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La Barbarie Doctrinal de Gobierno (página 3)




Enviado por Alberto JIMÉNEZ URE



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Insólitamente, salvo muy pocas excepciones,
quienes ejercen funciones de mando político viven tentados
a violar todos los derechos fundamentales de las personas.
Recordemos a ciertos «canallas de
Ultimomundano»,
esos que tienen el atrevimiento, la
desfachatez y crueldad de impedir que dineros de situados
constitucionales
lleguen a las administraciones de
hospitales adscritos a sectores donde disienten de sus
atrocidades. Sólo menciono uno de los numerosos
«abusos de autoridad» que estigmatizan a esos
demoníacos engendros, que, sin demarcaciones
territoriales, padecemos millones de habitantes del planeta. Los
«Derechos Humanos» son el «Magma» de la
Humanidad. Prueban mi afirmación algunas
máximas que a los lectores transcribiré:

«Toda persona tiene derecho a la libertad de
pensamiento y de expresión. Este derecho comprende la
libertad de buscar, recibir y difundir informaciones e ideas de
toda índole, sin consideración de fronteras, ya sea
oralmente, por escrito o en forma impresa o artística, o
por cualquier otro procedimiento de su elección

(…) El ejercicio de tales derechos no puede estar
sujeto a previa censura sino a responsabilidades ulteriores, las
que deben fijarse por la ley y ser necesarias para asegurar: A)
el respeto a los derechos o a la reputación de los
demás.- B) La protección de la seguridad nacional,
el orden público o la salud o la moral
públicas»
(Párrafos Primero y Segundo de
la Convención Americana sobre Derechos Humanos, San
José, Costa Rica 7 al 22 de noviembre de 1969)

En las repúblicas por ellos gobernadas, los
tiranosaurios de Ultimomundano plagan cada resquicio de
ciudad o monte con propaganda donde la instigación al
odio, exterminio, segregación, exclusión,
aporreamiento e irrespeto hacia los disidentes son
«Mandamientos de Perversa Catequesis
Inconstitucional». Sin empachos, circunloquios o
arrepentimientos, los degenerados dictan y sus cómplices
en Crímenes de «Lesa Humanidad»
acatan y hacen cumplir en perjuicio de indefensos. Empero,
mea sententia, los «Derechos Humanos» son el
«Magma» de la Humanidad. Si miento, que el
lector me juzgue ulterior a conocer lo que hombres venerables
redactaron en defensa de la Humanidad:

«Toda persona tiene todos los derechos y
libertades proclamados en esta Declaración, sin
distinción alguna de raza, color, sexo, idioma,
religión, opinión política o de cualquier
otra índole, origen nacional o social, posición
económica, nacimiento o cualquier otra condición.
Además, no se hará distinción alguna fundada
en la condición política, jurídica o
internacional del país o territorio de cuya
jurisdicción dependa una persona, tanto si se trata de un
país independiente, como de un territorio bajo
administración fiduciaria, no autónomo o sometido a
cualquier otra limitación de soberanía

(…) Todos son iguales ante la ley y tienen, sin
distinción, derecho a igual protección de la ley.
Todos tienen derecho a igual protección contra toda
discriminación que infrinja esta Declaración y
contra toda provocación a tal
discriminación»
(Artículos II-VII de la
Declaración Universal de Los Derechos Humanos, de la
Asamblea General de las Naciones Unidas, 10 de diciembre de
1948).

(XXVI)

El codiciado
(billeverde) «prócerimpreso
imperial»

«¿A qué huele un billetardo con
el rostro de
George Washington? ¿Qué
gobierno se sostiene en pie sin el
prócerimpreso de
origen imperial? ¿Por qué un pedazo de papel
verduzco luce tan hermoso ante la mirada de los mandatarios,
malvivientes y miembros de la
Insurgencia de Ultimomundano?
Es, o no, la corrupción, el público sonido
del
billeverde»

Ulterior a las «falsadas» contiendas
dieciochescas por la «independencia» [16] el
billetardo Norteamericano con el rostro de George
Washington (1732-1799) ha sido el más codiciado en
conciliábulos de canallas que buscan el «poder
del
(mundo) mando» a partir del Siglo
XX
: cuando, la «fatalidad» lo dicta [17], se
consolidó la enorme influencia internacional que
logró la United Satates of America (USA) hasta
¿merecer? el calificativo de
«imperio».

Lo insólito es que, en la parte del planeta que
habito, y donde muchos afirman detestar al «Imperio
Yanquee», nada place más a los jerarcas civiles, a
militares, capos del narcotráfico, paramilitares y grupos
de guerrilleros de ultimomundano que llenar sus alforjas
de próceres impresos estadounidenses, empero ya
no escapan al galope como lo hacían los forajidos de los
westerns. Custodiados, viajan en costosos aviones
oficiales con maletines llenos de «billeverdes» que
exhiben el rostro de Washington.

El prócerimpreso imperial ha enriquecido
a casi todos los «dignatarios» de
ultimomundano en ejercicio, a quienes ya son
ex, a las «corteinsanias», a hombres y
mujeres de parlamentos, al «mercenariado» letalmente
armado y al otro, «de civil», empero con envidiadas
remuneraciones. Afamados «líderes» de
«carteliazgos» (de sustancias de toda índole y
«depuración de dineros» provenientes del
delito), aspirantes a significativos cargos de poder y hasta
sectores de intelectuales y académicos se vuelven babiecos
ante la posibilidad de poseer el billetardo
«ese»: que compra la «Vida Buena», ordena
la «Muerte Indigna», edifica palacios e inventa
«doctrinas políticas» para vindicar a los que
jamás lo serán (ni «vindicados» ni
«adinerados» en el curso los gobiernos «de
lastre revolucionario» o
«democrático»)

En las selvas ultimomundanas y los
inhóspitos territorios del Talibán, los
dolarfagozoarios compran cualquier pertrecho de guerra:
«fusiles», «lanzagranadas», misiles
«tierra-tierra» y «antiaéreos»,
diversidad de municiones (…) Y en las ciudades irguen
bustos de fallecidos maleantes, financian a los expertos en
fomentar turbas de agresivos y partidos políticos de
curiosa insurgencia. Las riquezas bien o mal habidas del
«Imperio Norteamericano» sirvieron para el nacimiento
de fortunas personales entre sujetos a los cuales se les
llamó «dignatarios». Ahora con mayor
desparpajo, el prócerimpreso estadounidense es
utilizado para cruentos (e irrevelables) propósitos que
están en curso.

A raíz de la pandemia del
«prócerimpreso imperial», durante el Siglo
XX
casi nadie que hubiese ejercido funciones de mando
político se mantuvo moralmente impoluto. Y el Siglo
XXI,
todavía en fase de alba, anuncia que,
durante muchos años, el billeverde con el rostro
de George Washington proseguirá como el favorito de los
corruptos y quienes conspiran para cometer fechorías: en
nuestra realidad y tiempo postmoderno, y tras
hipócritamente blandir la tesis de la
«soberanía de las naciones», devenidos en
«azotes sin fronteras».

(XXVII)

La
«Soberanía» no tiene
residencia

«Tan fachuda y obcecadamente timan los
pretensiosos con mandos ilegitimados, esos que impunes se
apropian de la riqueza pública y caminan flanqueados por
guardaespaldas, misma gente que afirma defender una sin
residencia posible y
De Imaginario
Soberanía»

Cuando comencé a transitar por
(tinieblas) ambientes de intelectuales y universitarios,
una de las primeras expresiones «de comics» que
escuché fue «que la soberanía de los
países reside en sus pueblos».
Respecto a la
temática filosófica-política, las
discusiones solían ser acaloradas y lapidarias.

Casi ningún «cabezahirviente»
escuchaba razones contrarias al imaginario de la Insepulta y
Momificada Revolución
, algunos ya vejetes y temerosos
del «Comunismo». Se rendía «culto a la
personalidad» de fusileros ya extintos, como el afamado
«Checaca»: legendario médico asesino que, por
estar habituado a «pasar por las armas» a detractores
de la Perrería Comunista de Instauración,
fue ajusticiado conforme al desenfado de leguleyo (Lat:
«leguleius») que caracteriza a los profesos
de la Canallesca Doctrina de Ultimomundano. Quizá
por ello la Thorá (Hebr. «Torah»), el
Corán y la Biblia advierten de castigos equiparados a los
daños que los malnacidos infligían a los
benévolos.

