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La crisis del empleo de los jóvenes (Parte II) (página 5)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7

Levántate y anda. Apaga la tele. Desconecta el
MP3. Date de baja en Facebook. Abandona el Twitter. Deja de
enviar SMS. No recargues el móvil… Patea
algún culo, aunque sea el equivocado. Revélate.
Toma la calle. Manifiéstate. Tira piedras… Toma la
Bastilla, asalta el Palacio de Invierno, revive el
espíritu de mayo del 68…

Mientras te lo piensas, intenta contestar alguna de las
siguientes preguntas, trata de reflexionar sobre alguna de las
siguientes frases y actúa en consecuencia (ojalá).
Te guste o no, tú heredaras el mundo. Que sea igual, peor
o mejor, está en tu mano.

Nuestra generación fracasó (a las pruebas
me remito), intenta que tus hijos no piensen lo mismo de la
vuestra. De no ser así, sólo les quedará
esperar el final del final…

¿Qué tan lejos puede llegar la desigualdad
antes de que el sistema se derrumbe?

¿Es imaginable otro escenario posible?

¿Existen algunas medidas de prevención
económica?…

Antes que sea demasiado tarde.

Tal vez haya que elegir caminos de
heterodoxia.

Tal vez haya llegado el fin de la era de los simulacros
cosméticos, máscaras y prótesis.

Tal vez estemos ante el fin de la economía de las
siliconas.

Un ciclo que toca a su fin.

El fin de las promesas ficticias.

El fin del reino de lo homogéneo y
simultáneo.

El fin de los "teoremas asesinos" de los Organismos
Financieros Internacionales.

El espectáculo debe terminar.

Es imposible negar la miseria que crece en medio de la
abundancia.

Es imposible no sentir el silencio de las
víctimas.

¿Puede existir la liberación con
exclusión?

Habrá que optar entre el hombre y el instrumento,
entre la innovación y la tradición, entre lo nuevo
y lo perdurable.

Habrá que optar por reconducir al capitalismo
antes que muera de sobredosis… Si aún es
posible.

Ni Wall Street, ni Silicon Valley, ni Hollywood, son los
personajes de la Historia, es el hombre, y a él se debe
responder…

Tal vez todo sea cuestión de cambiar una
economía de cabotaje por una economía de
altura…

Por mucho que la escenografía quiera tapar la
realidad, cuando el móvil deje de ser el corazón de
la información, cuando la vida cotidiana sea algo
más que un SMS, cuando tus pensamientos puedan ir
más allá del Twitter (140 caracteres), no
heredarás el viento (humo).

Desde tu insignificancia (la levedad del ser), pero
también desde tu grandeza (la fuerza del sujeto activo)
podrás ayudar a evitar la "cadena de errores" (las alarmas
no saltan hasta que ya es demasiado tarde). La derrota del
pensamiento no es generalizada, y el triunfo de la barbarie
todavía no es efectivo.

También los enemigos persisten y siguen siendo
los mismos: los promotores del orden tal cual es. El objetivo
sigue siendo indefectiblemente nietzscheano: "Castigar la
estupidez". De otro modo, ésta triunfará en forma
absoluta, hasta el punto que los autoritarismos de antaño
parecerán opacos y pálidos en comparación
con los que habrán logrado sojuzgar los cuerpos, pero
también, y sobre todo, las almas.

Hay que hacer una revolución copernicana,
terminar con el sometimiento de los hombres a la economía
liberal y a su locura generalizada, para someter a la
economía a un proyecto de vida en común. No ya
servir al capital, sino poner este a disposición de los
hombres. El triunfo del capitalismo determinó la muerte de
lo político y de la política a favor de un elogio
simple y llano de la técnica de la administración
de los hombres como bienes.

Todo prolegómeno al reencanto del mundo pasa por
esta revolución copernicana: terminar con esa
religión de la economía que hace del capital su
Dios, y de los hombres vulgares fieles moldeados a su voluntad.
De modo que hay que promover un ateísmo en esta materia,
al menos un confinamiento de la economía al único
registro de los medios, y no de los fines. Debe estar al servicio
y no exigir que se la sirva. Para que esto ocurra, debe someterse
a lo político; desde hace demasiado tiempo, la
política actúa como sirvienta de la
economía.

Y tú joven amigo (mientras) inmóvil,
paralizado, clavado como un insecto a un corcho, estás al
completo servicio de un orden en el cual no tienes opción.
Busca el sentido…

Esperando el estallido social (la hora de los
"justos")

Cuando estén secas las pilas de todos los timbres
que vos apretás… (*)

(*) (De la letra del Tango "Yira, yira" de Enrique
Santos Discépolo)

Estimado joven amigo: Según dicen los libros de
Historia (es que a los viejos nos gusta la Historia)… ya en
proceso de desatarse la revolución francesa, cuando la
gente del pueblo, a falta de harina y trigo, fue directamente a
Versalles a encarar a la Reina, ésta habría
respondido con la frase: "Que coman pasteles" (Qu"ils mangent de
la brioche), lo que causó un gran enojo en el pueblo, algo
que sólo ayudó a odiar más a María
Antonieta.

Hay muchas versiones que señalan por qué
María Antonieta habría dicho aquello. Sin embargo,
el filósofo Jean-Jacques Rousseau dice que la frase no
provino de ella, sino de otra reina María Teresa de
Austria (esposa de Luis XIV); la frase original era "S'il ait
aucun pain, donnez-leur la croûte au loin du
pâté" (Si no tienen pan, que les den el hojaldre en
lugar del paté. "Pâtè en croûte"), pero
para muchas personas María Antonieta fue la que dijo esa
frase, que en cierto sentido ha sido analizada y reconocida por
todo el mundo…

El 10 de agosto (1792) se produce la
insurrección. Las Tullerías son asaltadas, el Rey
se refugia en la Convención, que vota su suspensión
provisional, y ambos son internados en el convento de los
Feuillants. Al día siguiente, la familia real es
transferida a la prisión del Temple. Allí
moriría, casi dos años más tarde, su segundo
hijo varón, a los 10 años de edad, conocido como
Luis XVII, aunque por supuesto nunca reinó. Durante las
matanzas de septiembre, la princesa de Lamballe, víctima
simbólica, es salvajemente asesinada y su cabeza se exhibe
en la punta de una pica, paseándola por delante de las
ventanas tras las que se hallaba María Antonieta. Poco
después, cuando ya la guerra ha empezado, la familia real
queda retenida por la Convención. A principios de
diciembre, se descubre el "armario de hierro" en el que Luis XVI
guarda sus papeles secretos. El proceso, a partir de ese momento,
es inevitable.

El 14 de agosto de 1793, María Antonieta es
puesta a disposición judicial ante el Tribunal
revolucionario, presentándose como acusador público
Fouquier-Tinville. Si en el juicio de Luis XVI se había
intentado guardar las apariencias de una cierta equidad, no se
hizo así con el proceso a María Antonieta. El
dossier se prepara a toda prisa; es, a todas luces, incompleto,
Fouquier-Tinville no logra encontrar todos los documentos de Luis
XVI.

María Antonieta es condenada a la pena capital el
16 de octubre, dos días después del inicio del
juicio, acusada de alta traición. De madrugada escribe una
carta a Madame Isabel, la hermana de Luis XVI:

"Acabo de ser condenada, no a una muerte honrosa, que se
reserva para los criminales, pero voy a reunirme con vuestro
hermano".

Al mediodía del día siguiente María
Antonieta es guillotinada, sin haber querido confesarse con el
sacerdote constitucional que le habían propuesto. Fue
enterrada en el cementerio de la Madeleine, calle de
Anjou-Saint-Honoré, con la cabeza entre las piernas. Su
cuerpo fue exhumado posteriormente el 18 de enero de 1815 y
transportado el 21 a Saint-Denis.

Frases relevantes en sus últimos
momentos

• Días antes de su muerte, después de
que su marido fuera ejecutado, sus hijos arrancados de su lado,
el Delfín manipulado para acusarla de estupro, y
completamente sola, en su prisión María Antonieta
se golpeó la cabeza contra una viga del techo
haciéndose una herida que no paraba de sangrar. La
todavía reina no se quejó. Ante la pregunta de uno
de los guardias: "¿Os habéis hecho daño?",
María Antonieta contestó: "No, ahora ya no hay nada
que pueda hacérmelo".

• Vale la pena recordar uno de sus momentos
más estremecedores cuando supo el descuartizamiento cruel
y sangriento de su leal amiga María Luisa de
Saboya-Carignan, princesa de Lamballe, quien fuera salvajemente
asesinada en la prisión de la Force, el 3 de septiembre de
1792, y su cabeza peinada y empalada fue desfilada por las calles
entre risas y gritos salvajes.

• El día de su ejecución, mientras el
pueblo entero la abucheaba e insultaba, María Antonieta se
tropezó subiendo al cadalso y pisó al verdugo que
estaba a punto de guillotinarla. La reina le dijo: "Disculpe
señor, no lo hice a propósito".

Decía en "Los "animales" modelo" – (Paper
publicado el 5/2/06):

Cuando la violencia es el mensaje

Hace alrededor de cuarenta años, los
jóvenes bullían por el mundo -hoy aquí,
mañana allá- pugnando por romper el cemento que
cuajó tras el horror de la Segunda Guerra Mundial y el
miedo a la Guerra Fría. La década de los 60,
aquella década prodigiosa, trajo las protestas
estudiantiles, la lucha por los derechos civiles y el rechazo de
la guerra de Vietnam en los campus y en las contagiosas calles de
los Estados Unidos. Los jóvenes disidentes pugnaban por
quebrar en Praga y en más sitios el granito de las
dictaduras comunistas. Fueron los años de la contracultura
en la Costa Oeste y de los adoquines de mayo en París. La
música trajo el pacifismo, la ilusión de las drogas
y del amor libre. Florecieron las comunas, las formas de vida y
de organización alternativas, y se alzó la
canción, y el cine, y el teatro de protesta y de
denuncia.

