Monografias.com > Sin categoría
Descargar Imprimir Comentar Ver trabajos relacionados

Escritos de Juan (página 10)



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11

Nosotros preferimos ver el libro como algo unitario. Los
duplicados habría que atribuirlos, más bien, al
estilo del autor que usa una serie de recursos tales como
anticipaciones, ondulaciones, recapitulaciones, periodicidad en
las antítesis. El orden del libro no tiene por qué
coincidir con el orden lógico del exegeta. Además,
"estaríamos errados si pensamos que el Apocalipsis
debería contener una férrea lógica
aristotélica, pues un apocalipsis con lógica es una
contradicción en términos".
[14]

Hay claramente un prólogo (1,1-3) y un
epílogo (22,6-21). El centro del libro consta de dos
partes de desigual longitud. La primera consiste en una
visión preparatoria y un conjunto de siete cartas
proféticas a las siete Iglesias (Ap 1,4-3,22). La segunda
parte, con mucho la más larga (4,1-22,15) es la que
resulta más difícil de estructurar. "Hay casi
tantos bosquejos como intérpretes".[15] Hay
duplicaciones y repeticiones. Hay bloques independientes sin
relación con el contexto, como pueden ser el de los dos
testigos (11,1-13) o el jinete en el caballo blanco (14,6-12).
Hay a la vez progreso y circularidad.

Atendiendo a indicios literarios, la división
más fácil y más clara es la que divide el
libro en septenarios concéntricos. Tras la visión
inicial (1,9-20), están las siete cartas a las Iglesias
(2,1-4,11). Luego vendría la apertura de los siete sellos
(5,1-8,1), el sonido de las siete trompetas (8,2-14,5), la
efusión de las siete copas (14,6-19,10), y la
contemplación de las siete visiones
(19,11-22,5).[16] Después de cada una de
estas partes hay una liturgia final en el cielo. Tras las siete
cartas (4,1-11), tras los siete sellos (7,9-17), tras las siete
trompetas (14,1-5), y tras las siete copas (19,1-8). El
último septenario de las visiones no incluye liturgia
final, porque en la Jerusalén del cielo ya no hay ni
templo ni altar (21,22)

Atendiendo al contenido, son frecuentes las divisiones
binarias que distinguen dos apocalipsis distintos, uno más
vago y otro más preciso, según el modelo
profético que distinguía los oráculos contra
Israel y los oráculos contra las naciones paganas. 4-11 se
referiría a las relaciones con Israel, y 12-21 a las
relaciones con el imperio romano. Lo mismo que el juicio de Dios
sobre Israel ya tuvo lugar con la destrucción de
Jerusalén, así también se anticipa el
triunfo final de Dios sobre Babilonia (Roma) en la
destrucción de la ciudad. El punto divisorio entre ambos
Apocalipsis sería 12,1.

El primero estaría modelado en apocalipsis
judíos, como los de Daniel y Joel. En cambio la segunda
parte se inspiraría más en Ezequiel. Las primeras
visiones tienen al éxodo como trasfondo y recuerdan la
liberación de Israel de Egipto y el cántico de
Moisés. Las siguientes visiones tienen más bien
lugar en la tierra y describen la situación actual de la
Iglesia en el contexto del imperio romano.

E) ESTRUCTURA DEL
APOCALIPSIS

Frontispicio (1,1-3): Origen, contenido,
transmisor, finalidad del libro, exhortación

Prólogo de la carta (cap. 1,4-8)
Diálogo litúrgico-. Autor, destinatarios,
saludo y augurio de gracia. Origen trinitario de la gracia y la
paz. Doxología.

Primer septenario: las siete cartas
(1,9-3,22)

Visión inicial introductora (1,9-20). Contexto y
desarrollo de la visión. Cristo en medio de la Iglesia,
entre los siete candeleros. Descripción de Jesús
glorioso. Explicación de la visión y encargo de
escribir las siete cartas.

Las siete cartas a las siete Iglesias de la provincia de
Asia: Éfeso (2,1-7), Esmirna (2,8-11), Pérgamo
(1,12-17), Tiatira (2,18-20), Sardes (3,1-6), Filadelfia
(3,7-13), Laodicea (3,14-22).

Segundo septenario: los siete sellos
(4,1-8,1)

Visión inicial introductoria
(4,1-5,14)

El trono de Dios, los 4 vivientes y los 24 ancianos
(4,1-11), El libro y sus sellos (5,1-5), El Cordero ante el trono
toma el libro (5,6-7).

Liturgia de alabanza: Himnos a Dios y al
Cordero (5,8-14).

Apertura de los siete sellos (6,1-8,1)

Apertura de los seis primeros sellos (6,1-17)

Marcación de los elegidos en la frente
(7,1-8),

Liturgia de alabanza de multitud inmensa
(7,9-12), Los mártires con vestiduras blancas
(7,13-17).

Apertura del séptimo sello (8,1)

Tercer septenario: Las siete trompetas
(8,2-11,10)

Visión inicial introductoria: los siete
ángeles, altar con brasas, perfumes (8,2-5).

Las cuatro trompetas primeras (8,6-12): fuego, sangre,
agua amarga, sombras

Los tres ayes: (8,13)

Primer Ay (9,1-12) = Quinta trompeta (las
langostas):

Segundo Ay (9,13-11,13) = Sexta trompeta (jinetes y
caballos)

Los siete truenos: el testimonio profético
cristiano y el librito (10,1-11,13)

El libro abierto devorado y la misión de
profetizar (10,1-11)

Los dos testigos: su vida, muerte y resurrección
(11,1-13)

Tercer Ay (11,14-19) = Séptima
trompeta

Liturgia ante el santuario: El arca de la
alianza (11,15-19).

Los signos: La comunidad cristiana enfrentada con
el Imperio romano

Visión de la mujer con su hijo y el dragón
(12,1-4). El hijo es arrebatado al cielo y la mujer es conducida
al desierto (12,1-6).

Batalla entre Miguel y el Dragón. El
Dragón arrojado del cielo a la tierra (12,7-9).

Liturgia de alabanza (12,10-12).

El Dragón en tierra persigue a la mujer y hace la
guerra contra sus otros hijos (12,13-17).

La Bestia que viene del mar recibe su poder del
dragón (13,1-10)

La Bestia que viene de la tierra al servicio de la
primera, es el falso profeta (13,

11-18)

El acompañamiento del Cordero
(14,1-15,4).

Los cinco ángeles: Anuncio del juicio. Siega y
vendimia (14,6-20).

Liturgia de alabanza: Cántico de
Moisés y del Cordero (15,1-4).

Cuarto septenario: Las siete copas: Castigo de
Babilonia (15,5-19,10)

Visión de los siete ángeles con las siete
copas o plagas (15,5-8)

Descripción de las siete copas
(16,1-21)

Úlceras (16,1-2), mar convertido en sangre
(16,3), ríos convertidos en sangre (16, 4-7); calor
abrasador (16,8—9), tinieblas sobre el trono de la Bestia
(16,-10-11), Éufrates seco y tres ranas (16,12-16),
ciudades despedazadas y pedrisco (16,17-21)

El castigo de Babilonia (17,1-19,10)

Visión de la gran Ramera (Roma) y su simbolismo
(17,1-18)

El ángel anuncia el juicio sobre Babilonia
(18,1-3)

Huída del pueblo de Dios (18, 4-8)

Lamentación por la caída de la gran
Babilonia (18,9-24)

Cánticos triunfales en el cielo
(19,1-10). Los tres Aleluyas.

Combates escatológicos, derrota final del
Dragón, juicio a las naciones (19,11-20,15)

Primer combate escatológico: (19,1-21)

Cristo como jinete (19,11-16), un ángel invita a
las aves carroñeras (19,17-18)

El combate, la Bestia y el profeta arrojados al lago de
fuego (19,19-21)

El Dragón encadenado por mil años
(20,1-3)

El reino de mil años: (20,4-6)

Segundo combate escatológico y Juicio de las
naciones (20,7-15)

Batalla de Gog y Magog. Dragón, Bestia y profeta
arrojados al lago de fuego

La Jerusalén futura
(21,1-22,15)

Primera visión de la Jerusalén del cielo
(21,1-8)

Segunda visión de la Jerusalén
mesiánica (21,9-26)

Visión del nuevo paraíso
(22,1-5).

Epílogo: (22, 6-21)

Promesa de la venida de Jesús
(22,6-15)

Resumen del mensaje y exhortación
(22,16-21)

F) LAS CARTAS A LAS SIETE
IGLESIAS

Monografias.com

Los capítulos 2 y 3 del libro del Apocalipsis
contienen siete cartas dirigidas a siete comunidades o "Iglesias"
situadas en entorno de la gran urbe de Éfeso, capital de
la provincia romana de Asia y una de las cinco ciudades
más grandes del Mediterráneo. Vemos la naturaleza
de la Iglesia particular, que no es simplemente una parte de la
Iglesia total, sino que es un microcosmos eclesial que tiene su
propia autosuficiencia. La Iglesia entera se hace presente en
cada una las iglesias particulares. Sin embargo cada iglesia
tiene sus características propias, sus virtudes y sus
defectos, y necesita palabras proféticas distintas que se
acomoden a su situación eclesial. La primera de las cartas
va obviamente dirigida a la capital, Éfeso. Todas las
otras ciudades, a excepción de Filadelfia, eran ciudades
importantes.

