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Lógicas del intercambio



  1. Hipótesis
  2. Resumen
  3. El eje
    problemático
  4. El mercado. Las
    relaciones materiales de intercambio. Fundamentos del
    mercado
  5. La dinámica
    del mercado
  6. Composición
    del mercado
  7. Otros aspectos de
    la superestructura. El escenario político y la
    juridicidad
  8. La acción
    estratégica y la acción
    comunicativa
  9. Conclusión
  10. Bibliografía

Hipótesis

La reproducción simbólica de la
superestructura ideológica del sistema de
producción capitalista que consagra la igualdad formal,
resulta ser más efectiva que la naturalización de
la relación instrumental material en relación con
el otro, a los efectos de la continuidad y estabilidad del
referido sistema.

Resumen

A la naturalización que se da al considerar como
sujeto a las leyes de la física, al sistema de
producción e intercambio vigentes, le sigue además
la reproducción simbólica de un conjunto de
creencias, las que impiden concebir otras probables formas de
intercambios que lo sustituyan, so peligro de quedar los
hipotéticos planteos de cambios, incluso hasta fuera del
lenguaje comprensible. Esta matriz ideológica, que
consagra la igualdad formal, no necesariamente surge como
precipitado de la realidad material, la que por el contrario se
caracteriza por la desigualdad real, sino que, en tanto un camino
de doble vía, que va de la materialidad a la
superestructura formal, tiene su fundamento en la primera, pero a
su vez la refuerza, la oculta y se impone a la vista de quien
pretenda elucidar sus particularidades.

El eje
problemático

Nuestro sistema positivo de usos y costumbres, es decir
aquellos prescriptos por la moralidad imperante, en más o
en menos responden al esquema kantiano. Es decir que ante la
pregunta práctica ¿qué debo hacer?, nos
encontramos constreñidos por el imperativo
categórico, el cual nos prescribe seguir los dictados de
aquella máxima capaz de ser universalizable de manera tal
de sufrir el propio agente las consecuencias de sus
hipotéticos actos. De esta forma mediante la
autodeterminación legislativa de todos los seres
racionales, sólo resta tratar al otro también como
un fin en si mismo y no como un medio para los propios objetivos
del agente.[1]

De lo precedentemente expuesto podemos extraer el
siguiente supuesto subyacente:

  • 1. La relación con el otro, previo paso
    por el tamiz de la moralidad, es de carácter
    instrumental, es decir tratamos al otro como medio para la
    prosecución de los fines propios.

Esta relación instrumental que se da con respecto
al otro, previa evaluación de corte axiológica, se
presenta prima facie ante la percepción del
investigador como trascendente a la evolución
histórica, presente en todo tiempo y lugar, más
allá de cualquier cambio social o político acaecido
a lo largo de la historia, cobrando así visos de
naturalidad con características propias de las relaciones
causa y efecto que imperan en el mundo de la
naturaleza.

Sin embargo, lejos de entrañar necesariedad
física alguna, esta relación intrumental entre los
hombres es meramente contingente y, propia del o de los sistemas
económicos que se sucedieran a lo largo de la saga de la
humanidad.

De esto último podemos extraer también la
consecuencia de que:

  • 2. Esta relación intrumental se presenta
    como de carácter físico propia de la leyes de
    la naturaleza.

Al operarse entonces esta naturalización de la
relación intrumental con el otro, se logra incluir el
estado de cosas propio de las relaciones sociales entre los
hombres dentro de la naturaleza, cobrando así
carácter inexorable y casi divino por oposición a
la moralidad, que surge de la racionalidad de aquellos mismos
hombres, quienes se asoman por encima de las ataduras
físicas que los ciñen a las relaciones causales
naturales(mercado y modo de producción capitalista
incluido) y logran sino consumar, aproximarse al reino de los
fines, donde la razón se impone y prescribe el trato del
otro en tanto fin en si mismo y no como mero medio como acaece en
la naturaleza.

Esta moralidad, responde a un conjunto de creencias con
las cuales conforma la superestructura formal, legitimando el
estado de cosas materiales existente, pero no sólo ello,
sino además posibilitando su existencia al impedir ver
incluso la naturalización de la relación
intrumental subyacente.

El mercado. Las
relaciones materiales de intercambio. Fundamentos del
mercado

El hecho por el cual los individuos concurren al mercado
se origina en dos causas principales:

  • 1. La carencia originaria.