¿Qué queda de todo aquello? Queda
bastante, porque las corrientes de cambio impregnaron la vida
cotidiana de la gente. El cambio tuvo la paradoja de integrarse
tanto en los nuevos usos que desapareció como fuerza
distinguible. "El sida y las calaveras del caballo y de los
narcos fueron imprevistas resacas dolorosas de las noches de vino
y flores" (dice Manuel Hidalgo – El Mundo – 9/12/05). El sistema
decidió que ya había habido un reparto suficiente
de libertades personales y de conquistas colectivas. Hoy hay
más democracia que entonces, es verdad, pero el triunfo
del mercado y del consumo, unidos diabólicamente a la
inseguridad económica y al pánico al desempleo, han
echado el cerrojo al espíritu del cambio. Sobran nuevos
motivos para el surgimiento de otra generación revoltosa,
pero, de momento, prima el instinto de conservación frente
al afán de ruptura. Por poco tiempo,
creo…

Todos tuvimos siempre una impresión maravillosa
de Francia, una admiración por su cultura y su democracia,
aún antes de visitar París y de conocer algunos de
sus barrios no digo que deprimidos pero sí populares. Supe
entonces que no todo París son los Champs
Élysées, y eso se ha hecho hoy notorio gracias a la
asonada de las zonas pobladas por inmigrantes (aunque pertenezcan
a inmigrantes ya con muchos años en Francia), en las que
la discriminación social y racial han finalmente
eclosionado en disturbios en los que predominan la cólera
y el descontento. No era, ya lo suponíamos, oro todo lo
que relucía. Francia va a tener que aprender de verdad, o
de nuevo, la tolerancia y la igualdad, la libertad y la
fraternidad que parecía que sus habitantes habían
dejado sólo para el himno nacional. Nada justifica los
desmanes, pero son en definitiva una campanada, una voz de alerta
para este país maravilloso. Los marroquíes, los
moros, los negros, los latinos, los pobres en definitiva,
deberán ocupar el lugar que se merecen como seres
humanos.

Si no es así, y rápido, los coches
seguirán ardiendo. Y luego sabe Dios que
más…

Las huelgas generales, las letales olas de calor, los
juicios a colaboradores nazis…, les parecen
legítimos y suficientes motivos a un inglés para
dar rienda suelta a su regocijo en su fuero interno…por la
sencilla razón de que no resulta probable que sucedan en
su propio suelo. A propósito de los recientes disturbios
acaecidos en Francia, las chanzas y burlas sobre las barriadas en
llamas son omnipresentes y, por las conversaciones de algunos,
cabría pensar que tal cosa resulta efectivamente
inimaginable en suelo inglés. Pero ha ocurrido: hace tan
sólo cuatro años, tres localidades del norte de
Inglaterra -en especial Bradford- presenciaron disturbios a gran
escala. Las tensiones entre británicos blancos y de color
-que representan uno de cada ocho residentes en Gran
Bretaña- siguen siendo potencialmente explosivas. Como
para dar fe de tal afirmación basta señalar la
reciente apertura del juicio a dos hombres acusados del
asesinato, en el año 2004, del estudiante de bachillerato
Anthony Walter, de 18 años, en Huyton, Merseyside, que
falleció porque el miembro de una banda le hundió
el filo de un hacha en la sien. El muchacho estaba esperando el
autobús en una parada en Huyton cuando un grupo de
jóvenes blancos los acosaron a él, a su novia y a
su primo. Los tres, para evitar complicaciones, se desplazaron a
una parada cercana, pero sus acosadores los siguieron y atacaron
bárbaramente a Anthony. Paul Taylor ya se ha declarado
culpable de su asesinato. El fiscal sostiene que él y su
amigo Michael Barton decidieron perseguir y dar alcance a Anthony
Walter y a su primo "por ninguna otra razón que el color
de su piel".

¿Hasta qué punto se halla extendida la
violencia de carácter racial en Gran
Bretaña?

Según el Crown Prosecution Service -departamento
gubernamental que entiende de delitos penales y actúa bajo
la supervisión de la fiscalía general-, la cifra de
delitos debidos a odio racial en Inglaterra y Gales ha aumentado
notablemente en el año 2005. El CPS ha denunciado a 4.600
personas por tales delitos de carácter penal entre marzo
del 2004 y marzo del 2005, cifra que representa un aumento de un
29% sobre el año anterior. Pero la violencia no es el
único problema. Al igual que en Francia, existen indicios
de que las comunidades de color instaladas desde hace mucho
tiempo en Gran Bretaña se hallan sometidas a una
segregación no oficial, así como a la
discriminación en el mercado de trabajo y al acoso
policial. Trevor Phillips, responsable de la Comisión por
la Igualdad Racial, advirtió que "ciertos distritos de
ciudades inglesas van de cabeza hacia su pronta conversión
en guetos"…

"Estamos contentos… ¡Qué bien se
vive en el suelo!"

¿Cuántas personas podrían decir lo
mismo?

La bomba atómica lanzada sobre Hiroshima
destruyó 62.000 hogares. Las inundaciones provocadas por
la rotura de los diques que separan la ciudad del lago
Pontchartrain han desplazado o dañado irreversiblemente
más de 200.000 viviendas del área metropolitana de
Nueva Orleáns. Han sido arrasados por el agua los barrios
marginales donde se concentran los afroamericanos más
pobres: San Bernardo, Lafitte o Seventh Ward, pero también
los barrios de los negros de clase media, Pontchartrain Park o
City Park. Tampoco se han librado las mansiones de la alta
burguesía blanca, expulsada de sus confortables casas de
Lakeview o Lake Shore -tan sólo el 28% de la
población de Nueva Orleáns es de raza blanca,
frente a un 67% de ciudadanos afroamericanos-.

El paso del "Katrina" fue demoledor. Los muertos
"oficiales" dejaron de contarse el 1 de octubre, cuando el
Departamento de Salud declaró 1.067 fallecidos. Pero sigue
habiendo decenas de personas buscando a familiares desaparecidos,
6.000 en total. Lo cierto es que el desbordamiento de las aguas
del lago Pontchartrain y la destrucción de los barrios del
este de la ciudad ha sido la causa del mayor éxodo
producido en el interior de los EEUU. De los más de
1.300.000 habitantes de la gran Nueva Orleáns
metropolitana, un 80% de almas tuvo que abandonar su hogar.
Aunque el drenaje ha concluido, gran parte de esos residentes
sigue sin regresar tres meses después, porque el agua, la
electricidad y el gas no han sido aún
restablecidos…

"Se diría que el ser humano puede soportarlo
todo", escribió William Faulkner. "Incluso somos capaces
de sobreponernos a la idea de que ya no nos será posible
soportar más dolor"…

El edificio donde Faulkner escribió "La paga del
soldado" es hoy una mítica librería cerrada por los
destrozos del "Katrina". Algún muchacho guatemalteco o
mexicano, transportado al Mississippi en busca de un
sueño, arreglará el tejado de la casa en la que un
día vivió el gran escritor del sur
norteamericano.

Creamos nuestro Godot, que nunca va a venir. Le tenemos
miedo, le veneramos, no queremos que nos abandone, nos
humillamos, doblamos hasta renunciar a nuestra esencia
sólo para apaciguar nuestro miedo por el futuro y no
sentirnos abandonados en un vacío existencial.

Lo malo es despertar…

Así y todo, el único modo de orientarse en
el porvenir es hacerse cargo de lo que ha sido el pasado cuyo
entorno es inequívoco, fijo e inmutable.

Parafraseando a Henry George, podríamos
acercarnos a la certeza de que "la pobreza que, en medio de la
abundancia oprime y embrutece a los hombres y todos los males que
de ella se derivan, nacen de la negación de la
justicia".

Los acontecimientos de Londres, Nueva Orleáns y
París, ocurridos durante el año 2005, puede que,
para ciertos analistas y más aún para el
público general, no tuvieran ninguna relación
"aparente" y menos aspectos vinculantes.

Con toda humildad, intentaré establecer algunas
afinidades, cierta correspondencia, encadenamiento,
connotación, y por sobre todo una clara "igualdad" entre
quienes los han provocado y/o padecido. A lo peor, puede servir
como "alerta previa" ante próximos sucesos
violentos…

"Low cost" (De los bolsones de "pobreza "a los bolsones
de "odio")

Lo más sorprendente de estos sucesos es que hayan
sorprendido tanto.

Lo único novedoso es la "ferocidad, que
irá a más, si nadie se ocupa de reparar las
causas.

Dos Inglaterras (la rica y el resto), dos Estados Unidos
(el rico y el resto), dos Francias (la rica y el
resto)…sólo pueden engendrar la "rebelión de
los miserables".

Si desean pueden modificar la frase anterior
sustituyendo la "rica" por la "blanca", el resto sigue igual, y
los resultados serán los mismos…

En todos estos países (puede extenderse a la
Unión Europea) existe segregación económica,
territorial y étnica.

La "integración" (francesa) falló, la
"multiculturidad" y el "comunitarismo" (inglés,
norteamericano u holandés) falló. Los inmigrantes
de segunda o tercera generación (en Inglaterra, Francia,
Holanda, Alemania, Bélgica…) siguen siendo siempre
"los otros" y los negros de "enésima" generación
(en Estados Unidos) siguen siendo siempre "esclavos".

Ni Bush (el texano tóxico), ni Chirac (el
megalómano), ni Blair (el chambelán), ni Villepin
(el aristocrático), ni Sarkozy (el converso), supieron
(quisieron?) escuchar "los gritos del silencio".

Ninguno de ellos supo (quiso?) ver los almacenes
consentidos de la miseria, donde la gente de "bajo precio"
habita.

Le Monde ha recordado en un editorial una frase de
François Mitterrand, pronunciada en 1990, que retrataba ya
la situación: ¿Qué puede esperar un ser
joven que nace en un barrio sin alma, que vive en un edificio
feo, rodeado de otras fealdades, de muros grises sobre un paisaje
gris para una vida gris, con toda una sociedad a su alrededor que
prefiere girar la mirada y que sólo interviene cuando hay
que enfadarse, prohibir?

