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Apuntes sobre la Obra Literaria de Alberto Jiménez Ure (página 5)




Enviado por Moisés Cárdenas



Partes: 1, 2, 3, 4, 5

Yo ni pertenezco a la «Orden que Cobija a
JIMÉNEZ URE» ni a los «tentáculos que
lo combaten» o La Conjura de la Omertá
contra J. URE. 
Comparto algunas de sus opiniones,
discrepo de otras muchas: pero, las discuto
abiertamente con él. Tengo que reconocer que son muy pocos
los escritores (en este país) que exhiben y practican
una sinceridad valiente sin
disimulos 
arrogancias. Llama pan al «pan»
vino al «vino». Al menos a lo
que él piensa que son el «pan» y el
«vino». En el texto que cierra la compilación,
Fernando BÁEZ coloca a JIMÉNEZ URE al lado de
QUEVEDO, GRACIÁN y BORGES. Alude una virtud que
común en ellos:
la precisión, la  concisión y
la limpieza del lenguaje que corren parejos
con:
la violencia, el desenfado desvergüenza de
sus opiniones. Dichas sin enmascaramientos ni tapujos (agraden o
molesten, repugnen o atraigan). En su trabajo de
investigación literaria, Fernando BÁEZ
arrojó un guante a quienes decidan recogerlo. Su
libro Aproximaciones a la Obra Literaria de Alberto
JIMÉNEZ URE 
quizá lo aleje de algunos,
pero, a otros nos acerca con interés y curiosidad
alrededor del escritor analizado.

Nota.-

(1) Omertá», o «Ley del
Silencio», es el Código de Honor
Siciliano 
que prohíbe informar sobre los delitos
considerados asuntos que incumben a las personas
implicadas.

-XL-

Sobre Pensamientos Dispersos

(Edición de la Gobernación del
Estado Mérida, 
Venezuela, 1988)

Por José SANT ROZ

[JIMÉNEZ URE ante la duda y el dolor]

En un país como Venezuela, con diez millones de
adultos, difícil es encontrar a un Ser
Pensante: 
un ser que sea capaz de discriminar por
sí mismo, y con valor, las calamidades que suelen acosar
al Hombre. Porque vivir no es hacerse fuerte
con el Capital o llenarse de amigos que lo
defiendan a uno –como creen los tontos-, sino que es
necesario cultivar la muralla intelectual capaz de vencer el
envilecimiento producto de la estupidez y los conformismos
grupales.

Lo que verdaderamente mata y acorrala al hombre es su
cobardía para decidir por sí mismo, en medio de un
mundo cuyos habitantes sólo desean yantar: dormir y
cohabitar a placer con la vulgaridad nacional. Por supuesto,
estos seres no se atreven a pensar ni mucho menos actuar. El
hombre que piensa es señalado por la sociedad como
peligroso, como enemigo del común denominador de la masa.
Es por fuerza un tipo desconfiable porque no podrá seguir
ninguna línea de solidaridad grupal, como esas que estilan
en épocas de «crisis» y «terror
moral». El joven JIMÉNEZ URE vive en el filo del
pensamiento y es «culpable de delito capital» en
medio de la especie ambigua que le rodea. No es fácil para
él la comunicación, y, como fiera maltratada, se
acerca a los rincones humanos para husmear alguna
«tesis» que explique la eterna degradación del
hombre. Por ejemplo, esa que le hace decir: «El
Hombre es doble cobarde porque se adapta y, además,
claudica» 
(p. 41 de Pensamientos
Dispersos
/1978-1987/«Gobernación del Estado
Mérida»)

