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Anotaciones sobre hacedores de Literatura





Enviado por Alberto JIMÉNEZ URE

Partes: 1, 2, 3

  1. Pórtico
  2. El amor a veces, el
    olvido entonces
  3. Octavio Paz en
    ningún mundo
  4. La
    Retórica
  5. Venus
    «pubísima»
  6. Gil Otaiza
    «todavía está
    aquí»
  7. Paisaje con
    ángel caído
  8. Denzil Romero:
    ¿escritor polémico?
  9. «Percepción del «Mundo
    Inmundo» de Saintus
  10. Febres Cordero
    vindicado por Gil Otaiza
  11. Ramos de Lora: el
    advenimiento y periplo de un extraordinario
    sacerdote
  12. «Leer el
    mundo» con Bravo
  13. Pendencia
    ricardiana contra el «Método
    Científico»
  14. La mitad del
    «desquicio» en la lucidez simoniana cuando
    «se mira y vierte poeta»
  15. Los textos como
    «frutos fantasmas» de Homero Vivas
    García
  16. Alrededor de
    Cuentos, un libro «de un tal Gil
    Otaiza»
  17. Estética
    del Abatimiento Amoroso en Quintero
    Noguera
  18. De Carnal a las
    apacibles Memorias del Relámpago de un
    «luxferiano» impune
  19. El docto estudio
    «barreralinariano» de nuestro
    «idioma», el «discurso» y la
    «Internet»
  20. La «Cuarta
    escogencia» de un gran magma de apellido
    Cardozo
  21. La poética
    magnífica de Arnulfo Quintero
    López
  22. En redor del
    poemario Esmeraldas (Prólogo)
  23. Notas

(Alrededor de obras literarias de Rodolfo QUINTERO NOGUERA,
Octavio PAZ, Alfonso ORTEGA CARMONA, Raiza ANDRADE, Ricardo GIL
OTAIZA, Gabriel JIMÉNEZ EMÁN, Denzil ROMERO, Marie
Josué SAINTUS, Víctor BRAVO, Simón ZAMBRANO,
Homero VIVAS GARCÍA, Carlos DANÉZ, Luis BARRERA
LINARES, Arnulfo QUINTERO LÓPEZ y Agmary FEDER))

Pórtico

Los hacedores [intelectuales, en general] somos lo
que los ignorantes aborrecen: individuos profesos del

Solipsismo. Estadio de la psiquis humana que nos permite
indagar [nos] para discernir y verter conocimientos e invenciones
sin convidados o la presencia de indeseables advenedizos:
mediante
La Escritura, La Obra de Arte, La Dramaturgia, La
Filmografía, El Discurso [político, religioso,
científico, filosófico, literario u otros]
y
El Cientifismo Cuántico que nos obligará a
tener que admitir que semejamos a
partículas de lux
[quarks] en fuga hacia la Nada que ni siquiera
es
Materia Obscura (A. J. URE, Mayo de
2014)

Monografias.com

[I]

El amor a veces, el
olvido entonces

Un caso extraño de poesía que bebió
de cuanto publicaron hacedores de la estatura intelectual de
SÁNCHEZ PELÁEZ, fallecido, Carlos
CONTRAMAESTRE
[igual extinto] y Livio DELGADO, entre
otros, es la que nos muestra Rodolfo QUINTERO NOGUERA en
El amor a veces/el olvido entonces [«Ediciones
Gritanjali», Instituto Merideño de Cultura,
Mérida, Venezuela, 2003].

Sus textos nos transfieren al campus donde los
hombres exponen los placeres y los tormentos que, alrededor de
las pasiones humanas, les deparó la vida.

El libro de Quintero Noguera es
celebración por la presencia de la Mujer, empero
-a veces- desencanto o desencuentro con ella.
El Hombre que sublima a la Mujer, que la goza,
que le agradece su compañía [la que lo ayuda a
sobrellevar las vicisitudes de la existencia y que le impele a
luchar por la realización de todo lo que anhelan juntos]
pero que también reconoce la complejidad implícita
en la comunión carnal y espiritual con quien convino
transitar con Él un sendero no exento de
obstáculos:

«Entre tú y
yo

una noche

detenida

al cabo

La incertidumbre

de un adiós

Toda la inconsistencia

del odio

Y una promesa

rota

de olvido»

Postal No. 1». Ob. cit. p.
17].

Hay mucho desencanto en la poesía amorosa de
Rodolfo. Tanto como angustia, que no cesa jamás en
los seres humanos: y ello independientemente de su
posición social en un momento específico. Sus
textos evidencian el desgarramiento del individuo frente a su
intensa entrega e insospechada y abrupta
ruptura,
propios del inmediatismo nada inusitado. Pareciera
que [¿fusionándonos? a Ella] nada
corrigiésemos y todo enturbiáramos, porque la
existencia es puro esencialismo: desafío sin
propósito distinto a la experimentación riesgosa de
una realidad perpetuamente inaprehensible.

