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La ciudad de Valencia en la Guerra de España de 1808-1814



Partes: 1, 2

  1. La
    invasión napoleónica y la rebelión
    española: el caso de Valencia
  2. La
    expedición francesa de 1808 contra
    Valencia
  3. Los
    combates del Puente del Pajazo, Las Cabrillas y la Ermita de
    San Onofre
  4. El
    asalto a Valencia del 28 de junio de 1808
  5. Las
    retiradas francesas de julio y agosto de
    1808
  6. La
    guerra de 1809 a 1812, la caída de Valencia y su
    evacuación final
  7. Epílogo y
    conclusiones
  8. Notas
  9. Bibliografía

La
invasión napoleónica y la rebelión
española: el caso de Valencia

En la Europa de principios del siglo XIX, donde apenas
diecisiete ciudades superaban los cien mil habitantes, la tercera
ciudad de España en tamaño era Valencia, con cerca
de ochenta mil vecinos. Su riqueza comercial estaba basada en la
distribución y exportación de productos
cerámicos y tejidos de seda, y su mercado local estaba
dominado por las producciones agrícolas de la "Huerta" que
la rodeaba, que hoy aún existe y sigue siendo una
próspera comarca hortícola. Poseía un
modesto puerto marítimo, universidad propia, y una
guarnición del Real Ejército de cerca de mil
hombres entre oficiales, soldados y personal auxiliar.

Una grave crisis económica y social, iniciada a
finales del siglo XVIII, había deteriorado el tejido
social y económico de la ciudad, y la pobreza de grandes
colectivos urbanos había degenerado en disturbios y
revueltas en 1801, centradas inicialmente contra una leva
militar. Había tensión y delincuencia en las
calles, y miseria en los suburbios y arrabales de la ciudad. La
monarquía española no pasaba por un buen momento:
la Corona no gozaba del respaldo popular, y los escándalos
y rumores sobre corrupción e ineptitud política
eran moneda corriente. Por ello, la guarnición de Valencia
estaba organizada sobre todo para prevenir posibles revueltas
populares, más que para integrarse en una campaña
de alcance nacional o en un ciclo de operaciones asociado a una
guerra internacional. Y sin embargo, España estaba
oficialmente en guerra con Gran Bretaña y Portugal,
habiendo suscrito una alianza militar con la Francia de
Napoleón, la potencia dominante del momento en la Europa
continental.

En este contexto, la política europea se ve
dominada por las guerras que la mayoría de las naciones
del continente sostienen contra la Francia revolucionaria, en las
que el nombre de Napoleón Bonaparte comienza a hacerse
famoso. Tras diversas alternancias bélicas desde la lejana
fecha de 1789, Francia comienza a acumular victorias frente a las
coaliciones internacionales que la combaten a partir de 1795, y
el joven Bonaparte aparece como el responsable de muchas de
ellas. Tras casi una década de campañas exitosas y
de alcanzar el poder absoluto como Emperador entre 1801 y 1805,
Napoleón alcanza la hegemonía para la Francia
revolucionaria en la Europa continental, pero se le resiste Gran
Bretaña, inasequible a cualquier negociación de
reparto de Europa. Por ello Napoleón trata de cortar
militarmente todo vínculo económico entre las Islas
Británicas y el continente, interviniendo para ello en la
Península Ibérica a partir de 1806. [1]

El 28 de octubre de 1807, por el Tratado
hispano-francés de Fontainebleau, se autoriza a que un
Cuerpo de Ejército francés atraviese el territorio
español para invadir Portugal, aliado de Gran
Bretaña [2]. La política del "Bloqueo Continental"
orientó el interés de Napoleón hacia la
Península Ibérica y el Mediterráneo
occidental, incrementando la presión sobre la corte de
Portugal, a la que conminó a renunciar al comercio con los
británicos desde sus puertos, así como la
confiscación de los bienes y bloqueo de los
británicos residentes en el país. Ante la
inacción portuguesa, en agosto de 1807 Napoleón
encargó a Jean-Andoche Junot la organización en
Bayona del "Cuerpo de Observación de la Gironda", con una
fuerza de unos treinta mil soldados, y retomando la
fórmula de 1801 para forzar a aceptar el embargo comercial
a los portugueses, reclamó el apoyo de la corte
española que, con este fin, remitió un
ultimátum al gobierno portugués el 12 de agosto de
1807. A partir del 25 de septiembre siguiente, los portugueses
expulsaron a los navíos ingleses de sus puertos pero,
anteriormente notificados de que el gobierno británico no
permitiría ningún acto hostil contra sus ciudadanos
en Portugal, no emprendió ninguna acción en este
último sentido.

El 18 de octubre de 1807, Junot atraviesa la frontera y
pocos días después, el 27 de octubre, un
representante del ministro Manuel Godoy en nombre de la
monarquía española firma el Tratado de
Fontainebleau, en el que se estipula la invasión militar
hispano-francesa de Portugal, la cesión a la Corona de
España de los nuevos Reinos de Lusitania y Los Algarves,
así como el reparto de las colonias portuguesas entre
España y Francia. Pero entre febrero y marzo de 1808,
otros cuatro Cuerpos de Ejército franceses entran en
España al margen del Tratado, ocupando Pamplona,
Barcelona, San Sebastián y el Castillo de Figueras,
importante fortaleza fronteriza al sudeste de los Pirineos. Cunde
la alarma entre la población de las ciudades y en la corte
de Madrid, produciéndose el 19 de marzo de 1808 el llamado
"Motín de Aranjuez", en el que el valido real Manuel Godoy
es depuesto y casi linchado, y el rey Carlos IV se ve obligado a
abdicar en su hijo Fernando, Príncipe de Asturias,
principal instigador del "Motín" y principal beneficiario
político del mismo.

