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Apuntes sobre la Obra Literaria de Alberto Jiménez Ure (página 3)




Enviado por Moisés Cárdenas



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

La filosofía, hermana de la
poesía, fuente original del asombro, es denigrada en
nuestros días, y acorralada en los basureros del intelecto
por la mente racionalista que amenaza devorarlo todo:
«Obvia e intelectualmente inferiores, abundan criaturas/Que
ven a la filosofía cual basura urbana camuflada en
preciosa piedra» (Denigrada filosofía, p.
5)

Para JIMÉNEZ URE poeta, en líneas
generales, el hombre de nuestro tiempo es un ser mutilado
interiormente, guiado por oscuros intereses políticos o
gregarios, alejado de cualquier auténtica aventura
espiritual individual, habitante de un mundo que oscila entre la
fragmentación, la dispersión, la muerte.
Enderezarlo sólo sería posible llevando a cabo una
mutación de todos los valores espurios existentes, cosa de
por sí utópica. En este turbio panorama donde moran
autómatas, entes cercenados moral y vitalmente, la
sociedad le parece ser víctima de una funesta
fatalidad
donde sólo refulge nítidamente la
imagen tormentosa y brutal de la muerte. En Similar
a un patíbulo,
texto XIX, declara:
«[…] No puedo afirmar que siempre es nefasto el
advenimiento de la muerte;/No puedo dejar de ver al mundo similar
a un patíbulo,/donde todos seremos –finalmente-
ejecutados
[…]»(p. 27). Pero frente al obvio
escepticismo que trasuntan estas páginas:
«[…] Soy quien no sueña despierto,/Y
merezco la calificación de escéptico:/Un rango que
no se confiere y se gana mediante la
Razón
[…]», afirma en el texto No
sueño despierto
(p. 40), sin embargo su autor apuesta
discretamente por una obvia esperanza al imponer, como
creían algunos antiguos ocultistas, que existe una
salvación individual, una conexión con un poder
supremo que lo envuelve todo. Poder Supraterrenal, El Oscuro,
El Supremo,
lo llama su autor en varias páginas del
libro. Como afirma IvesBONNEFOY estudiando la obra de RIMBAUD,
creo que en estas páginas su autor se aviene con esta
esperanzadora idea que subyace en toda la tradición
oculta: «[…] que el hombre está a medio
camino entre Dios y la oscuridad de la materia; que él es
libre. El hombre puede decidir su salvación». El
mismo poeta lo deja entrever en el texto Salvación
intransferible: Será finalmente vana tu entrega/A la
libertad de los hombres:/Cada una de sus conciencias/Es
indivisible y tu salvación
intransferible
[…]»(p. 18).

Por último, el erotismo, tópico recurrente
en todos sus libros, también está presente en
Confeso. No he estudiado de forma sistemática el
erotismo en la obra poética de JIMÉNEZ URE, pero
estoy casi seguro de que es asumido más o menos igual que
en este libro: de forma desinhibida y sin tapujos. Con todo y lo
banal o trivial en que se ha convertido la sexualidad
–y el erotismo- en nuestros días gracias a
la mercantilización de los medios de comunicación,
no ha dejado de perder su seducción y de seguir siendo la
posibilidad por excelencia para compartir la plenitud, en medio
del caos afectivo que nos rodea. Escribe JIMÉNEZ URE en el
poema XXIX:«[…] No era santa ni semana,/Sino un
cuerpo con senos y piernas./No era santa ni semana,/Sólo
el objeto de mis deseos carnales
[…]» (p. 41), y
en Elijo mirar tus piernas le dice a una musa
inaccesible: «[…] Hoy quiero recordar los
encuentros a partir/De los cuales he anhelado
apretujarte,/Acariciar –jadeante- tu hermosa y rebelde
cabellera
[…]»(p. 33). El erotismo como
hecho que envuelve la plenitud del ser, como forma de
reconocernos en el otro, quizá sea, pues, la cierta
posibilidad de que «entre las grietas de la nada, se pueda
atisbar un nuevo tipo de paraíso».

-XIII-

«El
Dignatario», del libro Perversos

Por María Conchita MAURO C.

El cortísimo cuento de Alberto JIMÉNEZ
URE, El Dignatario (inserto en el libro intitulado
Perversos, Alfadil Ediciones, Caracas, 2005) es un
reflejo claro y conciso de la realidad de un país por
muchos años golpeado por las olas del descontento social y
la pobre administración política del Estado. En el
caso específico del Dignatario, éste se
refiere con bastante claridad a la administración actual
del país. Podemos saber esto por varias señales que
nos envía el texto: en primer lugar, fue publicado en el
2004, ya bien entrado el periodo de Hugo CHÁVEZ. Por otra
parte, la prosa misma nos da destellos a este respecto, como por
ejemplo, que el protagonista del cuento se encuentra rodeado de
fuerza militar y estos se refieren a él como «mi
comandante», en un gobierno «revolucionario».
   

En la realidad socio política actual del
país existe una coyuntura expresada en términos de
dos grandes bandos encontrados: el oficialismo, es decir quienes
apoyan al presidente y la oposición. En este caso no es
pertinente realizar conjeturas sobre quien tiene la razón
sobre qué, o qué parte de la población es el
mejor o menos. El hecho, para efectos de JIMÉNEZ URE es
que la crítica social que se expresa en las líneas
del Dignatario es, a decir poco, mordaz y ácida.
 

Un presidente, quien guía a su país desde
el retrete del Palacio de Miramontaña, da de
comer excrementos a sus ministros, así como a su pueblo
que lo aclama desde la calle. El sentido de estos gestos
repulsivos, inmersos en un cuento bastante escatológico,
evidencian quizás el sentir del autor con respecto a las
condiciones que vive la Venezuela de hoy.  

El detalle, por ejemplo, de que los ministros se sienten
en «lujosas y lustradas sillas», mientras el pueblo
come defecaciones es una expresión simbólica de una
dura realidad nacional, en la cual, mientras los políticos
y, en general los poderosos del país lo tienen todo,
existe también un porcentaje importante de la
población que vive en la pobreza, millones en miseria
crítica, es decir, que mueren de hambre.  El
presidente del cuento, además, se atiborra de una
abominable cantidad de comida al desayuno: de nuevo la referencia
a la población carente de alimentos para la subsistencia.
 

Otro hecho elocuente es el diario que lee el presidente:
«Sin Censura» se llama y allí se le trata de
«megalomaníaco y despótico militar»,
tal y como los sectores más radicales de la
oposición se refieren a CHÁVEZ. El
Dignatario
entonces, procede a enviar un convoy de la Fuerza
Armada Nacional para que cierren el periódico y cercenen
las lenguas de los redactores: ¿acaso una crítica a
la reciente Ley de Responsabilidad Social en Radio y
Televisión,
un instrumento legal que muchos catalogan
como represivo y que los opositores del Presidente así
como algunos medios de comunicación han llamado Ley
Mordaza
? JIMÉNEZ URE se cuida de mencionar nombres
reales y deja bastante espacio a la libre interpretación
del lector, por lo cual la respuesta a esta interrogante se
encuentra en las manos de cada persona que lea el
cuento.

Un personaje poco vistoso, pero bastante importante
está encarnado por la edecana, descrita por JIMÉNEZ
URE como «una coronela muy hermosa y eficiente». Esta
mujer, cuya entera existencia está cargada de simbolismo,
puede, en un cierto momento representar la justicia, por el solo
hecho se ser una figura femenina. También puede ser la
representación de la Cuarta República,
pues obedece al Dignatario sin chistar y es la encargada
de entregarle los documentos mediante los cuales podrá
poner en práctica sus ideas y en marcha su plan. Es decir,
es quien entrega el país en manos de este presidente
diarreico. Además, por el hecho de ser de la milicia y la
preferida del presidente, refleja en la pluma de URE a las
Fuerzas Militares Venezolanas, pues es por medio del control de
estas que muchos gobernantes han logrado sus propósitos y
es bien sabido, en la Venezuela de hoy, el cariño
profesado por el Presidente Chávez hacia los cuerpos de
defensa militar del país.

Existen otros pormenores por demás hilarantes y
fecundos en la prolijidad del Dignatario: la edecana
limpia el trasero del presidente con una toalla marca
Soberanía (juzgue usted mismo) luego, el
presidente saluda a su obesa cocinera con un «lujurioso
apretón de senos», es decir, el hombre hace y
deshace a su entera voluntad.

La crítica social y el tema escatológico
son elementos bastante frecuentes en la prosa de Jiménez
Ure. Elementos como estos hacen de él un autor
contemporáneo por excelencia.

-XIV-

Las voces de
«Luxfero»

Por Carlos DANÉZ

«Luxfero», de Alberto JIMÉNEZ URE es
un poemario sorprendente y que encanta al lector de una manera
extrañamente «irritante». A través de
las obras de este escritor (cuentista, novelista, ensayista y
articulista), apreciamos una capacidad de síntesis natural
que -tarde o temprano- lo conduciría a la
poesía.

No señalo nada nuevo al decir que él
estaría inclinado al «escándalo» en
aras de ciertas fidelidades: es un «ético». El
fluir de su lenguaje está caracterizado por el tono
agresivo y a la vez reflexivo que le permite encauzar
las vertientes rítmicas del poema en expresiones
«crudas» y «virulentas»:
«[…] No será que la
falotración anal entre machos/Te deslumbra tanto como
envidias el olor/y las formas de la mujer…/No será tu
(im) postura filosófica una manera/Culta de encubrir tu
falta de hombría hasta/Para ser un homosexual apacible y
no el arlequín/De cualquier calle plagada de
imbéciles
[…]» (p. 9). O: «Hoy
empuño mi miembro y orino encima de lo finito»

(p. 14). También: «[…] Empero, he acudido
sucesivas veces al mismo lugar/Sucesivas veces atormentado de
tanta e inúltil/Diligencia. He desenvainado mis

próceres impresos/Para agilizar todas las operaciones
que los burócratas/Tras las ventanillas de oficina
volitivamente/Postergan. He deseado abofetear a esos idiotas

[…]» (p. 11). La presente tónica es constante
en los 36 poemas de «Luxfero», que tienen la
virtud de no pagar «tributo de estilo» en forma
epigonal.