Éste es ahora el caso…

Las distintas "fórmulas" de explosión
social espontánea utilizadas resultan una advertencia de
los peligros que se ciernen sobre todos nosotros.

En las sociedades complejas, interdependientes,
globalizadas, todos los ciudadanos sin excepción
están a merced de fuerzas económicas que no pueden
controlar y necesitan y exigen protección del
Estado.

No es un problema de integración, sino de
promoción.

El hedonismo desalmado, la práctica de la
deslocalización industrial, la competitividad y el
librecambio, provocan la escasez de empleos de media y baja
cualificación, que contribuyen a crear familias y grupos
sociales estables.

Primero la desesperación, luego la cólera
y finalmente…la violencia.

Lo explica muy bien Albert Camus en El Hombre Rebelde
¿Qué es un hombre rebelde? Es un hombre que dice
no. Y se niega, no renuncia: es un hombre que dice
sí.

Un esclavo que ha recibido órdenes toda su vida
-sigue razonando Albert Camus- de pronto juzga inaceptable un
nuevo mandato ¿Cuál es el contenido de este
no?

Habrá que saber escuchar para
saberlo…

Tanto por las "penas y olvidos" del "Katrina", como por
su reciente muerte, últimamente he recordado con
frecuencia a Rosa Parks.

Nacida en Alabama, esta costurera se convirtió en
una importante figura para la defensa de los derechos civiles en
Estados Unidos. En 1955 se negó a cederle su asiento del
autobús a un blanco, como dictaba la ley de la
época, lo que concluyó con su encarcelamiento. Su
historia puede leerse de primera mano en "My life", su
autobiografía.

Aquel jueves de diciembre ella ni siquiera tenía
que estar es ese autobús. En 12 años, Rosa Parks
siempre había respetado una norma que ella misma se
había impuesto tras ser empujada fuera de un autocar por
James Blake, un conductor de Montgomery que insultaba a los
negros y les obligaba a bajar, después de haber pagado,
para entrar por la puerta trasera mientras él pisaba el
acelerador. En 1943, Parks, una costurera activista de pocas
palabras, se había resistido al rito humillante -otro
más en la Alabama de mitad de siglo, racista por ley y
abusona por tradición-, y aquel conductor la había
arrastrado del abrigo y forzado a salir del autobús. Fue
el mismo día en que, por ser negra, le negaron por segunda
vez su derecho a registrarse para votar.

Desde entonces, Rosa acostumbraba a fijarse en el
chófer y, si vislumbraba la piel ajada y el lunar junto a
la boca de Blake, esperaba el siguiente autobús o iba
andando. Nunca se había despistado. Hasta el 1 de
diciembre de 1955 cuando, a la salida del trabajo en unos grandes
almacenes, la modista subió a la línea de Cleveland
Avenue. Se dio cuenta tarde de quién estaba al volante.
Resignada a compartir espacio con uno de los blancos más
despiadados de Montgomery, se sentó en una de las filas de
la mitad de vehículo. Según la ley de Alabama, las
10 delanteras se reservaban a los blancos y, aunque no hubiera
ningún pasajero de ese color, debían quedar libres;
las 10 últimas se dejaban a los negros, y las 17
intermedias dependían del conductor. Cuando en la parada
del cine Empire, un hombre blanco se quedó de pie, Blake
gritó a Rosa y a los otros tres viajeros negros sentados
en medio que se levantaran. Mientras los demás
obedecían en silencio, ella sólo se corrió
hacia la ventanilla y miró la cartelera del "western" que
proyectaban enfrente, "A Man Alone" (Un hombre solo). Cuando
Blake se enfrentó a ella y la amenazó con el
arresto. Rosa contestó su célebre y digno "You may
do that" (tú podrías hacerlo).

"La gente siempre dice que no dejé mi asiento
porque estaba cansada, pero no es verdad", contaba Rosa Park en
su autobiografía, aunque se tiene una imagen de mí
entonces como la de una anciana. Tenía 42 años. No,
de lo único que estaba cansada era de ceder".

Aquellas horas de detención, con una multa de 10
dólares y otros cuatro por los costes legales de recurrir
la condena, desencadenaron un boicoteo de los autobuses de
Montgomery de más de un año que hizo casi quebrar a
la compañía (el 60% de sus clientes eran negros) y
una batalla legal que terminó en el Tribunal Supremo, que
ilegalizó la segregación en el transporte
público desde el 20 de diciembre de 1956.

"Ahora sí que se han metido con la persona
equivocada", dijo una joven de la Asociación Nacional para
el Avance de la Gente de Color (NAACP), en sus siglas en
inglés), tras el arresto de Parks.

La lección que puede sacarse es que a menudo los
débiles y los vulnerables tienen cosas útiles que
enseñar a los fuertes.

Avanzando un poco más, Günter Grass en Mi
Siglo, nos dice: "A veces, aunque con retraso de decenios,
incluso ganan los que tiran piedras"…

"Despertares abruptos" producto de la falta de
esperanza, dignidad y justicia.

El ascensor social no funciona. "Out of
order".

Ante la fractura social, los líderes
(apócrifos) de turno (rapacidad y ambición: pura
ansia de poder) sólo atinan a proclamar la "tolerancia
cero". Aunque -tal vez-, estos indocumentados conservadores
compasivos, sean los "auténticos" terroristas.

¿Declararán la rebelión de los
miserables como el eje del mal?

¿Revelarán que las manifestaciones
violentas son un arma de destrucción masiva?

¿Invadirán las zonas de la
revuelta?

¿Lanzarán bombas con uranio empobrecido a
los pobres sublevados?

¿Les arrojarán explosivos con
fósforo blanco a los invisibles de la
Tierra?…

Para concluir, desearía recurrir a una
magnífica frase de Charles Maurice de
Talleyrand:

"Un descontento es un pobre que
piensa"…

Cartas dirigidas a los "agitadores forasteros": "We
shall overcome" (venceremos). "Los oprimidos no pueden seguir
siendo por siempre víctimas de la
opresión"

(El siguiente Apartado fue escrito el 28/8/13, en
homenaje e invocación a M.L. King)

Monografias.com

Ha pasado medio siglo desde que un reverendo
baptista revolucionara el movimiento por los derechos civiles en
Estados Unidos. Se enfrentó a una multitud reunida en
Washington, en la Marcha por la Libertad y el Trabajo, que
reunió a más de 250.000 personas y ante las que
pronunció sus palabras más recordadas. El
sueño de Martin Luther King Jr. todavía no es una
realidad plena, pero atrás quedaron los momentos
más oscuros de la historia afroamericana.

En el país de la libertad de los años 50,
los estados sureños todavía aceptaban leyes
segregacionistas extremadamente rígidas. Los restaurantes,
los colegios públicos y los autobuses estaban marcados por
regulaciones que prohibían la mezcla de personas de raza
blanca y raza negra. Bajo el lema "separados pero iguales" se
ponía en práctica la discriminación contra
las minorías de forma legal y socialmente
aceptada.

Un hombre, el pastor baptista Martin Luther King Jr. ,
se puso al frente del Movimiento por los Derechos Civiles y con
la no violencia como filosofía, inspirado por el
pensamiento de Thoreau, logró lo que nunca antes
había conseguido: que los negros fueran sujeto de los
mismos derechos que los blancos.

Fue uno de los seis organizadores de la Marcha sobre
Washington por la Libertad y el Trabajo el 28 de agosto de
1963
, que concentró a miles de personas y atrajo
cientos de negros de los estados más afectados por la
discriminación como eran Mississippi, Georgia o Alabama.
Bob Dylan y Joan Baez tocaban de fondo, pero el himno que se
tarareaba era We shall overcome (venceremos).

King lideró a la masa desde el obelisco monumento
a Washington hasta el Memorial Lincoln, donde dio su
emblemático discurso. Un discurso que le salió del
corazón, pues como ha explicado recientemente uno de sus
asesores, Wyatt Walker, no era el que habían planeado. De
hecho, Walker le aconsejó que no mencionara el
sueño, pues "sonaba muy cliché". Sin embargo, el
pastor habló a los manifestantes como en uno de sus
sermones de domingo en la Iglesia. Y sus palabras
llegaron.

El presidente de entonces, John Fitzerald Kennedy,
considerado también uno de los grandes oradores y
líderes de la historia contemporánea
estadounidense, instó al Congreso a promulgar la ley de
derechos civiles, donde la raza no tenía cabida como
condición diferenciadora. Sin embargo no llegó a
verlo. Tres meses después de la multitudinaria
concentración, moría de un disparo en Dallas. Fue
su sucesor, Lyndon Johnson, quien aprobó la Ley de
Derechos Civiles en 1964 y la Ley de Derecho al Voto en
1965.

Aunque la Marcha sobre Washington reveló la
necesidad de un cambio fundamental en la sociedad y la
política estadounidense, y poco a poco la opinión
pública comenzó a defender estos ideales, el pastor
King fue muy criticado y acusado de defender ideas comunistas.
Terminó sus días defendiendo aquello en lo que
creía. Mientras preparaba el discurso que daría en
una de sus intervenciones, fue asesinado en un hotel de Memphis
en 1968, a la edad de 39 años. Cuatro años antes
había recibido el Premio Nobel de la Paz.

El desarrollo en la desigualdad

La elección de Obama como presidente de los
Estados Unidos bien podía ser algo que habría
soñado Luther King. Cincuenta años después
de sus palabras, un presidente afroamericano gobierna el
país más poderoso del mundo. Y sin embargo,
todavía hay mucho que hacer por la defensa de las
minorías.

Durante sus dos legislaturas, Obama ha evitado siempre
hablar de temas raciales, y se ha centrado en su lucha por la
desigualdad económica de todos los estadounidenses. Pero
si se indaga un poco más en ello, se puede observar que
las cifras de aquellos más necesitados apuntan sobre todo
a los negros. Y es que, según el mandatario
demócrata, el progreso hacia la igualdad racial pasa por
la igualdad económica.