La «Soberanía», con mayúscula
o minúscula, no podría tener inteligiblemente
residencia. Porque, ¿quiénes son tan
«autónomos» como para fijar
«soberanías territoriales»? La
«Soberanía», se sabe, es una «cualidad
jurídica» fraudulenta que deviene de la
«Autoridad Soberbia» de antepasados. Que se diga que
«reside en el Pueblo que la consuma mediante
(…), o al través (…), es
ridículo». Se trata de un ejercicio de autoridad de
quien se impone, mediante la amenaza letal, en sitios donde
varios individuos afirman que son sus «dominios» (por
«conquista» u «ocupación»
violenta, nada importa frente a la posesión «de
facto»)

Ni los Estados Unidos de Norteamérica,
país del cual se asevera que es el más poderoso
(militar, tecnológica, científica y
económicamente) del mundo, es «Soberano» e
infalible. Ha sido incapaz de impedir la masiva invasión
de inmigrantes a sus jurisdicciones territoriales, donde hasta
los «carteles de sustancias ilícitas» entran y
salen a su antojo. Y en cuyas ciudades más importantes
terroristas al mando de Osama Bin Laden (n. en 1957, en Riyadh,
fundador de Al Qaeda, en 1988 y financista de la guerrilla
afgana) logró realizar horrendos ataques contra
emblemáticas instituciones (recordemos la
destrucción de las torres «gemelas» del
World Trade Center of New York y parte del
Pentágono, en el Estado de Washington, sede de la
Inteligencia y Estrategia Militar de USA)

En Ultimomundano, es obvio que el empleo del
concepto de «Soberanía» representa la mayor de
las prácticas de la Demagogia del Tiranocacasianismo
Civil y Castrense
de la gavilla: durante poco más de
una centuria de conflictos políticos internacionales,
incomparable por su falta de recato y ética, aparte que
quienes la prodigan viven atragantados de billetardos de
origen imperial.

(XXVIII)

Elige, luego
tendrás peligrosos enemigos al mando

«Mi prognosis, que debería ser
un preciado don: esa casi repulsiva que me atribula y abate
cuando me revela que,
ad infinitum, incorregiblemente
los hombres estrecharán las manos de los hombres para
luego (en actitud hostil y de cacería)
emboscarse»

No sucede en el Primermundano. Los
países «desarrollados» tienen una
institucionalidad férrea que, lógicamente, no
obedece a los dictados de los políticos con investiduras
oficiales. Lo cual significa que a los ciudadanos de esos
países si se les imparte la «Justicia», ante
la cual «todos son iguales».

Ellos no «eligen» para tener peligrosos
enemigos al mando, como nos ocurre a los
Latinoamericanos: quienes, esperanzados pero recelosos o
escépticos, acudimos a los centros de votación para
escoger al «Funcionariado Mayor»: que debería
administrar las riquezas de Estado con probidad,
respetar y hacer cumplir las constituciones y leyes, empero
jamás hostigarnos.

En la «Cultura Popular de
Ultimomundano», la «arbitrariedad» y
conductas delictivas suelen tener suficiente aceptación:
por ello prosperan la «treta»,
«zancadilla», «apropiación violenta de
lo ajeno», «corrupción administrativa»,
«hurto de oficina», «plagio de tesis
académicas», el «cobro de peaje de
malviviente», los méritos de «alcoba
procedencia», el «chantaje», el
«timo», «secuestro»,
«confiscación ilícita de la propiedad
privada», «fraude», «crimen de
contrato», la «sexualidad de trastienda» y la
«puesta en escena oficiosa de hechos punibles». Los
ultimomundanos nos trasladamos de una calle a otra
montados en «cuerdas flojas», bajo el asedio de
forajidos con credenciales policíacas o independientes:
que ambos se entienden al momento de «infligir» En
concierto, premeditada y alevosamente, delinquen y se reparten
gananciales.

Los tipejos y mujelleras del
«Funcionariado Mayor», en cuyo vértice tienen
despacho los «presidentes de repúblicas», son
elegidos y seleccionadas de «buena fe»: empero, no
tardan en proferir amenazas contra quienes sufragaron por ellos o
ellas. Aparte, sienten regusto por exhibirse soberbiamente:
ejercitándose en el vituperio y difamación contra
sus electores.

Gran calamidad para el ciudadano tener que elegir a un
gobernante al cual estará, por instinto de supervivencia,
obligado a lidiar. Difícil tarea la de buscar una
explicación aceptable e inteligible a la circularidad del
comportamiento delictivo de quien ejerce funciones de mando: su
gratuita hostilidad en perjuicio del gobernado, su
propensión a la gavilla y prevaricato.

Un paso importante para deslastrarnos de tanto
codicioso, timador y estafador de la Política
podría ser la moción de legislar contra el
«Fraude Doctrinal y de Funcionario en Ejercicio».
Pienso que nada por inercia propende a la instauración de
la Justicia y Equidad. Los ciudadanos conformamos las naciones,
somos los «nacionales»: y ello es «cualidad de
magnánima investidura», superior a la que
temporalmente conferimos a quienes suelen
traicionarnos.

(XXIX)

Alteración
de
los sentidos mediante el
«Situado»

«La Humanidad es un santuario
bajo el incesante asedio de políticos enfermos de
codicia, mercaderes de la muerte, apropiadores de riquezas ajenas
y engendros armados que siempre están (por ilícita
paga u honores) listos para oprimir a sus semejantes: empero,
la
Naturaleza, que no admite recusaciones ni
súplicas, siempre tendrá la última
palabra con las inclemencias que nos
depara»

Pese a mi condición de ciudadano de un
país subdesarrollado, una de las «perversidades de
gobierno» que jamás sospeché
experimentaría ha sido la «alteración de los
sentidos» de toda una Nación mediante la
inescrupulosa y anti ética manipulación del
«Situado Constitucional».

En extremo, es doloroso mirar y escuchar a un
«¿dignatario?» amenazar con obstaculizar el
envío de recursos financieros a ciertas regiones del
País que infaustamente gobierna: y sólo
porque la mayoría de sus pobladores, humildes e
indefensos, se habría rehusado «adherirse» a
su proyecto personal (de «corte tiránico») u
«ovacionarlo» porque los lastimaba con sus constantes
«discursos del desquicio».

Esa conducta, violatoria de los «Derechos
Humanos» e insólita en cualquier «Primer
Magistrado» durante lo que yo defino Pre y Post Moderna
Era,
suscita lo que se conoce como una
«Alteración Colectiva de los Sentidos»:
comparable a la que sienten los jóvenes bajo los efectos
de la Cannabis, el Peyote u otras drogas
alucinógenas en los «conciertos de mass
media
»: donde cualquier cosa puede suceder, desde
«suicidios en grupo», «orgías»,
«riñas tipo motín», «acciones de
la piromanía», «saqueos» o
«crímenes purga pasiones».

Cuando la «Instigación al Suicidio»,
«Conducción a la Locura» o «Negligencia
Criminal», entre otros delitos, proceden del
«Funcionariado Mayor de Gobierno», no resta a los
habitantes algo distinto que la denuncia internacional. Para la
corrección de tan aborrecibles asuntos, ya existen
tribunales penales universales.

Es, realmente, insostenible que personas electas para
gobernar con la promesa de «acatar y hacer cumplir la
Constitución y Leyes» que rigen a
determinada Nación degeneren: en infractores de
los más elevados Principios y Preceptos de la
Humanidad,
que es un Santuario ensuciado por sus
falsos feligreses. Esos descarados no pueden espetarnos con
ningún pretexto. A los cuales evoco, desde la mía
vejada Patria, el «Título Primero»
(específicamente el Art. 2) de nuestra
Constitución:

«Venezuela se constituye en un Estado
democrático y social de Derecho, y de Justicia, que
propugna como valores superiores de su ordenamiento
jurídico y de su actuación, la vida, la libertad,
la justicia, la igualdad, la solidaridad, la democracia, la
responsabilidad social y, en general, la preeminencia de los
Derechos Humanos, la ética y el pluralismo
ideológico»
(Caracas, 1999).

