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Buenos padres… Buenos vinculos



  1. Generando vínculos
    seguros

La adecuada formación de los hijos es, sin duda,
una de las grandes preocupaciones que se tiene como padre o
madre. Constantemente nos rondan preguntas como: ¿Soy un
buen padre/madre? ¿Estoy haciendo las cosas bien?
¿Cómo saberlo?

Uno de los indicadores que nos habla de si estamos
haciendo las cosas bien o no, tiene que ver con la calidad de las
relaciones en nuestra familia; esperamos que éstas se den
de una forma cálida, amorosa y respetuosa. Es un motivo de
gran gusto y satisfacción saber que nuestros hijos nos
quieren y nos respetan, que nos tratan de buena manera y son
considerados. Igualmente, queremos que nuestros hijos se traten
como hermanos, que se cuiden y protejan mutuamente, que se
colaboren y disfruten estando juntos.

Sabemos que nuestros hijos son el reflejo del hogar, y
que en la casa se establecen las bases para la formación
de la persona. En la medida en que se establezcan buenos
vínculos entre padres y hermanos, éstos se
reflejarán en sus relaciones con otros adultos y
niños. La sabiduría popular nos enseña que
un buen hijo es un buen esposo y un buen padre; haciendo
extensivo este sabio refrán podríamos igualmente
decir que un buen hijo será, en la infancia un buen
estudiante y un buen compañero, en la adolescencia un buen
amigo y un buen novio, y en la adultez, además de ser un
buen padre y esposo, será un buen trabajador. De
ahí la importancia de mantener buenos vínculos con
nuestra familia, como una manera de enseñarle a nuestros
hijos a establecerlos y mantenerlos en el futuro.

Tener buenos vínculos con nuestra familia es un
motivo de felicidad. Cuando estamos cerca de nuestros familiares
y nos sentimos queridos y apreciados por ellos, aumenta nuestra
satisfacción por la vida, nuestra familia nos da una
razón para salir adelante, alcanzar metas y sortear las
dificultades. Es más fácil sobrellevar los
contratiempos, los problemas y en general las situaciones
difíciles, si contamos con el apoyo de nuestros seres
queridos.

Contrario a lo que muchas personas podrían
pensar, el éxito en la vida y el alcance de la felicidad
está asociado a factores que tienen que ver con las
relaciones afectivas, más que con el dinero o el estatus
socioeconómico. Bien se dice: "El dinero no compra la
felicidad". Una vez se ha alcanzado a satisfacer las necesidades
básicas y mantener estables las condiciones
socioeconómicas, el tener más dinero para
satisfacer caprichos o una posición económica de
mayor nivel no tiene gran incidencia en la variación de la
felicidad de las personas. Estudios realizados con personas que
han ganado la lotería o mejorado sus ingresos laborales y
que han mejorado su posición socioeconómica, dejan
en evidencia, que si bien momentáneamente se sienten
más felices al poco tiempo vuelven a su nivel
normal[1]

De la misma forma, sabemos que las personas que tienen
mayor competencia para relacionarse efectivamente con otras
personas y estrechar vínculos con ellas son más
felices:

"Una montaña de datos revela que la mayor parte
de las personas es más feliz con vínculos que sin
ellos. Un gran número de encuestas efectuadas en decenas
de miles de europeos y norteamericanos han producido el mismo
resultado: al ser comparadas con las personas solteras o viudas y
especialmente con las divorciadas o separadas, las personas
casadas reportan ser más felices y estar más
satisfechas con la vida" (Myers, D. 2000).

Otros estudios dejan en evidencia que las personas que
entablan fácilmente conversaciones, que son asertivas para
relacionarse, que hacen más fácilmente amigos,
estrechando vínculos y manteniéndolos, son
más felices que quienes no tienen estas habilidades, que
por lo general tienden a aislarse, a estar solitarios, siendo una
importante fuente de infelicidad y
depresión.[2]

Igualmente se cuenta con datos muy concluyentes sobre
los efectos positivos de tener buenas competencias afectivas
frente al alcance de metas y la salud en general: las personas
felices tienen la sensación de tener mayor control sobre
la realidad y los factores que inciden en el alcance de metas,
por lo tanto a pesar de enfrentar dificultades, se sobreponen
más fácilmente y se automotivan para salir
adelante, no se quedan insistiendo sobre los aspectos negativos
de las situaciones o las personas, sino que son capaces de
restarles importancia para concentrarse en el alcance de
objetivos.[3] Por lo tanto evitan una serie de
enfermedades relacionadas con el estrés, la ansiedad y
depresión que produce la falta de control como la
gastritis, las ulceras estomacales, los problemas de
cálculos en los riñones o vesícula,
problemas cardiacos, de tensión, entre otros males y
enfermedades que afectan la calidad de vida de las personas y
pueden terminar en resultados catastróficos para quien los
padece[4]

