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La Sacrosanctum Concilum del Vaticano II (página 2)



Partes: 1, 2

El concilio prefirió hacer arrancar su
teología de la liturgia del concepto de "mysterion", como
celebración de los misterios cristianos. Se relaciona
así la liturgia con los acontecimientos de la historia de
salvación, y más en concreto del misterio pascual.
Se pone el acento en la dimensión catabática, por
la cual la liturgia es fundamentalmente una acción divina,
la donación de una gracia, que hace posible el que
posteriormente podamos nosotros dar culto en espíritu y
verdad.

La liturgia es así una acción del Dios
trinitario por la que el Padre envía a su Hijo al mundo,
por la que el Hijo nos redime con su pasión y muerte, y
por la que Padre e Hijo envían sobre nosotros el
Espíritu Santo. La liturgia es "la obra de nuestra
redención" (SC 2); estuvo preparada por las
"maravillas que Dios obró en el pueblo de la Antigua
Alianza", y sobre todo por la obra de la "redención humana
y perfecta glorificación de Dios" que realizó
Cristo "principalmente por el misterio pascual. Por este
misterio, con su muerte destruyó nuestra muerte y con su
resurrección restauró nuestra vida" (SC
5). Esta relación con el misterio pascual se repite al
hablar de la Eucaristía (SC 47) y al hablar de
los sacramentos, donde se dice que éstos "reciben su poder
del misterio pascual de la pasión, muerte y
resurrección de Cristo" (SC 61).

Los apóstoles fueron enviados "no sólo a
proclamar la obra de la salvación, sino a realizarla
mediante el sacrificio y los sacramentos en torno a los cuales
gira toda la vida litúrgica" (SC 6). La liturgia
es "el ejercicio del sacerdocio de Jesucristo"; obra de Cristo
sacerdote"; sus signos sensibles "realizan la
santificación del hombre" (SC 7).

A partir de esta dimensión catabática,
contempla también el concilio el movimiento
anabático, la glorificación de Dios, pero como un
segundo momento en la acción litúrgica. La liturgia
es a la vez "la obra de la redención humana y de la
perfecta glorificación de Dios" (SC 5); "una obra
tan grande por la que Dios es perfectamente glorificado y los
hombres santificados" (SC 7). En la liturgia se obtiene
con la máxima eficacia "aquella santificación de
los hombres y aquella glorificación de Dios a la cual las
demás obras de la Iglesia tienden como a su fin"
(SC 10). El doble movimiento queda recogido en la
afirmación de que los sacramentos primeramente "realizan
la santificación del hombre, y así el Cuerpo
místico de Jesucristo, es decir, la Cabeza y los miembros,
ejerce el culto público íntegro" (SC
7).

4.- La múltiple presencia de Cristo en la
liturgia.
Frente a una teología unilateralmente
centrada en la presencia real de Cristo en las especies
eucarísticas, el Vaticano II fijará su
atención en esas otras múltiples presencias de
Cristo sacerdote "sobre todo durante la acción
litúrgica". Presencia en la persona del ministro, en las
especies eucarísticas, en la fuerza de los sacramentos, en
su palabra, en los himnos y cánticos… (SC
7).

5.- La liturgia, obra de la Iglesia. La liturgia
es también obra de la Iglesia como Esposa y como Cuerpo de
Cristo. "Cristo asocia siempre consigo a su amadísima
esposa, que invoca a su Señor y por él tributa
culto al Padre eterno" (SC 7). No es que Cristo se haya
dado a una Iglesia previamente hecha y acabada. Es precisamente
la donación pascual de Cristo la que santifica a los
hombres transformándolos en Iglesia y en Iglesia orante.
"La liturgia edifica día a día a los que
están dentro para que sean templo santo en el Señor
y morada de Dios en el Espíritu" (SC
2).

En teoría podemos distinguir dos momentos
ideales. En el primero Cristo se da a sí mismo a los que
creen en él para que se conviertan en su Cuerpo y les
entrega el evangelio, el Padre nuestro, la presencia real de su
vida en el signo del vino y del pan. Ahora la Iglesia convertida
en cuerpo de Cristo y en Iglesia orante, puede asociarse a Cristo
en la glorificación que éste tributa al Padre. La
Iglesia es "sacramento admirable" que nace del costado de Cristo
dormido en la cruz" (SC 5). La Iglesia hace la
Eucaristía y la Eucaristía hace la Iglesia. No hay
liturgia sin Iglesia como no hay Iglesia sin liturgia.