No podrá admitirse, nunca, que los que cometen
desacato convoquen concilios de supuestos «sabios
jueces» para que diserten respecto a la
«inconstitucionalidad» o «legalidad» de
actos indiscutiblemente delictivos.

Todo gobernante que persiga, hostigue, criminalice,
excluya, segregue o extermine a quienes se resistan a convertirse
en «militantes» de sus creencias políticas es
imputable. Es axiomático que, en todas las capitales o
provincias de Estado, todos los ciudadanos somos iguales
ante las leyes y debemos recibir los recursos necesarios para
satisfacer nuestras necesidades fundamentales:
«Salud», «Alimentación»,
«Trabajo», «Vivienda»,
«Producción», «Educación»,
«Cultura», Recreación, «Deportes»,
«Protección» y
«Justicia».

(XXX)

Institucionalidad
Universitaria sin «majadería
revolucionaria»

«En estos aciagos tiempos para los
latinoamericanos, es inocultable que las universidades
públicas están degenerándose a causa de la
discordia política instigada por jerarcas del

Funcionariado Mayor Revolucionario»

Formalmente, las corporaciones son organismos
compuestos por personas que laboran en pro de un mismo
fin. En el caso de las universidades gratuitas,
que están todavía distantes de la posibilidad de
ser calificadas como tales, abundan grupúsculos con
disímiles intereses: lo cual las convierte en
instituciones atomizadas.

En nuestras públicas universidades, todos
piensan, desean y actúan como se les antoja. No existen
concretos y corporativos proyectos. Sectores de estudiantes
violentos, por ejemplo, destruyen sus instalaciones sin
reflexionar respecto al daño que ocasionan al
País y a quienes están por venir. Y
ciertos profesores, con su inconcebible apoyo a la
Insurgencia Juvenil, igual la socavan. Los recursos
financieros, que podrían destinarse a distintas y serias
investigaciones, a editar libros científicos o
humanísticos, suelen dispersarse en asuntos
frívolos u ostentación.

Quienes se adhieran a la tesis según la cual las
universidades nacionales deben convertirse en
corporaciones son, de inmediato, execrados. Acto reflejo
del subdesarrollo intelectual, lo relevante para los trabajadores
de la Educación Superior (docentes, empleados,
obreros) es proseguir con absurdas y vacuas consignas: y, por
supuesto, las tradicionales «pugnas políticas»
por la consecución de mandos. En realidad, durante
décadas, quienes han representado jurídicamente al
Estado no han favorecido, con presupuestos dignos, a las
universidades «autónomas»: pero, si las han
infectado de vandalismo y resentimientos.

[¿Qué promover para mejorar la
«institucionalidad universitaria»?]

En primer lugar, es menester descartar la nefasta idea
de insistir en la errática postura según el cual el
Estado debe (sempiternamente) financiar
universidades gratuitas o públicas. La
mayoría descuida o desestima lo que no ha obtenido
mediante el esfuerzo personal: nadie llora a muertos
inidentificables ni multiplica fortunas de ilícita
procedencia.

Las dos últimas constituciones de la
República (¿«Bolivariana»?)
de Venezuela han santificado la «educación
gratuita». En la Postmodernidad y dada las
circunstancias en las cuales nuestro país ha sido
económicamente depredado, resultan insostenibles para el
Estado las megaerogaciones. Además, el
modus educativo «socialista» ha fracasado en el
mundo: porque no instruye, fomenta adhesiones ridículas,
«ideas mohosas» y «comportamientos
parasitarios». Es fundamental invertir en la
«enseñanza básica», lo admito, pero no
en esa especie de «títulos nobiliarios»
representados en licencias académicas.

Los habitantes de Latinoamérica
deberíamos rechazar el nefasto «populismo».
Necesitamos comprender y admitir que es impostergable pagar por
la instrucción superior, como lo hacemos por los
lujos. La «Educación Básica»
no lo es: pero, sí la «Superior». La
mayoría de quienes se la procuran lo hacen con el
propósito de merecer un «status de existencia»
privilegiado: en una sociedad uniformada en la miseria, escasez o
austeridad, jamás en la riqueza. Un gran porcentaje de
estudiantes universitarios proviene de la Clase Media y
Clase Media Alta. Los de «bajísimos
recursos» conforman menos de la mitad de los adscritos a
las instituciones públicas para la Educación
Superior
.

En Mérida, por ejemplo, muchos
estudiantes provienen de distantes ciudades. Es imposible para
padres de modestas remuneraciones (Clase Media Baja o
simplemente Baja) enviar a sus hijos a cursar en una
universidad situada en otro lugar. Los gastos son elevados:
transporte, alquiler de habitación, higiene personal,
libros (…). Podemos deducir que no son de
«miserable» procedencia.

La Educación Superior no tendría
por qué tergiversarse y podría estar destinada
exclusivamente para quien tenga vocación. En una sociedad
de valores distorsionados, como la venezolana, obtener una
licenciatura o doctorado es suficiente
requisito para exigir distinguidos puestos en la
«Burocracia Parasitaria» (a los jerarcas del
«Funcionariado Mayor de Estado» no les importan los
méritos del ciudadano ni su propensión al trabajo
honesto y arduo, sólo su adhesión incondicional al
sistema que impere). Sostengo que no se requiere vivamos regidos
por un «Sistema Comunista» para que fomentemos
transformaciones en materia de «Igualdad»,
«Fraternidad» y «Justicia». El
Comunismo es una chatarra
filosófica-política.

Pienso que el «abismo remunerativo» entre la
«Casta del Clientelismo Revolucionario» y el resto de
los ciudadanos es doloroso, inmoral, mezquino y explosivo. No es
de la Justicia que los jerarcas del «Funcionariado
Mayor de Estado» exhiban, soberbios, un dispendioso estilo
de vida mientras los obreros o empleados de organismos
públicos experimenten penurias.

No es tampoco inteligente difundir, en los medios de
comunicación nacionales, ideas que denigren a la persona
por su condición laboral o social. Un artesano, zapatero,
obrero de la construcción o aseador de calles es un
ser humano: tan respetable como cualquier profesional
universitario, intelectual, asambleísta, alcalde,
gobernador o ministro. El día cuando ello sea entendido
mejorará, sin necesidad de imponer «doctrinas
políticas de factura criminal», la calidad de vida
de los habitantes. Ya nadie buscará, con avidez, un
título universitario ni se obsesionará por ejercer
una carrera para la cual (en realidad) no sirve e
intentará aprender un oficio sintiéndose apto para
ello.

Para aproximarse a lo que son las
corporaciones, las universidades públicas
necesitan depurarse de la «majadería
revolucionaria»: deshacerse de los agitadores que
convierten las instituciones académicas en «centros
de convenciones» para la plática o discusión
repetitiva, estéril y fatua alrededor de temas que suelen
empantanarla.

[Selección de personal con
aptitudes]

La «selección de personal con
aptitudes» debe realizarse sin influencias políticas
o de otra índole (condición social o raza, entre
otras) Quien ingrese debería someterse a
«despojamientos psíquicos» (liberación
de absurdos prejuicios, supersticiones, odios de clase,
resentimientos, banalidades ideológicas) Las
universidades corporativas exigen hombres y mujeres que
la amen, cuiden y protejan de los parásitos. Requieren
gente inagotable, proba, racional, disparada hacia el futuro. Los
sindicados, asociaciones de profesionales y federaciones de
trabajadores de la Educación Superior
desaparecerían: porque, sin presiones, todos
lograrían sueldos ajustados a la realidad.
Lucharíamos por una patria autosuficiente: cuyos
habitantes pudieran competir humanística,
científica y tecnológicamente con
la oferta foránea. La institucionalidad
universitaria
necesita experimentar acelerados cambios:
auténticas transformaciones. Sus autoridades no
deberían verla como un objeto para su disfrute personal o
figuración pública. Tienen la obligación
moral de fortalecerla, pujar para convertirla, final y
felizmente, en una infalible corporación: y no en
una cada vez más gigantesca «casa de vecindad»
o «albergue de malvivientes».

