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La muerte (Cuento de Ciencia Ficción)



Partes: 1, 2

    Indudablemente, una de las diez mejores películas
    de ciencia ficción que Hollywood haya producido nunca,
    Ultimátum a la Tierra, ha gozado de una tremenda
    popularidad a cada nueva generación que la
    veía.

    Parte de la razón de su enorme aceptación
    procede ciertamente de las novedosas ideas presentadas en la
    historia original. En vez de instilar en su relato de un viajero
    alienígena horror y amenaza, el autor Harry Bates
    eligió darle la vuelta al asunto y crear un nuevo tipo de
    visitante de otros mundos. En vez de lanzar a su alrededor los
    habituales rayos de la muerte y planear la conquista del mundo,
    el benévolo hombre del espacio Klaatu llega a la Tierra
    para promocionar únicamente la paz y la buena voluntad Sin
    embargo, sus rectas intenciones son acogidas con miedo,
    suspicacia, y finalmente ciega violencia.

    Del mismo modo, en la película, Klaatu,
    soberbiamente interpretado por el malogrado Michael Rennie,
    descubre que los terrestres no son tan civilizados como él
    creía. En un valeroso intento de salvar a la humanidad de
    destruirse a sí misma mediante armas atómicas, el
    hombre del espacio cae víctima de la traición, la
    injusticia, y finalmente una lluvia de mortíferas balas.
    Sólo más tarde, con la ayuda de su compañero
    robot, Gort (Gnut en la historia), es vuelto Klaatu a la
    vida.

    El guionista Edmund H. North, que ha sido coguionista de
    Patton y más recientemente de Meteoro, admite que su
    adaptación libre de la historia de Bates contiene varias
    referencias religiosas especificas…, incluso más
    allá de la obvia secuencia de la "resurrección".
    Por ejemplo, cuando Klaatu escapa del hospital se identifica con
    el hombre cuyo traje ha tomado. El nombre es Carpenter,
    carpintero, y lo adopta como suyo. Esto forma parte
    también del paralelismo con Cristo, un aspecto que la
    novela original jamás había explorado.

    Pero aunque la historia y el guión difieren en
    muchos puntos, es curioso señalar que ambas sitúan
    la mayor parte del interés dramático en la idea de
    un OVNI aterrizando entre nosotros. En 1940, cuando El amo ha
    muerto apareció en Astounding Stories, la primera oleada
    de observaciones de platillos volantes procedentes de pilotos de
    vuelos intercontinentales estaba en pleno apogeo. En 1951, cuando
    la versión fílmica llegó a las pantallas,
    toda América estaba registrando los cielos en busca de las
    aeronaves en forma de disco.

    El director cinematográfico Robert Wise, genio
    creativo de Ultimátum a la Tierra, además de otros
    films fantásticos tales como La amenaza de
    Andrómeda y Star Trek: el film, cree firmemente en los
    OVNIS y en las cosas que están más allá de
    la comprensión humana. Quizá fue debido a esto que
    no le costó esfuerzo filmar lo que se ha convertido en uno
    de los hitos del cine de ciencia ficción.

    Desde su posición en lo alto de la escalera,
    sobre el piso del museo, Cliff Sutherland estudió con
    cuidado cada línea y sombra del gran robot, y luego se
    volvió y miró pensativamente a la masa de
    visitantes llegados de todas partes del Sistema Solar para ver a
    Gnut y la nave, y oír, una vez más, su asombrosa y
    trágica historia.

    Sutherland había acabado por sentir un
    interés casi de propietario en la exhibición, y no
    sin motivo. Había sido el único fotógrafo de
    prensa que se hallaba en los terrenos del Capitolio cuando
    habían llegado los visitantes de lo Desconocido, y
    había obtenido las primeras fotografías
    profesionales de la nave. Había contemplado de cerca cada
    acontecimiento de los siguientes y locos días.
    Después, había fotografiado muchas veces al robot
    de dos metros y medio de alto, la nave, y al apuesto embajador
    muerto, Klaatu, y su imponente tumba Y, dado que aquel
    acontecimiento seguía teniendo una enorme importancia como
    noticia para miles de millones de personas de todo el espacio
    habitable, allí estaba de nuevo, para conseguir más
    fotos y, si era posible, un nuevo "ángulo".

    Esta vez quería conseguir una foto que mostrase a
    Gnut como extraño y amenazador. Las fotos que había
    tomado el día anterior no habían producido el
    efecto que deseaba, y esperaba lograrlo hoy; pero la luz
    aún no era la adecuada y tenía que esperar a que se
    hiciera más tarde.

    Los últimos componentes de la muchedumbre
    admitida en aquel grupo se apresuraron a entrar, lanzando
    exclamaciones ante las amplias y nítidas curvas verdes del
    misterioso vehículo espacio-temporal, olvidando luego
    completamente la nave al ver la asombrosa figura y la gran cabeza
    del gigantesco Gnut. Los robots articulados de una burda
    apariencia humanoide eran bastante corrientes, pero los ojos de
    los terrestres jamás habían visto nada como
    aquello. Pues Gnut casi tenía la forma exacta de un
    hombre… de un gigante, pero humano, de metal verdoso. Estaba
    desnudo, a excepción de un taparrabos. Se alzaba como el
    poderoso dios de las máquinas de alguna
    civilización científica jamás imaginada, y
    en su rostro se veía una expresión hosca y
    pensativa. Aquellos que lo miraban ni bromeaban ni hacían
    comentarios tontos, y los que estaban más cerca de
    él acostumbraban a no decir ni palabra. Sus
    extraños ojos rojos, iluminados desde el interior, estaban
    colocados de tal manera que cada observador creía que
    estaban fijos en él, y daba la sensación de que en
    cualquier momento podía adelantarse airado y realizar
    acciones inimaginables.