El 23 de marzo de 1808, el Mariscal Joaquín Murat
entra en Madrid con dos Cuerpos de Ejército, mandados por
el General Dupont y el Mariscal Moncey. Con el ejército
español desplegado en las costas peninsulares, previniendo
un desembarco británico, y los (teóricos) aliados
franceses rodeando la capital de España, el joven rey
Fernando VII no tiene más salida que ir a Bayona a
negociar su ascenso al trono, directamente con Napoleón.
Este hecho aumenta el descontento popular, previamente atizado
por Fernando contra su padre Carlos IV y su valido Manuel Godoy.
Napoleón exige la corona de España, y Fernando se
la cede; ante la salida de la Familia Real —los
príncipes e infantes niños, en los que el pueblo
cifraba la "salvación" frente a la impopularidad de sus
progenitores— camino de Bayona, el 2 de mayo de 1808, las
capas populares madrileñas y las fuerzas españolas
de la guarnición de la capital se sublevan contra la
ocupación francesa.

El Mariscal Murat ordena a sus fuerzas replicar sin
limitaciones, y en una dura refriega callejera aplasta la
revuelta cívico-militar a lo largo del mismo día
dos de mayo. En la noche del día tres se producen
represalias y fusilamientos colectivos, que serían
inmortalizados por el famoso pintor Francisco de Goya, testigo de
los mismos. El día seis de mayo se escenifica en Bayona la
devolución de la corona española a Carlos IV por
parte de su hijo Fernando, y la entrega de ésta a
Napoleón, en una farsa política que no
engaña a nadie, y que pasa a conocerse como "las
Abdicaciones de Bayona". El Emperador transfiere la corona a su
hermano, y lo instituye como José I Bonaparte, nuevo rey
de una España napoleónica sometida a
ocupación militar. Aprovechando la flagrante
división existente en el seno de la familia de Carlos IV,
la bajeza moral e intelectual de sus miembros —incluido el
Príncipe Fernando— y abusando de manipulaciones
jurídicas, Napoleón cierra una trampa
política en la que cree haberse anexionado España a
un coste irrisorio. No se priva de divulgar comentarios
insultantes sobre la realeza española y, por
extensión, sobre su pueblo y su nación en general,
a la que afirma despreciar por su barbarie y
decadencia.

En el diario "La Gazeta de Madrid" del 20 de mayo de
1808 se publica la noticia oficial de las "Abdicaciones de
Bayona" y sus consecuencias jurídico-políticas:
España queda "legalmente" bajo el dominio de
Napoleón, sujeta a su peculiar ideario político,
basado en algunos principios de la Revolución Francesa
insertos una autocracia militar oportunista, tintada de
veleidades anticristianas y antitradicionales. De la supuesta
virtud revolucionaria francesa apenas quedan rastros o gestos
simbólicos en los Estados napoleónicos como la
monarquía de José I, muchas veces desprestigiados
por la brutalidad de la ocupación de los ejércitos
franceses, y por el expolio económico al que someten a sus
súbditos. A medida que va llegando la noticia de las
"Abdicaciones de Bayona" a las distintas cabeceras provinciales
españolas, grupos locales antifranceses vinculados a los
poderes políticos y militares territoriales promueven
llamadas a la resistencia en nombre de Fernando VII [3]: el 22 de
mayo se subleva Cartagena, que cuenta con una gran base naval,
aunque sin apenas barcos; en Valencia se produce el 23 de mayo de
1808 el "Crit del Palleter", manifestación popular que
declara la "guerra del pueblo" contra Napoleón y el paso
de la ciudad a la resistencia. [4]

Destacados políticos de Valencia, como el Padre
Rico y los banqueros Beltrán de Lis, junto con el
Capitán González Moreno, jefe provisional del
Regimiento de Saboya de guarnición en Valencia, secundan
la rebelión callejera y exigen la constitución de
un gobierno local antifrancés. El "Real Acuerdo",
órgano supremo de la administración territorial
valenciana, reunido de urgencia por el Capitán General de
Valencia, el Conde de la Conquista, llama al alistamiento general
para formar un ejército que dirigirá un popular
líder local, el Conde de Cervellón, antiguo Coronel
del Regimiento de Infantería de Línea de la Corona.
Apenas dos días más tarde, el 25 de mayo de 1808,
se constituye una "Junta Suprema de Valencia" presidida por el
Conde de la Conquista, y Valencia se declara rebelde frente a la
ocupación francesa. Por medio del Cónsul de
Dinamarca en la ciudad, el británico Peter Tupper, la
"Junta" envía cartas a las autoridades militares de
Gibraltar informando de la situación y ofreciendo la
colaboración bélica con Gran Bretaña, en
contra de Napoleón.