JIMÉNEZ URE aporta sus propios recursos para
configurar una pluralidad cardinal en lo que será la
poesía venezolana de los 90; de esa manera despliega un
juego de sentidos y significados utilizando los recursos de los
paréntesis, puntos suspensivos, cursivas y las
mayúsculas al inicio de los versos. El discurso contenido
en estos poemas manifiesta la sutileza de la
«ambigüedad» de manera expresiva, pensada y
lograda. Trasluce un «sentido universal de justicia»;
su voz (o voces) clama (n) por el bienvivir, no consagrado
en
, y a la vez consagrando los principios. Es una
poesía de ideas concebidas en forma pathos-lógica:
«[…] Los graduandos esperaban ser conducidos al
estrado/por un funcionario derruido de tanta ceremonia

[…]» (p. 18). Ideas corrosivamente sugeridas,
anteponiéndose a la imagen para enunciar lo inefable:
pero, explícitamente entendido.

Aunque el nombre de este autor lo veamos constantemente
en los medios de comunicación, nunca ha militado en lo que
podemos llamar las filas de las vedettes nacionales de la
Literatura
, quienes, por supuesto, juegan un papel
protagónico logrado gracias al control de los
órganos de difusión cultural. Conviene aclarar que
la permanencia de una tradición poética no
corresponde a «modas» ni a «caprichos
estilísticos» temporalmente impuestos en forma
ilusoria, sino al producto literario logrado por
enseñanzas espirituales en función de la
«transformación interior» del hombre que busca
su propia «perfección». Estas
enseñanzas de la tradición son transmitidas de boca
a oído, de maestro a discípulo o bien se encuentran
en forma de códigos hermenéuticos insertos en las
obras clásicas. La auténtica
«tradición literaria» supera, incluso, las
fronteras de la literatura y alcanza la totalidad de las
posibilidades humanas.

Lejos de anquilosarse en «falsas
seguridades» brindadas por la publicidad para
lograr la aceptación colectiva de ciertas
«maneras» y «modos fáciles», la
«tradición literaria» compromete al creador en
el camino del entendimiento en sí: descartando, de
antemano, lo «superfluo» y lo
«fácil», lo «premeditado» y
«truculento», desarrollando la facultad oculta del
poeta -incluso- a riesgo de su propia vida.

Es posible que Alberto cuente con buenos amigos, pero
continúa siendo un «solitario» y así se
puede apreciar por su rechazo de los escritores de
«conciencia ordinaria» para configurar el
«espejo de lo social» para asumir la
pathos-lógica de la «consciencia superior».
«Luxfero», «el caído», el
«ángel rebelde», es el soñador
iconoclasta y castigado por la injusticia «Divina»;
su pecado es portar la luz de la «consciencia
ígnea» en la que arde sin percatarse la
«conciencia ordinaria». Jiménez Ure, fiel al
ethos del desacato, jamás aceptaría
afiliarse a alguna escuela de la «tradición
iniciática». Sin embargo, su lucidez de escritor
maldito lo conecta con la tradición del «Mito de la
Caída»: tradición «infernal»
cantada por los clásicos y los indiscutibles
místicos de la Humanidad. Para este intelectual, el
«Infierno» es la analogía literaria de ese
estado de la cons-ciencia prisionera en la fatal
condición humana
. En el infierno de JIMÉNEZ
URE percibimos las voces de un «misterio narrativo
oculto», como sombra proyectada por el arquetipo
que estrutura el poema: el «arquetipo» de la
revelación pathos-lógica que no puede ni
debe reducirse a definiciones. Las voces son narraciones
edificadas sobre un conjunto de ritmos poéticos que
delatan al prosista, no desmereciendo calidad como poeta. Las
voces son experiencias probadas por la cons-ciencia, y
su misterio proviene de regiones ocultas para la
«conciencia ordinaria». Así leemos:

«Acaso no fue por el Poder del Mal
que el Hombre surgió

En parto abrupto frente a una naturaleza
perpleja;

Acaso no soy hijo del Demonio que -con su
pensamiento

Inventó las calamidades contra el
aburrimiento humano.

-Acaso no soy igual progenitor de una criatura
diabólica

Por cuya causa el mundo cuenta con un explosivo
más.

-Acaso no soy (Luxfero) Lucifer: es decir, el
que la luz lleva»

(«El que lleva la luz», p. 34)

En Luxfero (cantos de una legión de
tinieblas) el lector escuchará esas voces
«blasfemas» repetir los himnos fundamentales
de la Eternidad y les sabrá conformar un orden en
el atanor del arquetipo de la revelación: maestro
de las «ciencias» y el «arte». La unidad
apolínea que contiene el misterio de la revelación:
«[…] En cada una de las casas de cada ciudad
alguien escribe/Cuanto al mismo tiempo todos juzgarán
descubrimiento
[…]»(p. 25). Será
separada por el huracán de lenguajes:

«Cuando se quiere imponer la reflexión
al mediocre y mecánico registro.

Cuando el Hombre, cansado, se hace luz en lo
tenebroso.

Cuando levanto mi mano, furioso, y golpeo mi
rostro.

Cuando huyo de mí porque soy el
imbécil.

Cuando se me paga con dinero el agotamiento
físico.

Cuando vuelvo las tardes momentos para
enjuiciarme.

Lloro la tragedia de no poder emanciparme;

Lloro mis pasos perdidos en calles de
asfalto;

Lloro, inconforme, el mundo que habito;

Lloro, en silencio, mis sueños

Y lloro definitivamente haber ignorado mi
esencia

Durante tan prolongado e inatrapable
tiempo»

(«Epifonema», p. 36)

El mar antiguo de nuestra condición se agita en
este poemario, y sabemos lo que nos habla y atrae en el oficio de
este escritor. Su voz está acompañada por la
refracción de sus voces que se multiplican al ser
reflejadas en el «espejo de la eterna
oscuridad».

-XV-

A
propósito de «Luxfero», de Jiménez
Ure

Por Isabel ABANTO ALDA

¿Qué es un poeta? He aquí una
pregunta que se repite, como un eco, desde que existe eso que
nadie sabe definir, pero que nos obstinamos en llamar
«poesía».

A veces, como en un rito iniciático, el
individuo que consideramos poeta es capaz de entrever alguna
respuesta a la eterna interrogante en que se convierte el ser
humano desde su nacimiento. Parece, entonces, que agujerea la
realidad tangible y logra vislumbrar -tímidamente- lo que
oculta el otro lado del espejo. Pero, andar siempre coqueteando
con lo imposible acaba por acarrear consecuencias que hacen del
hombre un loco o un apestado. Y el poeta
termina por ser un tipo maléfico,
demoníaco, el «hijo del
Demonio».

Locos, visionarios, demonios, poetas… todos
pertenecen a la misma estirpe, todos son una misma raza
(«[…] tu grandeza es tu
desequilibrio
[…]», p. 27). ¿Y no es
más cierto que sólo los insensatos son capaces de
decir las verdades que los demás callan?

El «clariaudiente» que ilumina el nuevo
camino hallado es un revolucionario; un marginal que
orina ante el vecino entrometido para desafiarlo (p. 22); un
ácrata que rechaza documentos pueriles que lo aten a una
sociedad paralizada y paralizante; un hombre
liberado, en fin, por el poder del verso («[…]
volví a la poesía porque estoy derrotado/De
tanta podredumbre
[…]», p. 24).

Ahora bien: ¿quién marca los
límites? -El que «lleva la luz» se acerca
más al Demonio que a Dios; tiene más de
diabólico que de Divino, porque la
sabiduría siempre ha gustado de revestir un halo
mefistofélico… Y así es como el poeta se
convierte en un «Príncipe de legión»
(p. 30), un profeta de Lucifer en la Tierra y, al cabo, en el
propio Lucifer (Luxfero), heredero del primer hombre
surgido a este mundo, precisamente, por la tentación del
saber, del mal, de la poesía… (…)

-XVI-

Los
«adeptos» o los límites de la
libertad

Por Carlos DANÉZ

Revelarse contra el mundo que no los acepta
todavía como adultos es propio de la juventud. Una
explosión glandular acaba de ocurrir, hay que tomar el
cielo por asalto (quizá la referencia está en los
Paraísos Artificiales de Baudelaire, para otros
en el Mayo Francés) y no se detendrán en
ningún límite: el afán es la
exploración. Los jóvenes no se conforman con
explicaciones, la libertad debe ser un hecho tangible, el
resultado de la experiencia; pero, pronto o más tarde la
experiencia nos conduce al choque con el obstáculo
principal: la «condición humana»: la
mía y la del prójimo, el inevitable
condicionamiento que se impone como una realidad que nos
atrapa.

La nueva novela de Alberto JIMÉNEZ URE,
Adeptos (Fundarte, Caracas, 1994), profundiza mediante
el más fresco de sus estilos narrativos en un paradigma
juvenil: abordando, sin ningún tipo de prejuicios, el tema
del consumo de drogas y que continúa siendo un tabú
pese a marcar -definitivamente- a nuestra generación
(70).