  • 2. La división social del
    trabajo

La carencia orginaria reviste mayor profundidad que el
simple hecho de considerar desde un punto de vista material
cualquier tipo de necesidad vital que deba satisfacer el sujeto.
Tampoco agotan el concepto, todas aquellas necesidades que lejos
de ser vitales son de neto corte espiritual o artificialmente
originadas por la producción misma, característica
de las sociedades modernas de consumo. Por otra parte, la
diferenciación entre necesidades vitales y artificiales
lejos de ser clara, es sumamente imprecisa o mejor dicho
evolutiva, aquellas necesidades consideradas superfluas en la
actualidad, pueden llegar a ser vitales el día de
mañana. No es difícil imaginar ejemplos de ello,
tales como muchos dispositivos electrodomésticos o los
teléfonos móviles, antes considerados como
artìculos suntuarios y hoy como objetos imprescindibles.
Pero el concepto que trasunta la expresión: "carencia
originaria" se relaciona con el deseo humano, deseo que nunca se
detiene y una de cuyas derivaciones o especificaciones la podemos
encontrar en el amor propio o deseo de diferenciación,
tema ya abordado tanto por Hobbes como por
Rousseau.[2]

La división social del trabajo, en diversas
escalas y con diferentes grados de complejidad, se ha configurado
en todo tipo de sociedad. Unicamente podríamos excluir
aquellas proto comunidades sumamente primitivas, en las cuales
todos los individuos realizaban todas las tareas, las
asignaciones de funciones específicas sólo se
basaban en distinciones de sexo o edad y, los productos o
servicios eran entregados y no intercambiados, es decir la
tradición de las cosas o la prestación de los
servicios no implicaban necesariamente bilateralidad alguna. La
división social del trabajo, por consiguiente, tiene como
consecuencia principal, más visible y corroborable
empíricamente, que los individuos suelen especializarse en
determinado tipo de producción de cosas o prestaciones de
servicios, los cuales intercambian por todo el resto de productos
y servicios de los cuales carecen, en la medida de sus
posibilidades. Este intercambio puede estar mediado o no por la
existencia de una medida de valor común, como lo fueron en
principio la sal y las especias, para finalmente instalarse el
dinero metálico [3]que ostenta sus tres
funciones características como medio de pago y medida y
reserva de valor. En la actualidad y, a nivel mundial el dinero
ya no guarda relación alguna con el metálico
existente, es de carácter fiduciario.

Salvo la autosuficiencia y el aislamiento ideal, no hay
opción alguna, debemos entrar en el mercado para no
sólo procurarnos la subsistencia sino para afirmar la
propia personalidad mediante la satisfacción del deseo. Al
nacer, el juego, con sus reglas un tanto vagamente delimitadas,
ya estaba en proceso, parecería no haber otro juego y
jugándolo existimos al paso que vamos delineando nuestro
ser.

La
dinámica del mercado

Los individuos se interrelacionan intercambiando (con o
sin mediación dineraria), al menos parecería ser la
lógica de interrelación no sólo imperante
sino determinante del carácter racional de los hombres.
Estas interrelaciones, concedamos por el momento, el hecho de que
son eminentemente de intercambio, se dan a partir de las
respectivas carencias de los sujetos, ya en su oportunidad
comentadas. Estos hechos de intercambio tienen lugar
simultáneamente[4]en dos planos de la
realidad: El de la materialidad o estructuralidad y el de la
formalidad o superestructuralidad. Al separar, a los efectos
interpretativos los dos planos, es fácilmente avisorable
el hecho de que mientras que para la formalidad, las relaciones
de intercambio se dan entre sujetos iguales, carentes por igual
en tanto que registran formalmente deseos insatisfechos; en el
plano de la materialidad las carencias son sustancialmente
diferentes, quedando esto último oculto tras la igualdad
formal. Por otra parte la juricidad formal considera a los
individuos como sujetos autodeterminantes, que saben acerca de
sus necesidades y actúan (entre sus acciones se encuentran
las de contratar) desde y de acuerdo a fines, preordenando la
causalidad para ello, de manera más o menos eficiente. Sin
embargo la materialidad nos muestra que la
autodeterminación es una mera forma vacía,
sólo aplicable a casos ideales, dado que los sujetos no se
encuentran en igualdad de libertad de acción como
consecuencia de una amplia gama de circunstancias que pueden
constreñir en diferentes grados su capacidad de
autodeterminarse. Estas circunstancias pueden ir desde una
incapacidad física originaria, pasando por desgracias
naturales imprevisibles o inevitables, hasta la diferencia de
riquezas en su posición originaria.