La
expedición francesa de 1808 contra
Valencia

Las sublevaciones se suceden por toda España, y
casi todas las cabeceras provinciales establecen "Juntas"
rebeldes que se pronuncian contra la ocupación y contra
José I Bonaparte. El mando francés, apenas
inquieto, organiza una columna en Madrid el 23 de mayo de 1808,
al mando del Mariscal Dupont, para "pacificar" Andalucía;
el 4 de junio, el Mariscal Moncey recibe fuerzas con
misión análoga —el sometimiento del Levante
español— y parte hacia Valencia. En la capital
valenciana, un canónigo de la catedral llamado Baltasar
Calvo asume el liderazgo de los extremistas antifranceses
más fanáticos, y la noche del 5 de junio se apodera
de la fortaleza urbana de la Ciudadela, asesinando a los civiles
que formaban la colonia prebélica de mercaderes y
empresarios franceses avecindados, y a los que la Junta
había dado refugio en el recinto fortificado. El 6 de
junio los extremistas controlan las calles de Valencia, pero al
día siguiente fuerzas de la "Junta" logran capturar a
Calvo y desarmar a sus seguidores. La Ciudadela, ocupada por
éstos, debe ser expugnada con la ayuda de especialistas
del 2º Batallón del Regimiento de
Zapadores-Minadores, prófugos de sus cuarteles en
Alcalá de Henares, de la colaboración con las
fuerzas francesas de ocupación, e incorporados a la
rebelión.

La columna expedicionaria del Mariscal Moncey llega a
Cuenca procedente de Madrid el 11 de junio de 1808. El Mariscal
Bon Adrien Jeannot de Moncey era por entonces un veterano general
de tropas combatientes con cincuenta y cuatro años, que ya
se había enfrentado a fuerzas regulares españolas
en la Guerra de la Convención de 1793-1795. Había
participado también en las exitosas campañas de
Italia (1800) contra Austria; y en 1804 había sido
nombrado Mariscal del Imperio y Conde de Cornegliano por el
propio Napoleón. Se trataba, pues, de un conductor de
tropas experimentado, un mando de confianza para resolver la
rebelión en España. El dos de mayo de 1808 sus
fuerzas habían participado en la represión de la
revuelta cívico-militar madrileña, lo que les
había proporcionado una primera experiencia de la
encarnizada guerra popular que se avecinaba.

Al entrar en España, Moncey mandaba el llamado
"Cuerpo de Observación de las Costas del Océano"
—uno de los que invadieron España sin la cobertura
del Tratado de Fontainebleau— y para la campaña de
"pacificación" del Levante español recibió
el mando de diez mil de sus hombres, encuadrados en las
siguientes fuerzas: la I División "Musnier" de
Infantería; la Brigada "Whatier" de Caballería; la
Artillería del General Couin, con dieciséis piezas;
y los Ingenieros del General Cazals; completaban la
expedición diversas unidades logísticas y de
transporte. Al frente de su Estado Mayor, Moncey nombró al
General Harispe como su colaborador más directo en la
conducción de las operaciones a desarrollar.

Debido a la ficción legal de las "Abdicaciones de
Bayona", el Real Ejército Español debía
asistir a las fuerzas francesas de ocupación con sus
propias unidades, y colaborar en el sometimiento del país
al nuevo rey José I Bonaparte. Sin embargo, gran parte de
estas fuerzas se disolvieron en mayo de 1808, o desertaron en
masa de la cadena de mando "legal", reorganizándose
parcialmente y uniéndose a la rebelión. En el caso
de la expedición de Moncey, unidades regulares
españolas debían habérsele unido en Cuenca
pero no aparecieron, y el servicio de información militar
francés averiguó que se habían unido a los
rebeldes.

Ante la amenaza que supone la llegada de la
expedición de Moncey a Cuenca, la "Junta de Valencia"
delega el mando de una fuerza de contención,
apresuradamente organizada, al Coronel Pedro Adorno, jefe del
Regimiento de Saboya. El 15 de junio Adorno llega a Requena,
tomando posiciones en las Hoces del Cabriel, zona de desfiladeros
de fácil defensa, distante un centenar de
kilómetros de Valencia en dirección oeste. Con unos
cuatro mil reclutas, la barrera de Adorno corta la ruta
secundaria que une Madrid con Valencia, siendo la principal la
que pasa por Almansa. En esta última ruta, a un centenar
de kilómetros desde la posición de Adorno en
dirección sur, otro general español, Pedro
González-Llamas, se dispone a cerrar el paso a los
franceses con unos seis mil soldados, reclutados en Cartagena y
Alicante. Para completar estas dos posiciones de resistencia
parte de Valencia el Teniente General Conde de Cervellón
con una pequeña columna de caballería. Su
misión es cubrir los flancos de la posición de
González-Llamas en Almansa y reclutar milicianos
voluntarios en los pueblos de las provincias de Valencia y
Alicante próximos a la zona de guerra.

Los combates del
Puente del Pajazo, Las Cabrillas y la Ermita de San
Onofre

La noche del 17 al 18 de junio de 1808 el Mariscal
Moncey hace salir de Cuenca a sus fuerzas, al amparo de la
oscuridad, y avanza hacia Valencia. El 21 de junio llega a las
Hoces del Cabriel, pero rehúsa atacar de frente las
posiciones de bloqueo de Adorno. En el Puente de Vadocañas
halla la forma de rodearlas y acceder a sus puntos más
desprotegidos, y en el "Combate del Puente del Pajazo" ataca y
derrota a los defensores españoles. El 23 de junio vuelve
a quebrar, tras dos asaltos, las defensas de Adorno en el paraje
de Las Cabrillas, cerca del Portillo de Buñol, a unos
cuarenta kilómetros al oeste de Valencia. Viéndose
vencedor, remite a la "Junta de Valencia" un ultimátum
exigiendo la capitulación de la ciudad, que es
rechazado.