(XXXI)

Compendio
Latinoamericano de Iniquidades

«La Dignidad conferida a la figura de una
Primera Majestad, y que procede del sacrilegio de la
ciudadanía cuando obcecada e inexplicablemente yerra
,
con frecuencia deviene en oprobio y mofa en perjuicio de
la Nación: contra su Compendio de Equivocaciones
y memorable Libre Albedrío. En reparo de su
mala testa, no podrá argüir el recurso de la

desobediencia civil para esquivar los interdictos
inconstitucionales de quien, flanqueado por asesinos del
Mercenariazgo con Charreteras, se ufana de sus inmerecidas
atribuciones y autoritarismo»

La enseñanza institucional del Vuduismo
[18], que no, por desgracia para nosotros, de una religión
auténtica como el Budismo [19], por ejemplo, es
una intencionalidad propia del Compendio Latinoamericano de
Iniquidades.
A quienes promueven, abierta o subliminalmente,
la inmersión del Vulgo en el nada sublime
Sincretismo-Político-Religioso representado en el
Vudú, sólo les importa mantenerlo dopado o
presa del estupor.

A la sacrosanta entidad política que yo denomino
«Despacho de Regimiento», en boga en el
Ecuatorial-Centro-Sur de la América Hispana, urde
mantener bajo hipnosis e ignorancia a sus gobernados: ello con el
remunerado apoyo de hombres y mujeres docto[a]s en las artes de
la manipulación, «personalizada» o
«multimediática», de la psiquis de los
individuos y del «resentimiento proletárico de
masas»

Esas aberraciones de la Argucia Castrense que
suelen difundirse con expresiones como «el pueblo en armas
para la defensa de la patria», u otras más
atractivas para el iletrado, como esa según la cual
«el poder ahora lo ejerce directamente el pueblo»,
añadidas a las profanaciones de la «Proceresca
Independentista», son peligrosos indicadores de la
Cultura de Sicotrópico que paradojalmente
sirvió a los siniestros para denigrar al
«Capitalismo» durante la Centuria
XX.

Lo son: señales y mandatos en la
«Catequesis de la Sincrética», que infunde
odio e incita a desahogarlo contra prefabricados enemigos a causa
de una penalizada «desigualdad social». Cada vez que
de la escabrosa Justicia Social discierno con alguien,
siempre culmino por sentenciar que más se alejan los
hombres de la Tesis de la «Necesaria
Igualdad»
cuanto más poder hostilmente
acumulan.

Previo recibir mendrugos y promesas, hombres, mujeres e
infantes son conducidos a «danzar su ira» en
improvisados y de la impiedad terraplenes: donde, al
término de la turba-tambores, quienes los
instigan «ofrendarán por sacrificio» a
criminados ausentes del motín. Aun cuando sólo
sujetos de evocaciones en ritos oficiales de «puesta en
escena», pudieran ser realmente lastimados en cualquier
momento y lugar. Eso es iniquidad.También lo es,
una «iniquidad», que el «Funcionariado Mayor de
Gobierno Adventicio» insista en segregar y excluir a los
que se resisten a perder sus Derechos Civiles y
Políticos
en una república de ciudadanos
emancipados: por cultura y tradición, adeptos de la
Libertad (individual y colectiva).

Al alba del Siglo XXI e insospechadamente, la
«Praxis Doctrinal de la Iniquidad» se apropió
de importantes jurisdicciones territoriales y de
websites en Latinoamérica.
Imprescindible en todas las ideologías que transitan sobre
el redil del «Nacionalsocialismo», como la del padre
del Holocausto Adolfo Hitler, que hasta fingió
detestar a Marxfalso pareciéndosele.
Leámoslo: «Necesitamos destruir el Marxismo para que
el Nacional Socialismo sea el amo de la calle, así ahora
como en lo porvenir…» (Mi Lucha. Tengo una
edición clandestina, sin fecha ni lugar de
impresión, traducida por Alberto Saldivar, p.
199)

Cuando estuvieron tras la consecución del poder
político, en el mundo los más notables
«déspotas de relevo» lucieron ecuánimes
y patrióticos. Hitler, el mayor engendro demoníaco
del milenio precedente, cuando no gobernaba Alemania
escribió párrafos increíbles como este:
«Si el Estado adopta, tal y como lo hace, el sistema de
las bandas adiestradas de defensa, semejante sistema no se
podrá aplicar jamás para resguardar los intereses
nacionales fuera del país; servirá tan sólo
para proteger a los opresores de éste contra la ira de la
Nación vendida y traicionada, ira que podría
estallar alguna vez»
(supra, p. 198)

La «iniquidad» en los seres inhumanos
empieza con el íntimo deseo de «dominación y
preponderancia individualista», en perjuicio de «los
otros»: temporalmente oculta en la simulación de
fraternidad y defensa de los intereses de una
Nación, pero no tarda en ser expresa y en desatar
el vandalismo.

(XXXII)

Cuando la
«Razón Inmutable» oficia en las
postrimerías de la existencia

«Metáfora que adhiero a mi Juicio,
Dios o Pater Supremus es la Razón
Inmutable representada en la Inteligencia
jamás interrota que a cada degenerado alcanzará
para obligarlo a sucumbir ante ella»

Cuando quienes somos la Humanidad preconcibamos
lo que significa la «Escisión hacia lo
Reverso», durante ese postrero momento donde no
habrá concilio o disputa sino partida, estaremos aptos
para encarar a la Razón Inmutable que
presenciará la capitulación de cada cual y
oficiará que se haya consumado su silencio en este
mundo.

Todo individuo «en tránsito» tiene la
opción de preconcebir lo que significará ese
confín. Si lo hiciere, y si hubiere sido una criatura
aborrecible, podría corregir y reorientar su conducta en
vez de hipócritamente inculparse: asumiría la
expiación tras renunciar a la codicia, conspiración
y crimen para volverse profeso de la «Inexpugnable
Fraternidad»: la sempiterna, esa por cuya preeminencia han
bogado desde siempre los «iluminados» y
filósofos no ateos.

Los «Crímenes contra la Humanidad»
sí pueden abolirse: los hombres y mujeres que habitamos el
mundo tenemos jurisdicción «para cometerlos o
no», para «castigar» a quienes han infligido e
instruirlos en el conocimiento de la «Escisión hacia
lo Reverso». Lo he sucesivamente afirmado: La Humanidad
es un Santuario «en Proceso de
Edificación»,
y será beatificada por
quienes sobrevivan a las catástrofes que procrean los
impíos y ambiciosos.

Aun cuando las guerras, de «exterminio» por
la consecución de mandos
«políticos-castrenses», «de
ocupación», «conquista»,
«expansión de dominios», «demarcaciones
territoriales» o «independentistas»
sistemáticamente nos aflijan, y parecieran abatirnos a
quienes somos adhesos de la Razón
Inmutable,
me persuade mi persistente
«capnomancia»: tras escrutar la densa humareda de los
campos de batalla, sin supersticiones percibo que La
Humanidad será un Santuario.
Quizá los
atrincherados que adoctrinan para la comisión de
genocidios rían, empero, en sus enseñanzas La
Gnosis
nos advierte que no debemos
«identificarnos» con ellos jamás: mediante la
«Venganza», «Vindicta» o «Pena
Capital», una vez que sean sometidos o no puedan sostenerse
en pie para seguir su absurda contienda.

Casi al instante, todos nos informamos del nacimiento de
nuevos enfrentamientos bélicos en los cuales los
asesinatos de miles de personas deshonran nuestra especie frente
a la Razón Inmutable. E igual de súbito,
habrá armisticios que serán las treguas que los
combatientes (ninguno «triunfante») requieren para
meditar encima de las sepulturas.

La «Violencia», que se ha autoproclamado
«Emperadora» durante milenios, no abona para la
fertilidad: su «gloriosa presencia» se circunscribe a
«ceremonias de sepelio». Postrimería donde la
Razón Inmutable aguarda para oficiar la
consumación del silencio
de quienes
«Escindieron hacia lo Reverso».

