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El silencio de María




Enviado por Theodoro Corona



  1. Introducción
  2. Desarrollo

Introducción

"El benignísimo y sapientísimo Dios,
queriendo llevar a término la redención del mundo,
"cuando llegó el fin de los tiempos, envió a su
Hijo hecho de Mujer… para que recibiésemos la
adopción de hijos" (Gal, 4, 4-5). "El cual por nosotros,
los hombres, y por nuestra salvación descendió de
los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu
Santo de María Virgen"[172]. Este misterio divino de
salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a
la que el Señor constituyó como su Cuerpo y en ella
los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con
todos sus Santos, deben también venerar la memoria "en
primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre
de nuestro Dios y Señor Jesucristo"[173]. (Lumen
Gentium 52. LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA EN EL MISTERIO
DE CRISTO)

Amando como amo a María, Madre de Dios y madre
nuestra, y sumergido en su amor que como fluido encantador
deviene de su amantísimo corazón, he querido con la
influencia suplicada al Espíritu Santo, escribir algunos
pensamientos sobre lo que yo destaco y nombro como "El Silencio
de María".

Madre que asumiendo con obediencia, dedicación y
extraordinaria pasión la voluntad de Dios que
encarnó a su hijo en su santo y venerado vientre;
experimentó la dulzura del Dios vivo que habitó en
Ella como carne de su carne, pero con la divinidad de Dios
mismo.

Imposible sería para mí el poder definir
un amor de la naturaleza del de María, pues en mi
interioridad más profunda existe su presencia y es
allí, y solamente allí, donde soy capaz de decir
calladamente lo que expresa el amor fidelísimo que siento
por la Madre de Dios.

Quienes somos marianos y veneramos la imagen de
María en todas las advocaciones que el hombre le ha
dedicado, pensamos en Ella como la que un día se
acercará a nosotros, y tomando nuestra mano personalmente
nos presentará ante su Hijo, a quien sin duda
suplicará su benevolencia para nuestra alma.

Es en Ella en quien confiamos como intercesora ante
Jesús, nuestro Señor, y por cuya mediación
le oramos en las confidencias que dejamos en nuestras oraciones
para que le sean en sus oídos un fino coro angelical que
busca adorarlo.

En María tenemos la fuerza de esa oración
que la invoca de forma permanente para sea nuestra protectora y
nuestro bien todo.

"Antes desaparecerá el cielo y la tierra que deje
María de auxiliar a quien con buena intención
suplicara su socorro y confía en ella"

Así de grande es la presencia vital de nuestra
Madre del cielo, de quien se dice que como abogada compasiva, no
rehúsa jamás la causa de los más
desdichados.

Pero así como Ella está siempre dispuesta
con su santa bendición, igualmente nuestro comportamiento
debe ser de una serena obediencia, pues la desobediencia fue la
que introdujo la muerte del pecado en el hombre.

Procurar siempre serle fiel a su Santo nombre y nunca
defraudar su confianza, porque aun siendo pecadores como somos,
ella nos prefiere ante quienes le niegan su majestad venida del
Padre. Sin embargo, no desprecia María nadie, pues su
propia naturaleza le hace ser todo amor, y quien como ella es
todo amor, así como es Dios en su majestad gloriosa,
así es ella –en analogía con el Padre- en su
condición de esposa del Espíritu Santo.

Reposadamente he recorrido los pasajes bíblicos
que recogen las manifestaciones públicas de la Virgen
María, donde le ha correspondido expresarse. Sabemos que
para Dios el tiempo no existe, porque el existe antes e todos los
tiempos, no obstante nosotros medimos nuestras actividad por el
tiempo, y así como entiendo que cada expresión que
ha tenido la Virgen María y que le ha dado la oportunidad
de dejar su impresión, lo ha hecho porque el Padre ha
querido que así sea, pero todo a su debido
tiempo.

Desarrollo

Yo no puedo decir que María está en todos
los lugares a la vez, pero como hijo que soy sí puedo
afirmar que estoy en el corazón de mi madre; así
María está en el Corazón de Jesús, y
él está con su Omnipresencia en todas partes,
consecuencialmente María está con
él.