    Se oyó un ligero sonido crujiente, que
    provenía de los altavoces ocultos en el techo, e
    inmediatamente disminuyeron los sonidos de la multitud. Iba a
    empezar la explicación grabada. Cliff suspiró. Se
    sabía aquello de memoria; incluso había estado
    presente cuando se había efectuado la grabación y
    conocido al locutor, un joven llamado Stillwell.

    -Damas y caballeros -comenzó a decir una voz
    clara y bien modulada… pero Cliff ya no la
    escuchaba.

    Las sombras en el rostro y figura de Gnut se
    habían hecho más marcadas; casi había
    llegado el momento de hacer la foto. Tomó y examinó
    las copias de las fotografías que había obtenido el
    día anterior y las comparó, con aire
    crítico, con su modelo.

    Mientras miraba, arrugó el entrecejo. No se
    había dado cuenta antes, pero ahora, de repente, tuvo la
    sensación de que, desde ayer, algo había cambiado
    en Gnut. La pose era idéntica a la que se veía en
    las fotografías, y todos los detalles parecían
    exactos, pero, sin embargo, seguía notando aquella
    sensación. Cogió su lupa y comparó con
    más cuidado el sujeto y la fotografía, línea
    a línea. Y entonces vio que había una
    diferencia.

    Con repentina excitación, Cliff hizo dos
    fotografías con distintas exposiciones. Sabía que
    debía esperar un poco y tomar otras, pero estaba tan
    seguro de que se había tropezado con un misterio
    importante, que no pudo resistir seguir allí, y recogiendo
    con rapidez sus equipos accesorios, descendió por la
    escalera y salió del edificio. Veinte minutos más
    tarde, consumido por la curiosidad, estaba revelando las nuevas
    fotos en la habitación de su hotel.

    Lo que Cliff vio cuando comparó los negativos
    tomados ayer y hoy hizo que se le erizara el cabello.
    ¡Desde luego, había un cambio de inclinación!
    ¡Y, aparentemente, era el único que lo sabía!
    No obstante, creía que, a pesar de que lo que había
    descubierto hubiera aparecido en todas las primeras planas de
    cada uno de los periódicos del Sistema Solar, sólo
    era un inicio. Como los demás, no sabía qué
    había tras aquella historia, ni lo que en realidad
    había sucedido. Debía ocuparse de
    averiguarlo.

    Y aquello significaba que debía ocultarse en el
    edificio y permanecer allí toda la noche. Aquella misma
    noche; y le quedaba poco tiempo para regresar antes de que
    cerrasen. Tomaría una pequeña cámara de
    infrarrojos con la que poder trabajar en la oscuridad, y
    conseguiría la verdadera foto y la historia que
    había tras ella.

    Tomó la pequeña cámara,
    llamó a un taxi aéreo y se apresuró a
    regresar al museo. El lugar estaba lleno con otra parte de la
    omnipresente cola, y la grabación estaba terminando. Dio
    gracias al cielo de que su convenio con el museo le permitiese
    entrar y salir a su libre albedrío.

    Ya había decidido lo que iba a hacer. Primero fue
    hasta el guarda y le hizo una única pregunta, y su rostro
    se iluminó por la expectación cuando oyó la
    respuesta que esperaba. La segunda cosa era hallar un punto en el
    que estuviese oculto de los ojos de quienes fueran a cerrar el
    local para la noche. Sólo había un lugar posible:
    el laboratorio montado detrás de la nave. Resueltamente,
    enseñó sus credenciales de prensa al segundo
    guarda, que estaba en el pasadizo que llevaba al laboratorio,
    afirmando que iba a entrevistar a los científicos; y un
    momento después se hallaba en la puerta del laboratorio.
    Había estado allí varias veces y conocía
    bien la sala. Era una gran área burdamente dividida para
    el trabajo de los científicos dedicados a abrirse camino
    hacia el interior de la nave, y repleto de una confusión
    de objetos grandes y pesados: hornos eléctricos y de aire
    caliente, garrafones de productos químicos, aislamientos
    de asbesto, compresores, cubetas, crisoles, un microscopio y
    muchísimo equipo más pequeño, común
    en un laboratorio metalúrgico. Tres hombres con batas
    blancas estaban absortos por completo en un experimento que se
    realizaba en el extremo más lejano. Cliff, tras esperar un
    buen rato, entró y se ocultó bajo una mesa medio
    enterrada en un montón de suministros. Se creía
    razonablemente a salvo de ser descubierto allá abajo.
    Pronto los científicos se irían a casa.

    Podía oír a otro grupo de gente que
    entraba a ver la nave… Suponía que serían los
    últimos de aquel día. Se acomodó tan
    confortablemente como le fue posible. Dentro de un momento
    empezaría la explicación grabada. Tuvo que
    sonreír cuando pensó en una de las cosas que
    diría la grabación.

    Luego, la oyó de nuevo: la clara y profesional
    voz de aquel tipo, Stillwell. Los movimientos y susurros de la
    multitud murieron, y Cliff pudo oír cada una de las
    palabras, a pesar de que eran pronunciadas al otro lado de la
    gran masa de la nave.

