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El adiós europeo al Estado del Bienestar (Parte I)




Enviado por Ricardo Lomoro



Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

Monografía destacada

  1. Introducción: la economía del
    cinismo
  2. La mala
    educación
  3. Conclusión

Introducción:
la
economía del cinismo

"Tenemos suficiente para las necesidades de todos,
pero no para la codicia de unos pocos"
Gandhi

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La crisis mutante

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Y cuenta la historia

Agosto 2012: a cinco años del inicio
de la mayor crisis económica desde los años 30

"Funesto aniversario. Este mes de agosto se cumplen
cinco años desde el inicio de la mayor crisis que han
conocido las economías desarrolladas desde la Gran
Depresión de los años 30. Un lustro en el que,
parafraseando a Neruda, la economía mundial, en general, y
la europea, en particular, han escrito algunos de los
capítulos más tristes de su historia
reciente"…
El lustro en que vivimos peligrosamente
(Expansión – 9/8/12)

Es una historia que, por desgracia, aún carece de
final; mucho ha llovido, y no para bien, desde que en agosto de
2007 el mundo tomara conciencia de la magnitud del problema de
las hipotecas subprime, también conocidas como hipotecas
basura, aquellas que, al calor de unos tipos
históricamente bajos y de unos gestores ávidos de
multiplicar su rentabilidad, se concedieron masivamente a quienes
difícilmente podían afrontar su devolución.
El resultado de tan peligroso cóctel, que condujo a que en
2007 cerca del 20% de las hipotecas generadas en Estados Unidos
fueran ya subprime, no se hizo esperar: el estallido de una
crisis de dimensión planetaria que ha resquebrajado los
cimientos del sistema capitalista.

El virus se originó al otro lado del
Atlántico, pero rápidamente se propagó por
Europa, donde el 9 de agosto, de 2007 el gigante bancario
francés BNP Paribas congeló varios fondos de
inversión por valor de 1.600 millones de euros por culpa,
precisamente, del tsunami provocado por los créditos de
alto riesgo estadounidenses. Sin embargo, sus verdaderas
consecuencias apenas se lograban atisbar. De hecho, mientras el
resto del mundo empezaba a observar con creciente inquietud la
magnitud del terremoto, la bolsa española proseguía
impertérrita su escalada alcista, hasta alcanzar en
noviembre de ese año un máximo histórico en
el umbral de los 16.000 puntos. Ese mismo mes, la OCDE estimaba
ya en más de 220.000 millones de euros las pérdidas
bursátiles sufridas por las entidades financieras a causa
de las turbulencias subprime, una cifra que en el caso de las
provisiones necesarias para absorber las pérdidas
sería en el futuro mucho mayor, creciendo
exponencialmente.

Lo que comenzó como una crisis hipotecaria e
inmobiliaria pronto derivó en una tormenta financiera
perfecta, que hizo tambalear las estructuras de los sistemas
financieros estadounidense, y europeo, cuyos gobiernos se vieron
obligados a acudir al rescate de sus entidades más
emblemáticas y que tuvo en el colapso de Lehman Brothers,
en septiembre de 2008, su gran punto de inflexión. La
caída del gigante financiero no sólo hirió
casi de muerte el modelo de banca de inversión como
negocio específico e individual, sino que propició
el cierre a cal y canto de los mercados de financiación,
un cerrojazo que en mayor o menor medida ha estado presente a lo
largo del último quinquenio y que provocó una feroz
desconfianza entre las entidades financieras que aún
perdura.

Tras la crisis hipotecaria, inmobiliaria y crediticia
sobrevinieron la recesión y la crisis de deuda soberana,
fruto precisamente del elevado endeudamiento en que incurrieron
los Estados para mitigar los efectos del bache económico.
Una desatinada y parsimoniosa gestión de la crisis de
deuda por parte de Europa pronto desembocó en el rescate
económico de Grecia e Irlanda en 2010 y de Portugal en
2011. En 2012, son Chipre y España las que acuden al
amparo de sus socios europeos, elevando a cinco los países
miembros del euro auxiliados financieramente por
Europa.

Septiembre 2013: duro contagio (una crisis de mil
cabezas que aún sigue viva)

"Hace hoy cinco años, el suelo de Manhattan
tembló en el número 745 de la Séptima
Avenida. Al edificio que ahí se alza es donde
señalan en los tours cuando los turistas preguntan por el
epicentro de la mayor crisis financiera desde la Gran
Depresión. Esa era la sede de Lehman Brothers. Ya hubo un
serio avisó unas calles más abajo, en el 383 de
Madison Avenue, la torre ocupada por Bear Stearns. Los dos
rascacielos lucen ahora colores diferentes, los de sus nuevos
dueños, Barclays y JP Morgan. Pero el mundo no se ha
recuperado aún de aquel shock"…
Los restos del
huracán (El País – 15/9/13)

Si el terremoto Lehman provocó sacudidas en las
finanzas mundiales, las réplicas en la economía
real resultaron igualmente tremendas, rápidas y globales.
Con el sector financiero al borde del colapso, la actividad se
paralizó. En el último trimestre de 2008, la
economía estadounidense se contrajo a una tasa trimestral
anualizada del 8,3%, la mayor en medio siglo, y en el primero de
2009 la Eurozona se contrajo un 2,8% intertrimestral y
España, un 1,7%, en ambos casos registros sin precedentes.
En cuanto al desempleo, comenzó a acelerarse en Estados
Unidos hasta alcanzar el 10% en el transcurso de 2009, la mayor
tasa desde 1983; también creció en la Eurozona, en
un proceso que se ha visto prolongado por la crisis de la deuda
soberana desde 2010. 