«No soy quien

olvidado

de la muerte

nombraba las estrellas

celebraba la lluvia

y perseguía

la luz efímera

del relámpago»

[Frag. de «Soy contigo».
Idem., p. 18]

En la consumación del Amor siempre
estará presente la Muerte [su inminencia por
causa mayor], cual si sólo surgiese para materializar la
simulación de una vida afectiva plena y sin el temor de un
inminente sufrimiento. Estamos vivos y queremos fusionarnos
teniendo la certeza que nos aguarda la sepultura. QUINTERO
NOGUERA
se irgue sabio para decirnos: «No soy quien se
extasiaba/ante el Modigliani/de tu
seno/desnudo/en la resurrección/del
alba… Yo –a quien la amargura/nunca
pudo/dar alcance- no soy/hoy/no soy sin
ti» [p. 19]

Pero, si «no es sin ella» tampoco lo es con
quien la supliría. En la interminable búsqueda de
Si [ese Yo en la Otra] mediante la
falotración, el Hombre terminará
derrotado. Similar destino le aguarda a la Mujer, quien,
aun resistiéndose a la lujuria, es el objeto de su
irrupción: la musa de la «Mitología
Griega».

Rodolfo QUINTERO NOGUERA es un poeta reflexivo
que eligió, esta vez, tributarle honores al Amor
y el desencanto vertiéndose. Rinde honores, pero sin la
detonación de las salvas. El Amor verdadero no es
caricatura, ni un simulacro donde dos se miran a los ojos previa
fornicación para luego -sin abluciones ulteriores-
[huir] despedirse:

«El amor a
veces

como una ausencia

un silencio

un devenir

sin mañana

Como esta casa

oculta

en la memoria

Como un cielo

incauto

como un pez

espada

Como un abismo

insospechado

en la palabra

Como una escena

repetida

de la lluvia…»

[Frag. de «El amor a veces».
Idem., p. 20]

No había conocido [yo] un poeta que
concediese al Amor la importancia de una doctrina, como
lo hace Rodolfo: aun cuando si hubo creadores que mas
cínicamente terminaron por situarlo en el territorio de
los asuntos escabrosos, caso Séneca y Epicuro (1)
Nuestro amigo QUINTERO NOGUERA –a diferencia de
quienes asocian a las mujeres con las víboras- no se
cansará de amar, de procurarse una fémina que le
prometa [ad infinitum] lo inasible de ese sentimiento
exclusivo de las criaturas «racionales»
o tenidas por tales.

¿Qué perseguimos al falotrar o
buscar el Amor? Acaso, ¿persuadirnos que
sólo se trata de un simulacro de comunión
auténtica? O, simplemente, es una situación
inherente a la existencia? ¿Habrá un poeta que
nunca haya [esputado] ideado amar letalmente?
¿Qué motivó al poeta a elucubrar en
alrededor de esa tentación casi maligna?
Leámoslo:

«… El poeta

-taciturno

y melancólico-

divisó la taberna

donde acuden

los amantes

a celebrar sus penas…»

[Frag. de «Aciago en el bar».
Ibídem,, p.p. 25-26]

Será, probablemente, una entrega profunda sin las
enmiendas que nos impone la desgarradora realidad del
inmediatismo. Efímero, no siempre,
«doloroso» [¡oh!]
«tormentoso», fortuitamente memorable.
Podría, de esa forma, ser calificado ese nada
noticioso
e íntimo
«sentimiento» que nos mueve a proseguir
en este mundo. El cauteloso juicio de QUINTERO NOGUERA
exonera a la meretriz, a la prostituta
cándida que tiene «la sana costumbre/de
prestarse/a los placeres/del cuerpo…»
[p. 31]

Temática escabrosa la del Amor, pero
prolija en recursos para suscitarnos innumerables alegrías
y sinsabores. No es lo más parecido a la Muerte
que no develaremos hasta nuestra partida de esta
sensación
einsteiniana (2) de
permanencia,
de vida. No es igual un oasis que ansiosamente
queremos alcanzar, no es ni será lo que imaginamos en un
instante de debilidad humana o ante la soledad extrema y
lastimosa. El Amor es letal, rebelde, culpable,
indómito, impredecible, verdugo, castigo o
bendición. Es La Totalidad que da sentido a
La Nada que somos.

[II]

Octavio Paz en
ningún mundo

Una información importante en la vida de
Octavio PAZ fue su ateísmo, que lo
llevaría a expresar su deseo de ser incinerado luego de su
muerte. Toda persona «atea» es -a mi juicio-
suprarracional: lógica, consciente que todas sus
acciones individuales sólo podrían ser posibles sin
la intervención de la Providencia. Durante su larga
vida, el fallecido escritor mexicano -autor de Libertad bajo
palabra
(1958), El laberinto de soledad (1950),
El arco y la lira (1956) y La otra voz (1990),
entre más de veinte libros– trasladaría su
pensamiento desde cierta utopía
«revolucionario» hasta casi adherirse a ideas propias
de la «extrema derecha»

PAZ tuvo propensión al análisis de
la Cultura Mexicana, la mayoría de cuyos
elementos le sirvieron de base para elaborar El laberinto de
la soledad
: un ensayo respecto al cual formularé
ciertos comentarios (3)