"Toda celebración litúrgica es obra de
Cristo sacerdote y de su Cuerpo que es la Iglesia". "La eficacia
de esta acción no la iguala ninguna otra acción de
la Iglesia" (SC 7). "No agota toda la actividad de la
Iglesia" (SC 9), pero es "la cumbre a la cual tiende
toda la actividad de la Iglesia y al mismo tiempo la fuente de
donde mana toda su fuerza" (SC 10).

6.- La liturgia, epifanía de la
Iglesia

Muy interesante también es el modo como la
Sacrosanctum Concilium considera la liturgia como
epifanía de la Iglesia. "La liturgia…
contribuye a que los fieles manifiesten a los demás el
misterio de Cristo y la naturaleza auténtica de la
Iglesia" (SC 2). A esta afirmación general sigue
un párrafo muy denso en que se sintetiza esta naturaleza
de la Iglesia tal como se expresa en la liturgia: Es a la vez,
humana y divina, visible e invisible, en acción y en
contemplación, presente en el mundo y peregrina.
Más adelante dice que las acciones litúrgicas
"pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él
y lo manifiestan" (SC 26).

Es interesante observar como a distintas
eclesiologías corresponden distintas teologías de
la liturgia. Una eclesiología deficiente no podrá
dar razón cumplida del valor de la liturgia. Hay una
interrelación entre forma de celebrar y
eclesiología subyacente, porque siempre se relacionan el
ser y el obrar. Por eso también las distintas concepciones
de la liturgia acaban configurando distintas
eclesiologías.

En una eclesiología de "sociedad perfecta", las
celebraciones son actos ceremoniales oficiales, centrados en el
maestro de ceremonias. En cambio, en una Iglesia concebida como
un grupo de amigos que comparten unos mismos gustos e ideales, no
se requiere un presidente, sino todo lo más un "animador"
que mantenga el ritmo. En la concepción de la Iglesia como
movimiento de militantes, se valora la celebración
únicamente como instrumento para el compromiso y no se
sabe qué hacer con la sacramentalidad y la acción
de gracias.

Por eso es importante visualizar que el grupo actual de
los celebrantes no se representa a sí mismo, sino a toda
la Santa Iglesia que se hace presente en ellos. Si no se tiene
esto muy en cuenta, el interés de los grupos acaba
relegando a un segundo plano el misterio de Cristo, y la
comunidad se convierte en un "nosotros fáctico" con lo que
deja de ser "el cuerpo de Cristo".

El sínodo del 85 dejará claro que la
asamblea celebrante es la Iglesia misterio y comunión,
cuerpo de Cristo y templo del Espíritu. La Iglesia celebra
los misterios de Cristo, no nuestras obras; celebra la
comunión que nos une, no nuestras simpatías o
filias; celebra el acontecimiento de Cristo y no nuestra fe
personal, ni los acontecimientos de nuestra historia. Con esto no
se aleja la liturgia de los hombres, sino que sitúa
nuestra vida y nuestra fe en su contexto auténtico, en la
comunión con el misterio pascual.

Es muy importante al respecto un artículo de Y.
Congar, "La "ecclesia" o comunidad cristiana, sujeto integral de
la acción litúrgica", en AA.VV:, La liturgia
después del Vaticano II,
Madrid 1969, 279-346. Cita a
san Cipriano, Epist 5,2, que decía que el
presbítero no debía celebrar nunca solo.

Como ya dijimos, la SC no llega todavía
a afirmar explícitamente la idea del sacerdocio de los
fieles que encontramos más tarde en la Lumen
Gentium
(10). Esta enseñanza sobre el sacerdocio de
los fieles se repite en el capítulo IV sobre los laicos
(LG 36), y en la Apostolicam Actuositatem, que
afirma que el sacerdocio común es el fundamento del
apostolado de los laicos: "Los cristianos seglares obtienen el
derecho y la obligación del apostolado por su unión
con Cristo Cabeza. Ya que insertos en el bautismo en el Cuerpo
Místico de Cristo, robustecidos por la Confirmación
en la fortaleza del Espíritu Santo, son destinados al
apostolado por el mismo Señor. Son consagrados como
sacerdocio real y gente santa (Cf. 1 P 2,4-10) para ofrecer
hostias espirituales por medio de todas sus obras, y para dar
testimonio de Cristo en todas las partes del mundo". Y "la
caridad que es el alma de todo apostolado, se comunica y mantiene
con los sacramentos, sobre todo con la Eucaristía"
(AA 3).