    -Damas y caballeros -comenzaron las familiares
    palabras-, el Instituto Smithsoniano les da la bienvenida a su
    nueva Sección Interplanetaria y a la maravillosa
    exposición que tienen delante.

    Una breve pausa.

    -Todos ustedes deben de saber ya lo que pasó
    aquí hace tres meses, si es que no lo vieron personalmente
    en la telepantalla -prosiguió la voz-. Se pueden resumir
    los pocos hechos: algo después de las cinco de la tarde
    del dieciséis de septiembre, los turistas de visita en
    Washington llenaban los terrenos que hay fuera de este edificio
    en su número habitual, y, sin duda alguna, con sus
    pensamientos de siempre. El día era cálido y
    hermoso. Un torrente de gente estaba abandonando la entrada
    principal del museo, que se halla en la dirección en la
    que ustedes miran en este momento. Como pueden suponer, este
    pabellón no había sido edificado entonces. Todo el
    mundo iba hacia sus casas, sin duda cansados tras pasar muchas
    horas de pie en las que habían visto los objetos exhibidos
    en el museo y visitado los muchos edificios que se extienden por
    los terrenos contiguos. Y, entonces, sucedió.

    "En el área que tienen a su derecha, tal como
    está ahora, apareció la nave espaciotemporal.
    Surgió en un abrir y cerrar de ojos. No había
    bajado del cielo; docenas de testigos lo juraron; se
    limitó a aparecer. No estaba aquí, y al siguiente
    momento estaba. Se materializó en el mismo punto en que
    ahora descansa.

    "La gente que se hallaba más cerca de la nave fue
    presa de pánico y huyó con gritos y alaridos. Todo
    Washington fue inundado por una oleada de excitación. La
    radio, la televisión y los periódicos vinieron a la
    carrera. La policía formó un amplio cordón
    alrededor de la nave, y llegaron unidades del ejército que
    apuntaron cañones y proyectores de rayos contra ella. Se
    temía que se fuera a producir la más horrible de
    las catástrofes.

    "Pues, desde el principio, todo el mundo estuvo de
    acuerdo en que no se trataba de una espacionave llegada de
    ningún punto del Sistema Solar. Hasta los niños
    sabían que en la Tierra sólo se habían
    construido dos espacionaves, y ninguna de ellas en cualquiera de
    los otros planetas y satélites; y de esas dos, una
    había sido destruida al ser atraída por el Sol, y
    la otra acababa de comunicar su llegada a Marte. Además,
    las construidas aquí tenían un casco de una dura
    aleación de aluminio, mientras que ésta, como bien
    pueden ver, está hecha con un metal verdoso
    desconocido.

    "La nave apareció y se quedó ahí.
    Nadie salió de ella, y no había signo alguno de que
    contuviese ningún tipo de vida. Esto, como todo lo
    demás, hizo que la excitación llegase a un
    clímax. ¿Quién o qué habría
    dentro? ¿Serían amistosos u hostiles los
    visitantes? ¿De dónde venía la nave?
    ¿Cómo es que llegó de un modo tan repentino
    a este punto, sin caer del cielo?

    "La nave descansó aquí durante dos
    días, tal como ustedes la ven ahora, sin que hubiese
    ningún movimiento o señal alguna de que contuviese
    vida. Mucho antes de que hubiese pasado este tiempo, los
    científicos ya habían explicado que no se trataba
    de una espacionave sino de un vehículo espaciotemporal, ya
    que sólo un artefacto como éste podría haber
    llegado de la forma en que llegó…
    materializándose. Indicaron que tal vehículo, si
    bien era teóricamente comprensible para nosotros, los
    terrestres, estaba fuera de todo lo alcanzable por nuestro actual
    estado de conocimientos, y que esta nave, activada por los
    principios de la relatividad, podía muy bien haber llegado
    desde el rincón más lejano del universo, de una
    distancia que la luz tardase millones de años en
    cruzar.

    "Cuando se difundió esta opinión, la
    tensión pública creció hasta un punto que
    casi resultaba intolerable. ¿De dónde había
    llegado el vehículo? ¿Quién lo ocupaba?
    ¿Por qué había venido a la Tierra? Y, sobre
    todo, ¿por qué no se mostraban?
    ¿Estarían quizá preparando alguna terrible
    arma destructora?

    "¿Y dónde estaba la compuerta de entrada a
    la nave? Quien se había atrevido a acercarse a mirar
    informó que no podía hallarse orificio alguno. Ni
    la menor fisura o abertura quebraba la perfecta lisura de la
    superficie ovoidal de la nave. Y una delegación de altas
    jerarquías que visitó la nave no pudo lograr, ni
    aun llamando, conseguir que sus ocupantes dieran señal
    alguna de que les habían oído.

    "Y al fin, tras exactamente dos días, a la vista
    de decenas de millares de personas reunidas y que se hallaban a
    buena distancia, y bajo las bocas de docenas de los más
    poderosos cañones y proyectores de rayos del
    ejército, apareció una abertura en la pared de la
    nave, se deslizó una rampa, y por ella bajó un
    hombre, de aspecto divino y forma humana, que era seguido muy de
    cerca por un gigantesco robot Y cuando tocaron el suelo la rampa
    volvió a deslizarse hacia atrás y la entrada se
    cerró como antes.

    "Inmediatamente resultó obvio a todos los
    reunidos que el desconocido era amistoso. La primera cosa que
    hizo fue alzar en alto su mano derecha, en el gesto universal de
    paz; pero no fue esto lo que impresionó a aquellos que
    estaban cerca de él, sino la expresión de su
    rostro, que irradiaba bondad, sabiduría y la más
    pura de las noblezas. Ataviado con una túnica de colores
    delicados, parecía un dios benigno.