El dolor de Ser para Ser Otro

En El laberinto de la soledad [«Fondo de
Cultura Económica», México, 1994], el
escritor dilucida -rigurosamente- el comportamiento del sector de
sus paisanos que «tiene conciencia de ser en tanto que
mexicanos»
(lo admite en su obra ya dos veces por
mí citada). También cuanto precede a sus
hábitos o costumbres y sus semejanzas con el hombre
hispanoamericano
en general. Leámoslo:

«[…] Es natural que después de
la fase explosiva de la Revolución, el mexicano se recoja
en sí mismo y, por un momento, se contemple

[…]» (cfr. p. 13)

Sobre el legendario machismo del mexicano,
aberración más que exacerbación de la
conducta humana, PAZ le halla su origen en la herencia
Hispana. Antes, parcialmente,
Hispanoárabe. Más atrás en el
tiempo, Grecorromana.

Al cambio de las cosas, los mexicanos -similar a los
venezolanos, colombianos, chilenos o argentinos-
evolucionarían culturalmente [o degenerarían,
según el análisis de cada cual] para conformar esa
«cosmogonía» de lo indefinible e insondable
reflejada en el Multirracismo y Multiser. Hoy,
previa petición de disculpa y sin ánimo de proferir
agravios contra ninguno, se me ocurre calificar nuestras
poblaciones como Multinadas. Ésa, materializada
en la asimilación gregaria de estupideces, falsos valores,
necesidades frívolas, resentimientos apócrifos e
ideas relacionadas con la antisolidaridad y
antihumanismo en boga:

«[…] Don Nadie, padre español de
Ninguno, posee don, vientre, honra, cuenta en el banco y habla
con su voz fuerte y segura. Don Nadie llena al mundo con su
vacía y vocinglera presencia. Está en todas partes
y en todos los sitios tiene amigos. Es banquero, embajador,
hombre de empresa. Se pasea por todos los salones, lo condecoran
en Jamaica, en Estocolmo y Londres. Don nadie es funcionario o
influyente y tiene una agresiva y engreída manera de no
ser […]» (Idem., p. 49)

Estoy [abatido] persuadido: los
hispanoamericanos de escasa cultura experimentan,
permanentemente, dolor por Ser para Ser Otro
Imposible e Incontaminado Racialmente.
Cuando alguien
[docto] «instruido» decide no padecer por causas de
origen abstracto u ontológico, será captado como
una criatura extraña que ha elegido la condenación
de su alma. El Ser Otro es la conversión en
Cualquiera Ficcional, la negación de una entidad
que -provista de la Razón Inmutable-
debería afianzarse en el Universo mediante el
desarrollo de su naturaleza individual: lo cual podría
suceder sin que se perjudique a nadie.

El bienfamado poeta aseveró «que la vida es
la máscara de la muerte» [Ibídem.,
p. 91]. Frente a esa sentencia, afirmo que PAZ tuvo una
mente científica aún bajo sensibilidad
poética: ello puesto que, irreductiblemente, la
ocultación del verdadero rostro de un Ser o
Cosa es un simulacro de sepultura de La Nada.
Es antitésico presumir que vivimos tras la
máscara de la Muerte. Existiríamos si no
fuésemos la simulación del Ser cuya
materialidad dudamos. Por ello, el intelectual recordaría
que «[…] el mexicano no quiere ser ni indio ni
español. Tampoco quiere descender de ellos. Los niega. Y
no se afirma en tanto que mestizo, sino como abstracción:
es un hombre. Se vuelve hijo de La Nada […]»
(Supra., p. 96)

EL Poeta que no temió bogar por
La Poesía

Octavio PAZ no se pareció a los poetas que
lo son para procurarse una condición social u acomodo en
organismos oficiales; no semejaba a esos que se califican de
creadores y [de un momento a otro, ante la displicencia del
político-funcionario que decide presupuestos culturales o
frente la ignorancia del empresario] se niegan. Defendió
la Poesía como el científico a su
disciplina. Con asombrosa lucidez, bogaría por
ella:

«[…] Es extraordinario que las obras
perduren y se transmitan de generación en
generación. Las técnicas cambian, la letra impresa
substituye a la manuscrita y la televisión tal vez
acabará (lo dudo mucho) con el libro, pero las artes,
cualesquiera que sean las técnicas y el estado de la
sociedad, perduran. Los asuntos públicos y sus
héroes pasan; los poemas, las pinturas y las
sinfonías no pasan […]» (La otra
voz,
«Seix Barral», España, 1990. p.
75).

