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El Palacio de Justicia entre la retórica y la historia (página 6)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Arrieta de Noguera, María luz. Entre la barbarie y la justicia.
El holocausto del 6 de noviembre. Bogotá: editorial códice Ltda.,
2007. Capítulo VII, el duelo, págs. 77-79.

El 11 de Noviembre de 1985. "El lunes siguiente a los trágicos
hechos…El presidente Belisario Betancur programó un Te Deum en la catedral
como homenaje a las víctimas del Holocausto, ceremonia que fue rechazada
por las viudas y los hijos de los Magistrados asesinados…mediante el decreto,
No. 3245 dictado el 7 de noviembre, el Gobierno ordenó tres días
de duelo, durante los cuales la bandera nacional debería estar a media
asta, en todos los edificios públicos del territorio nacional…Los Magistrados
sobrevivientes declararon al Ministro de Justicia Enrique Parejo Gonzáles
que repudiaban cualquier decreto de honores, que no asistirían al sepelio
oficial ni llevarían los cadáveres de sus colegas inmolados
a una ceremonia a la Catedral Primada. Agregaron que enterrarían a
sus compañeros en forma individual y que no deseaban que en las ceremonias
de inhumación estuviera presente ningún representante del Gobierno.

Asonal Judicial organizó una marcha de duelo a nivel nacional,
que se llevó a cabo el viernes 22 de noviembre, con representación
de todos los distritos de la rama Judicial en el país. Los manifestantes
se concentraron en los Juzgados de Paloquemao a las 9 de la mañana,
marcharon silenciosamente por la calle 19 y la carrera 7ª hasta llegar
a la Plaza de Bolívar, portando claveles blancos que depositaron al
pie de las urnas. Luego asistieron a una misa solemne en la Catedral Primada.

El 21 de noviembre, eminentes juristas se reunieron en la capilla
del sagrario para rendir un homenaje póstumo a los Magistrados sacrificados
y para manifestar sus sentimientos de solidaridad a las familias. La oración
fúnebre fue pronunciada por el doctor César Castro Perdomo,
sencilla y emotiva, en la cual destacamos estas palabras –Fueron nuestros
Magistrados gentes sencillas, laboriosos, admirables ejemplos de Justicia,
y por eso sus virtudes no murieron con ellos porque seguirán proyectándose
indefinidamente para la posteridad y el prestigio derivado de sus vidas virtuosas
seguirá iluminado la justicia."

Para un país católico como Colombia donde ha sido tradicional
que las clases medias imiten a las altas en cuestiones de moral, incluyendo
su credos y ceremonias, la única posibilidad de expresar respeto, duelo,
conmiseración con las familias de las victimas era acudir a actos religiosos
propios de la iglesia católica. Incluso para quienes tenían
más razones de escepticismo y una formación profesional laica,
como los miembros de Asonal judicial, para ellos no hubo otro mejor espacio
social de expresión que acudir a los ritos católicos. Diferentes
miembros del establecimiento, en condiciones estratificadas distintas asumen
la Iglesia Católica como la expresión de su dolor y forma pacífica
de hacer sentir su indignación y frustración porque tales hechos
hubieran sucedido y el desenlace hubiera sido tan cruento.

LA LITERATURA EN VERSIÓN NOVELADA

Polania Amézquita, Salín. Mateo Ordaz en el Holocausto.
Bogotá: LitoAlex, 1995.P.78.

Es un relato novelado de baja calidad literaria que expone una concepción
religiosa a través de un diálogo de los protagonistas.

Son los hombres y las mujeres que viven la guerra y sus efectos los
que realmente pueden decir algo con sentido en el marco de la fe respecto
al significado del silencio de Dios frente al sufrimiento humano[114]La
gravedad de los instantes previos a enfrentar la muerte, lo que se siente
cuando se ve caer al compañero o compañera, que es la violencia
desatada y saber que no hay entrenamiento, instrucción, táctica
o conocimiento que prepare para morir y matar.

Esta novela sobre los hechos del Palacio de Justicia intenta de manera
poco lograda ser un relato novelado de los hechos, narrando una historia que
involucra a su personaje central Mateo Orduz y su amor de toda la vida en
unos hechos que le son ajenos, pero donde se encuentran concidencialmente
con los guerrilleros que se toman el Palacio de Justicia el 6 de noviembre
de 1985, entre los subversivos hay tres que fueron compañeros de colegio
en las zonas lejanas del Caquetá. De donde venía una parte sustancial
de los insurgentes del M19 que participaron en la toma.

Esta novela en la página 78 desarrolla la idea que tiene su
autor de la religión, la cual pone en labios de sus personajes:

"- Esa mujer era una santa – dijo Adela.

-¿Qué dice?

-Que Gloria es una santa-

-¿Qué es una santa? ¿Por qué?

-Por el amor con que mencionaba a su marido, y la ternura de su
rostro, y sus palabras cuando se refería a sus hijitos, y el cariño
que le debe tener a su mamá y a sus hermanos Consuelo y Oscar es algo
que salta a la vista, pobrecita ojalá Dios la proteja y le salve la
vida para que pueda volver al seno de su hogar.

-Que la salve a ella y a nosotros también-.

-Sí Mateo, pidámosle a Dios por todos nosotros. -¿Rezamos?

-recemos… ¿Pero qué?

-Cualquier cosa. Hablemos con Dios, Él nos escuchará.

Mientras Adela comenzaba su plegaria seguido por su esposo, Almarales
daba patadas al aire con furia…"

La idea de hablar con Dios es muy propia de las tradiciones cristianas
protestantes, los católicos rezan repitiendo oraciones aprendidas,
en cambio los cristianos son quienes tiene interiorizado que a Dios no se
le reza, se le ora, estableciendo una especie de diálogo y alabanza
en la que en gran parte de las veces se hace para elevarse y vincularse con
la divinidad sin entrar directamente a peticiones o contraprestaciones. Aunque
en el ejemplo dado, la oración se plantea como un medio de pedir la
intercesión divina para ser salvados en medio de la batalla.

"Estaban angustiados con guerrilleros y rehenes y las balas
zumbando y las llamas amenazantes contra ellos. En su gran sensibilidad de
hombre justo, veía Reyes a sus amigos que morían lentamente
y las dos señoras que con retoños en el vientre entonaban el
Himno a la Patria como manifestación, ésta sí, de un
acto heroico, volvía a lanzar su vigorosa voz, a taladrar los oídos
de los generales que con rabia ordenaban más descargas; y cuando pasaban
a un instante de silencio, el incansable héroe del Palacio, en su lucha
permanente sin armas; peor con voluntad de hierro sin doblar la rodilla, como
un sumo sacerdote en su propio sacrificio, se levantaba por encima de los
muros y escribía historia con sus últimas palabras:

-Por favor no disparen, somos rehenes, les habla el presidente
de la Corte, hay dos señoras embarazadas que necesitan atención
médica-"
(Pág. 117).

A pesar de que el autor no se ha esmerado en su prosa y el argumento
es una historia romántica tipo telenovela, desde la ficción
éste relato propone desde la últimas palabras del Dr. Alfonso
Reyes Echandía hacer una síntesis de las coordenadas de éste
hecho histórico, la relación entre el poder como fuerza, como,
ley, como poder del Estado vinculado a la religión y el desenlace de
hechos que no pueden ser tasados o medidos, los de la guerra, que paradójicamente
es la acción y la disciplina que despliega la máxima violencia
pero en su propósito destructor exige de los hombres poner en práctica
todas las formas de saberes, técnicas y tecnologías que puedan
ser aplicados según las circunstancias y recursos dispuestos.

Se refiere el autor al magistrado Reynaldo Arciniegas que salió
a dar un recado de los rehenes Y guerrilleros en la mañana del 7 de
noviembre de 1985, un mensaje que no hizo eco en la fuerza pública
y que nunca llegó al Presidente de la república:

"¡Oh corazón grande de los magistrados y consejeros
que estuvieron dispuestos al sacrificio para salvar a sus semejantes, bendito
sea!"
(pág. 140).

En la imagen real de más de 60 personas hacinadas en un baño,
esperando la muerte, el autor dice:

"Todos seguían pendientes de las virtudes teologales;
fe, esperanza y caridad"
(pág. 147)

El despropósito de rendirse ante la violencia del victimario
no supone valentía, valor o virtud, si no quedar paralizado de miedo
y sentir de manera impotente como no valen las razones jurídicas, ni
los principios constitucionales y legales, ni los complejos análisis
jurisprudenciales, para nada vale el discurso jurídico cuando la verdad
en ese momento está en las balas que se disparan de todos lados.