María hija de Dios Padre, Madre de Dios hijo y
esposa del Espíritu Santo, en toda su grandiosidad y
magnificencia se nos queda en silencio. Es como si se reservara
para las ocasiones que Dios le indique su presencia actora, pero
mientras tanto su silencio es un tributo a la Trinidad Santa que
se aposentó en su seno.

El verbo encarnado desde antes de los tiempos
-"En el principio era el Verbo (la Palabra), y el Verbo
estaba ante Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba ante Dios
en el principio. Por él se hizo todo, y nada llegó
a ser sin él. Lo que fue hecho tenía vida en
él, y para los hombres la vida era luz" (Jn
1-4
)- se haría presente en su vientre.
Por eso le decimos "…bendito tu vientre…", porque
concibió al Hijo de Dios, nuestro Salvador. Esta parte
actora es, por lo tanto, la gran manifestación de
María que llegará con el tiempo a ser Reina del
Cielo y la Tierra.

Santa entre todas las santas María es concebida,
a su vez, sin pecado original y así se mantendrá
por los siglos de los siglos. Casta antes, durante y
después del parto; inmaculada por ser Madre de Dios,
María tiene una maternidad humana, y en la soledad de su
encuentro con el Hijo se manifiesta humilde servidora de quien
fue alojado en su seno por obra y gracia de Dios. ¿Es
particular este comportamiento de María, como madre?, a
decir verdad no lo es, porque todas las madres son servidoras de
sus hijos, hasta que éstos puedan valerse por sí
mismos. Fue así como silenciosamente inicia la Virgen
María su misión, en un humilde hogar de Nazareth,
donde se asienta la Sagrada familia.

Su fidelidad se guardará para siempre para con
aquel Hijo que tanto tenía que hacer por la humanidad,
pero que le causaría dolores en su corazón de
madre, solamente soportados por ser quien era.

Podemos imaginar la laboriosidad de María en el
diario trajín de aquel hogar, que no se diferencia con
otros, sino que era uno más de aquel pequeño
poblado. Mantenido -el hogar- por el padre ejemplar y trabajador
-José-, seguiría la rutina de toda familia,
levantando un hijo, cumpliendo las labores de formación y
educación propios de aquellos tiempos, y viviendo una vida
cotidiana que seguramente no dista mucho de la que nosotros hemos
vivido, pero con la diferencia que en aquella familia se
aposentaba el Unigénito, el Salvador del Mundo.

Cuatro grandes manifestaciones conocemos de María
durante toda su vida, las que son narradas por los
evangelios.

Dios quiso nacer de una Madre Virgen. Así lo
había anunciado siglos antes por medio del profeta
Isaías: "El Señor, pues, les dará
esta señal: La joven está embarazada y da a luz un
varón a quien le pone el nombre de Emmanuel, es decir:
Dios-con-nosotros" (Is 7. 14)
Dios desde toda la
eternidad, la eligió y señaló como Madre
para que su Unigénito Hijo tomase carne y naciese de Ella
en la plenitud dichosa de los tiempos; y en tal grado la
amó por encima de todas las criaturas, que sólo en
Ella se complació con señaladísima
complacencia. Este privilegio de ser Virgen y Madre al mismo
tiempo, concedido a Nuestra Señora, es un don divino,
admirable y singular. Fue así que tanto engrandeció
Dios a la Madre en la concepción y en el nacimiento del
Hijo, que le dio fecundidad y la conservó en perpetua
virginidad.

Esa primera manifestación se cumple en la
Anunciación, lo que narra el evangelista
así:

"Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado
por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven
virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre
llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba
María. Llegó el ángel hasta ella y le dijo:
«Alégrate, llena de gracia, el Señor
está contigo.» María quedó muy
conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba
qué significaría tal saludo.

Pero el ángel le dijo: «No temas,
María, porque has encontrado el favor de
Dios.

Concebirás en tu seno y darás a luz
un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. 32
Será grande y justamente será llamado Hijo del
Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de
su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de
Jacob y su reinado no terminará jamás.»
María entonces dijo al ángel:
«¿Cómo puede ser eso, si yo soy
virgen?»