Las bases para el desarrollo de estas competencias
afectivas, sin duda alguna se encuentran en los vínculos y
relaciones que establecemos en primera instancia en la familia.
Por ello, y más cuando en la actualidad nuestros
niños viven una realidad influenciada por la
superficialidad del mundo moderno que promueve el romper todo
límite establecido, con la finalidad de obtener
ínfimos placeres: con la comida, las drogas, el sexo, los
deportes, la ropa…; donde se promueve una falsa libertad
haciéndoles creer que se es libre cuando cada cual hace lo
que le place, sin importar los demás, donde buena parte de
los adultos han perdido el rol del formadores, dejando de
impartir enseñanzas que tienen un valor invaluable para la
vida, como las que tienen que ver con garantizar adecuadas
relaciones consigo mismo y con otros seres humanos, o en otras
palabras: competencias afectivas. Es deber y responsabilidad de
los padres asumir una labor formativa con sus hijos, lo que
implica tener la actitud y la disposición de comprender
los posibles problemas que pueden estar afectando las relaciones
con sus hijos, para promover acciones que generen cambios
positivos en los vínculos familiares que establecen los
hijos con los padres, los padres con los hijos y entre los
hermanos.

"Todos los padres desean la felicidad de sus hijos. La
única forma de conseguirla es que los padres le den al
niño cosas que nutran la conducta que llevan a la
felicidad. Más para dar plenamente estas virtudes es
necesario haberlas aprendido previamente, haberlas apropiado y
estar dispuestos a compartirlas. No se puede compartir lo que uno
no tiene. No se puede dar ejemplo de lo que uno no
es."[5]

Generando
vínculos seguros

Los vínculos afectivos no son adquiridos,
desarrollados y desplegados de forma espontánea, sino que
requieren de un trabajo formativo serio por parte de los tutores
afectivos de los niños, es decir, por parte de los adultos
responsables de su formación como ser humano: padres,
familiares, docentes.

Por caso, el apego, si bien es un mecanismo
psicológico innato de todo ser humano – esto es,
todos nacemos con la capacidad de apegarnos a alguien –,
requiere de un prolongado desarrollo, el cual solo es posible
mediante la interacción real entre el niño y sus
tutores afectivos. Aclaremos un poco más esta
situación: todos los bebés nacen con la
disposición a establecer un vínculo afectivo con
los adultos – fundamentalmente sus padres – y los
adultos también poseen una disposición a conformar
vínculos con los bebés y niños. El asunto
importante es que la disposición no basta, lo realmente
importante es la forma como se establece este vínculo para
que el apego logre desarrollarse de la mejor forma
posible.

Diversos autores han encontrado que los bebés y
niños pueden desarrollar variadas formas de apego con los
adultos. Dicha clasificación no nos importa mucho por
ahora, lo que sí es clave es comprender que hay una clase
de apego sano y otras que no lo son, siendo estas últimas
formas, desafortunadamente, las más frecuentes. Las
consecuencias de esta realidad son que los niños crecen
como personas inseguras, ansiosas, incapaces de establecer
vínculos afectivos saludables y constructivos con los
demás, condenados por el resto de sus vidas a relacionarse
de forma tormentosa y sufrida con cualquier otro ser humano o
grupo social.

Pero, entonces ¿cómo evitar que el apego
que el niño o niña desarrolle y despliegue sea
insano? ¿Cómo formar niños y niñas
que puedan establecer excelentes vínculos afectivos con
sus semejantes?

Existen dos estrategias clave por trabajar:

  • 1. Desarrollar un apego sano con nuestros
    niños y

  • 2. Formar la afectividad en ellos

Vamos uno por uno:

  • 1. Desarrollar un apego sano

El niño o niña, al sentirse en un ambiente
seguro, explora y conoce su mundo y su realidad con
satisfacción, y entra a buscar establecer vínculos
afectivos – es decir, a afiliarse – con otros seres
humanos, lo cual refuerza su sentido de seguridad y favorece su
posterior desarrollo interpersonal y social.

Diversos autores han descubierto que la forma
óptima de apego es aquella que se desarrolla cuando el
bebé tiene una presencia permanente de adultos en su medio
próximo, quienes se muestran cálidos, amorosos,
sensibles a las demandas de atención y cariño por
parte del infante, además de mostrar un comportamiento
afectivo pero exigente.

Estos mismos autores han encontrado que los niños
y niñas que crecen en ambientes así despliegan unos
excelentes vínculos afectivos: son buenos hijos y
hermanos, excelentes compañeros, estudiantes aplicados y
buenos amigos, tienen la posibilidad de ser muy buenas parejas y
formar familias estables, por último son personas
sensibles, comprensivas, solidarias, capaces de aceptar al otro y
entenderlo.