Al resultar derrotadas las fuerzas de Adorno, la Junta
de Valencia dicta órdenes de fortificar la ciudad a toda
prisa, nombrando jefe de la defensa urbana al Brigadier Felipe de
Saint March. Éste consigue, con las tropas a su mando,
retrasar durante un día el avance de Moncey en el "Combate
de la Ermita de San Onofre", librado el 27 de junio a apenas
siete kilómetros de las murallas de Valencia. Nacido en
Bélgica, el Brigadier Philippe-Aguste de Saint-Marcq se
había enrolado en los ejércitos españoles a
los catorce años de edad. El 2 de Mayo de 1808 asiste en
Madrid a la revuelta popular y su brutal represión, y con
cuarenta y seis años ostenta el rango de Capitán en
el Regimiento de Reales Guardias Valonas, con el nombre de Felipe
de Saint March. El 18 de mayo deserta ante las órdenes de
colaborar con los franceses, y el 24 de junio llega a Valencia
donde, al ser el oficial profesional de experiencia más
acreditada entre los presentes, es puesto al mando de la defensa
de la plaza.

Tras el Combate de la Ermita de San Onofre, Saint March
envía al Capitán de Fragata José Caro, que
ha participado en dicho Combate, hacia el sur, en busca de las
tropas del Conde de Cervellón, que acuden desde Almansa
con los voluntarios de la milicia que han conseguido reclutar. A
las doce de la noche del 28 de junio, desde la población
de Quart de Poblet, el Mariscal Moncey vuelve a exigir la
capitulación de la ciudad. Reunida esa madrugada la Junta
de Valencia, presidida por el Conde de la Conquista, tras un
breve debate en medio de la agitación callejera, le
responde por escrito: "Excelentísimo Señor: El
pueblo de Valencia prefiere la muerte en su defensa a todo
acomodamiento. Así lo ha hecho entender a la Junta, y
ésta lo traslada a Vuestra Excelencia para su
gobierno
." La suerte estaba echada para la ciudad, se
pensó en el Estado Mayor de Moncey, donde parecía
que nada podrían oponer unos resueltos pero ineptos
defensores "aficionados" frente al ataque de las veteranas
fuerzas francesas, profesionales y bien equipadas.

El asalto a
Valencia del 28 de junio de 1808

El espacio que ocupaba la ciudad de Valencia propiamente
dicha en 1808 se corresponde con el actual distrito de "Ciutat
Vella" (Ciudad Vieja), limitado por grandes vías bien
visibles en el centro de la ciudad actual. El viejo cauce del
río Turia formaba su límite por el norte; la actual
Calle de Colón, por el este; la Calle de Xátiva
constituía otro límite por el sur, y por
último la de Guillén de Castro cerraba por el
oeste. Estas grandes vías actuales siguen el recorrido del
perímetro amurallado medieval, que fue demolido en la
década de 1850. Dicho perímetro carecía de
valor militar en 1808, pues estaba compuesto por lienzos de
muralla altos y delgados, que no resistían los disparos de
la artillería. Sin embargo, poseía algunos puntos
defendibles en las diversas puertas o "portals" de su recinto,
dotadas de muros reforzados, torres o estructuras más
sólidas que un simple muro vertical.

Con el paso de los años, delante de cada puerta
de la muralla se había ido formando un arrabal, compuesto
de infraviviendas, chozas, cobertizos y algunas casas más
permanentes, que en algunos casos había desarrollado una
incipiente red de callejuelas y caminos, a medio camino entre el
espacio urbano y la Huerta. Al resultar indefendibles, la
población de estos arrabales "extramuros" hubo de
refugiarse tras la muralla. La Valencia de 1808 no había
conocido un asedio bélico en toda regla desde época
medieval, y apenas contaba con defensas distintas de sus viejas
murallas. Éstas estaban tan abandonadas y ruinosas que la
llamada Torre de Santa Catalina —que ocupaba parte del
solar del actual museo de arte moderno (IVAM) en el sector oeste
del recinto— cerca de la Puerta de San José o
"Portal Nou", se había derrumbado en 1772, dejando una
brecha abierta de grandes dimensiones. Esta brecha se tuvo que
rellenar apresuradamente, levantando un precario fortín de
sacos terreros —denominado un tanto pomposamente
"Fortín de Santa Catalina"— armado a toda prisa con
unos pocos cañones, y encargando su defensa a un grupo de
soldados, reclutas y milicianos dirigidos por el Comandante
Manuel de Velasco.

En las diversas puertas de las murallas se instalaron
los cañones disponibles en Valencia, y en torno a ellos a
hombres de la Compañía Fija del 2º Regimiento
de Artillería a Pie, junto a voluntarios civiles del Grao
de Valencia [5], manejando las piezas de artillería y
defendiendo sus emplazamientos. Los soldados regulares de los
regimientos de la guarnición encuadraban a una gran masa
de civiles apenas armados, unos veinte mil voluntarios, aportados
por la Milicia de Valencia y las de los municipios de los
alrededores, apostados en lo alto de la muralla como
vigías. El Padre Rico, el Conde de la Conquista, el
Arzobispo Company y otros personajes públicos de Valencia
dieron su apoyo a la entusiasta defensa popular y aportaron
recursos, locales y fondos para ayudar a sus
componentes.

