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Prólogo, reseñas y ensayos escritos acerca de Atormentado de sentido



Partes: 1, 2

  1. El sentido de
    atormentarse
  2. Los tormentos del
    sentido (poco) común
  3. Al lado del camino,
    Ronel saluda a Fito
  4. Ronel
    González Sánchez y la
    metadécima

  • 5. Ronel
    González Sánchez: un poeta atormentado de
    sentido por el Big Bang de la
    metaescritura

  • Monografias.com

    Atormentado de sentido; para una hermenéutica
    de la metadécima.
    / Pról. Roberto Manzano. –
    Las Tunas, Ed. Sanlope, 2007. – 133 p. (Col.
    Iberoamericana).

    Premio Iberoamericano de la Décima
    Cucalambé 2006.

    Jurado: Roberto Manzano,

    Alex Pausides,

    Enrique Sainz.

    El sentido de
    atormentarse

    (Prólogo al libro Atormentado
    de sentido; Para una hermenéutica

    de la metadécima (Las
    Tunas, Ed. Sanlope, 2007)

    Por: Roberto Manzano.

    Poeta y ensayista.

    Muestra hoy un panorama interesante la poesía
    cubana. Como no hay una tendencia poética que sea
    dueña absoluta del campo, se ven con mayor nitidez todas
    las posibilidades artísticas.

    De todos modos, es inherente a las tendencias querer
    tomar el poder cultural y ejercer su tiranía más
    abarcadora. El campo poético se está reorganizando
    hoy para la lucha, ante los vacíos de poder
    estético.

    Los poetas más belicosos de los ochenta, que no
    traían giros formales profundos (prefirieron seguir
    fraseando sus renglones como los coloquialista), sino un nuevo
    sentido estimativo de la realidad social, se vertebraron
    profusamente para la lidia.

    Pero los noventa, en la misma medida en que la
    década avanzaba, fueron apareciendo y acumulando una
    actitud de baja pertenencia grupal, apenas enlazados por alguna
    que otra opción estilística.

    Ya hoy tienen acumulada una obra significativa muchos de
    ellos, y han descubierto sus propias fuerzas, y han calibrado la
    necesidad de librar las batallas estéticas pertinentes.
    Intuyen que si no las dan, quedarán sumergidos en el
    campo.

    Como no hay crítica de poesía en Cuba,
    todo puede suceder, y sucede. Y los poetas saben que uno tiene
    dos deberes en cuanto artista: primero, crear, crear, crear;
    luego, gestionar lo creado, para que se incorpore realmente al
    mundo que vivimos.

    Si hubiera crítica verdadera, de la buena, el
    riesgo sería menor, pues habría un ojo agudo y
    honrado juzgando los empeños, acomodando las miradas,
    preparando los deslindes, alzando las
    jerarquías.

    Pero la que hay, la escasa que hay, está bajo
    sospecha: es saludo de amigos, de compañeros de
    generación, de cofrades estéticos, de anotadores
    emergentes de los nuevos postulados.

    Y aquellos que muchos consideran críticos de
    poesía, que se pueden contar con los dedos, no lo son en
    buen castellano, sino investigadores atentos de lo ya sancionado,
    que tienen sus parcelas de gusto y sus nóminas
    inamovibles.

    Y ya los poetas han aprendido mucho, no sólo de
    literatura, de lo que es obligatorio saber hasta lo infinito,
    sino de la vida literaria, que es saber de vida o muerte, pues si
    no se tienen los ojos abiertos puede perderse íntegramente
    una vocación.

    Siempre fue la propia creación material
    ineludible de escritura, pero hoy, dadas estas circunstancias
    dramáticas del entorno social de la expresión, la
    literatura se mira el ombligo con suma frecuencia. Ya no basta
    intuir y cantar, sino que hay que saber para empujar la
    intuición hacia delante.

    Y ciertos teóricos literarios, o de la cultura en
    sentido general, parecen proveer el pensamiento que muchos poetas
    no son capaces de generar en la modelación de su propio
    mundo, con lo que la carreta ha adelantado a los
    bueyes.

    Los poetas legítimos pueden apoyarse en ese
    humus, por supuesto, y es muy productivo hacerlo, peor las
    demandas pujantes de su mundo interior les dictan profusamente
    las coordenadas de su ideología
    estética.

    Ha de decirse otra peculiaridad de nuestro entorno
    poético, y es cómo se han teñido
    axiológicamente determinados instrumentos, castrando la
    mirada y creando espejismos que impiden valorar con
    justicia.

    En toda buena aula de poesía (que es necesario
    que también las haya, es obvio) se sabe que existen el
    verso pautado, el verso libre, el fraseo, la prosa
    poética, la línea textual donde ya reina lo
    reconstructivo y lo llamado experimental…

    Y algunos confunden esto con un vector de progreso
    artístico. Es como si de una modalidad a otra se fuese
    siendo más poeta, más moderno, más
    genuinamente explorador.

    Hay conciencias estéticas, sobre todo en aquellas
    en que la farándula desempeña un papel importante,
    y en las que ese simulacro del arte que es ese tipo de vida
    constituye un espacio altamente legitimador, en las que una
    décima o un soneto pueden ser vistos como entes retrasados
    y abominables.

    Sin embargo, hemos de decirlo con rapidez, porque tiene
    que ver con el libro que hoy prologamos, ahora mismo en Cuba una
    de las áreas poéticas de mayor exploración
    estética es precisamente la del verso pautado, y
    específicamente la del soneto y la
    décima.