Por una parte estos dos capítulos se diferencian
claramente del resto del libro. Y, sin embargo, son inseparables
de todo el conjunto del Apocalipsis. Porque, de una parte, la
mención de los atributos de Jesucristo, al comienzo de
cada una de las cartas, está tomada de la visión
inaugural [Ap 1,13-18]; de otra parte, las promesas con que
termina cada epístola resultan incomprensibles si no se
tiene presente el final del Apocalipsis [Ap 21-22], que da la
explicación de símbolos como el «árbol
de la vida» y la «nueva Jerusalén». El
mismo Cristo, que en Ap 1,11 había ordenado al profeta
escribir cuanto viere, es el mismo que ahora dicta a San Juan
estas epístolas dirigidas a las siete iglesias.

1.- Estructura de las cartas

Las cartas a las siete iglesias -se trata más
propiamente de un único gran mensaje articulado en siete
partes- están todas ellas corresponden a un esquema
literario refinado:

dirección,

1º)-autopresentación de Cristo (esto dice el
que … : recuerda al Antiguo Testamento: así habla YHWH
… ),

2º)-juicio sobre cada iglesia con una
valoración de los elementos positivos y negativos (conozco
tus obras),

3º)-una exhortación particular (recuerda, no
temas, a ver si te enmiendas … ),

4º)-una exhortación general (quien tenga
oídos, oiga lo que dice el Espíritu a las
iglesias),

5º)-y la promesa de un don con perspectivas
escatológicas (al que salga vencedor le
concederé).

En ellas es siempre Cristo -el Cristo de la experiencia
inicial- el que habla en primera persona. Se dirige a su Iglesia,
la juzga y purifica con sus palabras, ocupándose de su
vida interna.

El mensaje, dirigido a cada una de las iglesias, tiene
un alcance general y perenne: va dirigido a la totalidad (siete)
de las iglesias. Las alusiones a situaciones particulares quedan
universalizadas mediante el simbolismo de los nombres (Jezabel,
probablemente los nicolaítas… ). Es la palabra viva de
juicio, de purificación, de exhortación, que dirige
Cristo a su iglesia de todos los tiempos.

2.- Objetivo de las cartas para ayer y para
hoy

Toda esta riqueza de contenido de las cartas tiene una
finalidad: sostener a los cristianos en la hora difícil de
la prueba que están pasando: la persecución. La
victoria de Cristo a través del martirio es el gran
argumento para mantener viva la esperanza y la fortaleza del
cristiano. Esa fidelidad cubre dos frentes: fidelidad al
Evangelio en el amor práctico y en la pureza de
costumbres, manteniéndose alejado de la seducción
de las doctrinas aberrantes de gnósticos y paganos;
fidelidad a Cristo hasta la muerte, negándose a la
idolatría y a las exigencias del culto al emperador como
dios. El cristiano, fiel hasta la muerte, espera la corona de la
vida.

La Palabra de Dios permanece para siempre. El mensaje de
las cartas del Apocalipsis es para todos los tiempos, y muy
especialmente para los tiempos difíciles. La doctrina de
los nicolaítas y la seducción de Jezabel tiene hoy
su continuidad en el hedonismo y agnosticismo de la sociedad
consumista. La idolatría del culto al emperador se traduce
hoy en la tiranía de otros ídolos. La
persecución cruenta subsiste en muchos lugares, y en los
demás es sustituida por una persistente campaña de
descristianización y de pérdida del sentido de
Dios. El nombre de Dios es blasfemado o silenciado, y no es
reconocido su dominio sobre la creación. La vida
pública renuncia a los signos que expresan su
reconocimiento de Dios, Padre y origen del hombre.

En estas circunstancias no deja a la vez de ser cierto
que el Señor tiene en cada Iglesia un número de
fieles que no han manchado sus vestidos (3,4) ni conocen los
secretos de Satanás (2,34). Antes al contrario, guardan la
Palabra del Señor (3,8) y viven la plenitud de la vida
cristiana: la caridad, la fe, el espíritu de servicio, la
paciencia en el sufrimiento (2,19). Otros, en cambio,
están a punto de morir (3,2) o caminan en la ceguera
espiritual (3,17).

El Apocalipsis, y concretamente las siete cartas,
contienen un mensaje de aliento a los cristianos que permanecen
fieles: «al vencedor le daré la corona de la
vida» (2,10). A la vez son una seria advertencia a los que
están a punto de perder la fe: Jesús les ofrece el
colirio que puede devolverles la visión de la fe (3,18).
El Señor llama a su puerta solicitándoles dejarle
entrar en su vida; les invita a su amistad, a la cena de amor
(3,20), que llene de sentido su existencia. A todos, Cristo Rey
les invita a ser fieles para sentarse con Él en su trono,
como Él venció y se sentó con el Padre (cf.
3,21). El mensaje del Apocalipsis es de triunfo, un triunfo
conseguido a través de la fidelidad, es decir, de
mantenerse firmes en el pilar de la Palabra divina, de vencer las
asechanzas del tentador.

3.- La doctrina de las cartas

La doctrina de las cartas presenta muchas semejanzas con
el resto del Nuevo Testamento, especialmente con los
sinópticos, con las epístolas a los Tesalonicenses,
Colosenses, con la epístola de Santiago y la 1ª Pe.
La cristología se presenta ya muy avanzada, sobre todo en
la afirmación clara de la divinidad de Jesús. El
objeto principal de las promesas -a semejanza del cuarto
evangelio-es la vida de la gracia, la vida eterna del Evangelio,
comenzada ya en este mundo y que se completará en la
gloria.

4.- Sinopsis de las siete cartas: Esquema
literario

* Título con el que Cristo se presenta / *
Aprobación / * Reprensión / * Advertencia /*
Promesa al vencedor

7 Iglesias

Título con el que se presenta
Cristo

1. Éfeso

Ap 2,1

Esto dice el que tiene las siete estrellas en su
diestra

El que camina en medio de los siete candelabros de
oro.

2. Esmirna

Ap 2,8

Esto dice el Primero y el último

El que estuvo muerto y ha vuelto a la
vida.

3. Pérgamo

Ap 2,12

Esto dice el que tiene la espada aguda de doble
filo

4. Tiatira

Ap 2,18

Esto dice el Hijo de Dios. el que tiene sus ojos
como llamas de fuego

y sus pies como de bronce
bruñido

5. Sardes

Ap 3,1a

Esto dice el que tiene los siete espíritus
de Dios

y las siete estrellas.

6. Filadelfia

Ap 3,7

Esto dice el Santo y el Verdadero

El que tiene la llave de David

7. Laodicea

Esto dice el Amén, El testigo Fiel y Veraz,
El principio de la creación de Dios

Los títulos cristológicos, se concentran
especialmente en estos dos capítulos de las cartas, pero
son también muy abundantes en todo el
Apocalipsis:

Monografias.com

7 Iglesias

Aprobación

1. Éfeso

Ap 2,2-3

Conozco tus obras, tu fatiga, tu perseverancia,
que no puedes soportar

a los malvados, y que has puesto a prueba a los
que se llaman apóstoles,

pero no lo son, y has descubierto que son
mentirosos

Tienes perseverancia y has sufrido por mi nombre,
y no has desfallecido.

2. Esmirna

Ap 2,9

Conozco tu tribulación y tu pobreza (aunque
eres rico) y las calumnias

de los que se llaman judíos, pero no son
sino Sinagoga de Satanás.

3. Pérgamo

Ap 2,13

Sé que habitas donde está el trono
de Satanás; pero mantienes mi nombre

Y no has renegado de mi fe, ni siquiera en los
días de Antipas, mi testigo fiel,

a quien han dado muerte entre vosotros, ahí
donde Satanás habita.

4. Tiatira

Ap 2,19

Conozco tus obras, tu amor, tu fe, tu servicio, tu
perseverancia,

Que tus obras últimas son mejores que las
primeras.

5. Sardes

Ap 3,1b-2

Conozco tus obras, tienes nombre como de quien
vive, pero está muerto

Sé vigilante y reanima lo que te queda y
que estaba a punto de morir,

Pues no he encontrado tus obras perfectas delante
de mi Dios.

6. Filadelfia

Ap 3,9a

Conozco tus obras: he dejado delante de ti una
puerta abierta que nadie

puede cerrar, porque, aun teniendo poca fuerza,
has guardado mi palabra,

y no has renegado de mi nombre.

Mira, voy a entregarte algunos de la sinagoga de
Satanás, los que se llaman judíos y no lo
son, sino que mienten.

7. Laodicea

El personaje que habla, conoce perfectamente las
cristiandades a las cuales se dirige.

Primero comienza alabando las cosas buenas de cada
comunidad, antes de enumerar sus reproches. Curiosamente la
ciudad de Laodicea es la única de la que el profeta no
tiene nada bueno que decir. Era un importante centro de
carreteras, célebre por su actividad comercial y por sus
hombres de negocios. El profeta la acusa por su orgullo, por
creerse rica y suficiente.

No flota en ninguna parte el odio, antes al contrario,
en cada momento se vislumbra el amor del buen pastor que conoce a
sus ovejas. La suma prudencia en justipreciar lo bueno y lo malo,
en proponer remedios y castigos equilibrados y
pedagógicos, la misma gradación psicológica
en la formulación de los mensajes, con respeto sumo a la
libertad individual, pero con absoluta firmeza en las verdades y
procederes del evangelio, hacen de estas cartas un modelo de
divino humanismo.

