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Los vencidos de la luz. Pintores impresionistas franceses desde la óptica martiana




Enviado por Ramón Guerra Díaz



  1. Resumen
  2. Desarrollo

Resumen

José Martí fue uno de los primeros en
América en valor el arte de los pintores impresionistas,
tras haber contemplado su obra y comprender su deseo de atrapar
la luz en el rejuego de sus pinceladas nerviosas e inteligente,
por eso los admira y los llama "los vencidos de la luz", por ese
logro audaz de asir la luz de un instante de la vida y en la
naturaleza, tal audacia merecía un cantor, ese fue
Martí.

Desarrollo

La cultura francesa es uno de los elementos
distinguibles en la formación cultural del Héroe
Nacional Cubano, José Martí, desde pequeño
estudia el francés en el Colegio San Anacleto y junto con
el inglés el conocimiento de estos dos idiomas le permiten
un acercamiento más directo a las sociedades más
desarrolladas de su tiempo.

Su estancia de estudios en
España[1]le permite el perfeccionamiento
del idioma francés, la lectura más fluida en este
idioma y al culminar sus estudios una breve estancia en Francia
que mucho debió influir en su personalidad, no solo por su
acercamiento a la cultura gala, en especial su literatura, sino
el conocimiento directo del funcionamiento de la sociedad
francesa, sus instituciones y el ambiente intelectual del cual
siguió muy atento durante toda su vida.

Francia es para Martí, la cultura, la libertad,
el hombre en pleno disfrute de su pensamiento, en su modo mejor
de presentarse, creador; por eso vibra de emoción al
recordar al país donde creció la Revolución
por los Derechos del Hombre: "Desde que no tiene rey este
pueblo, es en verdad un pueblo rey"[2]
y
admirado se le van los ojos al observar el paisaje meridional
francés desde que cruza los Pirineos en ágil tren
hasta que llega a París:

"(…) Es en ellos el sol, bueno y constante
amigo: saben ya las espigas rubias cuando vendrán los
rayos de oro a reclinarse y brillar entre ellas, y cada
año se abre la tierra en frutos abundantes de este
bellísimo consorcio: allá las vides pomposas, de
jugos suaves y ardientes como la naturaleza a la paz muelle y
vivaz de las mujeres del
país"[3]

Impresión voluptuosa que recordará
años después cuando todo New York admire la
exposición de los impresionistas que traen de Francia, no
la copia fiel de la vida y la naturaleza, sino la vibrátil
luz de los colores atrapados para entregar emociones de cosas que
parecen de "(…)cerca manchas, pastas, corrientes de
color, atortamiento, edificios de pintura… De lejos,
parece que se sale del lienzo
iluminado"[4]

Su gusto por la capital francesa quedará
reflejado en múltiples comentarios a lo largo de su vida,
en crónicas que le recordarán su paso fugaz por la
"Ciudad Luz" a la que no dejará de juzgar en palabras
hermosas:

"Cuando cediendo a los frívolos el
París de "Falies Bergére y Frascati" –mercado donde
se cambia voluntariamente el alma pura por la impureza a que las
trastornan y corrompen,- se pasean los ojos asombrados por las
orillas del oscuro Sena, por los corredores del teatro del
Odión, por las cercanías del panteón,
palacio de los grandes hombres muertos, y el Luxemburgo, palacio
de los grandes hombres vivos, -conmueven noblemente al viajero
americano dobles impresiones, de gratitud las unas hacia el
pueblo que en la política ha producido la edad moderna, y
en la ciencia la útil ciencia libre,- de emulación
las otras, y de tristeza por la pequeñez de nuestras
escasas librerías. ¡Qué hermoso es que
París tenga tanto! ¡Qué triste es que
nosotros tengamos tan poco"[5]

Cuando José Martí llega a los Estados
Unidos en enero de 1880, sus rumbos lo había llevado por
segunda vez a Francia, al París culto y lúdico que
lo fascinó al mismo tiempo que le preocupó por la
superficialidad de la vida ligera de aquella gente que se
creyó muy en serio la idea de que "París era una
fiesta"

El cubano entra en contacto con una cultura variada que
marca el paso en la Europa decimonónica; esa estancia
breve debe haberle permitido un primer acercamiento a las nuevas
tendencias que los pintores franceses desarrollan, el
impresionismo.