    Claro está, no es la única, pero es una de
    las más audaces. Los supuestos poetas de vanguardia no se
    enteran, ni tampoco los supuestos críticos. Y los poetas
    que ejercen con tanta creatividad y sabiduría esas
    rupturas dentro de la tradición se ven obligados a ser
    declarativos.

    A veces los textos, por esta impronta de la vida
    literaria sobre la escritura, se despliegan
    estilísticamente como manifiestos, que constituyen una
    forma genérica de lo literario que necesita un mayor
    acercamiento teórico.

    Y en lugar de crear ya, de inmediato, con la nueva
    actitud un producto cuajado espiritualmente que sirva para
    preguntar con hondura en el destino humano tanto desde el punto
    individual como colectivo, se insiste en una declaración
    que intenta dialogar con los otros estéticos.

    Son batallas que hay que dar, y algunos libros cumplen
    esa función. Aunque las batallas definitivas sólo
    las vencen los libros en que lo artístico tendencioso
    está en el mismo hueso, como una médula ardiente e
    invasora.

    El libro que tiene el lector en sus manos está
    escrito con la pasión del que se encuentra consciente de
    su nueva estimativa del arte y del mundo. Dialoga ferozmente con
    todos, pero sobre todo con los artistas, con la gestualidad del
    que quiere instalar una luz entre los ciegos.

    Sabe que funda un camino, y que amalgama sendas, y que
    ausculta frentes. Y desplaza los léxicos, reajusta los
    sentidos, acoge los más lejanos utensilios textuales,
    salta sobre muchas vallas, acopia facetas como el ojo
    múltiple de la mosca.

    A veces es demasiado vertiginosa su elocución, o
    la plasticidad se deforma y aneblina bajo el edificio reciamente
    intelectivo. Pero nunca falta la fluidez del pensamiento, la
    energía del que convoca un nuevo púlpito, el juego
    sorprendente de las palabras.

    El dominio de la décima es absoluto: las formas
    están convertidas en segunda naturaleza, que es lo que se
    llama maestría. Y todos los planos del lenguaje, dentro de
    esa estructura proteica, se enderezan hacia nuevos ángulos
    de exploración artística.

    Ronel González es ya conocido entre nosotros por
    una abundante producción, de calidad creciente y
    renovadora. Con este libro añade una nueva cota a esa
    producción, y ofrece un servicio artístico
    indudable a la tradición, al entrar a ella con absoluto
    desembarazo.

    ¿Quién dijo que la décima
    está reñida con la complejidad de la psiquis
    contemporánea? He aquí una propuesta de
    representación de nuestros oscuros entresijos, de nuestros
    volteos interiores, de nuestras proyecciones más oscuras,
    regurgitadas por la sacudida de un mundo en crisis.

    La actitud estética presente en este libro ya
    tiene cultores de mérito, y está alcanzando a lo
    largo del país notables resultados. Él se inscribe
    con todo derecho como una de sus piezas más
    representativas. Bien sé que tú, amigo lector, lo
    apreciarás en su justa medida.

    El Canal, diciembre de 2006

    Roberto Francisco Manzano Díaz
    (Ciego de Ávila, 1949). Poeta y crítico.
    Máster en Cultura Latinoamericana. Profesor Auxiliar.
    Autor, entre otros, de Synergos (Premio Nicolás
    Guillén 2005), Canto a la sabana (1983), Mito
    y texto de José Martí (
    1996), Tablillas de
    barro II
    (2000), La estrella y el racimo
    (Décima, Premio 26 de Julio 1993, 2002).

    Los tormentos del
    sentido (poco) común

    Por: Pedro Péglez
    González.

    Poeta, periodista e
    historietista.

    En un primer acercamiento a este libro, algún
    lector interesado y honesto, pero poco versado en los actuales
    meandros del caudaloso río decimístico cubano,
    podrá ser presa del desconcierto. Alguno, inclinado
    más a la superficie de las corrientes fluviales y no a los
    fondos que laten aún bajo las turbulencias,
    recogerá con desenfado el manto olímpico para
    calificarlo de hiperbólico y justificar el abandono de sus
    páginas. Y habrá, a no dudarlo -ya estamos a ello
    acostumbrados- quien encuentre asideros para persistir en su
    faena de execración y denuesto.

    No hay que temer a ello, ni evadir el riesgo.
    Digámoslo sin ambages: Atormentado de sentido. Para
    una hermenéutica de la metadécima
    es un
    poemario difícil, como corresponde a un asunto sumamente
    complejo, cuya abundancia de sinuosidades revela, precisamente,
    la contemporánea magnitud de sus alcances: los
    desafíos del actual momento de la poesía cubana
    escrita en estrofas de diez versos.

    El volumen (136 pp.) fue publicado en el 2007 por la
    Editorial Sanlope -en una cuidada edición a cargo de un
    equipo encabezado por Alberto Garrido- a resultas de haber
    recibido el Premio Iberoamericano Cucalambé en su
    séptima edición (2006), por decisión de un
    jurado compuesto por Roberto Manzano, Alex Pausides y Enrique
    Saiz. Su autor, Ronel González Sánchez (Cacocum,
    Holguín, 1971) -además de poeta, escritor para
    niños e investigador- , es suficientemente conocido por su
    temprana irrupción en la vida literaria de la
    nación, entrada tras la cual ha cosechado una notable
    nómina y una abundante sucesión de títulos
    puestos en papel y tinta.