Como antídoto contra estos impactos, los bancos
centrales respondieron con la mayor descarga de munición
monetaria de la historia. Y por distintas vías: colocando
los tipos de interés cerca del 0% y comprando directamente
deuda pública y privada en los mercados para reforzar la
liquidez del sistema y mantener bajos los costes de
financiación. A su vez, los Estados, en su afán por
sostener sus sistemas financieros y por contrarrestar los efectos
contractivos en la economía real, tiraron de gasto
público para salir al paso de los
problemas

Estos paliativos surtieron efecto. La economía
mundial pareció reaccionar en la segunda mitad de 2009.
Pero no hubo que esperar mucho para comprobar que el shock de
Lehman iba a tener múltiples derivaciones. Como, por
ejemplo, la transmisión de los problemas de deuda del
sector privado al sector público. Ya no se temía
que quebraran los bancos; el nuevo temor era que quebraran los
países. 

La mejor muestra de que, cinco años
después, los ecos del derrumbe de Lehman siguen
escuchándose es que los bancos centrales continúan
aplicando los estímulos monetarios más potentes de
la historia. Es más, en los últimos meses han
confirmado que tienen previsto mantener los tipos de
interés en mínimos históricos todo el tiempo
que sea necesario, una evidencia inequívoca de que hasta
qué punto fue el daño posterior a la quiebra de
Lehman. La lenta recuperación de la economía y
del mercado laboral en Estados Unidos, Reino Unido o la Eurozona
les ha impedido desactivar sus medidas anticrisis a la espera de
que la reactivación se afiance. Lehman
quebró hace cinco años… pero parece que fue
ayer. Es lo que tiene que la alargada sombra de su
caída aún planee sobre la economía
mundial.

La Reserva Federal cifra en 12,6 billones de
dólares la cantidad que movilizó para estabilizar
el sector financiero, lo que equivale a más del 80% del
PIB de 2007. Eso sin contar con unos tipos de interés
estancados en el 0% desde diciembre de 2008 y tres rondas de
estímulos que provocaron que el balance de la Reserva
Federal se multiplicara por cuatro en cinco años, desde
los 925.750 millones previos a la quiebra de Lehman.

Para salvar a la banca -y de paso, la economía-
la Administración de George W. Bush creó un
programa de asistencia a activos problemáticos (llamado
TARP, sus siglas en inglés). El plan contó
inicialmente con 700.000 millones de dólares, aunque el
desembolso final fue de 418.000 millones. Parte del dinero se
dirigió también hacia General Motors y Chrysler,
para financiar su reflote. Cinco años después, la
parte del plan de rescate correspondiente a la banca tiene unos
beneficios de 27.600 millones.

Muchas de las instituciones que recibieron ayuda no eran
estadounidenses, como Société
Générale, BNP Paribas o Deustche Bank. Las
ramificaciones del sector financiero provocaron que la crisis se
dispersara con rapidez por todo el planeta, afectando
especialmente a las economías industrializadas, donde las
vulnerabilidades y los excesivos riesgos asumidos por sus bancos
quedaron completamente al descubierto. Eso forzó a los
bancos centrales a abrir de forma coordinada líneas de
liquidez en dólares, porque las cañerías del
sistema financiero se quedaron literalmente secas.

La crisis financiera provocó la que se considera
ya como la primera recesión planetaria: según datos
del Fondo Monetario Internacional (FMI), el PIB mundial
sufrió una contracción del 0,7% en 2009. En las
economías avanzadas, el saldo negativo fue del 3,7%,
mientras que los emergentes se convertían en los
flotadores del crecimiento global.

La confusión sobre lo sucedido no se ha despejado
del todo. La gran pregunta es qué habría pasado si
se hubiera rescatado a tiempo el banco dirigido por Dick Fuld,
uno de los villanos de la crisis. Lo más probable es que
las cosas no hubieran sido muy diferentes. La bautizada como la
Gran Recesión ya había comenzado en EEUU en
diciembre de 2007, siete meses antes de la caída de
Lehman. Fue la confluencia de varios factores la que la produjo:
la concesión de préstamos por parte de los bancos a
clientes que no lo merecían, el pobre trabajo de las
agencias que ponen nota a la deuda, una regulación
financiera laxa y una serie de incentivos públicos que
animaron a que se prestara y se pidiera prestado. En otras
palabras, el dinero fácil y el aparente exceso de liquidez
hincharon la burbuja durante la expansión hasta
explotar.

