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Análisis del Libro: Más allá del crimen de René Vergara (página 4)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Maturana tenía una fundamental condición
humana para el oficio: frialdad. Nunca llegó al llanto y
pocas veces arribó a la risa. Jamás se
desesperó. Sabía, como muy pocos, que los estados
emocionales perturban el juicio. Cuando conversó con el
periodista no ignoraba que Pham había solicitado
protección a la Legación Francesa y a la
Legación China.; que en el colegio de los Hermanos
Cristianos, a 2 días de la muerte del francés,
pidió hablar con el padre Dionisios -había sido su
profesor de religión en Saigón- para pedirle
amparo. Nadie le brindó ayuda. "Está desesperado,
acorralado. Es cuestión de tiempo" -confidenció
Maturana a su afligido jefe-. Agregó: "Sé que
él compró los pasteles: fue reconocido
fotográficamente por los empleados de "Ramis Clar". A ese
negocio llegó a las 17 horas. En las 2 horas en blanco
debe entrar en juego la estricnina, no lo sé".

CAPTURA Y
CONFESION.

En la tarde del lunes 28 de febrero una delgada y
nerviosa mujer morena descendió de un taxi en la misma
puerta del 2º Juzgado del Crimen. Dos detectives de
Maturana, de guardia en el tribunal, encontraron
sospechosísimos sus andares, ademanes, físico y
vestimentas. La detuvieron y se la llevaron al comisario.
Maturana alegremente dijo:

-¿Pregunto yo o cuentas tú,
chinito?

-Charles de Wite sabía que estaba viviendo el
final de sus días. Era francés, comisario. Usted no
podrá entender…

-No lo creas, chinito: estudié en la
Sureté Judiciaire; también soy abogado, colega.
¡Sigue!

-Es el viejo triángulo. Creo que pensaba en
mí como amante de Lucía; siempre me dio dinero; su
casa era mi casa. Lucía, piadosa, resignada, cuando me
conoció, amor tardío, se convirtió en
volcán. Ella planteó la necesidad de apresurar la
muerte de Charles. Me obligó a prometerle la
desaparición, de cualquier manera, de Georgette, mi
esposa. El nuestro iba a ser un amor sobre cadáveres de
cónyuges. Me dio un sobre que contenía una dosis
mortal de estricnina…

-Párate, chinito. Llamaré a la
viuda.

En el careo las voces de los amantes llegaron al techo
del cuartel… en el rojo juego de las acusaciones mutuas y las
negaciones.

-Ay, Lucía, estábamos de acuerdo en
efectuar ese sábado una reunión de muerte.
Todavía ignoro por qué me desobedeció
Georgette. Pero tú fuiste la instigadora. Yo no tengo la
culpa del miedo que te dio la agonía de Charles. Tengo tus
cartas.

Lucía perdió el color, enmudeció y
terminó aceptando haberle escrito a Pham "más de
una carta amorosa".

Maturana detuvo el diálogo y llamó a
Georgette. Dijo:

-Defiendo a mi esposo de esta vieja bruja.
Después del crimen y de la fuga de mi esposo, quemé
las cartas: no quería publicidad.

-¿Cómo supo lo que las cartas
decían?

-Mi esposo me las leyó y me las entregó
para que las guardara.

-Eres una estúpida, Georgette. Estamos
perdidos.

-¡Tú eres un miserable puerco oriental!
-gritó Lucía.

CONDENA Y
LIBERTAD.

El proceso, después de varios meses, pasó
a manos de un ministro de la Corte de Apelaciones. El 3 de
octubre de 1932 se dictó sentencia contra Van Loc: "Doce
años por homicidio calificado". Nadie, ni Maturana, pudo
probarle a la viuda complicidad o autoría en el asesinato
de Charles De Wite.

Por buena conducta en el penal y por sus intachables
antecedentes anteriores al crimen, Pham abandonó el
presidio al cumplir 7 años de condena. Abandonó el
país en compañía de la fiel Georgette. Se
supo que el matrimonio se había radicado en
Lima.

Lucía Cassenove regresó a Francia. Un
comisario francés confidenció en París,
después de la Segunda Guerra, a un policía chileno:
"La Cassenove fue perdiendo hermosura y kilos, dinero y
alegría. Murió tuberculosa y entre estertores. En
sus manos tenía la antigua y arrugada fotografía de
un joven oriental".

El crimen de Becker

Este viejo asesinato atrae, subyuga, oprime , y no pasa
de ser, como ocurre siempre, la atormentada historia de la vida y
muerte de un hombre. En él juegan factores que aún
perviven: la credulidad infinita de nuestro pueblo y la locura
mayor de los grandes criminales. En el plano individual la
intervención providencial del joven Otto Izacovich, su
memoria extraordinaria y su claro sentido social; los "chispazos"
geniales del juez Bianchi; la ciencia del doctor Germán
Valenzuela Basterrica; y una verdad dolorosa, extraída de
los archivos policiales, del oficio: los crímenes que
más hondamente han estremecido a los chilenos han sido
cometidos por extranjeros: Dubois, Becker, Phan Van Loc, Haebig,
Etc.

Ha sido denominado "El crimen del canciller", "El crimen
del canciller de la Legación de Alemania", etc. El
sustantivo "canciller" viene del griego "kigklis": reja,
celosía, verja; pasó al latín como "cancer",
"cancellis", significando lo mismo que la voz helénica;
pero en "cancellarius" cambia a: ujier, portero, escribiente,
copista. En castellano: cancerbero: portero brutal; cancela: reja
de una casa. En alguna época significó:
guardián de los sellos reales. Suele significar:
magistrado supremo, ministro de Relaciones Exteriores, jefe o
presidente de gobierno. En el caso que nos preocupa, el
"canciller" Guillermo Becker, era un empleado inferior o
vicecónsul: escribiente. Si uno lee: "Guillermo Becker,
canciller", piensa -a pesar de lo mucho que lo baja la voz
"legación"- equivocadamente porque el engorroso
sustantivo, de larga vida semántica, todavía no se
asienta y nos hace pensar en autoridades decisivas, esas que
tienen o deben tener íntimas estructuras
axiológicas evidenciadas en el hacer del gobernante el
mejor servicio de su pueblo.

EL PERSONAJE.

Guillermo Becker Tambaner llegó a Chile en 1889.
Diecinueve años. Alto, corpulento, de facciones normales.
Traía una carta de recomendación para don Guillermo
Woener -dueño del fundo Santa María, provincia de
Valdivia- dada por su padre, industrial en Nüremberg. A
Woener le pareció… "Un hijo caído del cielo".
Aprendió castellano con facilidad y fue un buen cultivador
de las eternamente deshechas tierras valdivianas. Recorriendo un
potrero se cae del caballo, fracturándose una pierna; en
el hospital conoce a Teresa, una joven bondadosa y bella. Le
ofrece matrimonio; pero, Teresita es católica y
él… luterano. Becker cambia de religión. Dado de
alta, regresa al fundo de Woener convertido en un joven
místico que ocupa sus ocios en la fabricación de
altares; ello no obstante, en las noches, sigilosamente, recorre
los dormitorios de la servidumbre femenina; por esta costumbre
"embarazosa" y escandalosa, tiene que alejarse del hogar de los
Woener. Teresa, desilusionada y amargada, entra, por vida, a un
convento. Los alemanes de Valdivia se cierran para el "Don Juan"
teutón, con excepción de una monja, enfermera del
hospital de esa ciudad, quien le da una recomendación para
un importante jesuita alemán de Santiago. Aquí
contrae tifus y su vida peligra. Postrado decide dedicar su vida
a Dios y toma los hábitos como seminarista de la
Compañía de Jesús. No pudo acostumbrarse al
trabajo duro, al estudio intenso, oraciones y recogimiento:
abandonó el colegio para transformarse, sucesivamente, en
comisionista, empleado de tintorería, vendedor de jabones,
administrador de fundos, etc. Recorre el norte y el sur; vuelve a
pasar por Valdivia , la ciudad más alemana de Chile, su
paraíso perdido, y se queda. Conoce a Natalia López
y con ella se casa el año de 1899. El matrimonio tuvo un
hijo que no alcanzó a vivir 3 meses. Becker, enlutado en
el alma, sigue probando ocupaciones. Nadie lo ayuda. Pone en
venta lo poco que tiene y regresa a la capital con su fiel
Natalia.

A precio muy alto algo ha aprendido en sus 10
años chilenos: conoce con rapidez a los débiles de
espíritu y los usa en su provecho; utiliza su antiguo
servilismo, mejorado por la experiencia y atiende
magníficamente y teatralmente a fuertes y poderosos. En su
cerebro se está formando el boceto de la llave del
éxito: es sólo cuestión de una nueva
oportunidad y la buscará al lado del más alto
representante de su patria en este país.

LA
ENCRUCIJADA.

Había conocido el poder económico de
Woener, hecho, como todo lo duradero, tramo a tramo, día a
día; la fuerza de la vieja cultura de los jesuitas, que
radica en la suma global de los milagrosos minutos del trabajo
incesante unida a la mejor razón; el amor primerizo y
limpio de Natalia: el dolor de perder a su primer y único
hijo legítimo; patrones, obreros y empleados distintos
que, de uno u otro modo, fueron esculpiéndose
inútilmente el alma con la pícara, refranesca
filosofía criolla. Lejos, como fantasmal telón de
fondo, en el que rebotaban todos sus fracasos, el largo y exitoso
esfuerzo de su padre. Iba a cumplir 16 años en este
país abierto, siestero, nuevo, simple y se sabía
hundido. Vivía soñando con una riqueza huidiza, con
un golpe de suerte que lo convirtiera en poderoso. Se torturaba
entre expansiones imaginarias y restricciones reales, crueles:
una cuerda tensa que terminaría cortándose. Estaba
en la encrucijada que casi todo ser normal conoce y de la que
únicamente se sale llegando a comprender que el destino
humano es ineluctable: lo bueno y lo malo, por cercanos y
nuestros, hasta aquí convivientes eternos, pueden y deben
ser modificados, transformándose en útiles; pero,
mientras así no lo entendamos, seguiremos hondamente
preocupados de crímenes: víctimas y victimarios
creados por una lesa sociedad. Lo ineluctable es sólo la
condición mortal. El crimen ha sido y es la más
dura, antigua y clara lección diaria y múltiple de
un error social universalizado, petrificado.