    "Inmediatamente, pues estaban esperando esta
    aparición, se adelantó un nutrido comité de
    altas jerarquías gubernamentales y oficiales militares.
    Con un gesto digno y mayestático, el hombre se
    señaló a sí mismo, luego a su
    compañero robot, y luego dijo en perfecto inglés,
    con un extraño acento: "Soy Klaatu", o un nombre que
    sonaba así, "y este es Gnut". Al principio, los nombres no
    fueron muy bien comprendidos, pero la película sonora de
    la televisión los grabó, y, todo el mundo los
    conoció.

    "Y entonces ocurrió la cosa que
    avergonzará a la raza humana por siempre jamás. De
    un árbol situado a un centenar de metros de distancia
    surgió un destello de luz violeta y Klaatu se
    desplomó. La multitud reunida se quedó anonadada
    por un instante, sin comprender lo que había sucedido.
    Gnut, situado un poco por detrás de su amo y a un costado,
    giró lentamente su cuerpo hacia él, movió un
    par de veces la cabeza y se quedó quieto, en la
    posición exacta en que lo ven ahora.

    "Entonces, se produjo un pandemónium La
    policía bajó del árbol al asesino de Klaatu.
    Descubrieron que era una persona que tenía alteradas sus
    facultades mentales; no dejaba de gritar que el diablo
    había venido a matar a todos los seres vivos de la Tierra.
    Se lo llevaron de allí, y Klaatu, aunque era obvio que
    estaba muerto, fue trasladado al hospital más cercano para
    ver si se podía hacer algo para revivirlo. Las multitudes,
    confusas y aterrorizadas, se desparramaron por los terrenos del
    Capitolio, permaneciendo en ellos el resto de la tarde y buena
    parte de la noche. La nave permaneció tan en silencio e
    inmóvil como antes. Y tampoco Gnut se volvió a
    mover de la posición en que había
    quedado.

    "Gnut no volvió a moverse jamás. Se
    quedó exactamente tal como lo ven ahora durante aquella
    noche y los días siguientes. Y cuando fue construido el
    mausoleo en el Tidal Basin, se efectuaron los servicios
    fúnebres por Klaatu en el lugar donde se hallan ustedes
    ahora, siendo atendidos por los más altos dignatarios de
    todos los grandes países del mundo. No sólo era la
    cosa más apropiada, sino también la más
    segura, pues si había otros seres vivos en el interior del
    vehículo, como parecía posible en aquel tiempo,
    tenían que sentirse impresionados por la sincera pena por
    lo sucedido que mostrábamos todos los terrestres. Pero si
    Gnut seguía aún con vida, o quizá
    sería mejor que dijese en funcionamiento, no dio
    señal alguna de ello. Permaneció tal como le ven
    ustedes durante toda la ceremonia. Y se quedó así
    mientras su amo era llevado hasta el mausoleo y pasaba a la
    historia junto con la trágicamente corta grabación
    en sonido y visión de su histórica visita. Y
    así se quedó día tras día, noche tras
    noche, con buen o mal tiempo, sin moverse jamás ni
    demostrar que se diera cuenta de lo que había
    sucedido.

    "Tras el entierro se construyó este
    pabellón comunicado con el museo para cubrir al
    vehículo y a Gnut. Pues, como se descubrió, no
    podía hacerse ninguna otra cosa, pues tanto Gnut como la
    nave eran demasiado pesados para ser transportados con seguridad
    con los medios de los que disponemos.

    "Ya han oído hablar de los esfuerzos que han
    realizado desde entonces nuestros metalúrgicos para entrar
    en la nave, y de su completo fracaso. Tal como pueden ver desde
    donde están, se ha montado tras el vehículo una
    sala de trabajo en donde siguen llevándose a cabo
    intentos.

    "Pero hasta el momento este maravilloso metal verdoso ha
    resultado inviolable. No sólo no podemos entrar en el
    vehículo, sino que ni siquiera podemos hallar el lugar
    exacto del que salieron Klaatu y Gnut. Las marcas de yeso que ven
    son la estimación más aproximada a la que se ha
    llegado.

    "Muchas personas temieron que Gnut sólo estuviera
    temporalmente averiado, y que de volver a funcionar pudiera
    resultar peligroso. Sin embargo, los científicos han
    eliminado por completo cualquier posibilidad de que eso se
    produzca. El metal verdoso del que está fabricado parece
    ser el mismo que el de la nave, y no podía ser cortado,
    por lo que tampoco se podía hallar forma alguna en que
    estudiar sus mecanismos internos; pero los científicos
    tenían otros métodos. Enviaron corrientes
    eléctricas de enorme voltaje y amperaje a través
    del robot Aplicaron un terrible calor a todas las partes de su
    superficie metálica. Lo sumergieron durante muchos
    días en gases y ácidos y soluciones fuertemente
    corrosivas, y lo bombardearon con todos los tipos de rayos
    conocidos. No tienen, pues, que temerlo ya. No hay manera posible
    en que pueda haber conservado la capacidad de seguir
    funcionando.