La atención recae sobre la realidad profunda de
la Iglesia, que es la vida divina que Cristo comunica a su
pueblo. Todos los elementos institucionales, todo lo
jurídico y disciplinar debe subordinarse a esta realidad
invisible y misteriosa de la Iglesia. La
institucionalización existe sólo como un medio y un
servicio (LG 8). Por eso el concilio en lugar de hablar
de la liturgia como algo que realizan los ministros, se refiere a
ella como una actividad del pueblo santo de Dios reunido y
organizado (SC 26), lo cual implica una referencia
primaria a la comunidad. Este enfoque litúrgico
corresponde a la concepción de la Iglesia como Pueblo de
Dios, Cuerpo de Cristo y Sacramento universal de la
Redención. Con esto se da carpetazo a la concepción
jurídico-institucional de la Iglesia.

De ahí surge la conciencia de que las acciones
litúrgicas no son privadas sino que tienen un
carácter comunitario (SC 26), por lo cual hay que
preferir la celebración comunitaria a la
celebración "individual y quasi privada (SC 27).
Este es uno de los motivos en la restauración de la
concelebración, que expresa la unidad del sacerdocio
(SC 57).

En este mismo espíritu el concilio ha querido
resaltar la liturgia diocesana en torno al obispo sobre todo en
la iglesia catedral (SC 41), y la vida litúrgica
parroquial, sobre todo en la celebración de la Misa
dominical (SC 42). De esta manera se prefieren las
celebraciones que expresan mejor la unidad de toda la Iglesia que
las celebraciones particulares de pequeños
grupos.

7.- La importancia capital dada a la
asamblea

Quizás el cambio más espectacular del
concilio es la importancia dada a la asamblea como sujeto agente
de la celebración. No es el sacerdote quien celebra, sino
toda la asamblea. Al sacerdote hay que llamarle más
presidente que celebrante. Esta visión de la liturgia se
corresponde con la eclesiología de la Lumen Gentium que
arranca no de la jerarquía de la Iglesia, sino del
misterio de la Iglesia y del Pueblo de Dios. El sacerdote que
preside no está fuera de la asamblea ni encima de ella,
sino que es uno de sus miembros.

La liturgia prevaticana recordaba un teatro, en el que
no hay interacción entre los personajes del escenario y el
público. La interacción se da sólo entre los
distintos personajes del escenario, pero no con los espectadores.
El presbiterio era el escenario y el lugar de la asamblea el
auditorio. Se hablaba de "oír Misa". El diseño
arquitectónico del templo correspondía a este
modelo. En cambio el Concilio dirá claramente que los
cristianos no deben asistir a este misterio de fe "como
extraños y mudos espectadores" (SC
48).

Hay que devolver al cuerpo de la Iglesia lo que siempre
había sido patrimonio suyo; la asamblea debe recuperar el
protagonismo que había perdido a causa de un clericalismo
abusivo. La Sacrosanctum Concilium prefiere la
celebración comunitaria, con asistencia y
participación de los fieles, a la individual y privada
(SC 27). Lo mismo sucede en la Liturgia de las Horas
(SC 99, 100). El pueblo cristiano debe participar en los
ritos por medio de "una celebración plena, activa y
comunitaria" (SC 21), con la "plena y activa
participación de todo el pueblo" (SC 14). Esta
participación del pueblo cristiano es "su derecho y su
obligación" (SC 14). "Las acciones
litúrgicas no son acciones privadas, sino celebraciones de
la Iglesia, que es "sacramento de unidad", pueblo santo
congregado y ordenado bajo la dirección de los obispos.
Por eso pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia" (SC
26).

Repetidas veces el Concilio exhorta a la
participación de todos los fieles: "consciente, activa y
fructuosa" (SC 11), "plena, consciente y activa"
(SC 14); consciente, piadosa y activa (SC
48).

La Sacrosanctum Concilium fundamenta la
participación de los fieles en la liturgia diciendo que lo
hacen "en virtud del bautismo", y cita 1 Pe 2,9 que habla del
linaje escogido, sacerdocio real, nación santa y pueblo
adquirido (SC 14). Al hablar de la Eucaristía
dice que los fieles "aprendan a ofrecerse a sí mismos al
ofrecer la hostia inmaculada no sólo por manos del
sacerdote, sino juntamente con él" (SC
48).