    No me detengo, pues, en lo sabido, y tampoco soy yo
    quien va a reiterar las excelencias en forma y contenido ya
    justipreciadas por un tribunal de reconocido
    prestigio.

    Lo que me interesa es lo que
    Atormentado… aporta al caudal. Poemario que juega
    —las más de las veces con guiño
    irónico, en ocasiones no fácilmente
    perceptible— con los patrimonios discursivos del ensayo,
    aparece cuando el proceso de revitalización de la estrofa
    iniciado a fines de los 80 y alzado a cotas significativas en la
    segunda mitad de los 90 y el primer lustro del nuevo milenio,
    comienza a acusar una recurrencia sospechosa de retoricismo que
    abusa de los procederes escriturales de la dominante cultural de
    la posmodernidad, en detrimento del temblor humano deseable en la
    expresión poética más perdurable. Un
    fenómeno, entre otras causales, prohijado por el desvelo
    de los escritores de décimas en borrar las virtuales
    distancias entre las estructuras "abiertas" del verso libre y las
    estructuras "cerradas" tradicionales. Aguas limpias que trajeron
    estos lodos.

    En ese sentido, Atormentado…, tras la
    primera mitad del conjunto -que aborda tópicos de corte
    existencial, ontológico y sociológico ya antes
    tratados, aquí por supuesto con personalísima
    proyección- emprende desde el mediodía de sus
    páginas, y hasta el final, un "empeño intelectivo"-
    como tal lo calificó el propio Ronel en reciente
    entrevista por evidenciar peligros ("también el arte se
    ahoga entre superlativos", apunta en el título de uno de
    sus poemas) y desde las propias entretelas discursivas de tales
    riesgos, demandar un cambio estético para que el
    inmarcesible/ paraninfo escritural/ más que exceso de
    lo real/ sea carne de lo invisible.

    Con su acostumbrado acierto, Roberto Manzano, en el
    prólogo, llama la atención sobre un ángulo
    de este empeño, después de calificar como una de
    las más audaces la exploración estética que
    ocurre hoy día en la décima cubana: "los supuestos
    poetas de vanguardia no se enteran, ni tampoco los supuestos
    críticos. Y los poetas que ejercen con tanta creatividad y
    sabiduría esas rupturas dentro de la tradición se
    ven obligados a ser declarativos". Pero "hay más
    allá -para decirlo con palabras de César
    López en otro prólogo de otro libro merecedor del
    mismo premio-: este decimario de Ronel, a un tiempo "declara"
    hacia afuera, hacia ¿inconsciente? e imperdonable
    desconocimiento de las ganancias considerables que para la
    poesía del país han obrado los cultivadores de la
    estrofa y "declara" dentro los escollos que debe sortear el ya
    vigoroso movimiento decimístico cubano para no
    anquilosarse: Pero renombrar lo escrito/ por la
    tradición vehemente/ significativamente/ implica anular el
    mito,/ elidir el monolito/ verbal y fosilizado./Lo que puede ser
    nombrado/ con palabras y abolir/ la sospecha de existir/
    deberá ser renombrado.

    Atormentado de sentido. Para una hermenéutica
    de la metadécima,
    pues, opera como una vuelta de
    tuerca para que acabe de estallar lo pernicioso del dispositivo
    en marcha. Y, desde la plena demostración de saber
    esgrimir incluso esas armas que ya apuntan a la decadencia, una
    interesante y necesaria convocatoria artística:
    Novedad: yo te conmino / a que te
    resemantices
    .

    Periódico Trabajadores, La
    Habana, 5 de mayo de 2008.

    Cubaliteraria, 04 de julio de
    2008

    http://www.cubaliteraria.com/articulo.php?idarticulo=8710&idseccion=31

    Pedro Péglez González (Jesús
    del Monte, Ciudad de La Habana, 1945). Nombre profesional de
    Pedro Julio González Viera. Poeta, periodista e
    historietista. Autor, entre otros, de (In)vocación por
    el paria
    (2001) y Cántaro inverso (2005),
    ambos Premio Iberoamericano Cucalambé 2000 y
    2004.

    Al lado del
    camino, Ronel saluda a Fito

    Por: Rolando Bellido Aguilera

    Ensayista, poeta, narrador.

    Me gusta estar al lado del
    camino

    fumando el humo mientras todo
    pasa

    Me gusta abrir los ojos y estar
    vivo

    Tener que vérmelas con la
    resaca.

    Fito Páez,

    Al lado del camino.

    1.

    Acabo de leer, gustar, degustar y disgustarme con
    Atormentado de sentido. Para una hermenéutica de la
    metadécima,
    de Ronel González Sánchez,
    Premio Iberoamericano Cucalambé-2006, que por un
    modestísimo precio, la Editorial Sanlope, de Las
    Tunas, ofrece a los lectores cubanos desde el primer semestre de
    2007.