EL LIBRO QUE DEBERÍA LEERSE SOBRE EL PALACIO DE JUSTICIA

Carrigan, Ana. El Palacio de Justicia. Una tragedia colombiana.
Bogotá: Editorial Ícono, 2009.

La autora es una experta escritora y relatora que se ha probado en
la crónica periodística y en guiones de documentales que han
sido llevados a reconocimiento internacional en eventos cinematográficos.
Su poder narrativo no descuida el rigor de las fuentes, material que está
tejido de realidad y conocimiento. Por lo tanto éste libro es candidato
a ser parte de la historiografía sobre el Palacio de Justicia. Por
una parte la autora estuvo presente en la fecha de los hechos hace 28 años.
Su posición privilegiada como un periodista independiente e internacional
le ha permitido acceder a todos los protagonistas, los dirigentes del M19,
la única guerrillera que sobrevivió Clara Elena Enciso, los
investigadores y peritos, la fuerza pública, los familiares de las
víctimas, fiscales y jueces, al igual que vínculos con sus colegas
periodistas y personas que vivieron al interior del palacio los hechos, lo
que se complementa con sus diálogos y entrevistas con la clase política
y miembros del establecimiento de la época. A ello se suma un acceso
a las fuentes legales como expedientes, material de instrucción, los
diferentes informes que a lo largo de más de un cuarto de siglo se
fueron creando sobre los hechos por las diferentes comisiones encargadas para
investigarlos.

El epígrafe usado por la autora:

"Esta casa aborrece la maldad, ama la paz, castiga los delitos,
conserva los derechos, honra la virtud".

Esta era la inscripción a la entrada del edificio derruido el
6 y 7 de noviembre de 1985. Por allí entraron los tanques del ejército
burlándose del significado de tan irónico epitafio si se compara
su sentido con lo allí sucedido.

Los nombres de los personajes del hecho histórico expresan por
sí solos las raíces de origen judeocristiano imbricadas en la
mentalidad colombiana: María, hija de Andrés Almarales; Lázaro
uno de los guerrilleros de la toma, Gabriel uno de los testigos y sobrevivientes
de las horas finales de la retoma que estuvo hacinado en el baño del
entrepiso con más de 60 personas.

Explicación del Dr. Belisario Betancur al Tribunal especial
de Instrucción que investigaba los hechos:

"El don del consejo –dijo-, para quienes tiene la fe
es, además, el don del Espíritu Santo y yo soy un hombre de
fe. Infortunadamente, este don del consejo es muy raro, pero sí existe,
y los caballeros que son nuestros ex presidentes lo tienen"
(pág.
157).

El don del Consejo probablemente sí pudo haberse efectuado en
la antesala de los hechos y fue que el general Miguel Vega Uribe le recomendó
al Sr. Presidente dejar todo en sus manos. La hipótesis de un Belisario
pacifista y bonachón que fue engañado por los militares, marginado
de los hechos, al que se le dio un golpe técnico de Estado probablemente
no sea más que un mito, el Presidente ya tenía en su hoja de
vida un antecedente de violencia, la masacre de Santa Bárbara de 1963.
El perfil psicológico de los que asumen una actitud de mansedumbre
muestra que es una estrategia para contrarrestar un temperamento violento,
capaz de arremeter contra todo, de tomar la decisión de actuar con
máxima decisión en la destrucción.

"Por mi parte, lo que está en juego aquí no
es simplemente un Gobierno, o un sistema, ni siquiera el futuro de nuestra
sociedad, sino todo el sistema de valores que es parte intrínseca de
todas nuestra tradiciones y de la civilización cristiana de la cual
formamos parte, eso es lo que está en riesgo aquí"
(pág.
158).

Mejor argumento no había tenido Belisario ni siquiera cuando
en 1963 permitió la masacre de obreros ya referida, es un verdadero
"milagro" que más gente hubiera sobrevivido a la retoma del
Palacio de Justicia por la fuerza pública, perfectamente con lo que
allí "estuvo en juego", la democracia, las instituciones,
la civilización e incluso la vida Eterna y la invocación al
Espíritu Santo. Así las cosas, pudieron haber tomado la decisión
de bombardear el Palacio de Justicia y después "hacerle estatuas
a los caídos"
como lo dijera el Coronel Plaza Vega en el
fragor de la acción y de lo cual hay evidencia de audio.

"Capítulo 14 Operación Limpieza. El ejército,
el Gobierno, el Congreso, los medios masivos de comunicación y la Iglesia
se une para poner fin al desorden e iniciar la tarea de establecer una versión
aceptable y oficial de lo ocurrido"
(pág. 301).

La Iglesia como el gobierno fueron testigos impávidos del holocausto
por parte del ejército. Pasados los hechos la Iglesia asumió
sus ritos, sus ceremonias, sus invocaciones, sus celebraciones sacramentales
con incienso y agua bendita. Los altos jerarcas se dejaron oír en los
medios en una especie de vocería moral exaltando los valores cristianos,
consolando a los familiares de las víctimas, llamando a la reconciliación
y a la cordura a la sociedad, pidiendo apoyo al gobierno del Dr. Belisario
Betancur y promoviendo en los católicos colombianos una especie de
duelo basado en el optimismo en las instituciones y la promesa de que los
cambios de justicia social se irían realizando paulatinamente para
contrarrestar cualquier causa objetiva de la violencia y de la guerra política.
La Iglesia se dio a la tarea de capitalizar a su haber la crisis humanitaria
de ésta masacre de Estado.

4.13 EN DEFINITIVA

La religión es una idea y practica poderosa que abarca todos
los ámbitos de la vida y la muerte, del más acá y del
más allá, como ideología es penetrante porque apela a
la emotividad antes que a la racionalidad, además es un discurso envolvente
que tiene una explicación para todo lo que conmueve y aterra a los
seres humanos y al enseñar a confiar en lo sobrenatural irresponsabiliza
al creyente de su destino que se deja en manos de la providencia. Pero es
al mismo tiempo un consuelo poderoso, una fuerza para enfrentar los momentos
más duros de la existencia. Quienes vivieron la experiencia de estar
en un campo de exterminio hallaron en su fe y en su esperanza un modo de sobrevivir,
de allí surgió la Logoterapia[115]Los hechos
sucedidos 28 años atrás interpelan y seguirán haciéndolo
a quien se pregunta ¿Por qué?

La palabra holocausto, milenaria, anterior a la Iglesia Católica
romana, señala en su historia semántica y filológica
una relación de larga duración entre el poder y la fe, cuyo
escenario por excelencia en el ritual que delimita en lo cotidiano la frontera
entre lo profano y lo sagrado. Abraham es el padre de las tres grandes religiones
monoteístas que han tejido la historia de la civilización occidental,
Judaísmo, Cristianismo e Islam. Abraham sale a la vida pública
al ser probado por Jehová que le exige que en demostración de
su fe y fidelidad sacrifique su hijo primogénito que era un niño
que apenas se aproximaba a la pubertad.

La religión está llena de actos de dolor, de mortificación,
de pasión dolorosa, el Cristianismo es por excelencia una religión
que exalta el sufrimiento, el tormento. No se llega a la resurrección
sin antes haber recorrido la vía de la tortura, del viacrucis, de atormentar
la carne hasta la muerte. Sin sufrimiento no hay verdad. En lo más
profundo de la psique, un creyente puede ver el sufrimiento propio o de otro
como una forma de expiación, como un camino de fuego que purifica,
como un momento de dolor que tendrá su recompensa en la otra vida.

Usada respecto al Palacio de Justicia junto a conceptos como mártir,
sacrificio, "sagrado recinto de la justicia", "fe en las instituciones"
lo que se tiene es una sacralización de un campo que teóricamente
es laico, propio del derecho, de la heteronomía coactiva objetiva y
por lo mismo diferenciado, opuesto e independiente al campo moral y religioso,
al mundo de la subjetividad y la autonomía. Pero son distinciones tipológicas
que la realidad histórico-social supera. Esto sucede porque lo que
allí sucedió fue en verdad -un trance de muerte-.

Difícilmente la guerra en Colombia o en cualquier parte del
mundo humano, podrá estar ajena a la relación entre política
y religión y un ejemplo claro es uno de los hechos notorios en la historia
contemporánea, la toma y retoma del Palacio de Justicia en 1985 y la
narrativa que ha suscitado en los textos e hipertextos que narran lo sucedido.
Las incontables muestras de integración ritualista en la esfera pública
que integra la relación entre política y religión. Es
que lo profano y lo sagrado acompaña la vida del hombre occidental
antes que existiera conciencia de un mundo dividido entre las antípodas.