Uno de los últimos preparativos emprendidos por
el Brigadier Saint March, la noche del 27 al 28 de junio de 1808,
consistió en desplegar al amparo de la oscuridad, en el
pueblo de Campanar en la orilla norte del río Turia
—a poco más de un kilómetro al noroeste de
Valencia— a una fuerza mandada por el Conde de
Romrée y compuesta por un millar de reclutas, voluntarios
y soldados regulares. Al amanecer del 28 de junio los cerca de
diez mil soldados franceses del Mariscal Moncey llegan hasta la
Cruz de Mislata, a unos dos kilómetros y medio al oeste de
Valencia, desplegándose para asaltar las murallas de la
ciudad, y ocupando el arrabal de Quart. Moncey ordena desplegar
los dieciséis cañones del General Couin entre el
Convento Nuestra Señora del Socorro y el Jardín
Botánico, e inicia un bombardeo artillero que dura cerca
de tres horas. Hacia las dos del mediodía lanza al ataque
a su infantería: encuadrada en la I División
"Musnier", la Brigada "Brun" se lanza al asalto del
"Fortín de Santa Catalina", al mando del Comandante De
Velasco y defendido por soldados del Regimiento de Soria,
reclutas de los Voluntarios de Segorbe y milicianos, que logran
rechazar el ataque.

A escasos centenares de metros, la Brigada "Isembourg"
ataca las Torres de Quart, una de las puertas de la muralla que
mira hacia el norte, siendo rechazada por los cañones
emplazados en ella y por soldados de las Reales Guardias
Españolas, del Regimiento América, voluntarios de
la Compañía de Inválidos Hábiles y
milicianos. Cerca de las tres de la tarde Moncey repite el
ataque, pero tras otra hora de combates, la fuerza del Conde de
Romrée oculta en Campanar ataca con sus Voluntarios del
Reino de Valencia, Cazadores Voluntarios de Valencia, Voluntarios
de Segorbe, jinetes de la Maestranza de Valencia y Dragones de
Numancia. Este inesperado asalto por la retaguardia al
dispositivo de asalto obliga a la batería emplazada en el
Jardín Botánico a inutilizar sus cañones y
escapar a la carrera. Moncey suspende el asalto y reorganiza sus
fuerzas para rechazar a los hombres de Romrée, que
finalmente se repliegan y consiguen volver a Campanar sin perder
la cohesión.

Hacia las cinco de la tarde las fuerzas francesas atacan
por tercera vez Santa Catalina y las Torres de Quart, y al mismo
tiempo por el sur se desata otro bombardeo artillero dirigido
contra la Puerta de San Vicente —hoy desaparecida, y
ubicada en la actual Plaza de San Agustín—. La
infantería de la Brigada "Brun", apoyada por los
húsares de la Brigada "Whatier", ataca la Puerta de San
Vicente, defendida por el Coronel Bruno Barrera con soldados del
Regimiento Saboya y milicianos. Éstos consiguen finalmente
rechazar el ataque. A las ocho de la tarde caen las sombras del
anochecer y son los envalentonados defensores los que empiezan a
hostigar a las fuerzas francesas de asalto, rechazándolas
hacia campo abierto. Moncey repliega sus tropas a los pueblos de
Mislata y Quart de Poblet, donde se hacen fuertes para pasar la
noche, mientras en Valencia se desata la euforia.

Los héroes más populares y legendarios de
la jornada fueron el torero Juan Bautista Moreno "Sabateret"
(Zapaterillo) en la defensa de las Torres de Quart, y el mesonero
Miguel García, vecino de la Calle de San Vicente, en las
salidas realizadas al anochecer desde la Puerta de Ruzafa. Por su
exitosa dirección de la defensa, el Brigadier Felipe de
Saint March es ascendido a Mariscal de Campo. Las cifras
oficiales de bajas del Archivo de la Guerra francés
registran cerca de doscientos muertos entre sus hombres,
incluyendo al General Cazals del Cuerpo de Ingenieros.
También se registran unos quinientos heridos y la
pérdida de parte de la artillería del asalto,
anulada por la irrupción de las fuerzas de Romrée
en el Jardín Botánico. En el bando español,
que combatió protegido tras muros y parapetos, las bajas
se estiman por debajo de las francesas, pero no se poseen cifras
fiables.

Acudiendo a marchas forzadas desde Almansa por el oeste,
los seis mil soldados españoles del General
González-Llamas ya están en la población de
Chiva, a apenas veinticinco kilómetros de Valencia, con la
intención de atacar a Moncey por su retaguardia.
Éste no puede arriesgarse a ser atacado por fuerzas
superiores en número, al sumarse el contingente de
González-Llamas a los defensores de la ciudad, y al
amanecer del 29 de junio de 1808 inicia una retirada apresurada
—pero en buen orden— hacia el sur, siguiendo el
Camino Real a Madrid.