    Ya desde la misma dedicatoria se vislumbran los
    ríos postmodernos, los juegos intertextuales y la ansiedad
    por superar los límites, romper los géneros y
    acceder a los campos de la hybris. El libro cuenta con
    un prólogo preciso de uno de los poetas más
    profundamente cultos y, al mismo tiempo, intensamente humanos de
    la ínsula (Roberto Manzano, que también
    presidió el Jurado que premió este cuaderno de
    décimas, textos, meta, para y paja textos), en el cual se
    nos avisa que dentro del panorama de la poesía cubana
    actual no hay una tendencia poética que sea
    dueña absoluta del campo.
    (p. 7) y que la
    situación se hace mucho más inciertamente compleja
    debido a que no hay crítica de poesía en
    Cuba
    , afirmación esta última demasiado
    categórica, pero entendible en el sentido en que la
    expresa Manzano: advertir sobre la importancia cardinal de la
    crítica, sobre todo cuando se realiza con un ojo agudo
    y honrado
    que juzga, acomoda, deslinda y jerarquiza. (p.
    8)

    Que la farándula poética puede ser
    importante, pero que no es lo funda-mental, es uno de los
    principales aprendizajes que encierra el prólogo de
    Manzano. Vivir en ese espectacular mundo puede ser, y es en
    múltiples ocasiones, un simulacro, en tanto que la
    poesía y el poeta verdaderos, o esenciales, no necesitan
    de candilejas y artificios socio faranduleros.

    Pero, como el libro invita y hasta desafía a que
    se entre en las heredades de la desmesura y hasta de la
    insolencia, no le bastó al autor con un solo
    prólogo y, en consecuencia, procedió también
    a auto prologarse, para hacernos creer que en él la
    creación del poema nace siempre de una ardua
    preparación artillera, cultural y teórica, de una
    fundamentación, primero, y de la expresión de un
    hallazgo, después. Rigor de los rigores, poeta de pulidos
    marfiles, por una parte, y, al mismo tiempo, de concretas
    participaciones, por la otra. Un atormentado en múltiples
    dimensiones y sentidos, consciente de que la literatura exige
    muchísimo más que candilejas y
    cosméticos.

    Formula de entrada lo que debería demostrar: que
    la décima pervive en sí misma, en las resistentes
    honduras, y en los esplendorosos hallazgos de sus creadores. Que
    se salva y se impone, por sobre apologías y calumnias
    porque, como en la socorrida cita de Joyce, emerge de profundas
    aguas vitales. Pero, de tanto cavar en los cimientos, en
    ocasiones Ronel se atraganta por exceso de terminologías.
    Por lo general, sale airoso de las encrucijadas contextuales e
    históricas, no solo por su experimentado y fecundo oficio,
    sino más que nada por su pasión de servicio y su
    vocación de diálogo. Pertenece al selecto grupo de
    los que solo son deshacedores después de haber aprendido
    prolijamente a hacer, pero, se vuelve insoportable cuando se pone
    dostoievscano y puntillosamente epistemológico, como en
    las prescindibles (debió aclararlo en el auto
    prólogo) décimas tituladas Hermetismo
    susprasensorial
    , Anagnorisis y Conceptos por
    transcodificar
    , entre algunas otras. Su excesiva
    pasión por acecinar (salar y secar los poemas al humo y al
    aire) ocasiona o produce décimas muy enjutas de
    poesía.

    Se trata de algunos poemas demasiado ahumados por las
    aún no superadas incertidumbres postmodernas. Los
    extremos, como ya se sabe, se encuentran y saludan, y en el
    abrazo se confunden, así, algunas de las más
    repetidas dudas terminan por volverse certezas, y excesivas
    irreverencias se vuelven en otras partes solemnidades: Voz
    que clama en el desierto / la traición de lo solemne.

    (p. 99) Por estas sendas, aparecen sus poemas más
    arrugados e infelices. Ronel ha buscado lo perfecto formal, lo
    indiscutible, ciñéndose a contenidos inapelables y,
    así, resta a su libro con una sucesión de
    intemperies
    que bien debieron ser tachadas por innecesarias
    en un poeta que ha sabido encontrar muchísimas veces
    el Todo: /El hombre se resiste a la inocencia / porque su
    vanidad lo ha vuelto crítico.
    (p. 122) Y honradamente
    críticos hemos de ser: estas inconsecuencias son, como
    él mismo dice: inútiles parodias o
    inconscientes escolios. (p. 103) Ronel lo sabe, y lo
    repite más de una vez: Sometido a su intelecto / el
    poietés desfallece /
    (p. 113)

    2.

    Habrá que declararse
    incompetente

    en todas las materias del
    mercado

    Habrá que declararse un
    inocente

    o habrá que ser abyecto y
    desalmado.

    Fito Páez,

    Al lado del camino.

    Poeta de la isla y del mundo, Ronel alcanza la
    universalidad, siempre, desde los temas telúricamente
    insulares, y no siempre, desde los aparentemente más
    universales. Su viaje esencial es el de regreso, el eterno
    retorno a las raíces. Este poeta no parte. No se deslumbra
    ante las velas peregrinas y es leal a su literatura, a sus
    circunstancias y a su gente, hasta el tuétano leal y
    sincero, y no por ello, o por ello mismo, deja de dar
    también sus legítimos traspiés, como un
    animal utópico
    , según confiesa: Mi mal /
    es duro porque, al final, / siempre regreso a mi cueva / y pido a
    Dios que no llueva / bajo el cielo nacional.
    (p. 55), de su
    poema Al partir, que simple y sencillamente es luminoso
    desde todo punto de vista.

