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Mitología Nórdica 1. Inicios y Creación



  1. Introito
  2. El
    Abismo Primigenio
  3. Ymir y
    Audhumla
  4. Odín, Vili y Ve
  5. La
    Creación de la Tierra
  6. Mani y
    Sol
  7. Los
    Lobos Skoll y Hati
  8. Enanos
    y Elfos
  9. La
    Creación del Hombre y la Mujer
  10. El
    Árbol Ygdrassil
  11. El
    Puente Bifrost
  12. Los
    Vanir
  13. Njörd, rehén de los
    Aesir
  14. El
    Dios del Verano
  15. Skadi, Diosa del Invierno
  16. La
    Separación de Njörd y Skadi
  17. El
    Culto a Njörd

Introito

Un buen lugar con el que empezar el estudio de la
Mitología Nórdica es con la parte más
antigua del gran poema éddico
"Voluspá" (La Profecía de la
Vidente). Ésta data probablemente del año 1000,
cuando Cristo empezaba a ejercer una gran influencia en los
asuntos nórdicos. Por ello, el poema, tal como se conoce,
puede mostrar la mitología nórdica influida por la
cristiana. Además, el texto del Codex
Regius
lo muestra en un estado ya mutilado. Hay obvias
lagunas en él y probablemente interpolaciones
difícilmente rastreables.

El poema se presenta como la declaración de una
volva (vidente, sibila) anónima, ante la
existencia de Valfodr, uno de los muchos nombres
de Odín, el principal dios nórdico.
Él le había pedido que le contase los antiguos
relatos de los hombres, las primeras cosas que podía
recordar. Empezó hablando de sus recuerdos de
épocas primigenias, para continuar con acontecimientos
posteriores, aunque muy antiguos y finalmente, siguió con
el futuro, el cual profetizó, presumiblemente ante la
inquietud de Odín. Dice del estado
más primitivo del universo:

Fue en tiempos remotos,

cuando nada había,

ni la arena ni el mar

ni las frías olas,

ni la tierra

ni los altos cielos,

sólo un gran vacío

y nada crecía.

El Abismo
Primigenio

Así pues, cuando nada había y la oscuridad
reinaba en todas partes, existía un poderoso ser llamado
Allfoedr (Padre de Todo), al que imaginaban
confusamente tanto no creado como no visto, y todo lo que
él deseaba era aprobado. Era una especie de ser invisible
que había existido desde siempre, y el cual contaba con
once nombres más.

En el centro del espacio se encontraba, en el albor del
tiempo, un gran abismo llamado Ginnungagap, la
grieta de entre las grietas, la sima grandiosa, cuya profundidad
no alcanzaba a ver ningún ojo y que estaba cubierto en una
constante penumbra.

Al norte de este lugar se encontraba un espacio o mundo
conocido como Niflheim o
Nifhelheim (el mundo de la niebla y la oscuridad)
en el centro del cual burbujeaba el inagotable manantial
Hvergelmir (la caldera hirviente), cuyas aguas
abastecían doce grandes corrientes conocidas como las
Elivagar. Como las aguas de estas corrientes
fluían velozmente desde su origen hasta encontrarse con
las frías ráfagas de la sima grandiosa
(Ginnungagap), se solidificaban pronto en enormes
bloques de hielo, que rodaban hacia las inconmensurables
profundidades del gran abismo con un continuo estruendo
atronador.

Al sur de esta oscura fosa, en dirección opuesta
al Niflheim, el reino de la niebla, se localiza
otro mundo conocido como Muspellsheim (el hogar
del fuego elemental), donde todo era calor y luz y cuyas
fronteras eran guardadas continuamente por Surtr,
el gigante de la llama. Este gigante blandía ferozmente su
reluciente espada, lanzando continuamente, grandes cantidades de
chispas, que caían con un silbido sobre los bloques de
hielo en el fondo del abismo, derritiéndolos parcialmente
con su calor incandescente.

Ymir y
Audhumla

Las nubes de vapor se elevaban y, al encontrarse de
nuevo con el frío, se transformaban en escarcha, la cual,
capa a capa, rellenaba el espacio central. De esta manera, por la
continua acción del frío y el calor, y
también debido probablemente a la voluntad de
Allfoedr, una gigantesca criatura llamada
Ymir u Olgelmir (arcilla
hirviente), la personificación del océano
congelado, nadó entre los bloques de hielo del
Ginnungagap y como fue creado a partir de la
escarcha, se le llamó Hrimthurs o el
Gigante de Hielo.