Becker tuvo todo lo que un niño o adolescente
puede necesitar para vivir normalmente en cualquier sociedad:
nace y se educa en uno de los países más
desarrollados del mundo; padre rico y trabajador. No le gustaron
las posibilidades de Alemania. Antes de entrar al crimen
veámoslo de otro modo: ¿Fue alguna vez normal?
¿Cuándo? ¿En 1889? ¿Antes? Este
hombre se quebró de niño y sus trizaduras no fueron
advertidas. Aquí manifestó su inestabilidad paso a
paso: no respeta el orden social de los alemanes de Valdivia ni
sus compromisos más serios; no fue de su agrado ni una ni
otra religión; no le parece bien la agricultura y la deja.
Sólo permanece fiel a Natalia, a la que piensa dejar
"viuda". Ya es un insatisfecho: un endemoniado más
viviendo y muriendo entre la realidad y la fantasía. Su
"yo" desorganizado camina rápidamente hacia la
desintegración conductual: la locura.

Vuelve a acercarse a los alemanes y se entrevista con el
barón Von Hans Bodman, ministro de Alemania en Chile y lo
hechiza. Becker se convierte en lo que el diplomático
espera de él al nombrarlo empleado de la Legación:
puntual, acucioso, serio, digno. Es sólo un
representación, porque tiene una motivación
más profunda: realizar sus sueños de riqueza. A los
pocos meses es nombrado "canciller" y está, a corta
distancia, del mundo de las condecoraciones otorgadas,
generalmente, por compromiso o reciprocidad, de las comidas de
"gala" externa, de los uniformes con entorchados y brillantes
tricornios de seda; está, además, al servicio de un
noble y del Imperio alemán.

EL CRIMEN.

Concibe su "Chef d'oeuvre" criminal al ver y tratar a
Exequiel Tapia, mozo de la Legación: cándido, bueno
como un niño: Sí, puede ocupar su lugar como
cadáver: las cenizas no marcan diferencias de ninguna
clase. Consume un año planificando detalles: ver dinero
suficiente para su ambición en la caja de caudales de la
Legación; conocer un poco más al barón y su
caligrafía; gobernar a Tapia con propinas y regalos. Sabe
que intentará engañar a todo un pueblo y a sus
compatriotas: debe obtener del gobierno chileno una
pensión para su propia "viuda"; pasaporte falso para la
fuga; alterar un poco su fisonomía; asegurarse la vida.
Ah, pero será rico y volverá a Alemania como
triunfador.

El 5 de febrero de 1909, a las 13,30 horas, se
declaró un violento incendio en las oficinas de la
Legación de Alemania, Nataniel 112. Los bomberos no
encontraron agua para combatirlo. A los pocos minutos el fuego se
había propagado a siete casas vecinas. La Legación
se derrumbó. Entré los testigos del siniestro
estaba el ministro alemán. Declaró a los
periodistas: "Hace media hora abandoné las oficinas, en
ellas estaban el canciller Becker y el mozo Tapia".
Recordó que Becker era epiléptico y que… "como
estaba lacrando la correspondencia oficial, pudo tener un ataque
y haber volcado la vela".

A las 16 horas, cuando humeaban los últimos
escombros, se inició la búsqueda de los cuerpos de
Becker y Tapia. En la noche un bombero encontró un
cadáver carbonizado que tenía una argolla de oro en
el dedo anular izquierdo, grabado: "N.L. 13-III-1899". Las
iniciales correspondían al nombre y apellido de la esposa
del canciller; la fecha era la del matrimonio celebrado en
Valdivia. No quedó duda: ese cadáver era Becker.
Los doctores Donoso y Molina practicaron un examen
médico-legal. Concluyeron: "Es imposible identificarlo,
salvo por los datos del anillo. No hay heridas ni demostraciones
de golpes o contusiones". Becker había muerto en el
cumplimiento del deber.

A la luz natural del día siguiente, el sitio del
incendio entregó los restos de un chaleco, algunos botones
de metal, un reloj de oro con cadena, una cigarrera de plata, un
puñalito con empuñadura de "pata de ciervo" y hasta
los lentes que el canciller usaba unidos a una cadenita atada al
vestón. Natalia López, llorando, reconoció
los objetos como pertenecientes a su esposo. Obvio: Tapia
solamente conocía el oro y las joyas ajenas. El juez
Bianchi detalló los hallazgos con minuciosidad.
Sólo faltaba Tapia, el mozo.

Bienvenida Salgado, esposa de Tapia, expuso: "Mi marido
se echó al bolsillo 60 pesos diciéndome, esa
mañana, que el canciller lo iba a mandar fuera de
Santiago". El ministro Bodman aseguró que él no
había ordenado viaje alguno de Tapia y que Becker no
tenía autoridad para hacerlo. Agregó que 2
días antes del incendio había guardado, en la caja
de caudales, 27 mil pesos en dinero efectivo; dicha caja estaba
abierta, chamuscada y sin dinero. Se concluyó: "Tapia
asesinó a Becker para robar e incendiar la Legación
para borrar toda huella". Su detención fue encargada a
todos los policías del país. El gobierno
envió a don Víctor Prieto, subsecretario de
Relaciones Exteriores y al Edecán del presidente Pedro
Montt, a dar el pésame al ministro alemán,
prometiéndole hacer lo posible para aprehender al ya
inaprehensible Tapia.

TRES CARTAS
INCREIBLES.

Los policías de la Sección de Seguridad
establecieron que en la localidad de Caleu, en el interior de un
bar, meses antes del incendio, un grupo de campesinos tuvo una
reyerta con turistas alemanes y que uno de éstos fue
muerto a puñaladas. Según Becker, los alemanes
habían entablado querella criminal; amenazas
anónimas llegaban casi todos los días a la
Legación. El propio Becker, por supuesto, mostró a
su ministro una hoja manuscrita que decía:

"Señor Guillermo Becker: Ud. No ha hecho caso de
nuestra carta. Los 15 días que le habíamos dado de
plazo pasaron ayer y los alemanes no han retirado todavía
la denuncia. Ahora le decimos terminantemente a Ud. que si el
viernes que viene esa demanda no ha sido retirada, Ud. lo
pagará con su pellejo. No estamos dispuestos a sufrir que
a nuestros compatriotas se les castigue por unos cuantos gringos
de mierda. Si es necesario, tampoco respetaremos a la persona de
su ministro. Así que téngalo bien entendido. Varios
chilenos.".

Ricardo Neupert, uno de los escasos amigos de Becker, se
presentó a la policía con 2 cartas fechadas el 31
de Octubre de 1908. Su "difunto " amigo se las había dado
para que las mantuviera bajo su personal custodia: una era para
Bodman y la otra para el presidente Pedro Montt. Emocionadamente
recordó lo dicho por Becker ese día: "Tú,
que eres mi mejor amigo, no me pidas explicaciones: temo que me
maten; el día menos pensado lo harán. Te ruego, si
eso ocurre, entrega estas cartas a Bodman".

Carta al ministro:

"Las amenazas de los chilenos se cumplirán.
Supongo que cuando Ud. reciba esta carta ya estaré muerto.
La voluntad del que va a morir es sagrada: me es penoso pensar
que mi muerte podría ser, para Chile, la causa de un serio
conflicto. Estoy preocupado por la suerte de mi mujer y de un
primo al que he adoptado como hijo. En la carta adjunta, para su
Excelencia, el Presidente, creo haber encontrado la
solución. Ponga Ud. esa carta en manos del Excmo.
señor Montt. Becker".

Carta dirigida al Presidente Montt:

"Excelentísimo señor: Soy alemán de
nacimiento y chileno de afecto por el entrañable
cariño que profeso a Chile, donde he pasado las horas
más felices de mi vida. He caído víctima de
la saña ciega de unos ilusos; yo los perdono, y si la
justicia lograra detener a mis victimarios, sírvales mi
perdón de escudo y la ignorancia de defensa. No es mi
muerte lo peor que han hecho: viví las angustiosas horas
de "reo en capilla" que me hicieron pasar durante semanas y
semanas, porque yo tenía el presentimiento de que iba a
caer en sus manos.

"Dejo, Excmo. señor, una viuda y un niño
en situación precaria. Vivía con la renta que mi
gobierno me pagaba. A la benevolencia de V.E. recomiendo a esos
dos seres en quienes he concentrado todo mi cariño. La
generosidad chilena sabrá resarcirles la falta que les
hace el que les daba el bienestar y el pan. Así
también se evitarán las dificultades que puedan
surgir, a causa de mi muerte, entre el gobierno de mi patria y el
de Chile, que amo tanto como a aquélla.

"Parecerá extraño y ridículo que un
vivo escriba de esta manera, como de ultratumba, pero el
presentimiento de mi muerte ha adquirido en mí los
caracteres de una certeza. Si esta carta llega a manos de V.E.,
quiere decir que no me engañé, y entonces mis
palabras no tendrán nada de extraño o
ridículo. Si supiera que mi muerte no habrá de
causar ratos amargos al señor ministro de Alemania, a
quien aprecio y venero, ni alarma ni disgustos a mi segunda
patria, Chile, que amo con sincero cariño, con más
serenidad esperaría el momento en que sentiré en
mis entrañas el puñal asesino. Guillermo Becker.
Canciller de la Legación de Alemania".

UN TESTIGO
PROVIDENCIAL.

Alguien intemporal, para decir lo menos, movió,
movió los pasos de 2 seres muy distintos entre si y se
produjo el encuentro que cambiaría los roles: asesino por
muerto y muerto por asesino.

Otto Izacovich, joyero, fue a ver al juez Bianchi
gritando desde la misma puerta del tribunal:

-¡Becker está vivo! ¡Está
vivo!

Ante las naturales dudas del magistrado, Izacovich
agregó:

-Lo encontré en el Portal Edwards; me
acerqué a felicitarlo por haber escapado con vida del
incendio. Le hablé en alemán y él, ofuscado,
enojado, me contestó en español, diciéndome:
"No lo conozco. Déjeme tranquilo". Corrió y se
montó en un coche de posta que pasaba al trote.

"El ofuscado-enojado" parecido a Becker, igual a Becker
o Becker, entendía alemán. La substancia del
extraño dialogo fue captada:

-¿Cuándo lo vio?