    Poco después, una de sus más radicales y
    convincentes descargas, su discurso contra la guerra, contra
    todas, las con y las sin pretextos, pues Para la guerra
    siempre hay un motivo
    y, según concordamos,
    Podrá cambiar la guerra el universo, / pero no
    sanará ciertas heridas. /
    (p. 68) Su originalidad es
    ceñidamente consciente, fruto de extensos y profundos
    aprendizajes. Ante las bifurcaciones e incertezas de la compleja
    contemporaneidad, Ronel se alza con las más saludables
    fuerzas de la tradición y con identidad y cambio, arma
    prolijamente una obra de enjundiosa cultura.

    Su énfasis a favor del verso pautado se comprende
    y apoya como contraposición a los falsos escarceos y
    excesivos ruidos versilibristas del seudo sector
    postmoderno. Solo como énfasis es legítimo, pero
    nunca como extremo ni, mucho menos como extremismo. Lo
    poético es correr el riesgo pero con sumo cuidado para no
    caer en deslumbramientos artificiales y artificiosos. Como
    reflexiona Heidegger, en "Hölderin y la esencia de la
    poesía": Pero ¿puede ser instaurado lo
    permanente? ¿No es ya lo siempre existente? ¡No!
    Precisamente lo que permanece debe ser detenido contra la
    corriente, lo sencillo debe arrancarse de lo complicado, la
    medida debe anteponerse a lo desmedido.
    En este libro, Ronel
    corre valientemente grandes riesgos y, por supuesto,
    también cae en teatralidades y pirotecnias.

    Es legítimo, entonces, sospechar sinceramente de
    Ronel, de sus prolijas citas, de sus a veces excesivas
    intertextualidades. Se debe ser crítico con honestidad
    meridiana. Encontrar más allá del esplendor
    autoritario y de las cultísimas referencias, el grano. Y
    el grano en su obra se encuentra abundante, a pesar de tantos Mc
    Cullers, Heidegger, Poes, Schopenhauer, Holderlín, Zeneas,
    Nervos, Lezamas…, que no siempre dan el tono justo, es decir,
    que no siempre se corresponden con, ni amparan, los poemas que
    les siguen.

    Es necesario, es hasta muy bueno, tener dudas. Lo malo
    es ser vencido por ellas: en algún aposento
    intelectivo / alguien siempre es vencido por las dudas.
    (p.
    125) y, entonces, vienen las sobredosis más evidentes de
    irracionalismo snob, de hermetismos banales y de alambiquismos
    conceptuales. No obstante, en la mayor parte del libro, en ramas
    como La libertad del suicida, Historia de
    cruzados
    y Materia cognoscente (dedicada esta
    última a José Luis Serrano, poeta de iguales
    profundidades pero menores hermetismos, y escrita en su misma
    cuerda o estro). Las preguntas, ceñidas y fértiles,
    hábilmente repartidas por todo el poemario, resultan mucho
    más poéticamente productivas que algunas
    categóricas y hasta transcendentales afirmaciones, casi
    autoritarias, que se le escapan, como, por ejemplo: La
    existencia es una farsa / agnóstica. Pura niebla.
    (p.
    30)

    En la mayor parte de las décimas, unas
    octosílabas y otras endecasílabas, en estrofas y en
    bloque, y de las más diversas y originales maneras,
    está demostrada la amplísima cultura y, al mismo
    tiempo, la honda sensibilidad humana del poeta. No obstante, a
    veces se excede en el uso de fuegos artificiales que pasan a ser
    un despilfarro cuando, en una misma estrofa o acto, se disparan
    agnosias, didascalias, dicterios, facistoles,
    beatíficos, falsarios y devocionarios.
    Por estos
    excesos, en algunos poemas se descubren las costuras y el
    antinatural fraguado, que se deben a la falta de espontaneidad,
    la cual se ha suplido con búsquedas excesivas,
    artificiosas, no legales, enciclopédicas. Un ejemplo:
    Morirás, pero no todo / habrá acabado.
    Incorpóreo / volverás a un tiempo
    ecuóreo / como el amnios. Serás lodo
    / teorético. "Grosso modo": / reo de la lasitud /
    entrarás a un ataúd / insenescente,
    inconsútil, / pero jamás será
    inútil / prolongar tu juventud.
    (p. 34. Por esta
    única vez, los subrayados en negritas son del
    crítico, RBA)

    Ronel González tiene que elegir, no le sirve ser
    ecléctico en la tradición europea, más le
    aporta ser electivo en la tradición insular. Tampoco le
    sirven sus relaciones de índices bibliográficos ni
    sus listas referativas, con las cuales arma más
    de un poema frío, no natural, no propio del calor humano y
    de la espontaneidad y fuerza creadora con que le nacen los otros.
    Tiene que terminar en calma los análisis, para no
    indigestarse, para poder expresar poéticamente su
    diálogo con los dioses y con la esencia de las cosas.
    Cuando disecciona el Apocalipsis, falla; triunfa cada vez que su
    síntesis se transforma en poesía, en
    instauración de la historia. Véase, por ejemplo,
    Los viejos mitos, donde enumera lecturas y problemas,
    simplemente. Estos pretendidos escudos meta literarios y las
    reiteradas incertidumbres (no por incertidumbres, sino por
    reiteradas) se notan como parches nuevos en tejidos viejos. De
    esta forma, se producen sus más acrobáticos
    fracasos. Fracasa como poeta cuando confunde sociologismo con
    poesía y, también, cuando intenta ser
    teórico y exégeta de su propia obra. V. Gr.:
    Fundar sobre la arena movediza.

