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El encuentro de dos hombres que cambiaron la vida en Latinoamérica



  1. El camino hacia la República. Las primeras voces de libertad
  2. La República se instituye, y comienzan los problemas
  3. Problemas a lo interno de la República
  4. La derrota final, pero no definitiva?
  5. Bibliografía

Las tropas de Napoleón Bonaparte ocuparon el reino de España en 1808. El soberano ibérico Fernando VII (proclamado rey tras la abdicación de su padre Carlos IV) abandonó su puesto en el trono y las fronteras de la nación ante el avance del ejército francés. José Bonaparte, hermano del emperador galo, fue proclamado José I, rey de España. El pueblo español, históricamente valeroso a diferencia de la mayoría de sus gobernantes, inició el movimiento de resistencia reconocido por la historiografía como Guerra de Independencia Española (Fernandez Muñiz, 2008). Para organizar el territorio aún libre se formó la Junta Suprema Central, que luego se disolvió y dio paso al Consejo de Regencia de España e Indias, y ante el vacío en las instituciones de poder, en este caso la monarquía, se convocaron a las Cortes Supremas en la ciudad de Cádiz (Cortes de Cádiz), y en 1812 se redactó y aprobó la primera Constitución en España, de un avanzado carácter liberal para su tiempo.

Las noticias de los turbulentos acontecimientos en Europa llegaron pronto a las costas del continente americano causando desconcierto entre los gobernantes y aumentando el ánimo de las aspiraciones independentistas. El sistema colonial español debido a sus vastos territorios en la región había creado cuatro virreinatos. Cada uno de esos territorios era gobernado por un virrey, cargo administrativo no hereditario, que representaba la conexión directa de la persona seleccionada con la autoridad del monarca español. Ante la renuncia del rey Fernando VII, se produce un corte en las relaciones regulativas y legitimadoras del poder metrópoli-colonia.

Los franceses asumieron como ocupadas de igual modo las posesiones de ultramar del reino de España, y comenzaron a enviar agentes diplomáticos para fijar las relaciones de los sistemas administrativos y políticos de las colonias en consonancia con las disposiciones de Napoleón Bonaparte. A lo que acontecieron reacciones que se mostraron adversas al dominio francés y se manifestaron en apoyo al destronado rey Fernando VII. De todos modos la relación colonia-metrópoli era en extremo confusa. Las administraciones locales como los cabildos comenzaron a ganar cierta autonomía con respecto a la desestructurada gobernación, constituyendo las juntas patrióticas, importantes organizaciones que propugnaban las ideas más radicales encaminadas hacia la independencia.

Estos años marcan el inicio de las luchas independentistas en la América Hispana. Un proceso que se fue gestando desde las primeras sublevaciones indígenas, y que llega a consolidarse mediante el mestizaje y la aparición del criollo, quien reconocía su pertenencia, no a los antiguos imperios precolombinos ni a las regiones europeas, sino a los territorios y poblaciones establecidos bajo el dominio español en América, donde no gozaban ni de libertad política, ni económica.

Transversalmente a este proceso se entienden las influencias de la ilustración europea, y las ideas liberales promulgadas por la Revolución Francesa de 1789. El proceso independentista, también es sobremanera influenciado por la independencia de las Trece Colonias de Norteamérica y el pujante gobierno establecido en ese vecino del norte, quien jugaría durante esos años el papel de falsa neutralidad con respecto a los movimientos liberadores en América del Sur.

Mientras convulsos acontecimientos sacudían todo el territorio suramericano, desde Inglaterra observaba con ánimos impacientes Francisco de Miranda. Caraqueño alistado en las tropas hispanas quien cumplió misión y recibió su bautizo de sangre en suelo africano, para luego enrolarse en la lucha independentista de las Trece Colonias. En 1791 se unió a las tropas francesas en la defensa de la Revolución, llegando al grado de Mariscal. Aún prevalece su nombre inmortalizado en mármol como general del Imperio Francés, en el imponente Arco del Triunfo de París.

Francisco de Miranda abandonó su natal Venezuela con 21 años y pasó la mayor parte de su vida en tierras extranjeras. Pero nunca salió una idea de su mente, la de hacer libre a su tierra. A todo lugar donde fue, y a cada soberano, político o diplomático con el cual entabló relaciones, habló de su idea de libertar la América del Sur; durante años trató de obtener el apoyo de los hombres de poder en Inglaterra, Francia, Rusia y Estados Unidos. Miranda constituía para la fecha el hombre más prominente que ansiaba y procuraba la independencia americana.