Justo el nombre de "impresiones", acercamiento a la
realidad en un momento del tiempo, no la realidad perenne
perseguida por artistas y soñadores, sino la
impresión de lo que "es un momento y no lo va a ser
"más tarde". Era una Revolución en la
apreciación del arte, de la captación de la
realidad en su objetividad temporal y que desató la
tormenta de lo novedoso entre los críticos de arte y los
coleccionistas de arte. Francia y sus artistas marchaban un paso
delante de los demás y Martí fue de los primeros en
valorarlo y exaltarlo.

En el Nueva York decimonónico no era rara una
exposición de pintura, tanto de artistas norteamericanos
como europeos, que eran muy apreciados en aquella sociedad
moderna y cosmopolita, así pudo valorarlo José
Martí al establecerse en la ciudad en 1880. El
recién llegado escribe para la revista The Hour un
interesante artículo sobre el 55 Salón de la
Academia Nacional de Dibujo de los Estados Unidos, allí
destaca esta influencia europea en los artistas que exponen y que
el clasifica en dos grupos, los clásicos y los
románticos, para él los clásicos apuestan
por un apego a los cánones de las academias occidentales
de artes plástica, en tanto los románticos,
siguiendo sus apreciaciones eran aquellos impresionistas que se
alejaban del dibujo a líneas para entregarnos una obra con
predominio de mancha y color, que lo desconciertan un poco pero
que no dejan de admirarlo:

"Sobre una pintura impresionista, no se puede decir
otra cosa que: "Aquí hay talento". Este elogio no debe
satisfacer a los verdaderos artistas. Si existe talento, debe
producir grandes obras. Cuando imitamos, imitamos a menudo lo
malo. En pintura, como en literatura, los americanos mantienen
sus ojos celosos sobre las glorias europeas. Les gruñimos,
pero permanecemos esclavos de ellas. Mientras esta
admiración servil nos domine, nunca seremos capaces de
producir nada meritorio del Nuevo
Continente."[6]

Ese afán por lo auténtico americano lo
lleva a esta posición frente a los novedosos
impresionistas que escandalizan a París pero sobre los que
en realidad aún él no tiene un juicio hecho, pero
sí es muy clara su exhortación a los pintores
noveles americanos, para que no imiten y busquen un estilo y una
obra propia:

"Se puede uno convertir en un buen impresionista
cuando ha sido por mucho tiempo un pintor académico. Pero
pintar con crudos toques de pincel, dibujar sin líneas,
atreverse a presentar cuadros que no merecen ser colgados en las
apredes de una choza de Long Island, nunca será la manera
de elevar el arte de
América"[7]

Viene de París ha visto la obra de estos
trasgresores, ha leído de la fuente original las
críticas a esas obras malditas que niegan el dibujo y se
basan en la impresión de las manchas de pintura, pero bien
hechas por maestros que conocen el oficio. No es manchar sino
crear con esas manchas.

Sus dudas y el acomodo visual al impresionismo,
aún lo llevan al nostálgico elogio al pintor
español Raimundo Madrazo, de quien dice ha sabido
encontrar originalidad sin las locas manías de los
impresionistas y de los ultrarealistas:

"Madrazo ha encontrado el secreto de la originalidad, no
en las absurdas fantasías de la escuela impresionista ni
entre los discípulo. Del ultrarealismo: ambas buscadoras
desesperadas de crítica favorables. Lo encontró
donde debía hallarse, en la verdad y en la sencillez sin
alterar brutalmente la realidad de la
naturaleza"[8]

Cuatro años después verá en Nueva
York la primera exposición de estos "vencidos de la
luz"
como los llegará a llamar y es ya visible la
maduración de un criterio sobre su obra. La aguzada mirada
del cubano se detiene en los cuadros de Augusto Manet y de Edgar
Degas, dos íconos del impresionismo
francés.