8.- Asamblea y ministerios

Esta participación comunitaria requiere que cada
actor represente toda la parte que le corresponde y sólo
aquella (SC 28), cosa que vale para todos los ministros
(SC 29). Hay que promover la participación del
pueblo con respuestas, aclamaciones y cantos (SC 30), y
esta participación debe quedar recogida en las
rúbricas (SC 31). También hay que
potenciar el canto de toda la asamblea (SC 114). Se
prohíbe la acepción de personas o de condiciones en
las ceremonias o en las solemnidades exteriores, fuera de la
distinción que deriva de la función
litúrgica, subrayando con ello la fraternidad de todos los
participantes (SC 32).

Esta eclesiología de comunión acaba
influyendo hasta en los más mínimos detalles de la
reforma litúrgica. Influye mucho en la arquitectura de las
iglesias postconciliares, donde el presbiterio ya sólo
está elevado sobre la asamblea el mínimo para que
sus acciones puedan ser vistas por todos. Se han eliminado las
rejas, los comulgatorios. El centro de la Iglesia es el altar y
no el sagrario, que ha quedado ahora desplazado a una capilla
lateral. La disposición de la nave ya no es
rectilínea, tipo tranvía, sino semicircular, de
modo que los fieles se vean mejor unos a otros y se sientan
más parte los unos de los otros. Se han eliminado los
altares laterales adosados a las naves. Ha desaparecido el coro
situado en la parte trasera de la iglesia. El ministerio del
canto no puede situarse fuera de la asamblea, sino como parte de
ella.

Dentro del ministerio se distingue el ministerio de la
presidencia. La constitución sitúa este ministerio
como una presencia especial de Cristo (SC 7). El
fundamento del ministerio presidencial, o ministerio sacerdotal,
es el don del Espíritu Santo transmitido por la
imposición de manos. No es la comunidad concreta la
depositaria de unos poderes espirituales que transmitiría
al presidente. En el servicio de presidir se manifiesta la
naturaleza dialógica de la liturgia, en diálogo
intereclesial entre Cristo-cabeza y su cuerpo. El sacerdote
preside "in persona Christi" (SC 33). Su presidencia es
a la vez funcional, dando unidad y coordinando todos los
ministerios, y también mística, visibilizando a
Cristo como cabeza de la Iglesia, a Cristo servidor de sus
hermanos, presente y actuante en medio de ellos. Preside
también in nomine Ecclesiae, representando a la
asamblea. Representa la iniciativa divina, la convocación
de Dios en Cristo.

Pero junto a este ministerio de la presidencia, el
Vaticano II potencia otros ministerios ordenados y laicales
(SC 29), y establece que cada uno debe hacer "todo y
sólo aquello que le corresponde por la naturaleza de la
acción y las normas litúrgicas" (SC
28).

9.- La Palabra

A primera vista, el gran cambio introducido por el
concilio es la potenciación de la palabra en la liturgia.
La introducción de la lengua vernácula insiste en
la inteligibilidad de la palabra, más que en
fórmulas esotéricas en lenguas sagradas
ininteligibles para el pueblo.

La introducción de las lenguas vernáculas
en el texto de la constitución fue muy tímida
(SC 36) y quedó muy pronto desbordado y superado
por los acontecimientos (SC 36). La constitución
mantiene como norma general que "se conservará el uso de
la lengua latina en los ritos latinos, salvo derecho particular".
El latín se sigue considerando como la norma, y la lengua
vernácula, la excepción. Muy pronto la
situación se invirtió totalmente en la
práctica.

Una vez que la palabra se podía ya entender, su
uso comenzó a dilatarse. La liturgia de la palabra tiene
ahora su ubicación en todos los sacramentos, y no
sólo en la Eucaristía (SC 35,1). La
homilía se "recomienda encarecidamente" en todas las
celebraciones, y se hace obligatoria en las Misas de los
domingos. "Nunca se omita, si no es por causa grave" (SC
52; cf. 35,2).

La palabra en la liturgia pasó a ser por
antonomasia la Palabra de Dios contenida en la Sagrada Escritura.
El concilio dio una extrema importancia a todos los textos
bíblicos utilizados en la liturgia: lecturas, salmos,
cánticos… (SC 24).