En el Almuerzo Desnudo W. Burrous incursiona en
el tabú de la homosexualidad y la adicción a las
drogas heroicas; pero, la experiencia de nuestros
«adeptos» es diferente a la de los norteamericanos y
europeos. Alberto JIMÉNEZ URE, con vitalidad y fluidez
escritural, nos presenta una panorámica del consumo de
Cannabis Sativa, de drogas que BURROUS llama
iniciáticas (el LSD, mescalina, hongos
alucinógenos, cocaína
).

Encontramos en esta panorámica dos aspectos del
consumo de estimulantes que nos sugieren una visión veraz
y desprejuiciada del asunto: el primero ocurre en la
Mérida lozana y apacible de los Años 70, cuando los
jóvenes aún fumaban marihuana en la Plaza
Bolívar. Pese a ser «adeptos», eran muchachos
relativamente sanos en su conducta ya que procuraban la libertad
mediante la paz y el amor, renunciando a las
convenciones:

«[…] La actitud de tales muchachos fue
un postulado hermosamente transgresor. No importa cómo,
bajo qué condiciones ni cuándo: subvertir toda
autoridad mediocre es una sagrada misión individual y
colectiva
[…]» (Ob. cit. p. 25).

El segundo transcurre bajo un perfil social y
geográfico completamente diferente. Su escenario es
Tía Juana -casualmente, lugar de nacimiento del
autor-, caluroso campo petrolero. Siendo la primera vez que en la
literatura venezolana se aborda la vida dentro de las cercas de
esos parajes y en la época de las compañías
concesionarias norteamericanas para la explotación del
petróleo zuliano:

«[…] Debo admitir que los venezolanos
nos sentíamos muy bien en ese foráneo y
exquisitamente corrompido ambiente…»
(Ídem.,
p. 15). En esta cardinal los jóvenes son más
violentos y la rebelión carece de ideales o sentido; su
móvil está determinado por un feroz individualismo:
«-Juro que mataré a quien intente tocarla,
seducirla o -simplemente- piropearla
[…]» (cfr.
p. 49).

El espíritu romántico, signado a una
prevaleciente patología, y que ha acompañado a este
autor en el curso de sus narraciones, está presente en
Adeptos. Sus obsesiones quedan reforzadas por el
leitmotiv de la droga (la calle cubierta de numerosas
muñecas ensangrentadas y atravesadas de cuchillos, p. 9),
quedando explícito la condición mental del
intoxicado («[…] experimentaba delirio
persecutorio, anorexia, insomnio, cataplexia o dispersión
intelectual
[…]», p. 19)

Ciertas drogas «iniciáticas»
facilitan el contacto con ámbitos no ordinarios de la
percepción, pero, el abuso de estos «paraísos
artificiales» destierra al consumidor a la
dispersión y la locura: «-En silencio, una oveja
se acercó y me susurró cuánto veía en
mí a un indisciplinado clarividente»
(p. 27).
La exageración y el absurdo forman parte del estilo
narrativo de Jiménez Ure, así como el humor negro:
«[…]mis familiares me hostigaban y acusaban de
haberles provocado alucinaciones mediante drogas o sustancias
ectoplásmicas emanadas por mi Ser Físico. El
médico de confianza desmintió la primera
versión citada, ello luego de practicarles rigurosos
exámenes sanguíneos
[…]» (p. 49)
«[…]Un millar de cangrejos, montados en las
espaldas de igual número de iguanas y sobrevolados por
murciélagos escalaban El Dique y se desplazaban rumbo a la
residencia de mis parientes
[…]» (p.
47)

Resultaría casi imposible que no hallar rasgos
autobiográficos del escritor en los personajes de sus
novelas. En el caso específico de Adeptos, el
personaje principal -Demódoco, quien narra en primera
persona todos los sucesos y pocas veces es llamado por su nombre
propio-, no sólo se parece físicamente al autor
probablemente me confundían con algún
cantante de música moderna»,
p. 6), sino que
también pronuncia reflexiones que corresponden a las
adhesiones políticas de Alberto JIMÉNEZ URE:
«[…] No justificaré la
instauración de gobiernos o la autoridad. Ni en tiempos de
caos, durante las guerras, cuando lo civil es desplazado por la
irracionalidad o durante la dominación de la barbarie. El
mundo es penitente con sus pasiones, errores, seres abominables
y, algún día, allá donde los cerebros
ordinarios rehúsan llegar, una paz definitiva y
extraterrestre reinará
[…]» (p.
60)

A veces, JIMÉNEZ URE se presenta profundamente
polémico y provocador. Sus valientes posturas
intelectuales han enfrentado tabúes que la mayoría
profesa sin explorarlos de manera exhaustiva. Alberto es un
defensor de los Derechos Individuales del Hombre que,
constantemente, pretenden ser abolidos por los gobiernos en miras
de un proyecto que traería «bienestar
social»:

«-Porque no somos idénticos,
jamás experimentaremos auténticamente la libertad.
Pese a ello, seguro que elijo la disidencia…»
(p.
24)

El mismo Platón, luego de explorar la
legislación en La República (libro de
leyes), quien pretendió formular un Estado ideal, se
preguntó: ¿Qué haremos con el disidente?.
Tienen los jóvenes en Adeptos un espejo
legitimador de las disidencias, un mapa del sinsentido universal,
de nuestros errores y -por supuesto- de la
inconformidad.

Como es de esperarse, la ironía
-característica de la rica y recursiva trayectoria
literaria de este autor- está presente y no nos abandona
en esta novela ni siquiera en los momentos de clímax
erótico: «-El lector podrá imaginar lo
incómodo que me sentí. Rígido, ciego y
malcriado, mi pene rehusaba cejar su efusión. Menos al
verse fervorosamente succionado por mi amiga, pegada cual
bebé a su madre. Impertinente, Bartholomew bromeaba
rociándome cerveza en la espalda y los
cabellos…»
(p. 51)

Es necesario aclarar que JIMÉNEZ URE, bajo
ninguna circunstancia, justifica -en el desarrollo de
Adeptos- el consumo de drogas; sin embargo, le da al
problema un trato objetivo y profundo: manteniendo un tono ameno
en una trama realista levemente fusionada -de manera diestra- con
elementos ficticios.

-XVII-

Los
«adeptos» de la condición
humana

Por Ramón AZÓCAR

Una de las más recientes obras de Alberto
JIMÉNEZ URE, titulada Adeptos (Fundarte, Caracas,
1994), es un acabado trabajo respecto a la búsqueda
constante de la condición humana en tiempos modernos.
Adeptos se presenta como una dosis de necesaria
rebeldía ante los estigmas y dogmas de nuestra sociedad.
Expresiones como «le asesté un golpe»,
«me comí cuatro hongos alucinógenos»,
etc., develan imágenes que llevan al lector a convertirse
en cautivo de realidades que se ven distantes de lo cotidiano,
pero que se mantienen entre los entretelones de los diversos
paisajes de la sociedad burguesa.

Recordando el aporte intelectual de Balzac, quien
describió la realidad social de la Francia del Siglo XIX,
JIMÉNEZ URE retrata la realidad occidental del Siglo XX.
Su ya remota «bohemia» y su minuciosidad en el oficio
de redactarla le han abierto el camino para describir la fuerza y
violencia de una sociedad de consumo similar a la de cualquier
metrópolis del mundo: llena de depravaciones y
abiertamente confesa de su infinito desprecio hacia el
hombre.

Es bueno situar -en la realidad conceptual del
término- la extinta «bohemia» de
JIMÉNEZ URE. El novelista ha experimentado
estremecimientos psíquicos y físicos que lo han
impulsado a reflexionar profundamente. No se trata de que yo
insinúe que él ha ejecutado en forma directa las
«aberraciones» de los eventos que suele narrar. Su
actitud contemplativa y escrutadora le ha permitido captar el
fulgor y los residuos del medio social tal cual se presentan en
las singularidades de los seres humanos.

Adeptos se inscribe en el género de la
novela corta: fantástica o de ficción, que,
más allá de profundizar en la imaginación
acerca de las cosas y temas de inspiración meramente
intelectual, extrae de la realidad ciertos elementos develadores
de las contradicciones del sistema, o de los límites de la
democracia burguesa, al punto de confrontarlos y, en ese proceso
de creación fantástica, «llevarlos hasta las
últimas consecuencias».

A juzgar por la trama de esta historia, se percibe una
relación hombre-medio muy significativa. No se trata de
exponer, en tono simple, las «aberraciones» del
protagonista en su desplazamiento hacia el extremo
físicamente opuesto, sino de la armonía que ellas
establecen con el paisaje: es decir, en el caso de
Adeptos, con el medio ambiente
merideño.

Otro aspecto de Adeptos, digno de analizar, son
las descripciones de los estragos que ocasiona el consumo de
drogas alucinógenas. JIMÉNEZ URE se introduce en
las entrañas de la bestia y dibuja, desde adentro de esa
realidad, un mundo onírico y fantástico en el cual
las acciones inconscientes manejan la trayectoria del relato.
Alguna vez el autor me diría: «Pienso que toda
pócima oculta su propio monstruo».

También sería profano desligar,
abiertamente, al autor de su obra. El JIMÉNEZ URE hombre
podría hallarse en algún lugar de la trama
novelesca de Adeptos: hasta aparece amparando realidades
por la vía de la aureola de existencia. Inclusive, narra
en primera persona. Con fortaleza, evoca una acción
hipotéticamente por él ejecutada y la vierte al
papel. En otro aspecto, nos topamos con un creador lejano y
pontificador que observa el desarrollo de los episodios como un
espectador más: o lector de los cuadros pintados de
fantasía narrativa.