Pero existen muchos ejemplos más, en que política y religión
se involucran en la guerra en Colombia. Existe una guerra que ha sido invisible
para los medios de comunicación colombianos, pero real y de enorme
sufrimiento, que se ha librado en el Chocó, la región de mayor
concentración de afro-descendientes en Colombia, que ha empoderado
grupos paramilitares racistas, conformados por mestizos que se auto-interpretan
blancos y donde a las comunidades arrasadas se les ha prohibido cualquier
ritual funerario, principalmente los llamados cantos alabaos, que son tradicionales.
Forma de guerra simbólica que no conforme con matar los cuerpos lo
hace con las mentes de los sobrevivientes que en su credo no sólo enfrentan
a la muerte física de sus parientes, sino el daño que sufren
en el más allá las almas de sus seres queridos, que quedan sin
paz ni descanso eterno.

Colombia es un país de profundas contradicciones, un escenario
de lo orgiástico tanto en la vida como en la muerte, con rasgos profundos
y contradictorios de personalidad colectiva, como es propio de toda sociedad
compleja, en medio de un conflicto de décadas y sin solución
real y efectiva a la vista. Pese a las negociaciones en la Habana con las
FARC en 2013.

A la capacidad de empatía, solidaridad, compasión sobreviene
la ira, la destrucción extrema, el uso de la tortura y la desaparición
como medios políticos en la estrategia de suprimir el oponente y es
algo que usan todos los actores armados, tanto legales e institucionales como
los ilegales para sobreponerse no sólo física y materialmente
si no de forma prevalente a través del miedo, llevando la guerra a
un nivel abstracto, pero no menos brutal.

En el diario El Tiempo el 22 de Noviembre de 1985 se publicó
un mensaje titulado:

"Pide la Iglesia, no más indolencia ni silencio frente
al crimen".

Sin embargo en las honras fúnebres simbólicas de los
días cercanos al Holocausto, los altos prelados llamaban a la cordura,
a la tranquilidad, a asumir los hechos con una actitud contemplativa, reflexiva,
un llamado lo más cercano a la indolencia frente al crimen de Estado
que se realizó ante los ojos de Colombia y el mundo.

Interpretación

El Holocausto del Palacio de Justicia significa que Colombia es un
país que ha estado en guerra, aunque el ejecutivo y los otros poderes
se hubieran resistido tradicionalmente a reconocerlo. Despierta asombro que
los propios colombianos sean testigos impávidos de la violencia. Que
hayan aprendido a convivir con ella con una naturalidad inexplicable salvo
que se recurra a la idea de una minoría de edad como la planteara Kant,
donde no ha habido tampoco desarrollo de la inteligencia moral en la gran
mayoría de la población y por ende se vive sin mayores problemas
en medio de la violación de los derechos humanos, la injusticia social
y la corrupción a todo nivel; donde cada quien va detrás de
lo suyo y no le importa nada más. Por eso, probablemente, es que el
país aparece encabezando las encuestas en la comparación mundial
de ser uno de los pocos, donde la gente es más feliz y así lo
demuestran los cientos de ferias, carnavales, reinados, fiestas, excesos orgiásticos
a lo largo y ancho del territorio nacional en cualquier época del calendario
civil.

El palacio de Justicia como hecho histórico marcó un
recrudecimiento de la violencia política que comprometió una
arremetida por parte de la extrema derecha y miembros del Estado en el desarrollo
del paramilitarismo que se inició en vínculo directo con el
narcotráfico. Todos los actores del conflicto armado en Colombia son
violadores de los derechos humanos y desarrollan sus actos de terror y de
ataque militar sin considerar el daño colateral en la población
civil. El M19 se tomó a sangre y fuego la Corte por lo tanto su responsabilidad
política e histórica es enorme.

A quienes se tomaron el Palacio, a excepción de una guerrillera
que logró escapar al cerco y control militar, se les aplicó
de una u otra forma la pena de muerte, no contemplada en el orden vigente
establecido para el caso específico, formado por la Constitución,
el código penal sustantivo que trata de los delitos y las penas; y
el código de procedimiento penal, que permite de forma práctica
el derecho a un debido proceso, a una defensa técnica, a ser tratado
por las autoridades bajo la presunción de inocencia mientras no haya
una sentencia condenatoria en firme.

El delito de desaparición forzada fue cometido frente a las
cámaras de TV. Impactó en su momento y lo ha seguido haciendo
durante más de 27 años a la esfera pública formada por
la audiencia de los medios de comunicación masiva, testigos de los
acontecimientos. De ello hay una impresionante masa de fuentes audiovisuales
que son documentos históricos junto a los informes de criminalística;
la anamnesis forense inmediata al suceso de la toma y retoma, registrada en
documentos oficiales; la reconstrucción antropológica 25 años
después; las filtraciones a modo de testimonios y confesiones por presuntos
miembros orgánicos de la Fuerza Pública que participaron o tuvieron
conocimiento de los hechos. -Como la versión de que una de las empleadas
de la cafetería Ana Rosa Castiblanco con más de siete meses
de embarazo dio a luz en un camión del ejército, ella murió
horas o días después a manos de sus captores y torturadores
pero su hijo fue robado y criado por un miembro de la fuerza-.

La verdad de los hechos no la tiene nadie y el hecho en sus efectos
adversos humanitarios y penales no ha terminado y no terminará mientras
sigan personas desaparecidas. Sobre los presuntos responsables hay un manto
de impunidad que podría llevar al país a enfrentar una acción
más directa de la Corte Penal Internacional como ya lo está
haciendo la Comisión Interamericana de Derechos Humanos.

Dicen los que sobrevivieron al evento que éste puede denominarse
un gran estropicio, una ruidajera aturdidora que se desarrollaba en una continuidad
de improperios y blasfemias. De pronto había un descanso mínimo,
un pequeño atisbo de esperanza frustrada, cuando las armas principales
cesaban para ser recargadas, hasta que rompiendo la tregua volvían
a lanzar su fuego atronador. La guerra en clave de exterminio dejaba oír
su estrepitosa empresa de destrucción en el corazón histórico
y administrativo de Colombia, una nación a la que tardíamente
se le reconoció de forma constitucional ser multiétnica y pluricultural,
que en ocasiones parecer ser odiada por sus gobernantes en un país
consagrado y re consagrado al Sagrado Corazón de Jesús y tantas
veces ofrecido a la Virgen de Chiquinquirá patrona de Colombia.

El escenario de la batalla contó con tanques y vehículos
blindados, helicópteros, artillería antiaérea, material
explosivo perforante, granadas incendiarias, aturdidoras y de fragmentación,
variedad de gases lacrimógenos, dispositivos de mira infrarroja, se
dispararon miles de cartuchos y un batallón de más de 1000 hombres
provistos de bendecidas armas automáticas dispuestos como una máquina
de relevos en la táctica de obligar al enemigo a consumir su parque
y entrar en fase de agotamiento. Todos estos recursos fueron usados en un
recinto cerrado, cubierto con una protección de hormigón enchapada
en mármol.

La edificación con un área construida equivalente a cinco
canchas de futbol se convirtió en una caja de resonancia cerrada, suficiente
para crear un infierno de ruido y es que todos los elementos fueron desatados
en el pequeño Armagedón. El ruido ensordecedor fue el aire;
un gran incendio devorador de la madera y la carne, formó el fuego;
al final de la jornada una inmensa polvareda de muerte y hollín ensangrentados,
fue la tierra. El agua, estuvo presente y ausente en todas partes y en ninguna,
fue signo, en la sed de la agonía y de la esperanza frustrada miles
de veces en sólo 27 horas; símbolo de vida en el corazón
de la muerte.

Todos los elementos del origen del mundo, del imaginario primitivo,
del principio mitológico, del comienzo de la física antigua
fueron desatados en el Palacio de Justicia, fueron aterradores, se libró
una batalla épica y de paradojas enormes porque los ocupantes armados
muy rápidamente pasaron de la iniciativa en la ofensiva letal a la
acción débil de contención, de defensa, de resistir una
situación de avanzada militar insostenible.

La guerra es entre todas las actividades humanas complejas la que más
demanda inteligencia, pensamiento estratégico, desarrollo de conocimiento
y tecnología y es el punto extremo de todo proyecto, porque es el alfa
y el omega de toda capacidad productiva. Es límite de la fe, de los
valores y vicios humanos. No existe una actividad más integradora de
saberes y prácticas que la guerra. Es de todas las prácticas
sociales y culturales, la actividad que más exige recursos de todo
tipo y tiene a los hombres como fuerza en despliegue y les deshecha como objetos
biodegradables.