La intención de las siete cartas es preparar a la
Iglesia para la gran prueba que va a comenzar. La lucha exterior
que se avecina contra los enemigos de la fe y de la fidelidad a
Cristo y su mensaje exige una vida interior genuinamente
cristiana. Es ésta una de las grandes lecciones de las
siete cartas, apta para todos los tiempos.

7 Iglesias

Reprensión o
amonestación

1. Éfeso

Ap 2,4

Pero tengo contra ti que has abandonado tu amor
primero

2. Esmirna

3. Pérgamo

Ap 2,14-15

Pero tengo algo contra ti: tienes ahí a los
que profesan la enseñanza de

Balaam, el que enseñó a Balac a
poner tropiezos a los hijos de Israel,

A comer de lo sacrificado a los ídolos y a
fornicar.

De la misma manera también tú tienes
a los que profesan igualmente

la doctrina de los nicolaítas.

4. Tiatira

Ap 2,20

Pero tengo contra ti que permites a esa mujer
Jezabel, que se llama

profetisa, enseñar y engañar a mis
siervos a fornicar

y comer de lo sacrificado a los
ídolos.

5. Sardes

Ap 3,3

Acuérdate de cómo has recibido y
escuchado mi palabra, y guárdala

y conviértete.

6. Filadelfia

7. Laodicea

Ap 3,15-19

Conozco tus obras: no eres ni frío, ni
caliente. ¡Ojalá fueras frío o
caliente!

Pero porque eres tibio, ni frío ni
caliente, estoy a punto de vomitarte

de mi boca, Porque dices «Yo soy rico, me he
enriquecido, y no tengo

necesidad de nada» y no sabes que tu eres
desgraciado, digno de lástima,

pobre, ciego y desnudo. Te aconsejo que me compres
oro acrisolado

al fuego para que te enriquezcas; y vestiduras
blancas para que te vistas

y no aparezca la vergüenza de tu desnudez; y
colirio para untarte los ojos

a fin de que veas.

De nuevo encontramos que la diatriba más fuerte
va dirigida contra la comunidad de Laodicea, aquella de la que no
tuvo nada bueno que decir. El jucio de Cristo sobre esta Iglesia
es particularmente severo. Pero nace del amor y está
abierto a la posibilidad de la conversión, que es
precisamente lo que propicia con esta denuncia.

Los personajes hostiles como Jezabel y Balaam tienen sin
duda nombres simbólicos que aluden a personajes negativos
del Antiguo Testamento. Jezabel, esposa de Acab, es paradigma de
maldad y de idolatría. Designa a un grupo de creyentes en
Tiatira que buscan un mayor diálogo con el
paganismo.

Las cartas tienen en cuenta las diversas situaciones de
la Iglesia respectiva. Podemos encontrar en cada Iglesia "una
Iglesia ferviente, una Iglesia que está cansada, otra que
se ve marginada por las otras iglesias, o se cerró sobre
sí misma, otra que flaquea bajo la presión de
circunstancias negativas, etc".[17]

7 Iglesias

Advertencias

1. Éfeso

Ap 2,5-6

Acuérdate, pues, de dónde has
caído, conviértete y haz las obras
primeras

Si no, vendré a ti y removeré tu
candelabro, si no te conviertes

Con todo, tienes esto a favor: que aborreces las
obras de los nicolaítas

que yo también aborrezco

2. Esmirna

Ap 2,10

No tengas miedo de lo que vas a padecer. Mira, el
diablo va a meter

a alguno de vosotros en la cárcel, para que
seáis tentados durante

diez días. Sé fiel hasta la muerte y
te daré la corona de la vida.

3. Pérgamo

Ap 2,16

Conviértete, pues, si no vendré
pronto a ti y combatiré contra ellos

con la espada de mi boca.

4. Tiatira

Ap 2,21-25

Yo le he dado un tiempo para que se convierta,
pero no quiere convertirse

de su fornicación. Mira, voy a postrarla en
cama, y a los que adulteren

con ella los someteré a una gran
tribulación, si no se convierten de sus

obras; y a sus hijos heriré de muerte; y
todas las iglesias conocerán que yo

soy el que sondea entrañas y corazones, y
os daré a cada uno según

vuestras obras. Pero a vosotros, los demás
de Tiatira, a cuantos no profesáis

esta doctrina, los que no habéis conocido
las profundidades de Satanás,

como ellos las llaman, os digo: no os impongo otra
carga.

Sólo que mantengáis lo que
tenéis hasta que yo vuelva.

5. Sardes

Ap 3,3-5

Si no vigilas, vendré como ladrón y
no sabrás a qué hora vendré sobre
ti.

Pero tienes en Sardes unas cuantas personas que no
han manchado sus

vestiduras, y pasearán conmigo en blancas
vestiduras, porque son dignos.

6. Filadelfia

Ap 3.9b-11

Mira, los haré venir y postrarse ante tus
pies para que sepan que yo te he

amado. Porque has guardado mi consigna de
perseverancia, yo también te

guardaré de la hora de la tentación
que va a venir sobre todo el mundo,

para tentar a los habitantes de la tierra. Mira,
vengo pronto.

Mantén lo que dices, para que nadie se
lleve tu corona.

7. Laodicea

Ap 3,20

Mira, estoy de pie a la puerta y llamo. Si alguien
escucha mi voz y abre

la puerta, entraré en su casa y
cenaré con él y él conmigo

Como podemos observar, fundamentalmente esta es la parte
exhortativa de las cartas. La primera exhortación es a
convertirse, y una invitación a arrojar fuera todo temor.
La exhortación va acompañada en algunos casos de
una amenaza de lo que podría suceder si esa
invitación a la conversión es rechazada. Se
ambienten las exhortaciones en la certeza del próxima
venida del que "viene pronto", y "viene como ladrón" a la
hora en que menos se espera.

Las 7 iglesias

El que tenga oídos que oiga lo que el
Espíritu dice a las iglesias

y la promesa al
Vencedor

1. Éfeso

Ap 2,7

Al vencedor le daré a comer del
árbol de la vida,

que está en el paraíso de
Dios

2. Esmirna

Ap 2,11

El vencedor no sufrirá daño de la
muerte segunda.

3. Pérgamo

Ap 2,17

Al vencedor le daré el maná
escondido, y una piedrecita blanca, y

escrito en ella un nombre nuevo, que nadie conoce,
sino aquel que lo recibe

4. Tiatira

Ap 2,26-29

Al vencedor, que cumpla mis obras hasta el final,
le daré autoridad

sobre las naciones y las pastoreará con
cetro de hierro y se quebrarán

como vasos de loza, como yo lo he recibido de mi
Padre;

Y le daré la estrella de la
mañana.

5. Sardes

Ap 3,5-6

El vencedor será vestido de blancas
vestiduras, no borraré su nombre

del libro de la vida y confesaré su nombre
delante de mi Padre

y delante de sus ángeles.

6. Filadelfia

Ap 3,12-13

Al vencedor le haré columna en el Templo de
mi Dios y nunca más saldrá

Fuera. Escribiré sobre él, el nombre
de mi Dios, el nombre de la ciudad

de mi Dios, la nueva Jerusalén, la que
desciende del cielo de junto a mi

Dios, y mi nombre nuevo

7. Laodicea

Ap 3,21-22

Al vencedor le concederé sentarse conmigo
en mi trono,

Como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en
su trono

El septenario de cartas, como los otros septenarios
termina con una solemne liturgia celestial (Ap 4,1-11), con un
himno antifonal en el que se van alternando los cuatro animales y
los 24 ancianos. Esta liturgia es otro de los vínculos que
une las siete cartas con el resto del libro.

G) LECTURA ACTUAL DEL
APOCALIPSIS

Para leer con provecho el Apocalipsis ahora hay que
situarlo en su época histórica. Sabremos
cómo puede responder a los problemas de nuestra
época cuando comprendamos cómo respondía a
los problemas de su época. Es el período de
perturbaciones qué marca el comienzo del enfrentamiento
entre la naciente religión cristiana y el Imperio
Romano.

Los primeros escritos del NT simpatizan con el Imperio,
quizás porque entonces los enemigos del cristianismo
naciente son los judíos. Los evangelios muestran claras
simpatías hacia las figuras de los centuriones. San Pablo
pedía oraciones por el emperador y se preciaba de ser
ciudadano romano. En varias ocasiones los romanos salvaron a los
cristianos de manos de los judíos, como le sucedió
a Pablo.

Todo cambia cuando empiezan las persecuciones. La de
Nerón fue sólo un episodio anecdótico en la
ciudad de Roma. Los historiadores discuten mucho sobre si se
puede hablar de una verdadera persecución en tiempo de
Domiciano, o si habría que considerar que la primera
persecución general contra los cristianos fue la de
Trajano, a comienzos del siglo II. El testimonio más
antiguo de esta supuesta persecución de Domiciano es de
Eusebio de Cesarea[18]ya en el siglo IV que
interpretó la estadía de Juan en Patmos como un
destierro. Es cierto que Domiciano se hizo proclamar como dominus
deus, señor dios, pero no consta que persiguiese a los que
no admitiesen su divinidad. En el propio Apocalipsis no se habla
de más mártir que Antipas (Ap 2,13) en la ciudad de
Pérgamo.