(XXXIII)

¿Es el
«Estado» de la
«Nación»?

«Será culpable el convicto al que se le
ha irracionalmente conferido la
Responsabilidad del
Timón: pero, la Institucionalidad de la Justicia
imputará a quienes, previa ceremonia de secreto
sufragio, lo indultaron y le confirieron el rango de

Capitán para que suicidamente los condujese al
naufragio
»

Aun cuando la Postmodernidad esté
«en curso de colisión» frente al muro que
separa la «Ignorancia» del «Discernimiento
Crítico», como categoría filosófica,
hay que admitir la condición «lega» (Lat.
«laicus»: popular, iletrada) de la
mayoría de los habitantes en
Latinoamérica: que yo, sin ser fanático de
la inmodestia, acertadamente defino Ultimomundano. En
esta infamada parte del planeta, donde los «comandantes de
tropas» y los «líderes» de una sin pausa
«agitación política» pronuncian los
destinos de los ciudadanos, cualquier «de la ventisca
mandón» afirma que «Él» es el
«Estado».

Ese «tiranocaca adventicio», que se sabe
falto de coeficiente intelectual, presume que estuvo predestinado
para capitanear un codiciado barco cargado de tesoros. En mar
agitado y plagado de predadores, lo conduce «dopado y
ebrio». Prefiere que zozobre, con los atemorizados
pasajeros y tripulación, porque anclarlo implica su
inmediato arresto: es un prófugo de la Razón
Inmutable,
un náufrago por cobardía, y la
Humanidad está solicitándolo para
aperturarle un juicio.

Sabe, el «tiranocaca», y su neo-vasallo,
¿qué es el Estado? (Lat.
«status»: condición situacional).
Alguna vez, las clases sociales adineradas tuvieron que
organizarse políticamente: para la defensa de sus bienes,
su confort y «lo ya establecido». Quienes dominaban y
explotaban a los trabajadores, los ricos, por supuesto,
tenían la urgencia de fundar la Institucionalidad
Civil de la Justicia y Milicia
que la blindaría. Eran
los dueños de los «medios de
producción» y mal pagaban a la «fuerza
laboral», lo cual suscitaría «conflictos de
intereses»: entre quienes conformaban las sociedades en
proceso de constitución de la figura del Estado,
mismo que hoy conocemos, pese a que algunos le añadan
expresiones como «Socialista» o
«Democrático» (que fijan preferencias en el
ámbito del Maniqueísmo de Doctrina
Política
)

«Estado Socialista» o «Estado
Proletario», que ambos, idénticos al originario
concepto de «Estado»: con sus virtudes e innumerables
aberraciones, el que cobija o execra, que, en última
instancia, se trata de abstracciones manipuladas por castas
dominantes. Que ciertos grupos se «apropien violentamente
del Mando del Estado», o que se les conceda bajo
normas, nada novedoso anuncia. Antes fue «franquicia para
explotación» que se dieron los poderosos, y hoy
«franquicia de explotadores» jurídicamente
sustanciados.

El «Estado», el que se irgue bajo un
«gobierno» que se afianza como «dictadura del
proletariado», está igual en manos de una clase
social privilegiada, tanto como el otro: el tradicional, el
«Estado Democrático», que propugna la
«propiedad privada» para todo sujeto que sea capaz de
lícitamente acumular bienes inmuebles o
divisas.

¿Qué es un «País»? (Fr.
«pays»: región, territorio). Empero,
¿cuándo lo es? Un «País» lo es
siempre que se haya consagrado como «Nación»
(Lat. «natio»: conjunto de seres humanos).
Y, entonces, ¿qué es una
«República»? (Lat.
«respublica»: organización de
«Estado», donde los ciudadanos tienen la
atribución de elegir a sus gobernantes) Finalmente, lo que
debería ser una «Dignidad» y nos tiraniza:
«Gobierno» (empleo de
«ministros», de «individuos
dignos» para ejercer mandos»).

En la panorámica del «proceso evolutivo de
la organización social del Estado», que
inició con los griegos (1400 a. C), es
inadmisible que la personalidad demencial del o la
«tiranocaca» pretenda obligarnos a mirarl[a]o como a
un hombre o mujer que fue investid[a]o de la «Dignidad de
Gobernant[a]e», de «Ministro»,
«Mandatari[a]o», etc., mientras trata sin respeto y
ofensivamente a los ciudadanos: aparte de obrar, en materia
administrativa, sin probidad. En centenares de años, a
causa de los déspotas, la Humanidad ha tenido que
sufrir el exterminio de millones de personas
inocentes.

La «Nación» es, la Historia
mediante,
una fortaleza constitucional jurídicamente
organizada: donde todos hablan un mismo idioma y se someten a las
leyes en igualdad de condiciones, es la única propietaria
del «Estado». La que, legalmente, puede arrogarse la
atribución de elegir, que es un estilo
Postmoderno de «contratación de
servicios», a ministros: a quienes rendirán cuentas
por la utilización de las riquezas, naturales o no, de
todos los ciudadanos. El Estado siempre será,
irrecusablemente, de la Nación: de los
«nacionales» de una «República».
La Nación, aun cuando sea diezmada por
«genocidas adventicios con mando», no
transigirá. No capitulará jamás.

(XXXIV)

Una «Carta
Democrática» para su premeditada
violación

«Los ciudadanos del mundo no lo somos de
espantapájaros, sino actores con deberes y
fundamentalmente
derechos frente a los cuales los
representantes jurídicos de naciones están
obligados a declinar su codicia y criminalidad en funciones de
gobierno»

Cuando estudio documentos que son «tratados
internacionales», como la Declaración Universal
de Derechos Humanos
y la Carta de la Organización
de los Estados Americanos,
tanto más abatimiento me
producen las explícitas y premeditadas agresiones
jurídicas de algunos «jefaturales mayores» de
naciones de Ultimomundano (me resisto a llamarlos
«dignatarios», porque nada de «ilustres»
tienen). La realidad, que contrasta escandalosamente con el
contenido de los textos de marras, evidencia que hay un abismo
entre gobernados que anhelan vivir con apego al «Estado de
Derecho» y mandatarios sujetos de imputaciones por
«desacato» de las normas universales.

Qué hermosa carta para, infortunadamente, su
premeditada violación: esa que debió blindar la
«Democracia» en territorios habitados por oprimidos
en incesante resistencia. «Jefaturales mayores» de
países que tuvieron participación en la firma de
«magnánimos» documentos para la
promoción, defensa y preservación de la vida feliz
en Ultimomundano, ahora marcialmente imponen el culto a
las embalsamadas momias del terror:
«vejetes», que no «venerables ancianos»,
que nadie sabe si pronuncian palabras en virtud de los avances
científicos en materia de tecnología médica.
Mi lector examine los siguientes párrafos de la Carta
de la Organización de los Estados Americanos,

ulterior a lo cual ruego juzgue mis razonamientos con
imparcialidad:

(…) Artículo 3.- «Son elementos
esenciales de la Democracia Representativa, entre otros,
el respeto a los Derechos Humanos y las libertades
fundamentales; el acceso al poder y su ejercicio con
sujeción al Estado de Derecho; la
celebración de elecciones periódicas, libres,
justas y basadas en el sufragio universal y secreto como
expresión de la soberanía del pueblo; el
régimen plural de partidos y organizaciones
políticas; y la separación e independencia de los
poderes públicos»

(…) Artículo 4.- «Son componentes
fundamentales del ejercicio de la Democracia la
transparencia de las actividades gubernamentales, la probidad, la
responsabilidad de los gobiernos en la gestión
pública, el respeto por los Derechos Sociales y
la Libertad de Expresión y de Prensa. La
subordinación constitucional de todas las instituciones
del Estado a la autoridad civil legalmente
constituida
y el respeto al Estado de Derecho de
todas las entidades y sectores de la sociedad son igualmente
fundamentales para la democracia»

(…) Artículo 9.- «La
eliminación de toda forma de
discriminación,
especialmente la
discriminación de género, étnica y racial, y
de las diversas formas de intolerancia, así como
la promoción y protección de los Derechos
Humanos
de los pueblos indígenas y los emigrantes y
el respeto a la diversidad étnica, cultural y religiosa en
Las Américas, contribuyen al fortalecimiento de
la Democracia y la participación
ciudadana».