Si la desregulación financiera es uno de los
factores que provocaron la catástrofe, se puede
señalar entonces a varios responsables. El proceso se
inició con el republicano Ronald Reagan, que
gobernó en los años ochenta, aunque fue con el
demócrata Bill Clinton, una década después,
cuando se abonó el terreno a los excesos que llevaron a
colapso de Lehman. Bajo su presidencia murió la Ley
Glass-Steagall, que en 1933 había levantado un muro de
separación entre la banca de inversión y la
comercial para evitar que se produjera un crash bursátil
como el de 1929.

También con Bill Clinton cobraron vida nuevas
leyes que desregularon los contratos de futuros y forzaron a los
bancos a conceder préstamos a propietarios con un pobre
historial crediticio. Todo ello sucedió con Alan Greenspan
al frente de la Reserva Federal y fue abrazado después por
George W. Bush. El propio Greenspan admitió más
tarde que el error fue confiar en que los bancos serían
capaces de regularse a sí mismos.

Una de las respuestas a la crisis en EEUU fue la Ley
Dodd-Frank, una reforma del sistema financiero destinada a
reforzar la supervisión de las grandes entidades y a
obligarlas a elevar sus colchones de capital. Cinco años
después, los reguladores aseguran que el sistema
financiero es hoy más seguro, que el dinero del
contribuyente está protegido y que en la próxima
crisis las cosas se harán de una manera más
ordenada, sin que domine el pánico. Sin embargo, la Ley
Dodd-Frank y las nuevas normas internacionales no evitaron que el
concepto de demasiado grande para caer siga siendo una realidad.
Solo hay que ver el actual tamaño de JP Morgan, convertido
en el mayor banco de EEUU, con unos activos superiores a los 2,5
billones de dólares.

Las cuatro mayores firmas financieras de EEUU son, a
septiembre de 2013, un 30% más grandes que antes del
colapso de Lehman Brothers. La aplicación de la nueva
regulación financiera, que busca que los bancos sean
más transparentes, va con retraso a escala internacional,
mientras en paralelo se debate sobre la necesidad de levantar de
nuevo un cortafuegos en el negocio de los grandes bancos, al
estilo de la Ley Glass-Steagall, una iniciativa que se topa con
el poderoso lobby de Wall Street.

Hay pocas dudas acerca de que la exigencia de una mayor
liquidez a los bancos permita que tengan más margen para
capear el próximo revés. Las pruebas de
estrés, como las que realiza la Reserva Federal,
están sirviendo para poner freno a lo que gastan los
bancos para tener contentos a los accionistas. Además, la
regulación financiera cubre ahora a más entidades,
y la Fed cuenta con poderes adicionales para actuar. A escala
global, el FMI considera que las reformas avanzan en la buena
dirección. Pero también dice que la estructura
básica del sistema financiero sigue siendo la misma que
antes de la crisis y advierte de los peligros que ello supone. En
otras palabras: es demasiado compleja y los activos están
concentrados en bancos sistémicos, demasiado grandes para
caer.

Si la repuesta a unos eventos extraordinarios fue
extraordinaria, también lo fueron las consecuencias. Al
hacer balance de la crisis, la Reserva Federal de Dallas ha
publicado un estudio (septiembre 2013) en el que revela que la
Gran Recesión va a costar hasta 120.000 dólares a
cada familia en EEUU, lo que equivale a una pérdida de
poder adquisitivo de hasta 14 billones de dólares. Es como
borrar de un plumazo casi todo el PIB de la mayor potencia del
mundo.

La cifra es producto de la pérdida de valor del
patrimonio y de la caída de las remuneraciones vividas en
los últimos cinco años. La gran duda en este
momento, como muestra el mismo estudio, es si la economía
de EEUU será capaz de recuperar el vigor previo a la
crisis. Si no lo consigue, la Fed de Dallas señala que el
impacto será aún mayor. Y todo esto sin contar con
el colapso del mercado inmobiliario, donde el precio medio de la
vivienda arrastra, a septiembre de 2013, una depreciación
del 25%.

Oficialmente, la Gran Recesión acabó en
junio de 2009, aunque en Wall Street se tocó fondo unos
meses antes. Eso, sobre papel. El ciudadano de la calle lo siente
de otra manera. La recesión destruyó 8,7 millones
de empleos en EEUU y el total de parados se disparó a 14,7
millones. La tasa de paro alcanzó el 10% en octubre de
2009. En septiembre de 2013 está en el 7,3%, una mejora
que se explica por la caída en la tasa de
participación (las personas dispuestas a trabajar) hasta
el 63,2%, su nivel de 1978. Si estuviera en el 66,5% registrado
de media entre 1988 y 2007, según Moody"s, el paro
sería del 11,9%. Cuatro años después de la
recesión, hay 11,3 millones de parados y 10,6 millones de
personas subempleadas -forzadas a trabajar a tiempo parcial- o
que se declaran frustradas con las perspectivas
laborales.

La recuperación del colapso escenificado con el
derrumbe de Lehman Brothers está siendo, por tanto,
desigual, y la incertidumbre de la opinión pública
respecto al futuro de la economía y del sistema financiero
persiste en el quinto aniversario. El ciudadano, en EEUU, nota
que las cosas empiezan a ir mejor, pero, en general, teme que se
quede en un nuevo intento de recuperación, como cuando se
habló de los brotes verdes en la primavera de
2009.