-La misma noche del 5, medianoche, o algo más
tarde. Llevaba patillas postizas y el rostro lleno de afeites.
Vestía de cazador…

El juez dispuso que 2 médicos alemanes hicieran
una nueva necropsia al cadáver y el entierro fue
postergado para el día 8. Los doctores Aichel y
Westenhoeffer encontraron la punta de un cuchillo cerca del
corazón; abrieron el cráneo. Concluyeron: "Muerte
por herida a puñal en la región cordial y
traumatismo cráneo-encefálico".

El juez encargó al doctor Valenzuela Basterrica,
Director de la Escuela de Dentística, el examen de la
dentadura del occiso…

EL ENTIERRO.

El cortejo salió desde el domicilio de Becker,
Purísima 276, en dirección a la Deutsche
Evangelische Kirche, ubicada en Santo Domingo 1825. Allí
estaba casi toda la colonia alemana residente y delegaciones de
provincias. El ataúd, cubierto por la bandera alemana, fue
ubicado en el centro de la iglesia. El pastor luterano
leyó versículos de la Biblia y le auguró:
"… la gloria eterna que sólo alcanzan héroes y
misioneros".

Hacia el Cementerio General, en carroza de lujo, se
plegó al cortejo una chilena, dolida y silenciosa
muchedumbre. En el camposanto el barón Von Bodman
leyó: "… la patria alemana recordará, con tierna
gratitud, a quien muriera víctima del puñal traidor
de un cobarde asesino, cuando cumplía los deberes de su
cargo. El difunto era un hombre dotado de nobles cualidades y de
un corazón bondadoso".

"El héroe", por fin, reposaba, como todos los
muertos, en la soledad de una tumba de flores; pero, la verdad
abatía a las sombras.

EL DR. VALENZUELA
BASTERRICA.

Las condiciones del Dr. Valenzuela, conocidas
días después del entierro de "Becker", fueron
asombrosas: "La dentadura corresponde a una persona de
aproximadamente 25 años de edad: falta absoluta de
desgaste, en dientes y molares". Acompañó al
informe facturas de los trabajos efectuados por el dentista Danis
Lay en la dentadura de Becker: 5 extracciones con anestesia; 4
tapaduras de oro, 3 de platino, una tapadura grande en cavidad
sin nervio y una corona de oro. Finalmente, el informe
decía: "La dentadura del cadáver encontrado entre
los escombros del la Legación de Alemania sólo
tiene careado un molar".

La "obra de arte" del asesino alemán tenía
una falla más grande que la isla de
Chiloé.

PESQUISA, DETENCIÓN,
PROCESO Y FUSILAMIENTO.

La detención del canciller fue encargada por
telégrafo y se enviaron, por correo urgente, 200 retratos
de su rostro a todo el país. Allanada su
casa-habitación se encontraron 23 tomos de la Kriminal
Bibliotec y 12 libros sobre crímenes y criminales
alemanes. Se establece que 30 días antes del crimen se
había asegurado, contra todo riesgo, en 10.000 pesos, en
la New York Insurance, a favor de su esposa. Quince días
antes del asesinato de más larga y fría
premeditación conocido, cobra, en el Banco Alemán,
un cheque por 19.500 pesos, previa falsificación de la
firma de Bodman. El 26 de enero, a sólo 9 días de
la macabra suplantación, obtiene, en el Ministerio de
Relaciones Exteriores, pasaporte para Ciro Lara Montt, un
"cuñado" fantasma. En la casa Francesa, 3 días
antes de matar a Tapia, compra polainas y un elegante traje de
cazador; en la peluquería Paganini adquiere un par de
patillas "a la austríaca". Horas antes del incendio deja
depositado, en el Hotel Melossi, un maletín y un estuche
de armas. Dice: "Serán retirados por don Ciro Lara". El 5
de febrero, después de su fatal encuentro con Izacovich,
disfrazado de "Lara", se presenta en el hotel; es tarde y decide
alojar en "El Melossi". La mañana del 6, mientras
desayuna, "Lara" lee, en los diarios, el incendio de la
Legación. A un mozo le encarga la compra de un pasaje de
ferrocarril para Chillán. El mozo le lleva las maletas al
cazador.

"Por Selva Oscura -cerca de Caracautín- ha pasado
a caballo un alemán muy parecido a Becker en
compañía de un campesino llamado José
Villagra. Lo siguen el Subinspector Garretón y el Oficial
Fuenzalida, a cargo de 5 guardianes". Rezaba el nervioso mensaje
telegráfico.

A pocas leguas de la frontera, en la desembocadura del
Mitrauquén, los guardianes Antonio Veloso y Juan Becerra,
detienen a Becker, que llega a ofrecerles 5.000 pesos por su
libertad -el valor de 2 coupés nuevos-. Entrega su
revólver, un maletín con dinero y joyas, un rifle
con 500 proyectiles y unos anteojos de larga vista.

El expediente, monumento procesal, pasa de las
dos

mil fojas y en todas ellas se nota la mano experta del
juez Bianchi. Su última mentira: "Tapia me atacó y
me defendí". Terminó confesando haberle dado
garrotazos en la cabeza, haberle clavado un cuchillo en el
corazón; haberle colocado, ya muerto, su anillo a Tapia e
incendiar la Legación. Fue condenado a muerte.

Convirtió su celda en santuario-oratorio. Llevaba
un gran crucifijo de madera colgado al cuello junto a 5
escapularios. En una vasija con agua bendita metía,
nerviosa y constantemente, sus dedos rojos.

El 5 de julio de 1910, porque el terror -grado
máximo del miedo- no le permitía andar, los brazos
de 2 gendarmes lo llevaron al patíbulo. Le dieron un
calmante que no le produjo efecto. Era casi un cadáver en
el mínimo de la actividad circulatoria y respiratoria; sin
embargo, en su último estado de lucidez, con los ojos
vendados, hizo 2 preguntas susurrantes que no obtuvieron
respuestas orales: "¿A qué distancia se colocan los
tiradores? ¿Disparan bien?"

El cadáver del ex canciller presentaba 5 famas
rojas. 4 en el corazón y una en el medio de la frente. Es
curioso: Becker ha sido el mejor blanco de la historia de los
fusilamientos chilenos.

El perro de …muerte

De las memorias de Inspector Cortés

Los humanos, creadores del calendario y del reloj,
creemos haber fijado todos los plazos… y siempre se nos escapan
los del amor y el desamor, los de penas y alegrías,
enfermedad y muerte; pero, a veces, por el
extrañísimo rumbo de los plazos existenciales,
algunos hombres han vaticinado, con escalofriante exactitud, las
fechas de sus propios decesos: Miguel Nostradamus (1503-66) dijo,
con 10 horas de anticipación: "No me verá con vida
la salida del sol". Murió antes del amanecer. Samuel
Langhorne Clemens, novelista norteamericano, el famoso "Mark
Twain", 1835-1910, expresó: "Vine a la tierra con el
cometa Halley y me iré con él". Así fue. El
cometa pasa por nuestro planeta cada 76 años.
¿Regresará el extraordinario humorista en
1986?

Mi padre, a los 38 años de edad, nos
angustió diciéndonos: "Moriré a los 40". Lo
enterramos horas después de convertirse en
cuadragenario.

Profesionalmente he vivido rodeado de muertes violentas.
A pesar de mi preocupación por este fenómeno no
paso de ser, como todo humano o animal, un juguete tánico,
con una diferencia atroz: viendo a una persona o su imagen
sé si está o no en zona de muerte. Cuando el
fallecimiento ocurre soy un sorprendido mayor que la
víctima porque ignoro los mecanismos del acierto. Tratando
de precisarlo tengo que referirme a vaguedades tales como "mirar
de muerte": algo de noche eterna, de quietud opaca; espejo
convexo oscureciendo entre destellos de asombro. En la
descripción de esta inconsciente hiperestesia directa de
lo letal, capaz de apreciar o receptar los "reflejos" de la
muerte próxima, ninguna voz puede servirme. Creo que es un
mirar viejo, encasillado en mi memoria que debe tener,
obviamente, un registro para difuntos próximos. El
fenómeno debe tener algo que heredé de mi padre y
que yo he acrecentado, sin quererlo, mirando cientos de muertes
recientes, miles de pupilas de muertes antiguas. No es broma ir
por este mundo llevando en el espíritu carga
semejante.

He tenido que aprender a huir de hospitales y de
hospicios, de aglomeraciones públicas y privadas. Me he
convertido en un solitario que se niega a mirar rostros. Sin
embargo, sé que el fenómeno es superior a mis
fuerzas ya que soy violentamente atraído por "afinidad de
testigo" o por mandato ineludible. ¿Qué,
quién me cerca? Sigo aspirando a vivir en la misma forma
que los demás. No puedo.

Fui amigo de un extranjero con el que solía jugar
bridge. Un día vi en sus ojos que había entrado en
las zonas de la vieja parca y supe que pesquisaría un
imposible más.

EL RUBIO
INQUIETO

Erick Simmons, danés, de 45 años, casado,
ingeniero, excelente jugador de bridge y ajedrez, abandonó
el club "Miraflores", de la calle Monjitas, y caminó, como
siempre, hacia el Parque Forestal, donde acostumbraba a
estacionar su automóvil. Dos cuadras de árboles
desnudándose con lentitud; rumor de fuentes dormidas; un
río viejo y murmurador; palomas tibias arrullando
estatuas. La quieta nave de cemento gris del Palacio de Bellas
Artes estaba anclando en la noche de su limpio puerto vegetal:
libre hotel para pájaros; alto cofre de ilusiones
cromáticas con cúpulas-mástiles
celestes.

Erick ignoraba que el hombre necesita vagar a la deriva,
fugarse hacia el azar en busca del olvido del ser
autonegándose, dándose, compartiendo con otros, con
cualquiera, el extraño destino humano. Rígido,
frío, eficiente, poseía un cerebro especializado en
dos voces: análisis y síntesis de negocios; con un
motor: ganancia. Tenía hasta el olor de los dólares
viejos.