Alberto es terrible porque se adelanta a su tiempo, y a
la gente que le rodea. Tiene un sentido de la
«relación humana» que no cala con su manera
simple y justa de ver las cosas. No pretende ser lo que no puede
ser. No busca nada por la vía de la «falsedad
política», y tiene el juicio demasiado lúcido
para comprender las formas blandas y sucias de la maldad oculta
que le rodea. Y «anota», «registra» o
«recuerda». Podría escribir argumentos de
varias novelas en ese diario trajinar por las calles y los
café: desechando lo vulgar,
seleccionando, enhebrando sus pensamientos que afloran a
la hora de su lucha con las palabras, con esos párrafos
claros y certeros que golpean como un mazo. 
Tiene la
cualidad JIMÉNEZ URE de atrapar al lector y de sugerir
ideas con pocas palabras. He leído más de una vez
(y con ganas de añadir mis propios pensamientos a sus
ideas) su libro Pensamientos Dispersos. Lo que
más admiro del Hombre es saber
agradecer, y esta es una cualidad que Alberto posee en gran
medida. El Hombre que sabe agradecer es
implacable consigo mismo y con tipos traidores. Y cuando un
hombre sabe agradecer conoce muchas penas y pasa por el
túnel precisamente de las grandes ingratitudes, y sobre
ellas forja su manera de ser. No se hace muchas ilusiones con
esas solidaridades que suelen proclamar los grupos humanos, y,
sin embargo, concede la más amplia generosidad para que
sean capaces de reformarse y descubrir sus errores. Pero
sólo es agradecido aquél que es fiel a sí
mismo.

JIMÉNEZ URE ha tenido el atrevimiento de desafiar
algunos ignorantes cuyas armas son
el espasmo, el grito, la argucia
rastrera 
y la fuerza bruta que dan
las idioteces partidistas. Este es un trabajo loable porque, en
el fondo de la Historia Humana, los pensadores
han tenido que afrontar la avalancha del odio y del miedo de
quienes son incapaces de actuar por sí mismos y que
esperan órdenes de cenáculos y tugurios
(enfebrecidos por el alcohol o la incapacidad mental). Yo
sé que JIMÉNEZ URE no
es anticomunista, no
es anti-nada: sino, sencillamente, un pensador que
quiere «poner a prueba» el cerebro y coraje de los
hombres. Un auténtico escritor que «deambula con su
máquina detectora de tipos y caracteres». Él
quiere que cada cual justifique su lugar y su permanencia en la
Tierra con alguna forma de  «Moral Individual»
que, como sugiere, «esté más allá de
toda jerarquía social». Le ha costado a Alberto
vivir, pero no se ha adaptado: ni lo agarrarán envilecido
por ninguna forma de conformismo social. Se ha liberado por la
vía de una a «ardua lucha interior» y en
nombre de ella se ha ganado el derecho
esputar sobre celebros purulentos, y sobre
las momias felices y contentas de su propia
perdición.

Epílogo

Por Ricardo GIL OTAIZA

(@GilOtaiza)

Conozco a Alberto JIMÉNEZ URE desde hace casi
veinte años, cuando aún era miembro activo de la
oficina de prensa de la Universidad de Los Andes. Me
acerqué a él como tantos otros jóvenes
escritores, que buscábamos en su poderosa figura literaria
abrigo para nuestros propios sueños. Alberto (como lo
llamaré en lo sucesivo) constituía una especie de
gran oráculo, cuya oficina no daba abasto para albergar al
sinnúmero de poetas, narradores y ensayistas en ciernes,
que veíamos en él un ejemplo a seguir en el
espinoso camino de las letras.

Contrario a lo que suele suceder con aquellos personajes
que se han ganado un importante espacio en cualquier actividad
humana, que se erigen en seres inalcanzables, acartonados y
«exquisitos», en Alberto hallábamos a un
literato de trato diáfano y cortés, que no cejaba
en ofrecernos posibilidades reales para que alcanzáramos
nuestras metas. Lejano a cualquier tipo de vanidad o de soberbia,
que nos hiciera sentir como seres inferiores frente a su
indiscutible consagración, en este escritor zuliano
encontramos a un «igual», a un intelectual ganado a
una apertura inaudita y escasa (escasísima, diría)
en nuestro mezquino medio académico y cultural. A
cualquiera —con la trayectoria de Alberto— se le
hubiese subido los humos a la cabeza. Ya para aquél
entonces (comienzos de los noventa) contaba con una vasta obra en
diversos géneros: narrativa (cuento y novela),
poesía, ensayo y crítica literaria. Era articulista
consentido de los diarios regionales (de Mérida y Lara) y
de los más importantes rotativos del país.
Mantenía amistad y comunicación epistolar con los
más relevantes intelectuales de Venezuela y del exterior.
Su incisivo parecer sobre disímiles aspectos (culturales,
políticos y académicos, entre otros), era altamente
cotizado (y buscado) por los medios de comunicación de
acá y de más allá. Era invitado permanente
en los postgrados de literatura para que disertara sobre su obra,
era jurado de concursos literarios, y había recibido
suficientes reconocimientos como para sentirse satisfecho con tan
portentoso recorrido.

