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Nuevo mundo, marinería, piraterías: una realidad más allá del paraiso terrenal




Enviado por geniber cabrera p.



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  1. Resumen
  2. Desarrollo
  3. Conclusiones
  4. Referencias
    Bibliográficas

Resumen

La conquista de un novomundo por parte de los
hispanolusitanos (1492), además de las bondades
que de entrada generarían sus vírgenes tierras por
sus muchas riquezas forestales, acuíferas, minerales,
entre otro tanto de recursos aprovechables para con estos
europeos, como por ejemplo: la mano de obra de los
indígenas esclavizados, supuso además de placeres,
toda una ardua labor para dominar en el más corto tiempo
la vastedad de unas tierras indómitas, circundadas, con un
mar proporcionalmente proceloso y dilatado; gravitado éste
por sinnúmeras islas, islotes y cayos que dibujan el
atolón del cuenco caribeño. Así, la Corona
de Castilla, protagonista principal del auspicio de los viajes
colombinos, una vez independizada de la suerte portuguesa por los
arreglos dúodivisos papales (1494), le
tocó erogar suntuosas cantidades de sus arcas reales para
reinventar una naval capaz de estar a tono con los nuevos
desafíos marítimos que habría de imponer el
tornaviaje atlántico entre ambos mundos. Buena parte de
las riquezas expoliadas en la bautizada América (1507), se
dispondrían para tales fines, es decir, a la
fabricación de nuevas naves y, para redimensionar las que
pudieran. En principio, los castellanos se ocuparon
únicamente de las flotillas comerciales, pero todo
cambiaría radicalmente desde el instante mismo en que los
otros europeos (franceses, ingleses y holandeses), quienes
habían permanecido ajenos al hallazgo del Nuevo Mundo, se
avalancharon sobre las hasta entonces exclusivas posesiones
hispanas. Para disputarles a sus vecinos del ahora Viejo Mundo
las allendecolonias, principalmente los francos y
britanos, se valieron de un ancestral mal que de sobra
conocían, la piratería, esa que desde las aguas del
Mediterráneo se desplegaba para atacar sus barcazas y
villas en el propio corazón boreal del mar europeo;
así revivieron los declarados enemigos de Castilla, un mal
que para la época del descubrimiento (Siglo XVI),
estaba venida a menos. De tal modo se suscitó un nuevo
estilo de pillaje ultramarino que haría gala en las
atlánticas aguas caribeñas, los
corsopiratas quienes serían los encargados por
nómina galobritánica de obligar a los
sacromonarcas españoles a erigir una flota de
Armada para contrarrestar la ofensiva pirática, lo que
supuso mayores gastos, y la progresiva pérdida de sus
tesoros y tierras, y peor aún, el quebrantamiento de la
obstinada política hispana por hegemonizar un
paraíso que se creyó otorgado por el propio Dios,
pero que por voluntad de sus verdugos, terminó en un
verdadero infierno en el propio Edén americano.

Palabras claves: Novomundo, Barcos, Corsopiratas, Armada
Invencible.

Desarrollo

El mar como medio de dominio y disputas de los europeos
en el Nuevo Mundo, como un espacio sin fronteras, ha sido marco
de innumerables confrontaciones entre pueblos, monarquías,
gobiernos y estados, quienes terminaron por convertir ese mar en
el canal para la conquista, el control, el dominio, el
transporte, la comunicación, la diplomacia, el prestigio y
todo cuanto beneficiara a unos u otros o, a unos sobre
otros.

La mar, siempre como elemento y medio susceptible a los
deseos y ambiciones, ha generado en los que de él se
sirvan, la búsqueda constante del perfeccionismo desde el
punto de vista naval, porque -por ejemplo- a mayor cantidad de
flotas preparadas para el combate, mejor debía ser el
rendimiento de los objetivos perseguidos, y esto lo entendieron
muy bien las Coronas adversas a los planes hegemónicos de
España que ya había consolidado su poderío
naval para la defensa de sus novoreinos.