    "Pero… una advertencia Las autoridades gubernamentales
    esperan de los visitantes el máximo respeto en el interior
    de este edificio. Quizá la civilización desconocida
    e inconcebiblemente poderosa de la que Klaatu y Gnut proceden
    envíe otros emisarios para ver lo que les sucedió.
    Lo hagan o no, todos nosotros debemos mantener una misma actitud.
    Nadie podría imaginarse lo que iba a suceder, y todos lo
    lamentamos enormemente; pero en cierto sentido, todos somos
    responsables, y debemos hacer todo lo posible para evitar
    cualquier represalia.

    "Pueden ustedes permanecer cinco minutos más y
    luego, cuando suene el gong, hagan el favor de salir con
    presteza. Los ujieres robot que hay a lo largo de la pared
    responderán a cualquier pregunta que ustedes puedan
    hacerles.

    "Fíjense bien, pues ante ustedes se hallan los
    símbolos desnudos de los logros, misterios y fragilidad de
    la raza humana.

    La voz grabada dejó de hablar. Cliff; moviendo
    con mucho cuidado sus entumecidos miembros, sonrió
    ampliamente. ¡Si supieran lo que él
    sabía!

    Pues sus fotografías contaban una historia
    bastante diferente a la del narrador. En las de ayer
    aparecía bien clara una línea del suelo junto al
    borde del pie más adelantado del robot; en la de hoy
    aquella línea estaba tapada por el pie. ¡Gnut se
    había movido!

    O había sido movido, aunque aquello era muy poco
    probable. ¿Dónde estaba la grúa o cualquier
    otra evidencia de tal actividad? Era casi imposible que hubiera
    sido movido en una noche y luego se hubiesen hecho desaparecer
    todos los signos de tal actividad. Y, ¿por qué iba
    a llevarse a cabo tal traslado?

    Sin embargo, para asegurarse, se lo habla preguntado al
    guarda. Casi podía recordar su respuesta, al pie de la
    letra:

    -No, Gnut ni se ha movido ni ha sido movido desde la
    muerte de su amo. Se tuvo mucho cuidado en mantenerlo en la
    posición que había adoptado a la muerte de Klaatu.
    El suelo fue construido bajo él y los científicos
    que llevaron a cabo su inutilización erigieron sus
    aparatos a su alrededor, sin moverlo del lugar que ocupa. No
    tenga ningún miedo al respecto.

    Cliff sonrió de nuevo. No tenía
    ningún miedo.

    Por ahora.

    Un momento más tarde, el gran gong que
    había sobre las puertas de entrada tocó la hora de
    cerrar. Inmediatamente le siguió una voz que decía
    por los altavoces:

    -Las cinco, damas y caballeros. Es la hora de cerrar,
    damas y caballeros.

    Los tres científicos, como se sintiesen
    sorprendidos porque fuera tan tarde, se lavaron apresuradamente
    las manos, se pusieron sus ropas de calle y desaparecieron a lo
    largo del pasillo, sin fijarse en el joven fotógrafo
    escondido bajo la mesa.

    Rápidamente disminuyeron los sonidos de pasos en
    la sala de exhibiciones, hasta que al fin sólo sonaron los
    pasos de los dos guardas que caminaban de un lugar a otro,
    asegurándose de que todo estaba en orden para la
    noche.

    Uno de ellos miró por un instante desde la puerta
    del laboratorio, y luego se unió al otro en la entrada.
    Después, se cerraron con un sonido metálico las
    grandes puertas, y hubo silencio.

    Cliff esperó varios minutos y luego,
    cuidadosamente, salió de debajo de la mesa. Mientras se
    erguía, sonó un débil ruido tintineante en
    el suelo junto a sus pies. Inclinándose con mucho cuidado,
    halló los astillados restos de una pequeña pipeta
    de cristal. La había derribado de la mesa.

    Esto le hizo darse cuenta de algo en lo que no
    había pensado hasta aquel momento: un Gnut que se
    había movido podía ser un Gnut que viera y oyese…
    y que realmente fuera peligroso. Tendría que tener mucho
    cuidado.

    Miró a su alrededor. La habitación estaba
    limitada a los extremos por dos separaciones de fibra que, en uno
    de sus lados, seguía la curvada parte inferior de la nave.
    Aquel lado de la habitación estaba formado por la misma
    nave, mientras que el opuesto era la pared sur del
    pabellón. Había cuatro grandes y altas ventanas. La
    única entrada era a través del pasillo.

    Sin moverse, y dado su conocimiento del edificio,
    estableció su plan. Aquel pabellón estaba conectado
    con el extremo oeste del museo por una puerta jamás usada,
    y se extendía hacia el oeste en dirección al
    monumento Washington. La nave se hallaba más cerca de la
    pared sur y Gnut se alzaba frente a ella, no muy lejos del
    rincón noreste y en el lado opuesto de la
    habitación con respecto a la entrada del edificio y al
    pasillo que llevaba al laboratorio. Volviendo sobre sus pasos
    saldría al punto de la sala más alejado del robot Y
    esto era justo lo que deseaba, pues, al otro lado de la entrada,
    sobre una baja plataforma, se alzaba una mesa artesonada que
    contenía los aparatos en que estaba grabada la charla, y
    dicha mesa era el único objeto de la sala que le
    ofrecía un lugar en el que permanecer oculto mientras
    contemplaba lo que pudiera suceder. Los únicos otros
    objetos que había en la sala eran los seis robots
    humanoides colocados en lugares fijos a lo largo de la pared
    norte, para responder a las preguntas de los visitantes.
    Tendría que llegar hasta la mesa.