De Manet dirá entonces: "… caudillo
algún tiempo de los impresionistas, que amo lo feo, y
perdió a Velázquez, y vivirá, a pesar de sus
cuadros brutales, por lo que hay siempre de permanente y bello en
lo verdadero, había allí sobre un suelo gris, y en
fondo negro, un niño en bragas y calzas, que carga, como
quien cargaría una silla de montar, una gran espada. Y
otro cuadro había abominable, pero atractivo, como todo lo
personal y osado; una pobre dama fea en bata rosada, se destaca
de un fondo oscuro, mirando una flor vulgar que alza en su mano;
a su lado, sobre una cotorrera duerme un loro: y de la basa de
lata del palo, echa su cáscara al suelo una naranja a
medio mondar."
[9]

Pero su rendición ante el hechizo de la
impresión, la luz y el movimiento vendrá
líneas después al comentar un cuadro de
Degás:

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"En lugar cercano estaban las "Bailarinas" de Degas,
el cuadro atrevido que levantó tormenta, y en el que unas
cuantas manchas de color que parecen desleídas con el
dedo, reproducen fielmente el vago y vaporoso espectáculo
que en noches de fiesta presentan los bastidores de un teatro de
baile. Dijérase que esta escuela, noble por lo sincera, ha
cometido sólo un error de distancia, aunque no acaso de
lógica. Hace sus cuadros tales como la escena representada
en ellos se vería a la distancia necesaria para que los
objetos tuviesen el tamaño con que se les representa; y no
los hace, como es de uso y de mayor razón, en
atención a la distancia en que deben ser vistos."
[10]

Dos años después en 1886, vuelven a ser
noticia en Nueva York, los pintores impresionistas franceses, una
exposición más amplia y con mejor criterio de
selección llega bajo el auspicio de ese "apóstol de
impresionismo"[11] que fue Durand-Rúel,
para un público expectante que ya los conoce y puede ser
un gran mercado para los artistas transgresores.

A este acontecimiento dedicará José
Martí dos largas y hermosas crónicas, sus ensayos
más conocidos sobre los impresionistas; la primera fechada
el 2 de mayo de 1886 y la segunda el 2 de julio del mismo
año, y publicadas en "La Nación" de Buenos Aires,
el 19 de junio y el 17 de agosto de 1886
respectivamente.

La primera es la reafirmación de la calidad de
los impresionistas y el entusiasmo que en él despertaron.
La segunda es la apoteosis del crítico, rendido ante la
belleza y la novedad de aquel modo de atrapar la luz.

Él reconoce el arte y comparte la
admiración con que la ciudad de Nueva York,
consagró a los pintores malditos que París se
negaba a aceptar; la pléyade de pintores impresionistas
presentes en aquel célebre salón dejaron en
Martí una de sus más hermosas páginas en la
crítica de arte, sus juicios son muy novedosos y reflejan
la aceptación que el público neoyorquino
mostró y el asombro de esta gente que van "(…)a
ver los montes lilas, los trajes colorados, los paisajes
hermosos, los desórdenes en verde y azul de los pintores
impresionistas"
[12]

Esta ciudad ama las novedades, acepta los cambios y
está acostumbrada a ver lo nuevo creciendo a su lado y a
diario, por eso la exposición de los impresionistas
enviada por Durand-Ruel no llega por casualidad a esta ciudad,
según Martí, porque Nueva York ama "lo
japonés y extravagante", lo que rompe el canon de la
pintura "bella" para poner en su lugar un "culto voluntario" a lo
feo. Se pregunta por qué estos pintores hacen esto y
aunque no encuentra respuesta, deja entrever la necesidad de
buscar la belleza en todas partes, aun en lo feo.