    El investigador Ronel sí saca provecho de las
    estructuras ausentes, de Eco, las condiciones
    postmodernas, de Lyotard, y los estructuralismos de Levy-Straus,
    por solo mencionar algunas de las ladrillosas edificaciones (que
    usa como condimentos) superfluas porque no las necesita ni las
    aprovecha el poeta Ronel que conocimos y conoceremos, no solo en
    textos anteriores y futuros, sino en este mismo. Cuando se le
    encorva la estatura, por el peso de tantos bloques
    teóricos, cae en preguntas retóricas y copiadas,
    como estas: ¿Lo ausente contradice el sensitivo /
    fragmento de raíz sobreabundante? / Hay algo cierto que no
    sea flagrante / summa, derivación, logos,
    motivo?/
    (p. 129) Bueno, ni entomólogo, ni anatomista
    ni terapeuta es el poeta. Lo que es, no lo sabemos; pero
    sí lo que no es.

    El poeta tiene siempre algo que ofrecer. El poeta es el
    creador, el demiurgo. Ronel lo es en muchos de sus poemas,
    incluso, en muchas de sus preguntas. Pero no lo es cuando la duda
    le mueve el piso. El poeta ha sido monstruoso en todas las
    épocas y, también, luminosamente bueno. Poeta es el
    que logra alzar su verso, y alzarse a sí mismo por encima
    de realidades, ficciones, olas y volcanes. Maldad y bondad forman
    la unidad contradictoria de lo humano. No basta con plantear las
    dicotomías cerebrocorazón, parte-todo,
    efímero-eterno, identidad-cambio… No basta: hay que
    superarlas a verso limpio.

    Algunas redundancias, casi disparates, que se le escapan
    por el rebuscamiento lexicográfico: Mi madre
    despreciaba lo rahez.
    Si aceptamos que rahez es lo
    despreciable, queda en evidencia el dislate. Más adelante
    escribe: las sajaduras de la luz infernal en la ceniza
    andrófoba
    , donde los imperativos de la rima provocan
    las evidentes imprecisiones en el uso de las palabras, pues de la
    misma manera que un barco navega, no corre; y una
    bandera ondea, no flota; y un asno rebuzna, no
    relincha; las libertades poéticas no justifican eso de que
    la luz, ni siquiera la infernal, corte, ni siquiera a la
    ceniza y, mucho menos, que ésta adopte posiciones
    androfóbicas. O, en otras décimas, encontremos un
    río que se disuelve.

    Con semejantes desenfrenos de verborrea, Ronel no hace
    otra cosa que demostrar su condición humana. No es
    perfecto ni divino, sobre todo por permitir que se deslicen hasta
    sus poemas pleuras, amnios, arterias, médulas y sustancias
    que le quedan mucho mejor en sus interludios meta poéticos
    (espacios a los que con más naturalidad corresponden).
    Porque, si bien es legítimo apropiarse de todo lo
    apropiable
    , no lo es /acusar de plagiario al que te
    observa / diseccionar tus frases en conserva/
    (p.
    65)

    Ese pesado fardo, ese exceso referencial, angustia al
    poeta de tal modo que, en más de un poema le contamina
    explícitamente desde los mismos títulos: El
    abuso de la literatura
    y La angustia de las
    intertextualidades
    , por ejemplo, o el mismo nombre
    seleccionado para todo el libro: Atormentado de sentido,
    que es, otra vez, cita. Estas desmesuras culturológicas o
    parapoéticas y sus afanes auto justificativos hacen agua,
    sobre todo en las décimas ensayísticas, por
    rebuscadas y laberínticas, donde en lugar de explicar,
    complican, al confundir la difícil sencillez con el
    fácil esoterismo. Tómese como ejemplo la
    Introducción, en la Diatriba contra la
    décima. Ensayo de reinterpretación
    (p. 77). En
    esta parte se ve claramente que Ronel incorpora algunas
    décimas con argucias y veleidades a los
    cauces misérrimos de la estrofa
    (p. 78) y, por
    consiguiente, en sus peores pasos, también contribuye a
    multiplicar el coro ahogado de preceptivas. (p.
    78)

    En el libro editado, las palabras urdir, aquelarre,
    ontología
    (ontológico, ontogénico…),
    ente, metatexto (metaliteratura, metaescritura…) y
    episteme (epistema, epistemología…) se llegan a
    convertir en tic de tanto repetirse y conjugarse. Por otra parte,
    el exceso de términos inventados, o tan rebuscados que
    casi son lo mismo, termina por desconcertar y hasta mortificar al
    lector (y esto puede ser legítimo, y parece que es uno de
    los objetivos que se propuso Ronel), pero por el excesivo uso de
    los mismos, por su abuso, cansan: antropocinismo,
    gnosivo, literaturicidio¸ posludio, ambulacro,
    desoccidentalizado, grafomanía, yoidad,
    asinartético, indianismo, modernólatras,
    neotransmutacionismo, desretorizable y preposterarle
    , entre
    otros.

    Las cuatro verdades que a otros les canta Ronel
    (siboneyistas y naboríes) son válidas contra
    él mismo. Su estro en ocasiones se vuelve dogma
    y, como en todo credo, le traiciona. Si sus críticas a los
    excesos de emoción, en otros, son válidas,
    también deberá aceptar como válidos estos
    amistosos señalamientos a sus excesos racionalistas y de
    preceptiva, a sus desenfrenos intelectualistas. Ahora bien,
    reconozco que muy por encima de estos lunares está su
    originalidad, sus inventivas, su espíritu renovador, su
    profunda cultura poética y vital, sus discursos
    desprejuiciados y su aliento participativo.

