancestros, en los que se incluirían en un lugar
privilegiado los kas del propio faraón reinante y de los
otros que habían gobernado el país anteriormente.
En ese sentido, en las "Máximas de Ptahhotep", uno de los
más destacados "Libros de Sabiduría" del antiguo
Egipto, el autor, que vivió en los tiempos de la V
dinastía, tras indicarnos que a lo largo de su vida se ha
esforzado por recibir y transmitir la sabiduría, nos dice
que tiene ciento diez años de vida. Haber alcanzado esa
avanzada edad es algo que ha sido posible gracias a que el rey le
ha otorgado ese favor. Ptahhotep agradece expresamente en el
texto al faraón y a los ancestros haberle otorgado la
gracia de una larga vida.

Pensamos que en el proceso de iniciación en los
Misterios, el iniciado iba accediendo a sucesivos estados
alterados de conciencia en lo que Jeremy Naydler denomina camino
de desarrollo espiritual hacia la autointegración y la
iluminación. Sería un camino espiritual que en los
tiempos del Reino Antiguo se reservaba solamente al rey y a una
pequeña elite espiritual y que solamente en los Reinos
Medio y Nuevo se fue extendiendo a círculos más
amplios, siempre, no obstante, una minoría de la
población. En ese sentido, Plutarco nos ha transmitido que
los reyes egipcios eran elegidos o bien entre los sacerdotes o
entre los guerreros, ya que por su sabiduría o su valor
gozaban de especial consideración. En el segundo caso, es
decir, si el rey procedía de la clase de los guerreros,
entraba "tan pronto había sido elegido, en la de los
sacerdotes; entonces se le iniciaba en aquella filosofía
en la que tantas cosas estaban ocultas, encerradas en
fórmulas o mitos que velaban con oscura apariencia la
verdad y la manifestaban por transparencia". Clemente de
Alejandría (Strom, V. 7), por su parte, indica que "no
eran los primeros que llegaban a quienes los egipcios iniciaban
en sus Misterios; no era a los profanos a quienes comunicaban el
conocimiento de las cosas divinas, sino únicamente a los
que debían subir al trono, y a aquellos de entre los
sacerdotes reconocidos como más recomendables por su
educación, instrucción y cuna".

Las "Máximas de Ptahhotep", que antes hemos
mencionado, consagran varias de sus enseñanzas a hablar
del ka y la energía. Es el caso de la máxima
número 26, titulada "De la justa utilización de la
energía". En ella se nos dice que el hombre que ama a su
ka, entendido como potencia creadora de vida, debe ser capaz de
utilizarlo conscientemente de manera justa. Ya hemos comentado
que esta aproximación al mundo de la energía
podría ser una de las primeras etapas del proceso de
iniciación en los Misterios. Para Ptahhotep, el hombre
justo es aquel que es capaz de saber liberar la energía
del ka de manera adecuada. De ese modo el hombre que ha llegado a
alcanzar la sabiduría sabrá como hacer que se
extiendan alrededor de sí mismo los beneficiosos efectos
de la energía creadora. "Libera la energía creadora
-nos dice Ptahhotep-, Tú que la amas sin cesar. Quien da
la potencia (energía del ka) está en
compañía de Dios". El amor, finalmente, en el que
reposa la fuerza de creación del espíritu del
sabio, es decir de quien tiene conocimiento, crece gracias a la
potencia del ka.

En la máxima número 27, finalmente,
Ptahhotep nos ofrece la idea de que el ka del hombre deriva de
los kas de los grandes a los que está subordinado. El
punto final del proceso de derivación de energía
serían los kas del rey y de los ancestros: "Es de su
energía (del grande) de donde provienen los alimentos que
te son atribuidos". Los egipcios pensaban, en suma, que la
energía que emanaba de los sabios, de los maestros,
impregnaba los kas de los discípulos, ese componente del
ser humano que tan difícil comprensión tiene para
el hombre moderno, que ha perdido la relación con la
energía que impregna el cosmos.