Contestó el ángel: «El
Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el
niño santo que nacerá de ti será llamado
Hijo de Dios. 36 También tu parienta Isabel está
esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener
familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios,
nada es imposible.» Dijo María: «Yo soy la
servidora del Señor, hágase en mí tal como
has dicho.» Después la dejó el ángel"
(Lc. 1, 26-38)

Son las primeras palabras que María pronuncia, y
allí nos deja la enseñanza, el mensaje de la
obediencia a Dios, esa obediencia que es vital para todos los que
queremos conservar la gracia santificante, y así hacernos
sus hijos dignos de la promesas de Jesucristo.

María conmovida ante este hecho irreversible en
su vida, pronuncia el SI del aserto contundente que le hace
proclamar aquel poema-oración, que vertido por sus labios
es alabanza, gozo, dilatación de su talla de mujer, que
abraza la maternidad con la alegría que debe celebrar toda
mujer ante este milagro de vida.

Pero otro acontecimiento, en la Región de
Judá distante de Nazareth, se estaba produciendo. Isabel,
prima de la Virgen María y esposa del sacerdote
Zacaría, había quedado encita de un varón
que sería llamado Juan, a quien posteriormente conoceremos
como Juan el Bautista, que antecedería a Jesús e
iría bautizando con agua y anunciando la llegada del
Mesías.

"Por entonces María tomó su
decisión y se fue, sin más demora, a una ciudad
ubicada en los cerros de Judá. Entró en la casa de
Zacarías y saludó a Isabel. Al oír Isabel su
saludo, el niño dio saltos en su vientre. Isabel se
llenó del Espíritu Santo y exclamó en alta
voz: «¡Bendita tú eres entre las mujeres y
bendito el fruto de tu vientre! ¿Cómo he merecido
yo que venga a mí la madre de mi Señor? Apenas
llegó tu saludo a mis oídos, el niño
saltó de alegría en mis entrañas.
¡Dichosa tú por haber creído que se
cumplirían las promesas del Señor!»" (Lc. 1,
39-45)

María, aquella joven en quien Dios fijó la
inmensa responsabilidad desde todos los tiempos para ser Madre
del Hijo Unigénito del Espíritu, se entrega a la
voluntad del Padre y proclama la virtud concedida por su
Creador.

Existe en María una fuerza indomable de voluntad
y acatamiento que le hacen brillar con luz propia en el sentido
meramente humano, tal como queda implícito en el
Cántico del Magníficat.

"Proclama mi alma la grandeza del
Señor,

y mi espíritu se alegra en
Dios mi Salvador,

porque se fijó en su humilde
esclava

y desde ahora todas las generaciones
me llamarán feliz.

El Poderoso ha hecho grandes cosas
por mí:

¡Santo es su
Nombre!

Muestra su misericordia siglo tras
siglo

a todos aquellos que viven en su
presencia.

Dio un golpe con todo su
poder:

Deshizo a los soberbios y sus
planes.

Derribó a los poderosos de sus
tronos

y exaltó a los
humildes.

Colmó de bienes a los
hambrientos

y despidió a los ricos con las
manos vacías.

Socorrió a Israel, su
siervo,

se acordó de su
misericordia,

como lo había prometido a
nuestros padres,

a Abraham y a sus descendientes para
siempre"

(Lc. 1. 46-55)

Pasado este maravilloso evento, María regresa a
su silencio. Se debió haber producido en Ella un
recogimiento tal, que solamente pudiera ser descrito como una de
las manifestaciones místicas, pero silenciosa, más
hermosas que pudiéramos imaginar.

San Juan de la Cruz, el gran maestro del canto
místico, no dejó estos versos de encendida
pasión por el Padre, por Jesús y por
María:

Entonces llamó a un
arcángel que san Gabriel se decía,y
enviólo a una doncella270. que se llamaba María,de
cuyo consentimientoel misterio se hacía;en la cual la
Trinidadde carne al Verbo vestía;275. y aunque tres hacen
la obra,en el uno se hacía;y quedó el Verbo
encarnadoen el vientre de María.Y el que tenía
sólo Padre,280. ya también Madre
tenía,aunque no como cualquieraque de varón
concebía,que de las entrañas de ellaél su
carne recibía;…

(Romance sobre el Evangelio "In principio
erat Verbum",acerca de la Santísima Trinidad
-Fragmento-)

Dios, Creador y Señor del tiempo animan este
suceso, que sella una nueva alianza con sus hijos los hombres.
Nos estrega a Jesús para que en nosotros se renueve la
vida; regresemos a sus amorosos brazos, nos volquemos con
pasión hacia El, y todo lo hace a través de
María Virgen y Madre, Reina del Cielo y la Tierra, madre
de los primeros apóstoles que la amaron con gran amor,
hasta que el Señor Jesucristo la elevara con El hasta los
espacios infinitos e insoldables del Padre, y que ahora la
estarán venerando en su Gloria, porque Ella los
amó, como nos ama a nosotros, y que ahora lo hace con un
amor amplio y acogedor. Ella es nuestra madre y confidente que
nos fortalece y nos anima para que imitemos a Cristo en su amor y
entrega.