La espectacular transformación de España
en una potencia naval a finales del siglo XVI tuvo su origen en
una serie de procesos políticos cuyos efectos
seguirán sintiéndose en las décadas
siguientes, y no sólo en España, sino en toda
Europa Occidental. El Tratado de Cateau – Cambrésis
había cerrado por fin medio siglo de guerras entre los
Habsburgo y los Valois, las dinastías reinantes en las dos
monarquías más poderosas de Europa, España y
Francia. El Tratado aguantaría el paso del tiempo y el
poder de la Corona de Francia pronto se vendría abajo como
consecuencia de la entronización, en rápida
sucesión, de varios príncipes enfermizos. Felipe II
se libró en los primeros años de su reinado, pues,
de tener que enzarzarse con los franceses, por entonces, la
principal ocupación militar de España. Pronto se
convencería de que tenía que poner su
atención en otra parte, el Mediterráneo. Tras
decenios de guerras en tierra, en las fronteras de Francia y de
Italia, España iba a centrarse en el mar. (Goodman, 2001,
p. 19).

Los Reyes europeos, en especial, los de Francia e
Inglaterra, tenían claro que el negocio se sustentaba por
los hombres dispuestos a la mar, pero que estuviesen supeditados
a los intereses monárquicos de arrebatarle a España
el control y el manejo de las múltiples riquezas allende a
sus propias fronteras europeas. Quedando muy claro que los
hombres de finales de siglo XV y, a todo lo largo del siglo XVI,
veían en la navegación y las aventuras una
actividad lucrativa, tanto individual, por alcanzar fama y
fortuna, como colectiva, porque las Coronas animaron a los
hombres prometiéndoles beneficios compartidos para ellos y
los suyos, en útil y provechoso bienestar
general.

La actividad marina recobraba cada vez mayor
perfeccionamiento y redimensión de las flotas tanto de
España para mantener su dominio, como las de sus
contrincantes para disputárselo. Así, cada cual
entendía que barcos, hombres, armería,
técnicas de navegación, construcciones navales,
avituallamiento e instrumentos para la navegación, y todo
cuanto fuere necesario para mantenerse en la mar por largo tiempo
y demostrar fuerza de ataque y resistencia, eran elementos
necesarios e imprescindibles para la defensa -de unos- y, el
sometimiento, posesión y asalto del poder de
otros.

Los hombres apadrinados por las Coronas adversas a
España, no gozaban en su mayoría de ninguna
reputación, eran casi todos, por no generalizar, personas
detestables socialmente, de amplios antecedentes, a quienes se
les brindó la posibilidad de recobrar su libertad en el
caso de que estuviesen por cualquier delito preso, y que su papel
significaba obrar como el más bajo, sin piedad, con
crueldad y frialdad, sin importarle otro destino para cumplir con
su rol que el de formar parte de una terrible tripulación
para depredar todo a su paso y debilitar el poderío
español en los nuevos horizontes.

La concepción de la puesta en práctica de
la obstinada política anti-Castilla, se soportaría
en la traza de la patente de corso que en esencia se
constituiría en corsopiratería, en la que
sus integrantes alcanzarían los objetivos sin importar los
medios a aplicar para ello, porque se sufragarían los
costos por concepto de ejecución, al fin de cuentas, el
negocio del pillaje traería consigo un grueso margen de
ganancias que rebasarían con creces, lo invertido, puesto
que se traduciría en una avanzada imperial para las otras
eurocoronas comprometidas con la disputa y el forcejeo en
ultramar; asimismo, significaría el acrecentamiento
económico de su maltrecha vida feudal. Era tal el negocio
pirático, que hombres de la alta sociedad, poseedores de
tierras, esclavos, comercios, impulsaron el salvaje oficio,
incluso, muchos de estos ciudadanos por sus ambiciones desmedidas
se hicieron a la mar a formar parte de la fantasía y
actuando en muchos de los casos como consejeros reales para
alentar concomitantes la puesta en práctica del vil
oficio
.