En el marco de la narrativa hispanoamericana
contemporánea, Adeptos es un cúmulo de
elementos fantásticos que convergen y son entremezclados
con la esencia de la filosofía occidental y lo
mítico oriental: deja escapar una sensación
intrincada, rebelde y dura de las relaciones interpersonales e
inter-sociales que mueven la dialógica de los pueblos de
Occidente.

En Adeptos, JIMÉNEZ URE formula, de modo
crítico, las aspiraciones y metas de la juventud
occidental de finales del siglo XX. No se trata de una
crítica desde el ángulo marxista o anarquista, sino
esencialista (representada en el librepensamiento). El
intelectual no admite, lo delata en casi todos sus libros, las
sociedades que privan de libertad e igualdad a los hombres. Es
por ello que se percibe en sus textos (en Adeptos se
matiza un poco el tema) una crítica despiadada a toda
autoridad y a la deslealtad.

El caso de Bruno CIENFUEOS (el policía de la
Dirección de Inteligencia Militar que no
sólo apresó al personaje central sino que, abusando
de la autoridad que le confiere la Ley, trató de
asesinarlo) discierne los esfuerzos narrativos de JIMÉNEZ
URE por descollar las depravaciones de la condición humana
contemporánea.

Así como en el Siglo XIX el francés
Gustave FALUBERT fue el mayor representante del romanticismo en
la novela burguesa, JIMÉNEZ URE se erige -en pleno Siglo
XX- en un destacado exponente de la novela fantástica a
partir de los ámbitos de la burguesía
actual.

-XVIII-

Cuentos
Abominables

Por José Antonio YÉPES
AZPARREN

En Cuentos abominables (Universidad de Los
Andes, Consejo de Publicaciones, Mérida, 1991),
JIMÉNEZ URE incursiona más insistentemente -como ya
se deja entrever en sus colecciones anteriores de relatos- en
temas donde lo terrible y lo perverso se instauran como
características sustantivas de su escritura. Y ello se
corresponde, fielmente, a su intención de siempre -y de
suyo irrenunciable- de ir contracorriente. En un medio
como el nuestro, tan provinciano y desinformado, pocos escritores
se atreven a esgrimir conceptos y tramas que escapan a los
contenidos de una literatura tradicional, aunque se ensayen
maneras nuevas en el planteamiento del lenguaje. Es de aclarar,
sin embargo, que en el caso de JIMÉNEZ URE las
peculiaridades de su escritura son el resultado de su connatural
rebeldía, y de su repudio a temas y maneras tantas veces
repetidos sin la necesaria invención que impone la
narrativa.

En este nuevo, libro JIMÉNEZ URE ha prescindido
de su costumbre de introducir axiomas filosóficos a sus
narraciones; en su textos pervive ese aire intemporal que
también estigmatiza su escritura fantástica, que,
por su desenfado y singularidad, le ha ganado no pocos
detractores entre escritores y lectores pacatos que son incapaces
de reconocer sus aportes, y disfrutar del mismo divertimento que
ha llevado a este autor a urdir lo absurdo en sus narraciones, a
través de una decena de libros publicados (entre
colecciones de cuentos y novelas cortas), que le han dado un
nombre sólido entre los cultores de la ficción en
Venezuela.

En uno de sus libros de cuentos anteriores, me parece
que en Inmaculado (Monte Avila Editores, 1982),
JIMÉNEZ URE reclamaba para la lectura de sus cuentos la
actitud del sabio: contemplativa. Ella sería la
mejor manera de acercarse a sus cuentos, la forma que por
excelencia nos permitiría disfrutar -verdaderamente- de un
escritor atípico, que se atreve.

A JIMJÉNEZ URE habría que leerlo, sobre
todo, como al creador de una escritura inequívocamente
personal, que tiene su razón de ser en el desacato y la
irreverencia: dos vías reales para lo nuevo imaginario.
El maquetista, El sicario, El malentendido y El
francotirador
hacen de Cuentos Abominables un libro
irrechazable.

-XIX-

Jiménez
Ure entre la soledad y la desgracia

Por Ramón AZÓCAR

Alberto JIMÉNEZ URE (Tía Juana, Edo.
Zulia, 1952) se ha constituido -desde 1976- en uno de los
escritores más representativos de la moderna narrativa
venezolana. No es la prolongación de una generación
de autores que puedan identificarse con algún espectro
literario, sino la autonomía intelectual de un escritor
que se ha forjado con elementos de la realidad para edificar un
mundo de imaginación y superposición de
valores.

Una de sus más recientes obras, Aciago
(Edición del Rectorado de la Universidad de Los
Andes,
1995), es la revelación de un hombre que -a
través de la palabra- nos sumerge en un ambiente de
esencia y soledad: bajo el estigma de un oficio de escritor que
tiene como búsqueda al Universo Fértil. En
una palabra, Aciago es una de las fases de sus
lucubraciones acerca de la ausencia y soledad en el
Hombre.

JIMÉNEZ URE siempre ha confrontado en sus
escritos una gran proyección filosófica y
esencialista; abarca un grado de reflexión que hace
coincidir a sus lectores con el hecho de estar ante la presencia
de un escultor de vibraciones. Cada palabra utilizada en
Aciago es potencia, fuerza, vitalidad; temblor,
movimiento… Son destellos fulgurantes de reacciones humanas que
al encontrarse atrapadas no ven otra vía de escape que la
de cambiar su influencia externa, que no es más que el
Universo Estéril y producto de simulaciones.
Podemos sentir esa fuerza acusadora y rebelde en versos como
«Tengo una habitación seca, iluminada, ventilada y
limpia:/Un cubículo dotado de todo y de nada./De aparatos
electrodomésticos y mecánicos, de papeles y
libros,/Pero, a la vez, sin cuanto ilimitadamente amo: mis
hijas…» (III. p. 9).

En un marco esencialista, JIMÉNEZ URE anuncia su
gran batalla: «Dentro de mí se libra una lucha
suprema bajo el influjo exterior…» (VII, p. 13).
¿Cuál es el influjo exterior para él?
-Simplemente, el Universo Estéril; pero, no se
trata de buscar definiciones simbólicas del lenguaje
jiménez-urerista sino mostrar pequeñas
frases que delineen una búsqueda y una lucha por la
vida.

El escritor es un creador de universos. La sola atinada
reflexión de la palabra involucra decantar quimeras de
sensiblidad en donde la autodefinición y la
autoproclamación son la única oratoria que
trasciende: «Soy un benévolo sin credencial de
hipócritas congregaciones…» (XI, p. XVII ); y,
mostrando más destellos aún: «Es cierto: la
literatura me redimirá» (XVII, p. 23)

Ahora bien; JIMÉNEZ URE, como buen enamorado de
la sabiduría, deja evidencias de una remarcada voz
cartesiana: «Pero no soy testigo porque no
experimenté el instante de mi creación o
fecundación» (XXV, p. 31). Aquí captamos dos
secuencias del empirismo metódico: la experiencia y la
fecundación, contrastadas con un término
-creación- teológico que deja entrever las
raíces cristianas del autor.

Se me ha intentado persuadir en relación a que no
debo dar importancia a los términos utilizados en la
creación poética, pero es imposible desligar la
palabra huérfana de cualquier preposición o
elemento de oración: de ese sentido trascendental que
intenta dar el autor. Me decía hace algunos años el
maestro y escritor Renato RODRÍGUEZ que quien escribe lo
hace para transmitir algo y -en eso-, cuando paso de escritor a
lector, es en lo que más me fijo para poder comprender el
sentido intuitivo de quien edifica un universo
literario.

Aciago es la obra de JIMÉNEZ URE que
más concentra un mensaje: el Hombre entre la soledad y la
desgracia busca afanoso al Universo Fértil y
superior donde los sentimientos abarcarían el infinito de
las verdades. Alberto JIMÉNEZ URE ha legado con
Aciago una obra que resume un gran llamado: «Pido
que me dejen en paz porque he muerto al Universo
Estéril» (XXIX, p. 35)

-XX-

La novela
Aberraciones

Por Marisol MARRERO

Leyendo el libro Aberraciones (Universidad de
Los Andes, Consejo de Publicaciones, 1993) de Alberto
JIMÉNEZ URE, se me vienen a la mente una serie de
observaciones que me gustaría compartir con los
lectores.

Dice Lovera De Sola -en la contraportada del libro-
que allí todo es al revés. No estoy de
acuerdo con esto, pues, la obscuridad, la sombra, no es el
revés del hombre, sino todo lo contrario: es parte de
sí, lo impregna, lo adormece, lo arropa, es su propio
«Yo», su revés y su envés.

La novela nos habla de la sombra, pues, todo lo que
posee substancia posee también una sombra. El ego se
yergue ante la sombra como la luz ante la obscuridad. Por
más que no queramos, somos imperfectos; hay aspectos
inaceptables en nosotros mismos, y son estos aspectos los que se
tratan en la obra. Incesto, masturbación, lujuria,
lascivia, parricidio, violación y muerte son los contornos
de la novela.

Solo incorporando la «Sombra» al
«Yo» podemos acceder a nuestra propia humanidad. Esto
es, a mi parecer, lo que intenta hacer JIMÉNEZ URE:
incorporar o aceptar la sombra como parte del hombre, como parte
de sí, porque -seguramente- le ha molestado por largo
tiempo.

El libro -todo- es un encuentro con su aspecto
más obscuro, pero suyo al fin. A través de la
palabra, que se convierte en exorcismo, saca los demonios: es una
suerte de «mea culpa» humana. El «Yo»
reprimido estalla, sale a la luz; por eso debió dolerle
mucho descubrir a los demás ese mundo tenebroso. Tuvo que
ser un proceso doloroso, intenso, quebrantador de reglas (noche
obscura del alma).