En cualquier caso, lo que sí es cierto es que
aunque no hubiese una persecución oficial y generalizada
no faltarían en las provincias hostigamientos contra los
cristianos por parte de gobernadores celosos de la honra del
emperador. Tácito y Suetonio se refieren a los cristianos
en términos altamente despectivos y dicen que eran
notorios por sus abominaciones y supersticiones. Su negativa a
dar culto al emperador era interpretada como un delito de alta
traición contra la ideología del estado. La
persecución abierta que estalló poco después
en el imperio de Trajano ya se estaba incubando un clima adverso.
Con un sentido profético el Apocalipsis percibe ya en el
hostigamiento presente la semilla de futuras persecuciones y
denuncia ya la dinámica perversa del imperio que
llevará ineluctablemente a dicha persecución. A
partir de entonces Roma será la bestia negra, la nueva
Babel, la prostituta que se embriaga con la sangre de los
mártires de Jesús.

Hasta entonces los cristianos habían procurado
mantener un perfil bajo en el imperio, invitando a sus miembros a
someterse a las instituciones políticas, al emperador y a
los gobernadores (1 P 2,13.17). La primera carta a Timoteo pide
que se hagan oraciones por reyes y todos los constituidos en
autoridad (1 Tm 2,2). Ya Pablo había llamado a los
funcionarios corruptos del imperio "funcionarios de Dios" y
exhortaba a los cristianos a obedecerles (Rm 13,1-4). Sin embargo
en el Apocalipsis se descubre ya un clima de abierta
confrontación contra el imperio, lo que se ha dado en
llamar una "literatura de resistencia de los oprimidos" o "la
más poderosa pieza literaria de resistencia
política del período del temprano
imperio".[19]

Para consolar y fortalecer a los cristianos que se
sienten aplastados por el imperio, el Apocalipsis viene a hablar
de la victoria de Cristo que ya ha tenido lugar. La batalla
definitiva ya ha sido ganada, aunque todavía
continúe la guerra. El Apocalipsis ofrece una
teología de la historia, en el enfrentamiento de las dos
ciudades, Babilonia y la Jerusalén que desciende del
cielo, en los distintos "rounds" que se van repitiendo en los
diversos contextos históricos.

El creyente de hoy tiene que estar atento para localizar
en el panorama político y social de hoy día
cuáles son las nuevas encarnaciones de esas Bestias
temibles que están al servicio del Dragón
(Satanás). A esto se le llama contextualizar la lectura en
la propia situación sociopolítica y religiosa. La
primera bestia representa al imperio romano, que como tal,
desapareció hace siglos, pero ha sido sustituido por
nuevas encarnaciones tales como los totalitarismos globalizadores
(13,1-5). En ella podemos identificar a todo cuanto hay de
inhumano en nuestra configuración social. Encarna un
sistema y no tanto un estado o un grupo político concreto.
A su servicio tiene una segunda bestia que es la religión
imperial, el culto al emperador (13,11-15). Esta segunda Bestia
no tiene una apariencia tan terrible como la anterior. Es taimada
y seductora, hace grandes señales. Pone una marca en la
frente para que nadie sin ella pueda comprar o vender (13,17).
Son los ídolos de nuestra sociedad consumista, la
religión del mercado que reemplaza el culto al Dios
verdadero.

Hay dos cosas que dificultan la sintonía con el
libro al cristiano medio de hoy. El libro está dirigido a
una comunidad oprimida, perseguida, en el exilio. Se han
confiscado sus bienes. Muchos miembros han muerto o andan huidos
por los montes. El anuncio de un fin, de una revolución
global y cósmica es un anuncio gozoso para el que no tiene
nada que perder, y sí todo que ganar. En cambio el
cristiano burgués  de nuestra época
está muy instalado; le va muy bien en esta vida; tiene
mucho que perder. No le gusta oír hablar de revoluciones.
No tiene prisa porque vuelva Cristo. No pronuncia con verdadero
deseo las palabras Maranatha. Desde ahí es muy
difícil sintonizar con el Apocalipsis ni
comprenderlo.

Relacionada con esto hay una segunda dificultad: el
cristiano medio no lee los periódicos; si acaso el
Líbero o revistas del corazón como Luces. No se
interesa por la política internacional. Se preocupa
sólo de que su niño tiene paperas, o su niña
se va a examinar de selectividad. No le dice nada la
política de bloques, o el enfrentamiento Norte-Sur, o la
amenaza nuclear, o el progresivo endeudamiento de los
países pobres, o el nihilismo de la postmodernidad. Desde
esta apatía política y esta preocupación
exclusiva por los problemas domésticos del ámbito
familiar, es difícil también entrar en
sintonía con la teología de la historia y la
grandiosa visión del Apocalipsis, cuando habla del
enfrentamiento cósmico entre el bien y el mal.

 

G) LA TEOLOGIA DEL
APOCALIPSIS

1) Cristología

El centro del mensaje del Apocalipsis es Jesucristo: Rey
de reyes y Señor de los señores (17,14; 19,16); el
cordero muerto y glorificado (5,6.12); el Hijo del hombre (1,12;
14.14); el Verbo de Dios (19,13); el Hijo de Dios (2,18); el
veraz (3,7; 6,10; 19,11); el viviente (1,18); el primero y el
último, el alfa y la omega (1,17;2,8; 22, 13); el testigo
fiel (1,5; 3,14; 19,11; el príncipe de los reyes de la
tierra (1,5); el león de la tribu de Judá (5,5); el
que tiene las llaves (3,7); el que tiene una espada afilada de
doble filo (2,12), primogénito de entre los muertos (1,5);
el que posee los siete espíritus de Dios (3,1); la
estrella luminosa de la mañana (22,16; 2,28).

El Apocalipsis usa indiferentemente el mismo
título de 'señor' –kyrios- para Dios (16
veces) o para Jesús (4 veces), significándose
así por una cristología muy alta. También
usa el título de alfa y omega indiferentemente para
Jesús (22,13) y para Dios (1,8; 21,6). El título
'santo' puede aplicarse a Cristo en 3,7 y a Dios en 4,8 y 6,10.
Además se usan para Jesucristo algunos títulos que
en el AT se atribuían exclusivamente a Dios. Así
por ejemplo el término primero y último (cf. Is
44,6; 48,12).

Hay dos descripciones simbólicas de Jesús.
En el capítulo 1 se nos presenta alguien "como un Hijo de
hombre, vestido de una túnica talar, ceñido el
talle con un ceñidor de oro. Su cabeza y sus cabellos eran
blancos, como la lana blanca, como la nieve; sus ojos como llama
de fuego, sus pies parecían de metal precioso acrisolado
en el horno; su voz como la voz de muchas aguas. Tenía en
su mano derecha siete estrellas, y de su boca salía una
espada aguda de dos filos, y su rostro como el sol cuando brilla
con toda su fuerza" (Ap 2,13-16).

La segunda es la descripción de Jesús en
el primer combate escatológico contra el Dragón y
la Bestia. "Cabalga en un caballo blanco. Sus ojos son llama de
fuego; sobre su cabeza muchas diademas; lleva escrito un nombre
que sólo él conoce. Viste un manto empapado en
sangre […] de su boca sale una espada afilada […]
lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de reyes y
Señor de señores" (Ap 19,11-16).

El autor tiene la audacia de oponer a este solo hombre
con todo el omnipotente imperio romano. Es Cristo resucitado el
vencedor. La resurrección es un hecho que no concierne
solo a Jesús. Es la señal de que la historia ha
cambiado, que la maldad, la injusticia, la hipocresía, las
opresiones y las guerras quedan condenadas; que el amor, el don
de sí mismo, la verdad son glorificados y declarados
vencedores. El Crucificado es el Resucitado, el vencido es
declarado vencedor.[20] Pero ese Cordero se sigue
presentando "como degollado" (Ap 5,6). Conserva las marcas de su
pasión, que no son las marcas de una derrota, sino las
marcas de una victoria. Uno de los rasgos más
juánicos que emparentan el Apocalipsis con el cuarto
evangelio es precisamente esta valoración de la
pasión en clave de gloria.

Murió, está vivo y actúa en la
historia. Su vida actual es la clave para la comprensión
de la historia humana. El ha vencido al mundo en todas sus
manifestaciones, las distintas bestias en las que se va
metamorfoseando. En concreto la bestia del Estado pagano, con sus
ideologías, sus políticas económicas y su
orgullo mesiánico. El sentido de la historia es la nueva
alianza, las bodas del cordero. La ciudad sólo salva a las
personas en la medida en que posibilite una verdadera
comunión en la justicia y la fraternidad. De lo contrario
será la confusión, la ciudad de Babel (Ap
18).

Cristo ha vencido ya. Juzga a su Iglesia mediante su
palabra; le ayuda a discernir la hora en relación con las
potencias hostiles. Junto al trono de Dios Jesús es el
Señor. Su señorío se va a oponer al culto al
emperador. Frente a las liturgias grandiosas y triunfalistas de
la Roma de los Césares, que ha divinizado el poder de los
hombres, el Apocalipsis nos hace presenciar en el cielo el
espectáculo de la gran liturgia de las bodas del
Cordero. 

Los títulos de león de la tribu de
Judá (Ap 5,5) y de cordero inmolado hay que interpretarlos
conjuntamente. La pasión de Jesús no fue una
sumisión pasiva, sino un verdadero combate en el que
luchó valientemente pues nunca huyó ante la muerte
sino que la afrontó en fidelidad a su misión. No
puede aquí hablarse del silencio de los
corderos.

El valor no está en huir cuando nos hieren en una
mejilla. Esa es la reacción de los cobardes, ni en
devolver el golpe, esa es la reacción de los violentos. El
valor está en poner la otra mejilla, es decir en
perseverar haciendo y diciendo eso mismo que nos ha merecido el
primer golpe, sin importarnos que nos puedan volver a golpear.
Frente a las reacciones normales de huir o contraatacar,
Jesús nos ha ofrecido la solución verdaderamente
creativa que ni huye ni contraataca, sino que persevera en el
bien hasta vencer al mal con el bien.