"Yo soy la madre del amor hermoso y del temor, del
conocimiento y de la santa esperanza" (Ecclo 24.17)

Alma enamorada

Quién en verdad con justo
juicio

Medir puede tu amor, Madre
amada,

Quién dejar puede de sentir
tus besos

En la noche, en la tarde, de
madrugada.

Mi alma es del Señor,
Tú lo sabes,

Piadosa Virgen
Inmaculada;

Del Creador soy hijo en
Jesucristo

Y en ti mi alma nada
reclama.

Cómo poder decir todo lo
que siente

La enamorada alma de una
madre,

Que como Tú nunca
disiente

Del pedido del hijo que te
alaba.

Quiero pues revelar en mis
versos

La dación de mi vida que
enarbola,

A Tu corazón que unido al
de Jesús

Siente brillar su alma
enamorada.

(Theo Corona)

Nuestro trato con María, así como con su
Hijo Jesús, debe ser abierto y franco, respetuoso
sí, pero alegre y envuelto en devoción de humidad.
Porque nada hace más grande un alma a los ojos de Dios que
la humidad que fustiga duramente a la soberbia, misma que nos
separa de nuestros hermanos, perdiendo la oportunidad de la
caridad. Por nada en mundo perdamos la caridad; que ella encienda
en tu corazón la llama del amor, lo que debe ser el
denominador común de tus actos. Si logramos ir de la mano
de estos fervores: humildad y caridad, iremos de manos de
Jesús y de María.

Irrumpe en María y en José el desasosiego
y la ansiedad, lo que hace que aquel silencio, que lleva ya doce
años, se vea interrumpido.

Veamos cómo nos narra San Lucas este momento en
la vida de María.

"Los padres de Jesús iban todos los
años a Jerusalén para la fiesta de la Pascua.
Cuando Jesús cumplió los doce años,
subió también con ellos a la fiesta, pues
así había de ser. Al terminar los días de la
fiesta regresaron, pero el niño Jesús se
quedó en Jerusalén sin que sus padres lo
supieran.

Seguros de que estaba con la caravana de vuelta,
caminaron todo un día. Después se pusieron a
buscarlo entre sus parientes y conocidos. Como no lo encontraran,
volvieron a Jerusalén en su búsqueda. Al tercer
día lo hallaron en el Templo, sentado en medio de los
maestros de la Ley, escuchándolos y haciéndoles
preguntas.

Todos los que le oían quedaban asombrados
de su inteligencia y de sus respuestas.

Sus padres se emocionaron mucho al verlo; su
madre le decía: «Hijo, ¿por qué nos
has hecho esto? Tu padre y yo hemos estado muy angustiados
mientras te buscábamos.» El les contestó:
«¿Y por qué me buscaban? ¿No saben que
yo debo estar donde mi Padre?» Pero ellos no comprendieron
esta respuesta.

Jesús entonces regresó con ellos,
llegando a Nazaret. Posteriormente siguió
obedeciéndoles. Su madre, por su parte, guardaba todas
estas cosas en su corazón.

Mientras tanto, Jesús crecía en
sabiduría, en edad y en gracia, ante Dios y ante los
hombres" (Lc 2, 41-52)

«Hijo, ¿por qué nos has hecho esto?
Tu padre y yo hemos estado muy angustiados mientras te
buscábamos.» (Lc. 2, 48)

En esta oportunidad habla María, por tercera vez,
pero no ya para dar un signo de obediencia ni para elevar un
cántico de alabanza; ahora, presa de angustia, interroga
al hijo, quien sólo le da una repuesta que ella no
entiende. ¿Acaso comienza a cumplirse lo que le predijo el
sacerdote Simeón al momento de la purificación y
presentación del Niño Jesús.