    3. DIÁLOGO:

    Bellido: Ronel, buscas por los caminos más
    difíciles, sin miedo por las zarzas y guijarros, en el
    intento por devolver a la métrica su plenitud
    irradiante.
    (p. 80) En ese rumbo superas las incertidumbres
    y te alzas victorioso, con afirmaciones poéticamente
    logradas: la praxis en soledad no es rito
    valedero.
    (…) /Sólo entelequias ven lo
    pitagórico / como una plenitud de lo teórico / y no
    como una cancela del lenguaje /
    (p. 126) Tus triunfos contra
    el ente empírico son por amplia mayoría,
    aunque sepamos que las votaciones, incluso las unánimes,
    bien poco tienen que hacer en el mundo de las artes. Tú
    vences, sobre todo cuando no sustentas un efluvio en la
    destreza del artesano.
    (p. 127) y no vences, cuando te
    atragantas con preocupaciones bibliotecarias y
    arqueologías desconcertantes y paralizantes: /
    ¿Para qué tanta histeria y para qué /
    atarse al banco de la erudición?
    (p. 128) En el
    libro, has pecado de fysis y polihidramnios. Por ello te
    someto a una amniocentesis en pro de la salud
    poética.

    Ronel: Mira, Bellido, en este punto ya el
    lector bosteza. El proemio lo aburre (no hay prefacio que no
    derive en fraude.) Soy reacio a preludios cifrados con destreza
    (o sin ella). Me mueve la certeza de que no en todo afán
    versolibrista encarna la poiesis. "Fetichista de la rima y el
    metro", con cinismo me niego a disfrazar el "vanguardismo", con
    la teatralidad postmodernista.
    (p. 12)

    Bellido: No todos los poemas son desbordes de
    guarismos
    , ni todos los críticos somos reos de la
    alquimia.
    Tu obra es eximia, Ronel, y por ello mismo no te
    la saludo con eufemismos, sino con el ejercicio del criterio
    riguroso y sincero. En todas las décimas que te brotan del
    alma (corazón, a estas alturas, resultaría
    insoportable) susurran las esferas. (p. 132) Es que, en
    ti, predomina el alma, que tanto tiene que ver con la
    ética, y con la estética, más o menos la
    misma cosa en la Antigua Grecia: y morirá(s)
    por ella, aunque (te) cueste / abjurar de sus
    hábitos gnosivos.
    (p. 132) Con poetas como tú
    podremos recuperar el esplendor de los comienzos (p.
    133), si te curas de los excesos de líquido
    amniótico.

    4. Final

    Tendré que hacer lo que es y no
    debido

    Tendré que hacer el bien y
    hacer el daño

    No olvides que el perdón es lo
    divino

    Y errar a veces suele ser
    humano.

    Fito Páez,

    Al lado del camino.

    No obstante los advertimientos ponzoñosos que
    este crítico le hace, Ronel sabe acercarse desnudo al
    que le nombra
    y, también, que un árbol
    retorcido no da sombra
    (p. 66). Es que, como él mismo
    exclama, hay que incorporar una dosis / de subversión
    al poema /
    y, en consecuencia, también a la
    crítica. El mismo Heidegger que seguramente Ronel
    leyó, ha demostrado con puntual precisión, que la
    frase de Hölderlin sobre la poesía, en carta a su
    madre, como la más inocente de las ocupaciones es cierta
    y, al mismo tiempo, no lo es. El poeta y su poesía tienen
    que parecer inocentes, para poder cumplir con el mandato de los
    más graves peligros. La mayor libertad para el poeta, pero
    sabiendo que esa absoluta libertad consiste en ser uno
    mismo.
    Esa es su misión sagrada.

    Ronel tiene todas las armas, todos los instrumentos para
    una poesía que se incorpore más naturalmente a lo
    mejor de nuestra cultura, a lo mejor de nuestra vida. Pueden
    sobrarle algunas citas, algunas frases, prefijos y sufijos
    grecolatinos y hasta anglo sajones, pero su humanismo, por un
    lado, y su técnica poética, por el otro, son tan
    hondos que puede volvernos a conmover con cada uno de sus
    legítimos ahorcados, especialmente cuando a sí
    mismo se proteja de su literaturicidio.

    Báguanos, 2008.

    Víctor Rolando Bellido Aguilera
    (Báguanos, 1958). Doctor en Ciencias Filosóficas.
    Ensayista, poeta, narrador. Profesor Auxiliar de la Universidad
    de Holguín. Preside la Sociedad Cultural José
    Martí de su provincia y es Vicepresidente de la UNEAC en
    el territorio. Ha publicado, entre otros, Martí, la
    juntura maravillosa
    (2000), El mito de la poiesis
    (2003), El oro nuevo (2003, 2004, 2013), El humo de
    Battle Creek
    (2011)

    Ronel
    González Sánchez y la
    metadécima

    Por: Zahily Salazar
    Rodríguez.

    Licenciada en Estudios Socioculturales por
    la Universidad Oscar Lucero Moya de Holguín.

    No hay que temer a ello, ni evadir el riesgo.
    Digámoslo sin ambages: Atormentado de sentido. Para
    una hermenéutica de la metadécima
    es un
    poemario difícil, como corresponde a un asunto sumamente
    complejo, cuya abundancia de sinuosidades revela, precisamente,
    la contemporánea magnitud de sus alcances: los
    desafíos del actual momento de la poesía cubana
    escrita en estrofas de diez versos.