En su triunfo el cordero se convierte en el novio, y le
es entregada la esposa, la humanidad salvada por él, la
Jerusalén que baja del cielo (Ap 21,9). Por eso "Dichosos
los convidados a las bodas del cordero" (19,9).

2) Eclesiología

La Ecclesia es ante todo la Iglesia local, bien
identificada en sus circunscripciones geográficas. Pero al
hablar de siete iglesias, está sin duda usando un
número simbólico para representar a la totalidad de
la Iglesia.

La Iglesia es una totalidad litúrgica: los siete
candelabros de oro. La Iglesia terrestre tiene una
dimensión trascendente; cada Iglesia tiene su ángel
que la representa en la liturgia del cielo (Ap 1,20). A pesar de
la unidad entre ellas, cada Iglesia tiene su propia personalidad,
y por eso las palabras proféticas y la evaluación
que se hace de cada una de las Iglesias es distinta. Las mejor
paradas son aquellas que no reciben ningún reproche, tales
como la Iglesia de Esmirna (2,8-11) y Filadelfia (3,7-13). Las
que reciben una mayor censura son las de Sardes, en la que solo
se salvan unos pocos que no han manchado sus vestidos (3,1-6), y
sobre todo la Iglesia de Laodicea en la que el ángel no
tiene nada que alabar (3,14-22)

La Iglesia es el conjunto del pueblo de Dios, en el
sentido pleno que esta palabra tiene en el AT. Es una Iglesia
peregrina, una Iglesia militante, que lucha por ser fiel. Es una
Iglesia muy humana, siempre tentada de perder el primer amor, que
necesita ser consolada y espoleada; que es a la vez capaz de lo
mejor y de lo peor.

Está ligada a Cristo con un lazo indisoluble de
amor. Es la esposa (21,2.9 y 22,17). Es la ciudad construida
sobre los cimientos de los apóstoles. Es la madre siempre
fecunda, cuyos hijos son amenazados por el dragón voraz.
Aguarda su total purificación. Y en su caminar por la
tierra se recrea y anima contemplando en el futuro su propia
imagen consumada. Es una Iglesia que hay que ir realizando, pero
a la vez es una Iglesia que desciende de lo alto.

En el contexto de su liturgia, y mientras se ve a
sí misma en el espejo de la liturgia del cielo, es capaz
de una lectura religiosa, en profundidad de su propia historia, y
descubre a Cristo presente en ella, que la purifica e ilumina, y
con ella y en ella combate y vence a los enemigos hasta dominarlo
todo. 

El libro se interesa por la vida interna de la Iglesia y
le advierte del peligro que hay de admitir en su interior una
quinta columna del enemigo. Para ello le indica sus cualidades y
sus defectos, oportunidades y peligros, con una llamada a su
continua conversión.

3) Escatología

El género literario apocalíptico utiliza
mucho imágenes cósmicas de terremotos,
caídas de estrellas… Uno puede interpretarlos demasiado
literalmente como imágenes "del fin del mundo". Designan
solamente la intervención divina en la historia, bien el
juicio contra Israel por haber rechazado al Mesías o el
juicio contra Roma por perseguir a los discípulos de
Jesús.

Según una de las interpretaciones que hemos
mostrado al presentar la estructura literaria del libro, la
primera parte trataría del juicio escatológico
contra Israel, que se realizó en la destrucción de
Jerusalén, a la que aludirían todos estos
fenómenos cósmicos. El libro sellado con siete
sellos sería el Antiguo Testamento, que sólo el
Cordero puede interpretar. El mensaje contenido en él, que
se va desvelando progresivamente, es el del juicio
escatológico lanzado contra Israel. Sólo en la
segunda parte, a partir del capítulo 12, se
empezaría a hablar de la persecución romana contra
los discípulos de Jesús, para el que se anuncia un
juicio y un castigo similar al que ya había tenido lugar
contra Israel.

Los enemigos de Dios y del Cordero se clasifican
según una cierta jerarquía. En primer lugar
está el gran Dragón rojo con siete cabezas y diez
cuernos (12,3), que también recibe los nombres de
serpiente antigua, Satanás y Diablo (20,2). El
Dragón transmite su poder a la primera Bestia, que viene
del mar y se parece a un leopardo con las patas como de oso y las
fauces como de león (13,2). Representa el poder absoluto
político del imperio que ha divinizado la autoridad del
emperador y blasfema contra el verdadero Dios, y a quien adoran
todos los habitantes de la tierra cuyo nombre no está
inscrito en el libro de la vida (13,8). Seguidamente aparece una
segunda Bestia que surge de la tierra, y tiene solo dos cuernos
como de cordero y ejerce todo el poder de la primera Bestia, pero
en servicio de esta. Invita a todos a adorar a la primera Bestia,
que teniendo una herida de espada, revivió (13,11-14). Su
aspecto es menos fiero y con sus dos cuernos remeda al Cordero.
Se la identifica después con el falso profeta (16,13;
19,20; 20,10). Es el sistema de propaganda y legitimación
que lo religioso ha otorgado siempre al poder
político.

Si nos situamos en Patmos, la bestia que viene de
Occidente, del mar, es el imperio romano. La bestia que viene de
la tierra, de Oriente, representa el servilismo oriental, siempre
propenso a divinizar el poder político y a legitimarlo con
un culto idolátrico. En Pérgamo había un
"trono de Satanás" que era el famoso templo a Roma y
Augusto (2,13).

Finalmente nos queda hablar sobre el último de
los miembros de "este equipo" mortífero. Es la prostituta
que cabalga a lomos de la primera bestia, Babilonia la grande, la
madre de las prostitutas, que se sienta sobre grandes aguas
(17,1.5). Es la encarnación de la Roma de las siete
colinas y de la dinastía imperial. La mujer puede ser
símbolo a la vez de la esposa y de la prostituta. La Gran
Ramera es la antítesis de la Mujer del capítulo 12,
la que da a luz al Mesías. Representa a la vez a la
ciudad, al imperio y al emperador. Ofrece sus favores, riquezas,
prosperidad, escalafón social, que son cosas enormemente
seductoras. Pero exige el pago de un precio por sus favores. El
precio es entrar a formar parte del juego y someterse a sus
reglas. La ley y el orden se erigen como principios absolutos y
todos los que no aceptan este planteamiento son considerados
traidores al estado.

Curiosamente la caída de esta ciudad precede a
los grandes combates escatológicos que marcarán el
final y da lugar a la primera celebración triunfal del
capítulo 19. La caída de la ciudad es el principio
del fin. Luego seguirán los dos combates
escatológicos. Según 19,11-21, en el primer combate
escatológico, Jesucristo sobre un caballo blanco desciende
del cielo y derrota a los ejércitos de la Bestia y el
falso profeta y los arroja al lago de fuego (Ap 19,20-21). En
cuanto al dragón o Satanás, un ángel lo
arrojó al abismo en donde ha de permanecer encadenado mil
años (20,1-3). Los mártires vuelven a la vida y
reinan con Cristo mil años. Es la primera
resurrección.

Al terminarse los mil años, Satanás
será soltado de su prisión y congregará a
los pueblos de la tierra, a Gog y Magog para el último
combate contra el pueblo de Dios. En este segundo combate
escatológico bajará fuego del cielo y los
devorará a todos. Satanás será arrojado al
lago de fuego y azufre donde ya se encontraban la Bestia y el
falso profeta y allí arderán por los siglos de los
siglos. Solo entonces vendrá la resurrección
general de los muertos y el juicio final que trae vida a los
inscritos en el libro de la vida y muerte segunda a los que no
están inscritos en dicho libro (Ap 20,7-15).

Lo más difícil de interpretar es la
cuestión del milenarismo. La interpretación de este
milenio depende de si lo vemos como una etapa futura, o como una
etapa que ya se ha empezado a vivir. Los que lo ven como etapa
futura, entienden los mil años en un sentido literal,
historicista. Muchas sectas protestantes han interpretado
literalmente este pasaje, y suponen que este reinado del milenio
tendrá lugar efectivamente y durará mil
años.

Los que leen el milenio como una etapa ya comenzada
piensan en el tiempo presente, ya inaugurado por la victoria de
Jesús en su resurrección, e interpretan el
número mil como un número simbólico. En
cualquier caso, todas las cifras en el Apocalipsis nunca son
literales. ¿Por qué esta no habría de serlo?
Y recordemos que ya el salmo decía: "Mil años en tu
presencia son como un ayer que pasó, una vela nocturna"
(Sal 90,4; 2 P 3,8).

Se trata de un período de tiempo que va desde la
inauguración del reino mesiánico hasta el final. Es
el tiempo de duración de la Iglesia que se extiende desde
la victoria de Cristo en la cruz hasta su parusía. En este
tiempo el creyente ya reina con Cristo, ya ha entrado en el
paraíso, ya come del fruto del árbol de la vida.
Satanás está encadenado y no puede ya dañar
al cristiano.

Hay otra interpretación que ve en estos dos
combates escatológicos y en el "milenio" intermedio una
descripción simbólica de la historia de los
cristianos en la segunda mitad del siglo I. La primera
persecución que produjo tantos mártires,
habría sido la de Nerón. Hubo después un
lapso de paz para los cristianos, que equivale al milenio. Los
mártires reviven, resucitan, en el sentido de que viven ya
la resurrección primera y única para ellos. Viven
ya y reinan con Cristo (Ap 20,4.6) en el sentido de que tienen
una influencia decisiva sobre la historia. Con su muerte
Satanás no ha sacado ninguna ventaja. Lo mismo que
sucedió con la muerte de Cristo que supuso una terrible
derrota para Satanás.