Una de las asesoras de Obama y amiga cercana, Valerie
Jarrett, declaró para el diario estadounidense The
Washington Post, que "si se miran los datos de pobreza y
desempleo, estos afectan desproporcionadamente a la gente de
color. La gente sin seguro sanitario es un número
también desproporcionado de esta raza. Hay un solapamiento
inevitable en intentar conseguir una igualdad racial e intentar
crear un mayor poder económico".

Este mismo diario señala datos preocupantes:
mientras que la tasa de paro para blancos y negros en los
años 50 era de un 5% y un 10.9% respectivamente, de
acuerdo con el Instituto de Política Económica,
medio siglo después las cifras no han mejorado. Hoy en
día, el porcentaje de negros desempleados sigue siendo el
doble que el de personas de raza blanca.

Sea como sea, aunque la sociedad estadounidense
todavía tiene retos que afrontar y superar, esta semana el
gigante americano tendrá una razón para celebrar lo
que ocurrió hace medio siglo: los negros ignorados del sur
se convirtieron en ciudadanos reales con derecho a
voto.

– Lecciones de desobediencia civil: Carta desde la
cárcel de Birmingham (Blog de Luis del Pino – Libertad
Digital – 19/1/12)

Quizá las palabras más famosas de Martin
Luther King sean las de aquel conocido discurso que lleva por
título "I have a dream", tengo un sueño. Pero hay
una carta escrita por aquel gran hombre que, aunque no tan
conocida, resume infinitamente mejor todo su ideario.

Se trata de una auténtica lección
magistral sobre desobediencia civil, sobre los cómos y los
porqués del movimiento de resistencia pacífica que
Martin Luther King lideraba. La escribió en 1963
mientras estaba encarcelado en la prisión de
Birmingham
, Alabama, como resultado de su
participación en las protestas contra la
discriminación racial en los comercios de aquella ciudad
del Sur de los Estados Unidos.

La idea de la carta surge como respuesta a la
declaración pública que algunos religiosos de la
localidad efectuaron, en la que instaban a poner fin a las
manifestaciones. El líder de los derechos de los negros
consiguió sacar su respuesta de la cárcel a
través de sus abogados, que se encargaron de que se
publicara. En la carta, Martin Luther King -que era pastor
protestante- le dio un espectacular repaso a los pastores,
obispos y rabinos firmantes de aquella declaración
pública. Y, de paso, nos dejó un auténtico
tratado sobre táctica, estrategia y fundamentos
teóricos de los movimientos de lucha por los derechos
civiles.

No hay aspecto relacionado con los movimientos
cívicos que en la carta no se toque: las fases de la
acción no violenta, la necesidad de la provocación
pacífica, el carácter letal del fuego amigo, la
respuesta a las acusaciones de extremismo, el derecho a la
objeción de conciencia frente a las leyes, la actitud de
la Iglesia ante las injusticias sociales… Martin Luther King
utiliza una prosa llena de lógica y de imágenes
poderosísimas para transmitir un mensaje fundamental:
la injusticia no puede triunfar si los que luchan por la Justicia
están dispuestos a sufrir por defenderla.

Se trata de una carta muy larga, pero les recomiendo que
no se pierdan una sola palabra de la misma. Léanla con
tranquilidad. Seguro que, mientras lo hacen, no podrán
evitar que les vengan a la mente situaciones de rabiosa
actualidad.

Y hay una buena razón para ello: la naturaleza
intrínseca de la injusticia y la opresión no
varía a lo largo de la Historia. Lo único que
cambia son las excusas. De la misma manera, tampoco varía
a lo largo de la Historia la naturaleza intrínseca de la
misión que anima a quienes luchan contra esa
opresión y esa injusticia. Por eso las enseñanzas
de Martin Luther King resultan útiles para cualquiera que
no se conforme con vivir en un mundo injusto.

(Nota. he procurado traducir la carta de la forma
más fiel posible, pero el que quiera consultar el texto
original en inglés puede encontrarlo, por ejemplo, en la
siguiente dirección
http://realhistoryarchives.blogspot.com/2007/01/in-dire-need-of-creative-extremists.html)

Carta desde la cárcel de Birmingham

(Por el Dr. Martin Luther King Jr., 16 de abril de
1963)

(Respuesta a una carta pública elaborada por ocho
religiosos de Alabama (Obispo C.C.J. Carpenter, Obispo Joseph A.
Durick, Rabino Hilton L. Grafman, Obispo Paul Hardin, Obispo
Holan B. Harmon, Reverendo George M. Murray, Reverendo Edward V.
Ramage y Reverendo Earl Stallings)

Queridos hermanos en el Señor,

Estando confinado aquí, en la cárcel de
Birmingham, he tenido la oportunidad de leer su reciente
declaración calificando nuestras presentes acciones de
"poco inteligentes y extemporáneas". Raras veces me
detengo a contestar a las críticas dirigidas contra mi
trabajo o mis ideas. Si respondiera a todas las críticas
que llegan a mi mesa, a mis secretarias no les quedaría
apenas tiempo en el día para otra cosa que no fuera ese
tipo de correspondencia, y yo no tendría horas en el
día para hacer ningún trabajo útil. Pero
como creo que son ustedes hombres de auténtica bondad y
que sus críticas están expresadas de forma sincera,
quiero tratar de responder a su carta de una manera que
confío en que sea razonable y paciente.

Creo que debería explicar por qué estoy
aquí, en Birmingham, ya que puede que ustedes se hayan
visto influidos por las opiniones que critican a los "agitadores
forasteros" llegados a la ciudad. Tengo el honor de ser
presidente de la Conferencia Sureña de Liderazgo
Cristiano, una organización que opera en todos los estados
del Sur y que tiene su sede en Atlanta, Georgia. Tenemos unas
ochenta y cinco organizaciones afiliadas en todo el Sur y una de
ellas es el Movimiento Cristiano de Alabama por los Derechos
Humanos. Con frecuencia compartimos el personal y los recursos
educativos y financieros con nuestras organizaciones afiliadas.
Hace varios meses, nuestra organización afiliada en
Birmingham nos pidió que estuviéramos preparados
para participar en un programa de acción directa no
violenta, en caso necesario. Nosotros accedimos sin dudarlo y,
llegado el momento, hemos cumplido nuestro compromiso. De modo
que estoy aquí, junto con varios de mis colaboradores,
porque me han invitado. Estoy aquí porque tengo
aquí vínculos organizativos.

Pero lo fundamental es que, si estoy en Birmingham, es
porque aquí está la injusticia. Al igual que los
profetas del siglo VIII a.C. dejaron su tierra y llevaron la
palabra de Dios mucho más allá de los confines de
sus pueblos de origen, y al igual que San Pablo dejó su
ciudad de Tarso y llevó la palabra de Cristo hasta los
confines del mundo greco-romano, yo también estoy impelido
a llevar la palabra de la libertad más allá de mi
ciudad. Como Pablo, debo responder constantemente a las
peticiones de ayuda de los macedonios.

Además, soy consciente de las interrelaciones
existentes entre todas las comunidades y estados. No puedo
quedarme sentado en Atlanta y despreocuparme de lo que sucede en
Birmingham, porque la injusticia cometida en cualquier lugar
constituye una amenaza a la Justicia en todas partes. Estamos
inmersos en una red indestructible de relaciones mutuas, atados a
un mismo destino. Cualquier cosa que afecte a una persona de
manera directa, afecta indirectamente a todos. Nunca más
nos podremos permitir el vivir con la idea estrecha y provinciana
de los "agitadores forasteros". Ningún ciudadano de los
Estados Unidos puede ser considerado nunca forastero en
ningún punto del país.

Ustedes deploran las manifestaciones que están
teniendo lugar en Birmingham, pero siento decirles que en su
declaración se han olvidado de expresar una
preocupación similar por las condiciones que han motivado
esas manifestaciones. Estoy seguro de que ninguno de ustedes se
conforma con ese tipo de análisis social superficial que
trata meramente de los efectos, ignorando las causas subyacentes.
Es lamentable que se estén celebrando manifestaciones en
Birmingham, pero resulta todavía más lamentable que
la estructura del poder blanco en esta ciudad no le haya dejado a
la comunidad negra ninguna otra alternativa.

En cualquier campaña civil no
violenta existen cuatro fases: recopilación de
información para determinar si existen injusticias;
negociación; auto-purificación y acción
directa. En Birmingham, hemos recorrido todos esos pasos. Creo
que no hace falta recordar el hecho de que esta comunidad se
encuentra enfangada en la injusticia racial: Birmingham es,
probablemente, la ciudad más segregada de los Estados
Unidos; su vergonzosa historia de brutalidad es bien conocida;
los negros han sufrido un tratamiento terriblemente injusto en
los tribunales; ha habido más atentados con bomba sin
resolver, contra las iglesias y las viviendas de los negros en
Birmingham, que en cualquier otra ciudad de los Estados Unidos.
Estos son los hechos desnudos y terribles. En estas condiciones,
los líderes negros trataron de negociar con los
responsables municipales, pero estos rehusaron
sistemáticamente entablar negociaciones de buena
voluntad.

Entonces, el pasado mes de septiembre, se
presentó la oportunidad de hablar con los líderes
de la comunidad empresarial de Birmingham. En el curso de las
negociaciones, los comerciantes realizaron ciertas promesas – por
ejemplo, eliminar de las tiendas los humillantes carteles
raciales. Aceptando estas promesas, el Reverendo Fred
Shuttlesworth y los líderes del Movimiento Cristiano de
Alabama por los Derechos Humanos aceptaron una moratoria de todas
las manifestaciones. Pero, a medida que fueron pasando las
semanas y los meses, nos dimos cuenta de que habíamos sido
víctimas de una promesa incumplida. Unos pocos carteles
que fueron retirados, volvieron enseguida a ser colocados; los
carteles restantes nunca llegaron a ser eliminados.