Tenso, fuera de sí, próximo a estallar
como una granada al sol, se sentó en un banco
frotándose violenta y estrepitosamente las palmas de las
manos. Fijó, involuntariamente, su atención en un
punto vago, escurridizo: una pequeña e incierta luz lila
que lo obligó a cerrar los ojos. La luz se le
acercó bailando, cortando toda imagen, todo pensamiento.
Ya no le parecía lila: era un morado encendido quemando
gasa fina, quemándose a sí misma. Le entró
en el cerebro y tuvo una extraña sensación de
frío, un frío de piel ajena que empezó a
cubrirlo. Escuchó que su propia voz decía: "En tres
días serás ajusticiado".

Jamás se había preocupado de su muerte.
"Debo estar enloqueciendo. Demasiadas preocupaciones. No he
dormido lo suficiente".

Anochecía. Caminó pisando hojas.
Fumó. El frío no lo abandonaba. "¿Por
qué vivo estas aprensiones? Yo no tengo enemigos. Soy casi
un desconocido en este país. A mis empleados y obreros les
pago bien".

Dio vuelta su miedo naciente: "¿Y este plazo?
¿Por qué tres días? ¿Por qué
no ahora mismo, mañana o en mil días más? No
puede ser cierto: El 3 es un número como cualquier otro de
los inventados por el hombre". Volvió a sentarse. El miedo
suele ser, Erick lo ignoraba, el mejor adelantado de lo
oculto.

Un ciclista pasó muy cerca de sus rodillas: el
ciclista huía de un enorme perro negro que trataba de
morderlo. El perro se detuvo bruscamente frente a Erick. Se
echó en el suelo y se quedó mirando al hombre de
cabellos rubios y ojos azules. Un joven, con las manos en los
bolsillos del pantalón, pasó silbando.

-Lindo su perro, señor.

-No es mío.

-El que sea de otro no lo afea.

El perro despidió al silbador mostrándole
los colmillos. Una mujer de edad, coja, envuelta en un chal gris,
acarició, de paso, al mastín que sordamente
gruñó y peló los dientes. Una voz de metal
ordenó:

-¡Quieto, "Negro"!

Desde atrás de Erick, como si fuera un gnomo o un
muñeco de goma, apareció un niño
ágil, desenvuelto:

-Deme una moneda, señor.

La voz del niño era, ahora, de flauta antigua,
penetrante, llena de matices.

-¡No tengo!

-¿No tiene?

-¡No! ¡Llévate tu perro!

-No se enoje. Ud. no sólo es rico, también
es avaro.

Rascándose la cabeza pequeña y sonriendo
cruzó la avenida rumbo al río con el perro negro
detrás.

Erick lo llamó a gritos y le dio 10 pesos,
preguntándole:

-¿Qué harás con tanto
dinero?

-Compraré cigarrillos y me compraré un
sandwich. Gracias.

-¿Dónde vives?

-En una cueva del cerro San Cristóbal.

-¿Con quién?

-Con este perro que sólo es un trozo de
corazón de la noche, con la lluvia y el viento. En esta
época duermo en una cuna de hojas bulliciosas.

-¿Cuántos años tienes?

-Los del hombre, los del frío, los del
silencio.

-No hablas como niño.

-No he dicho que lo sea.

El muchacho recogió la larga colilla de Erick y
aspiró, agregando:

El dinero me lo regaló por miedo,
¿cierto?

Caminó hasta su automóvil. De la guantera
saco una botellita de metal y bebió un largo trago de
pisco: "Debo estar viendo visiones".

Un rostro blanco, agraciado, joven, de larga cabellera
rubia, se asomó por la ventanilla de auto:

-¿No quieres compañía?

-¿Cuánto?

-100 pesos.

-Está bien, sube. No me agrada beber
solo.

Le pasó la botella.

-¡Hum! Pisco del bueno. ¡Salud! ¿A
dónde iremos?

-A ninguna parte. El asesino que se apoderó de mi
mente podrá encontrarme en cualquier lugar.

-¿Qué dices, chifladito?

-Alguien me va a matar en 3 días
más.

-Tienes tiempo. ¿Cómo es? ¿Ella o
él?

-No lo conozco.

-Me bajo. Mi negocio es el sexo. No me gustan los locos
ni los crímenes…

-Espera. Aquí tienes los billetes. No tendremos
relaciones. Estoy comprando media hora de tu tiempo, porque me
pareces normal.

La rubia se guardó el dinero entre sus senos de
lanzas.

-Bien, empieza. Es más limpio y descansado
escuchar.

-Mi mujer debe estar colocando el mantel sobre la mesa:
calcula que debo estar por llegar a casa. Mi hijo mayor
está haciendo sus tareas. El menor debe estar dormido;
pero yo ya no soy el mismo que salió en la mañana.
Ahora vivo los sobresaltos de una pesadilla: mi asesinato a plazo
fijo…

-¿Cómo se llama tu hijo menor?

-Erick, como yo. Es colorín. Tiene 2
años.

-¿De dónde eres?

-De Dinamarca. Un país frío con gentes
cálidas.

-Se me está pasando el miedo. ¡Salud!
Háblame de tu crimen. Ningún hombre, en mi ya larga
vida de "amiga pública", sufría de fantasía
criminal. Todos vinieron a mí por mi boca, mis senos, mis
nalgas. ¡Habla!

-Siempre había dormido bien. Durante el
día soy una calculadora manejando personas y
números: un industrial convertido en financista. Desde
hace una semana tengo los ojos abiertos en la oscuridad. Me pesa
la sábana, la almohada se calienta. Me he olvidado hasta
del sexo tan necesario para descargar el instinto animal que me
resta. La fecha vino sola: hoy, en este parque y no hace mucho
rato, mi propia voz, contra mi voluntad, créeme,
fijó el plazo absurdo…

-¿Hora?

-No. Supongo que será de noche.

-Puedes quedarte en casa, ir a la policía, salir
de Santiago o del país. Ver a un psiquiatra.

-Tienes razón. Sólo que un desconocido
poderoso…

-Déjate de desconocido. Puede ser un marido
celoso, un padre…

-¿Qué haya podido apoderarse de mi
tranquilidad y usar mi propia voz? No. Yo soy tranquilo: mi
esposa y prostitutas callejeras.

-¡Ah! Normal. ¿Has arruinado a
alguien?

-No lo sé. Uno piensa en números. Los que
caen o cayeron hacían lo mismo que yo. Es cuestión
de sistema, de habilidad para "untar" al poderoso, de suerte. No
vemos rostros. Fabricamos o vendemos alimentos, vestuarios,
movilización, luz, agua, gas, remedios, habitaciones,
caminos, entretenciones, educación para niños,
vacaciones y algo ganamos.

-Me voy, amigo mío. Espero que todo sea una
locura pasajera. Mañana, si lo deseas, te veré
aquí. Yo también vendo mis servicios y el sexo es
el mejor negocio.

Enfiló el auto rumbo al barrio alto. Su mujer
tenía la mesa arreglada. Erick dormía con un osito
de peluche; el mayor bostezaba con un cuaderno de
matemáticas sobre las piernas.

No comió. Se echó en la cama tratando de
penetrar su pesadilla. Antes de medianoche se escuchó
diciéndose: "Dos días".

Salió del club de bridge como un
sonámbulo. Cruzó el parque. Levantó, desde
afuera, la antena de su auto. Abrió y se sentó a
oír radio. Vio a la rubia subiendo a otro vehículo.
Alcanzó a oírla decir a gritos: "'Mañana,
"Gringo"!

El muchacho del perro se acercó:

-Deme un cigarrillo.

-Ayer te di 10 pesos.

-Me los comí. El hambre no tiene horario ni sabe
de economía; tampoco el vicio.

Le pasé la cajetilla y el niño
encendió uno. Aspiró y expelió el humo en
pequeñas volutas inclinadas, alargadas.

-Fumas como un viejo y hablas como brujo.

-Lo soy. La rubia se llama Estela y su cabello es
negro…

-¿Qué más sabes de ella?

-Duerme en un hotel de la calle San Pablo. Es sensible y
bondadosa. Gracias por los cigarrillos. Nos veremos
mañana, señor.

-¿Cómo sabes que vendré?

-Ud. no faltará a la cita: ningún hombre
puede alterar su sino.

Bajó del auto tratando de sujetar al muchacho. El
perro rezongó abriendo el hocico húmedo y
rojo.

La Costanera era a esa hora un largo desfile de
automóviles veloces con conductores cargados de cansancio,
dudas y una que otra esperanza. Erick se agregó a la fila
de motores enloquecidos que se desgranaba en calles laterales
llenas de "mausoleos" para transeúntes, con antejardines
espaciosos, mangueras, perros bravos, rejas, gatos y empleadas
parlanchinas. Detuvo su Volvo blanco frente a una casa gris.
Cortó el agua del regador automático. Abrió
la puerta, besó a su esposa -rito de los cónyuges-
y tomó asiento en la larga mesa cubierta con un blanco y
frío mantel de nylon. De la dorada alcuza sacó
aceite y se lo echó a una lechuga tierna. La mordió
y se fue a su dormitorio diciendo:

-No tengo hambre.

-Hace días que no comes, Erick.
¿Qué pasa? Ni siquiera has saludado a los
niños.

-La fábrica no anda bien: demasiados
gastos.

Desnudo se puso a mirar el techo. "Mañana.
¿A que hora se cumplirá el plazo?
¿Cuánto sabrá ese muchacho-duende del
parque? Su perro me paraliza. ¿Cómo y para
qué vive un hombre su último
día?"

Se levantó ojeroso, cansado; sin ánimo
atendió sus negocios. Cerca del atardecer se
encaminó hacia el parque y esperó.

La rubia venía radiante:

-Hola, "Gringo". ¿Cuántas horas te
quedan?

-Lo ignoro. Sube.

Volvieron a beber pisco.

-¿Qué harás?

-¿Qué puedo hacer o dejar de hacer? Uno
adquiere hábitos que no puede modificar. Somos gusanos
erguidos, monos, si lo prefieres, dueños de un lenguaje
incierto. Así voy a morir, sin saber por qué ni a
qué vine a este mundo. Creo haber sido duro, pero
solamente repetía lo que vi hacer a otros desde que yo era
niño. A propósito, ¿conoces a ese muchacho
que anda por este parque acompañado de un mastín
negro?

-No. ¿Por qué?

-¿Es Estela tu nombre?

-Sí.

-¿Duermes en un hotel de la calle San
Pablo?

-¿Por qué has estado haciendo
averiguaciones sobre mí?