Pero todavía habrá una nueva arremetida de
Satanás, la persecución que ya ha comenzado o se
está incubando en tiempos de Domiciano. A la luz de lo que
sucedió en el primer combate escatológico con la
muerte de Nerón y los perseguidores, el autor anuncia el
resultado de ese segundo combate escatológico que acaba de
iniciarse de nuevo y promete la victoria definitiva. Es
típico de los escritos apocalípticos tomar la
carrerilla analizando lo ya sucedido en el pasado, y luego en
este mismo impulso anunciar que la tribulación del
presente terminará lo mismo que las anteriores.

Hemos visto hasta ahora dos tipos de de interpretaciones
de estos dos combates. La primera se encuadra en una
escatología final y piensa que lo que se está
narrando es lo que ocurrirá al final de la historia. La
otra más bien entiende que lo que se está narrando
es una interpretación de hechos ocurridos en la historia
contemporánea del autor y de los lectores, y anuncia el
desenlace de dichos acontecimientos.

Hay una tercera interpretación que engloba las
otras dos. Más que hablar de unos hechos localizados en
una época histórica concreta, ya sea en el pasado o
al final de los tiempos, el Apocalipsis trata de describir la
dinámica histórica recurrente, los sucesivos rounds
de este combate escatológico a lo largo de los siglos.
Cada época histórica debe intentar contextualizar
esa dinámica en los acontecimientos concretos, para ver
cómo se verifica este combate y este triunfo de Cristo que
ya ha tenido lugar de una vez para siempre en su
resurrección, pero que sigue actualizándose en las
distintas crisis y vicisitudes de la historia. Esta
interpretación no excluye que la historia vaya a tener un
final en el que definitivamente el Dragón sea vencido
definitivamente y el combate escatológico termine con el
triunfo final de Cristo. Pero sin aguardar a este final de la
historia, hay que vivir ya anticipadamente la victoria de Cristo
que está ya presente y es simultánea a las diversas
crisis por las que tendrá que pasar la Iglesia.

4) Liturgia

U. Vanni es uno de los autores que más ha
resaltado la dimensión litúrgica del
libro.[21] El libro nace en un ambiente
intensamente litúrgico y de oración, y solo se
puede entender si nos situamos en este mismo ambiente.

Detecta Vanni en el libro una inclusión
significativa: dos diálogos litúrgicos que tienen
lugar al principio y al final del libro. Efectivamente hay un
diálogo litúrgico inicial (Ap 1,4-8) entre un
lector y una asamblea en oración: lector 1,4; asamblea
1,4-6; lector 1,7a; asamblea 1,7b; lector 1,8.

Corresponde a este dialogo introductorio otro
diálogo litúrgico final más elaborado y con
más participantes, en el que interviene también un
ángel, Juan y el propio Cristo (Ap 22,6-21) y concluye con
la aclamación del Maranatha (Ap 22,20). Desde el principio
Cristo está en el corazón de esa
liturgia.

Los términos litúrgicos abundan: templo,
altar, sacerdote, incienso, aclamaciones. En realidad la vida
litúrgica de la primera comunidad era muy sencilla
todavía. Probablemente estas liturgias del cielo no
están inspiradas en los ritos de la comunidad cristiana,
sino más bien en el antiguo culto del templo de
Jerusalén. Es impresionante el paralelismo que existe
entre la liturgia del cielo descrita en el Apocalipsis y lo que
sabemos de la liturgia del cordero en el templo de
Jerusalén, en el sacrificio del Tamid, que se realizaba
dos veces por día. Puede trazarse un cuadro minucioso de
paralelismos a la luz de las descripciones que nos hace la
Misná, y es asombroso el parecido intencionado entre ambas
liturgias. Los mismos cantos son reflejos de la teru'ah o
aclamación típica del salterio que resonaba en la
liturgia del templo.

La comunidad reunida el día domingo (Ap 1,10), es
invitada a subir al cielo para comprender el significado de lo
que va a suceder, y entender el sentido más hondo de lo
que está viviendo. El cordero ha abierto los sellos y es
posible leer el libro. La asamblea litúrgica no se limita
a escuchar, sino que profundiza en lo que oye, medita, va
elaborando lenta y progresivamente el mensaje profético.
Las terribles fuerzas desencadenadas en la historia están
siempre bajo el control divino. Por encima de la aparente
omnipotencia de esos fenómenos, está la
omnipotencia divina. Cristo ilumina a la asamblea y le dice que
no debe dejarse dominar por el mal, sino vencer el mal con el
bien.

La liturgia de la tierra además refleja la
verdadera liturgia que está teniendo lugar en el cielo,
donde el Cordero está ante el trono de Dios. Las oraciones
y alabanzas de los santos que oran en la tierra son continuamente
presentadas en incensarios de oro en la presencia de Dios (Ap
5,8; 6,9; 8,4). El autor quiere asegurar a esa frágil
comunidad perseguida que se reúne medio clandestinamente
en sus pequeñas casas, que sus modestos cantos y oraciones
se unen a las del cosmos y llegan hasta Dios.

Esa liturgia del cielo con toda su magnificencia se
opone claramente a la liturgia imperial. Suetonio nos dice que
Domiciano se hizo llamar "dominus ac deus".[22]
Esa divinización imperial tenía también su
propia liturgia y su templo y su altar y su incienso. La
religión y la política se mezclaban y participar en
ese culto era un acto de buena ciudadanía. Negarse a
participar en ese culto suponía perder los derechos de
ciudadanía y ser excluido; "cuantos no adoraran la imagen
de la Bestia eran exterminados […] y no podían
comprar ni vender nada (Ap 13,15.17).

5) Los siete cánticos

Se utilizan diversos géneros literarios, como son
el de las siete bienaventuranzas, el de los tres ayes, y el de
los siete cánticos

Se multiplican los cantos de victoria en el cielo que se
reflejan en los himnos de la Iglesia de la tierra que se une a la
del cielo para entonar la victoria de Dios. Efectivamente podemos
distinguir siete cánticos distintos que subrayan las
distintas etapas del libro.

Primer canto: 4,8-11 antifonal

Segundo canto: 5,9-14 antifonal

Tercer canto: 7,10 antifonal

Cuarto canto: 11,17-18 antifonal

Quinto canto: 12,10-12 suelto (voz
indeterminada)

Sexto canto: 15,3-4 suelto (triunfadores)

Séptimo canto 19,1-8 antifonal

En algunos casos se trata de himnos sueltos, como sucede
en el quinto y sexto cántico. El quinto cántico se
atribuye a una fuerte voz indeterminada (Ap 12,10-12), y el sexto
a los que han triunfado de la Bestia y cantan el cántico
de Moisés y del Cordero en clara alusión a Ex
15,1-21 (Ap 15,3b-4). Pero fuera de estos casos, mayormente se
trata de cánticos antifonales, en el que diversos cantores
se turnan en el cántico.

Así en el primer canto de la visión
introductoria que canta la gloria de Dios, se alternan los cuatro
vivientes (Ap 4,8) con los 24 ancianos (4,11).

En el segundo canto la alabanza va dirigida al cordero
de modo antifonal, turnándose los 24 ancianos (5,9-10),
con una asamblea celestial compuesta por los vivientes, los
ancianos y miríadas de ángeles (5,12) y un tercer
coro compuesto por todas las creaturas de la tierra (5,13). Estos
dos primeros cantos están incluidos en la visión
inicial del cielo y subrayan la soberanía de Dios creador,
tres veces santo, frente a los emperadores que pretendían
pasarse por dioses y señores. Se ensalza también al
Cordero y se explicitan los motivos de su grandeza y sus siete
prerrogativas. Concluye este conjunto con una doxología en
honor de Dios y del cordero simultáneamente.

El tercer canto tiene lugar después de sellar en
la frente a los elegidos, tras la apertura de los seis primeros
sellos y antes de que se abra el último. En este
cántico se alterna la muchedumbre de hombres y mujeres con
túnicas blancas y palmas en las manos (7,10) con una
asamblea celeste de los ángeles, los ancianos y los
vivientes (7,12). El ambiente es cultual y litúrgico. Se
atribuye la salvación al Dios entronizado por
mediación del Cordero y se incluyen de nuevo siete
atributos.

El cuarto canto tiene lugar después del sonido de
la séptima trompeta. Se alternan fuertes voces
indeterminadas (11,15) con los 24 ancianos (11,17-18). Se enuncia
en el himno lo que luego se va a exponer en la parte narrativa de
los capítulos 18-20

Tras el quinto y sexto canto, que como hemos dicho no
son antifonales, viene el séptimo y último
cántico antifonal, el del Aleluya triunfal, tras el juicio
de Babilonia. Este cántico está compuesto por los
tres Aleluyas. El aleluya tan presente en el salterio no aparece
en todo el NT más que en Ap 19 como estribillo de una
composición rítmica. La alabanza del cielo y la
tierra es una alabanza única. Pero esa alabanza no es
angelista, no desmoviliza al hombre ni le ofrece el opio de una
droga. Hay que orar y luchar a la vez. El P. Giblin, un jesuita
americano, ha publicado recientemente un libro sobre el
Apocalipsis desde el punto de vista de la guerra santa, como
clave de lectura. Entre los paralelos con la guerra santa podemos
incluir el grito de guerra que aparece tan frecuentemente en el
libro, sobre todo en los tres Aleluyas finales en el
capítulo 19: un primer aleluya a cargo de una voz como el
ruido de muchedumbre inmensa (19,1-2); un segundo aleluya
más breve que es como un eco del anterior (19,3) y
finalmente, tras la invitación de una voz salida del
trono, se oye de nuevo el ruido de muchedumbre y de grandes
aguas, como el fragor de grandes truenos clamando 'Aleluya'.(Ap
19,6-8).