Su concepción libertadora consistía en la creación de la gran Colombeia, imperio donde estuvieran todos los territorios de la América Hispánica. Aunque sus ideas apuntaban a una monarquía de corte europeo con gobernantes llamados Incas, es la primera aproximación histórica a la búsqueda de la unidad latinoamericana como factor de progreso frente a un mundo dominado por grandes y ambiciosas potencias. La idea de la independencia y de la unidad latinoamericana sería continuada por el más excelso de sus discípulos, él único poseedor de un carácter tan obstinado como para llevar a cabo tan desmedida tarea.

En 1806, Francisco de Miranda, impaciente por el mutismo cínico de los políticos extranjeros que se negaban a prestarle apoyo, había llegado a las costas de Venezuela con algunas tropas para iniciar un movimiento de lucha, enarbolando por primera vez la bandera tricolor venezolana. Pero las poblaciones se desentendieron de su causa y no prestaron apoyo alguno. La iglesia y la propaganda colonialista tuvieron gran responsabilidad al estigmatizar como pirata o buscavidas al caraqueño. Diez días después, Miranda abandonó el territorio americano, pero sin sentir absoluta la derrota, sino más bien la comprendió como un paso más en el camino hacia la independencia.

De vuelta en Inglaterra continuó con su tarea de apoyo a las juntas patrióticas, y una infatigable labor propagandística. De esa manera observaba Miranda cómo años después, en América, con la destitución del rey Fernando VII y las revueltas en los virreinatos, se iba creando el contexto propicio para la independencia.

El camino hacia la República. Las primeras voces de libertad

En 1809 fue nombrado Vicente de Emparan y Orbe como Capitán General de Venezuela. El nuevo gobernante, a pesar de ser nombrado por la Junta Central de Sevilla (antecesora en funciones a las Cortes de Cádiz), mantenía simpatías con los franceses en sus intenciones de procurar la independencia de las colonias americanas (Grigulevich, 1978).

La noticia de la toma de Sevilla por los franceses, la disolución de la Junta Central y la posterior creación de un Consejo de Regencia y el llamado a Cortes, llegó a Puerto Cabello, cercano a Caracas. El cabildo de esa ciudad, tomó como ilegítimo el Consejo de Regencia ante la ausencia de Fernando VII, y el 19 de abril de 1810 decidió formar un gobierno propio con independencia del que regía en ese momento en la metrópoli.

En Jueves Santo inició la sesión del cabildo, a la que fue invitado el Capitán General. El empuje de los hombres más decididos en la acción patriótica, como Cortés de Madariaga, Félix Sosa y Francisco José Ribas, llevaron la reunión a tal punto que fue destituido por reclamo popular y su propio consentimiento Vicente Emparan, y varios funcionarios españoles.

El 25 de julio quedó oficialmente constituida la Junta Suprema de Caracas, la cual se proclamaba defensora de los derechos del rey Fernando VII. La misma estaba compuesta por 23 hombre, entre ellos varios miembros de la organización patriótica clandestina. Por esos días en Buenos Aires se constituyó otra Junta independiente, también surgieron juntas patrióticas en Bogotá (Nueva Granada), y en Santiago de Chile. ¡La América Hispana se despertaba!

A pesar de las ideas libertadoras de algunos hombres, todavía se mantenían en la Junta cierto inmovilismo sobre la ejecución de la independencia definitiva, baste para comprobarlo que seguían defendiendo los derechos de un rey que había huido cobardemente de su reino. Aunque es bien pensarlo que muchos patriotas se parapetarían en esta afirmación para ganar en tiempo y organización.

Después de constituir cuatro secretarías o ministerios: de Estado, de Justicia, de Hacienda, de Guerra y Marina, la junta caraqueña comenzó a ocuparse en pos del apoyo y reconocimiento de las grandes potencias. Se enviaron misiones diplomáticas a los Estados Unidos, el gran y libre vecino del Norte, y hacia Inglaterra; esta última delegación presidida por el joven mantuano de 27 años, de nombre Simón Bolívar, quien asumió cubrir de su bolsillo los gastos del viaje, y fue nombrado para la ocasión con el grado de Teniente Coronel.

Bolívar pertenecía a una familia aristócrata caraqueña, y desde los 14 años se incorporó como cadete a la Milicia de Blancos de los Valles de Aragua. Un año después ya era subteniente y su valor y aplicación eran altamente reconocidos. Participaba activamente en la sociedad patriótica clandestina donde su espíritu revolucionario se nutría de las más avanzadas ideas de sus contemporáneos.

El viaje diplomático hacia Inglaterra era de suma importancia para la Junta de Caracas, pues como seguían proclamando el derecho legítimo de Fernando VII, entendían a la nación europea como un aliado a los intereses del rey depuesto, frente a las ambiciones expansionistas del Imperio francés. Pero la importancia histórica de la misión sería, contrariamente a las disposiciones, el primer encuentro de dos de los hombres más trascendentes en la historia de Venezuela y del continente Suramericano. Bolívar y Miranda.