-Todo me lo dijo el muchacho del perro. Es un
niño endemoniado que dice frases terribles. Su perro tiene
un mirar que produce terror. Cuando vuelva a verlos…

-Estás loco, Erick. Dame mis 100 pesos. Si
mañana sigues vivo, ven a verme, seguiré siendo tu
confidente. Trabajo en este parque desde que era una niña
y jamás he visto a un niño con un mastín
negro y feroz.

Contra su costumbre, Erick tomó la Avenida Santa
María. En Pío Nono vio al muchacho del perro y lo
siguió. El niño empezó a correr hacia el
cerro San Cristóbal. Por el camino de autos, perseguido y
perseguidor se encumbraron hacia el verde, la luna y las
nubes.

Hice fotografiar el Volvo blanco y los pies de un hombre
rubio que colgaban sobre el camino. Ordené fotografiar esa
garganta abierta a dentelladas. Comenté con los hombres de
la Brigada de Homicidios:

-He visto muertos blancos y negros, rojos y azules,
verdes y amarillos, morados. La transparencia de éste es
casi vidriosa. ¿Cómo pudo un perro…?

Alguien preguntó:

-¿Dijo perro, inspector?

-Sí. Perro. Aquí están sus pisadas
y en esta garganta hay profundas huellas cónicas: Tienen
las arcadas dentarias más estrechas que el hombre y poseen
2 incisivos más. Los premolares terminan en punta; las
huellas del canino inferior se intercalan entre las del canino y
las del tercer incisivo superiores. ¡Miren! Hay huellas
erosionadas en esta piel de pergamino y arañazos alrededor
de las mordeduras. Lo que me preocupa son estas pupilas llenas de
asombro doloroso. ¿Cómo será la cara de ese
perro de muerte? ¿Qué habrá visto Erick
Simmons?

El recado del Dr. Acuña

"Hace algún tiempo recibí, en sobre
cerrado y lacrado este "mensaje". Es brasa y hielo para mi
torturado espíritu.

"A pesar de lo que sobre mí expresa, no
he

sido capaz de alterar frase alguna.

Inspector Cortés".

"Desde ayer… no soy lo que era y no puedo saber lo que
ahora soy. En el accidente automovilístico (?) de Alameda
y Santa Lucía -que obra en su conocimiento-, mi viejo
reloj se detuvo -Ud. lo vio- a las 16,10, marcando, con
inútil exactitud, la data de mi muerte
física

"¿Qué le pasa, inspector? ¿Le
sorprende que sepa, después de muerto, lo que hizo en mi
sitio del suceso? Todavía -como lo prueban sus
vacilaciones y titubeos- seguimos conectados. A usted, un hombre
enchapado en humanas aberraciones, errores, misterios y
crímenes, un "milagro" no lo llevará al asombro ni
a la locura; por eso ha sido elegido como el destinatario de este
informe de "difunto".

"Mi viejo Chevrolet gris, que me llevara, sin
dificultades, durante un cuarto de siglo, por caminos, ciudades,
pueblos y senderos de este país de ensueños largos,
no fue convertido en chatarra por el camión que tan
imprevista y velozmente salió desde el hoyo del "Metro" en
construcción: una fuerza, en la que Ud. no cree,
hundió el acelerador; la misma que colocó el
microbús al costado derecho de mi vehículo. Hable
con el juez; muéstrele este escrito -si se atreve-y
olvídese del chofer. Sé que lo hará.
Gracias.

"El informe de mis colegas del Instituto Médico
Legal, respecto a las causas de mi fallecimiento: "Lesiones
profundas en el tórax con fractura de las costillas;
pulmones contusionados y dislocados por las puntas de las
costillas rotas; corazón fuera de la base de los grandes
vasos; fractura de las columnas vertebral y lumbar. Muerte
instantánea", es, profesionalmente -equivale a humano-,
exacto.

"Supongo que está fumando como capitán de
barco a la deriva; y que se muerde los labios: el informe del
Instituto está en su cajón, inspector.
¡Cotéjelo con el mío!, sin olvidar que yo fui
el necropsiado. Un perito en Investigaciones Documentales
podría decirle que el dactilógrafo de este "recado"
carece de pulso y de emociones. No, no lo hará, porque ya
debe haber observado la uniformidad extrahumana de los tipos.
Bien, Cortés: ¿cómo supe lo que redactaron
los doctores Vargas y Tobar?

"Creí que las rápidas escenas del
camión, microbús y choque, de acuerdo con mi humana
condición, serían lo último que
captarían mis retinas-cerebro: pero, seguí mirando,
oyendo, pensando, recordando.

"Me pareció que ascendía… sin mayor
esfuerzo. Me detuve en el aire como si fuera -trato de ayudarlo a
comprender- una ingrávida burbuja celeste, transparente,
hecha de tibia luz murmurante.

"Perdóneme, inspector, el párrafo
anterior: es tan difícil escribirle a Ud., duro
hipopótamo de los hechos. Si cuesta vestir, de noche, a
una sombra débil: más dificultades existen al
tratar de vestir, con palabras, a una pequeña luz durante
un claro día de marzo. Supongo que, a esta altura del
relato Ud. ya comprende que carezco de materia-forma.

"Sentí que el olor de la bencina derramada y mi
sangre formaban una extraña mezcla-aroma, y no
prevalecía el derivado de los hidrocarburos. No se
sorprenda: mi mente actual o lo que sea, clasifica de otra manera
porque es distinta. En mi actual condición, débil
luz que se apaga, lo que Ud. sigue denominando "olfato" es para
mí un simple análisis de esencia y mi sangre era
más importante. Descendí por entre los fierros
retorcidos: quería verme desangrar. Actor y espectador de
una escena nueva. Macabra deformación profesional, si Ud.
lo prefiere. Los glóbulos rojos, encadenados por la
gravedad, eran un collar de monedas arreboladas. El ya disminuido
chorro arterial había formado un pozo sobre el pavimento.
Una gota de aceite me atravesó sin tocarme, sin abrirme.
Comprendí que era menos que el aire; y dueño de una
movilidad inaprehensible: deseo y acto eran y son
instantáneos, inseparables. Confuso -resabio de mi ex
humana condición-, volví a tomar altura. Vi cuando
sacaban mi cuerpo de muñeco molido, desarticulado. Mi
rostro duro, achatado, tenía una expresión de
"sorpresa dolorosa" que mi memoria no registraba y
comprendí que ya no podía interpretar el pasado,
tan reciente, como humano: encontré falsa mi
interpretación fisonómica. Trato de hacerle
comprender que habito, así me parece, en la misma frontera
de lo que fui y lo que soy: una línea que no admite
trazos… precisos.

"En el furgón -de orden suya- condujeron mi
cadáver a la morgue. Se que trató de impedir mi
necropsia. No le doy las gracias: este "muerto" (?) no agradece
sentimientos envueltos en jerarquía oficial: una vieja
vanidad suya.

"Me quede "vagando" por los alrededores del lugar del
"accidente" en busca de una explicación: allí
había "nacido" a mi nuevo estado y algo podía
encontrar. Sin duda, todavía perdura en mí el
oficio. Debí escribir "flotando" o "girando". Es
inútil: ningún gerundio puede servirme para
comunicarle a Ud. lo que soy, lo que hacía y lo que
buscaba. Una idea es esencialmente lo opuesto a materia y yo debo
ser menos que la huella del último suspiro. Créame,
Cortés, algunas "ideas" son atemporales: existen desde
antes que el hombre aprendiera a medir el tiempo de su muerte,
cuando lo que llamamos "cerebro" empezaba a plasmarse en la
comarca azul de la primera lágrima-océano, y
seguirán existiendo cuando el hombres-especie olvide el
crimen, el llanto y la congoja.

"Qué le ocurre al viejo investigador de conductas
criminales? ¿Le quema el alma este airecillo del
Más Allá? ¿Necesita más pruebas?
Trataré de dárselas. Allí, en ese
trágico escenario, los espectadores, conmocionados y
conmovidos por mi muerte, ya eran, como siempre, adelantados
aprendices del proprio rol a jugar, que es el motor que mueve
secretamente toda conducta humana. Los interrogantes del
espectador, cualquiera que sea, son: ¿cómo
será la mía; cuándo? Inspector, no se
estremezca: su cerebro funcionó profesionalmente al pensar
en mi reemplazante, Ud. no le teme, ¿cierto? Sumé
emociones: respiraciones agitadas, pulsos rápidos,
secreciones; en lo psíquico los estados de conciencia
pasaban de la pena a una aguda sensibilidad: todos buscaban ver
heridas. Hiperestesia, significando el máximum de
sensibilidad total, no pasa de ser una palabra más que no
me sirve para expresarle la penetrabilidad que estoy
"viviendo-muriendo". Como médico examinador policial, de
su Brigada de Homicidios, compartimos, profesionalmente, muchas
muertes de extraños: Ud. observaba y concluía. Nos
consultábamos. Supongo que lo recuerda. En miles de sitios
del suceso Ud. fue secando la fuente de sus lágrimas: lo
supe ayer…cuando sus manos hábiles tocaron mi cuerpo y
su cerebro sólo comparaba heridas. ¿Y ahora,
Cortés?

"Perdón, mi mujer, enlutada, acaba de regresar
del cementerio y se ha encerrado en el que fuera nuestro
dormitorio. Sé que está llorando. Iré a ver
sus lágrimas, a oírlas caer sobre el limpio piso de
madera o en su falda. Mi invisible corazón de esfera
anhela compartir esa pequeña y tibia lluvia silenciosa,
íntima, secreta. Será mi despedida.

"Ana, inspector, dejó caer 20 lágrimas y
sollozó. Sonó su larga nariz fría y se
limpió ojos y rostro. Contó el dinero sobrante -el
funeral fue carísimo- y empezó a juntar mis cosas,
a desarmar mi cama, a empaquetar mis libros. Leí su
intencionalidad; Ud., sabe, ahora, que puedo hacerlo: va a
seguir, sin desmayo alguno, preocupada del futuro de nuestro
pequeño hijo. Está arrinconando sus recuerdos entre
sus células y tratará de hacer lo mismo con el
niño. Esta es otra de esas "ideas" eternas: el
espíritu, poseyendo a la materia, cumple, inexorablemente,
su misión de prolongar las vidas familiares en las mejores
condiciones posibles.