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Andando a tientas en la oscuridad en busca de alimento,
Ymir se encontró con una vaca gigantesca
llamada Audhumla (la alimentadora), que
había sido creada de la misma manera y con los mismos
materiales con los que el gigante había sido concebido.
Corriendo hasta ella, Ymir observó con
placer que de sus ubres fluían cuatro grandes arroyos de
leche, que le proporcionarían alimento más que
suficiente. Todas sus necesidades fueron satisfechas de esta
manera; sin embargo, la vaca, buscando comida a su vez a su
alrededor, comenzó a lamer la sal de un bloque de hielo
cercano con su áspera lengua. Siguió haciendo esto
hasta que primero aparecieron los cabellos, después la
cabeza entera de un dios emergió de su helada envoltura y
finalmente Buri (el productor) se vio
completamente liberado.

Mientras la vaca se encontraba ocupada de esta manera,
Ymir, el gigante, se había quedado dormido
y mientras dormía un hijo y una hija habían nacido
de la transpiración bajo sus axilas y sus pies
habían producido el gigante de seis cabezas
Thrungelmir, el cual, poco después de
nacer, dio a luz a su vez al gigante Bergelmir,
del cual descienden todos los gigantes malignos
helados.

Odín, Vili y
Ve

Cuando los gigantes se dieron cuenta de la existencia
del dios Buri y de su hijo Borr
(nacido), al cual había producido inmediatamente, una
guerra surgió entre ellos, ya que al representar dioses y
gigantes las fuerzas opuestas del bien y del mal, no cabía
la posibilidad de que pudieran vivir juntos en paz. Naturalmente,
la lucha continuó durante años sin que
ningún bando lograra una decidida ventaja, hasta que
Borr se casó con la giganta
Bestla, hija de Bolthjorn (la
espina del mal); de la pareja nacieron tres poderosos hijos:
Odín (espíritu),
Vili (voluntad) y Ve
(sagrado).

Estos tres hijos se unieron inmediatamente a su padre en
su lucha contra los gigantes de hielo enemigos y finalmente
lograron matar a su rival más devastador, el gran
Ymir. Mientras caía sin vida, la sangre
manó de sus heridas en cantidades tan grandes que
terminó produciendo un gran diluvio en el que
pereció toda su raza, a excepción de
Bergelmir, el cual logró escapar con su
esposa en un bote hasta los confines del mundo.

Allí construyó su morada, llamando al
lugar Jotunheim (hogar de los gigantes) y
allí engendró una nueva raza de gigantes de hielo,
los cuales heredaron sus aversiones y continuaron su odio de
sangre, estando siempre dispuestos a salir resueltamente de su
desolado país para atacar el territorio de los
dioses.

Los dioses, llamados Aesir (pilares y
soporte del mundo) en la mitología del Norte, tras haber
triunfado sobre sus enemigos y haber terminado de esta manera la
guerra, comenzaron entonces a mirar a su alrededor, con la
intención de mejorar el aspecto desolado de las cosas y
moldear un mundo habitable. Tras la debida consideración,
los hijos de Borr tomaron el enorme
cadáver Ymir y lo arrojaron al
Ginnungagap, poniéndolo en medio, y
comenzaron a crear el mundo a partir de las diversas partes que
lo componían.

La Creación de
la Tierra

De su carne moldearon Midgard (el
jardín medio), el nombre que se le dio a la Tierra.
Éste se situó en el centro exacto del vasto
espacio, y fue cubierto con las cejas de Ymir
como baluartes o murallas. La porción sólida de
Midgard fue rodeada con la sangre o el sudor del
gigante, que pasaron a formar el océano, el agua y los
mares, mientras que sus huesos pasaron a constituir las
montañas, sus dientes los precipicios y sus cabellos
rizados los árboles y la vegetación.