La Junta aunque se proclamó políticamente independiente, aún seguía montada en las concepciones del dominio colonial, y advierte en su viaje a Bolívar,

"Miranda, el General que fue de Francia, maquinó contra los derechos de la Monarquía que tratamos de conservar (…) bajo esta inteligencia si estuviere en Londres o en otra escala o recaladas de los comisionados de este nuevo Gobierno, y se acercase a ellos, sabrán tratarle como corresponde a estos principios, y a la inmunidad del territorio donde se hallase: y si su actuación pudiese contribuir de algún modo que sea decente a las comisión no será menospreciado" (Grigulevich, 1978)

Así viajó Bolívar hacia Inglaterra, en su tercer y último viaje a Europa, con la advertencia del encuentro con el general del ejército francés, aventurero y antimonárquico Francisco de Miranda. Pero los diputados de la junta desconocían que en el fondo el joven mantuano se sentía atraído por las ideas radicales de la independencia, desde hace tiempo se había forjado en su interior el sentimiento de desobediencia hacia un rey que gobernaba desde tierras extranjeras. De igual modo, muchos en Venezuela veían en Miranda el más genuino símbolo de las ideas ilustradas y de la libertad, y pedirán al general su regreso.

Francisco de Miranda de inmediato que conoció la llegada de los caraqueños a Londres, se ocupó de presentarlos a los más importantes personajes y salones de la sociedad inglesa. Así se efectuó la reunión de los delegados con el Ministro del Exterior, marqués de Wellesley.

En la cita los emisarios de la Junta de Caracas apostaron por el reconocimiento y la ayuda de la nación europea a su recién constituida administración, y por la parte de ellos, expusieron que mantenían el reconocimiento al derecho legítimo de Fernando VII, como soberano de Venezuela, posesión del imperio español. Por otra parte el político inglés, instó a que Caracas reconociera la Regencia y hasta que esto no ocurriera no podían apoyarlos abiertamente con armas ni abastecimientos para sus fines; pero que de momento reconocerían parcialmente las autoridades establecidas y enviarían un agente mediador del conflicto. En sencillas conclusiones, Inglaterra no se comprometía con nadie, sino que pretendía el mejor camino para el mantenimiento de sus intereses comerciales.

El 19 de septiembre, Bolívar zarpó en el barco británico Sapphire de regreso a suelo patrio. Los días en Londres fueron de gran provecho para su futura visión y reconocimiento de su misión histórica. Del contacto con Miranda es posible que integrase a su concepción la idea de la unidad latinoamericana, y del irreversible proceso que es la independencia.

Por otra parte, el viejo general sentía necesaria su presencia en suelo americano, pero los diplomáticos ingleses impidieron su salida inmediata por sus altamente reconocidas credenciales de antimonárquico, y tras prolongadas negociaciones, logró Miranda embarcarse de incógnito. Así partieron de regreso a Caracas los dos hombres que marcarían los pasos de la Primera República de Venezuela, Miranda como Generalísimo, y Bolívar como continuador incansable de la independencia en toda Sudamérica, aunque, también como ejecutor de uno de los sucesos más tristes de la historia americana.

La República se instituye, y comienzan los problemas

Durante los días que Bolívar estuvo en Londres, al otro lado del Océano Atlántico, en Caracas, se celebraron las elecciones para conformar el Congreso que debería legislar en suelo venezolano a la naciente república. En el proceso resultaron electos en su mayoría miembros de la aristocracia mantuana, que si bien muchos eran patriotas convencidos, carecían de visión política y pretendían mantener las relaciones de privilegio de los ricos hacendados; al decir del historiador José Grigulévich.

Importante es reconocer la compleja composición que constituía al congreso recién electo, según el historiador Francisco Pividal: "las distinciones (entre los criollos) no eran muy precisas: en ocasiones, los revoltosos (revolucionarios) se confundían con los moderados (reaccionarios); los verdaderos republicanos, con los republicanos mediatizados". También se estableció un triunvirato que presidió el ejecutivo del gobierno, pero "las resoluciones políticas de la Junta, no obstante ser muy liberales y previsoras, contribuían poco a la solución de los problemas más trascendentales, como la seguridad interna del Estado y las disposiciones necesarias para su protección de fuerzas externas" (Pividal, 2006). Así se inició un gobierno que apuntaba a la federación como forma administrativa, lo que a la larga daría al traste, provocando síntomas de desunión y resquebrajamiento del orden interno, en un territorio amenazado y atacado constantemente.