Y, al igual que en tantas otras experiencias pasadas,
nuestras esperanzas se vieron frustradas y la sombra de una
profunda desilusión se abatió sobre nosotros. No
nos quedaba ninguna otra alternativa, salvo prepararnos para la
acción directa, en la que utilizaríamos nuestros
propios cuerpos como forma de plantear nuestro caso ante la
conciencia de la comunidad local y de toda la nación.
Conscientes de las dificultades que eso implicaba, decidimos
realizar un proceso de auto-purificación: comenzamos a
realizar una serie de seminarios sobre la no violencia,
preguntándonos una y otra vez: "¿Eres capaz de
aguantar los golpes sin responder?", "¿Eres capaz de
soportar la prueba de la cárcel?". Decidimos planificar
nuestro programa de acción directa para la Semana Santa,
ya que ese es el periodo de mayor actividad comercial del
año, después de las Navidades. Siendo conscientes
de que la acción directa tendría unas graves
consecuencias económicas, pensamos que ese sería el
mejor momento para presionar a los comerciantes, con el fin de
que aceptaran efectuar los cambios necesarios.

Entonces nos dimos cuenta de que la elección de
alcalde de Birmingham se iba a celebrar en marzo, y
rápidamente decidimos posponer las acciones hasta
después de la jornada electoral. Cuando descubrimos que el
Comisionado de Seguridad Pública, Eugene "Bill" Connor,
había conseguido los votos suficientes como para disputar
la segunda vuelta, decidimos de nuevo posponer nuestras acciones
hasta después de esa segunda vuelta, para que nadie
utilizara las manifestaciones con el fin de enturbiar el debate
sobre los problemas existentes. Como muchos otros, decidimos
esperar a que el Sr. Connor fuera derrotado, y con este fin
aceptamos un retraso tras otro. Y habiendo respondido de esa
forma a lo que percibíamos que era una necesidad de la
comunidad, pensamos que ya no quedaban motivos para retrasar
aún más nuestro programa de acción
directa.

Puede que ustedes se pregunten:
"¿Por qué la acción directa? ¿Por
qué las sentadas, las manifestaciones y demás?
¿No es más recomendable la negociación?".
Tienen ustedes toda la razón al pedir negociaciones. De
hecho, ese es el principal objetivo de la acción directa.
La acción directa no violenta trata de provocar tal crisis
y de inducir tal tensión, que una comunidad que ha
rehusado sistemáticamente negociar, se vea obligada a
enfrentarse al problema. La acción directa busca
dramatizar el problema de tal modo que ya no pueda ser ignorado.
Quizá pueda resultar chocante que yo diga que el provocar
tensión es parte del trabajo de los activistas de la no
violencia, pero debo confesar que no me da miedo la palabra
"tensión". Siempre me he opuesto de manera ferviente a la
tensión violenta, pero existe un tipo de tensión
constructiva, no violenta, que resulta imprescindible para el
desarrollo. Sócrates creía que es necesario crear
tensión mental para que los individuos se liberen de las
cadenas de los mitos y las medias verdades, y se adentren en un
mundo liberador, de análisis creativo y de
apreciación objetiva. De la misma manera, los activistas
de la resistencia no violenta deben crear en la sociedad ese tipo
de tensión que ayudará a los hombres a salir de las
oscuras simas del prejuicio y el racismo, para ascender a las
majestuosas alturas de la hermandad y la
comprensión.

El objetivo de nuestro programa de
acción directa es crear una situación de crisis
tal, que abra inevitablemente la puerta a la negociación.
Por tanto, coincido con ustedes en su llamamiento a negociar.
Nuestro querido Sur ha estado atrapado durante demasiado tiempo
en una trágica voluntad de vivir instalados en el
monólogo, en lugar de en el diálogo.

Uno de los puntos básicos de su
declaración pública es que la acción que mis
asociados y yo hemos puesto en marcha en Birmingham es
extemporánea. Algunos preguntan: "¿Por qué
no han dado tiempo al nuevo gobierno municipal para actuar?". Lo
único que puedo responder a esta cuestión es que el
nuevo gobierno municipal de Birmingham no actuará a menos
que se sienta tan presionado como el gobierno saliente. Nos
equivocaríamos lamentablemente si pensamos que la
elección de Albert Boutwell como alcalde traerá una
nueva era a Birmingham. Aunque el Sr. Boutwell es una persona
mucho más amable que el Sr. Connor, los dos son
segregacionistas, comprometidos con el mantenimiento del statu
quo. Tengo la esperanza de que el Sr. Boutwell sea lo
suficientemente razonable para darse cuenta de lo fútil
que es resistirse de plano a los esfuerzos por acabar con la
segregación, pero no se dará cuenta de ello sin la
presión de los defensores de los derechos civiles. Amigos,
debo decirles que no hemos conseguido ni un solo avance en cuanto
a derechos civiles sin presionar con determinación, de
forma legal y no violenta. Por desgracia, es un hecho
histórico que los grupos privilegiados raramente renuncian
a sus privilegios de manera voluntaria. Los individuos
quizá puedan comprender las razones morales y abandonar
voluntariamente sus posturas injustas; pero, como Reinhold
Niebuhr nos recuerda, los grupos tienden a ser más
inmorales que los individuos que los componen.

Nuestras dolorosas experiencias nos
han enseñado que el opresor no concede nunca
voluntariamente la libertad, sino que esa libertad debe ser
demandada por el oprimido. Para ser sincero, todavía estoy
por ver una sola campaña de acción directa que no
fuera "extemporánea" a ojos de aquellos que no han sufrido
en sus carnes la injusticia de la segregación racial.
Llevo años escuchando la palabra "¡Espera!". Esa
palabra resuena en los oídos de cada negro con una
lacerante familiaridad. Pero ese "¡Espera!" ha significado
casi siempre "¡Nunca!". Debemos entender, como dice uno de
nuestros distinguidos juristas, que "una Justicia demasiado lenta
es una Justicia inexistente".

Hemos esperado más de 340 años a disfrutar
de los derechos que nos conceden nuestra Constitución y
nuestro Creador. Las naciones de Asia y de África se
mueven a velocidad de vértigo hacia la independencia
política, pero nosotros seguimos avanzando a paso de
tortuga en pos del objetivo de que nos sirvan una simple taza de
café en un simple bar. Quizá resulte fácil,
para aquellos que nunca han sufrido las penetrantes heridas de la
segregación, decir "¡Espera!". Pero cuando has visto
a turbas enfurecidas linchar a tus madres y a tus padres a
voluntad y ahogar a tus hermanos y hermanas a su antojo; cuando
has visto a policías llenos de odio insultar, golpear e
incluso matar a tus hermanos y hermanas negros; cuando ves a la
inmensa mayoría de tus veinte millones de hermanos negros
asfixiándose en una hermética caja de pobreza en
medio de una sociedad rica; cuando de repente ves que la lengua
se te traba y las palabras te faltan al tratar de explicar a tu
hija de seis años por qué no puede ir al parque de
atracciones que acaba de anunciarse en televisión, y ves
lágrimas en sus ojos cuando se le dice que Funtown
está vedado a los niños de color, y ves nubes
ominosas de inferioridad comenzando a formarse en su
pequeño cielo mental y la ves cómo comienza a
distorsionar su personalidad, desarrollando una amargura
inconsciente hacia los blancos; cuando tienes que inventar una
respuesta para tu hijo de cinco años que te pregunta
"Papá, ¿por qué los blancos tratan tan mal a
la gente de color?"; cuando atraviesas en tu coche el país
y te ves obligado a dormir noche tras noche en los
incómodos rincones de tu automóvil, porque
ningún motel te aceptaría; cuando experimentas, un
día sí y el otro también, la
humillación de ver esos ubicuos carteles que dicen
"Blancos" y "Negros"; cuando tu nombre de pila pasa a ser
"Negro", tu primer apellido "Chico" (independientemente de la
edad que tengas) y tu segundo apellido "Eh, tú"; cuando a
tu mujer y a tu madre nunca se les otorga el respetado
título de "Sra."; cuando te sientes agobiado de día
y atemorizado de noche por el simple hecho de ser negro; cuando
te ves obligado a vivir siempre como de puntillas, sin saber muy
bien qué esperar a continuación, y te ves inundado
de miedos internos y resentimientos externos; cuando estás
constantemente luchando contra la degeneradora sensación
de no ser nadie… entonces entiendes por qué nos resulta
difícil esperar. Llega un día en que la gota colma
el vaso de nuestro aguante, y en que los hombres dejan de estar
dispuestos a que los mantengan sumergidos en los abismos de la
desesperación. Espero, señores, que entiendan
ustedes nuestra legítima e inevitable
impaciencia.

Expresan ustedes una gran ansiedad acerca de nuestra
disposición a violar las leyes. Se trata, ciertamente, de
una preocupación legítima. Puesto que nosotros
instamos de forma tan diligente a todo el mundo a obedecer la
resolución de la Corte Suprema de 1954, que prohíbe
la segregación en las escuelas públicas,
podría parecer paradójico, a primera vista, que
nosotros incumplamos leyes conscientemente. Alguien podría
preguntar: "¿Cómo pueden ustedes defender que se
incumplan algunas leyes y se respeten otras?". La respuesta
está en el hecho de que existen dos tipos de leyes: las
justas y las injustas. Yo soy el primero en defender que se
obedezcan las leyes justas. Todos tenemos la responsabilidad, no
solo legal, sino también moral, de obedecer las leyes
justas que se promulguen. Pero, a la inversa, todos tenemos la
responsabilidad moral de desobedecer las leyes injustas. Estoy de
acuerdo con San Agustín cuando dice que "una ley injusta
no es ley".