Bien satisfechos con sus primeros esfuerzos en la
creación, los dioses tomaron entonces la abultada calavera
del gigante y la equilibraron diestramente para formar los cielos
abovedados sobre tierra y mar. Después esparcieron sus
sesos a través de sus vastas extensiones para crear de
ellos las nubes. Dice Alto (Odín) citando
estrofas del poema de preguntas y respuestas
Grímnismál:

De la carne de Ymir se hizo el
mundo,

y de su sangre, el mar.

De sus huesos, peñascos; de sus cabellos,
árboles;

y de su cráneo, la bóveda
celeste.

Y de sus cejas, los ilustres dioses

hicieron Midgard para la humanidad.

Y de sus sesos se crearon

todas esas crueles nubes de
tormenta.

Para sostener la bóveda celestial, los dioses
colocaron a los poderosos enanos Nordri, Sudri,
Austri y Westri en sus cuatro esquinas,
ordenándoles que lo sostuvieran sobre sus hombros. De
ellos recibieron los cuatro puntos cardinales sus nombres
actuales de Norte, Sur, Este y Oeste.

Para iluminar el mundo creado, los dioses sembraron la
bóveda celestial con chispas procedentes de
Muspellsheim, puntos de luz que brillaban
constantemente a través de la oscuridad como estrellas
relucientes. Las más luminosas de estas chispas, sin
embargo, se reseñaron para la forja del Sol y de la Luna,
los cuales fueron colocados en bellos carros de oro. Cuando todos
los preparativos concluyeron, y los corceles
Arvakr (el despertador temprano) y
Alsvin (el marchador veloz) fueron enganchados al
carro del Sol, los dioses, temiendo que los animales pudieran
perjudicarse por su proximidad a la ardiente esfera, colocaron
bajo sus crucetas grandes pieles rellenas de aire o alguna
sustancia refrigerante.

También forjaron el escudo Svalin
(el refrigerante) y lo situaron delante del carro para
protegerles de los rayos directos del Sol, los cuales, de otra
manera, podrían haberles carbonizado a ellos y a la
Tierra. De forma similar, el carro de la luna fue provisto con un
ágil corcel llamado Alsvider (el
más veloz); sin embargo, no se precisó de
ningún escudo que le protegiera de los ligeros rayos de la
Luna.

Mani y Sol

Los carros estaban preparados, los corceles enganchados
e impacientes para comenzar lo que iba a ser su recorrido diario,
pero ¿quién iba a guiarles por el camino correcto?
Los dioses buscaron a su alrededor y los dos bellos hijos del
gigante Mundilfer llamaron su atención.
Él estaba muy orgulloso de sus hijos y les había
dado el nombre de los recién creados orbes,
Mani (la luna) y Sol (el Sol).
Sol, la doncella del Sol, era la esposa de
Glaur (el brillo), el cual era probablemente uno
de los hijos de Surtr.

Los nombres probaron haber sido otorgados acertadamente,
pues el hermano y la hermana fueron nombrados los encargados de
conducir los corceles de sus brillantes homónimos. Tras
recibir los debidos consejos de los dioses, fueron llevados hasta
el cielo y día tras día, cumplieron con sus
obligaciones asignadas conduciendo los corceles a través
de los senderos celestiales. Dice así el
Hávamál:

Sabed que Mundilfer es el alto

padre de Mani y Sol;

los años pasarán uno tras
otro,

mientras ellos marcan los meses y los
días.

Después, los dioses convocaron a
Nott (noche), una de las hijas de
Norvi, uno de los gigantes y le confiaron el
cuidado de un oscuro carro tirado por un corcel negro,
Hrimfaxi (crines de hielo), de cuyas crines
ondeantes caía el rocío y la escarcha hasta la
tierra.

La diosa de la noche se había casado en tres
ocasiones y con su primer esposo, Naglfari,
había tenido un hijo de nombre Aud; con el
segundo, Annar, una hija llamada
Jord (tierra) y con el tercero, el dios
Delliger (amanecer), otro hijo, cuya belleza era
sublime y al cual se le dio el nombre de Dag
(día).

Tan pronto como los dioses se percataron de la
existencia de este hermoso ser, le proporcionaron también
un carro tirado por el resplandeciente corcel blanco
Skinfaxi (crines brillantes), de cuyas crines
resplandecientes rayos de luz brillaban en todas direcciones,
iluminando el mundo y trayendo consigo luz y alegría para
todos.