Su amor por la acción escritural fue profundo y
combativo. Por muy ignorante y tecnocrática que hubiere
sido la comunidad de hombres en la cual se desenvolvió,
logró convertirse en la suprema inteligencia de su
país y ya sólo los imbéciles se
atreverán a discutir la estirpe clásica
(evoco la más pura acepción del término) de
su pensamiento fundamentalmente filosófico. Así lo
afirmo porque pienso que fue mejor ensayista que poeta, mejor
filósofo que político. Nunca vi en sus versos la
hondura de sus reflexiones. No sólo porque haya sido
arrolladora y levantase innumerables polémicas, su prosa
adquiriría una envidiable dimensión:

«[…] La poesía no busca la
inmortalidad sino la resurrección […]» (ver
Ob., cit., p. 86)

Al retomar a PAZ, me sobreviene el pensamiento de
mi admirado amigo español [escritor y sacerdote helenista]
Alfonso ORTEGA CARMONA: «[…] En la
categoría de lo poético entran todas las
posibilidades y cálculos del pensar humano, y en esto es
ella congénere de la filosofía, mientras la
Historia cuenta lo particular […]»
(Introducción a Homero, «Academia Nacional
de la Historia», Caracas, República
«Bolivariana» de Venezuela, 1996. p.
38)

La fascinación Octaviopaziana por una
Tierra Santa

Durante los años que precedieron a su muerte,
nuestro celebrado escritor se sintió impelido a retomar o
reescribir una temática «espiritualista»
-supongo que parcialmente inédita- trabajada en el curso
de su estada en la India en condición de embajador
[1962-1968]. De ahí surgiría Vislumbres de la
India
[Edición de «Seix Barral»,
España, 1995]

Una vez más, Octavio PAZ se
adentraría a lo más intrincado de la
«condición humana» tras analizar las
costumbres y religiones que persisten entre los pobladores de esa
santa tierra:

«[…] Lo primero que me sorprendió de
la India, como a todos, fue su diversidad hecha de violentos
contrastes: modernidad y arcaísmo, lujo y pobreza,
sensualidad y ascetismo, incuria y eficacia, mansedumbre y
violencia, pluralidad de castas y de lenguas, dioses y ritos…
Pero la peculiaridad más notable y la que marca a la India
no es de índole económica o política sino
religiosa: la coexistencia del Islam y el Hinduismo

[…]» (Ob. Cit., p. 44)

En numerosos de sus ensayos, es perfectamente captable
que Octavio PAZ tuvo provectísimas preocupaciones
ontológicas y que ellas desvirtuaban su divulgado
«ateísmo». Fue un intelectual preocupado por
el Hombre: su relación con la
Naturaleza, el Cosmos, sus vínculos con
otros seres vivos y su Pulsión Metafísica.
No sé si es cierto que fue ateo: hace tiempo que
ya -felizmente- partió hacia ningún mundo: hacia
donde nada jamás será ni siquiera en el
ámbito de la ilusión, rumbo a la No Eternidad
Gozosa o Sufriente
[4)

[III]

La
Retórica

El sacerdote y helenista Alfonso ORTEGA CARMONA,
adscripto a la Universidad de Salamanca [España],
hace más de dos décadas me envió uno de sus
más consultados libros que difícilmente pierden
vigencia: Retórica (Editado en Madrid,
España, bajo el sello de la citada institución
académica, el año 1989). A su juicio,
«[…] en Europa el arte de hablar bien ha sido
siempre el instrumento más importante de la cultura y de
la formación del hombre […]» (Ob.
cit.,
p. 11).

Se cree que Aristóteles (Estagira,
384-322) «legitimaría» la
«Retórica» porque fue quien –de hecho-
la utilizó metodológicamente para impartir
conocimientos: cuestionar los sucesos sociales y políticos
de Grecia, e igual para prodigar sus ideas al
Vulgo.

Es indiscutible que la «Retórica» se
fortalece en los pueblos en los cuales la democracia
impera, y sucumbe ante regímenes totalitarios.

En este tiempo y realidad, muchos indeseables del ambiente
político presumen –íntima e infamemente- que
no es cosa distinta al don de hechizar: la fase superior
de la –para ellos- necesaria dosis de mentira, demagogia o
histrionismo.

Cierto es que la auténtica praxis democrática no
es ni la oficialización del discurso timador ni
la coacción del librepensamiento. Leamos lo que
piensa ORTEGA CARMONA:

«[…] Sin la facultad de hablar libremente,
exponiendo el propio parecer para la mejor decisión y
deliberación acerca del bien común, no puede
existir verdadera democracia […]» (Idem.,
p. 17)

Aristóteles pasó a la Historia
considerado como el más admirable de los discípulos
de Platón. Inicialmente, se había dedicado
al estudio e investigación de la Biología.
Durante aproximadamente veinte años, asistió a la
Escuela Platónica. Luego de la muerte de su
maestro (año 347), marchó de Atenas para
convertirse en asesor e instructor del Príncipe
Alejandro DE MACEDONIA.

Regresó, más tarde, para fundar lo que
trascendió bajo el nombre de Liceo: claustro
donde inmortalizaría sus ideas filosóficas. La
Política comenzaba a ser considerada como una de
las nuevas ciencias: «[…] debía ocuparse de
las formas de gobierno reales, a la vez que de las ideales, y
debía enseñar el arte de gobernar y organizar
estados, cualquiera que fuese su forma, del modo que se desease
[…]» –afirma George SABINE, en su
Historia de la Teoría Política
(«Fondo de Cultura Económica», Bogotá,
Colombia, 1976, p. 77). Es probable que cuanto en aquellos
días se definía mecánica
política
no fuere sino la
«Retórica», el método de praxis de una
disciplina cada vez más compleja y propensa a ser
malintencionadamente utilizada. En Atenas, los filósofos
fueron los primeros políticos profesionales porque
estuvieron más cerca del poder que quienes ejercían
actividades no intelectuales, aun cuando vinculadas a los
gobiernos. Novedosamente, esos pensadores fueron los primeros en
platicar sobre la factibilidad o no de abolir la Propiedad
Privada
y la Familia (tesis que
Platón defendía).