Durante este tiempo, además, se ha incrementado
la brecha entre los que más tienen y los que menos, un
problema que se plasma en numerosos estudios publicados en los
últimos dos años y que denunció el
movimiento Ocupemos Wall Street. El 10% que está
más arriba se llevó la mitad de la riqueza generada
por la economía. Y si se sube aún más alto,
el 1% se comió una quinta parte.

Para las rentas más altas, la crisis pasó
mucho antes que para el ciudadano medio. Los que más
tienen fueron los que más se beneficiaron del repunte de
Wall Street, de la mejora del mercado inmobiliario y de tipos de
interés por los suelos, por no dejar de mencionar los
dividendos que reciben por sus inversiones en empresas que
vuelven a ser muy rentables. Los más ricos controlan el
90% del capital que se mueve en el parqué.

Esa brecha también se ve a escala global. El FMI
advierte de que el desempleo sigue afectando de manera
desproporcionada a los jóvenes. Se calcula que hay
aún 200 millones de empleos por recuperar en todo el
mundo, destruidos por la crisis financiera. La gran dificultad
está en cómo desmontar la estructura puesta en
marcha para responder a la crisis sin que eso afecte a los
emergentes. Hacia ellos se dirigió la liquidez cuando el
mundo desarrollado estuvo en dificultades y ahora empiezan a
mostrar síntomas de debilitamiento. Es otra evidencia de
que las réplicas de la crisis siguen reverberando en una
economía global que necesita de los estímulos para
crecer y está dominada por la incertidumbre. Por eso, el
temor es que la próxima implosión no afecte solo a
EEUU y Europa, sino también a Rusia, Brasil y
China.

Comienza el séptimo año de la
crisis

¿Qué es lo que está pasando?
¿Por qué esta crisis se está enquistando y
parece que no va a terminar nunca? ¿Acaso ésta es
la nueva normalidad?

Las siguientes "lecturas recomendadas" (de prestigiosos
autores), pueden ayudarles, tal vez, a encontrar algunas
respuestas:

– Los verdaderos culpables de la crisis
(Vozpópuli – 22/8/13)

(Por Juan Ramón Rallo)

Seis años después de que
estallara la crisis, "los culpables" andan sueltos con absoluta
impunidad, motivo que ha conducido al justiciero Obama a tratar
de enchironarlos. No se han filtrado detalles, pues en esto pesa
más la forma que el fondo, pero todo apunta a una ofensiva
contra Wall Street: es decir, contra los bancos comerciales que
financiaron el desaguisado de la burbuja crediticia, contra los
bancos de inversión que colocaron la basura de los
anteriores por todo el mundo, contra las agencias de
calificación que vistieron a la mona de seda o contra las
aseguradoras financieras que asumieron una mayor
exposición a los riesgos crediticios de lo que
podían soportar.

Desde luego, todos ellos son culpables de inflar la
oferta de crédito muy por encima de los niveles de ahorro
que había detrás de ese crédito: a saber,
todos ellos son culpables de abaratar artificialmente el
crédito para inducir a familias y empresas a demandar
más préstamos de los que habrían demandado a
un coste financiero más alto y más realista.
Sucede, sin embargo, que los mismos motivos que empleamos para
cargar contra los oferentes de crédito también
podríamos usarlos para reputar culpables a los imprudentes
demandantes de crédito, es decir, a las familias y
empresas que se aprovecharon del clima de tipos de interés
artificialmente bajos para adelantar su consumo futuro o para
sobredimensionar la escala de sus operaciones. ¿Los
perseguirá a todos ellos Obama o se concentrará en
un par de chivos expiatorios que le permitan hacer como que
hace?

Y es que, al final, todos aquellos que,
de buena o de mala fe, se sumergieron en la orgía
crediticia son responsables del desaguisado derivado de lo misma.
Por supuesto, esto no significa ni que todos hayan cometido
actividades delictivas ni que nadie lo haya hecho. Es evidente
que la burbuja de crédito barato ha convivido con fraudes,
engaños, estafas y desfalcos varios, por todo lo cual sus
brazos ejecutores deberían ser perseguidos. Pero sí
significa que la inmensa mayoría de las actividades que
contribuyeron a alimentar y disparatar la burbuja de
crédito barato no tuvieron nada de delictivas y que, por
consiguiente, si queremos ir más allá de un simple
ajuste de cuentas extemporáneo y evitar que se repitan
episodios tan devastadores como los que estamos sufriendo,
habrá que buscar sus causas y sus culpables
últimos; es decir, aquellos que ponen los medios para que
los bancos privados ofrezcan demasiado crédito demasiado
barato.

Los privilegios estatales de la banca

La banca privada -como cualquier otro
agente económico- es una industria que tiene
fortísimos incentivos a endeudarse a corto plazo y prestar
a largo plazo. Los tipos de interés que se abonan por la
deuda a corto son generalmente mucho más reducidos que los
de la deuda a largo, lo que posibilita efectuar un cierto
arbitraje entre ambos. Si el banco concede una hipoteca a 30
años a un tipo fijo del 6% financiándola con un
depósito a tres meses (o con un repo a un día) por
el que paga un tipo anualizado del 1%, las ganancias son
más que evidentes y atractivas. Además, el trasvase
de capital desde el corto al largo plazo permite reducir los
tipos a largo plazo, permitiendo que se endeude una nueva hornada
de potenciales clientes satisfechos con las más laxas
condiciones de financiación.