Uno de los quehaceres más socorridos por
ciudadanos ingleses de reputación y alcurnia y
también de los comerciantes e incluso personalidades de la
corte, cuando pensaban que Isabel I titubeaba en impulsar la
lucha contra el gran poder católico encabezado por Felipe
II, fue acondicionar navíos de su propio peculio y
enviarlos a una guerra privada protestante contra España.
Algunos de los tesoros capturados en tales aventuras fueron de
considerable cuantía, lo que probaba de manera concluyente
las ganancias que podían obtenerse con el ejercicio de la
piratería… (de Jármy Chapa, 1983, p.
14).

La piratería generó una gran
proyección política, económica y social: en
lo político, porque las Coronas implícitas en esta
actividad, principalmente, Francia e Inglaterra lograron, a
través de ésta mermar el dominio y control
español en tierras americanas e islas del Caribe
abriéndose paso, ellas, como nuevas explotadoras y de
algún modo colonizadoras, expandiendo así el poder
monárquico de sus propios reinos. Económicamente:
porque los bienes sustraídos, mediante la
aplicación de métodos piráticos, produjeron
toda una gama de posibilidades para dinamizar las condiciones
agrarias y rurales propias del sistema feudalista y mercantilista
que se vivía en la mayoría de los estados europeos,
a su vez que estas riquezas saqueadas en las tierras americanas,
sentarían las bases del futuro mundo capitalista, empujado
por los habilidosos y experimentados mercaderes que se apropiaron
de la mayoría de esos tesoros para ir creando las
condiciones de los nuevos monopolios, más allá, del
exclusivismo de Castilla. Y, en lo social: dado que la actividad
corsopirática como medio para el lucro,
permitió toda una organización de los individuos
(ricos y pobres) que vieron en dicha actividad, el posible
ascenso social y el enriquecimiento fácil, por lo que
muchos hombres habitantes de las zonas costeras, se unieron
formando pequeños grupos, más o menos aislados unos
de otros, para atacar y asaltar tímidamente naves
comerciales de poco calado, indefensas ante la sorpresa y el
acecho de los que con estas prácticas se
convertirían en nuevos e inexpertos piratas.

… como Francia, Inglaterra era un país
pobre y superpoblado, y la piratería era la única
alternativa de los marineros si no querían morir de
hambre. A la abundancia de barcos se unían las
fáciles ganancias, con las que no podía competir la
media libra de sueldo mensual que la Armada Real ofrecía a
sus marineros. (…), el mar era una válvula de
escape, a la que se arrojaba a los marineros desesperados,
pendencieros y más conflictivos en busca de
botín… (Hernández, 1995, p. 158)

La vía para salir de los conflictos
socio-económicos era, precisamente, echar a la mar hombres
ambiciosos, aventureros dispuestos a retribuirle a sus
patrocinantes el mayor cúmulo de bienes, tanto en joyas
preciosas, como de otras especias autóctonas de tierras
americanas. Beneficios dirigidos también a saciar el
espíritu de los libertarios malhechores de la mar,
conspicuos representantes de la impunidad cedida por las Coronas
oportunistas del festín en calidad de merced
real
. Pero, que no perdiese su fin último, en esencia
no era otro, sino el negocio que provocase al imperio
español su debilitamiento y abriese el camino para la
instauración de nuevos centros de poder imperial y fungir,
al igual que España, como colonizadores y expropiadores
del botín más grande en la historia de la
humanidad: América.

Lo que había comenzado como un negocio,
sustentado por el corsopillaje, se convertiría,
más temprano que tarde para España, en su mayor
dolor de cabeza, tanto así que la atacó, la
soportó y sobrevivió durante doscientos
años, aproximadamente, al lado de ésta. Pero estas
mismas vicisitudes se volcaron contra Francia e Inglaterra,
porque fue tal la magnitud y el manejo de riquezas, que los
honorables piratas y corsarios, en su mayoría,
rompieron el hilo umbilical que les unía a sus mentores,
instaurando ellos mismos, sus nuevos imperios y temporo-aposentos
coloniales que les permitiese revitalizarse y tener fuerzas para
atacar, inclusive, embarcaciones de sus propias y olvidadas
nacionalidades. Como era de esperarse, sí los más
despotricados seres humanos de su tiempo, serían los
indicados para acometerse al oficio de la
piratería, se suponía por la avaricia, que muchos
traicionarían lo que nunca fue un pacto, sino simplemente,
una oportunidad de hacerse figuras, incluso, mitológicas y
legendarias provocando en muchos de los hombres de tierra,
admiración y deseo por imitarles.