Ellos impulsaban las leyes, eran consultados para la
redacción de las normas o para eliminar las existentes.
Ejercer la «Retórica» era ejercer la
crítica: de una postura específica o de
acontecimientos provocados por los hombres.
Aristóteles difería de su maestro en lo
relacionado con el Estado Ideal y, frente a ello,
formularía –respetuosamente- su argumentación
personal. Lo hacía con técnicas, lucidez e
información científica.

En mi opinión, «Retórica» es el
discernimiento o debate público de las ideas opuestas:
morales, filosóficas, políticas o de cualquier otra
disciplina del conocimiento humano (5) Sesudo, Alfonso
ORTEGA CARMONA
lo dilucida perfectamente e infiere […]
«… que la mayoría de las decisiones
políticas, dentro de las instituciones
democráticas, son, a su vez, resultado de un debate en el
que la propuesta y defensa de los mejores argumentos corre
también la suerte de las más brillante y persuasiva
exposición» (Cfr., p. 17). Imprescindible para los
(defensores o acusadores) «oradores» o
«exponentes» en los juicios y los
adeptos del mitin o meeting, añado. Don
Alfonso sostiene que ya en los textos clásicos
La Odisea e Ilíada se advierte respecto
al «arte de hablar en público», lo que
habría precedido a la intencionalidad
aristotélica.

La importancia de dominar el discurso, la argumentación
y hasta la gestualidad determinaría el éxito
político de un personaje.

En esa etapa iniciática de la «Práctica
Retórica», la investigación,
ponderación y coherencia fueron cruciales y ulteriormente
conducirían a un extraordinario pensador
(Sócrates) a inventar la
«Mayéutica» (6):

«[…] Muchos retóricos antiguos vieron ya
en Homero al padre de la Retórica, y, con
frecuencia, citaron ejemplos suyos para la confirmación de
técnicas persuasivas. Bastaría recordar que tres
cuartas partes de la Ilíada, un poema de guerra,
están constituidas por conversaciones y discursos
[…]» (Ob. cit., p. 20).

En aquellos días, la preponderancia de la
«Retórica» influiría [todavía,
en diversos aspectos de la vida universitaria e intelectual
posmoderna] en el establecimiento de los tribunales del
pueblo
: organismos mediante los cuales [se asegura] los
griegos eliminaron la corrupción judicial.

Si meditamos un poco, descubrimos que en los actuales
«juicios orales» (ya en tardía
práctica en lo que denomino ultimomundano) el
talento discursivo de los abogados suele salvar de la Pena de
Muerte
a los reos acusados de haber cometido delitos
graves.

Los tribunales del pueblo en la
Antigüedad eran integrados por numerosas personas,
lo que obligaba a los defensores y acusados al afinamiento de sus
intervenciones. En pocas palabras, a fortalecer su
oratoria. Curiosamente, Platón [pese a su
gran reputación filosófica] no pudo evitar que a su
amigo Sócrates lo condenasen a muerte bajo la
absurda acusación «[…] de haberse ocupado en
exceso de la investigación de lo subterráneo y lo
celeste, convertir en fuerte el argumento débil y
enseñar a otros estas mismas prácticas
[…]» (Platón: Defensa de
Sócrates,
Edición de «Aguilar»,
Madrid, España, 1973. P. 21). El filósofo
«delincuente» no lograría salvarse tras
utilizar la Mayéutica con la cual,
asombrosamente, deslumbraba e iluminaba las mentes de sus
discípulos. Y confundía a sus detractores con
lucubraciones que los develaban como los auténticos
culpables.

La Mayéutica se basaba en la incesante
interrogación que, por instantes, lucía
inquisición. Hubo algo inusitado que, en una de
las innumerables y acomodaticias reformas del Código
Procesal Penal
del país en el cual infaustamente
nací y que, por ejemplo, luce mediocre reminiscencia de
las leyes que imperaban en la Grecia Antigua,
aquí se ha establecido en los juicios orales (no
se sabe por cuánto tiempo ni por virtud de cuáles
legisladores desquiciados o ebrios) lo siguiente: la
selección por sorteo de jurados o escabinos sin
la necesaria formación jurídica o conocimiento de
la Constitución y Leyes y que, aparte, no tienen la
voluntad personal, la razonable curiosidad y sensibilidad
humanas, la determinación o formación intelectual
para indagar los detalles de los casos penales para decidir
quién es inocente o culpable de haber cometido el [los]
delito [s] que se le [s] imputan.