Admiración y entusiasmo refleja la crónica
escrita por el cubano tras su visita a la exposición:
"Manet es grandioso; Laurens, admira; Roll, Lenolle, Huguet,
enamoran"
[13] , el arte de los impresionistas
franceses le ganan el juicio, aunque: "El modo es crudo; pero
la idea es sana y el efecto fuerte y
bello".[14]

Mas, no se parcializa su juicio se hace desaprobador con
los que exageran la idea y que él llama los
"neoimpresionistas", cuyas experimentaciones lo llevan a
composiciones que él califica de "(…)
brutalidades de la naturaleza, donde a manera de lámina
china, los planos se superponen sin sombra que los ligue y
ablande, y sobre una agua escamosa se aboca, como una hoja de
cuchillo, una playa verde sin gracia"
[15],
comentario encerrado en una interrogante que marca la
vocación por lo bello armonioso que hay en
Martí.

Para Eduardo Manet el asombro y la comparación
que enaltece con los grandes maestros de la pintura
española, Velázquez y Goya al contemplar su obra,
"Carrera de Caballo"

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Carreras de caballos en Longchamp.
Eduardo Manet

"En esta Carrera de Caballos, como en otros cuadros
suyos, Manet es el Goya de los castigos y las profecías,
el Goya de los obispos y los locos que por ojos pinta cuevas, y
remordimientos por caras, y harapos por miembros, todo a golpe y
a manchas.

"Pero en la fantasía cabe ese exceso, porque
allí se ve todo deforme y en bruma, y aquella orgía
de formas añade al efecto mental de los lienzos. En lo
humano, como esta carrera, sólo una belleza cabe al
cuadro, que la tiene en eso suma: con pintas, con motas, con
esfumos, con montículos de color, sin una sola
línea, se ven carruajes, caballos, parejas sueltas en
mucha amistad, las tribunas cargadas de gentes, las oleadas de
sombreros, cintas y sombrillas: detrás el cerro, casas,
arbolillos, grietas, y el sol, que lo inunda y baña todo:
por el borde del cuadro, junto al espectador, bruñido,
como figuras de Alma Tadema, pasan dos magníficos
caballos, de ojos redondos e hinchados, que

flamean como los de las
quimeras."[16]

Para valorar su segunda crónica dedica a la
exposición de los impresionistas franceses que exponen en
Nueva York, basta de muestra el encabezamiento que a modo de
índice la preside:

"Los vencidos de la luz. Influjo de la
exhibición impresionista. Estética y tendencias de
los impresionistas. Verdad y luz. Desordenes del color. El
remador de Renoir"[17]

Sigue a esta presentación en el segundo
párrafo viene una definición poética de lo
que significa el impresionismo para martí, en una
época en que aún tiene muchos opositores entre la
crítica y los compradores de arte:

"Ninguno de ellos ha vencido todavía. La luz
los vence, que es gran vencedora. Ellos la asen por las alas
impalpables, la arrinconan brutalmente, la aprietan entre sus
brazos, le piden sus favores; pero la enorme coqueta se escapa de
sus asaltos y sus ruegos, y sólo quedan de la
magnífica batalla sobre los lienzos de los impresionistas
esos regueros de color ardiente que parecen la sangre viva que
echa por sus heridas la luz rota: ¡ya es digno del cielo el
que intenta escalarlo!"[18]

Los llama pintores fuertes, pintores varones cuyo
mérito es querer reproducir en sus lienzos a la naturaleza
viva y por ello los elogia por su esfuerzo y lo compara con el
afán de los poetas por atrapar la verdad en frases y en
versos.