El espíritu de aventura, la audacia, la
decisión, la rapidez para proceder y la intrepidez de los
piratas, corsarios y filibusteros, han provocado siempre, de
alguna manera, la admiración de los hombres de tierra. El
carácter de los piratas tuvo la facultad de encender la
imaginación humana al igual que lo hace el mar y las islas
lejanas y misteriosas.

El status social de un pirata o corsario dependió
siempre de las circunstancias del momento. Para los
españoles, eran solamente piratas vulgares, criminales
redomados a los que había que perseguir sin cuartel. Para
los reyes de las naciones enemigas, el juicio sobre la
piratería dependía de la situación
política del momento… (De Jármy Chapa, Op.
cit., p. 43).

En términos generales puede decirse que la
naturaleza del pirata, en su condición
psicológica y social, le indujo a crear
lo que pudiera llamarse: Estados Flotantes (sobre esta
concepción, revísese mi Tesis Doctoral), en los
cuales las reglas del juego se imponían e impartían
entre los tripulantes, y que no existía otro Estado sino
el allí impuesto, confabulado y aceptado. Dado el gran
margen de ganancias que por concepto de sus asedios a plazas y
asalto a embarcaciones, obtenían la aventura y la buena
vida, atrás quedaba el compromiso y la obediencia
supeditada a tal o cual monarquía, qué importaban
las persecuciones y las represiones en su contra, sí para
ello estaban bien preparados. Actuaron siempre como amos y
señores de los mares, y en verdad que así fue,
porque así lo demostraron en el decurso de su tiempo
histórico.

Los intentos de las Coronas europeas para proyectarse,
se fundamentan en el hecho de encontrar nuevos horizontes que le
permitiesen, además de redimensionar sus fronteras, captar
nuevos recursos para oxigenar la economía mercantilista.
El siglo XV es el tiempo durante el cual se hicieron los mayores
esfuerzos orientados hacia la navegación como ciencia y
tecnología naval. En este siglo, las demandas comerciales
habían crecido, y era necesario que por la vía
marítima se llegara con más rapidez y facilidad a
los centros de producción, por lo que se necesitaban
embarcaciones más ligeras, pero con pañol para
mejorar la capacidad de carga y movilidad; también se
precisaba tener grandes dominios en la mar abierta, para evitar
el peligro que significaba la navegación de cabotaje, la
cual consistía, y aún consiste, en guiarse mediante
las proximidades costeras, que sin duda representaba un gran
peligro por el acecho de los piratas.

Las redes marinas aumentaban progresivamente en la
medida que se incorporaban más flotas para mercadear,
explorar o, las que estaban destinadas para la defensa y el
ataque. La Corona que tuviese las mejores flotas y
técnicas de navegación, en ese mismo sentido
podía alcanzar mejores lucros y, con más
posibilidades de encontrar tierras desconocidas para sí
mismos.

El tráfico marítimo, se
circunscribía hacia la India y África, territorios
en los cuales se obtenían frutos y negros para ser
mercadeados como esclavos. Pero, se hacía de imperiosa
necesidad encontrar nuevas rutas para que a menor
inversión, se produjeran mayores ganancias. Y, el
país que más empeño y esfuerzos hizo para
tomar la delantera en cuanto a las técnicas navales fue
Portugal, pionero de la asengladura, ya que impulsó las
iniciativas de quienes se ofrecieron para llegar más
allá de los lugares conocidos y señalados como
fantasías, leyendas o mitologías; servía
pues, Portugal, en una gran bandeja, la ciencia naval como la
alternativa para deslastrarse de las quimeras y limitaciones
marítimas de la época.