Ahora bien, ¿cuál es la
diferencia entre los dos tipos de leyes? ¿Cómo
determinar si una ley es justa o injusta? Una ley justa es una
norma hecha por el hombre que está en consonancia con las
leyes morales o con la Ley de Dios. Una ley injusta es aquella
que no está en armonía con las leyes morales. En
palabras de Santo Tomás de Aquino: una ley injusta es una
ley elaborada por los hombres que no hunde sus raíces en
las leyes eternas y en el Derecho Natural. Cualquier ley que
engrandezca la personalidad es justa. Cualquier ley que degrade a
las personas es injusta. Y así, todas las leyes de
segregación racial son injustas, porque la
segregación distorsiona el alma y daña la
personalidad. Esas leyes proporcionan a los segregadores una
falsa sensación de superioridad, de la misma manera que
proporciona una falsa sensación de inferioridad a los
segregados. La segregación racial, usando la
terminología del filósofo judío Martin
Buber, sustituye la relación "Yo-usted" por una
relación "Yo-ello" y termina relegando a las personas al
mero estado de cosas. Por tanto, la segregación no es solo
inadecuada desde el punto de vista político,
económico y sociológico, sino que es moralmente
inaceptable y pecaminosa. Dice Paul Tillich que el pecado es
separación. ¿Y acaso no es la segregación
racial una expresión existencial de la trágica
separación del hombre, de su espantoso distanciamiento, de
su terrible pecaminosidad? Es por eso por lo que puedo instar a
la gente a obedecer la decisión de la Corte Suprema de
1954, ya que es moralmente correcta, y al mismo tiempo pedir a
las personas que desobedezcan las normas de segregación
racial, porque son moralmente incorrectas.

Veamos un ejemplo más concreto de
leyes justas e injustas. Una ley injusta es una norma que un
grupo de personas mayoritario -en términos
numéricos o de poder- impone a otro grupo minoritario,
pero sin que ellas mismas se vean obligadas a cumplir esa norma.
Se trata de una diferenciación hecha ley. Por la misma
razón, una ley justa es aquella que una mayoría
impone a una minoría, pero que ella misma también
está dispuesta a cumplir: se trata de la equidad
convertida en norma legal.

Déjenme darles otra
explicación. Una ley es injusta si se impone a una
minoría que, por carecer del derecho a voto, no ha podido
tomar parte en el proceso de desarrollo y aprobación de
esa ley. ¿Alguien puede sostener que el Congreso de
Alabama que estableció las leyes de segregación
racial de este estado fue elegido democráticamente? En
toda Alabama se utilizan todo tipo de métodos tortuosos
para impedir que los negros se registren como votantes, y hay
algunos condados en los que no existe ni un solo negro
registrado, a pesar de ser negra la mayoría de la
población. ¿Puede ser considerada
democrática ninguna ley aprobada en esas
circunstancias?

En ocasiones, una ley puede ser justa en apariencia e
injusta a la hora de aplicarla. Por ejemplo, yo he sido arrestado
acusado de manifestarme sin permiso. No hay, en principio, nada
malo en tener una ordenanza que exija pedir permiso para
manifestarse. Pero esa ordenanza se vuelve injusta cuando se la
utiliza para preservar la segregación racial y para
denegar a los ciudadanos los derechos de asamblea y de
manifestación pacíficas que la Primera Enmienda les
reconoce.

Espero que entiendan la
distinción que trato de hacer. Yo no defiendo, en
ningún caso, que nadie trate de evadirse de la Ley o de
burlarla, como haría un fanático segregacionista.
Eso llevaría a la anarquía. Aquel que desobedezca
una ley injusta debe hacerlo abiertamente, voluntariamente,
aceptando de antemano la pena que corresponda. Yo sostengo que
una persona que infringe una ley que es injusta según su
conciencia, y que está dispuesta a aceptar la pena de
cárcel para que la comunidad tome conciencia de la
injusticia de esa ley, está en realidad expresando el
máximo de los respetos por la Ley.

Por supuesto, no hay nada nuevo en este tipo de
desobediencia civil. Un ejemplo sublime es la negativa de Sadrac,
Mesac y Abednego a obedecer las leyes de Nabucodonosor,
basándose en que estaba en juego una ley moral más
poderosa. Esa desobediencia fue también practicada de
forma magnífica por los primeros cristianos, que estaban
dispuestos a enfrentarse a leones hambrientos y a atroces
torturas, antes que someterse a ciertas leyes injustas del
Imperio Romano. Hasta cierto punto, la libertad académica
es una realidad hoy en día porque Sócrates
practicó la desobediencia civil. En nuestra propia
nación, el Tea Party de Boston representó,
asimismo, un acto masivo de desobediencia civil.

No debemos olvidar nunca que todo lo que hizo Adolf
Hitler en Alemania fue "legal" y que todo lo que hicieron los
luchadores de la libertad en Hungría fue "ilegal". Era
"ilegal" ayudar y consolar a los judíos en la Alemania de
Hitler. A pesar de lo cual, si yo hubiera vivido en Alemania por
aquella época, estoy seguro de que habría ayudado y
consolado a mis hermanos judíos. Si hoy en día
viviera en un país comunista en el que se intenta
erradicar ciertos principios importantes para la Fe cristiana,
defendería abiertamente que se desobedecieran las leyes
anti-religiosas del país.

Debo confesaros dos cosas, mis hermanos cristianos y
judíos. En primer lugar, debo confesar que en los
últimos años me han desilusionado enormemente los
blancos moderados. Casi he alcanzado la lamentable
conclusión de que el principal obstáculo para los
negros en su lucha por la libertad no son los supremacistas del
White Citizens' Council, ni los miembros del Ku Klux Klan, sino
los blancos moderados, que están más preocupados
por el "orden" que por la Justicia; que prefieren una paz
negativa, plasmada en la ausencia de tensión, antes que
esa paz positiva que la presencia de la Justicia proporciona; que
constantemente dicen "Estoy de acuerdo con tu objetivo, pero no
puedo aprobar tus métodos de acción directa"; que
creen, con una actitud paternalista, que tienen derecho a fijar
el calendario para la libertad de otro ser humano; que tienen un
concepto mítico del tiempo y que constantemente aconsejan
a los negros que esperen "un momento más propicio". Una
comprensión inadecuada por parte de las personas de buena
voluntad es mucho más frustrante que una absoluta
incomprensión por parte de gentes malintencionadas. Una
aceptación tibia es mucho más descorazonadora que
un abierto rechazo.

Tenía la esperanza de que los
blancos moderados entendieran que la Ley y el Orden existen con
el propósito de hacer prevalecer la Justicia, y que cuando
fracasan en ese objetivo, se convierten en diques peligrosamente
estructurados que bloquean el flujo del progreso social.
Tenía la esperanza de que los blancos moderados
entendieran que la actual tensión en el Sur constituye una
fase necesaria del proceso de transición desde una
aborrecible paz negativa, en la que el negro aceptaba pasivamente
su grave situación, a una paz sustantiva y positiva, en la
que todos los hombres respeten la dignidad y el valor
intrínseco de las personas. De hecho, los que
practicamos la acción directa no violenta no somos los
creadores de la tensión, sino que nos limitamos a hacer
aflorar una tensión oculta, que ya estaba ahí
presente. La sacamos a la luz, donde se la puede ver y se puede
lidiar con ella. Como un forúnculo, que no puede curarse
si se lo mantiene tapado, sino que debe destaparse para que
exponga toda su fealdad a esas medicinas naturales que son el
aire y la luz, la injusticia también debe ser expuesta,
con toda la tensión que su exposición provoca, a la
luz de la conciencia de los hombres y al aire de la
opinión pública de la nación, si es que
queremos curarla.

En su carta, declaran ustedes que nuestras acciones,
aunque pacíficas, deben ser condenadas porque provocan
violencia, pero ¿es esta una afirmación
lógica? ¿No equivaldría a condenar a una
víctima de un robo porque su posesión de dinero
provocó la malvada acción del ladrón?
¿No sería como condenar a Sócrates porque su
inquebrantable compromiso con la verdad y sus investigaciones
filosóficas provocaron que un confundido populacho le
obligara a beber cicuta? ¿No sería como condenar a
Jesús porque su conciencia de la divinidad y su eterna
devoción a Dios provocaron el diabólico acto de la
crucifixión? Debemos comprender que -tal como los
tribunales federales han establecido sistemáticamente- es
incorrecto pedir a un individuo que cese en sus esfuerzos de
obtener sus derechos constitucionales básicos porque esos
esfuerzos puedan provocar violencia. La sociedad debe proteger a
la víctima del robo y castigar al
ladrón.

También tenía la esperanza
de que los blancos moderados rechazaran el mito relativo al
tiempo, en lo que concierne a la lucha por la libertad. Acabo de
recibir una carta de un hermano blanco de Texas, que me escribe:
"Todos los cristianos saben que las personas de color
terminarán por conseguir la igualdad de derechos, pero es
posible que tengas una prisa excesiva, de carácter
religioso. Al Cristianismo le ha costado casi dos mil años
conseguir lo que ha conseguido. Se necesita tiempo para que las
enseñanzas de Jesucristo se materialicen en la Tierra".
Esa actitud surge de un trágico malentendido acerca del
tiempo, surge de la noción extrañamente irracional
de que hay algo en el propio flujo del tiempo que
terminará por curar inevitablemente todos los males.
Cuando de hecho, el tiempo es, en sí mismo, neutral; se lo
puede utilizar de forma constructiva o destructiva. Tengo cada
vez más la sensación de que las personas
malintencionadas han utilizado el tiempo de forma mucho
más efectiva que las gentes de buena voluntad. En nuestra
generación, no vamos a tener que arrepentirnos solo por
las odiosas palabras y acciones de la gente de mala voluntad,
sino también por el atroz silencio de las buenas personas.
El progreso humano no discurre nunca sobre ruedas de
inevitabilidad; se produce gracias al esfuerzo incansable de los
hombres que están dispuestos a colaborar con Dios. Y, sin
este duro esfuerzo, el propio tiempo se convierte en un aliado de
las fuerzas del estancamiento. Debemos utilizar el tiempo
creativamente, sabiendo que siempre es buen momento para actuar
de forma correcta. Ahora es el momento de hacer que se cumplan
las promesas de democracia y de transformar nuestra actual
elegía nacional en un creativo salmo de hermandad. Ahora
es el momento de elevar las políticas de esta
nación, sacándolas de las arenas movedizas de la
injusticia racial y asentándolas sobre la firme roca de la
dignidad humana.