Simeón los bendijo y dijo a María,
su madre: «Mira, este niño traerá a la gente
de Israel caída o resurrección. Será una
señal de contradicción, mientras a ti misma una
espada te atravesará el alma. Por este medio, sin embargo,
saldrán a la luz los pensamientos íntimos de los
hombres.» (Lc 2, 34-35)

Por eso San Anselmo asegura que si Dios, con un milagro
muy especial, no hubiera conservado a María la vida, su
dolor hubiera sido suficiente para causarle la muerte en
cualquier momento de su vida. (Las "glorias de María" de
San Alfonso de Ligorio)

No lo dice San Anselmo exactamente por este sufrimiento
que sin duda le afecto terriblemente, sino por lo que
habría de soportar esta Madre abnegada, amante y
servidora, que nunca abandonó a su Hijo amado.

José y María construyen una familia, y
junto a Jesús se crecen frente a una sociedad cambiante
que ellos saben cómo entender, porque es en el trabajo
-piedra angular- donde fundan ese valor moral que toda familia
debe entender.

Juan Pablo II en su "Carta a las Familias" (1994),
señala como haciendo un retrato, como una retrospectiva de
cómo debió haber sido aquella Sagrada familia que:
«El Hijo de Dios, con su encarnación, se ha
unido, en cierto modo, con todo hombre. Trabajó con manos
de hombre,…amó con corazón de hombre. Nacido de
la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros,
en todo semejante a nosotros excepto en el pecado»3. Por
tanto, si Cristo «manifiesta plenamente el hombre al propio
hombre»4, lo hace empezando por la familia en la que
eligió nacer y crecer. Se sabe que el Redentor pasó
gran parte de su vida oculta en Nazaret: «sujeto» (Lc
2, 51) como «Hijo del hombre» a María, su
Madre, y a José, el carpintero. Esta
«obediencia» filial, ¿no es ya la primera
expresión de aquella obediencia suya al Padre «hasta
la muerte» (Flp 2, 8), mediante la cual redimió al
mundo?

Para luego agregar: "Entre los numerosos caminos,
la familia es el primero y el más importante. Es un camino
común, aunque particular, único e irrepetible, como
irrepetible es todo hombre; un camino del cual no puede alejarse
el ser humano"

Hoy, igual que la Sagrada Familia, existe muchos hogares
que se dan enteramente para que sus hijos logren salir adelante
en la vida, con libertad y con responsabilidad, pues un
término a otro se implican, pues toda libertad debe ser
inequívocamente responsable. Así fue Jesús.
En lo humano acompañando a su padre José en su
trabajo de artesano; ayudando a su madre, seguramente, en muchas
labores propias del hogar, y espiritualmente atendiendo su
formación que sabiamente iría poco después
diseminando como su Palabra.

Podemos, ejercitando un tanto la mente, imaginar aquel
cuadro familiar, donde María siguiendo la tradición
de las madres judías cumplía el rol propio de la
mujer: buscar el agua en el pozo, cocinar, mantener en orden la
casa, conservar la fidelidad familiar hacia el trato humano de
los intrigantes, en fin, una mujer, como cualquier otra. Una
familia que como muchas tenía una vida apacible,
hogareña y trabajadora.

María, tal como la concebimos hoy, Virgen y
Madre; es dispensadora generosa de grandes cosas para nosotros.
Mediadora de todo aquel que se le acerque, la Virgen nos ama y
nos sirve. Es "Esperanza nuestra", por ello con frecuencia le
decimos: "Dios te salve Reina y Madre de misericordia, vida
dulzura y esperanza nuestra…"

Le tenemos amor, fe, cariño, devoción,
afecto y la respetamos porque Ella es Madre de Dios y, como si
fuera poco, madre nuestra. Cómo no amar a una madre.
Cómo no amarla si ella en su gran fecundidad de amor, nos
anima para seamos amigos de Jesús, para que le imitemos en
todo y seamos como es Él. Cómo no amarla si nos
asiste en la hora inexplicable de la muerte, cuando nos
entregaremos al Padre para habitar junto a Él y a su
amando Jesús, nuestro hermano.