… además de una inmejorable
situación geográfica, el estado portugués,
durante todo el siglo XV, bajo el impulso del infante Enrique el
Navegante y de los reyes Alfonso V y Juan II, recopiló
conocimientos geográficos y probó nuevos sistemas
de navegación, con la conformidad de una emprendedora
burguesía comercial, deseosa de aumentar el margen de
beneficio, y de la nobleza, que pretendía continuar el
combate contra el Islam y que buscaba privilegios…
(López Tossas, 1999, p. 138).

A propósito de los empeños navales de los
portugueses en el siglo XV, también refiere el mismo
autor, lo siguiente:

… la búsqueda de una nueva ruta, hacia la
India a través del Mediterráneo y África
Oriental o el intento de controlar la ruta tradicional de Oriente
Medio, todavía muy utilizada, fueron tareas que
llevó a cabo, entre otros, Pero da Covilhã. El rey
Juan II lo envió en 1487 hacia la India por
Alejandría y Adén y finalmente entabló
negociaciones con el reino cristiano de Etiopía, aunque la
relación no se consolidó. Pero la ruta fundamental
fue la de la costa occidental africana, intensamente explorada
por los portugueses para la obtención de oro y
esclavos… (ídem).

Como se ha visto, los esfuerzos y trabajos de los
portugueses por imponerse en los mares mediante avanzadas
técnicas de navegación, fueron fructíferos,
porque lograron empujar el ánimo de ellos y de los
demás estados europeos para construir mejores y
sofisticadas flotas, y para ampliar la capacidad de
comercialización y buscar consolidar relaciones de esta
Corona con otros reinos, pero al fin de cuentas, todos sus
empeños quedarían enmarcados en los territorios
conocidos y explotados hasta ese momento. Porque la historia,
reservó para la unificada España -quien estaba en
franca desventaja naval con Portugal- uno de los acontecimientos
de mayor relevancia en la historia: la conquista de
América.

En Castilla, al tenerse conocimiento certero del gran
hallazgo, se desarrolló rápidamente y de manera
intensa, la conquista y colonización de las Nuevas
Tierras. Imponiéndose así, un imperialismo
ultramarino de la Monarquía Católica, quienes sin
miramiento alguno, se hicieron dueños de todo cuanto
allí hubiere, y que mediante la explotación
generaran riquezas rápidas. De tal modo que se
supeditó y reservó a los españoles el
exclusivo control y dominio de minerales preciosos, frutos,
plantas, animales, indígenas y cualquier otra cantidad de
rubros y especias autóctonas de estos nuevos
parajes.

La llegada de Colón a América
despertó en Portugal la preocupación por acortar
los territorios que descubriesen los navegantes al servicio de
Castilla y reservarse las posibles rutas hacia la India por el
este, mientras que los Reyes Católicos deseaban que su
soberanía sobre las nuevas tierras fuesen
reconocidas… (López Tossas, Ob.cit., p.
39).

Estas inquietudes entre Castilla y Portugal, fueron
superadas por la Bula Papal de Alejandro VI de 1493,
quien se interesó en cristalizar acuerdos sobre las
tierras descubiertas, consumándose entre partes
el Tratado de Tordesillas de 1494, para dividir y repartirse el
mar a ambas Coronas. Castilla el Oeste y Portugal el Este. Los
españoles tenían claro el poderío naval
portugués, y como deseaban el reconocimiento de su
hegemonía, llegó a este pacto de inimaginable
ambición; de esta sacra-amnistía, Portugal se
apropiaría, del hoy extenso territorio del
Brasil.

Las informaciones sobre un Nuevo Continente recorrieron
cada rincón europeo, porque las disputas entre
España y Portugal por el repartimiento del mismo,
sirvieron de un incentivo tal, que tuvo eco en los oídos
de otros Monarcas como los de Inglaterra, Francia y Holanda
quienes no se harían esperar ante la posibilidad de
extender sus imperios y obtener grandes beneficios.

