Mitología Nórdica 11. Ragnarök –
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Mitología Nórdica 11.
Ragnarök
El destino final de los
dioses
El Demasiado Poderoso para ser
Nombrado
El destino final de los
dioses
Uno de los rasgos distintivos de la mitología
nórdica es que la gente siempre creyó que sus
dioses pertenecían a una raza finita. Los
Aesir habían tenido un comienzo y, por
tanto debían tener un final y si habían nacido de
una mezcla de elementos divinos y mortales (los gigantes), su
naturaleza era imperfecta. Llevaban dentro el germen de la muerte
y estaban, al igual que los hombres, destinados a sufrir la
muerte fisica para obtener de este modo, la inmortalidad
espiritual.
Todo el esquema de la mitología nórdica
era consiguientemente un drama, conduciendo cada paso de su
historia, gradualmente, hacia el climax o final trágico,
cuando, con verdadera justicia poética, el castigo y la
recompensa serían imparcialmente impuestos sobre todos sus
protagonistas. Los Aesir toleraron la presencia
del mal entre ellos, personificado por Loki.
Débilmente se dejaron llevar por sus consejos, permitieron
que les involucrara en toda clase de dificultades de las cuales
lograban salir sólo al precio de separarse de su virtud o
la paz, y poco a poco le fueron permitiendo tener tal dominio a
Loki sobre ellos, que no vacilaba en robarles sus
más preciadas posesiones, la pureza, o la inocencia,
personificada por Balder el Bondadoso.
Demasiado tarde se dieron cuenta de lo maligno que era
este espíritu, hasta que hubo encontrado un hogar entre
ellos y, demasiado tarde, desterraron a Loki a la
Tierra, donde los hombres, siguiendo el ejemplo de los dioses,
fueron corrompidos por su siniestra influencia. Según los
versos de Snorri, sacados e interpretados libremente del
Voluspá:
Una era de hachas,
una era de espadas,
de escudos destruidos,
una era de tempestades,
una era de lobos,
antes de que la era de los hombres
se derrumbe.
El Invierno Fimbulvetr
Viendo que el crimen predominaba y que todo el bien
había sido desterrado de la Tierra, los dioses se
percataron de que las antiguas profecías estaban a punto
de verse cumplidas y que la sombra de
Ragnarök, el ocaso de los dioses, ya se
cernía sobre ellos. Sol y Mani
palidecieron de miedo y condujeron sus carros temblorosos a
través de sus caminos señalados, mirando hacia
atrás, temerosos de los lobos que les perseguían y
que pronto los alcanzarían y los devorarían.
Conocían sus destinos, pero aún así
continuaron su recorrido y se enfrentaron a su final. Y al
desaparecer sus sonrisas, la Tierra se volvió triste y
fría y el terrible invierno Fimbulvetr
comenzó.
Los penetrantes vientos soplaron desde el Norte y toda
la tierra fue cubierta con una gruesa capa de hielo. Este severo
invierno permaneció durante tres estaciones completas sin
descanso y fue seguido por otros tres, igual de duros, durante
los cuales toda la alegría abandonó la Tierra y los
crímenes de los hombres aumentaron con pavorosa velocidad,
mientras, en la lucha general por la vida, los últimos
sentimientos de humanidad y compasión
desaparecieron.
En los oscuros nichos del Ironwood, la
giganta Iarnsaxa o Angurboda,
alimentaba diligentemente a los lobos Hati,
Skoll y Managarm, la progenie de
Fenrir, con las médulas de los huesos de
los asesinos y los adúlteros y tal era el predominio de
estos crímenes que nunca se le restringía la comida
a los casi insaciables monstruos. Diariamente ganaron fuerzas
para perseguir a Sol y a Mani y finalmente, los
alcanzaron y los devoraron, inundando la tierra con sangre de sus
fauces goteantes. Cuenta el
Voluspá:
Un lobo engullirá al Sol,
y los hombres lo verán como una gran
catástrofe.
El otro lobo capturará a Mani (la
luna)
y tampoco eso será mejor.
Las estrellas caerán del
cielo.
También esto sucederá:
Toda la tierra y las montanas
temblarán
y todas las cadenas y lazos se quebrarán y
romperán.
Y entonces el lobo Fenrir quedará
libre.
Así, pues, ante esta terrible calamidad, toda la
tierra tembló y se agitó. Las estrellas, asustadas,
cayeron desde sus posiciones y Loki,
Fenrir y Garm, renovando sus
esfuerzos, hicieron pedazos sus cadenas y se dirigieron a tomar
venganza. Al mismo tiempo, el dragón
Nidhogg logró roer la raíz del
fresno Yggdrasill, que se estremeció hasta
su rama más alta. El gallo rojo Pjalar,
posado en lo alto del Valhalla, cacareó en
alto la alarma, que fue inmediatamente repetida por
Gullinkambi, el gallo en Midgard,
y por la rojiza ave de Hel en
Niflheim.