Santo Tomás de Aquino, como todos los santos,
fueron marianos por excelencia y fervorosos venerantes de su
Imagen. Fue así, como este Santo conocido como "Doctor
Angélico", "Doctor Común" y " Doctor Universal",
que nos legó estudios profundos de teología,
filosofía y fe cristiana; nos dijo también que
había aprendido más al estar arrodilladlo frente a
Jesucristo, que en todos sus incomparables estudios
teológicos y filosóficos.

Su devoción por la Virgen María era muy
grande. En el margen de sus cuadernos escribía: "Dios te
salve María". Preparó un tratado acerca del "El
Padre nuestro" e igual sobre "El Ave María" y nos
dejó una oración a María que comparto con
ustedes.

"Oh bienaventurada y dulcísima Virgen
María, Madre de Dios, toda llena de misericordia, hija del
Rey supremo, Señora de los Ángeles, Madre de todos
los creyentes: hoy y todos los días de mi vida, deposito
en el seno de tu misericordia mi cuerpo y mi alma, todas mis
acciones, pensamientos, intenciones, deseos, palabras, obras; en
una palabra, mi vida entera y el fin de mi vida; para que por tu
intercesión todo vaya enderezado a mi bien, según
la voluntad de tu amado Hijo y Señor nuestro Jesucristo, y
tú seas para mi, oh Santísima Señora
mía, consuelo y ayuda contra las asechanzas y lazos del
dragón y de todos mis enemigos.

Dígnate alcanzarme de tu amable Hijo y
Señor nuestro Jesucristo, gracias para resistir con vigor
a las tentaciones del mundo, demonio y carne, y mantener el firme
propósito de nunca más pecar, y de perseverar
constante en tu servicio y en el de tu Hijo. También te
ruego, oh Santísima Señora mía, que me
alcances verdadera obediencia y verdadera humildad de
corazón, para que me reconozca sinceramente por miserable
y frágil pecador, impotente no sólo para practicar
una obra buena, sino aun para rechazar los continuos ataques del
enemigo, sin la gracia y auxilio de mi Creador y sin el socorro
de tus santas preces. Consígueme también, oh
dulcísima Señora mía, castidad perpetua de
alma y cuerpo, para que con puro corazón y cuerpo casto,
pueda servirte a ti y a tu Hijo en tu Religión.
Concédeme pobreza voluntaria, unida a la paciencia y
tranquilidad de espíritu para sobrellevar los trabajos de
mi Religión y ocuparme en la salvación propia y de
mis prójimos. Alcánzame, oh dulcísima
Señora, caridad verdadera con la cual ame de todo
corazón a tu Hijo Sacratísimo y Señor
nuestro Jesucristo, y después de él a ti sobre
todas las cosas, y al prójimo en Dios y para Dios: para
que así me alegre con su bien y me contriste con su mal, a
ninguno desprecie ni juzgue temerariamente, ni me anteponga a
nadie en mi estima propia. Haz, oh Reina del cielo, que junte en
mi corazón el temor y el amor de tu Hijo dulcísimo,
que le dé continuas gracias por los grandes beneficios que
me ha concedido no por mis méritos, sino movido por su
propia voluntad, y que haga pura y sincera confesión y
verdadera penitencia por mis pecados, hasta alcanzar
perdón y misericordia. Finalmente te ruego que en el
último momento de mi vida, tú, única madre
mía, puerta del cielo y abogada de los pecadores, no
consientas que yo, indigno siervo tuyo, me desvíe de la
santa fe católica, antes usando de tu gran piedad y
misericordia me socorras y me defiendas de los malos
espíritus, para que, lleno de esperanza en la bendita y
gloriosa pasión de tu Hijo y en el valimiento de tu
intercesión, consiga de él por tu medio el
perdón de mis pecados, y al morir en tu amor y en el amor
de tu Hijo, me encamines por el sendero de la salvación y
salud eterna. Amén. (Santo Tomás de Aquino
1225-1273)

Poco antes de iniciarse en pleno la Misión
pública y Salvífica de nuestro Señor
Jesús, y pasado unos dieciocho años desde su
dialogo en el Templo con el Niño Jesús, se
pronuncia por cuarta y última vez María, con motivo
de un acontecimiento social y religioso, conocido por nosotros
como "Las bodas de Caná".