Una de las líneas de reforma fue "preparar la
mesa de la palabra de Dios con más abundancia" y para
ello, "abrir con mayor amplitud los tesoros de la Biblia
(SC 51). También la Dei Verbum compara la Palabra
de Dios con la Eucaristía, en un contexto litúrgico
y subraya cómo "la Iglesia ha venerado siempre las
Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del
Señor, no dejando de tomar de la mesa y de distribuir a
los fieles el pan de vida, tanto de la palabra de Dios como del
Cuerpo de Cristo, sobre todo en la Sagrada Liturgia (DV
21).

Exhorta también a los sacerdotes que presiden la
Eucaristía a que "se sumerjan en las Escrituras con asidua
lectura y con estudio diligente, para que ninguno de ellos
resulte "predicador vacío y superfluo de la palabra de
Dios que no la escucha en su interior", puesto que debe comunicar
a los fieles que se le han confiado, sobre todo en la Sagrada
Liturgia, las inmensas riquezas de la palabra divina (DV
25). La reforma litúrgica ha hecho realidad la
afirmación del Deuteronomio: "Tienes la palabra cerca de
ti" (Dt 30,14; Rm 10,8).

El concilio ha insistido en la unidad profunda que hay
entre palabra y rito. "Las dos partes de que costa la Misa, a
saber, Liturgia de la palabra y Eucaristía, están
tan íntimamente unidas que constituyen un solo acto de
culto" (SC 56).

Por eso la liturgia de la Palabra no es una simple
preparación al sacramento, sino que es una
celebración en sí misma que interpela, juzga y
anima a la comunidad celebrante. La palabra era ya una realidad
previa al sacramento. Se proclamó en la
evangelización y en la catequización. Tiene ya por
sí misma una dimensión salvífica. No
sólo anuncia la salvación, sino que la hace
presente. La palabra celebrada en el contexto sacramental es la
actualización y síntesis de esa palabra proclamada
en muchos contextos diversos presacramentales. Los sacramentos
celebran una salvación y una gracia que ya ha llegado
inicialmente por la predicación de la palabra, que ha
tenido lugar en una etapa presacramental de
evangelización, y que culmina en la proclamación
misma que es ya parte integrante del rito
sacramental..

La liturgia de la palabra es ya liturgia, y no una
catequesis, ni una mesa redonda que precede a la liturgia
(SC 35,2). La Escritura no se lee, se proclama como un
acontecimiento, acompañada de gestos, cantos y oraciones.
La belleza de un evangelio bien cantado con una música
adecuada es sobrecogedora. Sería absurdo revestirse
sólo en el ofertorio, después de la liturgia de la
palabra, como si fuera sólo entonces cuando comenzara la
etapa ritual de la Eucaristía. La Palabra es
proclamación litúrgica. Está viva cuando
resuena en la boca, no cuando es leída. La Palabra no se
limita a instruir; convoca, pone a las personas en estado de
comunicación y de diálogo, enseña, impera,
convierte, transforma y configura.

La palabra lleva consigo una demanda de
conversión. Para acoger la Palabra tengo que negar otras
palabras que me habitan y que se resisten a aceptar la palabra
que se me proclama. Esta negación de mí mismo que
supone toda escucha receptiva, es ya un gesto sacrificial que
pertenece a la entraña de la Eucaristía. La
comunión con la palabra es ya una comunión
eucarística.

10.- Inculturación y
adaptación

Hay en la liturgia una polaridad que genera una
tensión entre la fidelidad a la tradición y la
fidelidad a la cultura propia de cada pueblo en el contexto
histórico (SC 4; 37). Se suele usar la palabra
"inculturación" en un sentido muy light, para
todo tipo de subculturas o contraculturas. En un sentido estricto
no cabe hablar de una cultura de los jóvenes, ni de una
cultura del pueblo vasco. Las contraposiciones culturales se
establecen entre modelos realmente diversos, entre sociedades
primitivas y sociedades evolucionadas, entre la cultura
occidental y la cultura del Extremo Oriente, o de
África.

Así como en otros puntos, como el uso del
latín, la Sacrosanctum Concilium se quedó
muy corta y fue muy pronto desbordada por la realidad, en cambio
en el tema de la inculturación, la SC fue muy
lejos en sus buenas intenciones, pero luego en la
recepción postconciliar se ha quedado en un nivel muy
pobre de desarrollo.