Las retiradas
francesas de julio y agosto de 1808

El Camino Real que une Valencia con Madrid estaba
pavimentado desde 1761, y saliendo de Valencia cruzaba el
río Júcar por Alcira, seguía hacia
Xátiva y el Puerto de Almansa para continuar hacia
Albacete y Madrid. El Conde de Cervellón cortó el
Camino Real en el Puente de Alcira sobre el río
Júcar, a unos cuarenta y cinco kilómetros al sur de
Valencia, con unos diez mil voluntarios de la milicia y seis
cañones. Unos quince kilómetros río arriba,
otros cinco mil voluntarios al mando del General Roca cubrieron
otro posible punto de paso del río para los franceses, el
Azud de Antella, en la cabecera de la Acequia Real del
Júcar. El Mariscal Moncey abandona el Camino Real a la
altura de Silla, tomando otro en desuso que sigue la Acequia Real
del Júcar, desviándose en Alberique hacia el Azud
de Antella, que alcanza el 1 de julio de 1808. Lanza un ataque en
toda regla sobre los voluntarios de la milicia del General Roca,
a los que arrolla, y cierra las compuertas de la Acequia Real en
la llamada Casa del Rey. Con ello pretende que el río
Júcar se embalse inundando sus orillas, impidiendo que el
Conde de Cervellón pueda alcanzarlo. La misma tarde del
uno de julio, el general González-Llamas llega al Puente
de Alcira por el Camino Real de Madrid, donde toma contacto con
las fuerzas del Conde de Cervellón. El Mariscal Moncey ha
logrado escapar y sigue marchando hacia Almansa y Madrid, su base
de operaciones y punto de partida.

En Valencia, el 3 de julio de 1808 el criminal Baltasar
Calvo es juzgado y ejecutado. Ese mismo día el General
Saint March parte hacia Cuenca y Zaragoza, y en Alcira el General
González-Llamas reorganiza sus fuerzas. El 5 de julio
reanuda su persecución de las fuerzas de Moncey, que
continúan su marcha hacia Madrid. Apenas dos semanas
después el General Dupont es vencido en la Batalla de
Bailén (19 de julio de 1808) por las tropas
españolas del General Castaños. Pocos días
antes, el 16 de julio, la Junta Suprema de Valencia había
emitido un comunicado destinado a todas las Juntas locales de
España, solicitando la formación de una Junta
Central que en nombre del rey Fernando VII unificase el esfuerzo
común contra la invasión francesa. La conocida como
"Junta Central" se constituirá en Aranjuez el 25 de
septiembre siguiente. Es un momento de triunfo para los patriotas
resistentes, eufóricos ante sus éxitos
militares.

Ante el inesperado desastre de su doble
expedición pacificadora, José I Bonaparte decide
abandonar Madrid y replegarse hacia territorio francés. El
1 de agosto el Mariscal Moncey organiza la retaguardia del
ejército del rey José y completa la
evacuación francesa de la capital española. El
general González-Llamas, con el "Ejército de
Valencia y Murcia", llega a Madrid el 13 de agosto entre
aclamaciones, y el 23 de agosto llega a su vez el General
Castaños con el "Ejército de Andalucía",
aumentando el ambiente de euforia general. Mientras tanto, el 14
de agosto de 1808 la división valenciana del General Saint
March toma contacto con los defensores de Zaragoza,
uniéndose a las tropas del General Palafox, que esa misma
tarde ataca el dispositivo francés de asedio al verse en
superioridad numérica. Las fuerzas francesas del General
Verdier levantan esa misma noche el sitio de Zaragoza y se
retiran al amparo de la oscuridad.

La guerra de 1809
a 1812, la caída de Valencia y su evacuación
final

Las victorias españolas del verano de 1808
suscitan la reacción de Napoleón, incrédulo
ante un panorama bélico que se le escapa de las manos. En
otoño del mismo año entra en persona al frente de
la "Grande Armée" en España, ocupando Madrid en
diciembre. La subsiguiente contraofensiva española empieza
en la primavera de 1809, con las victorias Tamames y el
"Ejército de Aragón y Valencia" en la Batalla de
Alcañiz, pero termina el otoño siguiente con una
gran derrota española en la Batalla de Ocaña. En el
verano de 1810 el Duque de Wellington, al frente de una fuerza
expedicionaria británica, se ve obligado a refugiarse tras
la línea fortificada de Torres Vedras en Portugal.
Mientras tanto, las fuerzas francesas ocupan Andalucía,
asediando Cádiz. Desde Aragón el Mariscal Suchet se
presenta ante Valencia el 5 de marzo de 1810, pero encuentra
nuevas fortificaciones y al ahora Capitán General
José Caro dispuesto a la resistencia a cualquier precio.
Tras un combate de cinco días frente a las defensas de la
ciudad, atrincherado en el Palacio del Real y sus jardines junto
al río Turia, el 10 de marzo de 1810 se ve obligado a
levantar el asedio, replegándose a Aragón. Tras la
retirada de Suchet, y para evitar que pudiera ser utilizado de
nuevo por el enemigo como observatorio y emplazamiento de
cañones, el 12 de marzo de 1810 se ordena la
demolición del Palacio del Real, uno de los edificios de
mayor valor histórico y patrimonial de
Valencia.