San Juan nos narra este episodio así:

"Tres días más tarde se celebraba
una boda en Caná de Galilea, y la madre de Jesús
estaba allí. También fue invitado Jesús a la
boda con sus discípulos. Sucedió que se
terminó el vino preparado para la boda, y se quedaron sin
vino. Entonces la madre de Jesús le dijo: «No tienen
vino.» Jesús le respondió: «Qué
quieres de mí, Mujer? Aún no ha llegado mi
hora.» Pero su madre dijo a los sirvientes: «Hagan lo
que él les diga.» (Jn 2, 1-5)

María se percata de que algo andaba mal en la
celebración, y da cuenta a Jesús al conocer que
hace falta vino, es decir, se había o estaba
agotándose. La repuesta de Jesús, según el
evangelista, es de sorpresa ¿qué puedo hacer yo en
esto?, María insiste y dice a los sirvientes "Hagan lo que
él le diga", esta vez la repuesta de Jesús es el
milagro. Provee el vino necesario y el ágape
continúa con toda normalidad.

No es difícil imaginar que el corazón de
María se debió haber llenado de gozo, pues por su
intercesión se había resuelto un ambiente
embarazoso.

Algunos pudieran pensar que esta situación es un
acto baladí sin ninguna importancia en la vida de
Jesús, cuya misión fundamental es salvar al
hombre.

Sin embargo, recordemos que Jesús también
vino a proclamar e instaurar un reino. El reino del amor que
sustituye, precisamente, al de la insolidaridad, al menoscabo de
las necesidades del prójimo, al desprecio entre seres
humanos, en fin, a esa vieja ley donde regía la
intolerancia, la desidia por el bien de los demás, la
injusticia, el no reconocimiento del bien como algo de
común aseguramiento.

Por ello la presencia de Jesús en lo que pudiese
ser visto como un simple acto social, divorciado del Plan de
Dios, es por lo contrario, él nos lo demuestra, que viene
para asistirnos en nuestras necesidades, tanto materiales como
espirituales. Igualmente es allí donde se va a destacar
que María está unida ampliamente a los deseos del
Padre para ver al hombre libre. María se nos presenta,
entonces, como la auxiliadora: "No tienen vino";
es como decir -hoy- no tienen salud, no tienen pan, tienen esta u
otra carencia o dificultad. Jesús complace a su Madre y es
cuando se manifiesta a través de Ella que intercede y
logra de su Hijo amado las peticiones que nosotros le
presentamos.

"Al hablar san Bernardo de la piedad de María
para con los más necesitados, dice que ella es en verdad,
la tierra prometida por Dios, de donde mana leche y
miel."

Por ello confiamos y la proclamamos como "Auxilio de los
cristianos" "Oh clemente, oh. Piadosa…" le confirmamos en
nuestras vida como luz de la oscuridad y camino seguro y cierto
para llegar a Jesús.

Por otra parte, y en este mismo evento, se dice una
frase que tal vez María repitió muchas veces, y que
hoy resuena en nuestros oídos como el toque de un
tamboril: "Hagan lo que él les diga" Si
nos quedáramos en esta sola afirmación sabiamente
expresada por los labios de la Madre, observaríamos que
este episodio tiene en verdad una grande manifestación de
gracia. Una enseñanza que va más allá de
cualquier comentario apegado intrínsecamente al hecho real
del milagro del vino. Jesús, además, realiza dos
milagros parecidos al multiplicar los panes y los peces. Pero es
que el aprendizaje debe estar fundamentalmente centrado en que
debemos cumplir la voluntad de Dios, haciendo lo que él
nos dijo y nos dice constantemente.

Pero, San pablo ya nos advertía cuando en su
Carta a los romanos manifiesta que: No entiendo mis
propios actos: no hago lo que quiero y hago las cosas que detesto
( Rom 7, 15)

Es cuando, y haciendo uso de nuestra razón,
debemos examinar con detenimientos nuestros actos y
transparentarlos a la luz de las enseñanzas morales de
Jesús.

Y someternos al razonar de la conciencia que nos dice
claramente lo que es bueno y lo que es malo. Nosotros los
cristianos lo sabemos perfectamente, al menos que pequemos de
ignorantes. Porque por medio del uso de la conciencia podemos, de
forma práctica, juzgar las acciones que nos son propias,
dictaminando su cualidad; es decir juzgar si son buenas o
malas.