El Vaticano II propició el respeto a la
diversidad y a los méritos y valores de los otros, y la
preocupación por adaptarse a diferentes culturas
(SC 37-40). Respeta debidamente las tradiciones de cada
pueblo y la diversidad resultante (SC 37). La normativa
de pluralismo se aplica a las Iglesias orientales, pero vale
también para las diferencias que se puedan introducir en
el mismo rito romano (SC 38), especialmente en las
misiones (SC 40, 39, 119, 123). En el Decreto Ad
Gentes
(AG 9) se habla de una catequesis adaptada y
una liturgia acomodada a la idiosincrasia de cada
pueblo.

Para ello se conceden a los obispos poderes en el
terreno litúrgico. "La reglamentación de la sagrada
liturgia es de competencia exclusiva de la autoridad
eclesiástica; ésta reside en la Sede
apostólica, y en la medida que determine la ley, en el
obispo. En virtud del poder concedido por el de derecho, la
reglamentación de las cuestiones litúrgicas
corresponde también, dentro de los límites
establecidos, a las competentes asambleas territoriales de
Obispos de distintas clases, legítimamente constituidos"
(SC 22).

Reconoce el Vaticano II que en determinadas áreas
hace falta una adaptación más profunda. Es sobre
todo en SC 40, donde se propone un proyecto valiente e
imaginativo, con las debidas reservas. Es precisamente
éste el proyecto que, en gran parte, se ha quedado sin
desarrollar en la etapa postconciliar. Especialmente en esta
última década se han multiplicado los conflictos
entre dicasterios romanos y conferencias episcopales, en lo que
respecta a innovaciones litúrgicas, traducciones
oficiales, etc. La curia romana parece estar tomando en estos
últimos tiempos una interpretación muy restrictiva
de estas orientaciones conciliares del n. 40 de la
Sacrosanctum Concilium.

El hombre de hoy está muy marcado por tendencias
de la mentalidad y la ideología contemporánea. El
concilio quiere que el lenguaje ritual y verbal se adapte a esta
cultura. Pretende crear un clima ritual que no resulte
extraño al hombre de hoy. La Iglesia debe mantener una
doble fidelidad. Fidelidad a la liturgia como don confiado a la
Iglesia, y fidelidad al hombre de hoy. Eso llevará a
discernir entre los elementos permanentes y los adventicios
(SC 1). Comienza reconociendo el concilio que en la
liturgia hay una parte inmutable, y otras partes sujetas a cambio
(SC 21). Por eso se refiere a la conservación de
la sana tradición y el progreso legítimo
(SC 23). En este mismo número se dan los
principios generales que deben regir esta atención
simultánea a la sana tradición y al progreso:
investigación concienzuda, experiencia, y decisión
de no innovar por innovar, a menos que haya una utilidad
verdadera y cierta de la Iglesia.

Estos principios han llevado a lo que se ha dado en
llamar inculturación de la liturgia (SC 37-40).
La Iglesia no pretende imponer una rígida uniformidad. Los
libros litúrgicos normativos preverán una cierta
flexibilidad, pero incluso en ciertos lugares puede haber
adaptaciones más profundas que equivalgan a nuevos
ritos.

Desde un pluralismo litúrgico es necesario
adaptarse a razas, clases sociales, edades, pero hay el peligro
de que estos grupos se vayan convirtiendo en sectas. Se requiere
una doble fidelidad a la Iglesia y al propio grupo, lo cual
provoca tensión y búsqueda de equilibrio entre
espontaneidad y objetividad, creatividad y tradición,
libertad y comunión eclesial.

11.- Reformas acerca de los sacramentos

1.- Hay una unión íntima de todos los
sacramentos con la Eucaristía, en cuanto que todos ellos
son actualizaciones del misterio pascual (SC 61), lo
cual se traduce en la posibilidad de celebrarlos dentro del
contexto de la Eucaristía (SC 66; 71;
78).

2.- Se pasa de una concepción validista,
obsesionada por el ex opere operato, a una concepción en
la que se supone la fe, y se fomenta la expresividad, de modo que
los sacramentos preparan para recibir la misma gracia que se
celebra en ellos. Se insiste en la necesidad de "comprender" lo
que se está celebrando (SC 59). Un ejemplo de
este cambio de enfoque lo encontramos en el nuevo Ritual del
Bautismo de niños. Ya no prima la urgencia de bautizar a
los niños como sea, sino que se da preferencia a la
autenticidad litúrgica, a la preparación de los
sacramentos y a la participación de los padres.

