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La renovación de las artes plásticas cubana (1925-1940)




Enviado por Ramón Guerra Díaz




    La renovación de las artes plásticas cubana
    (1925-1940) – Monografias.com

    La renovación de las artes
    plásticas cubana (1925-1940)

    Resumen

    Este es un período marcado por la
    llegada de la modernidad a las artes plásticas cubanas, de
    mano de un grupo de jóvenes que renovaron el quehacer
    artístico de su momento, dominado por los patrones
    academicista que durante más de 150 años
    predominaron en el gusto estítico de los principales
    consumidores de arte en la isla, la burguesía
    criolla

    La fecunda década del veinte lo fue
    también para las artes plásticas, por la gran
    renovación que se produjo en las diversas manifestaciones
    de ella dentro de la isla. Un grupo de jóvenes estudiantes
    de la Academia San Alejandro en La Habana, se rebela contra el
    conservadurismo y el estancamiento de la enseñanza de las
    artes plásticas en Cuba, lo que determinaba el atraso
    manifiesto de dichas artes. Ellos deciden ir contra los viejos
    cánones y aprender lo nuevo de las escuelas europeas,
    principalmente la de París donde se está
    produciendo las herejías más importantes de las
    artes plásticas del momento.

    El año 1924 puede señalarse como el
    año de inicio de estas inquietudes al viajar a Europa
    algunos alumnos cubanos: Víctor Manuel, Abela, Gattorno,
    Pogolotti, Carlos Enríquez, Amelia Peláez, Wilfredo
    Lam y Domingo Ravenet, entre otros, van a Francia, a
    París, para conocer a los maestro de los "ismos", desde
    Cezanne a Picasso y a su regreso a Cuba son otros, revolucionan
    la pintura y ponen en crisis la Academia. La reacción de
    la escuela fue conservadora, le cierran los centros oficiales de
    enseñanza, repudian sus innovaciones y no le permiten
    enseñar lo nuevo.

    Entre tanto en La Habana trabaja Rafael Blanco Estera,
    quien ha conseguido con sus dibujos una original forma de
    expresión. Trabajando la sátira, Blanco se
    manifiesta como seguidor de la obra de Francisco de Goya, William
    Hogarth y Honoré Daumier en el trabajo de las
    líneas expresionistas que utiliza para crear un dibujo
    sarcástico de duro matiz social, desconocido hasta
    entonces en Cuba. Es un precursor casi desconocido de las
    renovaciones que se gestan en las artes plásticas de la
    isla. Sus dibujos marcan un giro en el género en el
    ámbito nacional: escuetos, sobrios, con mucha intensidad y
    economía de elementos, en el que "(…) el toque del
    pincel recuerda la nerviosa maestría de los pintores
    calígrafos de China"[1]

    El Salón Anual de la Asociación de
    Pintores y Escultores de 1925 mostró ciertos cambios en
    algunos expositores: Gattorno presentó una
    composición típicamente cubista; Víctor
    Manuel concursó con un retrato y un lluvioso paisaje
    parisino con cierto acercamiento al impresionismo.

    Víctor estaba recién llegado de Francia y
    se notaba en su pintura una marcada influencia de Gauguin y Vanh
    Gogh y un colorido de predominio de los azules, grises y verdes.
    Está lejos de mostrar la luz del trópico, que en
    sus cuadros nunca estará.

    Exponen por primera vez Carlos Enríquez con el
    retrato de una muchacha sobre la hierba y Eduardo Abela con una
    vista de las azoteas habaneras llena de la cálida luz de
    la isla. Pese a estos artistas la exposición estuvo
    caracterizada por la rutina y el convencionalismo de la pintura
    cubana del momento.

    En 1922 llega a Cuba el periodista y crítico
    catalán Martín Casanovas y revoluciona el ambiente
    cultural habanero, que ya estaba "inquieto y caldeado". Se une al
    movimiento minorista y se convierte en factor de unidad y
    fortalecimiento de la izquierda de este movimiento intelectual. A
    su influencia se debe la creación de la "Revista de Avance
    (1927)"[2]. En ella colaboran prestigiosos
    artistas plásticos, tanto cubano como extranjeros: Eduardo
    Abela, Carlos Enríquez, Víctor Manuel, Salvador
    Dalí, Juan Gris, Pablo Picasso y George Grosz, entre
    otros. En la revista se teoriza sobre la pintura, aparecen
    críticas y reseñas sobre el tema, lo que influye en
    las artes plásticas cubanas del momento.