    Se volvió y comenzó a caminar
    cautelosamente, de puntillas, saliendo del laboratorio y
    recorriendo el pasillo, que ya estaba oscuro, pues la luz que
    aún entraba en la sala de exhibiciones era obstruida por
    la gran masa de la nave. Llegó al extremo de la
    habitación sin hacer ningún ruido. Cuidadosamente,
    se deslizó hacia adelante y atisbo por debajo de la curva
    de la nave, en dirección a Gnut.

    Tuvo un momentáneo estremecimiento. ¡Los
    ojos del robot estaban clavados en él!… O así
    parecía. ¿Era sólo el efecto producido por
    la forma en que estaban colocados los ojos? ¿Acaso
    había sido descubierto? De cualquier forma, no
    parecía haber variado la posición de la cabeza de
    Gnut Probablemente todo fuera bien, pero le hubiera gustado no
    tener que cruzar aquel extremo de la sala con la sensación
    de que los ojos del robot lo iban siguiendo.

    Se echó hacia atrás, se sentó y
    esperó. Tendría que ser totalmente de noche antes
    de que recorriese el camino hasta la mesa.

    Esperó una hora, hasta que los débiles
    rayos de las lámparas que había en los terrenos
    exteriores dieron la impresión de que la sala estaba
    más iluminada. Se alzó y miró de nuevo desde
    detrás de la nave. Los ojos del robot parecían
    estar clavados directamente en él, como antes, sólo
    que ahora, sin duda a causa de la oscuridad, la extraña
    iluminación interna daba la sensación de ser mucho
    más brillante. Era algo aterrador. ¿Sabía
    Gnut que él estaba allí? ¿En qué
    pensaba el robot? ¿Cuáles podían ser los
    pensamientos de una máquina construida por el hombre,
    aunque fuera una tan maravillosa como Gnut?

    Era ya hora de atravesar la sala, así que Cliff
    se colgó la cámara tras la espalda, se puso a gatas
    y, con gran cuidado, se movió hasta el borde de la pared
    de entrada. Allí se acurrucó tanto como pudo contra
    el ángulo que formaba con el suelo y avanzó,
    centímetro a centímetro. Sin hacer una pausa, sin
    arriesgarse a mirar a los aterrorizadores ojos rojos de Gnut, fue
    reptando. Le costó diez minutos cruzar la distancia de
    treinta metros, y cuando al fin tocó el estrado de treinta
    centímetros de alto sobre el que se alzaba la mesa, estaba
    cubierto de sudor. Con la misma lentitud y tan silencioso como
    una sombra, subió al estrado y se acurrucó tras la
    protección de la mesa. Al fin había
    llegado.

    Se relajó por un momento y luego, ansioso por
    saber si había sido visto, se giró con mucho
    cuidado y miró por detrás del costado de la
    mesa.

    ¡Ahora los ojos de Gnut estaban clavados de lleno
    en él! O así parecía. En la oscuridad
    reinante, el robot se erguía formando una sombra
    misteriosa y aún más oscura que el resto, y, a
    pesar de hallarse a unos cincuenta metros de distancia,
    parecía dominar la sala. Cliff no podía saber si
    había variado o no la posición de su
    cuerpo.

    Pero si Gnut lo estaba mirando, al menos no hizo nada
    más. No pareció ni efectuar el menor movimiento que
    pudiera detectar. Su posición era la misma que
    había mantenido en aquellos últimos tres meses, en
    la oscuridad, bajo la lluvia, y, aquella última semana, en
    el museo.

    Cliff tomó la decisión de no dejarse
    dominar por el miedo. Comenzó a darse cuenta de lo que
    pasaba en su propio cuerpo. El cauto reptar había tenido
    su efecto: le ardían las rodillas y los codos, y no le
    cabía duda de que se había estropeado el
    pantalón. Pero aquello eran naderías, si
    sucedía lo que esperaba que pasase. Si Gnut se
    movía, y él lo podía fotografiar con su
    cámara de infrarrojos, tendría un artículo
    con el que podría comprarse medio centenar de trajes. Y si
    además podía enterarse del propósito que
    había tras los movimientos de Gnut, suponiendo que hubiera
    algún propósito, aquello sería un relato que
    conmovería al mundo.

    Se dispuso a una larga espera; no podía saber
    cuándo se iba a mover Gnut, ni siquiera si se
    movería aquella noche. Los ojos de Cliff se habían
    adaptado a la oscuridad y podía divisar bastante bien los
    objetos más grandes. De vez en cuando atisbaba al robot:
    lo miraba mucho tiempo y con gran fijeza, hasta que se
    desdibujaba su silueta y parecía moverse, y tenía
    que parpadear y dejar descansar sus ojos para estar seguro de que
    sólo se trataba de su imaginación.

    De nuevo el minutero de su reloj recorrió la
    totalidad de la esfera. La inactividad hizo que Cliff se fuera
    confiando más y más, y durante períodos
    más y más largos mantuvo su cabeza oculta tras la
    mesa, sin mirar. Así que cuando Gnut se movió, casi
    se desmayó del susto. Amodorrado y algo aburrido, de
    repente se encontró con el robot en medio de la sala,
    yendo en su dirección.

    Pero aquello no era lo más aterrador. ¡Lo
    peor era que, cuando miró a Gnut no lo vio
    moviéndose! Estaba tan quieto como un gato que acecha a un
    ratón. Ahora, sus ojos eran mucho más brillantes, y
    no cabía duda alguna acerca de dónde estaban
    enfocados: ¡miraba fijamente a Cliff!