Los Lobos Skoll y
Hati

Pero ya que el mal siempre sigue de cerca los pasos del
bien con la intención de destruirlo, los antiguos
habitantes de las regiones del Norte imaginaron que tanto el Sol
como la Luna eran perseguidos incesantemente por los fieros lobos
llamados Skoll (repulsión) y
Hati (odio), cuyo único objetivo era
alcanzar y tragarse a los brillantes objetos que
perseguían, para que el mundo volviera así a estar
envuelto en su oscuridad inicial.

Se decía que a veces, los lobos alcanzaban e
intentaban devorar sus presas, produciendo consiguientemente un
eclipse de las brillantes orbes. Entonces, la gente aterrorizada
provocaba un estruendo tan ensordecedor, que los lobos, asustados
por el ruido, los soltaban de sus mandíbulas. Una vez
libres de nuevo, Sol y Mani
reanudaban su camino, huyendo con más rapidez que antes,
perseguidos velozmente por los hambrientos monstruos a
través de su estela, los cuales esperaban con ansia el
momento en el que sus esfuerzos se vieran recompensados con el
fin del mundo. Las naciones del Norte creían que sus
dioses habían emergido de una alianza entre el elemento
divino (Borr) y el mortal
(Bestla, la giganta), por lo que eran finitos y
estaban condenados a perecer junto al mundo que habían
creado.

Mani también estaba
acompañado de Hjuki, la Luna creciente, y
Bil, la Luna menguante, dos niños que
él había arrebatado de la Tierra, donde un cruel
padre los había obligado a acarrear agua durante toda la
noche. Los antiguos nórdicos creían ver a estos
niños, con sus cubos perfilándose levemente sobre
la Luna.

Los dioses no sólo nombraron al Sol, la Luna, el
Día y la Noche para señalar el transcurso del
día, pues también asignaron al Atardecer, la
Medianoche, la Mañana, el Amanecer, el Mediodía y
la Tarde para que compartieran sus tareas, nombrando al Verano y
al Invierno como los gobernadores de las estaciones, como
dirigentes del paso de los años, hasta el ocaso de los
dioses.

Verano, desciende directamente de Svasud
(el suave y el encantador). Heredó el carácter
gentil de su señor y era amado por todos excepto por
Invierno, su mortal enemigo e hijo de Vindsval,
el cual era a su vez hijo del desagradable dios
Vasud, personificación de los vientos
helados. Los vientos fríos soplaban continuamente desde el
Norte, enfriando toda la Tierra y los nórdicos
creían que eran puestos en movimiento por el gran gigante
Hresvelgr (el devorador de cadáveres), el
cual, ataviado con plumas de águila, se sentaba al borde
del extremo norte de los cielos y cuando levantaba sus brazos o
alas, frías ráfagas se creaban y soplaban
despiadadamente sobre la faz de la Tierra, destruyéndolo
todo con su aliento helado.

Enanos y
Elfos

Mientras los dioses estaban ocupados creando la Tierra y
proporcionándole iluminación, una horda de
criaturas con aspecto de gusano habían estado
reproduciéndose en la carne de Ymir. Estas
desagradables criaturas terminaron atrayendo la atención
divina. Convocándoles ante su presencia, los dioses les
dieron primero forma y les dotaron de una inteligencia
sobrehumana, tras lo cual los dividieron en dos grandes
clases.

Aquellos que eran de naturaleza oscura, traicionera y
taimada, fueron desterrados a Svartalfheim, hogar
de los enanos negros, el cual estaba situado bajo tierra, y de
donde no se les permitía salir durante el día, bajo
pena de ser transformados en piedra. Se les llamaba
enanos, trolls,
gnomos o kobolds, y empleaban
toda su energía y tiempo en explorar los escondrijos
secretos de la Tierra. Coleccionaban oro, plata y piedras
preciosas, que guardaban en grietas secretas de donde
podían sacarlas según su deseo.

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Al resto de estas pequeñas criaturas, incluyendo
todos los que eran hermosos, benignos y provechosos, los dioses
los llamaron hados y elfos, y
fueron enviados para que moraran en el espacioso reino de
Alfheim (hogar de los elfos de
luz), situado entre el cielo y la tierra, de donde podían
descender siempre que quisieran, para cuidar de las plantas y las
flores, jugar con los pájaros y las mariposas, o bailar en
la hierba a la luz de la Luna.