"Vuelvo a disculparme, inspector: una esfera no
debería cometer errores; pero Ud. sabe que fui humano y,
al parecer, no podré cortar, así como así,
las raíces de la ternura con mis manos florecidas de apoyo
franco, mis voces tibias, el mirar compasivo; esa ternura donde
todavía anida la piedad sensible al dolor ajeno. Me estaba
refiriendo a vida-muerte, un fenómeno complejo,
lento-rápido, que los humanos, viviendo como "inmortales",
rehusan analizar. Entre lo vital y lo mortal no cabe ni la sombra
de una aguja: la unión es esencial.

"Los seres, y Ud. lo sabe bien, se dividen en
destructores y creadores. En un principio solamente
existían los primeros; pero, desde hace algunos miles de
años, lo útil, lo bello y lo bueno, quedan: son los
frutos de los mejores. Y esta es otra de esas ideas reales
eternas. La unidad intermedia -los conceptos del hombre superior-
permanece como patrimonio de la especie y por ese sendero, que es
de todos y el mismo, avanzan, dolorosamente, los vivientes,
perdiendo animalidad, sublimándose.

"Mi mujer ha salido a comprar: alimentarse es
fundamental para seguir viviendo la muerte que le
queda…

"Humanamente, inspector, hay una muerte funcional, la
que Ud. tanto conoce; después, la tisular. Esta
última es camino de locura: Eduardo Brown-Sequard, un
colega francés, del siglo pasado, inyectó sangre en
la carótida de un perro decapitado y vio que el animal
ejecutaba movimientos de cara y ojos. Dice: "Me parecieron
dirigidos por la voluntad" . P. Roger y M. Beis practicaron
electroshock transcerebrales en cuatro cadáveres de
humanos adultos, frescos, logrando espasmos musculares
generalizados en los músculos de las caras. Crille, en sus
ensayos de "resucitabilidad" (1909), demostró la
conservación de los tejidos: piel, miocardio y
músculos, horas; los centros respiratorios alrededor de 30
minutos; el centro vasomotor y cardíaco, de 20 a 30
minutos; médula y corteza, de 8 a 10 minutos; centro
psíquico, de 6 a 7 minutos. En algunos cadáveres
observó una supervivencia inconsciente de casi 24 horas.
Esta es, inspector Cortés, casi toda nuestra ciencia
especializada más allá de la muerte. En los
esfuerzos de los 4 investigadores citados, aparece -lo sé
ahora que no soy médico- la agónica supervivencia
artificial cuando las condiciones experimentales obligan a los
órganos a funcionar: una especie de memoria
fisiológica sacudida. Pero el elemento fundamental de toda
vida-muerte es el espíritu que aparece como
extraanímico y superfísico, ajeno al transitorio
"poseedor" que encarna y separado -al menos en mi caso- de su
"prisión" física. Crille se equivocó: las 24
horas no son inconscientes. En esta "zona", inspector, creo que
la causa de la "fuga" obedece a una inteligencia superior cuyos
designios se me escapan. Cuando las agonías son largas y
dolorosas siempre corresponden a aquellos seres que
inútilmente tratan de seguir viviendo; en muchos el temor
a la muerte acorta el plazo vital, indicando, me parece
-sólo soy un aprendiz de esfera-, vidas arraigadas en el
instinto o en el error. Hasta podría acuñarse una
frase para tertulia de espíritus: dime cómo fue tu
muerte y sabré como fue tu vida. Ignoro por qué no
tuve una agonía larga; aunque, entrenado para morir
sólo fui sorprendido por lo "imprevisto del accidente". Me
es difícil reacomodarme a esta realidad: ayer fui un
hombre. En un principio, mientras crecía mi
comprensión del fenómeno vital, me cuidaba, como
casi todo humano lo hace, para "diferir" el final: locura o
insensatez mayor de los vivos. Al casi entender sus mecanismos
-anatomopatólogo, y al fin y al cabo-, me limité a
vivir sin aprensiones y con notable olvido de mi plazo.
Comprendo, ahora, que mi conducta no era común; sin
embargo, ella encerraba, para mí, un inapreciable
principio lógico de armonía del espíritu,
sin el cual el humano vive y muere atormentado.

"Mi mujer, perdón, mi viuda, acaba de regresar
con carne, leche y huevos. Compró -fuerza del
hábito y obnubilación- dos quesillos para
mí. ¡Pobrecita!

"En este balance finalístico tengo que decirle
que llegué a la policía por vocación
mortífera, de la que era, como todos, ajeno, mientras no
comprendí que la vida es en cada ser rol… escalonado y
ascendente. El humano funcionamiento, de acuerdo a su carga
esencial, gatilla, como en los animales, el canto del canario, la
fuerza del elefante, el apetito del chacal; con una diferencia
substancial: puede llegar a tener conciencia de lo que
verdaderamente es por el camino de la piedad, justicia y virtud.
A la postre todos los que viven tienen un fin que nadie ignora;
es mejor tratar de convertir este planeta verdeazul en un
paraíso cósmico donde el espíritu universal,
fragmentado en millones de seres, empiece a construir la
felicidad vital… hay un solo camino: olvidar el
egoísmo.

"Mi mujer está hablando, telefónicamente,
con mi suegra y le ruega tener al niño unos días
más en esa casa suya. Lo hará.

"El que puso en mí, inspector, una aptitud de
muerte, una predestinación que empezó con insectos
y que terminó a su lado, viendo, todos los días,
humanos convertidos en cadáveres por otros humanos -los
destructores-, sabía que, finalmente, escribiría
este recado. Creí que llegaría a convertirme en un
experto en tanatología y ya ve, Ud., en lo que he
terminado. De niño solía tenderme de espalda y
llegaba a la inmovilidad externa-interna casi absoluta, el "casi"
comprende la respiración en el mínimo y ciertas
"ideas" que, de uno u otro modo alteraban mi mente ansiosa de
vacuidad total. Ciertos interrogantes sobre el destino humano
suelen ser un buen ejercicio, incluso para Ud. que ha envejecido
en la violencia extrema. ¿Qué busca Ud., inspector?
¿El éxito como pesquisa? ¿No le parece
inútil meta tan corta? ¿O lo agarró el ciego
hacer y ya es una máquina? No, no heriré su
sensibilidad; pero, no olvide: mañana el sol tendrá
un día más en el tiempo del tiempo y Ud. un
día menos de su tiempo. Para el hombre es mejor la luz del
alma generosa.

"Vi a mi esposa, a mi madre y a mi hijo echar
puñados de tierra sobre mi tumba y aquí estoy
escribiendo para Ud., a horas de haber sido cristianamente
sepultado. Puedo, por ello, comprender que vida y muerte se
separan en otra etapa. ¿Qué más sé
ahora que poseo tan extraña experiencia? Que mi memoria es
la suya, que mi cerebro es el suyo, porque la vida que
compartimos tiene un solo sendero; y sé que yo soy un
consciente tramo de 24 horas Más Allá.

"Me estoy deshaciendo en el aire. Me apago inspector: ya
no veo ni escucho ni pienso. Me estoy abriendo y moliendo: fulgor
de noche en la noche. La región del no-ser- no tiene
puerta, tiene… olvido".

El señor Tarres

De las Memorias del Inspector Cortés

Mi suegro es español de las Islas Baleares y
comerciante del Barrio Estación. Llegó a Chile el
año 1920 y se nacionalizó hace más de 30
años. Sólo los domingos y festivos deja de vender
huevos y aceitunas. Nació con el siglo y posee una
envidiable salud: con su nieto más joven, 10 años
de edad, suele correr unos 20 metros de la calle Erasmo Escala,
ascender una o dos laderas bajas del cerro San Cristóbal o
bogar unos minutos en la laguna del Parque Cousiño; a
veces nadan, juntos, en la piscina de Peñaflor o en la de
Colina. Todos los días lee 4 diarios; en la TV sigue a
"Elliot Ness". Sábados y domingos duerme siestas largas;
al levantarse arregla enchufes, poda limoneros o revisa el motor
de su Fiat modelo 1962. En las comidas habla de San Lorenzo, el
pueblo de Mallorca donde nació y donde sigue, afectiva y
emocionalmente, viviendo. Toca, en el piano, canciones chilenas,
mexicanas, cubanas, argentinas y venezolanas; con la guitarra se
va a Andalucía: coplas y bulerías. Canta -fue
monaguillo en España– largas letanías en las que
mezcla mallorquín, castellano y latín. No le gusta
la política partidista y cree en muy pocos curas. Entre
los comerciantes de la Estación Central su palabra vale
más que un "t.' s check".

Hace 2 años le dio la gripe asiática y el
médico de la familia, A. Waissbluth, le inyectó
antibióticos. El organismo de don Jaime reaccionó
mal: 2 meses de fiebres intermitentes, pérdida del apetito
y del sueño. Cuando había perdido la conciencia
llamé a mi amigo, el doctor J. Vargas. Cambió la
terramicina por sueros y vitaminas. Durmió. Su rostro
empezó a tomar color de vida. Bebió jugos de frutas
y sopas de pollo. En la semana comió cordero asado. Una
noche me llamó a su dormitorio:

-¿Sabes de dónde vengo?

-Sí, de Hong Kong.

-No, gracioso, del cementerio. Desperté a
horcajadas sobre el ancho muro amarillo-blanquizco de la calle
Zañartu, allí donde hay una palmera y cipreses; una
calle con muertos en hileras escaladas: algunas cabezas quedan a
centímetros de los transeúntes. Era medianoche o
algo así: ni un alma en la plaza ni en la calle. Tú
sabes que ese muro, inspector, no lo escala ni un
acróbata. ¿Cómo llegué allí?
¡Contesta, Carlos Cortés!.

-No payasee, suegro. Como convaleciente tiene algunos
derechos, pero yo no tuve su fiebre, tampoco tengo su
locura…

-Estoy hablando seriamente, investigador de
pacotilla.

Lo miré a los ojos: la escasa luz de la
lámpara de velador me impidió verle el dividido
diablillo de sus cristalinos. La voz me pareció
angustiada, controlada. Mantenía las manos quietas y la
pequeña cabeza alzada, interrogándome con la
expresión general del rostro.

-Usted me ha tomado por José, el hijo de Jacob, y
quiere que le interprete un sueño vestido de pesadilla,
¿cierto?