La guerra es la forma en que la cultura en el límite de la biología
ve de frente a la muerte, es la energía que transforma la demografía
y las capacidades técnicas y tecnológicas en manos de quienes
ejercen el poder y la resistencia al mismo. La causa y el efecto de la guerra
es la propiedad privada sobre los bienes y los objetos de deseo. La guerra
ubica en le centro del protagonismo al cuerpo que es pulsión de vida
y muerte; trabajo y consumo; deseo de goce y frustración; ira y miedo
a la vez. De ahí que la religión y la guerra sean hermanas como
también la política lo es de ambas. Porque como es la sangre
al metabolismo así es el dinero al sistema capitalista, y la guerra
es el punto nodal donde economía y metabolismo se hacen una función
biunívoca. Por eso literalmente la sangre es medio de pago universal
y objeto transable. La guerra es entre todas la actividades civilizadoras
como la educación, la más importante de todas porque su elocuencia
es vitalista no discursiva, son los cuerpos heridos, mutilados, desfigurados,
descompuestos, profanados, desaparecidos su didaxis.

La guerra es la madre de la civilización, fue la guerra la que
dio causa a la política y a la religión, propició el
inventó del derecho para contrarrestar la violencia. La guerra es la
base de toda productividad y todo consumo en un mundo frenético por
el afán de lucro, de acumulación, de despilfarro, de innovación
letal continua contra el planeta y contra la vida, en oposición al
hombre creador. La humanidad es objeto enajenado del espíritu, hombres
y mujeres son alienados de su propio afán y del fruto de su trabajo.
El seudo evangelio de la productividad consume todo a su paso, incluso se
devora así mismo sin tregua, dándole otra forma y significado
al mito de Prometeo.

En la dialéctica entre gobernantes y gobernados política
y religión son los discursos que legitiman el poder y lo sustentan
por medio de la fuerza y el control de la subjetividad, crean las condiciones
de la expansión de los imperios. No es la hartura y la calma las que
han creado al hombre, ni el trabajo socialmente acumulado en tiempos de paz,
ni han sido la cultura y la civilización creaciones espontáneas.
La humanidad es obra de la pulsión de muerte convertida en satisfactor
y necesidad. Los eternos medios de producción del trabajo social ante
la seguridad y la lucha por conservar los bienes o arrebatarlos, son la muerte,
la violencia, la ciencia y arte de la guerra, la explicación sobrenatural
que de un sentido a la sangre derramada. Son las astas de la esvástica
que crea el mundo humano destruyendo el mundo natural. Y la violencia del
hombre sobre la naturaleza y su propia especie, sustentan la cultura. Por
eso deseo insatisfecho, miedo e ignorancia son la base oculta de toda civilización.

Ninguna sociedad ni cultura en el tiempo ha podido confiar plenamente
su destino a la moral autónoma o a la ley heterónoma. Sin sanción
colectiva ni castigo eficaz hay disciplinamiento de la conducta social que
permita aprovecharse de la fuerza de trabajo y de sus frutos acumulados en
forma ordenada, equitativa y pacífica. Sin un dispositivo de fuerza
que por coacción haga cumplir las normas, la cultura y la sociedad
no podrían subsistir. La violencia es parte connatural del orden; del
apego a la vida del débil amenazado por el fuerte; de la lucha por
la supervivencia y de la voluntad de poder para mantenerse en la existencia
y consolidar las posiciones estratégicas de la política, las
posesiones ganadas, creadas, usurpadas, en uso. El poder se vale del miedo
y del temor y en ocasiones del terror, para nutrirse, mantenerse, reproducirse
y evolucionar.

El papel de la Historia es el de hacer conscientes de la guerra a los
seres humanos, de su papel fundador y continuador de las gestas humanas, para
mantener la injusticia o para revelarse contra ella en un afán de mejorar
la vida, de emanciparse. La historia debería preparar para la batalla
del presente permitiendo conocer las batallas del pasado, por eso la Historia
tiene que ver con la guerra, con la política, con las culturas, con
las civilizaciones, con las creencias, con los vicios y virtudes de la humanidad.

No se estudia "la vida en sociedad de los hombres y mujeres
del pasado"
[116] para saber más de ellos si
no para descubrir de dónde se ha venido a ser lo que somos, quiénes
somos y son los otros, qué se ha tenido y tiene en realidad, que se
ha hecho y se puede hacer. El impulso por la historia no es el culto al pasado
y la nostalgia de lo que se ha ido y el interés mórbido por
lo que pasó si no desentrañar en las imágenes y huellas
del tiempo ese rostro en la arena[117]que es el hombre, antes
que sea borrado por la fuerza de los elementos, después de todo en
la lucha entre el hombre y la naturaleza el hombre nunca podrá proclamarse
vencedor, pero en la cultura el hombre es su memoria, ella es la base de su
identidad, de su amor propio, de su orgullo y dignidad. Las sociedades que
no tienen memoria histórica no existen por sí mismas.

Erich Fromm en su obra "Anatomía de la destructividad
humana"
explica apartándose de la teoría freudiana
sin ir en su oposición metodológica y conceptual que efectivamente
la guerra es el campo de batalla entre la pulsión de vida y la pulsión
de muerte, es la confrontación suprema entre lo erótico y lo
repulsivo. Dice Fromm que hay una fantasía en la violencia extrema
que lleva al goce omnipotente del torturador y violador que ejerce su labor
destructiva desde un narcisismo reivindicativo, daña al otro para afirmarse
en la existencia y su goce sin ser sexual es orgiástico, es pasión,
supremacía del propio cuerpo sobre el cuerpo del otro disminuido, torturado,
mutilado, destruido, desaparecido, representado en ausencia, en la sintaxis
simbólica de lo sagrado.

La guerra sin honor donde vale todo es necrofilia pura porque material
y simbólicamente se mata y se come del muerto, se goza con su suplicio.
Por eso la historiografía y literatura al respecto del Palacio de Justicia
durante más de 27 años ha planteado una hipótesis con
potencial resolución de verdad. Se trata de que una aberrante satisfacción
sádica de gozar el sufrimiento del otro parece haber poseído
a los altos mandos militares y sus subordinados el 6 y 7 de noviembre de 1985
y los días posteriores en que se prosiguió con la tortura, la
muerte, la desaparición de las víctimas de la cafetería
asumidas por discriminación social y económica como indudables
colaboradores de la guerrilla del M19, allí en ese gesto de muerte
absurda y desprecio por la vida se selló el calvario que han vivido
cientos, miles, millones de desplazados, perseguidos, amenazados, llorando
en la distancia sus muertos sin poderlos sepultar, porque en Colombia la pobreza
no sólo margina y excluye de lo social si no que hace que se mate a
la gente, ser pobre se volvió desde el Holocausto del Palacio de Justicia
un delito que se paga con la muerte, porque los pobres son vistos como resentidos
y afines a las causas reivindicativas de los extremistas de izquierda, esos
–que amenazan la democracia maestro-.

Toda acción sujeta al cálculo medio fin es racional.
Por ende los hechos aciagos del 6 y 7 de noviembre de 1985 no pueden ser tachados
de irracionales porque invocar falta de cordura sería una forma de
expiar el dolo de quienes perpetraron la masacre de forma sistemática.
Allí hubo excesos de toda clase. Pero tanto guerrilleros, fuerza pública,
víctimas y sobrevivientes operaron dentro de márgenes de racionalidad.
Para unos su estrategia fue su perdición y para otros su oportunidad.
Una vez establecida una ventaja numérica y militar, la fuerza púbica
se enfocó en asestar un golpe contundente, sin mediar un costo/beneficio
humanitario. Se trató de una operación de arrasamiento y aniquilamiento
que no le importó el daño colateral. Establecida la operación
de retoma esta se hizo indiferente al dolor y muerte de quienes perecieron
en el teatro principal de los hechos ese miércoles y jueves, 6 y 7
de noviembre de 1985, y días después en instalaciones militares
bajo la tortura de la lustrada bota militar. Un costo mortal tanto para los
que fueron hallados como para los que quedaron desaparecidos. Costo al que
se suma el sufrimiento de las familias, la intranquilidad y la baja estima
por la vida de sus asociados que el Estado demostró con todo furor
cuando dio rienda suelta al aparato militar bajo el silencio cómplice
de los industriales, políticos y prelados de la Iglesia oficial.