Odín, que había sido el
espíritu líder en todas estas empresas,
ordenó a los dioses, sus descendientes, que le siguieran
hasta la vasta llanura conocida como Idawold, que
se encontraba muy por encima de la Tierra, al otro lado de la
gran corriente Ifing, cuyas aguas nunca se
helaban.

En el centro del sagrado espacio, que desde el comienzo
del mundo había sido reservado para su propia morada y
había sido llamado Asgard (hogar de los
dioses), los doce Aesir (dioses) y las
veinticuatro Asynjur (diosas) se reunieron en
asamblea a la llamada de Odín. Se
celebró un gran consejo, en el cual se decretó que
no se derramaría sangre dentro de los límites de su
reino, o durante el tratado de paz, pues la armonía
debía reinar allí por siempre. Como resultado de la
conferencia, los dioses también construyeron una fragua,
en la que diseñaron todas sus armas y herramientas
requeridas para construir los magníficos palacios de
metales preciosos, en los cuales vivieron durante muchos
años en un estado de felicidad tan perfecta que este
período pasó a llamarse la Edad de Oro.

La Creación
del
Hombre y la Mujer

Aunque los dioses habían diseñado desde el
principio Midgard o Manaheim,
como la morada del hombre, no existían seres humanos que
lo habitaran todavía. Un día,
Odín, Vili y
Ve, según algunas autoridades en la
materia, o bien Odín,
Hoenir (el brillante) y Lodur o
Loki (fuego), comenzaron a caminar juntos por la
orilla del mar, donde se encontraron o bien con dos
árboles, el fresno (Ask) y el olmo
(Embla) o con los dos bloques de madera, tallados
con toscas formas humanas.

Vinieron tres poderosos,

generosos Aesir a esta morada.

Junto a la costa encontraron

A dos de escaso poderío,

Ask y Embla, seres sin destino.

No tenían aliento, ni alma
viviente,

Ni flujo de sangre, ni voz, ni
color.

Odín les dio el aliento,

Hoenir el alma,

Lodur les dio sangre y color.

Los dioses contemplaron al principio la madera inerte
con silencioso asombro. Después, percatándose del
uso que se le podría dar, Odín
dotó a estos troncos con almas, Hoenir les
concedió el movimiento y los sentidos y
Lodur contribuyó con sangre y una
complexión saludable. Dotados así con habla e
intelecto, y con poder para amar, esperar y trabajar, y con vida
y muerte, a los recién creados hombre y mujer se les
otorgó libertad para gobernar Midgard a su
deseo. Lo poblaron gradualmente con su descendencia, mientras los
dioses, recordando que habían sido ellos los que los
habían dotado con vida, se interesaron especialmente en
todas sus actividades, velando por ellos y concediéndoles
con frecuencia su ayuda y protección.

El Árbol
Ygdrassil

Creó Allfoedr después un
enorme fresno de nombre Ygdrassil, el
árbol de universo, del tiempo o de la vida, el cual
ocupaba todo el mundo, expandiéndose sus raíces no
sólo en las más remotas profundidades de
Niflheim, donde burbujeaba el manantial
Hvergelmir, sino también en
Midgard, cerca del pozo de Mimir
(el océano) y en Asgard, cerca de la
fuente Urdar.

Desde sus tres grandes raíces, el árbol
alcanzaba una altura tan formidable que su rama más
elevada, llamada Lerald (el pacificador),
ensombrecía la sala de Odín,
mientras el resto de los brazos arbóreos se alzaban sobre
los otros mundos.

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Un águila fue situada en la rama
Lerald, y entre sus ojos se sentó el
halcón Vedfolnir, el cual observaba con su
mirada penetrante el cielo, la Tierra y Niflheim,
e informaba de todo lo que veía. Ya que el árbol
Ygdrassil se mantenía siempre verde y sus
hojas nunca se marchitaban, servía de pasto no sólo
para el chivo de Odín,
Heidrun, el cual suministraba el hidromiel
celestial, la bebida de los dioses, sino también para los
venados Dain, Dvalin,
Duneyr y Durathor, de cuyas
cornamentas caía el rocío de miel hacia la Tierra,
suministrando agua a todos los ríos del mundo.