Por el contrario, cuando el ambiente en el que crece el
niño es inseguro, con adultos indiferentes, distantes o
que muestran comportamientos erráticos o cambiantes
– a veces muy tolerantes y comprensivos y al siguiente
momento iracundos o desinteresados – los vínculos
afectivos se deterioran notablemente pues el tipo de apego que se
desarrolla es insano: personas ansiosas, angustiadas, que se
aferran de forma obsesiva al primer ser humano que les dé
una muestra de cariño, incapaces de establecer buenas
relaciones, personas que a lo largo de su vida son desconfiadas,
malos para establecer amistades, pésimas parejas
(infieles, agresivos), padres intolerantes que para empeorar las
cosas suelen repetir estos esquemas con sus hijos.

De esta manera es básico que desde la más
tierna infancia el tipo de apego que se establezca con el
niño o niña sea basado en el amor, la
comprensión y la seguridad, para que así el infante
pueda desplegar sus vínculos de forma eficiente y
saludable.

  • 2. Formar la afectividad del
    niño:

Además de la necesidad de establecer buenas
interacciones con nuestros pequeños, también es
importante el formarlos afectivamente, es decir,
enseñarles a desplegar y mantener sus
vínculos afectivos del mejor modo posible.

En los últimos años, las investigaciones
sobre afectividad humana llevadas a cabo en la Fundación
Alberto Merani nos han permitido concluir que una de las maneras
en que podemos contribuir seriamente a la saludable afectividad
de nuestros niños y jóvenes, es
enseñándoles que todo vínculo afectivo se
fundamenta en tres aspectos o variables clave, a
saber:

Valoración: Que significa la
calificación o valor que le doy al otro. Cuando opera el
mecanismo de la valoración, lo que yo hago es juzgar si la
otra persona me parece buena o mala para relacionarme con ella.
Las razones por las cuales otro ser humano me puede parecer
valioso o no difieren de persona a persona, pero hay algunas
generalidades tales como:

  • Afinidad: El otro(a) me parece atractivo,
    simpático, agradable, buena gente, me da una buena
    impresión.

  • Conveniencia: El otro(a) me parece útil,
    necesario, alguien que puede beneficiarme en alguna
    forma.

  • Convivencia: El otro(a) me es indiferente, pero al
    verme obligado a compartir espacios con él o ella,
    comienzo a fijarme y a valorarlo.

  • Prejuicio: El otro(a) me parece bueno o malo en
    dependencia a factores culturales o sociales dominantes:
    raza, sexo, confesión religiosa o política,
    origen social o geográfico, etc.

Es clave que enseñemos a nuestros hijos a
reconocer las razones que los llevan a valorar a alguien y a que,
cuando por diversas razones, sientan que alguien "les cae gordo"
logren establecer a ciencia cierta la causa de esta
situación, buscando siempre evitar que caigan en
situaciones de tipo prejuicioso o de egoísta conveniencia
personal.

Conocimiento: Que implica lo que se sabe acerca
del otro. Aquí se buscará que el infante sepa
entender quién es esa otra persona, cuáles son sus
cualidades, defectos, gustos, características personales,
etc.

El conocimiento es importante por dos factores: Primero,
cuando valoramos positivamente a alguien, una excelente forma de
establecer, profundizar y mantener vínculos con esa
persona es conociéndola. Segundo, cuando valoramos
negativa o positivamente a alguien basados en prejuicios, el
conocimiento suele ser una de las mejores estrategias para
cambiar o reafirmar sobre bases más sólidas esta
valoración.

Interacción: Que determina la forma en
como nos relacionamos con los demás. Básicamente la
interacción con el otro debe basarse en mi
valoración y mi conocimiento acerca de él o ella,
pero hay unos parámetros fundamentales a tener en
cuenta:

  • Respeto: Sin importar la valoración que tenga
    sobre el otro, debo respetarlo, lo cual implica no agredirlo
    física, verbal o psicológicamente,
    además de entender y aceptar sus acciones, sus ideas o
    sus sentimientos siempre y cuando no dañen a los
    demás

  • Solidaridad: Implica ser capaz de ayudar al otro
    cuando lo necesite y lo solicite.

  • Convivencia: Poder compartir diferentes espacios de
    forma pacífica y ordenada.

Otros aspectos tales como la confianza, la intimidad, la
confidencialidad, se verán condicionados por la
profundidad del vínculo que se tenga. Es evidente que mi
nivel de confianza e intimidad ante mis padres será mucho
mayor que el que tenga con un compañero de trabajo o con
una persona que conozco hace muy poco. Así mismo, el tipo
de intimidad que tengo con mi pareja es bien diferente al que
tengo con mi padre o con mi mejor amigo.

 

 

Autor:

Ednna Lucena Acosta Gil

 

[1] BURT, Ronal S. Apuntes sobre los
extraños, los amigos y la felicidad. Universidad de
Coumbia.

[2] ARGYLE, Michael y LU, Luo. Felicidad y
habilidades socales. Universidad de Oxford, 1990.

[3] SELIGMAN, Martin. La auténtica
felicidad. 2006

[4] SELIGMAN, Martin, Indefención.
Madrid: Editorial debate, 1989.

[5] QUEVEDO, J. Crianza con inteligencia
emocional. Bogotá, Fundación Alberto Merani,
1999

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