    El punto culminante de esta subversión fue la
    "Exposición de Arte Nuevo" organizada por la revista y en
    particular por Martín Casanovas, hecho que provoca una
    conmoción que pone fin al academicismo en la isla. La
    Exposición se organiza en la sede de la Asociación
    de Pintores y Escultores, del 7 al 31 de mayo de 1927,
    presentándose ochenta y dos obras.

    Entre los expositores aparecen, Eduardo Abela, Rafael
    Blanco, María Capdevila, Gabriel Castaño, Carlos
    Enríquez, Víctor Manuel, Antonio Gattorno,
    María Josefa Lamarque, José Hurtado Mendoza, Luis
    López, Ramón Loy, Alice Neel, Amelia Peláez,
    Rebeca Peink, Marcelo Pogolotti, Lorenzo Romero, Alberto Sabas,
    José Segura y Adia N. Yunkers.

    Entre los participantes en esta exposición muy
    pocos tenían una obra renovadora, otros eran pintores
    menores y algunos extranjeros residentes en Cuba.

    De impacto de esta exposición dirá
    Martín Casanovas: "Caían muchos tabús y
    falsos ídolos, se atentaba contra el retratismo
    ofiacialesco, los cuadros históricos escenográficos
    y el paisaje litográfico, contra una escuela timorata
    sostenida por el esnobismo republicano, y se polemizó
    agriamente. La Exposición de Arte Nuevo constituyó
    una verdadera revolución, marcando el fin del academicismo
    y los primeros pasos del realismo cubano afincado, no en la
    anécdota pintoresca o los pretextos temáticos, sino
    en una emotividad causal y esencial"[3]

    Los artistas cubanos que habían tomado contacto
    con las escuelas renovadoras de Europa miran al paisaje y al
    cubano de un modo nuevo. Primero desde la lejana perspectiva de
    París y luego desde Cuba, redescubren lo cubano y su
    esencia. Cada uno utilizó los instrumentos expresivos que
    consideró necesario para crear su obra:
    post-impresionismo, cubismo, fauvismo, surrealismo,
    etc.

    Cuba vivía los difíciles día de la
    Revolución antimachadista y sus artistas jóvenes
    revolucionaban su arte. Se había creado un público
    y entre los jóvenes pintores surgían
    discípulos y continuadores de los pioneros renovadores.
    Durante la década del 30, al abandonar el país
    muchos de los expositores de 1927, el movimiento perdió
    algo de impulso, influido también por los acontecimientos
    políticos y sociales, pero sí mantuvo cierta
    vitalidad impulsado esta vez por el crítico de arte Guy
    Pérez Cisneros.

    La gran figura cubana de las artes plásticas de
    este período fue sin dudas Víctor Manuel
    García Valdez (1897-1969) fue discípulo de Leopoldo
    Romañach en la Academia San Alejandro, pero se levanta
    contra estos mismos preceptos aprendidos en la academia y marcha
    a París en 1925 en busca de las técnicas y la
    información desconocidas en su isla. Allí comprende
    que pese a la necesidad de lo novedoso, los temas de su
    país, su paisaje, y su gente común son dignos de
    ser llevados al lienzo.

    El post impresionismo marca su obra en la que son
    evidentes las influencias. En París crea una
    colección de paisajes y cabezas de mulatas en las que la
    cubanía radica en la intimidad llena de optimismo con que
    trabaja sus temas. Su visión de Cuba pasa por el exotismo
    de París y el indigenismo en ascenso en
    Latinoamérica.

    En 1926 regresa a Cuba, participa de la
    exposición de arte nuevo e impacta su forma de hacer,
    regresando a Francia tras comprender el ahogo en que viven las
    artes plásticas cubanas. Será en París donde
    pinte su cuadro definitorio, "Gitana Tropical".

    La ""Gitana Tropical" es una pequeña pintura (46
    x 38 cm) pintada sobre madera y premiada en el Salón de
    Pintores y Escultores de 1929. Representa a una muchacha mestiza,
    más cercana al tipo mexicana que a la cubana
    característica teniendo como fondo un paisaje.