En la hirviente caldera Hvergelmir,
cercana al gran árbol, un horrible dragón llamado
Nidhogg mordisqueaba continuamente las
raíces y era asistido en su tarea de destrucción
por innumerables gusanos, cuyo objetivo era acabar con la vida
del árbol, conscientes de que su caída sería
la señal de la perdición de los dioses.

Carreteando continuamente arriba y abajo por las ramas y
el tronco del árbol, la ardilla Ratatosk
(el portador de la rama), el típico entremetido y
chismoso, empleaba su tiempo en repetirle, al dragón los
comentarios del águila y viceversa, con la
intención de sembrar la cizaña entre ambos,
situados a cada extremo del fresno sagrado.

El fresno Yggdrasil resiste las
penas

más de lo que los hombres pueden
suponer.

El ciervo muerde su corona, sus lados
decaen,

la serpiente Nidhogg quiebra sus
raíces.

El Puente
Bifrost

Era, por supuesto, esencial que el árbol
Ygdrassil se mantuviera en perfectas condiciones
de salud, una labor que realizaban las Nornas o
Destinos, que lo rociaban diariamente con las aguas sagradas del
manantial Urdar. Esta agua, al deslizarse hasta
la tierra a través de las ramas y las hojas, suministraba
miel a las abejas.

Desde ambos límites de Niflheim,
arqueándose muy por encima de Midgard, se
alzaba el puente sagrado, Bifrost
(Asatru, el aro iris), hecho de fuego, agua y
aire, cuyos palpitantes y cambiantes matices retenía y
sobre el cual viajaban los dioses de un lado a otro de la Tierra
o hasta el manantial Urdar, al pie del fresno
Ygdrassil, donde se reunían diariamente en
asamblea.

De entre todos los dioses, Thor, el dios
del trueno, era el único que nunca pisaba sobre el puente,
por miedo a que sus pesados pasos o el calor de sus
relámpagos lo destruyera. El dios Heimdall
guardaba custodia y vigilancia allí día y noche.
Estaba pertrechado con una espada mordaz y portaba un cuerno de
nombre Gjallarhorn, con la cual solía
soplar generalmente, una nota suave para anunciar la venida o la
ida de los demás dioses, pero la cual serviría
además, para hacer sonar un terrible estruendo cuando en
el Ragnarök, el gigante de hielo y
Surtr, llegaran con intención de destruir
el mundo.

Los Vanir

Aunque los habitantes originales del cielo eran los
Aesir, ellos no eran las únicas
divinidades que las razas nórdicas veneraban, pues
también reconocían el poder de los dioses del mar y
del viento, los Vanir, que vivían en
Vanaheim y gobernaban sus dominios a su
deseo.

En tiempos pasados, antes de que los palacios dorados de
Asgard hubiesen sido construidos, hubo una
disputa entre los Aesir y los
Vanir y llegaron a recurrir a las armas, usando
rocas, montañas e icebergs como proyectiles en la reyerta.
Sin embargo, descubriendo pronto que en la unidad residía
la fuerza, arreglaron sus diferencias y acordaron la paz, y para
ratificar el tratado intercambiaron prisioneros. Fue de esta
manera como Njörd, el Van,
vino a Asgard para vivir con sus dos hijos,
Frey y Freya, mientras que
Hoenir, el As, el
mismísimo hermano de Odín, hizo de
Vanaheim su morada.

Njörd,
rehén de los Aesir

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Los Aesir y los Vanir
intercambiaron prisioneros tras la terrible guerra que
habían mantenido entre ellos, y que mientras
Hoenir, el hermano de
Odín, se había marchado a vivir a
Vanaheim, Njörd, junto a sus
dos hijos, Frey y Freya,
establecieron su hogar definitivamente en
Asgard.

Como gobernador de los vientos y del mar cercano a la
costa, se le concedió a Njörd el
palacio de Noatun, cerca de la costa, desde donde
se dice, acallaba las terribles tempestades provocadas por
Aegir, el dios del mar profundo. También
extendía su protección especial sobre el comercio y
la pesca, los dos oficios que podían ser ejercidos
ventajosamente sólo durante los cortos meses de verano, de
los cuales él estaba considerado en cierta medida la
personificación.