Heimdall da la Alarma
Heimdall, dándose cuenta de estos
ominosos augurios y oyendo el estridente chillido del gallo, puso
inmediatamente el cuerno Gjallarhorn en sus
labios y sopló el toque esperado durante tanto tiempo, que
se oyó en todo el mundo. Al primer sonido de esta
manifestación, los Aesir y los
Einherjar se levantaron de sus divanes dorados y
salieron valientemente del gran palacio, armados para la
contienda venidera. Montando sus corceles impacientes, galoparon
sobre el palpitante puente arco iris hasta el extenso campo de
Vigrid, donde, como Vafthrundir
había presagiado mucho tiempo atrás, tendría
lugar la última batalla.
La temible serpiente de Midgard,
Iormungandr, había sido despertada por el
alboroto general y con inmensos retorcimientos y
conmoción, por lo que los mares fueron azotados con
enormes olas como nunca antes habían alterado las
profundidades del mar. Iormungandr se
arrastró hasta la tierra y se apresuró a unirse a
la terrible refriega, en la que iba a fugar un papel
importante.
Una de las grandes olas, agitadas por los esfuerzos de
Iormungandr, puso a flote a
Nagilfar, el funesto barco, que estaba
completamente construido con las uñas de aquellos muertos
cuyos familiares habían fracasado, a través de los
años, en su deber, habiendo olvidado cortar las
uñas de los fallecidos antes de que pudieran descansar.
Tan pronto como esta embarcación salió a flote,
Loki embarcó en ella con el feroz
ejército de Muspellsheim y lo guió
audazmente a través de las agitadas aguas hasta el lugar
del conflicto. Éste no era el único barco que se
dirigía a Vigrid, pues de un espeso banco
de niebla, hacia el Norte, salió otra embarcación,
pilotada por Hrym, en la que todos eran gigantes
de hielo, armados por completo e impacientes por entrar en
batalla contra los Aesir, a quienes siempre
habían odiado con todas sus fuerzas.
Al mismo tiempo, Hel, la diosa de la
muerte, salió por una grieta en la tierra desde su hogar
en el inframundo, seguida de cerca por el sabueso de ésta,
Garm. Los malhechores de su lúgubre reino
y el dragón Nidhogg, que sobrevoló
el campo de batalla, transportando cadáveres sobre sus
alas. Tan pronto como aterrizó, Loki dio
la bienvenida a estos refuerzos con alegría y,
colocándose en calveza, marchó con ellos hacia la
lucha.
Los cielos se partieron súbitamente en dos, y a
través de la enorme brecha, cabalgó
Surtr con su espada flameante, seguido por sus
hijos y, mientras atravesaban el puente Bifrost,
con la intención de arrasar Asgard, el
glorioso arco se hundió con un estruendo bajo las pisadas
de sus caballos. Los dioses sabían muy bien que su fin se
encontraba ahora cerca y que su debilidad y falta de
previsión les había situado en gran desventaja,
pues Odín sólo tenía un ojo,
Tyr una mano y Frey nada, excepto
un cuerno de venado con el que defenderse, en vez de su
invencible espada que regaló para conquistar a
Gerda.
Sin embargo, los Aesir no mostraron
señales de desesperación, sino que, como
auténticos dioses de guerra del Norte, se pusieron sus
más ricas vestimentas y cabalgaron alegremente hacia el
campo de batalla, decididos a poner un alto precio a sus vidas.
Mientras reunían sus fuerzas, Odín
descendió una vez más hasta el manantial
Urdar, donde bajo Yggdrasill
derribado, se sentaban aún las Nornas con
los rostros cubiertos y guardando un silencio obstinado, con su
tela que yacía rasgada a sus pies. El padre de los dioses
susurró de nuevo un comunicado misterioso a
Mimir, tras lo cual volvió a montar sobre
su caballo Sleipnir y se reunió con el
ejército que esperaba.
La Gran Batalla
Los combatientes se encontraban ahora congregados en las
vastas extensiones de Vigrid. A un lado, se
alineaban los severos, tranquilos rostros de los
Aesir, los Vanir y los
Einherjar, mientras que en el otro se
reunían el abigarrado ejército de
Surtr, los sombríos gigantes de hielo, el
pálido ejército de Hel y
Loki y sus horribles seguidores,
Garm, Fenrir e
Iormungandr, estos dos últimos, arrojando
fuego y humo, y exhalando nubes de vapores tóxicos y
mortales, que llenaban todo el cilo y la tierra con su venenoso
aliento.