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    Aparece en aquel Salón del 29 en el momento en
    que decae el primer impulso del "arte nuevo" en Cuba frente a la
    "(…) anemia de lo imitativo, en ausencia de la
    maduración de lo verdadero autóctono, que no puede
    entenderse como deslavado reflejo del paisaje con palma, o de un
    folklorismo superficial para el consumo del turismo
    tonto"[4]

    Víctor Manuel fue inaugurador de lo moderno en la
    pintura cubana, marcado por la sencillez de su obra, casi
    monotemática, una gitana multiplicada en otros cuadros y
    sus dormidos paisajes. Su pintura parece detenerse en esos
    logros, como si se hubiese agotado a sí mismo, pero la
    brecha que el abre da paso a otros jóvenes artistas
    cubanos que incluso superan su propia obra.

    Fidelio Ponce (1895-1949)[5] es el pintor
    más original y de más talento de esta primera
    vanguardia de las artes plásticas, golpeado por la vida y
    sus circunstancias, crea una obra irregular que perfecciona por
    intuición.

    Nació en Camagüey estudiando irregularmente
    en San Alejandro, donde no pudo aprender mucho. Se gana la vida
    como pintor de vallas comerciales y tiene un primer
    período en el que pinta paisajes y retratos de calidad
    irregular. En la década del 30 inicia un período de
    consolidación pictórica determinado por la esencia
    de sus mitos interiores, reflejos de su desgraciada vida de
    paria, gravemente enfermo de tuberculosis e incapaz de salirse de
    sí mismo, hace una pintura que refleja sus miedos y
    obsesiones, con un estilo personalísimo y en el que
    están presente figuras de tuberculosos, beatas,
    niños, vírgenes, cristos, monjes, mujeres, en fin
    espectros de su existencia.

    Para este retablo crea sus propios colores, partiendo
    del blanco fantasmal, en el cual parecen flotar sus figuras,
    apenas manchas contrastantes de blancos, ocres, nacarados,
    azulinos o rosas, colores "(…) que van afinándose,
    suavizándose, haciéndose fríos y que llevan
    a la generalidad dentro de la pintura
    cubana"[6]

    Fidelio Ponce expuso por vez primera en el Lyceum en
    1934, fue todo un acontecimiento cultural, llamando la
    atención del público y la crítica. En 1935
    obtuvo el Premio Nacional del Salón de Pintura y Escultura
    con su cuadro, "La beatas" y repitió el premio en 1938
    con, "Los niños". En 1937 el Ayuntamiento de La Habana
    organiza una exposición homenaje, "Exposición de
    Fidelio Ponce", con gran acogida.

    En 1940 en la célebre muestra "300 años de
    Pintura Cubana" organizada por el Instituto Nacional de Artes
    Plásticas en la Universidad de La Habana no podía
    faltar la obra de Fidelio Ponce con sus cuadros, "Los
    niños", "Sa Ignacio de Loyola" y "Monja del
    mar".

    Su única exposición en el extranjero fue
    en Nueva York donde la galería Delphie Studio
    organizó una muestra de este gran artista
    cubano.

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    La obra de Fidelio Ponce constituye un legado de primer
    orden para la cultura cubana, sirviendo de puente entre los
    primeros renovadores y la nueva generación que
    despuntará en décadas posteriores. Es un hito
    solitario dentro de la creación artística cubana,
    aunque Cuba no está explicitada en sus temas, en sus
    personajes fantasmagóricos, flota la frustración de
    una época y de un pueblo desalentado.

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    Eduardo Abela Villarreal (1892-1965) fue dibujante en la
    prensa habanera, alumno de San Alejandro emigra a España
    en 1924, allí expone con cierto éxito de
    crítica, pero su inquietud está en París y a
    la capital francesa parte exponiendo en el Salón de
    Otoño. Eran los años del surrealismo y Abel asimila
    y aprende de las tendencias pictóricas. En medio de este
    deslumbramiento surgen los dormidos temas de la patria, ahora
    tamizados por el exotismo de la Ciudad Luz. Eran cuadros modernos
    por su técnica y costumbristas por su tema: "La comparsa",
    "La Casa de María la O", "Los funerales de Papá
    Montero", "Los caballeros del pueblo", "El adiós", "La
    vega de tabaco", etc.

    Su pintura es sensual, de fórmula segura con
    más preocupación por la técnica que por los
    temas; con una expresa voluntad de simplificar, de llevar a
    líneas esenciales el asunto, donde el cuadro aparece
    repartido en grandes masas de colores donde concentra el mayor
    significado. La luz en Abela está respeta a través
    del volumen y el color, es el trópico, pero desde
    lejos.

    Igual le ocurre con los temas cubanos, principalmente
    afrocubanos, con una visión poética, sensual,
    elaborados a partir de la evocación y la
    imaginación.