3.- Se instaura la iniciación de adultos y el
catecumenado, con la celebración simultánea de los
tres sacramentos de la iniciación, en su debido orden:
bautismo-confirmación-eucaristía, y con los ritos
previos correspondientes al tiempo del catecumenado (SC
64).

4.- Se flexibiliza el uso de la materia utilizada para
el sacramento. En el caso del agua del bautismo, ya no es
necesario que haya sido bendecida en la Vigilia pascual; el
ministro puede bendecirla cada vez que se necesite (SC
70). En esta misma línea los rituales permiten
también al presbítero bendecir el óleo de
los catecúmenos y el óleo de los enfermos, que ya
no tienen que ser necesariamente de los bendecidos por el obispo
en la Misa crismal. Sólo el crisma debe ser bendecido
únicamente por el obispo.

5.- Se introduce la liturgia de la palabra en todos los
sacramentos, incluso cuando no son celebrados dentro de la
Eucaristía (SC 35; 78). En todos ellos
también queda recomendada la homilía como parte
integrante de la liturgia de la palabra.

6.- Se producen importantes reformas en algunos de los
sacramentos, que llegan a afectar a la materia y a la forma del
sacramento. Esto supone reformar las cosas que parecían
más sagradas e intocables.

En el caso de la confirmación, se desdobla la
imposición de manos. Primeramente hay una
imposición de ambas manos durante la cual se recita la
oración pidiendo la efusión del Espíritu.
Esta imposición no afecta a la validez del sacramento
(RC 9). Más tarde se hace una crismación
en la frente, con la señal de la cruz, que es el rito que
da validez al sacramento. Igualmente cambió el nuevo
Ritual la forma de la confirmación que es ahora: "N.
Recibe por esta señal el don del Espíritu
Santo".

En el caso de la unción de enfermos se cambia el
nombre del sacramento que antes se llamaba "extremaunción"
(SC 73). Se ha cambiado también el número
de las unciones, que antes se aplicaban a todos los sentidos, y
también las palabras de la forma. Además se
introdujo un rito continuado en el que quedan articulados los
tres sacramentos de los enfermos: confesión, unción
y comunión en este orden (SC 74). Quizás
el cambio más espectacular es la recomendación de
que la unción se celebre en cualquier caso de enfermedad
grave, y no sólo in articulo mortis.

En el caso de la Eucaristía, se
añadió a la forma tradicional de
consagración del pan: Hoc est enim corpus meum,
las palabras bíblicas "quod pro vobis tradetur",
y se sacó el "Mysterium fidei" de la forma de
consagración del vino, para convertirla en una
exclamación final que invita a la aclamación de la
asamblea.

12) Historia sagrada vs. historia
secular

Existe una bipolaridad entre la liturgia como
celebración de la historia sagrada, de las intervenciones
salvíficas de Dios en Israel y en Jesús, y la
relación de la liturgia con la creación y con la
historia profana.

Una vez que entendemos que el Espíritu de Dios
está presente no sólo en la historia de su pueblo,
sino en el mundo entero, nos preguntamos cómo celebrar
esta presencia universal, y las acciones salvíficas
concretas en la historia secular: la emancipación de los
esclavos, la liberación de la mujer, la declaración
de los derechos del hombre, el primero de mayo y los derechos de
los trabajadores, el sufragio universal, la abolición del
trabajo infantil.

No creemos que estos acontecimientos sean ajenos a una
providencia divina y a una presencia del Espíritu en la
historia de los hombres, aunque los grandes impulsores y
mediadores de esta acción divina, no hayan sido ni
sólo, ni principalmente los creyentes que actuaban movidos
por su fe. Como solidarios con esta historia de la humanidad,
más amplia que la historia de nuestra Iglesia,
quisiéramos celebrar con todos los hombres estos
acontecimientos, unirnos a su celebración.

No basta que los celebremos en nuestra liturgia
eclesial, aunque esto sería ya un gran paso adelante, pero
nos gustaría también participar en otras liturgias
en que junto con otros hombres de nuestra sociedad
pudiésemos celebrar simbólicamente estos grandes
acontecimientos sociales, aunque en esa celebración no se
explicite la dimensión religiosa que esos hechos tienen
para nosotros.