Todo el antagonismo reprimido durante eras fue liberado
entonces, en un torrente de odio, cada miembro de las huestes
enfrentadas luchando con inflexible determinación, como
hicieron nuestros antiguos antepasados, mano con mano, cara a
cara. Con un poderoso choque, que se oyó sobre el fragor
de la batalla que llenaba el universo,
Odín y el lobo Fenrir
entraron en impetuoso combate, mientras Thor
atacaba a la serpiente Iormungandr y
Tyr medía sus fuerzas contra el perro
Garm. Frey terminó con
Surtr, Heimdall con
Loki, a quien ya había derrotado en una
ocasión anterior y el resto de los dioses y todos los
Einherjar se enfrentaron a enemigos dignos de su
coraje.
Pero, a pesar de su preparación diaria en la
ciudad celestial (Asgard), el anfitrión
del Valhalla estaba destinado a sucumbir y
Odín estuvo entre los primeros de los
seres brillantes que fueron abatidos. Ni siquiera el elevado
coraje, y los poderosos atributos de Allfoedr
pudieron resistir la oleada de mal que personificaba
Fenrir. A cada momento triunfante de la lucha, su
tamaño colosal asumía proporciones aún
mayores, hasta que finalmente, sus fauces abiertas de par en par
abarcaron todo el espacio entre el cielo y la tierra, y el
repugnante monstruo se abalanzó furiosamente sobre
Odín y engulló su cuerpo entero
dentro de su horrible estómago.
Ninguno de los dioses pudo ayudar a
Allfoedr en el momento crítico, ya que era
tiempo de dolorosa adversidad para todos. Frey
desplegó esfuerzos heroicos, pero la reluciente espada de
Surtr le asestó entonces un golpe mortal.
En su lucha contra el archienemigo Loki,
Heimdall se desenvolvió mejor, pero su
conquista final tuvo un alto precio, ya que también
cayó muerto. La contienda entre Tyr y
Garm tuvo el mismo final trágico, ambos se
mataron mutuamente. Thor, tras un terrible
encuentro con la serpiente de Midgard y
después de matarla con un golpe de
Mjollnir, se tambaleó hacia atrás
nueve pasos y se ahogó en la corriente de veneno que se
derramó de las fauces del monstruo muerto.
Vidar llegó entonces
rápidamente desde una parte distante de la llanura para
vengar la muerte de su padre Odín, y el
destino presagiado cayó sobre Fenrir, cuya
mandíbula inferior sintió entonces la huella del
zapato que había sido reservado para ese día. En el
mismo momento, Vidar asió la
mandíbula superior del monstruo con sus manos y con un
terrible tirón, lo partió en dos, según el
relato de Snorri, y según el
Voluspá, Vidar mató
a Fenrir clavándole un puñal hasta
el corazón.
El Fuego Devorador
Habiendo perecido los demás dioses que
habían tomado parte en la contienda y todos los
Einherjar, Surtr arrojó
súbitamente sus ardientes tizones sobre el cielo, la
tierra y los nueve reinos de Hel. Las furiosas
llamas cubrieron el tronco masivo del fresno del mundo,
Yggdrasill, y alcanzaron los palacios dorados de
los dioses, que fueron consumidos por completo. La
vegetación sobre la tierra fue destruida de forma similar
y el terrible calor hizo que todas las aguas
hirvieran.
El gran incendio ardió violentamente hasta que
todo fue consumido, cuando la tierra, ennegrecida y llena de
cicatrices, se hundió lentamente bajo las olas hirvientes
del mar. Efectivamente, Ragnarök
había llegado. La tragedia mundial había concluido,
los protagonistas divinos estaban muertos y el caos
parecía haber reanudado su antiguo dominio. Pero los
nórdicos creían que, tras haber perecido todo el
mal en las llamas de Surtr y haberse hecho
justicia, el bien se alzaría de las ruinas para recuperar
su dominio sobre la Tierra y que algunos de los dioses
regresarían para vivir en los cielos para
siempre.
La Nueva Tierra
Así pues, tras un cierto espacio de tiempo, la
Tierra, depurada por el fuego y purificada por su
inmersión en el mar, emergió de nuevo en toda su
prístina belleza y fue iluminada por el Sol, cuyo carro
era conducido por su hijo, nacido antes de que el lobo
Skoll hubiera devorado a su madre. La nueva orbe
del día no tenía imperfecciones como el primer Sol
y sus rayos ya no eran tan ardientes como para tener que situar
un escudo entre él y la tierra. Estos rayos más
beneficiosos, pronto causaron que la tierra renovara su manto
verde y crecieran flores y frutas en abundancia.