El pensador alemán en la tradición de la Escuela de Frankfort,
Jürgen Habermas planteó la Ilustración como un proyecto
inconcluso amenazado por la racionalidad instrumental. Precisamente el Palacio
de Justicia muestra como esa heredad republicana inserta en la tradición
ilustrada del contrato social, basado en la confianza laica en el derecho
y las instituciones ha sido frente a la violencia endémica, a la
colombiana
, un proyecto no sólo inconcluso sino sin agenda. El
Holocausto del Palacio de Justicia tiene una de sus causas en el Frente Nacional[118]muestra
como la República nacida de la Constitución de 1886 tuvo una
razón práctica basada en la hegemonía bipartidista obsesionada
por la búsqueda de un sistema legal y moral donde tuviera sentido y
aplicación el imperativo categórico híbrido de la legalidad
y la fe cristina[119]la inmadurez democrática constituyó
a la colombiana, el "proyecto inconcluso de la modernidad".
Como lo expresara Consuelo Corredor, experimentar la modernización
y el modernismo sin modernidad[120]

El 6 y 7 de noviembre de 1985 la única razón práctica
que imperó fue la de la biología eugenésica de liberar
al cuerpo social de elementos invasivos, dentro de un uso literal del control
de plagas, el mando militar decía a los subalternos, –fumíguelos-.
El establecimiento obró poseído como un lenguaje de programación
inconsciente, bajo una forma espontánea, sin mediar teorías
o sistemas, se dio un despliegue de biopoder imbatible que decidió
eliminar células cancerosas en el tejido de la sociedad[121]

Se operó para aniquilar al contrario sin reconocerle dignidad
ni estatus humano. Se orientó la razón militar instrumental
para hacerlo de tal manera que no quedara ni una tumba. La tradición
crítica kantiana, la visión de civilización de Hegel
pensando que la filosofía, el derecho y la religión serían
el culmen de la razón no tuvieron eco; el desarrollo de las escuelas
jurídicas, de la teoría de Kelsen y Bobbio[122]fue
acallada por el fuego anaranjado magenta que cubrió devorando la edificación
y el ensordecedor traqueteo de las armas automáticas.

La razón de Estado que propició el Holocausto demostró
que las instituciones, el derecho, el orden jurídico, el establecimiento
moral, los valores cristianos no son más que una entelequia demagógica
frente a la razón práctica de la voluntad de poder. Porque no
se respetó la vida de los rehenes ni de los combatientes vencidos,
por eso las ejecuciones extrajudiciales y el desaparecimiento de algunas de
las victimas lo que demuestra es que los grandes juristas del país
no tenían nada para su defensa, sus textos y discursos nada podían
hacer para contrarrestar la pena de muerte que sobre culpables e inocentes
se cernió. Esta batalla del Palacio de Justicia, esta versión
colombiana de la guerra de baja intensidad, también la perdió
la academia colombiana sin jugarse por la paz ni por la guerra, sin asumir
la defensa de nada, simplemente mimetizada en el academicismo foráneo,
siempre diciendo cosas, entelequias teóricas, vanos discursos sin referente
ni verdad, elaborando, elucubrando, vociferando sin afirmar ni negar, sin
comprometer nada por la justicia y la vida.

El Palacio de Justicia como el Holocausto nazi, guardando las debidas
proporciones con la Historia y con las víctimas, son ejemplos de que
la modernidad ilustrada ha sido un proyecto más que inacabado, frustrado
en la civilización occidental y que la razón instrumental sin
desarrollo moral y ético lleva inexorablemente a los seres humanos
al peor de los mundos, donde sólo prima la ley del más fuerte,
la voluntad de poder, la selección natural, las estrategias de adaptación
donde los corruptos, los asesinos, los mentirosos, los cobardes reciben premios,
condecoraciones, bonificaciones, renombre institucional bajo el amparo del
silencio cómplice frente a sus crímenes de lesa humanidad.

Así como el campo de exterminio de Auswichtz es un punto de
inflexión en la historia universal contemporánea en perspectiva
Europea, la toma y retoma del Palacio de Justicia es un punto de antes y después
en la Historia de Colombia. El problema es que todo se ha conjurado para no
ver éste hecho con la gravedad que representa y significa para las
generaciones futuras de colombianos respecto al Estado y el ejercicio del
poder.

Cuando contra todo pronóstico realista prosperan los procesos
en contra de los victimarios, estos obtienen como premio de consolación
prisiones seguras, confortables, sin hacinamiento, sin carencias ni restricciones
de horario, alimentación, recreación y visitas, dotadas con
gimnasio, instalaciones deportivas, tecnología de vanguardia y bibliotecas,
con posibilidades de tratarse enfermedades en el exterior. Además mantener
su rango al interior de las guarniciones militares. Sólo 20 años
después[123]cuando ya muchos de los culpables y dolosos
habían muerto plácidamente en los laureles del reconocimiento
la justicia deshizo el camino de la impunidad e inició un trabajo que
aún está lejano de culminarse, por aquello de la verdad, la
justicia y la reparación no sólo resarciendo el derecho de los
familiares de las victimas sino con esa inmensa parte de la nación
colombiana que es decente y exige que se cumpla con la Constitución
y la ley.

La destrucción del Palacio de Justicia sin contemplación
de sus ocupantes permanentes y ocasionales bajo el pretexto de defender la
democracia y salvaguardar las instituciones, puede ser descrita indirectamente
parafraseando la siguiente cita:

"La más insidiosa empresa de la razón contemporánea
es la de sustituirse al cuerpo. Lo que estamos perdiendo hoy no es la "libertad
de espíritu" sino la "posibilidad del cuerpo". La violencia
y la crueldad son la consecuencia de la perversión de una razón
superabundante que ha olvidado sus orígenes. Si al otro lo suprimo
como cuerpo lo suprimo como fuente de deseos y así anulo la más
turbadora manifestación de la otra corporeidad"[124]

La sociedad laica como ente ficto fue elemento de argumentación
en la retórica de defender las instituciones como respuesta a un hecho
histórico constatable, las fuerzas culturales que en la sociedad colombiana
operan en la dialéctica entre religión y espíritu laico
son económicas, un capitalismo ramplón y dependiente oculto
bajo una máscara jurídica, una verborrea teórica, una
retórica del deber ser, una doble moral hipócrita, cobarde y
asesina. Sustituido todo ídolo, todo conocimiento, todo referente axiológico
por el hedonismo del consumo, por el afán de lucro, por el enriquecimiento
rápido y fácil, la racionalidad se ha apartado de todo ideal
noble. Es una pragmática del costo/beneficio, para obtener prebendas,
galardones, rangos, reconocimientos, premios y títulos.

"Esta perversión real del pensar racional, cuyo presentimiento
alimenta aun oscuramente nuestra experiencia actual de crisis no es casual
ni tiene un origen misterioso. Está en la lógica de una racionalidad
nacida en el momento mismo en que se consolidan los dualismos y se deshacen
los teísmos. Perdida la unidad remota aunque consoladora de lo divino,
los dualismos producen la perversión de la razón contra el cuerpo
y siempre en nombre del espíritu"[125].

En el Palacio de Justicia se invocó un espíritu convertido
en espectro, el de las instituciones supuestamente amenazadas, fue un motivo
laico y civilizador que permitió desplegar una pasión asesina,
para enfrentar con superioridad de masa dotada de arsenal contundente que
se desplegó y usó de manera compulsiva contra unos insurrectos
fanáticos que profanaron el establecimiento representado en la sede
de las altas Cortes.

Los militares oficiaron de sacerdotes de un nuevo orden a partir de
un sacrificio de expiación, una ceremonia de purificación, un
ritual de sangre vertida al dios Midas alimentado por la codicia y el miedo
de la multiforme doctrina de la seguridad nacional. Recordando a Jorge Zalamea[126]Subieron
por las escalinatas bajo el ruido cómplice de los medios de
difusión de imágenes y discursos, bajo el amparo de los
palacios y los templos
. 28 años después ¡crece,
crece, la audiencia!

Conclusión

El Noticiero TV Hoy en su emisión de la noche del 7 de Noviembre
de 1985 dedicó 19 minutos a hacer una sinopsis de los hechos del Palacio
de Justicia, la abogada y periodista Judith Sarmiento y el ya fallecido presentador
Hernán Castrillón Restrepo resumieron la posición de
la Iglesia Católica, única iglesia en Colombia asociada al poder
político, consistía dicha actitud en un llamado "vehemente",
-decían los comunicadores- a cerrar filas en torno a apoyar al gobierno
y las instituciones, guardar calma y serenidad, y a asumir con esperanza el
futuro del país pese a la magnitud de la tragedia y las dolorosas imágenes.

Dieron la vocería a Monseñor Marío Revollo Bravo
Arzobispo primado de Colombia quien consideraba que la situación era
inquietante pero al mismo tiempo exigía de los cristianos en su fe
confianza en las instituciones, en el gobierno, en los poderes públicos
sobrevivientes y en que era posible solucionar los problemas sociales y económicos
superando la violencia. "La Fe en Dios no puede ser pesimista y hay
confianza en la capacidad de recuperación del pueblo colombiano
",
-dijo-.

Tras las breves palabras del prelado se hizo una toma de la bandera
ondeante en el techo del derruido palacio de justicia y muestran a un soldado
con el rostro cubierto de hollín haciendo señal de victoria,
inmediatamente se ve a otro soldado en la plaza mirando hacia la edificación
destruida al mismo tiempo que se santigua, en una retórica de la imagen
cuyo significado es la esperanza y confianza que otorga la fe cristiana.