Calificáis como extremadas nuestras actividades
en Birmingham. Me molestó bastante, en un principio, que
unos religiosos como yo pudiesen considerar mis acciones no
violentas como propias de un extremista. Me puse a pensar que me
encuentro situado entre dos fuerzas contrapuestas que operan en
el seno de la comunidad negra. De un lado está la fuerza
de la complacencia, compuesta en parte por negros que, a
consecuencia de los largos años de opresión, han
quedado tan faltos de respeto por sí mismos y de la
sensación de ser "alguien", que se han adaptado a la
segregación racial; esa fuerza de la complacencia la
forman también unos cuantos negros de clase media que,
como gozan de un cierto grado de seguridad académica y
económica y como, hasta cierto punto, sacan provecho de la
segregación, se han despreocupado de los problemas de las
masas. La fuerza contraria es la de la amargura y el odio,
peligrosamente próxima a defender la violencia. Esa fuerza
se expresa en los diversos grupos nacionalistas negros que
florecen por toda la nación, el más conocido y
más numeroso de los cuales es el movimiento
musulmán de Elijah Mohamed. Nutrido por la
frustración de los negros debida a la persistencia de la
discriminación racial, este movimiento se compone de
personas que han perdido su fe en América, que han
repudiado completamente el Cristianismo y que han llegado a la
conclusión de que el hombre blanco es un "demonio"
incorregible.

He tratado de mantener mi
posición entre estas dos fuerzas contrapuestas, afirmando
que no necesitamos emular ni la inacción de los
complacientes, ni el odio y la desesperación de los
nacionalistas negros. Porque existe otra actitud mejor: la del
amor y la protesta no violenta. Agradezco a Dios que haya
conseguido, debido a la influencia de la Iglesia negra, que la
senda de la no violencia pase a constituir una parte fundamental
de nuestra lucha.

De no haber surgido esta filosofía, estoy
convencido de que hoy en día muchas de las calles del Sur
estarían inundadas de sangre. Y estoy, además,
convencido de que si nuestros hermanos blancos descalifican como
"demagogos" y "agitadores forasteros" a aquellos de nosotros que
utilizamos la acción directa no violenta, y si
rehúsan apoyar nuestros esfuerzos pacíficos,
millones de negros, presa de la desesperación y la
frustración, buscarán refugio y seguridad en las
ideologías nacionalistas negras – una perspectiva que
conduciría inevitablemente a una aterradora pesadilla
racial.

Los oprimidos no pueden seguir siendo
por siempre víctimas de la opresión. El anhelo de
libertad acaba por manifestarse, y esto es lo que ha ocurrido con
el negro americano. Algo dentro de él le ha recordado que
tiene, desde que nace, derecho a la libertad; y algo fuera de
él le ha recordado que esa libertad puede conquistarse.
Consciente o inconscientemente, se ha dejado cautivar por el
Zeitgeist y, junto a sus hermanos negros de África y a sus
hermanos cobrizos y amarillos de Asia, América del Sur y
el Caribe, el negro estadounidense camina con una
sensación de urgencia hacia la tierra prometida de la
justicia racial. Si se reconoce este impulso vital que se ha
apoderado de la comunidad negra, se puede comprender
fácilmente el porqué de las manifestaciones
públicas. El negro lleva dentro de sí muchos
resentimientos concentrados y muchas frustraciones latentes, y
tiene que liberarlos. Así que déjenle manifestarse,
déjenle realizar peregrinaciones de oración hasta
el ayuntamiento, déjenle participar en caravanas de la
libertad – y traten de entender por qué debe hacer esas
cosas. Si sus emociones reprimidas no encuentran escape de manera
pacífica, buscarán expresarse mediante la
violencia; y esto no es una amenaza, sino la constatación
de un hecho histórico. Por eso no he dicho a mi pueblo:
"Libraros de vuestro descontento", sino que he tratado de mostrar
que este descontento normal y sano puede encauzarse de manera
creativa hacia la acción directa no violenta. Y ahora me
encuentro con que ustedes califican este enfoque como
extremista.

Sin embargo, aunque me molestó
inicialmente el calificativo de extremista, a medida que iba
pensando sobre el tema fui sintiéndome más y
más satisfecho con esa etiqueta. ¿Acaso no fue
Jesús un extremista del amor: "Amad a vuestros enemigos;
perdonad a los que os insultan; haced el bien a los que os odian
y rezad por los que sin piedad abusan de vosotros y os
persiguen"? ¿Y no era Amós un extremista de la
Justicia: "Dejad que la justicia discurra como el agua y que la
equidad corra como un inagotable manantial"? ¿No era Pablo
un extremista del Evangelio: "Llevo en mi cuerpo las
señales de nuestro Señor Jesucristo"? ¿Y no
era Lutero un extremista: "Me mantengo en mis palabras; no puedo
obrar de otra manera: que Dios me ayude"? ¿Y John Bunyan:
"Permaneceré en la cárcel hasta el fin de mis
días antes que destruir mi conciencia"? ¿Y Abraham
Lincoln: "Esta nación no puede sobrevivir siendo mitad
libre y mitad esclava"? ¿Y Thomas Jefferson: "Creemos que
esta verdad es evidente por sí misma: que todos los
hombres fueron creados iguales…"? Así que la
cuestión no es si debemos ser extremistas, sino qué
tipo de extremistas debemos ser. ¿Seremos extremistas del
odio o del amor? ¿Seremos extremistas de la
preservación de la injusticia o de la difusión de
la Justicia? En aquella dramática escena del
Gólgota, tres fueron los hombres crucificados y nunca
hemos de olvidar que los tres fueron crucificados por el mismo
delito: el de ser extremistas. Dos de ellos eran extremistas de
la inmoralidad, y por eso cayeron más bajo que el mundo
que les rodeaba. El otro, Jesucristo, era un extremista del amor,
de la verdad y de la bondad, gracias a lo cual se elevó
por encima de ese mismo mundo. Quizás el Sur, la
nación y el mundo necesitan desesperadamente extremistas
creativos.

Tenía la esperanza de que los
blancos moderados se percatarían de esta necesidad.
Quizá pequé de excesivo optimismo; quizá mis
esperanzas fueran demasiadas. Supongo que debía haberme
dado cuenta de que pocos miembros de la raza opresora son capaces
de comprender los profundos gemidos y los apasionados deseos de
la raza oprimida, y aún son menos los capaces de entender
que la injusticia necesita ser extirpada mediante una
acción poderosa, persistente y decidida. Doy gracias, sin
embargo, porque algunos de nuestros hermanos blancos del Sur han
captado el sentido de esta revolución social y se han
comprometido con ella. Es verdad que todavía son demasiado
pocos en número, pero su calidad es enorme. Algunos -como
Ralph McGill, Lillian Smith, Harry Golden, James McBride Dabbs,
Ann Braden y Sarah Patton Boyle- han escrito acerca de nuestra
lucha con palabras elocuentes y proféticas. Otros han
marchado a nuestro lado por calles anónimas del Sur y se
han consumido en cárceles mugrientas y llenas de chinches,
sufriendo los abusos y la brutalidad de policías que los
consideraban "sucios amigos de los negros". A diferencia de
tantos de sus hermanos y hermanas moderados, ellos han
comprendido la urgencia del momento y han sentido la necesidad de
combatir la enfermedad de la segregación mediante el
poderoso antídoto de la "acción".

Permitan que les señale mi otra gran
desilusión: he sufrido un enorme desencanto con la Iglesia
blanca y sus ministros. Cierto es que existen algunas excepciones
notables: no ignoro que cada uno de ustedes ha adoptado algunas
posiciones significativas en torno a esta cuestión. Le
aplaudo a usted, Reverendo Stallings, por su actitud cristiana el
pasado domingo, al dar la bienvenida a los negros durante los
oficios, sin ningún tipo de segregación. Y aplaudo
a la jerarquía católica de este estado por haber
integrado hace ya varios años la Universidad de Spring
Hill.

Pero, a pesar de estas importantes excepciones, tengo
que reiterar honestamente que la Iglesia me ha defraudado. No lo
digo como uno de esos críticos negativos que siempre es
capaz de encontrar algo equivocado en la Iglesia. Lo digo en mi
calidad de ministro del Señor, que ama a la Iglesia, que
creció en su seno, que se ha sostenido gracias a sus
bendiciones espirituales y que seguirá siendo fiel a ella
mientras le quede un hálito de vida.

Cuando me vi de repente aupado al liderazgo de la
protesta de los autobuses en Montgomery (Alabama), hace unos
cuantos años, creía que la Iglesia blanca nos
apoyaría. Creía que los ministros, sacerdotes y
rabinos del Sur se contarían entre nuestros más
firmes aliados. Pero, en lugar de ello, algunos se han revelado
como enemigos frontales, negándose a comprender el
movimiento de la libertad y juzgando equivocadamente a sus
líderes. Y muchos otros han sido más cautos que
valientes, y han preferido mantenerse en silencio detrás
de la narcótica seguridad de las vidrieras.

A pesar de mis sueños rotos, acudí a
Birmingham con la esperanza de que los líderes religiosos
blancos de esta comunidad comprenderían lo justo de
nuestra causa e intentarían, llevados por la
preocupación moral, actuar como canal para que nuestras
justas quejas llegaran a oídos de las esferas del poder.
Confiaba en que cada uno de ustedes comprendería. Pero de
nuevo he sufrido un desencanto.

He oído a muchos líderes religiosos
sureños aconsejar a sus feligreses que acaten tal o cual
decisión que acaba con la segregación, porque
así lo manda la Ley. Pero todavía estoy esperando
que los líderes religiosos blancos digan: "Acatad esta
norma porque la integración racial es moralmente justa y
porque los negros son vuestros hermanos". Ante las evidentes
injusticias sufridas por los negros, he visto a los hombres de
iglesia blancos permanecer al margen mientras formulaban piadosas
irrelevancias y trivialidades mojigatas. En medio de la terrible
lucha sostenida para librar a nuestra nación de la
injusticia racial y económica, he oído a muchos
hombres de iglesia decir: "Esas son cuestiones sociales, que nada
tienen que ver con el Evangelio". Y he visto a muchas
congregaciones consagrarse a una religión completamente de
otro mundo, que hace una extraña y nada bíblica
distinción entre el cuerpo y el alma, entre lo sagrado y
lo secular.