    Sin apenas atreverse a respirar, medio hipnotizado,
    Cliff le devolvió la mirada. Su mente era un remolino.
    ¿Cuál era la intención del robot?
    ¿Por qué se había quedado tan quieto?
    ¿Lo estaba acechando? ¿Cómo podía
    moverse con tal silencio?

    En la profunda oscuridad, los ojos de Gnut se acercaron
    aún más. El sonido casi imperceptible de sus
    pisadas tamborileaba en los oídos de Cliff con lentitud,
    pero con un ritmo perfecto. El fotógrafo, que
    habitualmente tenía recursos, se halló en esta
    ocasión paralizado por el miedo, resultándole
    totalmente imposible huir. Permaneció donde se hallaba
    mientras se le acercaba el monstruo de metal de brillantes
    ojos.

    Por un momento Cliff estuvo a punto de desmayarse, y
    cuando se recuperó, allí estaba Gnut
    alzándose junto a él, con sus piernas casi al
    alcance de su mano. ¡Estaba algo inclinado hacia él,
    clavando sus terribles y ardientes ojos en los suyos!

    Era ya demasiado tarde para salir corriendo. Temblando
    como cualquier ratón atrapado, Cliff esperó el
    golpe que lo iba a aplastar. Gnut lo escrutó durante lo
    que le pareció una eternidad, sin moverse. Y durante cada
    segundo de aquella eternidad Cliff estuvo esperando la
    aniquilación repentina, rápida y completa. Y luego,
    de forma repentina e inesperada, todo hubo terminado. El cuerpo
    de Gnut se enderezó y dio un paso hacia atrás. Se
    volvió. Y después, con el ritmo nada
    mecánico que sólo él poseía entre
    todos los robots, regresó hacia el lugar del que
    había venido. Cliff casi no podía creer que no le
    hubiera ocurrido nada. Gnut podría haberlo aplastado como
    a un insecto… y se había limitado a darse la vuelta y
    regresar. ¿Por qué? No podía suponer que un
    robot fuera capaz de mostrar consideraciones humanas.

    Gnut fue directamente al otro extremo del
    vehículo. Se detuvo en un cierto lugar y produjo una
    curiosa sucesión de sonidos. Y, de pronto, Cliff vio
    aparecer en el costado de la nave una abertura, más oscura
    que las penumbras del edificio, y a esto siguió un
    débil sonido deslizante cuando apareció una rampa
    que bajó hasta el suelo. Gnut subió por ella e,
    inclinándose un poco, desapareció en el interior de
    la nave. Entonces, por primera vez, Cliff recordó que
    estaba allí para tomar fotos. ¡Gnut se había
    movido, pero él no lo había fotografiado! Pero al
    menos, fuera cuales fuesen las oportunidades que pudiera tener
    después, podía obtener una foto de la rampa que
    conectaba con la puerta abierta; así que colocó en
    posición su cámara, puso la exposición
    adecuada y apretó el disparador.

    Pasó largo rato y Gnut no salió.
    ¿Qué podía estar haciendo dentro?, se
    preguntaba Cliff. Le fue volviendo algo de su valor y
    consideró la idea de arrastrarse hacia delante y atisbar a
    través de la compuerta, pero se dio cuenta de que no
    tenía valor para ello. Gnut le había perdonado la
    vida, al menos por el momento, pero no había forma de
    saber hasta dónde llegaría su
    tolerancia.

    Transcurrió una hora, y luego otra. Gnut estaba
    haciendo algo dentro de la nave, pero Cliff no se podía
    imaginar el qué. Si el robot hubiera sido un ser humano,
    sabía que se hubiera atrevido a dar una ojeada; pero tal
    como estaban las cosas era una incógnita totalmente
    irresoluble. Bajo ciertas circunstancias, incluso los más
    simples robots terrestres resultan artefactos inexplicables; por
    consiguiente, aquél, llegado de una civilización
    desconocida e incluso inconcebible, y que era, con mucho, el
    artefacto más maravilloso jamás visto, podía
    estar dotado de poderes sobrehumanos. Todo lo que le
    habían hecho los científicos de la Tierra no
    había podido averiarlo. Acido, calor, rayos, terribles
    golpes demoledores… Lo había soportado todo; y ni
    siquiera había sido dañado su acabado exterior.
    Quizá fuera capaz de ver perfectamente en la oscuridad. Y
    tal vez, sin moverse de donde estaba, pudiera oír o notar,
    de algún modo, el menor cambio en la posición de
    Cliff.

    Pasó más tiempo, y entonces, en
    algún momento después de las dos de la madrugada,
    sucedió algo que no tenía nada de extraordinario,
    pero que resultaba tan inesperado que, por un momento,
    destruyó por completo el equilibrio de Cliff. De repente,
    se oyó un débil aleteo a través del oscuro y
    silencioso edificio, seguido pronto por el chillido, penetrante y
    agradable, de un pájaro. Era un sinsonte, el pájaro
    burlón. Estaba en algún punto de la penumbra, por
    encima de su cabeza. Sus notas eran claras y resonantes, y
    cantó una docena de tonadas, una tras otra y sin ninguna
    pausa: llamadas cortas e insistentes, trinos, gorjeos y
    arrullos… La canción de amor primaveral de lo que
    quizá fuera el mejor cantante que había en el
    mundo. Luego, de una forma tan brusca como había
    comenzado, el canto cesó.

    Cliff se hubiera sentido menos sorprendido si un
    ejército invasor hubiera descendido de la nave. Estaban en
    diciembre, y ni siquiera en Florida habían comenzado a
    cantar los sinsontes. ¿Cómo había llegado
    aquél al cerrado y oscuro museo? ¿Cómo y por
    qué estaba cantando allí?