(…) Artículo 10.- «La
promoción y el fortalecimiento de la Democracia
requieren el ejercicio pleno y eficaz de los derechos de los
trabajadores y la aplicación de normas laborales
básicas, tal como están consagradas en la
Declaración de la Organización Internacional
del Trabajo
(OIT) relativa a los Principios y Derechos
Fundamentales en el Trabajo y su Seguimiento,
adoptada en
1998, así como en otras convenciones básicas afines
de la OIT. La Democracia se fortalece con el
mejoramiento de las condiciones laborales y la calidad de vida de
los trabajadores del Hemisferio» (Aprobada en la
primera sesión plenaria, celebrada el 11 de Septiembre de
2001
).

Tendría que ser lo que defino
eufemísticamente «falaciega» cualquier persona
que no advierta cuánto, de forma alevosa e ininterrumpida,
en Latinoamérica la Organización de Estados
Americanos
(OEA) legitima con su silencio e inoperatividad
ante las descaradas violaciones de nuestros Derechos
Humanos
que protagonizan los «petropredadores» y
«dolarfagozoarios». En no menos de cinco
países, corrompidos legisladores sancionan leyes
inconstitucionales y contrarios a los tratados internacionales
con el maléfico propósito de mantener sumisos y
temerosos a los individuos y sus familias. Hasta el extremo
insólito de pretender imponer «doctrinas
políticas» que son antítesis de la
Democracia, como el «Comunismo» y
«Fascismo Nacionalsocialista» que fueron
extraídos entre los utensilios hallados en
sarcófagos de momificados terroristas
decimonónicos y de la
Veintiúncenturia.

(XXXV)

El portentoso y
premonitorio «pensamiento
rangeliano»

«Soy, para siempre, proclive al (Fauves)
Fauvismo Embrionario: es decir, a la Tesis de la
Solvencia de la Vida Civil, Apacible y Redentora de las Artes
Libres por encima de las ruidosas detonaciones de la
Canalla Insurreccional: esa que siempre culmina en
dominación capitalista de atestados y
dementes»

Durante el alba de 1988, la muerte del escritor e
internacionalista Carlos Rangel me produjo un doloroso impacto:
primero porque nos dejaba en momentos cuando su (anti)
Vulgaris Thesis empezaba a ser reconocida cual verdad
insustituible hasta por quienes lo adversaron en vida y, segundo,
por cuanto siempre vi en él (así como en
Sofía Ímber, su esposa) a un gran maestro del
«no demagógico» Pensamiento
Político Hispanoamericano.

Alguna vez escribí y publiqué un extenso
ensayo sobre sus libros Del Buen Salvaje, al Buen
Revolucionario
y El Tercermundismo [20]. Con
admiración, advertí entonces (ya hace tanto tiempo)
el genio de Carlos: quien -con erudita documentación– me
presentaba un novísimo y riguroso panorama de la
«pueril» o «tercermundista» (que yo elijo
llamar «ultimomundista») conducta de nuestra aciaga
«Intelectualidad Latinoamericana».

En Del Buen Salvaje al Buen Revolucionario,
Carlos Rangel empieza por ilustrarnos docta y profusamente
respecto a los orígenes de esa reprochable actitud
política según la cual la corrupción y la
desidia -propias de numerosos dirigentes del llamado Tercer
Mundo-
sobrevienen como incurables y fortuitas (herencias)
dolencias:

(…) «Algunos cristianos primitivos
tuvieron la convicción de que, tras su segundo
advenimiento, Cristo establecería en la Tierra un reino
perfecto, de mil años. Desde entonces, el milenarismo ha
sido una fiebre recurrente de la Humanidad y, en un tiempo de
degradación y superficialización de los grandes
mitos profundos y eternos, ese milenarismo se ha hecho
revolucionismo secular. La caída habría sido el
establecimiento de la propiedad privada. Antes de existir esa
institución antinatural, los hombres habrían sido
todos iguales y dichosos, y volverán a serlo
automáticamente, al quedar ella
abolida…»

Es interesante el método empleado por Rangel para
enfrentarnos con la «realidad», que, al cabo de
varias décadas, hoy muestra sus fauces a millones de
intimidados en el hemisferio. Al tiempo que nos
(transfería) transportaba hacia los confines de
la «superstición» y el
«primitivismo» de nuestros «procedimientos
reflexivos», nos fustigaba con sus lucubraciones en redor
de «la herencia» (La Cultura: una herencia
cerrada a la inteligencia superior de Occidente
), para
finalmente mostrarnos la inequívoca
«detonación racionalista» de los
norteamericanos.

Para quien se ha formado en las ideas
«marxfalazianas», por ejemplo, la
«punción intelectual» de Carlos escandalizaba
a los fabladores de claustrofalaz: ¿de qué
forma podrían comulgar con la demoledora fuerza de
argumentos tan lícitos como perfectamente imperecederos,
exentos de las («de mofetas») manipulaciones
populistas?

Sucesivas veces y con avidez, leí las luminosas
advertencias implícitas en el pensamiento
rangeliano;
en tanto me ilustraba sobre lo hereje de una
«cultura» que debió destinarnos a la
sublevación auténtica, basada en la
«productividad» y el «ingenio», igual me
recreaba un universo de acaecimientos (infaustamente «en
curso») «trágicos». Carlos Rangel fue
genial porque halló la veta para su
emancipación intelectual del «nacionalismo
barato», «fatuo» y «hostil».
Estudió, meditó, dedujo y ulteriormente
prodigó ideas. No claudicó ante lo que se promueve
«conducta revolucionaria para el progreso», cual
axioma infalible y de fácil digestión cerebral. El
análisis y la indagatoria permanente estigmatizaron su
monástica praxis intelectual. Es -realmente- prodigiosa la
creencia rangeliana que resta relevancia a la
(superstición) moción de algunos mediante
la cual exaltan el resentimiento de los preteridos o
marginados:

(…) «Así como
–sentenciaría Carlos Rangel- el Buen Salvaje
tiene en la psique de los norteamericanos un sitio tan reducido
como en la historia de ese país, en donde el último
de los mohicanos es noble y otro, los colonizadores anglosajones
buscaron tierras y libertad, mas no precisamente oro
».
Y, añadió mi extinto amigo:

(…) «Los latinoamericanos somos a la
vez descendientes de los conquistadores y del pueblo conquistado,
de los amos y de los esclavos, de los raptores y de las mujeres
violadas. El mito del Buen Salvaje nos concierne personalmente,
es a la vez nuestro orgullo y nuestra
vergüenza»

La explícita y prolija exposición que
Carlos Rangel nos ofreció en sus ensayos dilucidan todo lo
vinculado a las perversiones (la pereza, exaltación
heroica, sumisión, servilismo, etc.) que se
«adoctrinan» a los pobladores de
Ultimomundano: las rebeliones de los descendientes de
españoles contra los abusos de los criollos, mitificadas y
convertidas en tabúes; los motines de pardos o negros
furiosos, históricamente mal registrados, y la
deificación de absurdas fábulas que han entrampado
a los latinoamericanos en lo que defino Filosofía de
Orillerismo.
Se fue y no pude platicar más con
él, mirándole a los ojos. Soy un hombre que, pese a
mi condición de latinoamericano, está ganado para
las causas contrarias al «Comunismo». En ello, lo
expreso con orgullo, comulgamos Rangel y yo.

(XXXVI)

Imaginemos un
mundo sin «ira» ni «armas
letales»

«Porque en el Sacro Claustro de la
Humanidad eres una persona con numerada butaca, un
Individuo de Número Correspondiente, nunca
abatirás a quienes urden cómo exterminarte:
sólo espera que se corroan por la inclemencia de la

Naturaleza y, sin flores de la margarita, preséntate
con epitafios ante sus lápidas»

«Aparta la ira de ti, que no tardarán
los vándalos en ahogarse en sus pútridas
ciénagas»

No es novísimo en el mundo. Miremos a los
combatientes afganos y a los talibanes con harapientos manteos,
en zonas desérticas: pero armados con
«fusiles», «bazucas»,
«cañones» y «cohetes tierra-aire
intercontinentales». La «Perrería de la
Guerra» es apátrida y adora el billeverde
con la figura de Washington y el Capitolio. Más
cerca de casa, observemos a los vándalos del
«paramilitarismo de mercenariazgo político»:
con pistolas automáticas, escopetas y a los funcionarios
policiales con otras de menor potencia reverenciándolos.
Escrutemos cómo, rápido, en algunas
repúblicas latinoamericanas los nacionales viven presas de
penurias mientras sus gobiernos abultan sus «parques (de
armas)».