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    Carlos Enríquez Gómez (1901-1957) es otros
    de los innovadores de las artes plásticas cubanas,
    escogió el surrealismo como doctrina estética
    aprendido en su estancia en París, pero lo adecua a su
    temperamento para devolverlo en una interpretación
    personal.

    Aplica en su obra una técnica colorista basada en
    la ligera trasparencia dada por los tonos licuados y la
    coloración de sus paisajes que recuerdas los paisajes del
    trópico pero con luz más apagada, como al amanecer
    en estas latitudes. Sus temas están llenos de sensualidad
    y sexualidad que él ejercitará con la misma
    intensidad que la luz de Cuba.

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    Carlos Enríquez es telúrico en su vida y
    en su obra, acepta "(…) el caos y se mete deliberadamente
    en medio de él, para transformarlo en un canto de exaltada
    sensualidad"[7]

    En 1929 Carlos Enríquez organiza en la Sociedad
    femenina Lyceum una exposición de desnudos que
    escandalizó a las ricas socias habaneras de la
    institución, que obligan a la directiva de la misma a
    retirar la muestra, como muestra de desagravio y protesta Emilio
    Roig le ofrece el espacio de bufete para exponer las obras y en
    ese lugar las principales figuras de la intelectualidad habanero
    acudió para admirar la obra del artista.

    La obra pictórica de Carlos Enríquez
    conforman lo él dio en llamar "el romancero criollo",
    lleno de leyendas, escenas eróticas y alegorías en
    medio del paisaje lleno de palmas, lomas y cielo azul, todo con
    una atmósfera casi irreal. El mejor ejemplo de esta
    pintura es el cuadro, "Rapto de las mulatas" (1938) considerada
    su obra maestra. En estas pinturas rebeldes e irreverentes son
    evidentes sus inquietudes sociales y la denuncia a la
    situación del campesino cubano que el plasma
    magistralmente en su irónico cuadro, "Campesinos
    felices".

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    Arístides Fernández Vásquez
    (1904-1934), es el genio truncado de esta generación,
    escritor y pintor, crea en solitario una obra que busca la
    cubanía en medio del caos de sus ideas reflejado en su
    dibujo y su color. Su obra se caracteriza por la búsqueda
    que ya iba concretando una forma propia en los últimos
    años de su vida, con una seguridad y armonía que
    permiten suponer una maestría superior.

    Amelia Peláez (1897-1969) ingresó en la
    Academia de San Alejandro en 1916 comenzando a exponer en 1918 en
    los salones Anuales de la Asociación de Pintores y
    Escultores. En 1924 sale de Cuba, pasa por Nueva York y Francia.
    En París aprende las técnicas de las escuelas
    modernas que allí se asentaban, principalmente la del
    cubismo cuya influencia es evidente en su obra.

    A su regreso a Cuba continúa desarrollando ideas
    pero reflejando los elementos naturales del país: frutas,
    vitrales y jardines, utilizando una paleta amplia con predominio
    de los colores cálidos.

    El cubismo en Amelia se funde a los temas cubanos
    tratados en sus "bodegones" pintados con acuarelas "(…) en
    las que las frutas y lucetas cubanas de medio punto ofrecen a la
    fina y delicada bordadora los más finos secretos de su
    riqueza geométrica"[8]

    Antonio Gattorno Águila (1904-1980) es otro de
    los pintores cubanos innovadores que hacen de la sencillez y la
    simplificación, su razón de cambio. Estuvo
    también en París, pero su obra, a pesar de su
    gracia y buen gusto no logra desprenderse del todo del lastre
    académico. Sus temas se mueven en un ambiente
    rústico con tendencia al folklorismo tropical,
    incursionó también en el retrato. A finales de la
    década del 30 se radica en los Estados Unidos y abandona
    esta línea de trabajo sobre temas campesinos, para
    acogerse al surrealismo con fuerte influencia de Salvador
    Dalí.

    Alberto Peña (Peñita) Araguren (1897-
    1938) y Lorenzo Romero Anciaga (1905- ¿?), trabajan los
    temas sociales. Alberto Peña, negro, con más deseo
    de pintar que aptitudes, estuvo muy influenciado por el muralismo
    mexicano y sobresale en la década del 30 por el
    tratamiento de la discriminación y las desigualdades.
    Lorenzo tiene un compromiso social con la clase trabajadora en
    obras con cierta influencia de Víctor Manuel.