Para nosotros, los escritores, la sombra es el otro:
nada es ficción, la palabra es el hombre, consustancial
con él. Ya lo decía la Biblia: «Y el
verbo se hizo carne»;
hombre, que equivale a decir
Dios y Demonio, principio de todo, causa primigenia.

Si ponemos atención en lo que se narra, si
observamos profundamente, podemos aprender muchas cosas sobre la
sombra del autor y sus contenidos psíquicos. Cuando la
sombra aparece en el texto, reaccionamos ante ella con miedo:
desagrado o desquicio. Queremos huir de lo obscuro, cerrar el
libro, lanzarlo al piso; no queremos saber, huimos de la tenebra,
la cortamos porque experimentamos o sentimos que nos
persigue.

La tradición cristiana original reconocía
que el Mal se halla dentro de cada uno de nosotros,
pero, el Nuevo Testamento sostiene que si un individuo
cede ante el Mal su alma empieza un proceso
psicológico negativo que termina conduciéndolo a la
destrucción y la degración. Por eso el cristianismo
ha perdido el contacto con la sombra, y no es de extrañar
que -por ese proceso psicológico- el autor de
Aberraciones se haya sentido excluido, rechazado,
apedreado, porque saca a la luz lo peligroso, lo malo, lo
diabólico que tenemos nosotros, esa extraña bestia
que todos llevamos en nuestro interior y que, para salvarnos,
proyectamos como Diablo, Lucifer o Angel de Luz. Angel
Caído, qué extraña contradicción. Si
observo la foto del autor en la contraportada del libro, me
parece un ángel bueno, temeroso del Mal, luminoso, nada
del diablo aquel que «tenía un enorme diamante
por cerebro».
¡Brillante!

En la santería criolla, la maldad la personifica
Elegguá, el más poderoso después de
Obalatá. Este Satán o Lucifer tiene veintiún
aspectos malos; creo que JIMÉNEZ URE los desarrolla todos
en su novela, incluso hasta la magia negra o la brujería
de los congos (Palo de monte o mayombé) a través
del perro-niño huérfano. No sé si es
consciente o inconscientemente.

Elegguá es lo peligroso, lo destructivo,
sanguinario y astuto. Creció solo, y se hizo amigo del
Dios de la Guerra, Oggún, pero, también este
aspecto obscuro -este diablo- fue el primer vidente que
enseñó a Orunlá la adivinación. Este
personaje equivale al mago, al vidente de ojos de espejo de la
novela, pues, sus poderes son diabólicos, pero tienen que
ver con la salvación de la especie, con el acto primigenio
(escena primordial) que, según los psicólogos, si
es vista por los niños, debido a la promiscuidad, puede
ser causante de deseos incestuosos, estimulando el Edipo. No
sé por qué pienso que parte del drama interno que
sufre el autor podría estar ahí,
justamente.

El escritor loco, desquiciado (Federico Flavios) y sus
demás compinches, todos exitosos hombres de la Cultura,
con todas las aberraciones posibles, son hijos de madres
alcohólicas, promiscuas, lujuriosas, insaciables en el
sexo, serpientes; son mujeres que profesan el culto al falo, pero
ahí está el problema: ese culto se relaciona con
Dionisos. El deseo místico de estar «lleno de
Dios» tiene su origen en el éxtasis de Eros.
Volvemos a lo mismo: Dios hombre y demonio, bueno y malo, terror
y bondad (recordemos a Job).

Otro aspecto que observo en el libro es la
relación sadomasoquista en los personajes:
¿cómo pueden coincidir el dolor y el placer? Pues
bien: el sadismo puede ser considerado como una expresión
del aspecto destructivo de la sombra, del asesino que se esconde
dentro de cada uno. Se trata de un rasgo específicamente
humano que parece disfrutar con la destrucción. Existen
seres que gozan con el asesinato y la tortura (Flavios y sus
amigos) y este fenómeno está relacionado con la
autodestrucción. No resulta -pues- sorprendente que el
sadismo y el masoquismo sean fenómenos estrechamente
relacionados y suelan aparecer juntos. El asesino autodestructivo
se halla en el mismo centro de la sombra arquetípica, es
el centro de la irreductible destructividad de los seres humanos
(guerra, destrucción de la naturaleza, del ecosistema, del
mundo en general).

¿Qué pasa cuando el ego se convierte en la
sombra? Se pierden los amigos, la familia, el trabajo, las
relaciones, hasta se pierde el piso, por eso hay que equilibrar
muy bien el juego de luces y obscuridades, pues es peligroso
sacar la «sombra»y no saber dominarla, no saber
adaptarla o controlarla. Por lo menos a nivel psicológico
es peligroso, no sé a nivel de la escritura, no lo he
intentado; confieso que he tenido miedo.

¿Qué ha acarreado este libro a
JIMÉNEZ URE? ¿Está solo o ha sido un
éxito y le aplauden? -No sé, no lo conozco;
simplemente, mi intuición me dice que algo no anda bien.
Se metió con arquetipos muy peligrosos, aún no
sabemos mucho de ellos, por lo menos como manejarlos, como
domeñarlos, como hacerlos propios, aceptándolos sin
que nos dañen.

Para finalizar, recuerdo que el cuerpo todo se ilumina
con la sombra. Lucifer era Ángel de Luz. Afincarse en un
solo aspecto es seguir con el mismo problema; la bondad sin la
maldad no existe, es incompleta y -por lo tanto- artificial. El
poeta Robert BLY, recordando la antigua tradición
gnóstica, afirma que «nosotros no inventamos las
cosas, sino que simplemente las
recordamos».

-XXI-

La novela Aberraciones

Por Manuel GAHETE JURADO

Avezado lector de las obras de los narradores
hispanoamericanos, no me resulta extraño -aunque sí
sorprendente- el ámbito de ficción
hiperbólica que envuelve el texto
«Aberraciones» del venezolano Alberto
JIMÉNEZ URE. Fue otro autor de ese país,
Rómulo Gallegos, quien consiguiera entrar en el espacio
internacional con su novela Doña Bárbara:
abriendo un importante camino de luz a la narrativa
hispanoamericana
, que no pasaba de ser una llama lejana en
el remoto ultramar. Desde entonces, libros y nombres universales
confirman la realidad y la fantasía que una narrativa
poderosa (plena de vitalidad y fuerza expresiva, portadora de una
ancestral historia de leyendas y mitos) que -arrancando de las
raíces de la tierra– se eleva y magnifica hasta el culmen
de la entelequia y de la
ficción.

La nueva novela, lo que vendría a llamarse
«realismo mágico», cuyos antecedentes ya
anuncian en la crítica de arte europea, deviene en
Hispanoamérica asociada a la figura del novelista
cubano Alejo Carpentier y los ensayos del venezolano Arturo Uslar
Pietri. Existencia y símbolo, alegoría y tragedia
configuran -como nociones paradójicamente entremezcladas-
la trama narrativa de esta novela, perfectamente identificable en
el contexto fértil de lo «real
maravilloso»
que la engendra y la cobija.

La ordenación inversa de la acción, que,
como «Crónica de una Muerte
Anunciada»
-de Gabriel García Márquez-,
presenta el inminente final en la introducción del
argumento, evoluciona hasta el origen y parece componer una
historia concéntrica que se va anudando en sí
misma. Crea un cierto clima de tensión o misterio, muy del
gusto borgiano, sazonado por un buen número de
imágenes superpuestas cuya procacidad corta la
respiración más en la línea de la
sicalíptica colección «La Sonrisa
Vertical»
que de las intermitencias eróticas de
Adolfo Bioy Casares: cuya elegancia irónica
contrasta con el también irónico impudor
de JIMÉNEZ URE.

No juzgo el talante cínico ni la crítica
agria que el escritor pretende arguir como justificación a
un texto cargado de «amoralidad, excentricidades y
tenebrismo
». La oscura y lamentable biografía
de Federico Flavios y sus adyacentes -inmersos en una
borrascosa borrachera de hipocresía, fanatismo y
sangre
permite al autor exponer sus categóricas
ideas sobre la sociedad, la religión y Dios. La
sórdida trama -de brutales crímenes, encabezadas
por el incestuoso escritor- y un sentir pesaroso (marcado por la
decepción más desoladora de la vida) nos sumergen
en la misma atmósfera delirante y esperpéntica que
sufren los protagonistas.

El sinsentido y la irrealidad de
algunas afirmaciones actúa como contrapunto cómico
a una historia iniciática de sadismo y
muerte, producto de la frustración y el desorden
moral de los actores, dopados por su terrible realidad, abocados
inexorablemente al suicidio o la implacable crueldad de
sus propios correligionarios.

Más de una docena de libros jalonan la
trayectoria literaria del autor, cuyas narraciones han sido ya
difundidas en importantes revistas norteamericanas y en
varias de Latinoamérica. Títulos tan
sugerentes como «Acarigua, Escenario de Espectros»
(1976), «Acertijos» (1879), «Inmaculado»,
«Suicidios» (1982), «Lucífugo»
(1983), «Facia» (1984), «Maleficio»
(1986), «Abominables» (1991) y ahora
«Aberraciones» (II Edición, 1993),
señalan como clarividencia el camino abierto de Alberto
JIMÉNEZ URE hacia la procelosa y gratificante aventura de
escribir.