El consejo de Regencia en España, no tardó en mostrar su descontento ante las elecciones independientes que se realizaban en Venezuela, y declaró el bloqueo marítimo. Al mismo tiempo, ordenó a don Fernando Mijares como Capitán General de Venezuela, el antes gobernador de Maracaibo nacido en Santiago de Cuba, sería el encargado de hacer prevalecer las disposiciones del regente gobierno español, quienes confiaban, no en sus diezmadas fuerzas, sino en los sentimientos realistas y reaccionarios a lo interno del propio suelo americano.

Es aún desconocido a ciencia cierta para los estudiosos la significación de la ausencia de Bolívar durante las elecciones y el proceso de conformación legislativa de la República. La disposición de autofinanciarse el viaje, descarta que los representantes del cabildo hayan querido alejarlo; por otra parte, pudiera quedar la duda de si quiso él mismo ausentarse de ese proceso, o que solo haya querido arribar a Londres para entrevistarse con el viejo general caraqueño.

A su vez, el general Miranda, como es sabido, se encontraba ausente durante las elecciones; pero es elegido diputado al Congreso, bien por una candidatura en ausencia o una posterior y excepcional elección. También se presentó su candidatura para formar parte del Triunvirato pero no obtuvo los votos suficientes, posiblemente por el desconocimiento de los provincianos, o por la desconfianza y los celos que provocaba a muchos.

La llegada de Francisco de Miranda a Venezuela se produjo el 11 de diciembre de 1810. El desembarco fue en el puerto de La Guaira, y trajeado con su uniforme de general de la Revolución Francesa descendió de la embarcación, y fue conducido por las calles de Caracas con expresiones de júbilo, mientras saludaba al pueblo montado en un caballo blanco con una expresión severa de hombre eminente. Antes, eso sí, tuvo que pedir permiso a la Junta para desembarcar, pues aún se mantenía contra él acusaciones de la antigua expedición. De inmediato se desechó el acta judicial sobre Miranda, y posteriormente se le nombró Teniente General, el más alto grado militar en Venezuela.

Así, el general que ya contaba con sesenta años volvía a su tierra después de una ausencia de casi cuarenta inviernos, y lo hacía con todo el esplendor. Pero mucho iba a darse cuenta que las pequeñas ciudades que formaban el continente americano, a pesar de su crecimiento paulatino, distaban mucho en costumbres y concepciones de la vida y las cosmovisiones europeas.

El encargado de la acogida del general fue Simón Bolívar, quien le permitió quedar en su residencia. De esa manera comenzó un renacer en efervescencia de la Sociedad Patriótica que aglutinó las más radicales posturas frente a la dominación monárquica, y con respecto a la reacción interna. Ya Miranda como presidente de dicha organización contaba con el apoyo y el ánimo de casi 200 miembros, entre ellos jóvenes de familias mantuanas, artesanos, negros libertos, y mulatos.

La situación en Venezuela era sumamente difícil. En las provincias de Coro, Maracaibo y Guayana las autoridades seguían siendo españolas, y constituían los núcleos principales de la reacción. Al mando del Marqués del Toro, se produjo un intento para someter esos territorios, pero la derrota fue bien costosa, y terminó en una retirada de las tropas republicanas. Los Estados Unidos e Inglaterra enumeraban mil razones para mantener su juego de falsa neutralidad. Y la Regencia recrudecía el bloqueo marítimo, desde sus bases en Puerto Rico y Cuba.

Con la agudización de las problemáticas, el Congreso se debatía entre proclamar la independencia o mantener el seguimiento al rey. Por aquellas fechas Miranda proclamaba: "No podemos proclamar nuestra fidelidad a Fernando VII, y a la vez pretender que nos reconozcan las potencias extranjeras. Solo siendo un país independiente nos ganaremos el respeto y el apoyo de otros Estados" (Grigulevich, 1978).

El diputado y teniente general caraqueño defendía la causa de la independencia esgrimiendo razones en su mayoría sacadas de contextos europeos, como por ejemplo que Venezuela sí podía ser una nación independiente a pesar de su poca población, pues como ella se contaba a Génova, Hannover, Holanda y San Marino; con respecto al posible abandono de los terratenientes al proclamar la independencia, él defendía que en la Revolución Francesa solo se marcharon los adictos del rey, y no causó mayores daños.

Al mismo tiempo en la Junta Patriótica, Simón Bolívar ofreció su primer discurso en tierras venezolanas. En el mismo explicaba que la junta Patriótica no constituía una institución cismática dentro del proceso revolucionario, pues se entendía la necesidad de la unión, y que el Congreso era la representación de los habitantes de Venezuela; también llamó a la inmediata independencia, pues 300 años eran más que suficientes para proclamar tal decisión. Pero mucho antes, ya desde su visita diplomática en Londres, el joven mantuano en un intento desafiante incitaba a declarar la guerra a España.