    Otros pintores de relevancia en el período que se
    unieron a la línea de los renovadores fueron: Jorge Arche
    (1905-1956), Domingo Ravenet (1905-1969), Marcelo
    Pogolotti(1902-1988), Mirta Cerra (1904-1986) y Ramón Loy
    (1894- 1986), junto a otros más jóvenes que
    alcanzan su plenitud en períodos posteriores, como son los
    casos de Wilfredo Lam, Mariano Rodríguez y René
    Portocarrero.

    Los últimos cinco años de la década
    del 30 parecían confirmar el desarrollo de la pintura
    cubana, pero la situación política del país
    con su fuerte carga de represión al movimiento popular
    progresista provoca un nuevo éxodo de artistas.

    En febrero de 1935 se realizó el Primer
    Salón Nacional de Pintura y Escultura en el que expusieron
    tanto artistas de la academia como los vanguardistas. Allí
    estaban Víctor Manuel, Abela, Amelia, Carlos
    Enríquez, Aristides Fernández, Fidelio Ponce,
    Ravenet Arche Romero Arciaga, Hernández Cárdenas,
    Gabriel Castaño, Alberto Peña, Domenech,
    Valderrama, Romañach y otros.

    En 1937 se celebra la Primera Exposición de Arte
    Moderno, en el que exponen artistas consagrados junto a figuras
    de nueva promoción, como Luis Martínez Pedro,
    René Portocarrero y Ernesto González
    Puig.

    Por estos años el éxodo de aprendizaje de
    los artistas cubanos se vuelve hacia México en el que se
    desarrolla el influyente movimiento muralista, que tuvo su
    primera expresión en Cuba en 1937 con las creaciones de
    sendos murales en la Escuela "José Miguel Gómez" y
    en la escuela Normal de Santa Clara. En La Habana un grupo de
    pintores escriben una carta al rector de la Universidad de La
    Habana para que le autorizara la creación en sus muros de
    murales que reflejaran las luchas sociales del pueblo cubano y
    del estudiantado en particular. No hubo respuesta para una carta
    que tenía entre sus firmantes a Víctor Manuel,
    José Hernández Cárdenas, Amelia
    Peláez y Alberto Peña, entre otros.

    En 1937 se abrió el Estudio Libre de Pintura y
    Escultura dirigido por Eduardo Abela; la creación del
    mismo fue auspiciada por el gobierno de turno, para enfrentarlo
    al academicismo de San Alejandro. El Decreto lo promovió
    la directora de Bellas Artes, Renee Méndez Capote durante
    el "Gobierno de los Cien Días" (Ramón Grau San
    Martín, septiembre de 1935 – enero de 1936), pero la falta
    de condiciones había impedido su apertura. Su
    inauguración fue un paso revolucionario en la
    enseñanza artística cubana, los alumnos fueron
    escogidos entre aspirantes que no tuvieron conocimientos previos
    de pintura y escultura. Se admitían solo adultos, a los
    que se guiaba en el aprendizaje pero respetando la libertad de
    estilo, de maneras y normas. Fue una forma de encausar
    sensibilidades artísticas. Fueron profesores en este
    Estudio Libre de Pintura y Escultura, además de Abela,
    Jorge Arche, Romero Arciaga, Domingo Ravenet, Rita Longa, Mariano
    Rodríguez y René Portocarrero.

    El experimento fue efímero, la falta de apoyo
    oficial y los detractores hicieron fracasar a los pocos meses el
    Estudio Libre, pero quedó una impronta pedagógica
    audaz, que tuvo en los jóvenes renovadores su apoyo
    fundamental.

    Refiriéndose al estudio Libre, Abela dijo: "Yo no
    quería que asistiera nadie que supiese pintar,
    niños tampoco, sino gente que tuviese un niño
    dentro. Sobre todo, hablarle al alumno de los materiales y del
    oficio, pero no darle pautas a seguir igual al maestro. Cada cual
    con su individualidad"[9]

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    Mención aparte para el pintor académico
    Esteban Valderrama, formado en San Alejandro y posteriormente
    cursando estudios en España y Francia. Conoció a
    las vanguardias a su paso por París, pero continuó
    apegado a la academia cuyos conceptos defendió con una
    pintura de técnica impecable en la que se destaca por su
    pintura al pastel. Si dibujo era limpio, como un renacentista y
    sus temas giraron alrededor del retrato, los paisajes y las
    escenas históricas profusas en detalles. Sus pinturas
    perfeccionistas, teatrales y faltas de vida, estuvieron en el
    epicentro de la polémica entre pintores académicos
    y modernos. Su obra más conocida es, "Dos Ríos",
    una obra testimonio sobre el momento de la muerte de José
    Martí, obra polémica y cuestionada que finalmente
    el mismo destruyó, aunque se conservan sus copias
    fotográficas, la más difundida imagen de la
    caída en combate de José Martí.