Sospecha Ortega CARMONA que la aparición
de la «Retórica» sería
contemporánea a la decadencia de la
«Sofística», de la que se inferiría que
fue la primera Ilustración Europea:

«[…] Su concepción de la Verdad, de
la Vida y del Hombre, en antítesis con la época
precedente, dará lugar a otra profunda revisión
filosófica en Platón y
Aristóteles, influidos por Sócrates.
El clima espiritual que precede a la Sofística alienta a
una fe inquebrantable en poderes sobrehumanos que rigen, sin
posibilidades de protesta, los destinos y todo fenómeno
cósmico […]» (Ibídem., p.
23)

Quienes propugnan el empleo del mitin o
meeting [en la actualidad, francamente en declive y
desprestigio] cometen impresionantes esfuerzos de
oratoria para mantener atento al imbecilizado enjambre
que los escucha. Lógicamente, los políticos de la
Antigüedad no gritaban porque se dirigían a
pequeños grupos de personas cultas y por ser
intelectuales. Sabios, portadores de La
Verdad.

Por virtud de políticos sin instrucción
filosófica, la «Retórica» ha degenerado
en formas intimidatorias: amenazantes, en mensajes
apocalípticos y de trasfondo vulgar: se ha envilecido con
la vindicta, agitación bélica y el tremendismo. Los
oficiantes de intervenciones públicas justifican su
mediocridad bajo el alegato según el cual, en pro de la
supervivencia de los «actos de masa», el mensaje debe
estar despojado de intelectualismos (7)

[IV]

Venus
«pubísima»

En Venezuela, pocas veces las escritoras han tenido el
atrevimiento de formular relatos sin la intervención del
miedo o de la Moral: empero, no de la administrativa,
tan en boga y tan recordada ante la impunidad de los
políticos en el ejercicio del mando; me refiero a esa
moralidad prefabricada, que escandaliza a los
frívolos e hipócritas cuando se hallan frente
ciertas confesiones de naturaleza sexual.

No negaré la existencia de otras narradoras
venezolanas que, similar a Raiza ANDRADE, han irrumpido en
el panorama de la Literatura Nacional con
fortísima y persuasiva prosa. Tampoco me parece
irreverente descalificar a las hacedoras que excluyen el
erotismo de sus textos, aun cuando no me cautiven.
Sólo quiero revelar mis apreciaciones alrededor de
Venus Pubísima («Edición de la
Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano», 1998), un
libro «fuera de serie» en Venezuela.

Sólo por dos motivos, Venus
Pubísima
seduciría a cualquier lector: en sus
textos, Raiza ANDRADE empleó un lenguaje lineal y
relató las más fascinantes situaciones que pueden
presentarse en el territorio del amor. Leamos un fragmento de
Oficio, uno de los más logrados:

«[…] Casi no gusto a estos puercos porque
encuentran en mí los ecos de lo que desean olvidar entre
mis piernas y menos mal que recuerdo decir métemelo
coño dame duro ahí donde está Juan borracho
pegándome las tardes del domingo porque ni siquiera con
él alcanzo a olvidar mis penas y digo ven papito que te
dejaré seco y beberé tu leche hasta la
última gota mientras pienso que olvidé dejarle a
mamá los reales de la papilla de Benito y el hombre sobre
mí voltea a mirarme de una forma extraña mientras
sus testículos se contraen y pierde toda su fuerza
[…]» (Ob. cit., p. 48)

Mi ya prolongada trayectoria literaria me advierte
respecto a la existencia de numerosos críticos que
-contagiados del Virus de la «Conjura
Académica»
y para supuestamente salvaguardar la
«dignidad universitaria» de las escuelas de letras-
fustigarán [sin piedad] su escritura y la
clasificarán como «pornográfica». Otros
escritores venezolanos –grupo en el cual me incluyo- han
experimentado el látigo de esos falsos pontífices:
Salvador GARMENDIA, Argenis y Renato
RODRÍGUEZ
, Rubén MONASTERIOS, Gabriel
JIMÉNEZ EMÁN
, Blas PEROZO NAVEDA y
Denzil ROMERO, entre otros.

Al prescindir de los signos de puntuación,
Raiza ANDRADE adhiere a un irredento y casi centenario
estilo. En su pulsión escritural, que debe mucho al
automatismo, el lector decide o imagina dónde
están las pausas.

Es cierto que no hay novedad en su fórmula
escritural ni en sus anécdotas, empero sí se
percibe en su prosa un envidiable poder de imantación: un
envolvente impulso ficcional que casi ninguna creadora es capaz
de sostener. Sus narraciones son suprarrealistas y, en
cuanto a la Gramática, apologéticas del
desacato. Quizá sea urgente que transcriba un fragmento
del introito que, redactado por Rubén
MONASTERIOS
, incluye este volumen:

«[…] Creo que algunos artificios
experimentales son recursos estilísticos que se agotan en
la obra de sus creadores, a partir de lo cual se convierten en
convenciones, cuyo uso por otros debe hacerse con suma
discreción y siempre en función de imperativos
expresivos plenamente justificados… Si en alguna obra se
encuentra justificación plena al descarte de los signos de
puntuación, es en ésta; el uso del recurso no es
una experimentación trasnochada, sino un componente clave
del estilo; está puesto en función del discurso
erótico, que en Raiza es atormentado, desasosegado,
compulsivo, irrefrenable; ponerle signos de puntuación a
semejante delirio sería encauzar un torrente
[…]» (Idem., p. 9)