¡En julio de 1811 se declaraba independiente la Primera República de Venezuela! De tal modo, que pasó a figurar en la Historia como el primer país de Hispanoamérica en que se proclamó la independencia y más tarde se firmaría la primera Constitución, y la forma de gobierno republicana. En la constitución, por ser primera, y más impetuosa y soñadora que pragmática, se cometieron enormes errores, que luego perjudicarían a la misma República y la independencia. El texto magno "era una copia, un tanto modificada, de la Constitución de los Estados Unidos, que principalmente seducía a los diputados por la forma federal de gobierno, con amplia autonomía de las provincias" (Grigulevich, 1978).

El momento requería de un gobierno centralizado, tal como lo exigía Miranda, quien en sutil gesto fue excluido de ocupar cargos gubernamentales por haber permanecido más de diez años en el extranjero; a pesar de ello desempolvaría su imponente traje de general de la Revolución Francesa y firmaría en solemne acto la Constitución.

Contradiciendo las expectativas de muchos, al proclamarse la independencia, ninguna potencia se inclinó a prestar apoyo de ningún tipo a la naciente república. En discursos y mensajes decían apoyarlas, pero solo en palabras. La reacción tampoco se abstuvo, y a pocos días del mes de julio, se produjeron motines en la ciudad de Caracas y Valencia, esta última la segunda ciudad más importante de Venezuela. Los realistas en la capital fueron hechos prisioneros y varios de ellos condenados a la muerte como ejemplar castigo.

Las cosas en Valencia fueron distintas, pues el Marqués del Toro, al mando de las tropas, no pudo doblegar a los sediciosos. ¿Cómo salvar la República ante la caída de la ciudad? Francisco de Miranda, el ilustre caraqueño, el Mariscal de los ejércitos franceses, fue nombrado Comandante en Jefe de las fuerzas republicanas. El historiador Francisco Pividal (Pividal, 2006) expone que "Briceño Méndez afirma que cuando Miranda aceptó el mando del Ejército exigió excluir de él al coronel Bolívar, porque dijo tratarse de ". Parece este un punto de inflexión en las relaciones personales, al menos públicas, de Miranda con Bolívar. Lo dudoso es el origen de tal desentendimiento entre dos hombres que se valoraban casi como alumno y maestro, e incluso compartieron residencia. La petición de excluir a Bolívar del Ejército fue desestimada por el congreso, y así el futuro Libertador pudo demostrar en combate su real valía, confirmado por el propio reconocimiento del general en carta al Gobierno.

Al cabo de un mes de feroces enfrentamientos, la ciudad volvió al independiente mando de la república. Aunque el Congreso se mostró satisfecho con la actuación del general, este tuvo que dar explicaciones por las férreas maneras de escarmiento, con las cuales sus detractores hacían similitudes con las de los jacobinos franceses. Miranda luego de tomada Valencia, precisó la pertinencia de seguir los combates para tomar los territorios en manos realistas, pero los diputados no aprobaron tal decisión, evidenciando sus limitaciones políticas, y estratégicas. Mientras en otras partes del territorio acaecían motines de los realistas.

Las fuerzas reaccionarias adictas al gobierno español se reunieron en torno a la figura del Capitán General de Venezuela, don Fernando Mijares. También, luego de salir victorioso para la parte realista el motín en la población de Siquisique, emergía como figura militar y futuro líder de la derrota a la República, el por aquel entonces capitán canario Domingo Monteverde.

Problemas a lo interno de la República

"Más se apresuró la época de recibirlas, cuando en el congreso federal se propuso, por algunos genios turbulentos, ansiosos de dominar en sus ciudades y provincias, la división de la de Caracas en pequeños estados, que debilitase más y más el gobierno federal, que por sí mismo no es fuerte" (Anon., 2010 )

Así escribía Bolívar en 1812 al Congreso de la Nueva Granada, durante su destierro luego de haberse producido la derrota de la Primera República en Venezuela. A posteriori el Libertador, aún con el fogaje del momento incierto y convulso, se dedicó a analizar las causas que a lo interno hicieron caer el primer intento de establecer la independencia en la América Hispana.

Los ricos hacendados mantuanos gobernaban, casi en mayoría, en el Congreso, y legislaban desde y para sus intereses, desplazando los reclamos sociales de pardos, indios y negros libertos o esclavos. La forma federativa posibilitó la estructuración de cuerpos administrativos que se encargaban más de asuntos locales que de la unión en pos de la independencia. Entre los diputados abundaba la pasividad y los entendimientos filantrópicos. La reacción no era atacada, mientras se apostaba por el convencimiento lógico de los pueblos al buen camino de la libertad.