Asimismo, el continente americano, supuso toda una
dinámica en el mundo de la época, abriéndose
paso a las grandes fantasías de las noticias particulares
y exageradas de inmensos tesoros; se hablaba de inagotables
caudales auríferos que no eran explotados, ni aprovechados
por los nativos y que los torrentes de riquezas esperaban por su
mejor postor.

… muy difícil resulta evaluar la
reacción de Europa ante la noticia del descubrimiento de
un nuevo mundo más allá del Océano. Parece
ser que, en un principio, se subvaloró el significado del
hecho, reduciéndolo a la conquista de algunas islas sin
importancia. Pero muy pronto hubo de irrumpir en la conciencia
europea un nuevo elemento: los metales preciosos, principalmente
el oro, que de las nuevas tierras procedían. (Saiz
Cidoncha, 1985, p. 19)

Continúa explicando Cidoncha que:

Las noticias sobre este particular, en gran parte
exageradas, se incrementaron fabulosamente, con los informes
sobre las conquistas de Méjico y del Perú.
Hablábase de minas inagotables, de montañas de oro,
de fantásticos imperios cuyas ciudades estaban empedradas
con el amarillo metal, y cuyos reyes y grandes sacerdotes se
bañaban en polvo aurífero para realizar sus
ceremonias, como aquel imaginario «Príncipe
Dorado» (…), paralelamente corrió la especie
de que las naves españolas regresaban de las nuevas Indias
lastradas con lingotes de oro, y que el robo de una sola de ellas
bastaría para enriquecer a un pueblo entero.
(Ídem).

La sensacional noticia, sobre las verificadas y
bautizadas tierras de América, demuestra la tesis de
Colón sobre la redondez de la tierra, fue -de acuerdo con
el criterio manejado- el desmoronamiento de las teorías
históricas y geográficas expuestas para la
época, causando un primer impacto sobre estas
concepciones. Por lo tanto, un nuevo trabajo hubo de hacerse en
el campo de estas dos ciencias. Pero, teóricamente,
permitiría separar viejas concepciones de las nuevas
tendencias literarias fundamentadas en el mito y las leyendas de
un fantástico Mundo Nuevo, quedando relegado para un
puñado de inquietos estudiosos esa ardua labor.

Es evidente que, para el provecho del inmenso caudal de
las riquísimas oportunidades que pudieran brindar -hasta
el momento- las mitológicas tierras del nuevo
Edén
, se precisaba de las cartas de navegación
que para sí habían reservado los
lusoscastellanos. Tenían pues, las demás
Coronas europeas, que diseñar las formas de cómo
llegar al Nuevo Continente, porque sobradas eran ya las
informaciones de la existencia de éste,
precisándose develar el secreto hispánico, en
virtud del mismo.

Todo comenzó en marzo de 1493, cuando don
Cristóbal Colón (…), escribió una
carta a varios personajes importantes, la llamada Carta de
Colón
, fechada el 3 de marzo del mismo año,
comunicando el hallazgo de seis islas ricas en oro y habitadas
por unos extraños seres parecidos a los guanches de
Canarias. Dicha carta se tradujo pronto a diversos idiomas y se
imprimió en Florencia, Roma, Amberes, París y
Basilea. Los europeos extra peninsulares se enteraron por ella
del descubrimiento de la India, pero no de la ruta que
había que emplear para llegar hasta allí, cosa que
Colón guardó celosamente. Después de esto,
España estableció una técnica de sigilo en
torno a sus descubrimientos, lo cual impidió que dichos
europeos tuvieran noción de lo que iba apareciendo en
América. (Lucena Salmoral, 1994, p. 52).

A pesar de los esfuerzos realizados por Castilla para
ocultar su botín, resultó infructuoso, debido a que
esta verdad, era del tamaño de un continente, porque
ciertamente se supo, muy pocos años después, que no
se trataba de alguna isla, costa u otra zona desconocida de
Europa, Asia o la India, sino de un Nuevo Continente y de nuevas
oportunidades.