Inmediatamente después, el noticiero va a comerciales y al retornar
la emisión cambia de tema y pasa a cubrir el Reinado Nacional de Belleza
desde Cartagena y participan en la nota algunas de las candidatas, entre ellas
la Sta. Ana Bolena Meza representante por Bogotá que comenta los temas
del palacio y pide que no se repruebe al reinado de belleza. La señorita
Sandra Borda Caldas, quien era la reina de Colombia elegida en 1984, fue entrevistada
y habló sobre las medidas de seguridad en Cartagena para evitar un
atentado similar al de Bogotá. Segundos después se muestra la
imagen de una periodista saludando de beso al actor Guillermo Capetillo invitado
especial al reinado como jurado y se le solicita que dirija unas palabras
de consuelo al pueblo colombiano en momentos tan difíciles[127]

El noticiero cierra con el desparecido periodista de origen español
José Fernández Gómez con una nota final sobre los heridos
del palacio atendidos en diferentes hospitales y clínicas de Bogotá,
como fue el caso del Magistrado José Roldan. Se menciona medidas de
apoyo del gobierno nacional para el sepelio de los magistrados, se cita a
honras fúnebres y se decretan tres días de duelo y la reconstrucción
inmediata del palacio. Las últimas imágenes son las ruinas del
palacio, restos humanos en bolsas trasparentes inapropiadas para tales menesteres
que demuestra la decidía intencional con la que se manejó la
evidencia material probatoria de todos los delitos que en 27 horas de terror
se cometieron por parte de todos los actores involucrados; avisos de reconstrucción
de expedientes y el saludo de los sobrevivientes en la plaza de Bolívar,
se avisa que la justicia como servicio público no se detendrá
ante la racha de locura atribuida exclusivamente al M19[128]

Es pertinente interpretar la historia del último cuarto de siglo
en Colombia, en la relación entre política y violencia teniendo
presente los hechos del 6 y 7 de noviembre de 1985 y sus consecuencias que
aún se siguen manifestando en la manera como el conflicto ha escalado
en su desprecio por la vida, dos ejemplos el paramilitarismo genocida, los
falsos positivos. Los desaparecidos son razón suficiente para pensar
que es un hecho histórico el del Palacio que aún se está
efectuando mientras los familiares de las víctimas no sepan la verdad
ni recuperen los restos de sus seres queridos, si ello fuera materialmente
posible, dado que en múltiples versiones los victimarios parecen haber
tomado medidas para desintegrar toda evidencia.

La religión es parte de la guerra como lo es la guerra de la
política. Durante más de 27 años el ritual católico
se ha pronunciado frente a los cuerpos ausentes que han sido objeto de veneración
y rituales en su presencia simbólica. La ceremonia de expiación
que reconoce el sacrifico de las víctimas como un pago sagrado ha tomado
el papel de una forma cultural y semiótica de expresión no sólo
espiritual sino política en la forma de resistencia y exigencia de
derechos de quienes aún continúan siendo pertinaces en que el
Estado y sus agentes involucrados respondan por sus crímenes, por la
gente inocente que capturaron, torturaron, asesinaron y desaparecieron.

significa
que es un hecho de la historia actual de Colombia que se ha convertido en
un fenómeno sociolingüístico que ya hace parte de la memoria
colectiva e histórica, de las artes escénicas y pictóricas,
del séptimo arte, de la imagen visual y audiovisual de este país.
El tanque del ejército entrando por la puerta principal del Palacio
es un ícono de la historia reciente de la violencia que se tomó
el corazón de Colombia. Es además fuente de inspiración
para la historia oficial que es la anti-historia[129]

Basta leer los títulos de los libros publicados sobre el hecho
para darse cuenta que se ha creado a partir de los sucesos más literatura
que historiografía. Evidentemente se trata de una moda en aumento,
consiste en esa manera novedosa, llamativa de titular los libros de historia
y las investigaciones que se publican. Una estrategia de mercadeo para la
producción historiográfica, parecería que se escribe
con un afán de sensacionalismo que convierte cualquier acontecimiento
en un discurso, en una comparsa donde son los invitados el retruécano,
el oxímoron, la sinécdoque, la metáfora, la hipérbole,
la antonomasia, la metonimia, la hipérbaton, el símil. Todo
un arte para llamar la atención del lector, capturar su interés,
invitarlo a que tome el libro y lo compre. A punto que de seguir esta moda
retórica no habrá mucha diferencia en un futuro entre la teoría
de la historia y la teoría literaria.

La principal conclusión histórica es del orden jurídico
y político, el hecho del Palacio de Justicia es el caso de desaparición
forzada más claro y evidente que se ha tenido en Colombia y en el mundo
por parte de agentes del Estado, que es además un delito de lesa humanidad
que sigue perpetrándose mientras el asunto de los desaparecidos no
tenga solución. La única posible es que se confiese que se hizo
con sus cuerpos, que lo que quede de sus restos previa identificación
por cotejo de ADN les sea entregado a sus familias, que se les diga la verdad
de lo que pasó, para que se pueda seguir al paso necesario del duelo,
del perdón, de una reconciliación que no sólo es necesaria
para los familiares de las víctimas y los perpetradores y responsables
sino para toda la sociedad colombiana. Pero todo lo que ha sido éste
tema de la historia de la violencia y la destrucción de buena parte
de las más brillantes mentes de la rama judicial no puede olvidarse,
no puede pasarse la página y ya. El veredicto más contundente
no será el de los jueces temporales sino el de la Historia[130]

La religión y la política tienen su relación más
profunda con el Palacio de Justicia a partir de los desaparecidos, todas esas
ceremonias de duelo incompletas, todo el drama de los familiares tejiendo
fantasías para sobrellevar la angustia incesante de no saber nada de
una persona querida que el 6 de noviembre de 1985 salió a trabajar
o hacer una diligencia a Palacio y nadie jamás la volvería a
ver. Decía el Sr. Enrique Rodríguez padre del desaparecido administrador
de la cafetería Sr. Carlos Rodríguez, -¿Cómo
es posible que ante los ojos de todo el mundo, que en el corazón mismo
del poder público, se asesine y desaparezca a la gente y nadie sepa
ni diga nada
?- (Ver archivo audiovisual anexo).

Todo esto daría para escribir muchos relatos de "Escalofríos"[131]donde
no se necesitaría inventar nada, – fosas sin nombre y cuerpos sin tumba-
por el fanatismo laico de defender la democracia y las instituciones o por
el otro modo de extremismo, de imponer a la fuerza un juicio al Presidente
de la República. La bipolaridad de las "ideologías"
empuñando las armas, ni unos ni otros tuvieron en cuenta las vidas
humanas que amenazaron, retuvieron, cegaron, y sólo sabe el Dios que
invocan las víctimas en los relatos, que más les hicieron.

La desaparición forzada como arma, establece de frente la relación
entre la religión y la guerra, negarle una tumba al cadáver
del enemigo tiene un significado político y religioso, –los muertos
no hablan pero sus cuerpos sí
-[132]. El cuerpo
de los desaparecidos alcanza por la publicidad la esfera de lo público,
se vuelve una noticia que cuando parece olvidada vuelve y renace instalándose
en los titulares de prensa, hace que algunas gentes se estremezcan, por un
instante casi por intuición se pregunten – ¿qué
pasaría si me desaparecieran un día- o sí alguien amado
fuera desaparecido?-.

En un país católico, cristiano y sincrético en
materia de magia y religión como Colombia, los muertos tienen un peso
enorme. Que los guerrilleros no tengan una tumba tiene una significación
política entronizada en lo más profundo de la fe. Negarle al
enemigo el último adiós de su familia, un rito religioso, una
cruz, una lápida con su nombre, una última morada por humilde
que sea representa un aniquilamiento que va del cuerpo convertido en desecho
biológico a matar anímica, social y emocionalmente a sus familiares.
Es la advertencia de que se procederá contra el enemigo con la insana
práctica de hacer de todo tierra arrasada por eso de la noche color
naranja magenta del 6 de noviembre de 1985 se dio paso en la madrugada del
día siguiente a la operación rastrillo.

La desaparición forzada desarrolla un ciclo perverso de amenazar
y adoctrinar con la muerte del otro, la guerra política también
se desarrolla en guerra psicológica, se trata de una pedagogía
del terror que anticipa y advierte –que hay que echarse a perder cuando
se es declarado un objetivo militar-, Más de 5 millones de desplazados
en los últimos 20 años son plena prueba, Por medio de la tortura
se escribe sobre el cuerpo del enemigo. Se usa la muerte y la desaparición
para todo el que se atreva a oponerse al régimen, amenace el orden
social, piense diferente, promueva el reconocimiento y defensa de los derechos
humanos, se alíe con esa gente sospechosa de pertenecer o ser auxiliar
a la guerrilla, esos mismos que en las comunicaciones los altos mandos militares
llamaban –las basuras-[133].