-XXII-

Sobre El
Despotismo de Jiménez Ure

Por Luis BENITEZ

Querido y admirado amigo mío:

Estuve anoche leyendo, y releyendo, el ensayo que
tuviste la generosidad de enviarme y realmente no pude contener
las ganas de escribirte sobre la fuerte impresión que me
ha causado tu escrito:

«Contiene una pasión que ya te
conocía (sabes que soy uno de tus privilegiados lectores,
desde hace mucho) pero además, es impresionante la
exactitud y la profundidad con las que manejas los conceptos y
las ideas, así como tu muy notable capacidad de
exposición»

Ya conocía tus capacidades en esos sentidos, pero
dado que hace un tiempo algo largo que no te leía, me
impresionó vivamente cómo ha madurado tu prosa
ensayística, cuando ya antes deslumbraba por su
mérito. El conjunto del trabajo es impresionante, pero
tiene para mí sus picos más altos -permíteme
que te lo señale, desde mi subjetiva lectura– en secciones
tales como Fenomenología de la Libertad, los
agudos párrafos que le dedicas al Totalitarismo y
a la Naturaleza Humana (que posee, esta última,
un valor filosófico de gran peso, pese a su brevedad
relativa); finalmente, los aforismos agrupados en la
sección Pensamientos Políticos, configuran
un remate ideal para un corpus tan poderoso como el que los
precede.

Por culpa tuya y de tu ensayo, «no he podido
pegar un ojo hasta las 3 de la mañana»,
pero
quería agradecértelo así, sobre caliente,
pues «estoy ciertamente impresionado por tu
trabajo».
Recibe mi saludo y mi reconocimiento a tu
capacidad creadora y, además, a tu toma de
posición, acertadísima, política y
humanamente hablando.

-XXIII-

Sobre
Pensamientos de Jiménez Ure

Por José Manuel BRICEÑO
GUERRERO

Si yo me viera confrontado con la tarea de clasificar a
todos los «escritores de ideas», es decir a todos los
que «expresen sus pensamientos por escrito», y si
fuera necesario establecer sólo dos categorías, y
si yo escogiera la sistematicidad como criterio, entendiendo por
sistematicidad el «despliegue deductivo» de
la escritura a partir de una estructura de ideas
conscientemente elaborada
cuya coherencia unitaria gobernara
los enfoques particulares determinando tanto el ordenamiento de
las partes como las decisiones de índole valorativa, y si
consecuentemente los dividiera en «sistemáticos y
«no sistemáticos», observando en el primer
grupo la tendencia por una parte de construir una gran
síntesis omniabarcante de inmenso e imponente
poder explicativo y por la otra a encerrarse en un aparato
dogmático generador de conflictos maniqueos o de
amputaciones y estiramientos procústicos,
observando en el segundo grupo por una parte la actitud de quien
tiene visiones en la noche a la luz de los relámpagos
percibiendo y expresando objetos de un mundo en general obscuro y
valoraciones profundas de un alma demasiado grande para aceptar
formación conceptual y verbal pero radicalmente certera en
el aislamiento de aforismos instantáneos
constelables
sólo a partir de una sabiduría
exterior a la palabra, y por otra parte la actitud superficial
del diletante inconsciente de las profundidades insensible para
la voluntad de coherencia propia de la razón pero decidido
a parecer pensador sin serlo, si yo procediera de esa manera y
una vez construido el esquema intentara buscar en él al
inquieto, talentoso y valientemente polémico escritor
Alberto JIMÉNEZ URE tal como se presenta en su obra
Pensamientos Dispersos y en las ideas discernibles como
trastienda y retaguardia intelectual de su poderosa narrativa, me
encontraría en la imposibilidad de colocarlo en el primer
grupo porque ni la época en que vivimos ni su temperamento
ni su vocación lo ha impulsado a construir un sistema
filosófico , ni su amor a la libertad ni su
mercurialidad creadora ni la amplitud de su
espíritu le permitirían convertirse en
«doctrinario», pero tampoco podría colocarlo
en el segundo grupo porque tiende inconteniblemente a precisar su
pensamiento y a formularlo inequívocamente, no está
informado por ningún desbordado misticismo y nada
está más alejado de él que la
irresponsabilidad de la palabra pues ha asumido con
auténtica seriedad el oficio de escritor con todos sus
gajes peligros y martirios, de tal manera que reconozco una vez
más la inutilidad de los esquemas a la hora de la verdad,
y me veo forzado a declarar sin ínfulas de juez, sin
pedantería de evaluador sin sabihondez de crítico
observo con asombro, interés, admiración y
simpatía la agonal dedicación de este joven al
pensamiento y a las letras esperando lo prometido por lo ya
realizado desde un centro de consciencia luminoso que no
será apagado por circunstancias hostiles ni por
circunstancias favorables (Escrito el 26 de Enero 1988, texto
evaluativo del libro «Pensamientos» de JIMÉNEZ
URE, publicado por el Rectorado y Vicerrectorado
Académico
de la Universidad de Los Andes el
año de 1995)

-XXIV-

«Retrato de
Memoria» de Alberto Jiménez Ure

Por Alberto José PÉREZ

En Tía Juana, población del Estado Zulia,
de la ahora República Bolivariana de Venezuela,
nació el escritor, ensayista y poeta, Alberto
JIMÉNEZ URE, vecino, hace muchos años, de la Ciudad
de Mérida, donde, en alguna mesa o barra, de aguas
encantadas, nos dimos la mano, de eso hará unos 30
años, por la medida chiquita, es decir, el tiempo
mínimo que yo calculo, de nuestro encuentro, que sigue
siendo el piso de una grata y fructífera amistad, por
supuesto, ya se ha jubilado de sus labores en la Universidad, es
un viejo como yo, laboralmente hablando.

Su primer volumen de cuentos: «Acarigua, Escenario
de Espectros», es el testigo de una serie de títulos
que abarcan todos los géneros literarios, sin dejar de
lado la filosofía. JIMÉNEZ URE como Carlitos
Contramaestre, su amigo y mío también, en su
tiempo, ya ausente de nuestra vista más no de la memoria,
es un testigo excepcional de la vida literaria, política y
social de la ciudad de Mérida; en lo político es un
referente obligado de la resistencia al actual gobierno sin
desconocer la huella buena; en lo literario, no aplaude
mediocridades ni medianías y vida social abundante, tiene,
el escritor goza la atmósfera tibia del hogar, allí
es el escenario de su oficio, la escritura, la calle ya no es
emoción del goce de la noche ni del café,
conversadito, vivimos tiempos de disparos, atracos y atropellos.
Pero el escritor que es, no huye de esa realidad, la confronta
con ideas que el crecimiento del mundo civilizado le permite
esgrimir ante el regreso del abismo, las sombras del infierno,
con quien combate cuerpo a cuerpo, lo he visto y así lo
señalo, nadie me lo ha contado.

JIMÉNEZ URE es un pensador, mejor dicho, un
escritor-filosofo, que a veces la fuerza de la poesía, lo
atrapa, huracanea sus cabellos y sus pequeños y
oscuros espejuelos, se convierten en los hitos que señalan
las fronteras de un hombre, ante su realidad y su
tiempo.

Muchas son las historias de ficción que Alberto,
ha construido, mucha también su poesía, gratas, muy
gratas sus reflexiones filosóficas, así como verlo
en el marco de una ventana, asomado a una ventana, como si
desafiara una bala perdida, es la imagen cinematográfica
que él mismo se ha hecho, palabra a palabra como si fuera
el mismísimo Alberto JIMÉNEZ URE, redivivo, en
todos sus libros.

-XXV-

Sobre
Absurdos

Por Gabriel JIMÉNEZ
EMÁN

Creo que he venido asistiendo, acaso sin
proponérmelo, al desenvolvimiento del trabajo narrativo de
Alberto JIMÉNEZ URE. Digo sin proponérmelo porque
desde su segundo libro editado en Mérida en 1979,
Acertijos, y acaso antes, desde Acarigua, escenario
de espectros
en 1976, he venido presenciando en él,
hasta hoy [unos veinte libros narrativos, entre cuentos y
novelas] una construcción minuciosa y casi obsesiva de
textos, pensares y actitudes que constituyen en si mismos un
estilo literario y tal vez un estilo de existencia, tan obstinado
es Alberto en sus relaciones paradójicas y peligrosas con
la política y la belleza, y han determinado en él
una suerte de ética personal, basada esencialmente en una
actitud de inflexibilidad frente al abuso del poder
político, de asumir una posición radical ante los
mecanismos de ese poder, y a la vez ejercer una honestidad
intelectual a toda prueba frente a éste, que le han
acarreado no pocos inconvenientes. En realidad,
«inconvenientes» es un eufemismo: JIMÉNEZ URE
ha sufrido en carne propia el dicterio y la exclusión, la
censura, el señalamiento moralista y los
marginamientos académicos que le han conducido,
primero, al aislamiento, y luego a una soledad fértil que
es justamente la que le ha proporcionado el tiempo suficiente
para dedicarlo a la literatura.