Como digo, la tentación de arbitrar tipos de
interés de distinto plazo no es un vicio exclusivo de la
banca: cualquier empresa privada -o cualquier familia-
estaría deseosa de financiarse a corto plazo con tal de
minorar su coste financiero. La diferencia entre las familias y
las empresas, por un lado, y la banca, por otro, es que las
primeras caerían pronto en suspensión de pagos si
optaran por hiperapalancarse a corto plazo. Pero la banca no:
pese a que sus fuentes de financiación son
depósitos a la vista o a corto plazo, repos o bonos de
escasa duración y pese a que sus activos están
repletos de activos a largo plazo, la muy maldita no termina de
suspender pagos. ¿Cómo es posible? ¿Acaso ha
sido bendecida la banca con una habilidad sobrenatural para
gestionar su liquidez con la que no cuentan ni familias ni
empresas?

No, el asunto es bastante más
sencillo: los bancos han ido acumulando, año tras
año, crisis tras crisis, una montaña de privilegios
concedidos por el Estado, y es esa montaña de privilegios
la que les concede margen de maniobra para su exuberancia
crediticia.
Por un lado, los pasivos a la vista de la banca
(depósitos a la vista) cuentan con el aval
implícito del Tesoro, lo que incentiva a los acreedores
del banco (depositantes) a que se despreocupen por entero de su
liquidez y de su solvencia: ¿para qué exigir el
repago de los depósitos si, en cualquier caso, el
contribuyente terminará apoquinando? Por otro, aun cuando
los depositantes acudieran en masa a retirar sus fondos del
banco, éste podría dirigirse al banco central de
turno para solicitar una refinanciación, en cuyo caso
lograría evitar nuevamente la suspensión de pagos;
pues, para más inri, el banco central ya no se ve forzado
a pagar sus deudas en oro y, por tanto, posee un margen infinito
para refinanciar a cualquier deudor. ¿Hay alguna otra
industria cuyos pasivos se vean protegidos contra la insolvencia
y la iliquidez por las autoridades estatales? No: de ahí
que la banca ostente una posición privilegiada (gracias al
Estado) dentro del entramado financiero actual que le permite
expandir y abaratar tanto el crédito como sus demandantes
solventes se lo requieran. La financiación familiar y
empresarial deja de estar limitada por la disponibilidad de
capital y pasa a estarlo sólo por la calenturienta
imaginación faraónica del banquero de
turno.

El problema, por consiguiente, reside
en que el Estado ha abortado todos los mecanismos con los que
sí contaría el mercado para poner coto a la
imprudencia financiera de los agentes económicos: las
corridas bancarias y el riesgo cierto de suspender pagos. Es
más, el Estado incluso ha promovido esa masiva imprudencia
financiera cuando le ha convenido políticamente, empujando
al banco central a bajar los tipos de interés del mercado
interbancario con el objetivo de inducir una nueva burbuja de
crédito: por ejemplo en 2001 (cuando la Fed, primero, y el
BCE, después, colocar sus tasas de intervención en
mínimos históricos) o por ejemplo ahora mismo con
los reiterados Quantitative Easings. ¿O cuál creen
que es el propósito de esas flexibilizaciones
cuantitativas salvo la de inducir un abaratamiento del coste de
financiación de la economía estadounidense y
facilitar así una nueva ronda de endeudamiento y de
pelotazos crediticios?

Si Obama quiere perseguir a los culpables de la crisis,
lo tiene muy sencillo: puede comenzar por cerrar la Reserva
Federal y el FDIC, por colocar entre rejas a sus presidentes
pasados y presentes tras inhabilitarles para el ejercicio de
cargos públicos y privados, y por no rescatar a los bancos
privados que incurran en prácticas financieras imprudentes
(todos). Si no lo hace, si en lugar de ello sigue mareando la
perdiz y desenfocando la naturaleza de los auténticos
problemas de fondo, si reduce todos los desequilibrios a una mera
cuestión de malas aptitudes personales por parte de unos
equipos gestores demasiado codiciosos en lugar de a una
pésima e inflacionista configuración de todo el
entramado sistema financiero, acaso sea porque él es en
estos momentos el principal cómplice de unos verdaderos
culpables que no desean ser descubiertos. Cortina de humo, se
llama.

(Juan Ramón Rallo es doctor en Economía y
licenciado en Derecho por la Universidad de Valencia, master en
Economía de la Escuela Austriaca por la Universidad Rey
Juan Carlos de Madrid. Es profesor en esta última
universidad y en los centros de estudios OMMA e Isead. Es
director del Instituto Juan de Mariana…)

– El patológico legado de Lehman (Project
Syndicate – 27/8/13)

(Por Mohamed A. El-Erian)

Newport Beach.- Cuando se acerca el quinto aniversario
del desordenado desplome del banco de inversión Lehman
Brothers, algunos analistas repasarán las causas de una
"repentina parada" mundial sin precedentes cuya consecuencia
fueron enormes trastornos económicos y financieros. Otros
describirán las consecuencias de un acontecimiento que
sigue produciendo considerable sufrimiento humano y algunos
transmitirán sus experiencias personales en un momento
terrorífico para la economía mundial y para ellos
personalmente (como autoridades o participantes en los mercados
financieros y también en su propia vida
cotidiana).