Njörd vive en Noatun;

tiene poder sobre la marcha del
viento

y la calma del mar y el fuego.

Debe invocársele para

la navegación y la pesca.

Es tan rico y posee tantas cosas

que puede proporcionar tierras

y bienes mubles a quienes

le invoquen para ello.

El Dios del
Verano

A Njörd se le representa en el arte
como un dios muy bien parecido, en la flor de su vida, vestido
con corta túnica verde, con una corona de conchas y algas
sobre su cabeza o un gorro de ala marrón adornado con
plumas de águila o de garza. Como personificación
del verano, se le invocaba para que aquietaran las furiosas
tormentas que azotaban las costas durante los meses invernales.
También se le imploraba para que acelerara el calor
primaveral para así extinguir los fuegos del
invierno.

Ya que la agricultura se practicaba sólo durante
los meses de verano, y principalmente entre los fiordos y
ensenadas, Njörd también era invocado
para que favoreciera las cosechas, pues se decía de
él que se deleitaba ayudando a aquellos que confiaban en
él.

La primera esposa de Njörd,
según algunas autoridades, había sido su hermana
Nerthus, la Madre Tierra, que en Alemania se
identificaba con Frigg, pero que en Escandinavia
era considerada como una divinidad aparte. Sin embargo,
Njörd se vio obligado a separarse de ella
cuando se le requirió en Asgard, donde
pasó a ocupar uno de los once asientos de la gran sala de
consejos, estando presente en todas las asambleas de los dioses,
retirándose a Noatun sólo cuando
los Aesir no precisaban de sus
servicios.

En su casa de la costa, Njörd se
deleitaba observando el vuelo de las gaviotas de acá para
allá y contemplando los gráciles movimientos de los
cisnes, sus aves preferidas, que él consideraba sagrados.
También empleaba muchas horas mirando los juegos de las
focas, que se acercaban hasta sus pies para tomar el
Sol.

Skadi, Diosa del
Invierno

Poco después del regreso de Idunn
de Thrymheim y la muerte de
Thjazi dentro de los límites de
Asgard, la asamblea de los dioses se
sorprendió y consternó en gran medida al ver a
Skadi la hija del gigante, aparecer un día
entre ellos para reclamar una recompensa por la muerte de su
padre.

Aunque era hija del viejo y feo
Hrimthurs, Skadi, la diosa del
invierno, era ciertamente muy bella, en su armadura plateada, con
su reluciente lanza, afiladas flechas, corto vestido de caza,
polainas blancas de piel y anchas raquetas de nieve. Los dioses
no pudieron sino reconocer la justicia en su demanda, tras lo
cual le ofrecieron la compensación habitual en
expiación.

Skadi, sin embargo, estaba tan
enfurecida que al principio rehusó tal compromiso y
severamente reclamó vida por vida, hasta que
Loki, deseando apaciguar su ira y pensando que si
conseguía que sus fríos labios se relajaran en una
sonrisa, el resto sería fácil, comenzó a
hacer todo tipo de bromas. Atando un chivo a su cuerpo con una
cuerda invisible, realizó una serie de bufonadas que
después el chivo reprodujo.

La visión era tan grotesca que todos los dioses
rieron sonoramente, e incluso Skadi se vio
forzada a sonreír. Aprovechándose de su estado de
humor relajado, los dioses apuntaron al firmamento donde los ojos
de su padre brillaban como estrellas radiantes en el hemisferio
Norte, le contaron a la diosa que lo habían colocado
allí para mostrarle todos los respetos y añadieron
finalmente, que ella podría elegir como esposo a
cualquiera de los dioses presentes de la asamblea, suponiendo que
estuviera dispuesta a juzgar sus atractivos por sus pies
desnudos.

Con los ojos vendados, de manera que sólo pudiera
ver los pies de los dioses que se encontraban en círculo,
Skadi miró a su alrededor y su vista se
posó sobre un par de hermosos pies. Estaba segura de que
pertenecían a Balder, el dios de la luz,
cuyo luminoso rostro la había seducido y ella
designó a su propietario como su elegido.