Dos seres humanos, una mujer, Lif, y un
hombre, Lifthrasir, emergieron entonces de las
profundidades del bosque de Hodmimir ("tesoro de
Mimir"), donde habían huido para
refugiarse cuando Surtr había puesto el
mundo en llamas. Habían caído en un tranquilo
sueño, inconscientes de la destrucción a su
alrededor y habían permanecido allí, alimentados
por el rocío de la mañana, hasta que era seguro
para ellos el volver a salir. Tomaron posesión de la
tierra regenerada y sus descendientes la poblarían y sobre
ella tendrían un dominio completo.
Un Nuevo Cielo
Todos los dioses que representaban las fuerzas en
desarrollo de la Naturaleza fueron asesinados en las fatales
llanuras de Vigrid, pero Vali y
Vidar, los tipos de fuerzas imperecederas de la
Naturaleza, regresaron a las tierras de Idavold,
donde se les unieron Modi y
Magni, los hijos de Thor, las
personificaciones de la fuerza y la energía, que
rescataron el martillo sagrado de su padre de la
destrucción general y lo llevaron hasta allí con
ellos. Allí se reunió con ellos
Hoenir, que ya no era un exiliado entre los
Vanir, quienes, como las fuerzas en desarrollo,
habían desaparecido para siempre. Desde el oscuro
inframundo donde había languidecido durante tanto tiempo
se alzó el radiante Balder, junto a su
hermano Hodur, con quien estaba reconciliado y
con el que viviría en perfecta amistad y paz.
El pasado se había ido para siempre y las
deidades supervivientes podían recordarlo sin amargura. El
recuerdo de sus antiguos compañeros era, sin embargo,
querido para ellos, y muy a menudo regresaron a sus sitios
favoritos para permanecer junto a los recuerdos felices. Fue
así como, caminando un día sobre el largo
césped de Idavold, encontraron de nuevo
los discos de oro con los que los Aesir
habían acostumbrado a jugar.
Una segunda tierra ve surgir del mar, verde otra
vez,
las cataratas caen, el águila vuela sobre
ellas,
cazando peces en las corrientes de las
montañas.
Los Aesir se reúnen de nuevo en
Idavold
y hablan de la poderosa Serpiente del
Mundo,
y traen a la memoria los poderosos
juicios
y los antiguos misterios del mismo Gran
Dios.
Luego se encontrarán de nuevo en la
hierba
esas maravillosas piezas de juego de
oro
que les pertenecieron en tiempos
antiguos.
Cuando el pequeño grupo de dioses se
volvió tristemente hacia el lugar donde se habían
alzado una vez sus moradas señoriales, se dieron cuenta,
para su grata sorpresa, que Gimli, la morada
celestial más elevada, no había sitio consumida,
pues se erigía resplandeciente ante ellos, con su techo
dorado brillando más que Sol. Corriendo hasta allí
descubrieron, para su regocijo, que se había convertido en
el lugar de refugio de todos los virtuosos.
El Demasiado Poderoso para ser
Nombrado
Ya que los nórdicos que se asentaron en Islandia,
a través de quienes ha sobrevivido la más completa
exposición de fe odínica, en los
Eddas y las Sagas, no fueron
convertidos definitivamente hasta el siglo XI, aunque
habían tenido contacto con los cristianos durante sus
incursiones vikingas casi seis siglos antes, es muy probable que
los escaldos nórdicos recogieran alguna idea de las
doctrinas cristianas y que este conocimiento les influyera en
cierta medida y diera color a sus descripciones del fin del mundo
y la regeneración de la tierra.
Quizá fue este vago conocimiento fue el que les
indujo también a añadir al Edda un
verso, que se ha supuesto generalmente que era una
interpolación, proclamando que otro dios, demasiado
poderoso para ser nombrado, se alzaría para gobernar sobre
Gimli. Desde su asiento celestial juzgaría
a la humanidad y separaría el mal del bien. El primero
sería desterrado a los horrores de
Nastrond, mientras que el bien sería
transportado hasta las bienaventuradas salas de
Gimli el bello.
Existían otras dos mansiones, una reservada para
los enanos y la otra para los gigantes, pero ya que estas
criaturas no tenían libertad de voluntad y ejecutaban
ciegamente los decretos del destino, no fueron consideradas
responsables de ningún daño que hubieran causailo,
y por tanto no eran consideradas merecedoras de ser
castigadas.
Se decía que los enanos gobernados por
Sindri, ocupaban un palacio en las
montañas Nida, donde bebían
resplandeciente hidromiel, mientras que los gigantes
establecieron su residencia en el palacio Brimir,
situado en la región Okolnur (no
fría), pues el poder del frío había sido
completamente aniquilado y ya no existía más
hielo.
Autor:
Allan Alvarado Aguayo