Pero la vida social y económica de la República no despertaba admirados aplausos dentro de las clases más pobres, ni tampoco entre los que observaban con ojos atentos el devenir de los hechos. Las consecuencias de la guerra causaron enormes trastornos en las relaciones comerciales, y provocó el desabastecimiento de innumerables productos de importación.

La oligarquía mantuana se aprovechó y estableció un monopolio de precios abusivos, que sumieron en la pobreza a las clases desfavorecidas. Entre tanto el gobierno malgastaba el dinero en fiestas, extensivos salarios públicos, pensiones y gratificaciones, al mismo tiempo que emitía un papel moneda que fue el colmo de su entendimiento financiero, pues aquel dinero no poseía ningún respaldo en bienes, y los comerciantes se negaban a aceptarlo. La puntilla final era la frase que esgrimían los contrarrevolucionarios y realistas, "tantos desastres juntos no habían ocurrido ni en tiempos de España" (Pividal, 2006).

La derrota final, pero no definitiva…

Era 26 de marzo de 1812. Jueves Santo. Las iglesias estaban atestadas de feligreses. La tierra tembló profundamente. Y en sentido literal, un terremoto de magnitudes imponentes sacudió a Venezuela. Las cosas de la suerte son tremendas. Solo las poblaciones bajo el mando independentista sufrieron de víctimas mortales y afectaciones serias. Más de 10 mil muertos se contaron en Caracas y pueblos enteros quedaron reducidos a escombros. Incluso la casa de Miranda se desplomó. Una décima parte de la población venezolana pereció en el infausto incidente.

Los clérigos, motivados por los realistas, se lanzaron a las calles y sentenciaron en escucha pública que los motivos de tal fenómeno natural provenían de un desentendimiento con las divinas ordenanzas de obediencia al monarca español. Pero enérgica fue la actuación de Bolívar ese día, cuando desafió frente a un pueblo y una época religiosa hasta las entrañas, que la causa patriótica era más alta en providencia que la propia naturaleza.

El realista Domingo Monteverde aprovechó la ocasión y se lanzó y ocupó Valencia. En el caminó atendió proveerse soldados desesperados por la crítica situación en la república, y de igual manera aumentó considerablemente su parque bélico. La contrarrevolución se posicionaba a las puertas de Caracas, mientras los incidentes violentos y agitadores se acopiaban en todos los rincones del territorio.

La Junta Ejecutiva dicta decretos con severos castigos contra los traidores, pero nunca los cumplió cabalmente. Se designó al Marqués del Toro, nuevamente como Comandante de las Fuerzas Armadas de la República, aún persistía la desconfianza de los aristócratas sobre Miranda. Finalmente del Toro renuncia a su designación. Y sin confianza en su suerte, ni en sus armas, ni en su propio destino, el gobierno se hecha, en gesto desesperado, en las manos de Francisco de Miranda.

Para molestia de muchos en el Congreso, lo nombran con el grado de General en Jefe de la Armada de la Confederación venezolana (Generalísimo del Ejército), con poderes ilimitados, convirtiendo al viejo general en Dictador de Venezuela. De inmediato alista a militares extranjeros de experiencia, fundamentalmente de la Revolución Francesa, prometiéndoles la nacionalidad venezolana y sustento económico; bien es de entender que "el generalísimo quería hacer una guerra a la europea y no a la venezolana (no creo tampoco que existiese una guerra a la venezolana, por lo primigenio de la lucha). Aspiraba a prolongar la defensa más allá de todo límite razonable", (Pividal, 2006) . De ahora en adelante todo cuanto suceda será a causa de su sello y nombre, y deberá soportar las consecuencias que su alto estamento le impuso.

Simón Bolívar, ascendido a Coronel, se le encargó comandar el fuerte de Puerto Cabello, un emplazamiento importante en cuanto a municiones y posición estratégica. El futuro talón de Aquiles de la República.

Miranda convocó a la población venezolana a unírsele en la lucha contra los realistas. También impulsó las negociaciones con las potencias extranjeras, pero en vano hombres de su confianza llegaron hasta fronteras lejanas, pues Inglaterra y los Estados Unidos mantenían para decepción del Generalísimo, las mismas posturas de indecisión cínica y maquinadora. Francia y Rusia parecían las únicas dispuestas para el apoyo, sobretodo la primera por sus ansias de acabar con el dominio comercial de Inglaterra en América; pero las tropas nunca llegaron. Muchos acusaron a Miranda de querer vender a las potencias extranjeras el territorio venezolano, pero según Pividal (Pividal, 2006), nunca se han encontrado documentos que prueben tal teoría.