A lo largo del ensayo Martí describe el batallar
de estos artistas, que ya no tiene dudas y desdeñan el
acomodo de la academia y de la tradición para salir en la
búsqueda de una quimera que los rete en su anhelo de
atrapar el instante, retener el tiempo, no en la puesta de escena
perfecta de sus predecesores, sino atrapando la impresión
de un espacio de la vida y la naturaleza en un espacio de
tiempo.

No escapa a Martí que esta atracción por
Nueva York de los nuevos pintores franceses, se debe a su riqueza
y a la visión menos prejuiciada de su población,
pero advierte que esta pintura impresionista no es solo para
adornar un salón o prestigiar a un comprador, sino que es
una forma de fortalecer el espíritu por "… esa
creadora inquietud y obsesión sabrosa que produce el
apareamiento de lo verdadero y lo
fuerte"[19]

La admiración y el respeto por estos artistas
asoma en esta descripción entusiasta de sus atrevimiento:
"…Ríos de verde, llanos de rojo, cerros de
amarillo: eso parecen, vistos en montón, los lienzos locos
de estos pintores nuevos. Parecen nubes vestidas de domingo:
unas, todas azules; otras, todas violetas; hay mares cremas; hay
hombres morados; hay una familia verde. Algunos lienzos subyugan
al instante. Otros, a la primera ojeada, dan deseos de hundirlos
de un buen puñetazo; a la segunda, de saludar con respeto
al pintor que osó tanto: a la tercera, de acariciar con
ternura al que luchó en vano por vaciar en el lienzo las
hondas distancias y tenuidades impalpables con que suaviza el
vapor de la luz la intensidad de los
colores"[20]

En su decepción de la escuela impresionista
Martí busca las influencias que han llevado a estos
artistas hasta este punto en las artes, y la encuentra en los que
antes que ellos pintaron a la naturaleza en su búsqueda de
una realidad viva. Insiste en la influencia que sobretodo tiene
de los españoles Diego Velázquez y Francisco de
Goya, "…esos españoles gigantescos", para
destacar que ellos son los pintores modernos, los que rompen con
la tradición y que su compromiso es pintar lo que
realmente ven.

Nadie llegó tan lejos, tan temprano, en el
entendimiento de aquellos pintores impresionistas como lo hizo
José Martí. Ocupados en el instinto de pintar la
vida, Martí los admira y hace un intento por resumir lo
que él supone sea la aspiración de la escuela
impresionista:

"…Lo que los pintores anhelan, faltos de
creencias perdurables por que batallar, es poner en el lienzo las
cosas con el mismo esplendor y realce con que aparecen en la
vida. Quieren pintar en el lienzo plano con el mismo relieve con
que la Naturaleza crea en el espacio profundo. Quieren obtener
con artificios de pincel lo que la Naturaleza obtiene con la
realidad de la distancia. Quieren reproducir los objetos con el
ropaje flotante y tornasolado con que la luz fugaz los enciende y
reviste. Quieren copiar las cosas, no como son en sí por
su constitución y se las ve en la mente, sino como en una
hora transitoria las pone con efectos caprichosos la caricia de
la luz. Quieren, por la implacable sed del alma, lo nuevo y lo
imposible; Quieren pintar como el sol pinta, y
caen."[21]

Para Martí este mismo intento de captar a la
naturaleza en su esplendor rebela el instinto de estos hombres
del arte a buscar la fealdad, la enajenación y las
carencias en aquellos sectores marginados y convertirlos en arte,
como para no olvidar que esa otra parte del mundo
existe:

"Toda rebelión de forma arrastra una
rebelión de esencia. Y esa misma angélica fuerza
con que los hijos leales de la vida, que traen en si el duende de
la luz, procuran dejar creada por la mano del hombre una
naturaleza tan espléndida y viva como la que elaboran
incesantemente los elementos puestos a hervir por el Creador, les
lleva por irresistible simpatía con lo verdadero, por
natural unión de los ángeles caídos del arte
con los ángeles caídos de la existencia, a pintar
con ternura fraternal, y con brutal y soberano enojo, la miseria
en que viven los humildes. ¡Esas son las bailarinas
hambrientas! ¡Esos son loa glotones sensuales! ¡Esos
son los obreros alcoholizados! ¡Esas son las madres secas
de los campesinos! ¡Esos son los hijos pervertidos de los
infelices! ¡Esas son las mujeres del gozo!
¡Así son: descaradas, hinchadas, odiosas y
brutales!"[22]

Todo su apego a su ser consciente está presente
en esta simpatía por los artistas que están
revolucionando el arte del momento, no solo por captar luz y
movimiento, sino por dejar la impresión de los olvidados,
de los que nadie ve, de esos con los que José Martí
se identificó, "los pobres de la tierra".

Luego de este desborde de sinceridad y apego a lo que ve
en los cuadros expuestos, Martí vuelve al recuento de
frases breves, como mareado de tanta belleza y tanto desconcierto
ante lo nuevo que lo identifica

Para el final deja un cuadro que lo sobrecoge,
"Remadores del Sena" de Augusto Renoir, resaltando sobre todo a
una

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"Pero de esos extravíos y fugas de color, de ese
uso convencional de los efectos transitorios de la naturaleza
como si fueran permanentes, de esa ausencia de sombras graduada
que hace caer la perspectiva, de esos árboles azules,
campos encamados, ríos verdes, montes lilas, surge de los
ojo, que salen de allí tristes como de una enfermedad, la
figura potente del remador de Renoir, en su cuadro atrevido
"Remadores del Sena".- Las mozas, abestiadas, contratan favores a
un extremo de la mesa improvisada bajo el toldo, o desgranan las
uvas moradas sobre el mantel en que se apilan, con luces de
piedras preciosas, los restos del almuerzo.

El vigoroso remador, de pie tras ellas, oscurecido el
rostro viril por un ancho sombrero de paja con una cinta azul,
levanta sobre el conjunto el atlético torso, alto el pelo,
desnudos los brazos, realzado el cuerpo por una camisilla de
franela, a un sol abrasante."[23]

Dos años después cuando José
Martí escribe a Gonzalo de Quesada encargándole lo
que era conveniente o no de publicar de su obra, llama la
atención que le encargue entre otras "una reseña de
los pintores impresionistas"[24] para que formara
parte de uno de los volúmenes de su obras
periodística, muestra de la valoración que dio a
estos escritos sobre los pintores rebeldes que de alguna manera
como él estaban ayudando a cambiar la sociedad de su
tiempo.

 

 

Autor:

Ramón Guerra Díaz

 

[1] 1871-1874

[2] José Martí. Obras
Completas. Tomo 14, pág. 58

[3] José Martí. Obras
Completas. Tomo

[4] José Martí. Obras
Completas. Tomo 10, pág. 439

[5] José Martí. Obras
Completas. Tomo 15, pág. 189

[6] José Martí. Obras
Completas. Tomo 13, pág. 472

[7] José Martí, Obras
Completas. Tomo 13, pág. 473

[8] José Martí. Obras
Completas. Tomo 15, pág. 154

[9] José Martí. Obras
Completas. Tomo 19, pp. 291-292

[10] José Martí. Obras
Completas. Tomo 19, pág. 292

[11] Así lo llamó José
Martí

[12] José Martí. Obras
Completas. Tomo 10, pág. 438

[13] José Martí. Obras
Completas. Tomo 10 , pág. 439

[14] Ídem

[15] Ídem

[16] José Martí. Obras
Completas. Tomo 10 , pág. 440

[17] José Martí. Obras
Completas. Tomo 19, pág. 303

[18] Ídem

[19] Ídem

[20] Ídem

[21] Ídem

[22] Ídem

[23] Ídem

[24] José Martí. Obras
Completas. Tomo 1, pág. 26

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