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    La escultura vive también momentos de cambios en
    el mundo, pero en Cuba estos fueron casi imperceptibles. Juan
    José Sicre es el primero de los escultores cubanos de este
    período, tanto por la belleza de sus piezas, como por su
    talento y magisterio. Con él se inicia una escultura
    cubana por su tema, incorporando a ella las concepciones
    contemporáneas cultiva la escultura de salón pero
    sobre todo la monumentaria.

    En 1930 gana el concurso para crear el monumento al
    "Soldado Invasor" en Mantua, obra que inaugura una forma cubana
    de interpretar el monumento; otra obras suyas fueron el
    "Víctor Hugo" (1937) en un parque del Vedado; las metopa
    del Capitolio Nacional (1929) y la universalmente conocida
    "Cabeza de José Martí", además de
    innumerables monumentos funerarios y bustos de patricios cubanos.
    En 1939 ganó el concurso para el Monumento a José
    Martí parte del cual, incluyendo la escultura monumentaria
    en mármol del Apóstol, fueron incluidos en la Plaza
    de la República[10]

    Otro escultor destacado del período fue Teodoro
    Ramos (1902-) autor de monumentos de gran ritmo y exactitud. Su
    obra más conocida es el monumento a Mariana Grajales
    (1931) en el parque de 23 y A en el Vedado el Mausoleo del
    Cacahual en Homenaje al general Antonio Maceo y su Ayudante el
    Capitán Panchito Gómez Toro (1940). Su escultura
    "El Esclavo" (1929) recibió Medalla de Oro en la
    Exposición Iberoamericana de Sevilla y su obra "Vida
    Interior" (1934) recibió el Premio en el Salón de
    la Secretaría de Educación.

    Otros destacados escultores cubanos del período
    fueron, José Casagrán, Alfredo Lozano y Florentino
    Gelabert, entre otros.

    En cuanto a la monumentaria se levantan numerosas obras
    que siguen los cánones clásicos: el "Monumento al
    Maine" (1925) diseñado por Félix Cabarroca y el
    escultor Moisés Huerta; la estatua del Conde de Pozos
    Dulces (1927) del italiano Dominico Boni; las esculturas en
    bronce de la escalinata del Capitolio (1930) del italiano Angelo
    Sonelli; la enorme escultura en bronce dorado de la
    República en el Salón de los Pasos Perdidos del
    Capitolio; el originalísimo Monumento a los Chinos que
    combatieron por la Independencia de Cuba (1931), construido en
    granito negro, con sobria líneas y que rompe con todo lo
    hecho hasta entonces.

    La escultura de Juan Clemente Zenea (1934) de
    Ramón Maten emplazado en Prado y Malecón; el
    Monumento ecuestre al generalísimo Máximo
    Gómez (1935) del italiano Aldo Gamba y el enorme Monumento
    a José Miguel Gómez terminado en 1935 por el
    escultor italiano Giovanni Nicolini, todos en la ciudad de La
    Habana.

    El grabado en Cuba vive un momento de renacimiento,
    cierto que en el siglo XIX La Habana fue conocida
    fundamentalmente por los grabados hechos por artistas extranjeros
    que trabajaron en la ciudad, pero en este momento algunos
    pintores incursionan dentro del género, como fueron los
    casos de Eduardo Abela, Domingo Ravenet, Manuel Vega,
    Ramón Loy, Atilano Montero y principalmente Enrique
    Caravia y Mariano Miguel, ambos profesores de San Alejandro.
    Caravia es el más trabajó en el grabado, con mucho
    oficio y aciertos, también trabaja con buenos resultados,
    Andrés Nogueiras, calcógrafo y Jorge Rigol, pintor,
    dibujante y xilógrafo.

    En cuanto al diseño de carteles estaba orientado
    básicamente a las necesidades inmediatas del comercio y la
    política, aunque también de forma esporádica
    se hacen carteles culturales con ciertas pretensiones
    artísticas para exposiciones y eventos
    culturales.