La igualdad formal sin embargo tiende a ocultar, siempre
que sea posible, las desigualdades referidas, las que de
ningún modo pueden serle atribuibles al sujeto y; la
operación que lleva a cabo consiste principalmente en
legitimar la desigualdad real, justificándola mediante la
instalación de la creencia de que las desigualdades se
deben en lo primordial a causas de corte subjetivo, tales como la
pereza en algunos, las diferentes habilidades adquiridas o el
ascetismo ahorrativo de algunos individuos o grupos de
ellos.[5]

Composición del
mercado

Podemos distinguir claramente en el mercado dos
diferentes clases de sujetos:

  • Aquellos que llevan sus mercancìas para
    intercambiar.

  • Aquellos otros que por no tener mercancìas,
    ofertan su fuerza de trabajo.

Este segundo grupo de individuos no posee
mercancìas para negociar, debido a no contar con los
recursos necesarios para hacerse de los medios de trabajo, de
procurar su subsistencia( de su propia fuerza laboral necesaria)
mientras se ejecuta el proceso productivo. Estos sujetos, ofrecen
su fuerza de trabajo, producida por el propio cuerpo, el que es
en definitiva fuente productora de toda mercancìa, fuerza
laboral que es puesta a disposiciòn del primer grupo de
individuos referido precedentemente y, por un tiempo determinado,
contrato mediante, celebrado en condiciones de absoluta libertad
formal. Como contraste, la desigualdad material es evidente y
contradice la libertad formal de contrataciòn proclamada
en principio. Quien no tiene mercancìas que ofrecer, se
encuentra constreñido a cumplir con su contrato laboral
tanto como quien lo contrata. Asimismo, el que contrata para
adquirir fuerza laboral, siempre en definitiva tiene la
opciòn, hasta en el peor de los casos, de ingresar su
propia fuerza laboral al mercado, postergada o suspendida hasta
el momento, ya sea en una actividad paralela a aquella de la cual
es formalmente titular o, incluso puede sumarla al propio proceso
productivo y apropiarse asì del valor originado, no
sòlo por la fuerza de trabajo ajena ,sino ademàs
del mayor valor propio agregado.

Otros aspectos de
la superestructura. El escenario político y la
juridicidad

Parecerìa insalvable la distancia existente entre
los dos grupos de sujetos que componen las relaciones de
intercambio dadas en el mercado. La desigualdad material de esta
forma es empìricamente verificable entre titulares y no
titulares de los medios productivos[6]Mediante
este anàlisis podemos separar a aquellos sujetos que
tienen capacidad de tomar decisiones, sobre la base de su poder
en el mercado, dado que organizan la producciòn,
disponiendo de ella y decidiendo en definitiva, quien
podrà proveer a su subsistencia a cambio de vender su
fuerza de trabajo. Por otra parte, su capacidad en cuanto a sus
votos monetarios siempre serà mayor y esta vez, visto
desde el lado del consumo y no de la producciòn. La
superestructura jurìdica, conforme ya fuera explicitado a
lo largo del presente trabajo, no sòlo consagra la
igualdad formal de los individuos, sino que ademàs, la
reconoce en casos hipotèticos pero restringidos ciertas
desigualdades materiales, pero como excepciòn y no como la
regla, vg. la legislaciòn que limita la jornada laboral,
prohibe y castiga la usura o prohibe ciertos tipos de contratos
por considerarlos abusivos por una de las partes contratantes.
Este reconocimiento tiene el doble efecto de legitimar la
desigualdad estructural, al ocultarla y hacerla pasar como mera
manifestaciòn excepcional o no atribuible al sistema mismo
que impone la lògica de intercambio vigente y, por otra
parte, canaliza a travès de la juricidad formal, las
eventuales demandas del grupo social desfavorecido por el
intercambio. [7]

La epitomizaciòn de la igualdad formal se
encuentra plasmada en el escenario polìtico, el que
organiza la democracia representativa liberal y su sistema de
partidos. Mediante este sistema, individuos con realidades
materiales completamente disìmiles y pertenecientes a los
dos grupos señalados, se pueden sentir identificados en la
unidad de un representante polìtico, quien
difìcilmente podrà serlo de los màs
desfavorecidos, como consecuencia de los intereses a los cuales
sucumbirà, presa de su propio e infinito deseo. Lo mejor
que puede acaecer es que en definitiva termine por no representar
a nadie, pero aùn asì sera funcional a la
continuidad de la explotación. La democracia
representativa liberal se torna asì en la
perfecciòn formal de la idea del contrato como fundamento
del origen del estado.

La superestructura ideológica por otra parte se
reproduce, perpetuándose mediante un mecanismo de
internalización que opera sobre los sujetos, quienes de
esta manera naturalizan la formalidad ideológica y
jurídica. Este mecanismo es tan efectivo que clausura
incluso el planteo de otras formas probables de pensar la
lógica del intercambio dada en la realidad o, al menos
tornan impensable la aplicabilidad de la idea concebida. Esto es
así dado la previa naturalización operada con
respecto a la realidad estructural.