Para que el caso de los desparecidos fuera atendido por la justicia
ordinaria hubo que vencer la oposición del Estado y de la justicia
militar, pero además tocó hacer toda una campaña de pedagogía
en la sociedad, valerse hasta de la publicidad, para mostrar quienes eran
los trabajadores de la cafetería y convencer a la opinión pública
que no eran guerrilleros. Lo que presupone que si todos hubieran sido guerrilleros
el hecho de su aniquilamiento hasta la desintegración no hubiera significado
nada para la opinión pública que forman los medios todos los
días manipulando la información.

Existe una prueba directa no circunstancial. No atendida judicialmente
ni planteada de forma inequívoca, el hecho claro de que ante los ojos
de todo el mundo las autoridades desaparecieron a los guerrilleros cuando
alteraron la escena del crimen. Cuando sin haber sido identificados, ni aplicado
los protocolos de necropsia completos en Medicina legal, fueron los restos
humanos y cadáveres, sustraídos por orden de un juez penal militar
y lanzados a una fosa común en el Cementerio del Sur, donde una semana
después con dolo empeñado en destruir toda eventual evidencia,
vertieron restos contaminados que provenían de la emergencia hospitalaria
y humanitaria que desató la catástrofe de Armero. Durante años
se argumentó con múltiples razones dilatorias, -entre ellas
la de evitar una emergencia de salud pública-, el desarrollo de labores
técnicas de investigación forense y el trabajo de Antropología
de identificación de las presuntas víctimas del Palacio de Justicia
a partir de la reconstrucción facial del cráneo.

El Holocausto del Palacio de Justicia instaló en la esfera de
lo público a nivel nacional e internacional la guerra que históricamente
se ha librado en Colombia por multiplicidad de causas y actores, pero cuyo
eje fundamental fue y es la lucha por la propiedad sobre los medios de producción,
el principal la tierra y la necesidad de controlar la fuerza de trabajo de
las zonas rurales, porque antes del desarrollo tecnológico industrial
y la agroindustria tecnificada de hoy, en algunas regiones y cadenas productivas
destinadas a la exportación, la tierra destinada a la productividad
valía sí se contaba con mano de obra dócil y barata.
Este hecho del Palacio de Justicia tan terrible para la sociedad, el Estado
y las instituciones implica un proyecto que nadie ha asumido y es desde su
magnitud repensar que es ese ente ficto que se invoca discursivamente por
lo politólogos, los juristas, los filósofos del poder y los
historiadores, la razón de Estado.

El Holocausto puso al país nuevamente en la historia universal,
ya había sucedido con el triunfo de la Guerra de Independencia en batallas
decisivas como la de Boyacá el (7 de agosto de 1819) y la majestuosa
imagen del libertador Simón Bolívar empoderado hacia su proyecto
de la Gran Colombia, con triunfos decisivos como los de Junín el (6
de Agosto de 1824) y Ayacucho el (9 de Diciembre de 1824). 37 años
antes de la toma y retoma del Palacio de Justicia lo había hecho el
Bogotazo el 9 de Abril de 1948 y la década subsiguiente de violencia
política que llevó a la formación de las guerrillas liberales
origen de las FARC, época de incontables genocidios, de una guerra
civil no declarada, que fue la negación practica a cualquier atisbo
de civilización teórica. Lo que creó una tesis sin refutar
que en Colombia se convive con el orden del aparato legal y la violencia extrema
dentro de relaciones clientelares que crean atrofia y desequilibrios en la
redes burocráticas, en las formas de cooptar al interior de los partidos
tradicionales, en la relación entre los ciudadanos estratificados y
sus representantes[134]en una suerte de antinomia teórica
resuelta en la práctica. Donde lo político se desarrolla hasta
la violencia de aniquilar al contrario y siempre la muerte y el horror conlleva
a acuerdos políticos en un ciclo de nunca acabar.

Cuando invoco la esfera de lo público se está en el centro
de una paradoja porque el 6 y 7 de noviembre de 1985 durante 27 horas de la
violencia más destructiva posible, cubrió de humo y sangre el
teatro de la razón legítima del Estado[135]razón
representada en la función que realizaban las Altas Cortes de la rama
judicial y desde la cual se creaba para la sociedad un modelo de razón
pública con pretensiones de validez, veracidad y verdad.

Las Altas Cortes de la rama judicial eran la expresión colombiana
de una tradición inaugurada desde la razón práctica de
Kant, desarrollada por el pensamiento de la filosofía política
ilustrada, asumida por el materialismo histórico de Marx en su crítica
al Estado liberal burgués y que tuvo continuidad en el Siglo XX con
Jürgen Habermas en torno al derecho y los medios de comunicación
como acción comunicativa, ética, social, política y por
ende acción económica e histórica. Por eso la idea difusa
de una esfera de lo público a partir del Palacio de Justicia implica
el discurso sobre un hecho de guerra que más que histórico ha
sido historizante porque muestra sin careta la real razón de Estado
y expresión de la forma que allí asumió la gobernabilidad
desde la lógica militarista en contravía a una tradición
civilista y legal que en Colombia había sido la caracterización
de la tradición republicana, heredera de la civilización occidental
en su doble faz laica y cristiana.

Herencia cuyos grandes hitos institucionales pueden enumerarse de forma
familiar para cualquiera medianamente educado, Derecho Romano, Cristianismo,
Ilustración, Contrato Social, Constitucionalismo, Derechos Humanos.
Para llegar a los grandes términos transformados en conceptos hegemónicos
de todo discurso político y jurídico contemporáneo, hace
27 años y hoy. Se trata del campo semántico heredero de la formación
y evolución del estado-nación, que permanece en dinamismo de
discusión y fundamentación: Democracia representativa y/o participativa;
soberanía; libertad y orden; ciudadanía; legalidad y legitimidad;
opinión pública; esfera pública; ordenamiento jurídico;
derechos y deberes civiles; ciudadanía, constitución política;
acceso a la justicia; ramas del poder público; sistema de pesos y contrapesos
en la regulación del sistema de poder en la estructura funcional del
Estado; principio de legalidad y acción de control de legalidad que
esgrime la administración pública en desarrollo de su función;
sometimiento de la administración en el desarrollo de la función
pública por las autoridades a la ley; control constitucional; derechos
fundamentales y derechos sociales, económicos y culturales.

Los días 6 y 7 de noviembre de 1985 la razón pública
que se impuso no fue la del Derecho sino la de las vías de hecho en
grado sumo de aniquilamiento. Sin embargo se hizo dos Consejos de Ministros,
se dictaron decretos presidenciales a la luz de los hechos, el Congreso de
la República no se cerró y se celebraron actos administrativos
a lo largo y ancho del país por el Estado en su diferentes formas desde
lo nacional hasta lo local, el sistema gubernamental no paró aún
bajo la hipótesis de un ejecutivo cautivo al que la alta cúpula
militar en cabeza del Ministro de defensa Gral. Miguel Verga Uribe le dio
un golpe de Estado momentáneo y que el ex ministro de Gobierno de entonces,
el Dr. Jaime Castro niega vehementemente.

Los colombianos y el mundo presenciaron en tiempo real los hechos por
TV y escucharon por la radio la voz del presidente de la Corte Dr. Alfonso
Reyes Echandía pidiendo –que cese al fuego-. Por primera
vez para muchas generaciones de colombianos habitantes de los centros urbanos
la guerra no era un suceso de la selva o del campo, un hecho aislado sin rostros
ni imágenes. Una batalla sin precedentes se libró en la ciudad,
pudo verse y escucharse -en vivo y en directo-, tal cual se publicitaba el
cubrimiento de un evento deportivo de interés general, el partido de
futbol que sirvió para distraer a la teleaudiencia mientras el palacio
ardía en la noche del miércoles 6 de noviembre.

El hecho de la toma y los hechos posteriores se dieron en el nodo del
poder. No se trató de cualquier lugar, fue en la capital del país,
a escasos metros de la sede del Congreso, de la sede Arzobispal, de la Alcaldía
Mayor y de la Presidencia de la República, en un lugar donde convergen
todas las ramas del poder público. Salvo el precedente de la toma y
secuestro del cuerpo diplomático acreditado en el país por el
M19, cuando asistieron a un evento social en la Embajada Dominicana en Bogotá
el 28 de febrero de 1982, situación de rehenes que se negoció
sin víctimas fatales y que duró hasta el 25 de abril de 1980.
Pero lo del 6 de noviembre de 1985 fue de naturaleza distinta, se trató
de un hecho de guerra del que por primera vez en la historia contemporánea
de Colombia la comunidad internacional fue testigo directo del contundente
operativo militar de retoma del Palacio de Justicia.