Al otro lado del frente, Monteverde se posicionó en Valencia y amagaba una ofensiva contra la capital. Miranda tiempo después, llegó con sus tropas al poblado de La Victoria, cercano a La Guaira y a Caracas. Comenzó entonces una serie de escaramuzas, de ataques y regresos. El Generalísimo se mostró indeciso en atacar directamente a Monteverde, incluso cuando este volteó la espalda en abierta retirada. A pesar de ello, la República contaba con superioridad numérica y las probabilidades se mostraban, al menos en cuentas, favorable a las intenciones de los independentistas.

Por esos días (el 4 de junio) se desató una insurrección de esclavos quienes impacientes y violentos se apoderaron de varias haciendas cercanas a la capital. Miranda se debatió en un dilema moral. Si no hacía nada, los esclavos podrían ocupar Caracas, y por otra parte si sofocaba violentamente la rebelión, contradeciría sus propios ideales de igualdad de los hombres.

Monteverde aprovechó la oportunidad y se lanzó contra La Victoria. El encarnizado combate arrojó como vencedores a los republicanos, y nuevamente el Generalísimo dejó escapar al militar español, quien se refugió desesperado en una finca de San Mateo.

La Historia puede a veces ser mordaz e implacable. Puede, incluso, burlarse de los grandes hombres. En el fuerte de San Felipe, en Puerto Cabello, el segundo jefe del regimiento, encargado en funciones por Bolívar, quien se había trasladado a la ciudad, traicionó a la República y entregó a los españoles prisioneros en los calabozos, una vez liberados, el control del fuerte. Bolívar trató con un puñado de hombre de revertir la situación, pero las circunstancias lo superaban. Mandó, pues, en inmediata carta auxilio al Generalísimo.

La noticia fue un escurrimiento eléctrico por todas las vértebras de Miranda. El fuerte más importante en manos de los españoles. Las deserciones aumentaban con los días. La moral tocaba escalones bajísimos. "Venezuela ha sido herida en el corazón", sentenció el Dictador. La República solo contaba con La Guaira, Caracas y La Victoria, pero aún superaba en números a los realistas, aunque las bajas eran constantes, "pasadas dos semanas de la caída de Puerto Cabello, de él ya habían desertado cerca de dos mil soldados", (Grigulevich, 1978).

La guerra es un arte de estrategia. De avanzadas y retiradas. De posiciones ofensivas y defensivas. De ataques y repliegues. Una pérdida no es el final. La guerra no tiene definitorias victorias ni derrotas, sino contantes proezas. Al menos así aprendió el hombre de cuarenta años que combatió en las frías regiones holandesas y belgas al mando de los ejércitos republicanos de la Revolución Francesa, y al menos así seguía entendiendo el arte de la guerra, el hombre de sesenta años que asumía la derrota y presentaba ante el Congreso de la Primera República de Venezuela la propuesta de Capitulación ante las tropas realistas de Monteverde; con la interna decisión de continuar luego, con las fuerzas repuestas y el apoyo de la Nueva Granada, la gesta independista.

Los generales jóvenes no aceptaron la rendición de la República, y estallaron en quejas y amenazas. Miranda con soberbia mandó arrestar a los insubordinados. El Generalísimo entendía la capitulación como un medio y no como término. Los acuerdos de la capitulación incluían la amnistía a los militares independentistas y la proclamación de los derechos defendidos en la Constitución republicana dictada en España en ese año. Pero Monteverde no cumplió nada. La represalia fue en extremo violenta.

Días antes de la firma de la Capitulación, el Generalísimo mandó embarcar en el barco inglés Sapphire (el mismo en el que Bolívar regresó de su misión en Londres) sus archivos personales y demás pertenencias. Su intención era marchar antes de la llegada de las tropas realistas. La noche antes de la salida se quedó en casa del Comandante del Puerto de La Guaira, Manuel de las Casas. A la residencia también llegaron oficiales y militares independentistas, entre ello Simón Bolívar. Tenaces acusaciones de los presentes fueron lanzadas contra Miranda, quien hastiado de las injurias, dio por terminada la noche y se fue a dormir.

"Indignados todos contra Miranda, resuelven prenderlo, unos, para poder embarcarse, otros para castigar al Generalísimo por su incalificable capitulación, y los menos, para acompañar a Bolívar en su proyecto de reacción" (Pividal, 2006).

En mitad de la noche el secretario despertó a Miranda, y este salió de la habitación. Bolívar le indicó sin preámbulos: "!Usted nos ha traicionado! ¡Queda arrestado!

El Generalísimo con la ayuda de las velas sondeó los rostros de quienes lo conjuraban a prisión. Y con la mirada severa de siempre, el pelo canoso, y la nariz incisiva, profirió: -¡Bochinche, bochinche, ésta gente no sabe hacer sino bochinche!- (Pividal, 2006).