La acción
estratégica y la acción
comunicativa

Las categorías elaboradas por Apel y Habermas a
través de la ética del discurso pueden servir a los
efectos de prestar otro enfoque al problema. La propuesta de la
ética del discurso consiste en responder a la pregunta
práctica: ¿Qué hacer o cómo debo
obrar? Pero no al modo kantiano, es decir sometiendo la
máxima de la acción al experimento mental de la
universalidad, sino estableciendo diálogos con los
terceros involucrados, suponiendo conflictos de intereses, de
manera tal de lograr el consenso por el libre consentimiento de
todos los involucrados por el peso mismo de las argumentaciones,
a este medio de solución de los conflictos de intereses
materiales, se lo denomina coordinación comunicativa. No
cuesta mucho percibir en este planteo, el aparentemente insoluble
conflicto originado por la contradicción entre la
desigualdad material, donde se pretende instrumentalizar al otro
para los propios fines y la formalidad ideal, en la cual
parecería consagrarse el reino de los fines. Este
conflicto es inherente a la lógica del intercambio
existente, de la cual no se alejan ni el planteo kantiano, el
cual le es funcional ni tampoco la ética del discurso. Los
denominados sistemas de autoafirmación elaborados por
éste planteo ético, sin embargo, podrían ser
tenidos en cuenta, en tanto una nueva categorización de la
realidad, a través de la cual observarla, estos citados
sistemas, vg. la familia, el propio estado, una
corporación(siempre en relación a una generalidad
más amplia) etc., se presentan como la parte del conflicto
más cercana a la materialidad, podríamos considerar
la relación del intercambio como una bipolaridad
conflictiva que va del sistema de autoafirmación hacia su
polo opuesto que sería siempre una generalidad, más
amplia como previamente se mencionara, aunque siempre encarnada
en un interlocutor cualquiera. Esta bipolarización,
también puede ser entendida en términos de
materialidad vs. idealidad, donde el sujeto se debatiría
siempre entre imponer estratégicamente sus intereses, en
la medida de lo posible, dado que asimismo, la idealidad generada
por la propia materialidad a veces se lo impide o; por el
contrario lograr la coordinación comunicativa con el
interlocutor que representaría la opción de la
consideración en general de tratar a los otros como fines
en sí mismos. De lo expuesto, se puede observar que el
planteo elaborado por la ética del discurso, si bien puede
prestar un nuevo enfoque para abordar el análisis del
intercambio, no se escapa tampoco a su matriz simbólica
generada por la superestructura ideal, dando por un hecho
natural, el intercambio material instrumentalizador del
otro.

Conclusión

Se describió en el presente, como el intercambio
se da simultáneamente en dos planos, el real y el formal,
con notorios contrastes entre ambos, vg. igualdad formal vs.
desigualdad material. La cumplimentación del imperativo
categórico, por ello, al menos desde el punto de vista
meramente formal no parecería ser problemático,
sólo basta con seguir las prescripciones positivas (al
menos si no se actúa por deber lo será conforme a
éste). Pero el actuar conforme al deber y por ende de
acuerdo a los dictados de la razón, la que a guisa de
experimento mental universaliza máximas para responder a
la pregunta práctica ¿qué debo hacer?,
impide el hecho de obviar la realidad material una vez que se ha
tomado plena conciencia de ella. ¿No ocurre entonces que
la prescripción kantiana que impone tratar al otro no
sólo como medio para los propios fines y a la vez como fin
en si mismo forma parte de la propia formalidad ideológica
?

Parecería inevitable, caer una y otra vez en el
hecho del poder legitimador de la formalidad ideal para con la
materialidad, esta última como se podrìa ya
concluir, lejos de meramente producir como precipitado ideal, a
la superestructura ideológica y jurídica, es
reforzada y, sino ocultada, al menos solapada por la
primera.

Esta constelación de creencias internalizadas en
los sujetos, clausuran el planteo de nuevas probabilidades en
cuanto a las formas de intercambio, siempre posibles.
¿Cómo se podría expresar un intercambio
basado en la cooperación donde el plusvalor generado por
el plustrabajo, vuelva legítimamente a sus productores
directos? ¿ Cómo enunciar una nueva
distribución de las ganancias de la producción sin
tomar en cuenta la parte que le corresponde al capitalista no
gerenciador directo? Por acaso, ¿de no haber más
capitalistas no gerenciadores, esta nueva clase de
administradores o tecnócratas no terminarán por
hacerse con los medios de producción en perjuicio de los
titulares cooperativos? Es fácil caer en el escepticismo,
máxime cuando algunos casos de la realidad
histórica parecerían
confirmarlo[8]La matriz simbólica se
reproduce así internamente en cada uno de los suejetos,
clausurándoles el camino intelectivo hacia la
consideración de nuevas alternativas a la lógica de
intercambio existente.