La Casa del
ka

Comentamos antes que los iniciados en los Misterios
egipcios pensaban que los kas de los ancestros era una fuente de
vida y de poder para los vivientes. Eran los ancestros, los
grandes hombres de generaciones anteriores, quienes
dirigían la energía ka hacia los hombres y, en
general, hacia todos los seres. Eran ellos los que aseguraban la
vida, las cosechas y la felicidad. En las necrópolis, en
las tumbas, era donde se producía ese intercambio vital de
dones y de fuerza vital entre los hombres y los
muertos.

Para los egipcios la tumba era la Casa del ka. En sus
textos funerarios nos han dejado escrito, una y otra vez, que
cuando al hombre llega a la muerte lo que ocurre, realmente, es
que el difunto pasa a su ka. Pasar al ka era para los egipcios
sinónimo de morir. En ese momento la energía o
fuerza vital que había tenido el hombre en vida pasaba a
ser absorbida por los kas del grupo ancestral. Convertido ya en
un ancestro, el difunto, en el futuro, pasaría a recibir
en la tumba las ofrendas y oraciones de sus deudos; a cambio,
como compensación, contribuiría a que la
energía vital de los ancestros siguiera fluyendo hacia los
vivos.

Si bien el ka del difunto se integraba en la
energía de los ancestros, lo cierto es que su cuerpo
seguía perteneciendo a la tierra, es decir, al mundo
físico, corriendo un claro peligro de
descomposición del que solamente le podía salvar
que la energía del ka siguiera afluyendo a él,
finalidad para la que se precisaba renovar continuamente esa
fuerza vital, lo que los egipcios pensaban que se
conseguía aportando ofrendas alimenticias a las tumbas,
ofrendas que se destinaban a mantener viva la energía ka
del difunto. En ese sentido, las creencias más antiguas ya
parecen sugerir claramente que los egipcios eran conscientes
desde esos primeros momentos de que los muertos necesitaban de
ofrendas alimenticias, creencia que se mantuvo inalterada a lo
largo de toda la historia del país del Nilo. Existe, y se
expresa de manera muy clara, un miedo intenso de los difuntos a
que en el futuro les falten las ofrendas y que ante esa falta de
alimentos se vean obligados, incluso, a tener que comer sus
propios excrementos, cosa que consideraban una abominación
insufrible. En el capítulo 53 del "Libro de los Muertos"
encontramos un conjuro que pretende evitar a toda costa esa
situación:

"Mi abominación es lo que yo repugno: no
comeré excrementos, no beberé orina, no
avanzaré con la cabeza baja. Poseo porciones alimentarias
en Heliópolis: mis porciones están en el cielo
cerca de Re; mis porciones están en la tierra cerca de Geb
y son las barcas de la noche y del día las que me traen de
la morada del Gran dios que está en Heliópolis.
Feliz me hallo cuando tomo la barca (y navego del Occidente hasta
el Oriente) del cielo. Como lo que (los dioses) comen, vivo de lo
que ellos viven. He comido de los panes de las ofrendas que
proceden de la cámara del Señor de las
ofrendas".

Gracias a la magia de las palabras y de las
imágenes los egipcios, en un momento más
evolucionado, pensaron que en el futuro se podía asegurar
el tan necesario aprovisionamiento de ofrendas alimenticias a los
difuntos haciendo que las mismas se grabasen en las paredes de
las tumbas. Es lo que hoy conocemos como ofrendas de
sustitución. Los intensos poderes mágicos de los
sacerdotes conseguían que una vez representado un objeto,
en este caso las ofrendas, bastase con nombrarlo para que ese
objeto tomase vida. Ese es el motivo de que en las tumbas
egipcias se representen usualmente multitud de imágenes de
alimentos, ya que se pensaba que esas ofrendas y las
fórmulas rituales que se esculpían a su lado
habrían de permitir que el difunto estuviera en la
eternidad adecuadamente surtido de alimentos. A modo de ejemplo
podemos reproducir los textos inscritos en el sarcófago de
Nejt-Anj, que había sido sacerdote de Khnum en la ciudad
de Shashotep en los tiempos del Imperio Medio, hacia 1900
a.C.:

"Una ofrenda que da el rey (a) Osiris, Señor de
Busiris, el Gran dios, Señor de Abidos, en todos sus
lugares, para que haga ofrendas invocaciones (consistentes en)
pan y cerveza, bueyes y aves, alabastro, ropas e incienso, todas
las cosas buenas y puras de las que vive un dios, para el
espíritu del bienaventurado Nejt-Anj…"

Igualmente, para el caso de que desde el reino de los
vivos no se enviaran las necesarias ofrendas al difunto se
incluyen en el "Libro de los Muertos" diversos conjuros que
pretenden conseguir que las mismas sean facilitadas por las
propias divinidades. Veamos uno de esos encantamientos, que se
incluye en el capítulo 1 del Libro:

"¡Oh vosotros, (espíritus divinos), que
dais pan y cerveza a las almas perfectas en la mansión de
Osiris, dad pan y cerveza a mi alma, en las épocas
rituales, estando (victorioso) con vosotros!".

El ba y el
cielo

Hemos venido estudiando que la tumba, además del
lugar donde reposa el cadáver momificado, era considerada
por los egipcios la Casa del ka, es decir el espacio en el que
sigue habitando ese componente energético del ser, que
allí entraba en contacto con los kas de los ancestros. De
algún modo la tumba era un laboratorio en el que los
hombres depositaban ofrendas y en compensación
recibían la benéfica energía o fuerza vital
de los antepasados.

Sin embargo, en las creencias egipcias, la tumba no era
el destino final del difunto. El capítulo 175 A del "Libro
de los Muertos" reproduce una conversación entre un
difunto y el Gran dios creador Atum, que nos transmite
información muy valiosa sobre esas creencias. El
espíritu del muerto comienza el diálogo mostrando
su sorpresa al descubrir que se encuentra en un lugar que le
resulta inhóspito, su propia tumba:

"¡Oh Atum, ¿qué es lo que ha
ocurrido para que yo deba ser conducido a un desierto (la tumba)?
Allí no hay agua, ni aire; es muy profundo, muy oscuro y
prácticamente infinito.

¡Vivirás allí con felicidad!
-respondió Atum.

¡Pero no se podrá encontrar allí
ningún placer (sexual)!

En él puse glorificación en vez de agua,
aire y placer, y (puse) felicidad en vez de pan y cerveza -dijo
Atum".

Atum, en la conversación con el difunto, informa
a su espíritu que en la nueva vida que le ofrece ya no
necesitará los placeres materiales ni las ofrendas
alimenticias. Le esperan nuevos mundos en los que ya ni siquiera
va a precisar de aire para respirar. El Gran dios, más
adelante, prometerá la eternidad al difunto: "Estas
destinado (a vivir) millones de millones de años, (a
tener) una duración de Vida (eterna) de millones de
años".

Este diálogo entre el difunto y Atum nos sirve
como aproximación para acercarnos al mundo del Más
Allá de los egipcios, una vez superada la primera etapa
del viaje, que habría permitido la integración del
ka del fallecido con la energía primordial de los
ancestros, unión llevada a cabo en la propia
tumba.

Es ahora cuando se inicia el viaje del espíritu a
los mundos del Más Allá; para abordar su estudio
debemos antes acercarnos al concepto de lo que los egipcios
denominaban ba, que era el tercer componente del ser humano,
según anteriormente comentamos.

El ba era un compuesto espiritual tanto del hombre como
de los dioses y representaba de alguna manera un vínculo
de unión entre lo meramente humano y la divinidad. Los
egipcios pensaban que el hombre tomaba conciencia de su ba, es
decir, de su espíritu, y establecía contacto con
él en los momentos en que por causas diversas ese
componente se independizaba del cuerpo y salía al mundo
exterior. Esa extraña situación se producía,
viviendo la persona, durante los sueños o a través
del proceso de iniciación en los Misterios. También
se producía, inexorablemente, tras la muerte, cuando
según nos dicen los "Textos de las Pirámides" el
cuerpo del hombre es para la tierra y el ba se eleva a los
cielos.

Partes: 1, 2

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