Simultáneamente, en sus memorables
párrafos la narradora omnisciente exalta y desprecia a los
machos. Las mujeres, en cambio, lucen siempre exquisitas,
perversas, gozosas o víctimas. Ellas son hermosas y
ardientes, maravillosos objetos de nuestro deseo. En materia de
sexo, la ritualidad nunca trasvasará su
simulación: es su carácter o su
índole, para infortunio de los defensores del
«romanticismo». Lo relevante es la
falotración, el coito, la
consecución mutua o individual -según los casos-
del placer bajo cualquier postura y sin suspicacias:

«[…] Nuestras lenguas se hacen una y yo
busco en ti los caminos que me has enseñado a recorrer y
somos una sola carne y una sola respiración y un
acompasado jadeo cuando tus dedos penetran mi ano y frotan mis
nalgas y yo lamo cada minúscula parte de tu cuerpo y
nuestras lenguas hurgan en oscuras cavidades que estallan de luz
a un mismo tiempo […] » (Ibídem.,
p.p. 37-38)

En nuestra novelística, intelectuales de gran
vocación e inteligencia como Cristina POLICASTRO
han mostrado más ambages al aludir la esencia de la
sexualidad: ignoro si están cuidándose de
los -por mí- calificados fasos pontífices de la
crítica:

«[…] El negro dejó a Alicia como un
trapo. Ella arañó, mordió, defendió
como pudo, pero sin lograr evitar… Llegó hasta el mar.
Allí lavó su cuerpo y sus ropas durante tres horas,
en las que menstruó en largo y sostenido, para sacar de su
cuerpo todo rastro de semen […]» (Ver La casa de
las virtudes:
«Grijalbo-Mondadori», Caracas,
1992. p. 92)

La mente de Raiza ANDRADE se pasea por todas las
alcobas donde se suceden las copulaciones más
disímiles, más o menos felices o
fallidas.

En Venus Pubísima nos topamos con el
hombre que ata a su presa para montarla; con la dama que
experimenta placer cuando se le castiga antes de la
falotración; nos encontramos con los que se
inclinan por la violencia sexual; con quienes sienten regusto por
el sexo oral y finalmente con los
insaciables:

«[…] El aceleraba sus caricias
mañaneras y ella lo tomó por sorpresa y con
agilidad inesperada de un solo movimiento se trepó a sus
caderas y se penetró ella misma con violencia y cuando
él se derramó al interior de ella su vulva ardiente
como una tenaza de fuego partió en dos al intruso y a la
mañana siguiente nadie logró explicarse el
cómo y el por qué de esos cuerpos desangrados ni la
declaración del forense acerca de las causas de una muerte
debida al parecer a las convulsiones orgásmicas de los
vecinos más silenciosos de la cuadra […]»
(cfr.)

La autora de Venus Pubísima nació
en Caracas. Actualmente, es profesora universitaria y actriz
teatral en Mérida. Dirige el Posgrado en Propiedad
Intelectual
que ofrece la Universidad de Los
Andes
.

[V]

Gil Otaiza
«todavía está aquí»

En el curso de la primera década del S.
XX,
numerosas y actualmente inconfesables han sido las
experiencias personales que me han –infaustamente-
mantenido alejado de la opinión pública:
de la «prensa nacional», de mis más queridos
amigos del ámbito literario, de generosos profesores y
estudiantes universitarios, de la vetusta y venerable
institución académica a la cual estaré
adscrito hasta mi fallecimiento. Dada mi necesidad espiritual de
retomar el camino de la más maravillosa parte de mi mundo
real, nada mejor que un libro de mi entrañable amigo y
escritor Ricardo GIL OTAIZA para exponer mis ideas en
redor de la obra de un autor de indiscutible e inocultable
valor.

Antes de tener en mis manos y ante mis ojos el volumen
de GIL OTAIZA intitulado Los libros todavía
estaban allí
Universidad de Los Andes»,
Consejo de Publicaciones, 2006), estuve leyendo con regusto un
texto crítico del académico español
José Mª VALVERDE: La Literatura
(«Edición de Montesinos», 1989). Y, sin
ambages ni pedantería, lo admito: me divirtió
profundamente Ricardo con sus, a veces, sacrílegos
ensayos sobre la obra y posturas de diversos literatos de esto
que defino presente perpetuo: que disfruto unos
días, y padezco otros.