Durante siglos, la «Intencionalidad
Pendenciera» del «Hombre Codicioso» se ha
mantenido inalterable. E, igual, los impunes que representan
jurídicamente a los estados (con o sin charreteras, con o
sin toallas sanitarias, empero idénticos hábitos)
destinan enormes recursos financieros para «armarse»
sin mejorar las condiciones de existencia de los ciudadanos. No
sólo los jefaturales de regímenes
despóticos gastan dispendiosamente los dineros de sus
repúblicas: pareciera que hay que mantener fortalecido y
en primer plano el «Culto al Odio y Crimen», en la
hipócrita «puesta en escena» de la
«emancipación» y
«redención».

De hecho, las hambrunas y enfermedades diezman a
poblaciones internacionalmente rezagadas: desposeídas de
alimentos o medicinas para enfrentar epidemias. Pese a lo cual,
absortos, advertimos cómo los gobernantes no cesan de
apertrecharse: porque, cuando millones de seres humanos
imaginamos un mundo sin «ira» ni «armas
letales», la «Perrería de la Guerra»
deja bien claro que la paz le estorba y que es ella quien da
instrucciones a los histriónicos en los
camerinos.

Cual si no hartase que veamos sucumbir a familiares y
amigos frente a incurables enfermedades, tenemos que escuchar a
«¿líderes?» de naciones informar
respecto a la compra de «armas letales»: como si el
fomento de la calamidad u holocaustos se tratasen de golosinas
para niños. Mientras son ruidosamente exhibidas en eso que
llaman «paradas militares», la indigencia y miseria
extrema de ranchería se multiplican en los países
subdesarrollados.

A la Humanidad la fracturan la codicia e
irresponsabilidad de los «¿líderes?» de
naciones que, ya investidos de poder, rápido negocian la
adquisición de toneladas de «chatarra
bélica» o equipamiento de «última
generación» (proporcional al billetardo de
empréstito que curiosamente reciben de la
«Perrería de la Guerra»).

Con o sin razón, muchos sostienen que no debemos
permanecer pasivos ante los vandálicos que sienten regusto
por infundirnos pánico. A los cuales digo que la
resistencia violenta es contraria a los preceptos del
Humanismo: es decir, es enemiga del Ser
Racional.

(XXXVII)

Notificación de «Fallecimiento
del Mundo»

«La moción de solicitarle a la
Providencia la
Declaratoria de Cesación del Mundo
se convierte, explícitamente, en un Recurso de Amparo
a favor de la desahuciada
Humanidad»

En «horas para despacho», ante la venerable
Jueza y Providencia de la Humanidad, acudo para
expresarle los siguientes hechos: A) Visto que durante centurias
los «seres racionales» se han querellado a causa de
la codicia, conquista y dominación territorial, riquezas
naturales, dogmas, desquicia y ambiciones febriles B) Visto que
el desarrollo de las Letras, las Artes, la Ciencia y
Tecnología no han corregido el «instinto
salvaje» de la mayoría. C) Visto que las
pretensiones de los «seres pensantes» por conciliar
ideas e intenciones en pro de nuestra especie fracasaron, y que
jamás se percibieron «propósitos de
enmienda» entre quienes tuvieron la responsabilidad de
conducir los destinos del Mundo. Expuesto lo escrito, en
«horas para despacho», prosigo:

A la Jueza y Providencia de la Humanidad,
solicito: PRIMERO.- Que exhorte a los «críticos y
médicos forenses» del Mundo a, rigurosamente,
examinar sus despojos y presentar un informe al respecto.-
SEGUNDO.- Conforme al Protocolo internacional de los
«Primeros Auxilios», y en presencia de los escritores
de obituarios, los doctos de la infausta tomen el
«pulso» y luego le practiquen
«respiración artificial» al Mundo. Ulterior a
lo cual masajes de resucitación.- TERCERO.- Que en
ausencia de «señales de movilidad»,
«respiración» y
«exhalación», una calificada Junta de
Médicos Forenses notifique el «fallecimiento»
del Mundo («Maior sumquam quimancipium
Providence
»)

(XXXVIII)

El «Ser
Reaccionario»

«Procura no servir con lisonjas a los
propósitos de quien, cuando hipotética o
potencialmente tu
habitad y Ser Físico
sean presas del odio de los ofuscados u ofendidos, no
estará cerca de ti para luchar a tu lado y preservar tu
existencia»

Siempre que navego por el agitadísimo Mar de
las Ideas Políticas,
intercambio miradas y discursos
con los mismos náufragos: esas mujelleras y
hombrelleros que, unos impulsados por su
«buena» y otros por su «mala» fe, quieren
divisar un «pensamiento firme» para anclar. Y
experimento esa náusea existencialista tan prolijamente
descripta por Sartre (1905-1980, París) en una
memorable novela [21] que leí durante mi
pubertad.

Además, siento idéntica desesperanza que
ellos frente a un mundo en el cual impera lo inexcusable: porque,
donde las abominaciones quiebran o doblegan a la virtud, donde
las riquezas se destinan más a la adquisición de
pertrechos bélicos que a la producción de alimentos
o medicinas, desestimando la formación, creatividad e
inventiva, cada día seremos menos «humanos».
Nada legaremos a quienes están por venir y nada de nuestra
cultura y modo de vida trascenderá [22]

El «Ser Reaccionario» es una cualidad
absolutamente inteligible. ¿Por qué?
Formularé un ejemplo: ¿quién no
«reacciona» frente a hechos, situaciones e
interdictos que lo lastiman, menoscaban o corroen su integridad
física y mental?

Si a causa de su condición de
«reaccionaria» puede ser juzgada toda persona que
pretenda se le respeten o restablezcan sus «Derechos
Humanos» y «bienes», el concepto de la
«inmutabilidad» de la «Justicia» se
vuelve absurdo: no sería, explícitamente, uno de
sus «telos» u objetivos para dirimir
conflictos en la Civilización.

Todos somos «reaccionarios». Cuando les
destruyen sus templos y les prohíben sus cultos, son
«reaccionarios» los que visten manteos y se hacen
llamar sacerdotes o monjes profesos de sus respectivas
congregaciones religiosas; Lo son, «reaccionarios»,
los (déspotas) «comunistas» a los
cuales sus gobernados quieren derrocar por sentirse intimidados y
oprimidos; los «demócratas», crédulos
de una frágil representatividad constitucional, en su
fáunica diversidad; también, por supuesto, los
«latifundistas», «oligarcas» y
«millonarios» que, aun ahogándose en una
inmensa e innecesaria riqueza, cuando son emplazados a
compartirla se enfadan y harán lo que puedan para impedir
que alguien disfrute un poco de lo que les sobra y desperdician;
igual lo es, «reaccionario», el
«funcionariado» de exigua o codiciable
remuneración, ello cada vez que le amenacen su estabilidad
laboral y financiera.

Intentar darle una connotación peyorativa a la
cualidad de «ser una persona reaccionaria»,
emparentada con la «contestataria», es inoperante e
inadmisible: porque, nada tiene que ver con alguien que se
resiste al «cambio» y «progreso».
Quién, siendo feliz, ¿aceptaría dejar de
serlo? ¿Quién, que viva en paz, armonía y
quietud, querrá su existencia inmersa en la violencia o
caos?

La «injusticia» es tangible: erosiona lo que
está bien formulado y que procura bienestar. La praxis de
la «injusticia» genera la ruina de las sociedades, de
las comunidades organizadas. Aun cuando los individuos
esclarecidos logren frenarla, sus secuelas permanecerán
por mucho tiempo y son difíciles de sanar en naciones
donde la han sistemáticamente padecido.