Miranda se entregó sin más resistencia a los oficiales. La cárcel sería definitiva para él. Primero como prisionero de los últimos reductos institucionales de la república, y luego de los pérfidos generales españoles. Pasó por las cárceles de Puerto Cabello, El Morro en Puerto Rico y finalmente en La Carraca en España. ¡Fue increíble el espíritu de Francisco de Miranda! Sus propios subordinados lo entregaron a los realistas. Pero no retuvo odio a nadie por eso. El agua hedionda de las mazmorras de La Guaira llegó hasta sus tobillos. Muchos se hubieran rendido al desconsuelo. Pero sin desilusión ni resquebrajamientos cuando tuvo la oportunidad, redactó cartas para que se cumplieran las condiciones de la capitulación. Y hasta se detuvo a escribir sobre las pésimas condiciones de las cárceles como si fuera un velador del derecho y la dignidad humana, mientras los grilletes atrapaban sus muñecas y cuello.

Nunca desistió Miranda de recomenzar la lucha por la independencia, a pesar de sus avanzados años. Discutió en cartas y planeó varias veces su fuga. Pero la muerte le apagó bruscamente sus esperanzas. A los 66 años murió el Precursor de la Independencia, el Venezolano Universal. El pintor Arturo Michelena inmortalizó en un cuadro de filosófico realismo la escena final del general. Pensativo, desilusionado, tirado en soledad sobre una cama sucia de prisión. Su misión histórica había terminado. Pero no la misión del hombre americano de ser libre.

Monteverde una vez en posesión de todo el territorio venezolano, explicó en carta al Consejo de Regencia que gracias a la acción del comandante del puerto Manuel de las Casas, del gobernador civil Miguel Peña, y del coronel Bolívar, se le dio prisión a Miranda. En el momento en que Bolívar acudió, por mediación de un amigo suyo, a recoger de manos de Monteverde el pasaporte para salir del país, el español felicitó al caraqueño por su servicio al rey, y este en franco disgusto explicó que no lo había hecho por fidelidad a rey alguno, sino que dio prisión a un traidor de la patria. Bolívar con bravío gesto le indicó al mentiroso europeo que no claudicaría.

Así marchó al destierro. Pero nunca descansó, a pesar de las derrotas, hasta libertar a todo el continente suramericano y convertirse para la posteridad en El libertador. "Volvió un día a pelear, con trescientos héroes, con los trescientos libertadores. Libertó a Venezuela. Libertó a la Nueva Granada. Libertó al Ecuador. Libertó al Perú. Fundó una nación nueva, la nación de Bolivia. Ganó batallas sublimes con soldados descalzos y medio desnudos". Aunque queda del final de la Primera República de Venezuela un amargo sabor. Una incertidumbre. "Parecía que en el último acto del drama de la historia había sacado a escena las más bajas pasiones humanas: la traición y el miedo, la venganza y la perfidia. Confundió en un nudo de víboras a amigos y enemigos, y manchó a todos con procederes indignos o injustificados" (Grigulevich, 1978).

"Miranda, que en su capitulación con Monteverde desconoció el vigor continental e inextinguible de las fuerzas que estaban en sus manos, no cometió más falta que ésta. Era él anciano, y los otros jóvenes; él reservado, y ello lastimados de su reserva; él desconfiado de su impetuosidad, y de su prudencia ellos; quebraron al fin el freno que de mal grado habían tascado, y creyeron que castigaban a un traidor, allí donde no hacían más que ofender a un gran hombre" José Martí, (Pividal, 2006).

Ante la decepción momentánea y la tristeza de los hijos que quieren saber toda la verdad, acude quien recién llegado a Caracas no hiciera cosa antes que echarse a llorar frente a la estatua del Libertador, "el viajero hizo bien, porque todos los americanos han de querer a Bolívar como a un padre. A Bolívar y a todos los que pelearon como él porque la América fuese del hombre Americano (…) Se les deben perdonar sus errores porque el bien que hicieron fue más que sus faltas".

Bibliografía

Anon., 2010 . Documentos de Simón Bolívar. segunda ed. La Habana: Casa de las Américas.

Fernandez Muñiz, Á. M., 2008. Breve historia de España. Segunda ed. La Habana: Ciencias Sociales.

Grigulevich, J., 1978. Francisco de Miranda y la lucha por la liberación de la América Latina. primera ed. La Habana: Casa de Las Américas.

Martí, J., 1962. La Edad de Oro. La Habana: s.n.

Pividal, F., 2006. Bolívar, pensamiento precursor del antimperialismo. segunda ed. Caracas: FIDES.

Pividal, F., 2006. Bolívar, primeros pasos hacia la universalidad. primera ed. Caracas: FIDES.

 

 

Autor:

Alejandro Madorrán Durán.

Estudiante de Periodismo. Facultad de Comunicación.
Universidad de La Habana

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