Por interesantes que esas contribuciones sean, espero
que veamos también las de otro género:
análisis de los resultados, anteriormente inconcebibles,
que han pasado a ser realidad -con profundas consecuencias para
las generaciones actuales y futuras- y que nuestros sistemas de
gobierno aún no han abordado apropiadamente.
Teniéndolo presente, permítaseme ofrecer
cuatro.

El primero de dichos resultados -y el
más transcendental con mucha diferencia- es la continua
dificultad que las economías occidentales afrontan para
engendrar un crecimiento económico sólido y una
creación de empleo suficiente. Pese a la profunda
reducción inicial del PIB en el último trimestre de
2008 y el primero de 2009, demasiadas economías
occidentales aún no se han recuperado adecuadamente, por
no hablar de conseguir unas tasas de crecimiento sostenido que
compensaran completamente la pérdida de puestos de trabajo
y de ingresos. De forma más general, sólo algunas
han superado decisivamente la triplicidad de males que la crisis
reveló: una demanda agregada insuficiente y
desequilibrada, una insuficiente capacidad de resistencia y
agilidad estructurales y una deuda excesiva y
persistente.

El resultado neto no se limita al
crecimiento débil, al empeoramiento de la desigualdad de
renta, al elevado desempleo a largo plazo y al alarmante
desempleo juvenil del momento presente. Cinco años
después de la crisis financiera mundial, demasiados
países siguen rezagados por culpa de unos motores de
crecimiento agotados, y anticuados. A consecuencia de ello, las
perspectivas para una recuperación económica
rápida, duradera y no excluyente siguen siendo un grave
motivo de preocupación.

En vista de esa dura realidad, no es de
extrañar que el segundo resultado anteriormente
inconcebible se deba a reacciones normativas insuficientes, a
saber, el gran desequilibrio persistente entre la hiperactividad
de los bancos centrales y la frustrante pasividad de otras
autoridades.

La gran sorpresa a este respecto no es la de que los
bancos centrales actuaran decisiva y audazmente cuando los
mercados financieros se paralizaron y la actividad
económica se desplomó. En vista de su acceso
relativamente ilimitado a la acuñación de dinero y
su enorme grado de autonomía operativa, era de esperar que
los bancos centrales fueran los primeros en reaccionar y,
además, activa y eficazmente y así lo hicieron de
forma impresionante y mundialmente coordinada.

Lo que sorprende es que, cinco
años después de la crisis y cuatro años
después de que los paralizados mercados financieros
reanudaran su funcionamiento normal, las economías
occidentales sigan dependiendo abrumadoramente de los bancos
centrales para evitar unos resultados económicos
aún peores. Con ello los bancos centrales se han visto
obligados a alejarse de sus competencias básicas para
utilizar unos instrumentos normativos parciales e imperfectos
durante un período demasiado largo.

Ese resultado refleja una polarización
política interna en los Estados Unidos y la complejidad de
las relaciones regionales en Europa, que han bloqueado los
planteamientos normativos amplios y equilibrados. Para apreciar
la magnitud del problema, piénsese en la repetida negativa
del Congreso de los EEUU a aprobar un presupuesto anual (por no
hablar de aplicar reformas a medio plazo) o las incompletas
iniciativas a escala de la zona del euro en un momento de
desempleo alarmante y amenazas residuales de trastornos
financieros.

Semejante disfunción política ha socavado
la capacidad de reacción de otras entidades encargadas de
la formulación de políticas, incluidas las que
cuentan con instrumentos mejores que los bancos centrales, lo que
ha obligado a estos últimos a mantenerse en el primer
plano normativo, tendiendo un puente tras otro, mientras esperan
que otras autoridades se pongan las pilas. El resultado ha sido
la exposición de las economías occidentales a
medidas cada vez más experimentales, con considerable
incertidumbre sobre las repercusiones a largo plazo del
funcionamiento de los complejos sistemas basados en el mercado
mediante conceptos artificiales.

El tercer resultado anteriormente
inconcebible se refiere a la evolución de los
países en desarrollo. Tras haber sufrido al comienzo las
consecuencias de la crisis financiera tanto como los
países occidentales (de hecho, más en materia de
producción y comercio), esas economías
históricamente menos sólidas protagonizaron una
recuperación notable… hasta el punto de que pasaron a
ser el motor del crecimiento mundial. Sin embargo, en ese proceso
cayeron en una combinación de políticas
desequilibrada, que ahora amenaza la continuidad de su
crecimiento y su estabilidad financiera.

Unos nuevos riesgos de inestabilidad
financiera señalan a las sorpresas cuarta y última:
la falta de una renovación profunda, de forma
creíble, sostenible y socialmente responsable, de los
principales causantes de la crisis.