En torno a esta idea, señala el mismo historiador
lo siguiente:

En 1507 se difundió por Europa una noticia
sensacional: la nueva tierra de los españoles era nada
menos que un continente, el cuarto de nuestro planeta. La
revelación se hizo en una impresión de la obra de
Ptolomeo realizada por un equipo de sabios de la Academia del
Vasgo. En su prólogo, la Cosmographiar
Introductio
, se señalaba que así lo
había demostrado el navegante florentino Amerigo Vespucci,
en cuyo honor se proponía que el continente se llamase
América… (Ídem).

Los sumarios, celosamente guardados por España y
sus socios de Portugal, no se irradiaron aproximadamente
hasta el primer cuarto del siglo XVI, a pesar que se
desarrolló en un corto período una cantidad
considerable de viajes ejecutados por estas dos Coronas. Incluso,
por los pretéritos viajes que realizó en 1500
Amerigo Vespucci o Américo Vespucio, como después
se le conocería, con los cuales hubo de corroborar el
gigantesco tamaño del continente, lo cual motivó
además, toda una gran circulación de mapas y
descripciones que en principio servirían a los estudiosos
para levantar y sostener las teorías acerca del hallazgo,
pero que también acrecentó las motivaciones de los
gobiernos patrocinantes por guardar tal secreto, y las de los
eurovecinos por develarlos.

El silencio al cual sometieron lusos e hispanos al resto
de los europeos, tuvo su efectividad, porque -en el caso de
España- logró un monopolio de forma casi efectiva,
hasta 1520 y, ningún otro país pudo interferir,
más o menos, durante el lapso que iba desde 1493, tiempo
de la noticia del contacto, a la fecha anteriormente mencionada
(1520). Tal vez, la razón primordial fue el
desconocimiento cartográfico para enrumbarse hacia
América y, otra razón que cobra fuerza -desde la
óptica hasta ahora manejada- es todo el cúmulo
fantasmal y mitológico tejido en torno a aquellas tierras
y sus habitantes. Se hacía referencia a grandes tribus de
caníbales, de innumerables especies de animales venenosos
y salvajes, así como de plantas que podían tragarse
a un hombre entero, de las dificultades de acceso a tierra desde
el mar por los muchos arrecifes de corales y la densidad de
arbustos y enredaderas, en fin, a los elementos verdaderos se les
agregó mucho misterio para rodear la figura de lo que en
esencia, se sabía en boca de los descubridores,
era todo un paraíso terrenal.

Callar las verdades de las riquezas potenciales del
continente americano, suponía mantener al margen las
sedientas Coronas inglesa, francesa y holandesa, entre otras;
para abogarse a sí misma, España, lo que
ciertamente fue un gran botín.

Para entonces, el secreto de la navegación
atlántica era compartido por demasiada gente como para
permanecer como tal, los países del norte, Francia e
Inglaterra especialmente, contaban con una población
empobrecida, que buscaba en los puertos una salida a la miseria
que azotaba sus vidas. A la experiencia marinera de los franceses
se unió, además, la confluencia en los puertos
atlánticos -Le Havre, la Rochelle, Diepe- de una serie de
armadores dispuestos a financiar el viaje a quienes quisieran
aventurarse a la caza de un buen botín…
(Hernández, 1995, p. 146).

Comenzó todo un verdadero preparativo para
echarse a la mar atlántica, la logística de a bordo
debía ser suficiente para la carrera hacia las tierras
americanas, conocida luego, como la Carrera de Indias.
Necesario era pues, cuidar cada detalle, el aderezamiento de las
flotas suponía el logro de los objetivos, cada tripulante
quedaría sujeto al amparo de sus mentores Monarcas quienes
les despacharon como protectorado, cédulas y patentes de
corso, para hacerse de todo cuanto a su paso se opusiere con la
firme intención de lucrar a las Coronas que representaban,
porque, también de ello, se sufragarían los gastos
por concepto de marinería: hombres, barcos, alimentos y
armas, entre otros.

Cuadro Nº 1

Alimentos para cincuenta personas durante tres meses,
que ocuparían cuarenta y cinco toneladas de arqueo (50
prs. /45 t.) (Siglo XVI).