Debemos a la lucidez de Juan LISCANO el reconocimiento
pleno de la obra de JIMÉNEZ URE. Fue Liscano quien
vislumbró de modo consistente la importancia de su obra y
abrió nuevos compases de interpretación para ella;
una obra ciertamente difícil, que parece no obedecer a una
tradición clara en la literatura venezolana. Entre otras
cosas, LISCANO observó que […] «Cada vez
perfecciona más su empeño en sorprender,
descolocar, golpear mediante el absurdo y lo irracional, lo
obsceno y lo hiperrealista
» […] «Con
independencia de su postura literaria y de su temática, la
producción de
JIMÉNEZ URE se inscribe
dentro de la rebelión yoica y ofrece valores espirituales
que merecen consideración especial»

En efecto, Albertoha transitado por vías
difíciles: el absurdo, lo grotesco o lo
escatológico, pero sobre todo por la naturaleza del
mal
. Es aquí donde tal vez resida su mayor logro, en
cómo va penetrando, con la técnica de un
bisturí que disecciona escrupulosamente los tejidos
sociales de instituciones, investiduras, empresas y demás
proyectos de Estado, del status o del Poder, y va extrayendo de
allí la esencia de los personajes: sus perversiones,
crueldades y sobre todo su capacidad para producir situaciones
escabrosas o terribles. Júzguese sólo por los
títulos de algunos de sus libros: Aberraciones,
Perversos, Suicidios, Maleficios, Epitafios, Abominables,
Macabros, Desahuciados
. Tales abominaciones no están
construidas, por supuesto, para los amantes de la literatura
«hecha», de la literatura cerrada en una circularidad
artística o estetizante. Ante todo, creo, la literatura de
JIMÉNEZ URE quiere ir contra esa tradición, contra
las convenciones de los personajes lineales, previsibles o
cercados por las acciones sucesivas del capítulo, guiadas
por las leyes del realismo o por cadencias estilísticas
elegantes. JIMÉNEZ URE quiere ante todo mostrarnos lo
absurdo, lo banal, lo insuficiente, lo inconcluso o lo
fragmentario, lanzarnos a la reflexión o a la
especulación filosófica. Sus cuentos no desean
estar acabados; parecen más bien crónicas,
relaciones escuetas o truncas de realidades dobles, de fondos
ambiguos y lecturas subyacentes de la conciencia.

Por supuesto, estos rasgos generales no se aprecian
todos en cada uno de sus libros (sus pensamientos y poemas
también poseen estas cualidades heteróclitas;
exhiben características narrativas y líricas
mezcladas a sesgos conceptuales); mas si podrían ser
enunciados para buena parte de su cuentística. En
Absurdos, por ejemplo, están más que
ratificadas estas tendencias a examinar el poder, tanto en su
fase «cívica» como en su fase militar, y por
supuesto en una buena serie de sus escatologías, que van
de la agresión sexual hasta el asesinato, desde el deseo
más inocente hasta la violación: todo parece
suceder en JIMÉNEZ URE de la manera más natural, se
desnudan las acciones más descabelladas ante el lector
como si fuesen lo más normal de este mundo. Ello hace que
nos familiaricemos con sus personajes (una vez que ya hemos
descifrado sus códigos secretos en nuestro inconsciente) y
los acompañemos en sus acciones, nos gusten o no;
presenciamos sus elecciones o desviaciones hasta el final, a
veces con un rictus de desagrado en nuestros labios. En cualquier
caso, representan un reto para el lector, un reto que no posee
necesariamente consecuencias felices: gags, historietas
truncas, comics, muecas, escorzos o trozos del todo,
pero nunca el todo.

Para concluir, una anécdota de amistad personal.
La eufonía JIMÉNEZ URE-JIMENEZ EMÁN nos ha
jugado buenas y malas pasadas de gente que cree que yo soy el
autor JIMÉNEZ URE o que él soy yo [quizá por
ser cuentistas lacónicos y fantásticos ambos],
cuestión que lejos de irritarnos nos permite intercambiar
identidades e ir más allá de lo literario; es
decir, yo puedo ser perfectamente Él y Él
ser Yo sin que eso tenga que afectar nuestra literatura
o nuestros cuentos, excepto cuando en alguna ocasión yo
puedo asesinar a uno de sus personajes y él tal vez
apoderarse de uno de los míos. Una vez esto tocó
sus extremos en una librería del bulevar de Sabana Grande,
en Caracas: un hombre quedó tan maravillado de reconocerme
como JIMÉNEZ URE, que yo no quise desilusionarle y le
seguí la corriente y hasta le acepté una
invitación a almorzar. Cuando tomábamos el
café en la sobremesa, luego de disfrutar de unos platillos
suculentos, le confesé a mi consecuente lector mi
verdadera identidad, y aquel señor pasó de un
colapso de ira a una sonora carcajada que aún escucho
retumbar en mi oído. Por supuesto, el título de
este libro indica su sentido; o en todo caso el sentido de
sus sinsentidos
. Ni las situaciones ni las acciones de estos
cuentos están enlazadas a una causalidad o a una
lógica racionalista [como no sea a una lógica
fantástica, como la comprendía G.K.
CHESTERTONrefiriéndose a «una lógica del
país de las hadas»] muecas irresolutas, pesadillas o
crueldades, toman el lugar de los comportamientos sociales
aceptados y nos invitan a transgredir el entorno
visible.

Yo diría que los textos de Absurdos se
manejan principalmente desde las situaciones límites, y
desde ahí se lanzan a embargar la realidad con una
sobrerrealidad que a primera vista puede parecernos
chocante o insolente, pero si somos pacientes pueden abrir un
boquete en nuestra conciencia para que veamos un poco más
allá de las comodidades cotidianas, y atisbemos o
vislumbremos zonas vedadas del delirio o la
alucinación.

-XXVI-

Sobre
Revelaciones de Jiménez Ure

(El escritor «a quien el Diablo
dicta»)

«Es preferible morir a odiar y temer: es
preferible morir dos veces a hacerse odiar y
temer»

«Soy donde no pienso»

(Friedrich NIETZSCHE)

Por Teódulo LÓPEZ
MELÉNDEZ

Alberto JIMÉNEZ URE publica, de nuevo,
poesía (Revelaciones, «Pen Club»,
Caracas, 1998) La premisa es clara. Procedemos de una
creación arbitraria y las consecuencias son lamentables:
enfermedades, dolor y discordia. El cosmos fue inventado y henos
aquí sufriendo, absurdamente, lo que para nuestro autor
significa que la existencia carece absolutamente de sentido. Los
poemas de este libro le fueron dictados a JIMÉNEZ URE,
llamado por el «dictante» cordialmente
«discípulo», por el mismísimo
Satanás. El poeta advierte al lector que no debe
sorprenderse por su capacidad de recepción de estos
mensajes, pues siempre ha sido un buen perceptor de las cosas del
«Más Allá». Sin embargo, precede una
segunda advertencia: el dictado fue hecho cuando el poeta estaba
bajo extrema depresión. Sigue una explicación: el
poeta justifica la entrega de estos textos al lector, asumiendo
como un papel fundamental del hombre dar razonamientos
(extraña palabra en un texto dictado desde el
«Más Allá») que excedan las
inquisiciones urdidas en concilio.
Seguramente está
pensando en capillas cerradas con sus dogmas y
mandamientos.

En Revelaciones, JIMÉNEZ URE narra
–lo que no debe extrañar en un texto poético-
el inicio de sus relaciones con Dios, cuando era niño,
católico y estaba sometido a las palabras de los
sacerdotes, de los familiares y de los conocidos. Existía,
entonces, miedo en el niño hacia quien era
mencionado «Todopoderoso». Pero, ahora no: ahora el
hombre Alberto JIMÉNEZ URE no tiene «miedo» ni
puede atribuirle a aquél nada trascendental, lo
que es una confesión importante. ¿Por qué
habría sentirse miedo por alguien que, según el
autor, perdió todo su poder?

El poder al que se refiere el escritor era aquél
ejercido por el Diablo, quien se liberó gracias al
ejercicio de un papel de hijo «parricida». El nuevo
reinado es de Satán, quien está por encima de los
mandamientos –definidos como «hipócritas en el
texto- emanados de su espurio progenitor. Dios cae desde el mismo
momento en que su hijo (el Diablo) lo desconoce. Me pregunto:
¿todo padre cae por la misma causa?

Quienes conocen la narrativa de JIMÉNEZ URE
podrán recordar que la presencia humana en este planeta es
uno de los absurdos fundamentales en su temática. La
extinción de esa «presencia», en consecuencia,
es el propósito que lo une a Luzbel, líder de un
«Supremo proyecto de extinción». La vía
expedita para realizarlo es que el Mal triunfe sobre el
Bien hasta la eliminación total de todo lo
diseñado por el «Creador Arbitrario». El
Mal que se transforma, así, en justa
«vindicación del desarraigado». Quienes no se
adhieran al Mal pasan a ser molestosos, descartables e
insectos. Comienza a expandirse, así, uno de los
leivmotiv fundamentales en Revelaciones:
«A quien cruz quiera/dale sobre la cruz muerte». Para
ello hay que incitar a las naciones a que se hagan la guerra
y
el Universo debe morir bajo el fuego, pues, de
allí provino.

Se inserta una condena a la palabra: ésta
«no nació con nosotros, ella es anterior,
nació de Dios y existe para su perverso disfrute»:
en otras palabras, el difusor de la palabra de Satán
está concluyendo en lo mismo que hemos dicho quienes no
somos divulgadores de mensajes de tan sulfurosa procedencia: la
palabra es de origen Divino. Una de dos: o ello le confiere un
inmenso poder o, por el simple hecho de provenir de un poder
destronado por la sublevación de Luzbel, está
devaluada.
Observo que –incluso- el mensaje del Diablo
está formulado en palabras, lo que debe ser, entonces,
grato a los oídos de Dios.

La apelación de uno de los poemas para que nadie
se aferre «al Ser Físico signado por la
transitoriedad», puede tener cualquier proveniencia,
inclusive una cristiana de la infancia de JIMÉNEZ URE, o
puede atribuirse a Satán previo a la gran ruptura. En
cualquier caso no se niega nunca la existencia de Dios, puesto
que Satán es un alzado contra Él. Se critica, en
cambio, a Dios, y se le critica haber creado con arbitrariedad y
habernos condenado al sufrimiento. En consecuencia, hay que
destruir, mediante una gran alianza con Luzbel, esta condena. No
hay posibilidades de salvación por otras vías: lo
que está mal hecho debe ser quemado. En consecuencia,
podemos hablar de un pesimismo total, vecino a cierto
existencialismo: el hombre no tiene
salvación.