Los cantos del Apocalipsis están situados en
lugares estratégicos para resaltar los momentos
importantes del argumento y expresando el sentido de cada pasaje.
No parece que sean cantos litúrgicos previos incorporados
por el autor al libro, sino que son creación propia del
autor, y han sido compuestos ex professo para el apocalipsis. Es
este sentido podemos considerarlos cantos hermenéuticos.
"Sin la interpretación soteriológica que
proporcionan expresamente los cánticos, más de un a
vez se tendría la impresión de que la
actuación de Dios es caprichosa y hasta
vengativa".[23]

Junto con esta función exegética, los
cánticos tienen también una finalidad exhortativa,
para reforzar la esperanza de la comunidad que vive hostigada y
perseguida. "Su mensaje se puede expresar con un conocido
refrán: "el que ríe último, ríe
mejor".[24]

I.- EL MENSAJE CENTRAL DEL
LIBRO[25]

1) El versículo clave: Ap 6,10

Hay un versículo que juega un papel decisivo.
Esta sección que es como la «matriz» del libro
ya que engloba la totalidad de la historia de la salvación
y contiene, resumida, la intención global del libro. El
versículo expresa la petición de los
mártires que suplican: "¿Hasta cuándo,
Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin
tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la
tierra?" (6,10).

Antes y después, las liturgias de las trompetas y
de las copas repiten, a su vez, esta súplica. Lo mismo
ocurre en la liturgia 8,3-4 que retoma y prolonga en el gesto del
incensario la oración de los mártires que imploran
el juicio de Dios, ahora simbolizado en el humo de los perfumes
que ascienden hacia el trono divino; tras lo cual, tiene lugar el
castigo, figurado en el fuego arrojado desde el altar sobre la
tierra. Luego, la liturgia de 11,15-19 responde al "¿hasta
cuándo?" de los mártires con la celebración
del «ahora» de la instauración del reino que
no es otro que el ahora «del tiempo del juicio». Se
inicia así un giro decisivo: la oración de
súplica pasa a oración de alabanza, suscitada por
la respuesta de Dios a la pregunta.

En efecto, en la liturgia de 15,1-8 los vencedores de la
Bestia cantan al Dios todopoderoso, rey de las naciones, por la
justicia y la verdad de sus caminos, y así apagan la queja
del "¿Hasta cuándo dilatarás el hacer
justicia?". La alabanza reaparece en 19,1-4 donde se declara que
«sus juicios están llenos de verdad y de
justicia», a la vez que se añade una
precisión: «pues ha juzgado a la gran ramera».
El verso 2 de esa perícopa proclama, con una
expresión calcada de la pregunta de los mártires,
que «en ella ha vengado la sangre de sus siervos»; y
de esta forma, se pone término a la pregunta de
6,10.

2) La interpelación del
martirio…

Juan es quien «contempla debajo del altar las
almas de los degollados a causa de la palabra y del testimonio
que habían dado» (6,9). Se trata de mártires
que ya han pasado el umbral de la muerte. Posiblemente Juan,
trasladando al registro celeste lo que sucede en la tierra, se
hace eco de los gemidos angustiados de los cristianos perseguidos
a los que escribe. La formulación de 6,10 es totalmente
tradicional. Apela a Dios como al goel haddam, el vengador de la
sangre. Los mártires se sitúan en línea con
los salmistas, los profetas, los apocalípticos que se
dirigen al Dios de la Alianza para reclamarle una
intervención que manifieste su justicia a los ojos de las
naciones. Pero el Apocalipsis de Juan introduce una variante
fundamental.

Los capítulos 9-10 del Testamento de
Moisés ofrecen un paralelismo interesante con el texto del
Apocalipsis de Juan. Las diferencias, sin embargo, son
también muy notables. La historia del levita Taxo y de sus
hijos culmina en una declaración de venganza:
«Mirando desde lo alto (=desde el cielo), tú
(Israel) verás a tus enemigos sobre el suelo (yacentes
como cadáveres) y te alegrarás al reconocerlos. Y
tú, al darle gracias, confesarás a tu
Creador» (10,10). En el Apocalipsis, en cambio, se invierte
completamente la perspectiva. En Apocalipsis 11,12-13, son los
enemigos los que, desde abajo, al elevar la vista hacia el cielo,
contemplan la exaltación de los dos testigos y, llenos de
temor, rinden gloria al Dios del cielo. La escena de los justos
contemplando y condenando desde lo alto, es sustituida por la de
la admiración y de la confesión por parte de los
impíos convertidos.

La pregunta de los mártires de 6,10 implica
connivencia con la sensibilidad judía
contemporánea, pero es sólo un punto de partida
para la respuesta que aporta Juan, que lo sobrepasa y revoluciona
todo.

La pregunta trasluce una impaciencia ante el retraso del
Día de Señor. Pero, ahondando más, descubre
un escándalo por parte de los cristianos ante la muerte de
los mártires, cuando se percibe negativamente, como un
triunfo del mal, como una situación de injusticia tal que
exige una intervención divina. En dicha perspectiva, la
sangre de los mártires se inscribe en la línea
bíblica de la sangre inocente injustamente derramada y que
reclama venganza (cfr. Abel). Esto explica el escándalo de
los cristianos de Asia que recuerda el de Pedro ante el anuncio
de la Pasión (Mt 16;21-22 y par.), e incluso el de los
discípulos de Emaús ante la crucifixión de
Jesús (Lc 24,18-21). Frente a esa reacción, la
pedagogía de Jesús en los evangelios había
sido doble: exhortar a sus discípulos a que le siguieran
hasta la muerte (Mc 8,34 9,1) y, a la vez, hacerles descubrir que
ese camino era conforme al designio de Dios (Lc 24,25-27, 44-47).
Juan, en el Apocalipsis, adopta un enfoque parecido.

3) … y la respuesta de la victoria
pascual

La pregunta que comentamos muestra una fe cristiana que
todavía no ha llegado a su madurez. Late en ella el ansia
apocalíptica de conocer la Fecha Final. En 6,11, Juan da
una primera respuesta, pero ya con una orientación
distinta. Considera que la intervención de Dios ya ha
ocurrido: el juicio de Dios a favor de Jesús, a quien ha
resucitado, testifica que los últimos tiempos ya han
empezado. Esto cambia el centro de interés. El
"cuándo" de la consumación ya no tiene la misma
urgencia ni la misma importancia; lo primordial ahora es el
"cómo": cómo participar de la victoria pascual de
Cristo. Juan pretende que su auditorio tome conciencia de ello.
Ha adoptado el género apocalíptico sólo
porque se corresponde a la atormentada situación
histórica que viven sus destinatarios, pero lo que
pretende es modificarlo íntimamente a la luz del misterio
pascual percibido como respuesta divina a la pregunta
hecha.

Juan sitúa el grito de los mártires en el
mismo acto de apertura del libro sellado (5º sello: 6,10).
Lo abre el Cordero, manifestando así que ha recibido el
poder sobre el desarrollo de la historia. El escándalo
ante la no-intervención divina queda así ya
exorcizado de antemano. Lo declara el nuevo cántico de los
Vivientes y de los Ancianos (5,9-12): precisamente por
razón de su muerte, ha recibido el Cordero tal poder y tal
gloria. Su sangre derramada es celebrada por su eficacia
prodigiosa en beneficio de las gentes de todas las naciones que
él ha rescatado convirtiéndolas en el pueblo de
Dios. Juan, pues, contrapone la percepción negativa que
los «degollados» tienen de su sangre derramada, y la
realidad positiva, infinitamente fecunda, de la sangre vertida
por el Cordero. Se verá aún más claro en la
visión de 7,9-13. La muchedumbre innumerable de toda
tribu, pueblo y lengua (cfr. 5,9) se aparece a Juan revestida de
túnicas blancas (cfr. 6,11): "Todos ellos han lavado sus
vestiduras en la sangre del cordero" Esta metáfora
"surrealista", pero profundamente teológica, connota el
efecto purificador de la sangre de Cristo sobre los fieles y,
más aún, la comunicación de su poder
victorioso. Les ha sido dada la «salvación»
(7,10.16-17).

Otra proclamación parecida resuena en mitad del
capítulo 12 -prólogo de la sección central
del libro, sección eclesial por excelencia-, pero en bocas
humanas esta vez: «Ellos (nuestros hermanos) le vencieron
(al diablo), gracias a la sangre del Cordero y a la palabra del
testimonio que dieron porque no amaron su vida ante la
muerte» (v. 11).