Piénsese en los grandes bancos occidentales. En
vista de su importancia sistémica, muchos fueron
rescatados y, con un continuo apoyo oficial, recuperaron la
rentabilidad muy rápidamente. Sin embargo, no estuvieron
sujetos a la fiscalidad de unos beneficios inesperados ni las
autoridades han modificado suficientemente los incentivos
estructurales que alientan a correr riesgos excesivos. En el caso
de Europa, sólo ahora se está incitando a los
bancos a abordar decisivamente sus déficits de capital,
problemas de apalancamiento y activos débiles y
residuales.

A riesgo de que se me considere un
"angustias", sigo preocupado por la magnitud del retraso que
nuestros sistemas de dirección económica han
demostrado a la hora de abordar esos cuatro resultados. Cuanto
más dure esta situación inhabitual, mayor
será el riesgo de que las ramificaciones perjudiciales de
la crisis de 2008 sigan teniendo repercusiones incluso para las
generaciones futuras.

(Mohamed A. El-Erian is CEO and co-Chief Investment
Officer of the global investment company PIMCO, with
approximately $2 trillion in assets under management. He
previously worked at the International Monetary
Fund…)

– ¿Fracasó el capitalismo? (Project
Syndicate – 13/9/13)

(Por Roman Frydman & Michael D. Goldberg)

Nueva York.- Hace cinco años la agencia de
calificaciones Standard & Poor"s mantuvo la
calificación de grado de inversión "A" para Lehman
Brothers hasta seis días antes de que colapsara. Moody"s
esperó aún más: redujo la
calificación de Lehman un día laborable antes de su
derrumbe. ¿Cómo es posible que reputadas agencias
de calificación -y bancos de inversión- se
equivoquen tanto en sus evaluaciones?

Los reguladores, banqueros y agencias
de calificación son en gran parte culpables de la crisis.
Pero esta cuasidebacle no fue tanto un fracaso del capitalismo
como un fracaso de la capacidad de los modelos económicos
contemporáneos para comprender el rol y el funcionamiento
de los mercados financieros -y, en términos más
amplios, la inestabilidad- en las economías
capitalistas.

Estos modelos apuntalaron con supuesta
cientificidad decisiones de política e innovaciones
financieras que aumentaron en gran medida las probabilidades
–y tal vez tornaron inevitable– la peor crisis desde
la Gran Depresión. Después del colapso de Lehman
el expresidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan,
declaró ante el Congreso estadounidense que había
"encontrado un defecto" en la ideología que propone que el
interés personal protegería a la sociedad contra
los excesos del sistema financiero. Pero el daño ya estaba
hecho.

El origen de esa doctrina puede
encontrarse en la teoría económica dominante sobre
las causas de la inestabilidad del precio de los activos, una
teoría que para explicar las variaciones en el riesgo y el
precio de los activos postula que el futuro se deriva
mecánicamente del pasado. Los modelos mecánicos de
los economistas contemporáneos implican que quienes
participan en el mercado y buscan su propio interés no
harán subir los precios de las viviendas y otros activos
hasta niveles claramente excesivos en el período previo a
la crisis. Por lo tanto, esas fluctuaciones excesivas han sido
consideradas como síntomas de la irracionalidad de los
actores del mercado.

Este supuesto erróneo -que las
decisiones basadas en el interés propio puedan
representarse adecuadamente con reglas mecánicas-
apuntaló la creación de instrumentos financieros
sintéticos y legitimó, sobre bases supuestamente
científicas, su comercialización a fondos de
pensión y otras instituciones financieras en todo el
mundo. Sorprendentemente, las economías emergentes con
mercados financieros relativamente menos relacionados escaparon a
muchas de las consecuencias más atroces de esas
innovaciones.

La confianza de los economistas
contemporáneos en reglas mecánicas para entender
los resultados económicos -e influir sobre ellos- se
extiende también a la política
macroeconómica y a menudo recurre a una autoridadJohn
Maynard Keynes– que hubiera rechazado su enfoque. Keynes
entendió pronto la falacia que implica aplicar esas reglas
mecánicas. "Nos hemos sumergido en un enredo colosal",
previno, "nos equivocamos en el control de una delicada
máquina, cuyo funcionamiento no
comprendemos".

En la Teoría general de la
ocupación, el interés y el dinero, Keynes
buscó proporcionar los motivos necesarios para generar
confianza en la política fiscal expansionista como remedio
para las economías capitalistas avanzadas contra la Gran
Depresión. Pero, después de la Segunda Guerra
Mundial, sus sucesores desarrollaron una agenda mucho más
ambiciosa. En vez de perseguir medidas para contrarrestar las
fluctuaciones excesivas en la actividad económica, como la
profunda contracción de la década de 1930, las
llamadas políticas de estabilización se centraron
en medidas que procuraban mantener el pleno empleo. Los modelos
del "nuevo keynesianismo" que apuntalaban estas políticas
suponían que el "verdadero" potencial -y con él, la
"brecha del producto" que la política expansionista busca
reducir para alcanzar el pleno empleo- podían medirse con
precisión.