He recorrido de arriba a abajo Alabama, Mississippi y
los demás estados del Sur. En los calurosos días de
verano y en las diáfanas mañanas otoñales,
me he quedado mirando las bellas iglesias sureñas, con sus
altos campanarios que apuntan al Cielo. He visto las
impresionantes siluetas de sus enormes seminarios. Y siempre
acababa preguntándome: "¿Qué clase de
personas rinden culto aquí? ¿Quién es su
Dios? ¿Dónde estaban sus voces cuando los labios
del gobernador Barnett pronunciaban palabras de
obstrucción y de desprecio? ¿Dónde estaban
cuando el gobernador Wallace hizo un claro llamamiento al odio y
a la provocación? ¿Dónde estaban sus
palabras de apoyo cuando negros y negras magullados y cansados
decidieron abandonar las oscuras mazmorras de la complacencia,
para ascender las luminosas colinas de la protesta
creadora?".

Sí, sigo preguntándome lo mismo.
Profundamente desalentado, he llorado pensando en la laxitud de
la Iglesia. Pero tengan por seguro que mis lágrimas han
sido lágrimas de amor. Sí, amo a la Iglesia.
¿Cómo podría no amarla? Me encuentro en la
peculiar situación de ser hijo, nieto y bisnieto de
predicadores. Y sí, considero que la Iglesia es el cuerpo
de Cristo. Pero, ¡cómo hemos envilecido y lacerado
ese cuerpo con nuestro olvido de los aspectos sociales y con
nuestro temor a ser inconformistas!

Hubo una época en que la Iglesia era muy poderosa
– cuando los cristianos primitivos se alegraban de que se les
considerase dignos de sufrir por aquello en lo que creían.
En aquella época, la Iglesia no era un mero
termómetro que registraba las ideas y principios de la
opinión pública; por el contrario, era un
termostato que pretendía transformar las costumbres de la
sociedad. Cada vez que los primeros cristianos entraban en una
ciudad, aquellos que detentaban el poder se sentían
amenazados y trataban inmediatamente de condenar a los cristianos
como "perturbadores de la paz" y "agitadores forasteros". Pero
los cristianos continuaban con su labor, convencidos de ser una
"colonia celestial", obligada a obedecer a Dios antes que al
Hombre. Aunque eran pocos en número, su compromiso era
grande. Estaban demasiado ebrios de Dios como para sentirse
"astronómicamente intimidados". Con su esfuerzo y su
ejemplo, pusieron fin a antiguas aberraciones, como el
infanticidio y las peleas de gladiadores.

Las cosas son distintas en la actualidad. Demasiado a
menudo, la Iglesia contemporánea tiene una voz
débil e intrascendente, de sonido incierto. Demasiado a
menudo, se manifiesta como acérrima defensora del statu
quo. En vez de sentirse perturbada por la presencia de la
Iglesia, la estructura de poder de una típica comunidad se
beneficia del espaldarazo tácito -y a veces
explícito- de la Iglesia a la situación imperante.
Pero el juicio de Dios se cierne hoy sobre la Iglesia más
que nunca. Si la iglesia de hoy no recupera el espíritu de
sacrificio de la Iglesia primitiva, perderá su
autenticidad, hará que se desvanezca la lealtad de
millones de personas y terminará siendo considerada un
club social irrelevante, carente de sentido en el siglo XX. Todos
los días me encuentro con jóvenes cuyo desencanto
por la actitud de la Iglesia se ha convertido en auténtica
indignación.

Quizá he sido, una vez
más, demasiado optimista. ¿Acaso está la
religión institucional demasiado ligada al statu quo como
para poder salvar a nuestra nación y al mundo? Tal vez
tenga que orientar mi fe hacia la Iglesia espiritual interior,
esa Iglesia dentro de la Iglesia, y ver en ella la verdadera
ekklesia y la esperanza para todo el orbe. Pero agradezco
nuevamente a Dios que algunas almas nobles de la jerarquía
eclesiástica hayan roto las paralizantes cadenas del
conformismo y se hayan unido a nosotros como colaboradores
activos de la lucha por la libertad. Han abandonado sus
tranquilas congregaciones y han marchado con nosotros por las
calles de Albany (Georgia). Han recorrido las autopistas del Sur
en tortuosas caravanas por la libertad. Sí, incluso han
ido a la cárcel con nosotros. Algunos han sido despedidos
de sus congregaciones y han perdido el apoyo de sus obispos y de
sus colegas eclesiásticos. Pero han actuado movidos por el
convencimiento de que la justicia derrotada es más
poderosa que la maldad triunfante. Su testimonio ha sido la sal
del espíritu que ha conseguido preservar el verdadero
significado del Evangelio en estos tiempos de turbación.
Han logrado excavar un túnel de esperanza a través
de la negra montaña de la decepción.

Espero que la Iglesia en su conjunto esté a la
altura de las circunstancias en estas horas decisivas. Pero,
aunque la Iglesia no acudiese en ayuda de la Justicia, no pierdo
la esperanza en el futuro. No abrigo ningún temor acerca
del resultado de nuestra lucha en Birmingham, incluso aunque
nuestras motivaciones no sean bien comprendidas actualmente.
Alcanzaremos la meta de la libertad en Birmingham y en toda la
nación, porque el objetivo de América es la
libertad. Aunque se nos maltrate y se nos menosprecie, nuestro
destino está ligado al de América. Antes de que los
peregrinos desembarcaran en Plymouth, nosotros ya
estábamos aquí. Durante más de dos siglos,
nuestros antecesores trabajaron en este país sin cobrar
ningún salario; hicieron del algodón el rey;
edificaron las mansiones de sus amos mientras eran
víctimas de enormes injusticias y vergonzosas
humillaciones – y, sin embargo, gracias a una vitalidad sin
límites, siguieron multiplicándose y prosperando.
Si las inenarrables crueldades de la esclavitud no pudieron
detenernos, es evidente que la oposición a la que ahora
nos enfrentamos está condenada al fracaso. Conquistaremos
nuestra libertad, porque en nuestras exigencias resuenan los ecos
del sagrado legado de nuestra nación y de la voluntad
eterna de Dios.

Antes de terminar, me siento obligado a mencionar otro
punto de su declaración que me ha turbado profundamente.
Alaban ustedes calurosamente a la policía de Birmingham
por mantener el "orden" e "impedir la violencia". Dudo de que
ustedes aplaudiesen con tanta ligereza a los miembros de la
Policía si hubieran visto el trato detestable e inhumano
que se depara a los negros aquí, en la cárcel
municipal; si les hubiesen visto empujar e insultar a ancianas y
niñas negras; si les hubiesen visto abofetear y patear a
los jóvenes y a los adultos negros; si hubiesen
contemplado cómo -en dos ocasiones distintas- se negaron a
darnos de comer porque queríamos cantar juntos para
bendecir la mesa. No puedo unirme a ustedes en sus alabanzas al
Departamento de Policía de Birmingham.

Es verdad que la Policía ha demostrado un cierto
grado de disciplina a la hora de enfrentarse a las
manifestaciones. En ese sentido, se han comportado de modo
bastante "no violento" en público. Pero, ¿con
qué objetivo? Con el de preservar el funesto sistema de la
segregación racial. A lo largo de los últimos
años, he predicado sin cesar que la no violencia exige que
los medios que utilizamos sean tan puros como los fines que
perseguimos. He tratado de dejar claro que es incorrecto utilizar
medios inmorales para lograr objetivos loables. Ahora, debo decir
que es igualmente incorrecto, o quizá más, valerse
de medios loables para defender unos objetivos inmorales.
Quizá el señor Connor y sus policías se
hayan mostrado bastante no violentos en público -como
hiciera el Jefe de Policía Pritchett en Albany (Georgia)-
pero han utilizado los medios loables que les brinda la no
violencia para mantener el objetivo inmoral de la injusticia
racial. Como dijo T. S. Eliot: "La última tentación
es la mayor de las traiciones: obrar bien con unos fines
equivocados".

Hubiese preferido que aplaudiesen ustedes a los negros
que han participado en las sentadas y manifestaciones de
Birmingham, por su sublime muestra de valor, por su
disposición a aceptar los sufrimientos y por su
increíble disciplina a la hora de enfrentarse a las
provocaciones. Algún día, el Sur reconocerá
a sus verdaderos héroes. Se recordará a los
numerosos James Meredith de nuestra época, con su noble
sentido de la misión que les anima y les permite
enfrentarse a muchedumbres vociferantes y hostiles, y con esa
angustiosa sensación de soledad que caracteriza la vida
del pionero. Se recordará a las ancianas negras oprimidas
y maltratadas, simbolizadas por aquella mujer de setenta y dos
años de Montgomery (Alabama) que, cuando los suyos
decidieron no montar en los autobuses que practicaban la
discriminación racial, se levantó movida por su
sentido de la dignidad y respondió con sencilla
profundidad a alguien que le preguntaba acerca de su cansancio:
"Tengo los pies cansados, pero mi alma descansa". Se
recordará a los jóvenes alumnos de los institutos y
las universidades y a los jóvenes y no tan jóvenes
ministros del Señor, que desafiaron las leyes de
segregación racial sentándose pacífica y
valientemente en los restaurantes, dispuestos a ir a la
cárcel porque así se lo dictaba su conciencia.
Llegará el día en que el Sur se entere de que,
cuando esos hijos desheredados de Dios se sentaban en los
restaurantes, de hecho estaban defendiendo lo mejor del
sueño americano y los más sagrados valores de
nuestra herencia judeocristiana, conduciendo así de nuevo
a nuestra nación hacia esos grandes manantiales de la
democracia, profundamente cavados por los padres fundadores al
formular la Constitución y la Declaración de
Independencia.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7
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