Cuando se cambia la «inmutabilidad» de la
«Justicia» por una alevosa
«alienabilidad», cuando ya nadie es salvo de la
maledicencia, vaivenes o vicisitudes que irrumpen en las
comunidades, las culturas se extinguen. No es de la
«Justicia» aseverar que los
«reaccionarios» lo somos por propensión a
resistirnos al bienestar de la Humanidad: que,
personalmente, percibo como un profanado santuario.

En la Realidad y Tiempo Cosmogónico
donde el «Azar» me ubicó, y que asumo como
desafío, me declaro «reaccionario»: no me
siento representado por un gobierno «civil», de
funcionarios públicos «civilizados». Aparte,
porque no adhiero (ni lo haré) a ninguna «doctrina
política» fundamentada en el fraude
filosófico.

(XXXIX)

Confeso de
escribir sin «sacramentos»

«Soy de la Literatura una especie de
dipsomaníaco, porque no ceso de embriagarme
practicándola: ella es, simultáneamente,

ofensiva y redentora de la existencia»

Sostengo que la praxis de la Literatura,
similar a su siamés el Arte, implica la
materialización de todo lo que necesitamos desahogar
emocional e intelectualmente quienes propendemos a su
avocamiento. Desde mi pubertad, así lo he experimentado:
«disfrutado» y «padecido». Cuando deviene
«esputo de la psique», la Literatura se
sufre ejecutándose y capturándose. Empero, tiene
una antítesis representada en los «protocolos»
de la seducción que irrumpe encantadora.

La Literatura enamora tanto, tan infinitamente
a veces; en ocasiones similar a un antídoto, fortalece y
sana; igual ad perpetuum hiere (como la mía,
ex sacramenta). La Literatura no se
«excede» concediéndose, podría
perturbar pero cataliza la comunión entre seres pensantes.
Que sea «moralista», «erótica»,
«modosa», «aleccionadora» o
«didáctica» no tiene que indignar a
nadie.

Aun cuando entiendo que el prolongado ejercicio de una
disciplina tiente a su ejecutor a decir de sí mismo
«que él simbióticamente la encarna», yo
no usurpo su esencialismo. Soy un hacedor, cierto: alguien que
redacta ficciones. Los personajes de mis novelas o cuentos no me
retratan. Que ciertos ignorantes y pusilánimes
todavía propaguen que soy «Aquél», el
«Otro» o «Éste» determinado sujeto
de mis tramas, es puro infundio y hasta difamación. Lo
Admito: más que enfadarme se diga que las abominaciones
explícitas en mis argumentos son las mías, ofende
la omnisciente inteligencia humana. Las obras literarias son
«puestas en escena», simulaciones de la
«realidad».

En oportunidades, los lectores nos fuerzan a bogar por
nuestra integridad moral: pero, por lapsos nos imprecan cuando no
somos lo que escribimos. En mi trayectoria literaria, hubo
quienes ridículamente se arrodillaron ante mí
llamándome «príncipe de legión de
demonios». En la ciudad de Mérida, donde he residido
durante más de tres décadas, alguna vez
germinó el «satanismo». Previo a lo cual, en
algunos de mis libros desarrollé herejías anhelando
la vida del (asceta) anacoreta: en Aberraciones (1987),
Luxfero (cántico del ceremonial demoníaco,
1991), Dionisia (novela, 1993) y Revelaciones
(presagios diabólicos, 1997). Sin embargo, en un texto que
titulé Deus veneré al «Pater
Ocultus» (no lo mencioné en vano, 2004).

Cuando redacté libros en los cuales vertí
mis reflexiones filosóficas, mi «crítica
política-social», la irrupción de enemigos
fortuitos e ignorantes (porque no me refutaban en el
Territorio de la Escritura, sino en corredores para el
«chisme» y «vilipendio» donde transita el
Sector de Cobardes de la Academia y en
Conciliábulos de Militantes de la Canalla
Revolucionaria
) pretendió mi extrañamiento: mi
exclusión forzosa de la Intelectualidad. Fallido intento
por «sepultarme vivo». Tendré mi muerte, pero
no será la que ellos anhelan.

A cuál entidad desconocida debemos nuestra
transitoria presencia en este mundo. A cuántos lectores
afecta negativa o positivamente la Literatura.
Qué sentido tiene la persistencia de la infamia en la
percepción errática de la intencionalidad de los
escritores, finalmente «tetrarcas» de la
infusión de conocimientos: invenciones e importantes
sucesos de la Humanidad. Por cuál entidad
desconocida seremos convocados a callar u ocultar lo que procede
a la percepción de nuestros sentidos.

(XL)

Los de tez menos
oscura en la mira de la «Inquisición
Revolucionaria»

«Frente a quienes fomentan el odio racial
(y demás formas de la iniquidad en el mundo)
nunca se podrá hallar actos defensivos que suplan a la
violencia para eficiente y ad perpetum abolirla: y ello no
es
humanismo, sino irremediable y Universal
Vindicta que abate la espiritualidad entre los
individuos
»

Tengo que admitir que me indignan e inquietan, ad
infinitum, las incesantes y fascistas aseveraciones del
Petroemperador del Siglo XXI. Una vez más, para
honrar su persistencia cometiendo los delitos de
Instigación al Odio y Segregación
entre los ciudadanos venezolanos y Latinoamericanos en general,
el Jefatural Supremo de la Corporación Transnacional
para la Infamia Revolucionaria
ha inferido que los blancos
somos «culpables de todas las penurias que padecieron y
todavía sufren millones de personas de tez oscura o menos
clara»

En la Era de la Informática y Física
Cuántica,
luce oprobioso ver al gobernante de una
República obcecarse con la idea de reinstaurar el
Racismo: ese aborrecible «dogma» (inspirado
en la cruenta y pueril dominación bélica de unos
hacia otros) que creímos ya abolido, que precipitó
numerosas guerras y provocó la muerte de millones de
inocentes en el curso de los pasados siglos.

Meses atrás, a propósito de otras
afirmaciones irresponsables del Petroemperador, consideré
necesario platicar y advertir a quienes conozco de tez menos
oscura que deben cuidarse de potenciales agresores sólo
por el color que sus cuerpos exhiben. Tarde o temprano, si
llegasen a prosperar las ideas de los desquiciados que hoy nos
gobiernan sin respeto por los «Derechos Humanos»,
todos los que seamos mestizos o blancos nos convertiríamos
en «objetivos de guerra» para los «milicianos
de la Revolución» a los cuales pretendieron
legitimar mediante una inconstitucionalmente promulgada y espuria
ley. Que es írrita, como la «Revolución del
Siglo XXI».

En este impenitente mundo y a causa del inimaginado
resurgimiento de las ideas racistas, los menos oscuros o blancos
están, absurdamente, en peligro: porque nadie sospecha
cuándo podrían germinar esas inconcebibles
propuestas, las de un «hombre» (o mejor digo
«bestia» «nazi-fascista», siempre la
misma y abominable que resucita frente la Historia) cuyo
creciente resentimiento y desprecio hacia tanta gente indefensa e
inocente fue imposible de justificar durante pasadas centurias y
mucho menos lo será en el curso del Siglo
XXI.

(XLI)

La
«muerte» es el único legado de los
«magnates»

«El pertinaz desconfía del
advenedizo
magnate que arenga a otros para que
arriesguen sus vidas por la
patria que tiraniza,
mientras Él, en cuyos obsesivos discursos
repite que la
encarna bajo una pervertida y de gavilla
fórmula jurídica, se resguarda lejos de la
conflagración»

En el mundo, nunca vimos mayor ostentación de
impunidad y dispendio entre «tiranocacas» que la
protagonizada por afamados (y con tesoros públicos)
«magnates»: inimputables por su condición de
jefaturales principales, con férreo e inmoral
control de los poderes públicos, con licencia para
empobrecer a las poblaciones y someterlas a la esclavitud y el
oprobio mientras ellos llevan una existencia escandalosamente
privilegiada junto a sus (lacayos) «neo-cortesanos» o
«comendadores».

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