-¿Sueño? Todavía me duelen las
asentaderas y las piernas: ese muro es ancho: longitud de
cadáveres anichados, cubiertos con ladrillos.

-Está bien. ¿Cuándo
ocurrió?

-Yo he perdido, bien lo sabes, la noción del
tiempo. Supongo que fue cuando estaba por
"entregarla".

-Referencia inútil. ¿Cómo puedo
saber el día?

-¿No se puede controlar el tiempo de la
aparición de los dolores musculares?

-Sí. Creo que es posible. Una pregunta de
cajón: ¿cuándo empezaron?

-Supongo que cuando ese médico, amigo tuyo,
cambió el tratamiento.

-¡Ah! Siete u ocho días. Buena
reflexión.

-¿De qué va a servirte?

-De nada. Esta es casi una conversación post
mortem.

-¿Qué es eso?

-Después de la muerte. Unos versos del
trágico Séneca: aseguraba que después de la
muerte nada hay y que la misma muerte nada es. Es el más
ilustre de los suicidas hispanolatinos.

-Si la muerte nada es ¿qué es la vida?
¿Acaso somos fantasmas?

-Ud., según su historia, ha estado más
cerca de esa frontera y debería saberlo. Adelante, suegro:
lo escucho.

-Iba a dejarme caer hacía el lado de las…
ánimas, cuando una calavera chica empezó a gritar:
"¿Qué va a hacer? ¡Devuélvase!
Aquí se pasa peor que afuera.
¡Váyase!

Reclamé de la recepción diciendo: "Estoy
medio muerto". Un vozarrón llegó a mí desde
cerca de la capilla del cementerio: voz ronca, vibrosa, notable
acortadora de distancia: "¡No recibimos muertos a medias!
Yo soy el cuidador nocturno de la paz de los difuntos.
Además, Ud. está fuera de horario.
¡Bájese hacia el lado de la calle!".

Luces celestes brotaron desde la tierra, tumbas,
árboles. Más que un amanecer era el florecer de la
medianoche. El muro y yo éramos la frontera: la mitad
clara, la otra, oscura. Cientos de cráneos se asomaron
desde nichos blancos y grises, miles venían, suspendidos
del aire, desde calles y avenidas. Mitin de calaveras: faroles
oscuros, redondos, iluminados en sus orificios, avanzando hacia
mí… Mi ánimo y mi sangre se encabritaron.
"¿Qué pasa?" -preguntó una inconfundible voz
de jefe, voz hecha al mando interrogativo. Los muertos, parece
increíble, también están jerarquizados.
Alguien contestó: "Señor capitán de los
espíritus, un viviente trata de hacerse pasar por uno de
los nuestros. Está en el muro sureste". La luz celeste
cambió a rosada. El capitán de los espíritus
me interrogó desde las sombras, directamente:

-¿Quién eres? ¡Dilo en voz alta
porque tu presencia ha despertado a todos… mis
hermanos!

Grité: "Jaime Llinás. Comerciante. 76
años". Creo, lo pienso ahora, que uno adquiere cierta
práctica inconsciente en esto de dar, oralmente, los datos
personales. El jefe de los muertos insistió:

-¿Qué has hecho en tu vida?

-Trabajar. De 7 a 11 años fui a una escuelita de
San Lorenzo y ya tejía monederos de plata; fui peón
de chuzo y pala en la construcción de una vía
ferroviaria, dinamitero de rocas, empleado de almacén en
Palma de Mallorca. Aquí, obrero y empleado.
Economicé. Mi sudor lo había convertido en monedas
de oro. Compro y vendo huevos y aceitunas…

Los difuntos procesionales, incontables, seguían
llenando ese enorme escenario rosa encendido, y metían
tanto ruido como los vivos. A ellos se dirigió el jefe al
decir: "Votaremos. Es la primera vez que un vivo-muerto quiere
entrar voluntariamente a integrar nuestras filas. Aquellos que
estén de acuerdo con el rechazo apagarán sus
luces".

El rosado empezó a perderse. Un negro espeso,
silencioso, cubrió a las calaveras. Cerca de un
ciprés un cráneo iluminado dijo: "Me opongo".
Agregó: "La votación es un sistema humano, vital.
Los muertos no podemos usarlo… porque nada podemos elegir. Este
hombre o medio hombre o medio cadáver debe decirnos las
razones que lo trajeron aquí antes del plazo".

-Tienes razón, hermano. Habla, Jaime.

-Con los antibióticos perdí el apetito,
enflaquecí. Ustedes deben recordar que no se puede
trabajar sin tener la energía necesaria. Además,
estoy aburrido de pagar impuestos y demasiado viejo.

-¿Cómo llegaste a escalar ese
muro?

-Sé que cerré los ojos. Entré en
una especie de letargo y caí en un pozo de sombra… Es lo
que sé.

-¡Caramba! -exclamó el jefe-. Los mueven
fuerzas extrañas a los vivos y a los muertos. Cavilaremos:
el caso es difícil…

-Aquí también trabajamos -dijo una
calavera semipelada.

Me dio rabia:

-¿En qué? ¿Cómo? Sólo
son sombras, huesos molidos, gusanos, recuerdos.

Una carcajada general, ósea, resonó en el
cementerio. Me insultaron.

-¡Cállense, ánimas revolucionarias!
Jaime tiene razón: aquí no hay trabajo para los
muertos, sólo le damos duras tareas a los vivos:
marmoleros, enterradores, cuidadores y oficinistas…

-¡Ah!, pero somos fuente de trabajo
-retrucó una calavera peluda.

-Sí -siguió el jefe-. Nos gusta ser
cargas, seguir unidos a los de nuestra especie, y cuando alguien
quiere unirse a nosotros, nos oponemos. El señor
Llinás debe entrar si así lo quiere.

-¡Qué entre como suicida! -gritó un
pequeño clavo redondo.

No me gustó la proposición:

-Regresaré cuando el tiempo se haya cumplido. No
creí que se iba a armar alboroto tan grande. Yo soy
propietario de un mausoleo, tengo derecho humano a…

La luz se hizo roja, amenazante. Las cabezas se
acercaban con ruidos de huesos molidos, sueltos.
Gritaban:

-¡No queremos muertos adinerados: ocupan demasiado
espacio!

-¡Cómprate un cementerio!

-Capitalista de gusanos!

-¡Pobres sí, ricos no!

Desde la calle venía el ruido de un
carretón. Volví la cabeza; el conductor detuvo el
caballo frente a mí: era mi amigo Pedro Tarrés,
mallorquín, al que habíamos enterrado hacía
2 años. Me reconoció:

-¿Qué haces allí, Jaime?
¡Bájate! Es mejor del mundo de los vivos.

-Estoy muy alto, Pedro. Si me tiro me puedo quebrar una
pierna o un brazo.

-Es cierto. Quédate tranquilo.
Espérame.

Azuzó al percherón blanco y subió
el carretón panadero a la vereda, poniéndolo debajo
de mi pie izquierdo. Los muertos seguían alborotados: un
cirio me pasó cerca de la cabeza, una corona seca me
cayó en el hombro. Salté sobre el techo del
carretón. Algo me produjo un leve dolor en el antebrazo
izquierdo. Apoyé los pies en el asiento del conductor y
descendí. Al trote nos dirigimos hacia el oeste. La puerta
principal mostraba un cementerio oscuro, quieto, normal. El trote
se convirtió en galope, en vuelo. Tarrés, auriga en
sombra, silencioso, me dejó aquí, en la cama. Al
menos así me parece, inspector-yerno.

Miré a mi suegro con simpatía. Al cubrirle
los brazos con la colcha noté que tenía, en el
antebrazo izquierdo, una larga cortadura de bordes irregulares,
en proceso de cicatrización:

-¿Cómo se cortó?

-El carretón tenía una lata
suelta…

Moví la cabeza. ¿Cómo se entra en
zonas extrahumanas? ¿Qué es lo que nos estremece el
alma?

-Las pesadillas, don Jaime, son sólo
sueños desagradables. Yo duermo en la pieza vecina a la
suya. Ud. lleva más de 60 días en cama. Su paseo
mayor es ir al baño: 3 metros. De aquí no ha
salido, físicamente, al menos. Lo que Ud. tiene es una
poderosa imaginación.

-Sí, y un corte en el antebrazo que se te ha
atravesado como una espina. ¡Acláralo, inspector! No
es posible vivir normalmente con tales dudas…

-Bien. ¿En que trabajaba el señor
Tarrés? ¿Panadería?

-No. Era mi competidor de aceitunas.

-¿Tuvo carretón panadero?

-No, hombre. Usaba automóvil. Era
riquísimo.

-Sus respuestas no me ayudan.

-Lo sé. No sé mentir.

-¿Qué ropas tenía Ud., si es que
recuerda, arriba del muro?

-No recuerdo.

Revisé todas las ropas de don Jaime. Una camisa
blanca tenía manchas de sangre fresca y un corte irregular
en la manga izquierda. Me dolió la cabeza. Unos pantalones
oscuros, muy viejos, tenían, en las asentaderas,
fragmentos de pintura amarilla y blanquizca, y manchas de moho,
ladrillo y tierra aceitosa. Tomé dos analgésicos y
salí.

En el cementerio, frente a una palmera y 3 cipreses, el
muro mostraba unos ladrillos movidos. En el piso exterior, vereda
ancha, existían leves saltaduras hechas, al parecer, por
un pesado cuerpo metálico. La tumba del señor
Tarrés tenía la tierra removida, como si alguien
hubiera sido recientemente enterrado o recientemente
exhumado…

Mi esencia se negó a seguir investigando:
encontrar un carretón panadero con una lata suelta en el
techo y tirado por un percherón blanco hubiere sido
más de lo que puede soportar un hombre que se gana la vida
pesquisando homicidios simples, crímenes pasionales,
asesinatos más o menos perfectos, pero humanos. A mi
suegro le dije

-En cualquier cementerio son más las tumbas de
los pobres; hay más nichos que mausoleos. Se mantienen las
mismas diferencias socio-económicas de
aquí…

-¿Estuve o no en el muro?

-No lo sé. Un humano movió los ladrillos
del lugar señalado por Ud. Tal vez un pintor o un
albañil.

-¡La vereda! ¿Qué encontraste con tu
famosa lupa?