El olor a muerte y sonido de las detonaciones no dejan mucho a debate
entre acontecimiento y evento, allí en el palacio de Justicia durante
la toma y retoma se vivieron momentos, eventos, acontecimientos, sucesos,
todas las palabras que puedan ser parte del campo semántico del tiempo
asociado a la acción antrópica, a un hecho no de naturaleza
sino jurídico, cuyos efectos y delitos siguen transcurriendo. Todos
esos conceptos pueden ser usados y ejemplificados, no hubo clemencia ni el
mínimo pudor con las víctimas ni con los sobrevivientes, hubo
incluso quienes murieron una y más veces, por lo tanto la discusión
retórica y metalingüística sobre los significantes y significados
no ha lugar.

Años después, en muchas ceremonias político-religiosas
de significación social para demostrar el agravio contra el Estado,
sobrevivientes y familiares de las víctimas se han encontrado y siempre
se han representado los rituales que honran la memoria de los caídos
desde la religión y la política con la invocación a la
paz de los muertos que el daño colateral de una guerra produjo. Lo
que tal vez nunca fue un efecto calculado es que en el imaginario colectivo
pesara más una tumba vacía y sin nombre que un cadáver
reconocido y honrado con los ritos, el duelo, la evocación de un pasado
mejor y la nostalgia por no haber tenido la oportunidad de vivir y realizar
lo que hubiera sido su vida. Un derecho que en Colombia se arrebata con mucha
facilidad.

Las Ciencias Sociales no han tratado de forma sistemática y
con el compromiso que la realidad violenta lo ameritaría, la relación
directa y evidente entre política y muerte en Colombia. Tampoco la
relación directa entre política y miedo; y entre política
y cobardía, de quienes se entregan al servicio de los intereses del
poder por mantener un puesto, una posición, una prebenda económica.
Una de las razones de no ser militante de la resistencia ante la violencia
y violación sistemática de los derechos humanos que hacen los
actores armados del conflicto es el miedo que la violencia y la guerra sucia
despierta en los intelectuales, además que en Colombia sí los
grandes crímenes se han manejado con un manto de impunidad, -mucho
menos importante un crimen contra un docente, un sindicalista, una persona
común, como los trabajadores de la cafetería del Palacio.-

Sin el reconocimiento de los derechos humanos de propios y extraños
no es posible transformar la cultura en civilización, la vida humana
no es viable, la sociedad no se encamina hacia su desarrollo sino a su auto
aniquilación. Pero eso necesita de un diálogo entre lo local
y particular con lo global y universal, una transacción de comprensión
entre lo que es abstracto y ético con lo que es práctico, rutinario,
común y propio del mundo de la vida real, no al tipológico de
la sociedad, de la jurisprudencia, de la política, de la cultura, todas
formas fictas que si no se aterrizan llevan a pensar la vida no a vivirla[136]Precisamente
una de las funciones de la Historia con mayúscula es hacernos caer
en cuenta que tenemos derecho a vivir, como dice Eduardo Punset[137]descubrir
que hay vida antes de la muerte-.

La academia colombiana frente a la violencia de los últimos
30 años en el país ha estado distanciada de la realidad social
y no genera espacios democráticos de socialización del conocimiento
social e histórico, por otra parte el nivel de lectura y de atención
a los problemas importantes de Colombia es muy bajo. Los temas fundamentales
de la esfera pública en los medios de información son el fútbol,
los otros deportes, la farándula y todo lo relacionado con el bienestar
de las vías y la experiencia de movilidad, los noticieros pasan de
un escándalo de corrupción a otro y se usa la crónica
roja como una atractiva carnada para apelar al morbo del telespectador, lo
universalmente siempre sirve para subir la audiencia a la par que es un distractor
para que no exista un pensamiento crítico, una actitud política
consciente, ni un interés emancipatorio.

El Palacio de Justicia para las personas mayores de 40 años
en Colombia[138]es un significante histórico, no es
necesario anteponer holocausto ni precisar que los hechos ocurrieron el 6
y 7 de noviembre de 1985. Intuitivamente el común de la gente ha entendido
lo que es una compleja ficción legal, un constructo conceptual abstracto
de los llamados delitos en desarrollo, respecto al tipo penal de desaparición
forzada. Aunque no se diga en público el común de las personas
que recuerdan los hechos saben quién tuvo la mayor responsabilidad
por la masacre y que ellos al fin lograron hacerse invisibles para la justicia
y la opinión de los medios.

La relación entre política y religión no es obvia,
sí lo es en cambio la relación entre política y razón
de Estado, que permite dilucidar porqué se permitió por el alto
gobierno éste genocidio. La relación entre política y
medicina se desprende del peritazgo legal que abarca campos como la física
de artillería, la antropología física, la reconstrucción
forense, la balística, siendo el elemento intérprete el cuerpo
humano lesionado y la evidencia pos-morten que se ha podido reunir pese a
todos los ingentes esfuerzos por destruirla, perderla, ocultarla, tergiversarla
o simplemente ignorarla .

En ciencias sociales el pensamiento académico ha sido marcadamente
civilista al punto que nunca o casi nunca se ha tenido en cuenta la variable
militar[139]lo cual es un error en un país como Colombia
sumido durante décadas en una guerra civil no declarada. La relación
entre política y guerra es tan directa que se pasa por alto. Otras
relaciones como la existente entre política y derecho es la que más
se ha percibido y trabajado desde el ámbito de la verdad procesal y
la jurisdicción respeto al Palacio. Pero que en su aspecto de fuente
histórica no se han valorado por los cronistas con el énfasis
que ellas tienen como reconstrucción del hecho. Contrario es la importancia
concedida a otras fuentes como las testimoniales de carácter extraprocesal,
cuyo enfoque no es propio de la historiografía documental y sí
del campo de la instrumentalización en Sociología y la historia
de vida, propia de la Historia social y la Antropología, campos de
las ciencias sociales donde se valora y da uso a la fuente oral.

Pero el tema da para establecer la relación entre política
y medios de comunicación como forma para acceder a la comprensión
del contexto social y cultural de la violencia cotidiana rural y urbana. La
relación entre política y representación estética
está planteada por el arte, la arquitectura, la dramaturgia, la literatura,
la animación, el cine, que han hecho del tema del Holocausto del Palacio
de Justicia un objeto de representación y simbolización. Otras
relaciones menos claras pero necesarias son las de la política, la
violencia y el cerebro en el enfoque de la psicología evolutiva y las
neurociencias.

Sin lugar a dudas la relación entre deseo y muerte en los hechos
de guerra como el Palacio de Justicia es un problema que merece profundos
análisis desde el campo integrado del psicoanálisis y las ciencias
de la conducta y algo que no se ha estudiado y es el efecto postraumático
que el hecho dejó en quienes vivieron directamente el holocausto y
en una generación, que ha visto "la justicia en llamas".

La relación ente política e historia muchas veces se
da por obvia, por eso no se aprecia en su magnitud practica frente al mundo
de la vida y la acción social. La historia es un conocimiento para
la acción política. Conocer el pasado sólo puede servir
para comprender mejor el presente asumiendo una actitud. El diagnostico explicativo
de lo que pasó aporta constructos simbólicos para hacer la prognosis
de lo que está sucediendo y está en proceso de desarrollo, de
cambio, de gestación y evolución. No se trata que el historiador
se vuelva profeta del porvenir o que presuma de tener las claves que descifran
el pasado, el presente y el futuro. Pero la Historia útil es ante todo
la capacidad de tomar decisiones conscientes teniendo en cuenta lo que se
sabe de hechos que en circunstancias nunca iguales pero análogas permiten
una planificación frente a efectos y perjuicios. De ahí la idea
de conocer la historia para no repetir de ella lo que han sido errores y vergüenza.

Este trabajo fue un intento de puntear la relación entre política
e historiografía tomando como perspectiva la relación entre
política y religión, muchas otras relaciones sobre el tema del
palacio de Justicia están por descubrirse y plantearse, todas en espera
de ser desarrolladas. Pero la relación que no debe perderse de vista
para que todo no quede en un tema de interpretación cultural y elucubración
historiográfica es la relación fundamental que enfrenta la esencia
de todo conflicto. La del poder con la dignidad humana y su responsabilidad
frente a la integridad de la vida, y las formas en que la sociedad civil debe
resistir y protegerse del poder absoluto de la bota militar -bajo el amparo
de los palacios y los templos, del silencio cómplice-[140].

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Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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