En 1811 el duque de Wellington sigue sin moverse de
Torres Vedras en Portugal y las fuerzas francesas se concentran
en Aragón: el Mariscal Suchet pasa a la ofensiva y cae
Tarragona en septiembre; una contraofensiva del Gapitán
General Joaquín Blake es derrotada el 25 de octubre de
1811, en la Batalla de Sagunto, ciudad-fortaleza que cae poco
después; a principios de diciembre se formaliza un asedio
en toda regla de la ciudad de Valencia. El contraataque de Blake
del 28 de diciembre desde la propia ciudad es rechazado; los
franceses completan tres paralelas de asedio, y el día 7
de enero de 1812 empiezan dos días de bombardeos que han
de preceder al asalto: son destruidos la Universidad, el Palacio
Arzobispal, el campanario del Convento de Santo Domingo y muchos
otros edificios, hasta que agotada la capacidad de resistencia
española el 9 de enero de 1812, el Capitán General
Joaquín Blake solicita negociar la capitulación:
Valencia cae, y con ella el llamado II Ejército de la
Derecha, encargado de su defensa.

El Mariscal Suchet cruza el río Turia el 14 de
enero de 1812 por el puente de San José y hace su entrada
oficial en la ciudad. Napoleón le otorga el título
nobiliario de Conde de la Albufera, y se instala con su Estado
Mayor en el Palacio de Cervellón, en la actual Plaza de
Tetuán. En represalia por el asesinato de la colonia
francesa de Valencia en 1808 confisca todo el altar mayor de la
Catedral, labrado en plata, y su tesoro de orfebrería
medieval en oro, plata y piedras preciosas, destinando los
metales a la acuñación de moneda de la
monarquía de José I. Los profesores y alumnos de la
universidad de Valencia que habían pertenecido al
"Batallón Universitario" son deportados a Francia en
calidad de prisioneros de guerra. El catedrático de
Botánica y director del Jardín Botánico,
Vicente Alfonso Lorente, es condenado a muerte. Intercede por
él el botánico francés Léon Dufour,
cuya petición de clemencia es aceptada, salvando la vida
de Lorente.

Suchet inicia mejoras en la ciudad de Valencia para
atraerse la simpatía de sus habitantes: manda replantar
los árboles del Paseo de la Alameda, talados durante el
asedio; diseñó el Jardín del Parterre,
existente hoy, aunque se plantó y ordenó
después de 1814. En los alrededores de Valencia,
guerrilleros como el saguntino José Romeu Parras, o
Asensio Nebot "El Fraile", acosan a las fuerzas francesas. Aunque
el ejército del Mariscal Suchet consolida su
posición en la ciudad, el campo alrededor de la misma, la
Huerta y más allá, se convierten en zonas hostiles,
fuera de control, y dominadas por bandoleros, cuadrillas de
proscritos y clanes armados a medio camino entre la guerrilla y
la delincuencia organizada.

Napoleón retira tropas de España para su
campaña en Rusia, y en el verano de 1812 el Duque de
Wellington vence al Mariscal Marmont en la Batalla de los
Arapiles. José I Bonaparte abandona Madrid por segunda
vez, trasladando a Valencia su corte el 31 de agosto de 1812 e
instalándose en el Palacio de los Condes de Parcent
—demolido unas décadas más tarde, hoy su
solar está ocupado por la Plaza de Juan de
Villarrasa—. Tras cambiar las tornas en las regiones
occidentales de España y la retirada de Wellington a
Portugal, el rey José I Bonaparte abandona Valencia el 16
de octubre de 1812, volviendo a Madrid.

En la campaña de Rusia de 1812 el emperador
Napoleón pierde a su "Grande Armée" y retira
más fuerzas de España para reconstruir su
ejército; el Duque de Wellington vence en la Batalla de
Vitoria a las tropas de José I Bonaparte, y el Mariscal
Suchet abandona Valencia con su ejército el 5 de julio de
1813, retirándose hacia Aragón. Al día
siguiente, 6 de julio, entran en la ciudad las tropas
españolas del General Villacampa. Con ello termina la
guerra en la capital valenciana, y comienza la
reconstrucción económica, social y política
de la misma.

Epílogo y
conclusiones

La Guerra de la Independencia de 1808-1814 marca uno de
los momentos de crisis más profunda de España a lo
largo de su dilatada Historia. El Estado de la Monarquía
Católica, trabajosamente levantado por los Reyes
Católicos en el último cuarto del siglo XV, muestra
su aspecto más decrépito y terminal. La sociedad
española, abandonada por sus autoridades tradicionales,
debe abrirse paso frente a una ocupación extranjera
consentida por un Estado corrompido y unas élites
políticas ineptas y egoístas, abandonadas a un
entreguismo vergonzoso. El paradigma de este inane liderazgo lo
ostentan el rey Carlos IV y su Familia, que en las décadas
anteriores a 1808 habían exhibido tanto su inmoralidad
como personajes públicos como su ineptitud como
gobernantes. Pese a la desproporcionada presencia de los
"afrancesados" y otros colaboracionistas pro-napoleónicos
en puestos de poder, sobre todo en la capital y en los
círculos cortesanos, las masas populares en sentido amplio
rechazan su titubeante liderazgo, que pronto aborrecen, y toman
la peligrosa decisión de rebelarse contra un orden
"legalmente" establecido, y asentado sobre la fuerza militar
más temida del momento.

Los primeros éxitos de las fuerzas
españolas, restos del Ejército Real que se han
recompuesto al margen de la ley y de una cadena de mando
colaboracionista que en poco tiempo desaparece por completo,
comienzan en la primavera y el verano de 1808, con la Batalla del
Bruch, la resistencia de Zaragoza y Valencia —que hemos
visto en el presente texto— y la sonada Batalla de
Bailén, inesperada derrota que sorprende dolorosamente al
mando francés y lo obliga a reaccionar, cambiando su
perspectiva de la campaña y del enemigo a batir.
También provoca la evacuación de las fuerzas
francesas destacadas en Portugal, y el repliegue general de todas
ellas a la orilla septentrional del Ebro.