Revelaciones no está exento de
contradicciones que, lejos de anularlo, lo enriquecen, como
veremos. En efecto, Satán dice a su
«discípulo JIMÉNEZ URE» que
deberá ocuparse de los execrados y abandonados de las
sociedades, lo que nos conduce a un Demonio que ordena una
misión de redención social. Deberá,
asimismo, «enseñarles el Mal, para dar paso
a la incandescencia, donde nadie sufrirá ni
resucitará». En otras palabras, parece asomarse una
vía y nos resulta la misma de muchas religiones orientales
que no hablan del Mal sino que presentan vías
como el Mandala, el Nirvana, la contemplación o cualquier
otra, puesto que el objetivo es el mismo: olvidarse de las
ataduras carnales, esperar la muerte y luego tratar de evitar
–por todos los medios- la reencarnación, porque, en
el fondo, el Infierno es dotarse de carne y huesos,
vivir aquí, ser humanos. La inmovilidad de
Hinduismo, por ejemplo, o del Budismo, pasa por
el rechazo al deseo y acceder, aun desde esta misma vida, a los
pormenores del «Más Allá», esto es,
indica la búsqueda de la luz que está en el centro
del Mandala, en un centro que tampoco está allí
como en ninguna parte, pero que sigue siendo el centro. Tenemos,
entonces, que el «discípulo» a quien
Satanás confía sus «revelaciones», lo
que quiere es la iluminación, el escape de las
terrenas ataduras: quiere lo mismo a lo que aspiran las
enseñanzas bien entendidas, y no las del Dios culpable de
habernos sumido en el sufrimiento: quiere que lleguemos a tal
estado que el alma no requiera de otra
reencarnación, de otro aprendizaje, pues
ya sabe tanto que ha escapado para siempre del dolor de
nacer.

Nos enteramos, igualmente, «que Satanás no
aspira a que nadie crea en su mensaje, los feligreses
serán liberados con su solo envío. Derramarse sobre
el cuerpo de muchas mujeres es una buena manera, puesto que
llenarla de semen equivaldrá a frenar la
procreación»

Satán manda a su «discípulo» a
buscar el poder, pues eso lo ayudará notablemente a la
difusión del Mal. Este concepto es recurrente en
JIMÉNEZ URE, quien siempre ha satanizado el poder
dando espacio a criterios vecinos al Anarquismo. El
mundo de la Economía es para Satán, en su
dictado, una prueba clara -ante el
«discípulo»- de que no hay falacia alguna en
el mensaje. Es de nuevo una requisitoria sobre la
organización económico-social del mundo
presente, que se confirma con la afirmación: «Del
mal viven los pueblos». Me pregunto: si la maldad
está instalada, si es el presente y el
aquí,
¿qué interés puede tener
un nuevo ejercicio de propagación o difusión? Este
Satanás que dicta a JIMÉNEZ URE parece más
una conciencia colectiva del Hombre que un ser de largas
orejas dedicadas a robarle a Dios, su oponente, unas cuantas
almas.

JIMÉNEZ URE parece más un reformador
social, un denunciante feroz del Capitalismo Salvaje y
de las iniquidades humanas que un «perceptor fiel de los
mensajes de un supuesto Representante Supremo del Mal». Y,
otra vez: la denuncia contra la obsesión por el dinero, al
que, como sabemos sus lectores, JIMÉNEZ URE siempre llama
próceres impresos. Y, por si fuera poco: el
ataque contra los aparatos que nos dan confort pueril, contra los
avances tecnológicos que supuestamente facilitan las
comunicaciones (donde me parece encontrar una
reminiscencia de Juan LISCANO). Fue que «Dios tuvo una
concepción hedonista del nacimiento, por ello los
males», concluye el poeta. Entonces, es Dios el creador del
Mal y no Satán.

Tenemos que lo que JIMÉNEZ URE está
profesando –en el fondo- es una aspiración desolada
y aullante por la Justicia: es decir, lo que está
reclamando, en verdad, es el Bien. Pero, veamos un poco
la concepción de la vida y el universo en este libro:
«estamos aquí penitentes sin ser culpables».
¿A dónde se dirige ahora el lamento? ¿Acaso
a la pérdida del Edén, de la pureza
original? Fue Eva quien, inducida, sedujo a su Adán a
morder la manzana prohibida, si es que nos permitimos la
Cosmogonía Cristiana para explicarnos el
nacimiento del mundo. No recuerdo ninguna otra, indígena
americana u oriental, donde todo no se haya iniciado con
macho y hembra, es decir, con la
conjunción de los opuestos en una unidad que
conserva los dos elementos que uno pasa a conformar, pero que
siguen siendo dos. En ellas, el Mal provenía de
otras deidades, no por la vía de la rebelión como
la de «Satán-Hijo» contra
«Dios-Padre», sino, simplemente, de otras
deidades porque la existencia del Mal resulta
tan necesaria como la existencia del Bien. De
allí el certero adagio de un autor, cuyo nombre no
recuerdo: «Sin el Diablo no existiría el
mundo». En otras palabras, es prudente recordarle a
JIMÉNEZ URE que Satanás es tan culpable de nuestra
existencia como Dios. Lo que existe siempre tiene
anverso y reverso, «adentro» y
«afuera», arriba y abajo, sólo que lo que
está abajo está arriba, y lo que está oscuro
tiene luz y la luz tiene oscuridad.

Descubrimos en Revelaciones que Luzbel no tiene
ambiciones: «cuando el Universo desaparezca se
marchará con nosotros». Está claro, si el
Demonio quisiera poder, ante los ojos de JIMÉNEZ URE ya no
sería digno de confianza: habría incurrido en el
mismo error, puesto que este reformador social
semi-oculto de quien nos ocupamos, este hombre que no
soporta las injusticias a lo o largo y ancho de su ya vasta obra
literaria, califica al poder como una fuente inagotable de
perversidades. Y no le falta razón. Recordemos que, en
toda su narrativa, JIMÉNEZ URE ha dicho «que nunca
debimos partir de La Nada. A la Nada debemos regresar,
pues, inexistentes, no habrá dolores, tragedias,
desigualdad, humillaciones, odio u oprobio».

Yo siente en JIMÉNEZ URE la misma herida
mía: el dolor humano. En el fondo, y quizás
paradójicamente, veo a este perceptor supuesto de
Satanás como un ser lleno de amor hacia el hombre, pues,
es su sufrimiento lo que provoca el lamento.

¡Ah!, pero, no podía faltar la soberbia o
rebelión de la Inteligencia y allí asoma
otra indignación: «La mayor tragedia que puede un
hacedor experimentar/Es la de ser gobernado por alguien
intelectualmente inferior». JIMÉNEZ URE está
olvidando que una ley del mundo es la de que el poder está
reservado a seres intelectualmente inferiores. Si se leen los
ensayos sobre las modernas corporaciones podrá encontrarse
que, para dirigir una empresa, siempre son rechazados los
más inteligentes, que se busca una
media-práctica. JIMÉNE URE olvida que hay
muchos casos como el suyo. Cuando se es demasiado inteligente, se
asumen funciones literarias: es decir, funciones de inutilidad,
divorciadas completamente del economicismo que domina al
mundo perverso de hoy.

Al final, JIMÉNEZ URE nos hace la obvia
confesión. Dice «que ha terminado de redactar la
palabra que nos redimirá». Debo concluir con una
afirmación obvia, con un lugar común, con una
perogrullada, pero que, si vemos bien, no está exenta de
malicia: al terminar de leer Revelaciones, queda sabido
lo que ya uno sabía: que Alberto JIMÉNEZ URE es un
escritor y un poeta. Al margen de perdernos en SCHOPENHAUER o
NIETZSCHE, de buscar las influencias filosóficas de varias
procedencias que alimentan a este autor, debemos decir que es,
simplemente, un provocador: es decir, un
intelectual.
Una digresión final: si JIMÉNEZ
URE hubiese sido consecuente hasta la última gota de
sangre con el planteamiento de este libro, ha debido atribuir a
la palabra no un origen divino sino
demoníaco. Aun así, habría cometido
un error: La Palabra es Divina y es Demoníaca, al
igual que el amor, al igual que todo. Toda oscuridad lleva la
luz, toda luz lleva oscuridad, todo lleva dentro de si lo
opuesto.
JIMÉNEZ URE no es la excepción,
sólo que tiene una particularidad: él es uno de los
escritores más importantes de este país en este
tránsito de un siglo a otro

-XXVII-

Sobre Cuentos
Abominables

Por Azhiel (¿?)

En Cuentos Abominables (Universidad de los andes,
Consejo de Publicaciones, 1991), Alberto JIMÉNEZ URE trata
de realizar relatos con finales impactantes, pero un lector agudo
o adiestrado es capaz de anticipar la culminación de las
acciones.

No busca que los personajes estén en un ambiente de
felicidad y, en caso de estarlo, los transporta a un cuadro de
pesimismo con un fuerte sentido de lo fatal.

No utiliza frases con sentido poético, sino que
construye oraciones sencillas, de fácil
comprensión. En algunas oportunidades toma palabras que
denotan lo común para amoldarlas a una descripción
muy personal (para él los billetes serán
próceres impresos).

Los temas principales de los relatos no dejan de ser fuertes e
impactantes. La muerte se presenta en forma violenta y el
erotismo es llevado a un punto poco normal (que puede llegar a
los desagradable, el miedo, la incertidumbre). Gracias a la
presión social que afecta el sicología individual,
los personajes son llevados a la locura utilizando aquello que
envuelve a todos los temas: lo absurdo. JIMÉNEZ URE es un
filósofo de la burla, la cual está oculta en lo
abominable de las acciones que se suceden en sus obras; ese es su
fin, mofarse de la realidad. Describe acciones ilógicas en
un ambiente común, situaciones inverosímiles sobre
un marco real.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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