En Los libros todavía estaban
allí,
compila casi sesenta de sus textos: entre
ligeros artículos periodísticos y ensayos
más intensos. En los cuales advierto, una vez más,
su lúcida e implacable percepción vertida en la
escritura de sus reflexiones críticas: elogiosas o no,
según los casos, sobre diversidad de hacedores y cuanto
ofrecen mediante editoriales nacionales e internacionales.
Ávido de lecturas literarias como pocos en Mérida,
incluye en este libro (por ejemplo) anécdotas personales
relacionadas con los intelectuales: su aprobación o
desencanto al leerlos, su decepción o admiración.
Ya había [yo] leído, en diarios o revistas
nacionales, un gran porcentaje de los textos que sesudamente
compiló mi admirado amigo en el libro que hoy comento.
Reminiscencias de pasadas décadas, y el protagonismo que
él tuvo frente a los quehaceres literarios nacionales.
Cuando conoció a Juan LISCANO, a Camilo
José CELA
, a nuestro recordado Denzil ROMERO y
otros.

Me satisfizo la relectura de escritos como Autores
fundamentales, El vuelo de la Reina, La palabra escrita
(en
el cual se mofa de quienes se proyectan, infelizmente, como
gurúes), La estética y la existencia
(donde se exhibe agudo pensador).

Culmino la lectura del libro de VALVERDE
[supra], quien, erudito, fustiga la tradición
literaria española, y me sumerjo en Los libros
todavía estaban allí.
De súbito,
Ricardo me impele a nuevamente inmiscuirme en el gozo que
nos procuran los hechos literarios: siempre, y para
siempre,
más trascendentales que los escabrosos
sucesos políticos de los cuales no descansamos los
ciudadanos de esta parte del mundo, plagada de hombres y mujeres
que se empecinan en mantener insepultas ideas relacionadas con la
violencia y la mal [podrida] parida
«Revolución».

Nuestro tiempo ha sido usurpado por los posesos del
ambiente político, por el burdo camuflaje de los
propulsores del Movimiento «Político-Criminal y
vico-Militar» al cual los forajidos con mando han
querido inmerecidamente denominar
«humanístico». A causa de la forma cruenta y
cretina de gobernar, de ejercer en la Polis [que
también GIL OTAIZA ha, en tono vehemente,
cuestionado en sus escritos periodísticos] todos los
venezolanos estamos hartos.

Al leer a Ricardo igual recuerdo a mi amigo y
escritor Mempo GIARDINELLI, digno Premio
«Rómulo Gallegos». Evoco el día cuando,
en compañía de mi hija Venus kelly, antes
que lo trasladásemos en un taxi a una clínica de la
ciudad de Mérida (había sufrido un desmayo en el
Mercado Principal), afirmaba «[…] que
la escritura es una de las formas de resistencia a la que
podíamos legítimamente acudir

[…]».

Me emociona releer su inferencia sobre una de sus
propias novelas, Paraíso olvidado, que le
permitió convertirse en uno de los muy selectos escritores
con los cuales mi extinto Amigo Mayor [como él se
habituó a confesarse ante mí] Juan LISCANO
solía platicar personal o telefónicamente:
años antes que partiese hacia el Ámbito de la
Muerte,
que le aterraba y asediaba, y ante su inminencia
quiso prepararse a la manera de los yoguis. Liscano lo
quiso y apreció su talento, de lo cual doy fe porque fui
Su Otro Yo, ese que platica con el Demonio sin
ser satánico, aun cuando esa temática lo
confundió muchas veces y hasta lo perturbaba cuando
platicábamos.

Ricardo GIL OTAIZA «todavía
está aquí», como los libros que adora, en
calidad de «Individuo de Número» de la
magnífica casta intelectual a cuya esencialidad,
lícitamente, por su esfuerzo y estudio personal, por su
perspicaz inteligencia y escritura, él ingresaría
hace más de veinte años.

[VI]

Paisaje con
ángel caído

En esta novela, Paisaje con Ángel
Caído
(«Ediciones Imaginaria», San
Felipe, Estado Yaracuy, Venezuela, 2004), Gabriel
JIMÉNEZ EMÁN
nos presenta la historia personal
de un joven millonario cuya existencia transcurre presa del
hedonismo y los riesgos. Le gustan el peligro, la
práctica irrefrenable del sexo, el licor y las drogas
ilícitas. Es inteligente, culto, sentimental y
dispendioso.

José Armando BURGOS creció sin la
presencia de su padre, pero su madre lo crió e
impulsó a cursar la carrera de Administración
de Empresas
. Ella, separada de su esposo [quien
acumuló una gran fortuna que perdió casi en su
totalidad] logra invertir el dinero que le había quedado
del matrimonio y funda una fábrica de zapatos, bolsos,
carteras y otros utensilios de cuero. Negocio en el cual
trabajaría su hijo, luego de terminar sus estudios
universitarios.

Administrador, pero intelectual: José
Armando
se debate entre reconocerse –definitivamente-
como un hombre con profunda vocación artística o
proseguir en el duro ambiente de los quehaceres empresariales.
Por ello, cuando sale a caminar, pronto busca visitar bares y
conocer mujeres.

La bohemia, que tanto le atrajo durante sus días
de estudiante, todavía lo seduce poderosamente. Deambula,
elucubra, recuerda juergas con amigos y amigas, lecturas
literarias, pintores y grupos de música que lo impactaron
y estigmatizaron durante su adolescencia.

Partes: 1, 2, 3

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