Ese que acabo de describir era el perfil humano y
autoral de Alberto para entonces. Como se supondrá,
quedé enganchado, y a partir de esos días
mantenemos estrecha amistad: compartimos honores en jornadas
literarias, en bienales, en programas de televisión,
preparamos ediciones de libros, y hasta viajamos juntos durante
varios años a la Feria Internacional del Libro de Caracas
(en sus mejores tiempos), en la que con frecuencia se presentaban
nuestros libros. Gracias a Alberto conocí a importantes
figuras literarias: Mempo GIARDINELLI (quien ganara el Premio
Internacional de Novela «Rómulo GALLEGOS» con
su libro Santo oficio de la memoria), Oswaldo TREJO,
José Ramón MEDINA, Teódulo LÓPEZ
MELÉNDEZ, Eva FELD, Marisol MARRERO, Eleazar ONTIVEROS
PAOLINI, Juan LISCANO, Denzil ROMERO, Salvador GARMENDIA,
Anabelle AGUILAR BREALY, Héctor LÓPEZ, Enrique
PLATA RAMÍREZ, Fernando BÁEZ, José Antonio
YÉPES AZPARREN, María Luisa LÁZZARO,
Wilfredo MACHADO, Eduardo LIENDO, Edilio PEÑA, Gabriel
JIMÉNEZ EMÁN, y un largo
etcétera.

Hoy el nombre de Alberto JIMÉNEZ URE se ha
consolidado en el ámbito nacional e internacional. Su obra
está rondando los cincuenta títulos, varios de los
cuales han sido editados por universidades e instituciones
extranjeras. Diversos autores nacionales y del exterior le han
dedicado cientos de páginas, así como tesis de
pregrado,
de maestría y de
doctorado a su portentosa obra, que no es fácil
(dicho sea de paso), ya que bordea los peligrosos senderos de lo
pérfido que anida en el alma humana, de allí las
reticencias de algunos de acercarse a ella.

Alberto hace literatura en torno a esa otra cara de la
moneda, de ese lado oscuro y siniestro que todos llevamos dentro.
Sus personajes son complejos y se mueven en un claroscuro que
muchas veces logra perturbarnos, en un afán
ontológico de comprensión de su propuesta. En lo
particular, puedo expresar con orgullo que el año pasado
el Vicerrectorado Administrativo de la ULA me editó el
libro Jiménez Ure ante la crítica
gilotaiziana,
en el que discurro en el análisis
crítico de su obra publicada a lo largo de las dos
últimas décadas. Creo (toco madera) que este libro
abre trochas, caminos y senderos en un intento
«académico» por dar al conjunto de su
propuesta estética una visión
«totalizadora», ajena a distorsiones y
tergiversaciones de parte de posturas pacatas, que buscan con
afán su descrédito por la vía del latiguillo
moral.

Nos queda mucho por esperar todavía de la pluma
de este gran literato venezolano, quien con dedicación y
disciplina monástica (aunque no tenga nada de asceta) ha
logrado posicionar su pluma en espacios connaturales y diversos,
dejando sentado su talento, su agudo verbo, su cultura universal
y, sobre todo, una pasión literaria a toda prueba, la cual
no ha dado descanso en las últimas décadas hasta
llegar a construir una obra gigantesca que de seguro no
caerá en el olvido.

 

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Moisés Cárdenas

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