Por su corporeidad el hombre es ser-en-el-mundo y tiene
una voluntad de cambiar las estructuras y romper el aislamiento
eclesial. Desea sentirse solidario de todo cuanto de positivo
acontece en la política, la economía, la cultura,
el deporte. No quiere recluirse en la sacristía. Este
deseo de solidaridad y comunicación con el mundo, se
encuadra en una teología de la esperanza y de la
liberación, en una teología
política.

Se exige que no haya divorcio entre el culto y el mundo.
Se le reprocha a la SC no haber dado expresión
litúrgica a la novedad de las relaciones Iglesia-mundo
expresada en la Gaudium et Spes. La liturgia expresa
relaciones de cristiandad con el mundo que parecen más
pensadas para asegurar el orden establecido que para promover una
acción comprometida. Muchos lamentan que la Sacrosanctum
Concilium se haya redactado antes de que la Gaudium et
Spes
madurara en el aula conciliar.

La Historia de salvación no puede concebirse al
margen de la historia humana. Hay que descubrir la acción
divina en los grandes acontecimientos liberadores de la historia
de los hombres, revolución francesa, derechos del hombre,
abolición de la esclavitud, igualdad de la mujer,
ecumenismo, tolerancia y diálogo. Al mismo tiempo al
proyectarse a la escatología, no se puede concebir lo
escatológico simplemente como algo más allá
de la historia, sino que también hay que hacer entrar en
el horizonte escatológico las realizaciones parciales
futuras de nuestras acciones presentes.

¿Nos separa la liturgia de los otros hombres?
¿Nos recluye en un espacio celebrativo que deja fuera los
motivos de celebrar que tenemos con los demás?
¿Relega al mundo a una massa damnata de la cual
nos salvamos como en una barca? ¿No hay presencia
salvífica de Dios también en los quehaceres del
mundo? ¿Celebramos la Constitución?

A veces se dice que las realidades políticas y
sociales no se pueden celebrar religiosamente porque son
ambiguas, o porque dividen a la comunidad litúrgica. Pero,
¿no hay también ambigüedad en las realidades
religiosas y eclesiásticas? ¿No hay también
ambigüedad en algunas canonizaciones? ¿Es que hay que
excluir totalmente lo ambiguo del ámbito de la
liturgia?

¿Me siento más próximo e
identificado con el mundo secular en sus celebraciones de
realidades seculares y sus liturgias, que de la asamblea
litúrgica de la Iglesia que celebra salvaciones
extramundanas? ¿Me expresan mejor los símbolos de
la comunidad secular de izquierdas, sus cantos, sus banderas, sus
pancartas, sus elementos tomados de la naturaleza? Recuerdo el
entierro de Paco Rabal bajo el olivo. O los novios que quieren
que se cante en su boda la canción "mi amor y
cómplice en todo", o el "gracias la vida que me ha dado
tanto", o el "Levántate y mira a la
montaña".

Afirmamos hoy día la autonomía de las
realidades temporales. Hay amplias áreas de la realidad
que se han emancipado de la tutela religiosa y han dejado de
subordinarse a valores religiosos. ¿Es posible una
liturgia en una era secular, que deje fuera estas realidades tan
importantes en la vida del hombre?

Hay que reconocer por otra parte que la
secularización al liberarnos de unas categorías
sacrales que eran más propias de religiones naturales o
paganas o veterotestamentarias, nos ha abierto a una liturgia
más evangélica. Las celebraciones deben ser menos
extrañas al mundo secular en el que se vive. Tiene que
haber menos distancia entre los modos de expresión
litúrgicos y los familiares.

Cuando Dios se hizo hombre, el hombre es ahora la medida
de todas las cosas (Barth). Por eso hay que abandonar el
monofisismo litúrgico. Se nos pide un cambio en el
lenguaje cultural sobre Dios- Tenemos que aprender a hablar de,
un Dios más cercano, con nosotros, en la historia, en el
mismo campo donde trabaja y se mueve el hombre. De este modo
establecemos una conexión de la liturgia con la historia
de los hombres de hoy, y la liturgia se convierte también
en celebración de la vida, de la historia del hombre, de
la acción callada del Espíritu en la marcha de la
historia y de las instituciones humanas.

 

Autor:

Juan Manuel Martín-Moreno

Partes: 1, 2
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