    (Péglez González, Pedro;
    2008: 10)

    Atormentado de sentido. Para una hermenéutica
    de la metadécima
    (Premio Iberoamericano
    Cucalambé 2006; Las Tunas, Editorial Sanlope, 2007), este
    es, sin dudas, el libro de décimas de mayor complejidad
    desde el punto de vista conceptual, el de mayor aliento
    postmoderno y también el más extenso de los premios
    iberoamericanos Cucalambé de Cuba.

    Dividido en cinco secciones, e integrado por 190
    estrofas -excluyendo los poemas en verso libre que inauguran
    algunas secciones- el discurso múltiple del hablante
    lirico evoluciona desde un autoprólogo del autor para
    rebatir la ubicación de su obra como "neomodernista", al
    decir del también poeta y crítico Jesús
    David Curbelo en un extenso artículo utilizado como
    prólogo del decimario Toque de queda, del tunero
    Carlos Esquivel Guerra (Curbelo, Jesús David; 2006:12.),
    hacia una deliberada diversidad de tonos, temas y formas que
    hacen de este libro uno de los más interesantes, incluso
    entre los volúmenes de poesía publicados en las
    últimas décadas.

    Atormentado de sentido; para una hermenéutica
    de la metadécima
    , parte de un verso de la
    transgresora canción "Al lado del camino" del cantautor
    argentino Fito Páez, como un ejemplo inaugural de
    intertextualidad con otros discursos de las artes y para proponer
    la idea del poeta como un ser en persistente búsqueda de
    sentidos, comprensiones, significados, etc. que ha llegado al
    zenit de sus razonamientos respecto al mundo y a la obra
    literaria como totalidad, y que, acosado por sus propias
    percepciones, necesita comunicar sus inquietudes, rozando la
    propuesta de un manifiesto poético.

    Luego, en la enunciación titular del personal
    concepto metadécima, paráfrasis y
    también ironía respecto a la llamada
    metapoesía, o sea, un discurso
    octosilábico que es su propio referente, una especie de
    décima de la misma décima, un texto que intenta
    explicarse desde dentro, que formula una poética
    autoexplicativa, sobre todo por el añadido del
    término hermenéutica, que es el arte de
    interpretar textos para fijar su verdadero sentido, construye y
    propone un poemario que muestra cómo también en
    décimas se puede llegar a un grado sumo de
    experimentación, a una expresión coherente de
    conceptos y referencias culturales y, en esencia, a un
    conocimiento esencial de la literatura y de la teoría que
    la genera.

    Valiéndose de los presupuestos de la
    ensayística y de sus estudios de la hermenéutica
    para su aplicación a la valoración de la
    décima, R.G. permite que su libro fluya desde
    temáticas inherentes al tránsito vital del hombre y
    a la madurez con que se perciben por el poeta. No por casualidad
    la propia dedicatoria del decimario a teóricos de la
    postmodernidad resulta sintomática (el filósofo
    francés Michel Foucault, quien puso en tela tela de juicio
    la influencia de Carlos Marx y del psicoanalista Sigmund Freud;
    el crítico y semiólogo francés, autor del
    Grado cero de la escritura, Roland Barthes, quien
    intentó construir una filosofía de la
    semiótica; el filósofo francés Jacques
    Derrida, acoplado fundamentalmente a la idea de la
    deconstrucción textual en estrecha relación con el
    estructuralismo; el crítico estadounidense Harold Bloom,
    autor del archicitado volumen La angustia de las
    influencias
    , quien planteó la idea de la obra como un
    tejido comunicante e intercomunicante con obras anteriores; y el
    escritor y profesor universitario italiano Umberto Eco, famoso
    por sus estudios semióticos de los signos y los
    significados) es un gesto conectivo de las ideas fundamentales a
    desarrollar por el poeta en el volumen y el tópico de los
    estudios literarios, críticos, filosóficos que
    algunas veces en los textos funcionará como simple
    referencia o especie de paráfrasis y, en otras
    oportunidades será una parodia, una ironía, una
    burla.

    La cita del libro, escogida hábilmente y en
    función de la idea fundamental, pertenece a la
    revolucionaria novela Ulises, del irlandés James
    Joyce: "El arte tiene que revelarnos ideas, /esencias
    espirituales sin forma. /La cuestión suprema sobre una
    obra de arte/ es desde qué profundidad de vida emerge."
    Aseveración que da preeminencia a las ideas, a los
    contenidos, por encima de las formas y, sobre todo, al hecho de
    que éstos conceptos, estas esencias deben provenir de una
    relación intensa del creador con lo vital, de
    gnoseológicas inmersiones permanentes y bien meditadas a
    lo largo de su vida. O sea, R. G. desde el principio insiste en
    que la obra, en este caso literaria, y el cuerpo
    ideotemático que desarrolle, no nace de la casualidad sino
    de las búsquedas constantes y de la reflexión en
    aras de rebasar lo establecido, de dar un paso más hacia
    la transgresión como sentido de rebasamiento, de necesario
    avance, de quiebra de normas y códigos en una actitud
    típicamente postmoderna de asunción creativa para
    que la décima no siga reducida a la idea de una estrofa
    detenida en el exteriorismo del canto a la naturaleza y del
    campesino como individuo ancestralmente apegado a la
    tierra.

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