Bibliografía

  • 1. Thomas Hobbes.
    Leviatán. México D.F.: Fondo de
    Cultura Económica, 1990.

  • 2. Norberto Bobbio. Thomas
    Hobbes
    . México D. F.: Fondo de Cultura
    Económica, 1992.

  • 3. Juan Jacobo Rousseau. El Origen de la
    desigualdad entre los hombres
    .

  • 4. Immanuel Kant. Metafísica de las
    Costumbres
    . Buenos Aires: Losada, 1993

  • 5. Karl Marx. El Capital. Caps I a IX.
    México: Fondo de Cultura Económica,
    1976.

  • 6. Marta Harnecker. Los Conceptos
    Elementales del Materialismo
    Histórico
    .

Buenos Aires: Siglo XXI, 1973.

Disponible en internet en:

http://www.catedras.fsoc.uba.ar/heler/practicosfilosocial.htm.

 

 

Autor:

Pablo Fernandez Quintas

 

[1] De todas maneras podemos considarar a los
usos y costumbres prescriptos por la formalidad vigente, que
responden a la ètica de la convicciòn kantiana,
un tanto morigerados por la consideraciòn de las
consecuencias de los actos.

[2] En el Leviatán de Hobbes es claro
que el deseo ilimitado de los hombres los lleva a la
destrucción mutua en el estado de naturaleza, donde
paradójicamente las leyes de la naturaleza no son
observadas. El deseo ilimitado pesa más que el hecho de
los recursos limitados y la igualdad de fuerzas para garantizar
la completa inseguridad, esa inseguridad además lleva
por otra parte a la necesidad de diferenciación con
respecto al otro de manera tal de perseverar en el propio ser y
conservar las propias fuerzas. En El Origen de las
desigualdades entre los hombres, Rousseau trata el problema del
deseo de diferenciación con el otro en tanto amor propio
que a su vez es una deformación del sano y primigenio
amor de si.

[3] Es difícil concebir la existencia
del dinero previo a la aparición del estado, dado que el
dinero, cuya génesis fuera la acuñación de
la moneda es un acto eminentemente soberano, un acto de
imperio, la prueba de ello radica en que en contados casos el
valor expresado por la moneda guardaba estrecha relación
con su peso en metálico, el cual era degradado adrede e
indistintamente por las diversas organizaciones estatales
existentes de manera tal de apropiarse de una considerable
diferencia.

[4] Por simultaneidad, se entiende a los
efectos presentes y específicos, tanto simultaneidad
cronológica como ontológica.

[5] No es esta una alusión a la obra
de Max Weber, Etica Protestante y Desarrollo Capitalista, dado
que conforme Weber se encarga de aclarar su objetivo es
analizar en lo fundamental uno de los dos extremos del camino
de ida y vuelta entre materialidad y espiritualidad,
reconociendo por ello la influencia de la realidad en la
superestructura ideológica .

[6] Quizà en la actualidad, a
màs de un siglo de las categorìas marxistas
empleadas en la descripciòn de la realidad
socio-econòmica deberìan ser objeto de un
profundo anàlisis en pos de su reelaboraciòn. La
evoluciòn del capitalismo, el cual se encaminara hacia
una creciente intangibilidad en cuanto a su sustancia y la
formaciòn de un nuevo grupo social conformado por la
tecnocracia, cuyos miembros disponen de la propiedad en manos
de accionistas desconocidos y minoritarios, quienes en
definitiva son manejados por sus supuestos empleados-
administradores, imponen la necesidad de repensar la
relaciòn entre titulares y no titulares de medios de
producciòn aunque no necesariamente en su esencia.

[7] El contrato en tanto paradigma de la
igualdad formal entre las partes, sin embargo ha sufrido
diversas limitaciones en cuanto a la autodeterminaciòn
de las partes para prestar su consentimiento, allì es
donde el estado aparece prohibiendo ciertas pràcticas
incluso contra la voluntad de la parte supuestamente màs
dèbil del contrato, por considerar no sòlo que su
voluntad se encuentra a merced de la otra parte màs
poderosa sino que ademàs por ello mismo lo utiliza como
mero medio para sus fines.

[8] Ya se hizo refencia previa al
fenómeno de la tecnocracia en las grandes corporaciones
del siglo XX

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