Pero, para decirlo sin rodeos, creer
que el economista puede especificar anticipada y completamente el
comportamiento de los resultados agregados -y con ellos, el nivel
potencial de actividad económica- es falaz. Las
proyecciones implicadas por el modelo macroeconométrico de
la Fed relacionadas con los tiempos y efectos de los
estímulos económicos de 2008 sobre el empleo, que
resultaron notablemente equivocadas, son un claro
ejemplo.

Sin embargo, la corriente dominante en la
profesión económica insiste en que esos modelos
mecanicistas mantienen su validez. El economista y premio nobel
Paul Krugman, por ejemplo, afirma que "una estimación
rápida e informal" sobre la base de "macroeconomía
de libro de texto" indica que el estímulo fiscal
estadounidense de $ 800 mil millones en 2009 debió haber
sido tres veces mayor.

Claramente, necesitamos un nuevo libro
de texto. La cuestión no es si el estímulo fiscal
ayudó, o si un mayor estímulo hubiera ayudado
más; la pregunta es si los responsables de las
políticas deben confiar en cualquier modelo que suponga
que el futuro se desprende mecánicamente del pasado. Por
ejemplo, el colapso en el mercado inmobiliario que, dejó a
millones de propietarios estadounidenses con hipotecas superiores
al valor de sus viviendas, no es parte de los modelos de los
libros de texto, pero tornó imposibles los cálculos
precisos del estímulo fiscal basados en ellos. El
público desconfía mucho cuando se afirma que esos
modelos proporcionan algún tipo de base científica
para la política económica.

Pero renunciar a lo que Friedrich von
Hayek llamó la "pretensión del conocimiento exacto"
de los economistas no implica abandonar la posibilidad de que la
teoría económica pueda informar la
formulación de políticas. De hecho, reconocer el
conocimiento siempre imperfecto por parte de los economistas,
responsables de políticas y actores del mercado tiene
implicaciones importantes para nuestra comprensión de la
inestabilidad financiera y el rol del estado para
mitigarla.

Las variaciones en el precio de los activos no surgen
porque los participantes en el mercado son irracionales, sino
porque intentan sobrellevar su conocimiento siempre imperfecto
del flujo futuro de beneficios derivado de proyectos de
inversión alternativos. La inestabilidad de los mercados
es, por lo tanto, integral a la forma en que las economías
capitalistas asignan sus ahorros. Dado esto, los responsables de
políticas no deben intervenir porque cuenten con un
conocimiento superior sobre el valor de los activos (de hecho,
nadie lo tiene), sino porque los participantes del mercado en
busca de beneficios no internalizan los enormes costos sociales
asociados a las excesivas alzas y bajas de los
precios.

Son esas excesivas fluctuaciones, no los
desvíos respecto de algún imaginativo valor
"verdadero" -ya sea de los activos o de la tasa de desempleo-
aquello que, según Keynes, los responsables de las
políticas debían procurar mitigar. A diferencia de
sus sucesores, Keynes y Hayek entendieron que el conocimiento
imperfecto y los cambios no rutinarios implican que las reglas de
política, junto con las variables subyacentes a ellas,
ganan y pierden relevancia en momentos que nadie puede
anticipar.

Esa percepción parece haber
regresado a la formulación de políticas en la
tierra natal de Keynes. En palabras de Mervyn King, el
exgobernador del Banco de Inglaterra, "Nuestra comprensión
de la economía es incompleta y evoluciona continuamente
(…) Describir la política monetaria en términos
de una regla constante derivada de un modelo conocido de la
economía es ignorar este proceso de aprendizaje". Su
sucesor, Mark Carney, ha llegado a personificar esta
visión al evitar reglas fijas de política y
favorecer una discreción limitada, basada en rangos
orientativos para indicadores clave.

En vez de pretender alcanzar metas
numéricas precisas, ya sea para la inflación o el
desempleo, la formulación de políticas en este modo
busca reducir las fluctuaciones excesivas. Responde entonces a
problemas reales, no a reglas y teorías (que estos
problemas pueden haber tornado obsoletas). Si somos sinceros
sobre las causas de la crisis de 2008 -y nos tomamos en serio la
prevención de su repetición- debemos aceptar los
límites del análisis económico, para
aprovechar aquello que sí puede ofrecernos.

(Roman Frydman is Professor of Economics at New York
University. Michael D. Goldberg is Professor of Economics at the
University of New Hampshire…)

– Cinco años de no reforma financiera (Project
Syndicate – 13/9/13)

(Por Anat Admati)

Stanford.- Cinco años después que el
colapso de Lehman Brothers desató la mayor crisis
financiera global desde la Gran Depresión, sectores
bancarios sobredimensionados han hecho añicos las
economías de Irlanda, Islandia y Chipre. Los bancos en
Italia, España y otras partes no están prestando lo
suficiente. El auge del crédito en China se está
convirtiendo en un fiasco. En resumen, el sistema financiero
mundial sigue siendo peligroso y disfuncional.

Peor aún, a pesar de años de debate, no se
ha alcanzado un consenso sobre la naturaleza de los problemas del
sistema financiero -mucho menos sobre cómo solucionarlos-.
Y eso parece reflejar el poder político de los
bancos.

Partes: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9, 10

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