Cuando se le quitó la venda, sin embargo,
descubrió para su desazón que había escogido
a Njörd, a quien fue prometida. A pesar de
su decepción, ella pasó una feliz luna de miel en
Asgard, donde todos parecían deleitarse en
honrarla.

Tras esto, Njörd llevó a su
esposa a Noatun, donde el monótono sonido
de las olas, los chillidos de la gaviotas y los gritos de las
focas perturbaron tanto el sueño de Skadi
que, finalmente, declaró que le era imposible permanecer
allí más tiempo y le imploró a su esposo que
la llevara de regreso a su Thrymheim nativo.
Njörd, ansioso por complacer a su esposa,
consintió en libarla hasta Thrymheim y en
vivir allí con ella nueve noches de cada doce, si ella
estaba dispuesta a pasar los tres restantes con él en
Noatun.

Pero cuando llegaron a las regiones montañosas,
el susurrar del viento en los pinos, el atronar de las
avalanchas, el crujir del hielo, el rugido de las cascadas y el
aullido de los lobos le resultaron a él tan insoportables
como el mar le había parecido a su esposa y no
podía sino regocijarse cada vez que su temporada de exilio
concluía y se encontraba de nuevo en
Noatun.

La Separación
de Njörd y Skadi

Durante algún tiempo Njörd y
Skadi, los cuales son las personificaciones del
verano y del invierno, se alternaron esa manera, pasando la
esposa los tres cortos meses de verano en el mar, permaneciendo
él a regañadientes en Thrymheim
junto a ella durante los largos nueve meses de invierno. Pero
concluyendo finalmente que sus gustos nunca coincidirían,
decidieron separarse para siempre, regresando ambos a sus
respectivos hogares, donde cada uno podía realizar las
tareas que solía realizar usualmente.

Cuenta Snorri que, cuando Njörd
regresó a su hogar dijo:

Estoy cansado de las colinas,

no viviré más de nueve
noches.

Odio el aullido de los lobos

Comparado con el canto de los
cisnes.

Y Skadi dijo:

No podía dormir junto al lecho del
océano

por los chillidos de las aves
marinas.

Cada amanecer me despierta

la gaviota que vuela desde el mar.

Skadi reanudó entonces su
acostumbrado pasatiempo de la caza, dejando sus dominios de nuevo
solo para casarse con el Odín
semihistórico, con el que tuvo un hijo de nombre
Seming, el primer rey de Noruega y el supuesto
fundador de la estirpe que gobernó el país durante
mucho tiempo; de esta manera, Skadi se convierte
en la diosa epónima de Escandinavia. Según otras
versiones, sin embargo, Skadi terminó
casándose con Uller, el dios del
invierno.

Ya que Skadi era una diestra arquera, se
la representaba con un arco y una flecha y, como diosa de la
caza, está generalmente acompañada por uno de los
perros esquimales con aspecto de lobo, tan comunes en el Norte.
Skadi era invocada por cazadores y viajeros en
invierno, cuyos trineos ella guiaba sobre la nieve y el hielo,
ayudándoles así a alcanzar su destino
ilesos.

La cólera de Skadi contra los
dioses, que habían matado a su padre, es un símbolo
de la inflexible rigidez de la tierra envuelta en hielo, la cual,
suavizada finalmente, por la traviesa representación de
Loki (el relámpago del verano),
sonríe y accede al abrazo de Njörd
(verano). Su amor, sin embargo, no puede retenerla durante
más de tres meses al año (representado en el mito
por las noches), ya que ella está siempre anhelando en
secreto las tormentas invernales y sus actividades acostumbradas
entre las montañas.

El Culto a
Njörd

Se suponía que Njörd
bendecía las embarcaciones que entraban y salían
del puerto y sus templos estaban situados en la costa.
Allí se hacían normalmente juramentos en su nombre,
y se brindaban también en su nombre en todos los
banquetes, donde se le mencionaba invariablemente junto a su hijo
Frey.

Ya que se suponía que todas las plantas
acuáticas le pertenecían, la esponja marina era
conocida en el Norte como "el guante de Njörd ", un nombre
que perduró hasta mediados del siglo XX, cuando la misma
planta fue rebautizada como la "mano de la Virgen".

 

 

Autor:

Allan Alvarado Aguayo, MSc

 

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