En el capítulo 11 los dos testigos-profetas,
muertos a consecuencia de su testimonio al igual que los
degollados del quinto sello, aparecen como tipo de «los
hermanos que iban a ser muertos como ellos» (6,11). En el
origen del drama, además de los actores humanos,
actúa un poder maléfico, «la bestia que sube
del abismo». Y por otra parte, la asimilación
simbólica de Sodoma, de Egipto, de Babilonia, la gran
ciudad, y de Jerusalén como el lugar de la
crucifixión de Jesús hacen de la ciudad en que
mueren los dos testigos el lugar típico de la resistencia
a Dios y como el punto final de una historia de rechazos. El
episodio sitúa a los profetas perseguidos, a Cristo
crucificado y a los mártires cristianos en una misma
trayectoria, consecuentemente, abierta a un futuro "hasta que se
haya completado su número…" (cfr. 6,11).

La resurrección y la exaltación de los dos
testigos se han de interpretar, pues, como una sentencia a su
favor, cuya inesperada consecuencia resulta ser la
conversión de los supervivientes que glorifican al
Díos del cielo. Una vez más surge la paradoja: los
degollados reclaman que su sangre sea vengada en los habitantes
de la tierra. Pero, de éstos, sólo perece un
número restringido y los que han escapado se convierten
(11,13). La respuesta divina sobrepasa la demanda humana que no
contemplaba una tal solución. Va incluso más lejos
de lo que dejaba entrever el sexto sello en su fase punitiva
(6,12-17) que sólo provocaba en los contrarios una
reacción de miedo y de huída. Al contrario, en
11,12-13, el temor suscitado en los enemigos termina en la
confesión: es un temor reverencial que permite presentir
la salvación final.

Esta respuesta de Juan realza el papel dinámico
que tienen los testigos en el advenimiento del Reino. Se recoge y
desarrolla en lo que sigue del libro. Es fácil discernir
las cuatro etapas de este proceso: el testimonio suscita el
combate, que ha de afrontar el juicio de Dios que lleva a la
conversión de las naciones.

El despliegue temático prosigue con el castigo de
Babilonia, la perseguidora (caps. 17 a 19,1-4), continúa
con la victoria del Caballero-Mesías (19,11-21) y adquiere
finalmente toda su amplitud en el juicio final (cap. 20).
Entonces las naciones, liberadas de influencias nefastas, ya
pueden participar de la salvación en la nueva
Jerusalén (21,1-22,5).

En el Apocalipsis, la relectura del Éxodo, por
ejemplo, resalta la novedad del misterio pascual. Las plagas, en
efecto, no consiguen convertir al Faraón (cfr. Ap
9,20-21). Es preciso el paso del mar -símbolo pascual por
excelencia- para que se produzca el triunfo definitivo sobre los
enemigos e Israel sea redimido. Este paso implica la muerte de
los egipcios porque aquí no se trata de
conversión.

Ahora bien, la diferencia entre dichos textos y el
Apocalipsis salta a la vista: el Cordero y luego los dos testigos
han soportado la muerte -que en el Éxodo equivale a
castigo-, y han triunfado sobre ella, por lo cual abren la
salvación a los paganos. De esta forma se produce el
desplazamiento que resuelve el escándalo de la muerte de
los justos.

Podemos interpretarlo como una diákrisis, un
juicio. Los adoradores de Dios se contraponen a las naciones
percibidas como hostiles e impuras. El papel de diákrisis
que Juan asume se prolonga en la historia de los dos testigos
cuyo resultado es también un juicio, aunque entre los
enemigos algunos se conviertan. Se inicia así el juicio
escatológico y el desenlace final. Juan subraya la
importancia que el testimonio/martirio tiene en el advenimiento
del Reino. Sin duda hay que buscar la matriz literaria de Ap
11,3-13 en Daniel (Dn 3) donde aparece el mismo esquema
básico de cuatro tiempos que ya hemos señalado:
negativa a adorar la estatua-ídolo, suplicio en el horno,
juicio de Dios a favor de sus fieles y, ante ello,
confesión del rey pagano. Pero Juan aporta un fundamento
nuevo a su «teología del martirio»: la
relación con Cristo en su pasión seguida de su
glorificación (11,8. 12). Toda esta labor de relectura
bíblica propia del libro del Apocalipsis se sitúa
en una concreta y única perspectiva: la de extraer de todo
ello una teología pascual de la historia.

4) La relectura pascual de la historia

Esa relectura de la historia se hace, en efecto, a la
luz del Cristo pascual, algo que Juan visualiza mediante la
figura del Cordero que domina el libro. Tal figura remite a la
vez a las figuras veterotestamentarias de Isaac (Gn 22; cfr. Hch
11,17-19), del cordero pascual (Ex 12), del Siervo sufriente de
Isaías (Is 52,13-53,12) y del Justo perseguido del Libro
de la Sabiduría (Sa 3). Todas ellas son insinuaciones, nos
preparan para captar la imprevista manera de superar, por el
obrar de Cristo, la situación de espera.

Juan participa de forma propia y original en la labor de
relectura de las escrituras a la luz del acontecimiento pascual
que lleva a cabo todo el NT. Corresponde al Cordero abrir el
Libro sellado. "El secreto de la historia es precisamente el
sentido de la historia". Sólo el Cordero es digno de abrir
el Libro, no por un poder externo, sino porque en sí mismo
y en su misterio pascual tiene el secreto de la historia y le da
sentido. Al corregir la libertad humana y triunfar sobre su
obstinada resistencia, abre de nuevo la historia al designio
salvífico universal de Dios e invita a los hombres a
seguirle. La clave de bóveda del gran arco que traza el
Apocalipsis desde la creación (cap. 4) hasta la
consumación (cap. 21-22,5), la forman los
versículos en los que se evoca a aquellos «que
siguen al Cordero adondequiera que va» (14,1-5).

Juan invita a sus oyentes a identificarse con estos
144.000 (cifra eclesial simbólica) del capítulo 14,
1-5, con los dos testigos del capítulo 11, con la Mujer y
su descendencia perseguida del capítulo 12, como
también con los vencedores de la Bestia del
capítulo 15.

Cuando revela «lo que está a punto de
llegar», Juan no da a sus oyentes una enseñanza de
tipo gnóstico para satisfacer su curiosidad, sino una
enseñanza de tipo profético que estimule su
fidelidad. Todos quedan implicados en lo que se les revela, sin
determinismos ni pasividad. El juicio no se reserva para el
Final; interviene ya en el presente. Las cartas previenen contra
peligro corriente en la tradición apocalíptica: el
dualismo que contrapone sin matices el campo de los buenos y el
de los malos. Y manifiestan que la línea de fractura pasa
a través de las iglesias mismas y de cada uno de los
fieles.

En el texto de las cartas (2,23) y en mitad del
epílogo (22,12) aparece también la diákrisis
de Aquél que escruta los riñones y los corazones
para dar a cada uno según sus obras. Se advierte un
parecido entre la dinámica global de las cartas y la de
los capítulos 4,1 a 22,5: las promesas hechas al vencedor
anticipan los bienes escatológicos de la nueva
Jerusalén. El futuro se enraíza en la vida eclesial
presente, lo terrestre desemboca en lo celeste. Lo atestigua la
sutil y fuerte unión que existe entre el final de las
cartas y la visión (cap. 4) que inaugura el cuerpo del
libro del Apocalipsis. En 3,20, se invita a
«alguien», es decir, a todos y a cada uno, a que abra
la puerta a Jesús; y, a quien lo haga, se le promete
sentarse, como vencedor con Cristo, en el trono divino. Cada uno
debe, pues, sentirse personalmente concernido por la puerta
abierta en el cielo y por la visión grandiosa de
Aquél que está sentado en el trono.

A todos y a cada uno, a vosotros, a mí mismo nos
afecta porque la apropiación no se detiene en los oyentes
de Juan. Seguimos siendo contemporáneos del Apocalipsis,
como lo recordaba Claudel. Y quizás, la humanidad de
nuestro tiempo «que muchas veces se siente sola y
abandonada en los yermos desolados de la historia» (Juan
Pablo II, 2001), necesita más que nunca oír y
escuchar este mensaje de esperanza.

La dificultad propia del libro del Apocalipsis no reside
en lo superficial, como suele creerse, es decir, en sus
escenificaciones fantásticas, su orden interior
difícil de captar y en su lenguaje enigmático.
Porque, incluso después de eliminar tales
obstáculos y de aclarar lo que parecía oscuro,
permanece el misterio. Surge del corazón mismo del mensaje
común a toda la revelación, y se expresa con
máxima fuerza en el NT, a saber: a través de la
historia se manifiesta una Sabiduría divina que nos
sobrepasa infinitamente y es preciso que uno se deje introducir
primero en ella, para poder finalmente abrazarla. Y aquí
se sitúa la verdadera dificultad que tenemos para acceder
al libro del Apocalipsis: nuestra obstinada resistencia a entrar
en ella.

5) ¿Un Dios con instintos
asesinos?

El Apocalipsis respira violencia por todos sus poros. La
palabra sangre aparece 17 veces, muerte y muerto 36 veces, espada
10 veces, ira 13 veces, plaga 13 veces, matar 17
veces.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10, 11
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente 

Nota al lector: es posible que esta página no contenga todos los componentes del trabajo original (pies de página, avanzadas formulas matemáticas, esquemas o tablas complejas, etc.). Recuerde que para ver el trabajo en su versión original completa, puede descargarlo desde el menú superior.

Todos los documentos disponibles en este sitio expresan los puntos de vista de sus respectivos autores y no de Monografias.com. El objetivo de Monografias.com es poner el conocimiento a disposición de toda su comunidad. Queda bajo la responsabilidad de cada lector el eventual uso que se le de a esta información. Asimismo, es obligatoria la cita del autor del contenido y de Monografias.com como fuentes de información.

Categorias
Newsletter