-El cemento estaba saltado: algún vehículo
de mano, una carretilla cargada de arena o ripio, por ejemplo,
pudo producir esos rastros.

-Gracias. Háblame de la tumba de
Tarrés.

Tragué saliva espesa. Bebí agua.
Encendí un cigarrillo. Tosí. No alcancé a
abrir la boca:

-Gracias, yerno. No te preocupes: has sido
elocuentísimo. Hay algo que no te he dicho: Tarrés,
el caballo y el carretón, desaparecieron frente a la
abierta ventana de esta casa, la que da a este dormitorio.
Todavía hay geranios de tallos rotos y césped
aplastado… Mis sandalias… tienen briznas… Yo jamás
he pisado, conscientemente, ese antejardín…

Se sonó, la pequeña y recta nariz, usando
un viejo pañuelo de colores que guardó, muy
dobladito, en el bolsillo superior de su pijama verde.
Carraspeó, agregando:

-Tú y yo sabemos, ahora, que la muerte es un
fenómeno extraño, desconcertante, gemelo de la vida
misteriosa, insondable. Ambas nacieron de un mismo y eterno
parto

El visitante de los arreboles

De las Memorias del Inspector Cortés.

La tarde del domingo 12 de diciembre último el
sol, pintor herido, al recoger sus brochas planetarias,
arreboló las nubes de su -para nosotros- muerte aparente,
sumergida: tibia tela de luz ensangrentada para vestir cardenales
mitrados, en fuga, encendidos; moradas flechas circulares
oscureciendo el plumaje de los pájaros, enmudeciendo
gargantas infantiles, cantos. Hasta en el pavimento de la calle
Erasmo Escala, donde moro, caía la extraña y tenue
luz: robles y acacias esquineros mostraban temblorosas hojas de
ágata.

No lo vi venir, pero oí el ruido sordo de una
contera golpeando, acompasadamente, las baldosas de la vereda.
Detrás de la punta metálica ojotas grises, viejas,
gastadísimas, unidas por correas negras sobre empeines y
talones desnudos, blancos, flacos, arrugados. Alcé la
mirada: pantalones claros, sucios, remendados sobre las rodillas;
un paletó de lana gris; camisa púrpura, abierta.
Rostro de vela larga, endurecido, con lágrimas
suspendidas. Cabellos espesos, rizados, oscuros, alcanzaban su
espalda de arco viejo. Venía, espectro débil, desde
el oeste rojo, apoyándose en la reja del antejardín
y bailando una ebriedad de viento alto, de hoja antigua y seca,
vaga. Destrozó un geranio y se clavó las espinas de
un rosal al tratar de mantenerse de pie. Cayó como una
hoja de palma, como un pañuelo gris. Lo ayudé a
levantarse sujetándole, dándole peso a su
ingravidez de burbuja oscura. Nos detuvimos en la escalinata del
edificio donde vivo; encuclillado terminó
sentándose en la tercera grada. Las hojas de una
enredadera le formaron un trono oloroso, decorado por flores
azules. Dos abejas zumbonas revoloteaban cerca de su larga y
delgada nariz aguileña. Olía a baúl viejo
recién abierto, a caminos polvorientos y olvidados.
Mostrando largos dientes amarillos, separados y una sonrisa-mueca
ósea, empezó a cabecear sujetándose de las
espadas inútiles de la reja. Parecía dormir, en
lámina pretérita, el sueño-muerte de la
especie. Seguí regando limoneros, hortensias; malvas
altas, bailarinas, con mariposas blancas, de vuelos arraigados;
achiras anaranjadas. "¡Qué viejo es!
¿Quién será? ¿De dónde
habrá venido?" Descarté la ebriedad: el olor del
vino siempre es nuevo. En mi mano derecha, hiriendo mi cerebro,
una sensación de pluma tibia me llevaba por otras rutas:
un espíritu vestido de piel, huesos formales y andrajos.
Visión para un domingo de soledad.

Dejé el chorro de agua sobre la tierra que rodea
el tronco de una acacia extranjera y encendí un
cigarrillo. Una voz de campana sorda rebotó en la calle
desierta y en mis tímpanos; voz con tonos de muerte
cercana, de vida vieja:

-Deme un cigarrillo, señor. Es un vicio nuevo en
mí: aún no tiene cuatrocientos años y excita
mi gastadísimo sistema nervioso o los restos que de
él me quedan; provoca un aumento de mis escasas
secreciones glandulares y contrae mis casi inirrigados vasos
sanguíneos.

Le di lo que pedía. La llama de mi encendedor no
era firme. No pude dejar de mirar sus ojos hundidos, casi
cuencas.

-Gracias. Voy a desmalezar su jardín.

Apenas pude decir:

-Está oscureciendo: en minutos más no
serán visibles. Usted está muy débil: es
casi una… sombra…

-Maleza que yo toco, señor, se
desraíza.

Por encima de la reja empezaron a caer, sobre la vereda,
matas de yuyo. Gritó:

-¡Deme una podadora!

Sentí los "clicks". Su voz decía: "Este
limonero se está muriendo. Está herido en la
corteza y en la albura. Sanará porque es nuevo, apenas
ocho años: un segundo para un cítrico.

Lo vi correrse hacia el naranjo mandarino y oí
caer ramas secas:

-Este árbol, señor, fue traído del
Paraguay.

Salió. Me entregó la herramienta. Se
lavó las manos en el chorro. Le di otro cigarrillo y
aventuré una pregunta, porque conocía muy bien la
historia del árbol que cubre parte de la ventana de mi
escritorio:

-¿Por qué cree Ud. que el mandarino es
paraguayo?

-Es casi un arbusto. No ha podido crecer porque
aquí recibe poca agua y escaso sol. Su follaje es abierto
y bajo; las ramas básicas nacen a menos de una cuarta del
pequeño tronco; los frutos vienen exiguos. En zonas de
ríos grandes y tierras cálidas o de aguas
medicinales, como las del Ypané, se desarrollan
esplendorosamente. Por el río Paraguay, que se une al
Paraná, los incontables lanchones con mandarinas apiladas,
mástiles frutales, tiñen el agua de arreboles
olorosos: la luz solar poniente vive entre cáscaras,
zumos, gajos…

-No ha contestado.

-¡No! Déjeme soñar, recordando en
voz alta, el desfile fluvial de la luz perfumada. Si la mandarina
tuviera el pericarpio delgado de la uva sería el mayor
milagro vegetal. En mi memoria sigue viviendo una larga herida
suave, olorosa. Paso el río Paraná y todo es agua,
luz, paz: la comarca mundial del citrus. El perfume del azahar es
el dueño de las provincias; sólo en Tánger o
en Valencia del Cid se puede ver y oler algo semejante. Antes,
demasiados siglos, ese aroma era romano, griego…

-Lo traje, señor, de San Vicente de Tagua
Tagua.

-Sí. No me haga caso. Yo hablaba de otros
tiempos, de orígenes, de árboles
sagrados…

LA
REVELACIÓN.

-¿Qué hace Ud., señor, en este
mundo? Es irreal como las pesadillas.

-Testifico sobre espíritu y destino del
hombre.

-Desmalezó y podó como un maestro.
Permítame obsequiarle este billete.

Su risa de huesos saltó a la vereda como un
guijarro, rebotó en la pared del frente,
aquietándose en la lejanía. Se puso de pie.
Creí que iba a volar, dijo:

-Trabajo gratis. Ojalá tuviera problemas
económicos, de espacio o tiempo, ambiciones, vanidades,
algo, cualquier cosa.

-Perdón. ¿De qué vive?

-De una orden inexorable. Hace veinte siglos fui
zapatero en Jerusalén.

-¿Qué hace aquí?

-Converso con Ud., experto en muerte.

-Sólo soy pesquisa de asesinatos.

-Lo sé, inspector Cortés.
¿Qué sabe de la muerte? Su trabajo se parece al del
legendario rey de Corinto, Sísifo: la piedra vuelve a
rodar.

Me entregué: mi interlocutor tenía la
parte brillante y eterna de la razón. Dije:

-Sólo conozco rostros de muertos, actitudes
póstumas, procesos fisiológicos casi rituales. La
muerte es sí escapa a la humana comprensión.
Alguien escribió: "La muerte a cada paso diferida".
¿Cuál es el paso? ¿Quién difiere?
¿Cómo? ¿Por qué? Por estas
interrogantes la muerte es el principio del conocimiento y la
madre religiosa del humano. Como el hombre jamás ha sido
inmortal no creo en balas ciegas ni en cuchilladas sin
destino.

-¿No se acorta el plazo?

-¿Cuál?

-El de los suicidas, por ejemplo; a los que tanto
envidio. No todo humano es mortal, inspector. Cuando esa
maravillosa condición se pierde, uno busca la muerte con
desesperación de amante enloquecido. La paz del
espíritu, la única que existe, es más que
una palabra: es la razón de la vida. No hay paz sin
muerte, salvo que el hombre alcance una vida espiritual simple,
perfecta.

-¿Quién es Ud.?

-El que negó el descanso.

-¿A quién?

-Al aparentemente vencido. Quería congraciarme
con los poderosos ocasionales, transitorios. En ese tiempo yo
tasaba al hombre por riquezas y poder terrenos.

-Es un error común. No me parece una gran
falta.

-No, pero he sido un gran ejemplo: conmigo ha florecido
la piedad. Ahora, en el fondo del hombre, la muerte vive entre el
temor y la esperanza. El temor es conciencia en desarrollo y la
esperanza del limpio interno se parece a la gracia.

Volvió a sentarse en la tercera grada. Hice lo
mismo. Volvimos a fumar. El aire se llenó de voces
latinas, hebreas, griegas, nacidas del murmullo viejo de una
muchedumbre airada, distante. Pasos y el ruido sordo de un largo
madero arrastrado sobre piedras milenarias. Llantos, risas.
Empecé a temblar. La voz de mi interlocutor llegó a
mí llena de angustia, enlutecida:

-¿Le teme a la muerte?

-Sí. Quisiera entender un poco más lo que
ocurre con mi espíritu y creo saber que para lograrlo
necesito algún tiempo o un milagro. Poco a poco,
señor, me he ido centrando, paradojalmente, en un vivir
abierto, humano. Ya no me asombro ni juzgo.

-Sigue una buena ruta, inspector. No necesita consejos.
¿La sacó de libros?

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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