En Catecismo de la Iglesia Católica nos da luces
al respecto de esa conducta moral: Presente en el
corazón de la persona, la conciencia moral (cf Rm 2,
14-16) le ordena, en el momento oportuno, practicar el bien y
evitar el mal. Juzga también las opciones concretas
aprobando las que son buenas y denunciando las que son malas (cf
Rm 1, 32). Atestigua la autoridad de la verdad con referencia al
Bien supremo por el cual la persona humana se siente
atraída y cuyos mandamientos acoge. El hombre prudente,
cuando escucha la conciencia moral, puede oír a Dios que
le habla. (CDLIC, Art. 6, 1777)

Ese Silencio de María al observarlo con esmero,
no ya en la callada obediencia donde Ella es una ilustrada
maestra, sino en el momento cuando es preciso dejarlo a un lado,
nos recrea en el discernimiento que buscamos afanosamente para
vivir nuestra fe con una presencia viva del saber.

No se aleja fácilmente el hombre de las
tentaciones que lo llevan hacer el mal, porque posee una
inclinación concupiscente que nació con el pecado
original, y que lo ha señalado como pecador que
somos.

San Josemaría Escrivá decía que el
demonio es como un perro bravo atado con una fuerte y
pequeña cadena, al cual debemos evitar
acercarnos.

Digo, en cuanto a la tentación, que tenemos en
María una aliada para evitarla, pues basta que llegado el
momento de la incitación le digamos con fervor y amor:
¡María, sed la salvación del alma
mí!

Esta exclamación de auxilio la podemos
acompañar con el rezo inmediato de un Padre
Nuestro.

"…no nos dejes caer en la tentación y
librados del maligno. Así sea
", es lo que le
pedimos al Padre quien sin demora acudirá a nosotros y nos
pondrá a salvo. Es colocar frente a la debilidad del
hombre la grandiosidad de Dios, que nos ama y ansía no
perder a ninguna oveja de su rebaño. Porque, y cuando nos
ponemos en presencia de Dios, todo, absolutamente todo, cambia de
forma radical. No hay mal existente que resista la presencia del
Señor, porque ante él toda la rodilla se echa en
tierra.

Ese abandono en los brazos amorosos del Padre, nos hace
niños y las puertas del cielo se abren de par en par para
dejar entrar al alma enamorada de Dios.

Nos comenta el padre Ignacio Larrañaga en su obra
"Muéstrame tu Rostro", lo siguiente: "He visto en la vida
prodigios de trasformación: Era una persona tensa porque
sabía que se iba. Parecía una fiera herida y
temerosa. Al final, se entregó con el "hágase" y
depositó su vida en manos del Padre. Y, casi
repentinamente, aquel rostro se iluminó con la dulzura y
belleza de un atardecer" (Ediciones Paulinas VI edición
Pág., 129)

Hacer lo que el Padre nos dice no plena de gozo, y la
alegría que nos causa hacernos devotos de esta singular
conducta inmunda la vida de felicidad.

La experiencia del pecado nos angustia, nos atormenta y
nos hace padecer de manera imposible de narrar, no sea con el
llanto amargo de sentirnos alejados del Padre. Por ello, cuando
hacemos la confesión de nuestros pecados, salimos el
confesionario con el rostro iluminado, aliviado de tal forma, que
parece que termináramos de nacer. Y, es que así es,
un renacer, una aurora hermosa que nos brinda el Padre que logra
trasformamos como personas y hacernos ángeles de sus coros
celestiales.

Debemos agradecer a María aquella petición
hecho al Hijo, que le inspiró la frase "Hagan lo que
él les diga", pues nos dejó la señal
indicada, la seña que debemos tomar para irnos por camino
de la buenaventura.

Desde aquel momento se deja caer sobre María un
silencio que no se ve interrumpido ni siquiera al pie de la Cruz,
donde padece intensamente la muerte de su Hijo amado.

Pero nosotros, sus hijos porque así lo quiso
nuestro Señor Jesucristo en su momento agónico, la
oímos palpitar de amor en nuestros corazones, y escuchamos
su voz que nos dice: "Hagan lo que él les dice"

¡Dios te salve Reina y Madre
de Misericordia, vida, dulzura y esperanza nuestra; Dios te
salve!

 

 

Autor:

Teodoro Augusto Corona Chuecos

Reservados los derechos en Safe Creative

Sep. 2012

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