    Esperó, con gran curiosidad. Luego, de repente,
    se dio cuenta de que Gnut se hallaba junto a la compuerta de la
    nave. Permanecía muy quieto, con sus brillantes ojos
    vueltos en dirección a Cliff. Por un instante
    pareció que el silencio del museo se hacía
    más profundo; luego fue interrumpido por un suave golpe en
    el suelo, cerca de donde Cliff se hallaba. Se quedó
    asombrado. La luz de los ojos de Gnut cambió, y
    comenzó a caminar con su paso casi normal en
    dirección a Cliff. Cuando estaba a corta distancia, el
    robot se detuvo, se inclinó y recogió algo del
    suelo. Durante algún tiempo permaneció
    inmóvil, contemplando el pequeño objeto que
    tenía en su mano. Aunque no podía verlo, Cliff
    sabía que era el pájaro burlón. O, mejor
    dicho, su cadáver, pues estaba seguro de que ya no
    cantaría nunca más. Entonces, Gnut se volvió
    y, sin mirar a Cliff, regresó a la nave,
    introduciéndose en ella.

    Pasaron horas mientras Cliff esperaba que hubiera alguna
    secuela a aquel sorprendente acontecimiento. Quizá fuera a
    causa de su curiosidad, pero el caso es que comenzó a
    perderle miedo al robot Creía que si aquella
    máquina tenía algo en contra de él, si
    pensase hacerle algún daño, hubiera acabado con
    él antes, cuando tenía una oportunidad perfecta.
    Cliff comenzó a animarse para ir a dar una rápida
    ojeada al interior de la nave. Y tomar una foto; debía
    acordarse de tomar una foto. Continuamente se estaba olvidando de
    la razón que lo había llevado
    allí.

    Fue en la más profunda oscuridad de la falsa
    madrugada cuando reunió el suficiente valor para iniciar
    su acción. Se quitó los zapatos y, con los pies
    cubiertos sólo por los calcetines y llevando los zapatos
    atados por los cordones y colgados del cuello, se movió
    con el cuerpo rígido pero con mucha rapidez hasta un lugar
    situado tras el más próximo de los seis ujieres
    robot estacionados a lo largo de la pared, haciendo una pausa
    para ver si había algún signo que indicase que Gnut
    sabía que se había movido. No oyendo nada, se
    deslizó tras el siguiente robot y se detuvo de nuevo.
    Sintiéndose ya más atrevido, dio una carrera hasta
    el más lejano, el sexto, situado justo enfrente de la
    compuerta de la nave. Allí se sintió
    desengañado. No podía ver ninguna luz detectable en
    el interior; sólo había oscuridad, y el silencio
    que lo llenaba todo. No obstante, sería mejor que tomase
    la foto. Alzó su cámara, la enfocó a la
    oscura abertura, y tomó la foto con una exposición
    bastante larga. Luego se quedó quieto, sin saber
    qué hacer a continuación.

    Durante esta pausa, una extraña serie de sonidos
    apagados llegó a sus oídos, aparentemente
    procedentes del interior de la nave. Sonidos animales: primero
    jadeos y roces, acentuados por varios clics secos, y luego
    profundos y sonoros rugidos, interrumpidos por nuevos roces y
    jadeos, como si se estuviese produciendo algún tipo de
    lucha. Y entonces, de repente, antes de que Cliff pudiera
    decidirse a volver a la carrera bajo la mesa, una forma baja,
    robusta y oscura saltó de la compuerta e inmediatamente se
    volvió y creció hasta la altura de un hombre. Un
    terrible miedo avasalló a Cliff, aun antes de saber
    qué era aquella forma.

    Al instante siguiente apareció Gnut en la
    compuerta y bajó, sin titubear, por la rampa, en
    dirección a la figura. Mientras avanzaba hacia ella,
    ésta retrocedió lentamente unos pasos; pero luego
    se quedó a pie firme, y unos gruesos brazos se alzaron de
    sus costados e iniciaron un potente tamborileo contra su pecho,
    mientras de su garganta surgía un terrible rugido de
    desafío. Sólo había un ser en todo el mundo
    que se golpease el pecho y produjese un sonido como aquél:
    ¡aquella forma era la de un gorila!

    ¡Y además, un gorila enorme!

    Gnut siguió avanzando, y cuando estuvo cerca, se
    abalanzó y aferró a la bestia. Cliff no se hubiera
    imaginado que Gnut pudiera moverse con tal rapidez. No pudo ver,
    dada la oscuridad, los detalles de lo que sucedió; lo
    único que sabía era que las dos enormes formas, el
    titánico robot Gnut y el más bajo pero
    terriblemente fuerte gorila se fundieron por un instante, entre
    el silencio del robot por una parte y los profundos e
    indescriptibles rugidos del gorila por otra; y cuando los dos se
    hubieron separado, fue porque el gorila había sido lanzado
    de espaldas.

    El animal se irguió inmediatamente en toda su
    altura y rugió ensordecedoramente. Gnut avanzó de
    nuevo, y volvió a producirse la escena anterior. El robot
    continuó avanzando inexorable, y entonces el gorila
    comenzó a retroceder hacia la pared del edificio. De
    repente, la bestia corrió hacia una de las figuras
    humanoides que había apoyada contra la pared y, con un
    rápido movimiento lateral, lanzó al quinto ujier
    robot contra el suelo y lo decapitó.

    Partes: 1, 2

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