    El cartel político (pasquín) solía
    ser la vedette de las campañas electorales, presentando
    las caras de los políticos en pugna con slogan casi
    humorístico, destinados a despertar la simpatía del
    votante. En épocas electorales las ciudades de Cuba se
    saturaban de pasquines, en todas partes: arboles, rejas, paredes,
    postes del alumbrado, ahogando prácticamente la
    estética urbana con sus mensajes.

    El cartel comercial se mantenía dentro de las
    líneas del diseño de los centros europeos y
    estadounidense.

    La caricatura en los años de este renovador
    período, tenía dos maestros del humor criollo:
    Conrado Massaguer, el elegante retratista de la época y
    Rafael Blanco, cronista de los problemas sociales en sus dibujos
    satíricos, ambos tuvieron en la década del veinte
    su momento de mayor esplendor.

    Otros veteranos caricaturistas de principios del siglo
    XX, llegaron a este período repitiendo su fórmula
    en la caricatura personal, política o costumbrista, pero
    los nuevos tiempos requerían nuevas formas y fue en la
    revista "La Semana" (1925) en la que comenzaron a colaborar
    nuevos dibujantes, que constituyeron la segunda generación
    de caricaturistas cubanos, comenzaron a popularizarse nombres
    como los de Ramón Arroyo Cisneros (Arroyito), José
    Hurtado Mendoza, Jorge Hernández de Cárdenas
    (Hercar) y sobre todo Eduardo Abela.

    Eduardo Abela creó un personaje que habría
    de convertirse en el representante del pueblo durante los
    años de la dictadura de Gerardo Machado: El "Bobo" nacido
    en 1926 y que permaneció en la prensa cubana hasta 1934,
    primero en "La Semana", luego en el Diario de la Marina,
    Información, El País y otras publicaciones
    cubanas.

    El "Bobo" revoluciona el dibujo humorístico,
    mostrando con humor y agudeza el acontecer diario: los temas
    espinosos, la "bola popular" y los atropellos de la
    tiranía. Muchas veces sin textos, pero con una
    intencionalidad que lo convirtieron en una tribuna de denuncias
    contra el dictador, a más de crear valores éticos y
    estéticos que perduran hasta el día de hoy. Hacerse
    el "Bobo" de Abela, es una expresión que perdura en el
    imaginero popular y el personaje devino en un símbolo de
    lucha contra la tiranía.

    Ramón Arroyo Cisneros (Arroyito) fue el alma de
    la revista "La Semana" en la que aparecían sus caricaturas
    políticas. Opositor militante a la dictadura de Machado
    tuvo que exiliarse en México, permaneciendo en este
    país durante varios años.

    Jorge Hernández Cárdenas (Hercar) fue el
    primer caricaturista cubano de izquierda, con una postura
    consecuente con sus principios de vida. Fue el introductor de los
    "tipos negros" en el dibujo humorístico criollo
    desarrollando una intensa labor desde las páginas del
    periódico "Hoy" a partir de 1939.

    En cuanto a los salones de humorismo, se convocan desde
    1921, teniendo en Massaguer su principal animador. A partir de
    1926 se une a la convocatoria las Artes Decorativas, lo que crea
    una gran confusión al exponer juntas, obras de humorismo,
    con trabajos manuales y alguna que otra cerámica
    decorativa y utilitaria.

    En 1927 aparece la primera historieta cubana titulada,
    "El curioso cubano" obra del dibujante Heriberto Portell
    Vilá.

    La fotografía en Cuba está en constante
    búsqueda, sobre todo en la revista "Social", en la que
    ellas ocuparon un lugar protagónico. En "Social"
    publicaron Joaquín Blez, Rafael Pegudo, Villa, Colomina,
    Handel y Rembrant, entre otros.

    Joaquín Blez (1886-1974) es el fotógrafo
    más destacado de este período, desde joven
    investiga y experimenta con la fotografía. Sus trabajos
    tienen influencia del art noveau y causaron sensación en
    el país, sobre todo por la búsqueda de la
    verticalidad, fondos vegetales, líneas suaves y curvas y
    un acabado retocado.

    Villa se caracteriza por la búsqueda de la
    espontaneidad de los gestos y las expresiones sorpresivas, que
    rompen con la rigidez y las poses rebuscadas, propias del
    período.

    Colomina hizo foto reportaje con cierto dinamismo;
    López cubría los eventos deportivos con
    instantáneas que no solo captaban el evento deportivo,
    sino el ambiente que le rodea; Handel, es un fotógrafo de
    galería, realizó portadas de buen gusto que
    introdujo el uso de los fondos blancos y la iluminación
    suave de las fotos.