Bizcocho

…………………

20 sacos de 100 kilos

Vino

…………………

15 pipas de 443,5 litros

Cont. Cuadro N° 1

Aceite

…………………

6 botijas de 19 litros

Vinagre

…………………

4 botijas de 24 litros

Agua

…………………

30 pipas de 443,5 litros

Carne salada

…………………

3 botas de 532,2 decímetros
cúbicos

Pescado salado

…………………

3 botas de 532,2 decímetros
cúbicos

Habas, garbanzos y arroz

…………………

3 botas de 532,2 decímetros
cúbicos

Sal

…………………

100 kilos

Quesos

…………………

3 docenas

Leña

…………………

450 sacos de 1.400 kilos

Fuente: Pérez-Mallaína,
Pablo E. (1992). Los hombres del
océano.
Sevilla, España. pp.:
77-78

Cuadro Nº 2

Cargamento estimado en el viaje de ida, que
ocuparía unas doscientas cincuenta toneladas de arqueo
(250 t.) (Siglo XVI).

Vino

………………

52 pipas de 443,5 litros

Vino

………………

40 botas de 532,2 litros

Aceite

………………

200 botillas de 19 litros

Geranio

………………

28 barriles de 7 litros y 95
kilos

Clavazón

………………

25 barriles de 507 kilos

Hierro en planchuelas

………………

26 cajones de 70 x 30 x 30 cm. y 500
kilos

Fardos de telas

………………

150 fardos cúbicos de 60 cm.
de lado

Fardos de telas

………………

100 fardos cúbicos de 1 metro
de lado

Cajones de telas finas

………………

80 de 1,50 x 0,5 x 0,5
metros

Vinagre

………………

147 botijas de 20 litros

Aceitunas

………………

45 barriles de 65 dm3

Almendras

………………

45 barriles de 65 dm3

Cera

Cont. Cuadro N° 2

………………

6 cajones de 1,5 x 0,5 x 0,5
metros

Jabón

………………

6 cajones de 1,5 x 0,5 x 0,5
metros

Objetos de vidrio

………………

6 cajones de 1,5 x 0,5 x 0,5
metros

Libros

………………

6 cajones de 1,5 x 0,5 x 0,5
metros

Armas

………………

4 cajones de 1,66 x 0,63 x 0,63
metros

Fuente: Pérez-Mallaína, Pablo E.
(1992) Los hombres del océano. Sevilla,
España. p. 78

Entendiéndose que para los siglos XV y XVI las
pesas y medidas se expresaban de manera distinta a la de
épocas más actuales, el propio
Pérez-Mallaína Bueno (Op. Cit) expone con
relación a las conversiones realizadas que: "… en
cuestión de pesos y medidas, he seguido los datos de
Ladero, Miguel Ángel. La hacienda real de Castilla en
el siglo XV
. La Laguna 1973". (p. 130).

Los cuadros Nº 1 y 2 reflejan las cantidades de
artículos considerados necesarios según el tonelaje
de la flota; en este caso, particularmente se exponen las
referencias de dos naves de distintas proporciones: una de 45
toneladas de arqueo, y otra de 250 toneladas de arqueo, con
tiempo estipulado de navegación para ambas embarcaciones,
de tres meses. Asimismo, se puede inferir los tipos de rubros y
especias que formaban parte de la despensa para satisfacer el
consumo de la tripulación, se supone que se calculaba
según la dieta por individuo en Tierra Firme, comprendido
dentro del mismo lapso al cual se someterían en la mar.
Evidentemente, cada cálculo se sustentaba en los
referentes viajes de Colón, y siempre supeditados a un
margen superior para prever cualquier contra tiempo a la Carrera
de Indias.

En los subsiguientes cuadros, se presenta un
análisis pormenorizado de los datos anteriormente
expresados en función al consumo por individuo:

Cuadro Nº 3

De lo estimado para una embarcación de cuarenta y
cinco toneladas de arqueo, con una tripulación de
cincuenta personas. (250t. / 50 prs.).

Partes: 1, 2

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