    Otra revista habanera que utiliza con mucho acierto las
    fotografías es, "Graphos", en la que sobresalen artistas
    del lente como Van Dyck y Rembrant, que trabajan las fotos de
    estudios con una concepción pictórica.

    Van Dyck es el seudónimo de un artista
    español de apellido Lobo, se decía continuador de
    los métodos del famoso pintor flamenco del que tomaba el
    seudónimo, pero aplicados a la fotografía.
    Rembrant, por el estilo, era el seudónimo de un
    fotógrafo húngaro radicado en La Habana desde 1925,
    Éladar Hajdú. Ellos fueron los fotógrafos de
    la "burguesía habanera" de su tiempo, incluyendo a los
    artistas y políticos de la época.

    Las características principales de sus
    fotografías estaban dadas por la armonía y el
    equilibrio academicista de los retratados y en el caso del
    húngaro "Rembrant" por el uso de un lente difuminador de
    los bordes.

    En esta época se hacen famosas las fotos de los
    "parques de diversiones", basadas en retratarse poniendo la
    cabeza en figuras de los "comic" de Wat Disney. Aparecen en esta
    época los fotógrafos ambulantes del Parque Central,
    algunos de los cuales sobreviven en nuestros días, con sus
    "cámaras laboratorios" (polaroid criollas), para perpetuar
    la visita de los turistas o los pueblerinos al famoso Capitolio
    Nacional, siempre al fondo.

    En 1933 surge la "Cooperativa Fotográfica" que
    ofrecía sus servicios las 24 horas del día y
    alquilaba cámaras.

    En cuanto a la técnica, se usaba magnesio y
    negativo de cristal, aunque ya en la década del 30
    comenzaron a entrar a Cuba películas de 8X10 y 5X7; los
    bombillos de 500 watts y un mayor número de cámaras
    de fuelles.

    El precursor en el uso de este tipo de cámara fue
    el fotógrafo Arturo Martínez Illa, veterano
    fotógrafo que hizo retratos de Máximo Gómez
    y del Ejercito Libertador y luego fue de los primeros en usar
    cámaras para hacer fotografías panorámicas
    de paisajes y de grupos.

    Los hermanos Agraz se cuentan entre los que hacen
    aportes importantes a la fotografía cubana, José
    captó en 1933 las primeras instantáneas de
    acción con luz ambiente y Lorenzo en 1934
    sincronizó el magnesio al obturador de la cámara,
    luego construyeron una cámara para tirar secuencias de
    fotos.

    La Revolución del 30 queda profusamente retratada
    en la prensa de la época, sobresaliendo las revistas
    "Bohemia" y "Carteles" por el amplio destaque gráfico de
    los acontecimientos. Para ella trabajan Fernando Lezcano, Emilio
    Molina, Rafael Pegudo, Amador Vales y Generoso Funcasta, entre
    otros. Sobre todo Funcasta que puede considerarse el cronista
    gráfico de la época.

    Esta época fue también período de
    renovación para las artes plásticas, principalmente
    para la pintura, en la que la apertura fue consecuente con las
    tradiciones nacionales y el comprometimiento de sus principales
    figuras. Otras manifestaciones de las artes plásticas
    experimentaron cambios menores, pero en conjunto era el
    preámbulo de los mayores cambios por venir.

     

     

    Autor:

    Ramón Guerra
    Díaz

     

    [1] Jorge Rigol: “Apuntes sobre la
    pintura y el grabado en Cuba”. La Habana, 1973

    [2] Esta revista agrega a su título el
    año en que se edita

    [3] Citado por Jorge Rigol en “La
    Pintura y el grabado en Cuba”

    [4] “Una gitana en La Habana”,
    Juan Sánchez, Rev. Bohemia Nº 13, 1992

    [5] Su verdadero nombre era Alfredo
    Ramón Jesús de la Paz Fuente Pons

    [6] Loló de la Torriente:
    “Imagen en dos tiempos”. La Habana, 1982

    [7] Graziela Pogolotti: “Examen de
    Conciencia”, 1965

    [8] Guy Pérez Cisneros: “Pintura
    y escultura en Cuba”, 1943.

    [9] Eduardo Abela, citado en
    “Introducción a nuestra pintura” de Oscar
    Hustado, 1962.

    [10] Hoy Plaza de la Revolución
    José Martí en La Habana.

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