El otoño de 1808 asiste a la entrada de la
"Grande Armée" en España, encabezada por el propio
Napoleón, con la que llevó a cabo el máximo
despliegue francés en la Península Ibérica
hasta mediados de 1812. Entre 1809 y 1811 se produce una cruenta
guerra en que franceses y expedicionarios anglo-portugueses no
ponen freno a la devastación de amplias regiones, con
vistas a dañar de forma oportunista las infraestructuras y
la economía españolas, dificultando su
recuperación postbélica. Se dan alternativas en los
combates, con unas fuerzas españolas que han de aprender
de sus muchos y graves errores a fuerza de derrotas, pero que
siempre se recomponen y vuelven a la carga, para asombro de los
franceses, que nunca antes habían asistido a tanta
temeridad, terquedad y derroche de recursos y vidas en el
combate.

La retirada de efectivos franceses con destino a la
fatídica campaña de Rusia de 1812 fue aprovechada
por los españoles —apoyados por fuerzas
anglo-portuguesas— para retomar la iniciativa, sobre todo a
partir de su victoria en la Batalla de los Arapiles (22 de julio
de 1812). Contrarrestando una contraofensiva francesa que
sería la última en su género y envergadura,
los españoles avanzan a lo largo de 1813 hasta los
Pirineos, derrotando a los franceses en las Batallas de Vitoria
(21 de junio) y San Marcial (31 de agosto). El Tratado de
Valençay (11 de diciembre de 1813) restaura en el trono de
España a Fernando VII, dejando al país libre de
presencia militar francesa, pero no evita la invasión del
territorio francés por tropas de España, Portugal y
Gran Bretaña, siendo la Batalla de Toulouse (10 de abril
de 1814) el último enfrentamiento de la guerra entre
España y Francia iniciada en 1808.

En el terreno socio-económico la guerra
costó a España una pérdida neta de
población de entre 215.000 y 375.000 personas, por causa
directa de los combates y la hambruna que se desató en
1812, y que vino a agravar la crisis económica general
arrastrada desde las epidemias y crisis de subsistencias
anteriores a 1808. El balance del descenso demográfico
achacable a la guerra oscila entre las 560.000 y las 885.000
personas. La devastación y la despoblación
afectaron especialmente a Cataluña (nordeste), Extremadura
(oeste) y Andalucía (sur). Al desmantelamiento social y la
destrucción de infraestructuras y actividades agrarias,
comerciales y manufactureras, se sumó la bancarrota de la
Real Hacienda y la pérdida de una parte importante del
patrimonio cultural español, sobre todo por el vandalismo
de las tropas ocupantes contra inmuebles y tesoros
eclesiásticos.

A la devastación humana y material se sumó
el debilitamiento internacional de España, privada de su
poderío naval, y excluida de las negociaciones del
Congreso de Viena, donde se dibujó el panorama
geopolítico de la Europa post-napoleónica. Al otro
lado del Atlántico, la América Española
obtendría su independencia tras las Guerras de
Independencia Hispanoamericanas. En el plano político
interno, el conflicto hizo resurgir la identidad nacional
española —muy disminuida desde finales del siglo
XVII, pese a los intentos propagandísticos de Felipe V y
sus sucesores por fomentarla— y abrió las puertas al
constitucionalismo, concretado en el Estatuto de Bayona de 1809
—rechazado unánimemente por provenir del
régimen de José I— y la Constitución
de Cádiz de 1812, anulada por Fernando VII al restaurarse
a sí mismo como monarca absolutista. La irrupción
de los liberales de raíz ilustrada en la política
española dio inicio a una era de guerras civiles entre los
partidarios del absolutismo y los del liberalismo, las llamadas
Guerras Carlistas, que se extenderían entre 1839 y
1874.

Notas

[1] El fracaso de las negociaciones de Napoleón
con el gobierno británico del primer ministro Lord
Grenville indujo a aquél a imponer, por el Decreto de
Berlín de 21 de noviembre de 1806, el enfrentamiento
directo con los británicos, mediante la práctica de
la guerra económica total o "Bloqueo Continental", que ya
se venía aplicando de facto tras el aumento de
las tasas aduaneras, el cierre de los puertos del Norte de
Francia y de las desembocaduras del Elba y el Weser al
tráfico naval británico y de sus aliados, en la
primavera de 1806.

[2] Según el tratado de Fontainebleau (27 de
octubre de 1807), el ministro Manuel Godoy preveía, de
cara a una invasión hispano-francesa de Portugal, la
autorización del tránsito de tropas francesas por
territorio español. Bajo el mando del General Jean-Andoche
Junot las tropas francesas entraron en España el 18 de
octubre de 1807, y sus avanzadas llegaron a la frontera con
Portugal el 20 de noviembre.

[3] La primera declaración institucional que se
dio en España en contra de la invasión
napoleónica y su supuesta "legalidad", llamando a la
rebelión y a la resistencia armada, la realizó el
municipio de Móstoles, por entonces un pequeño
pueblo y hoy una gran ciudad en la provincia de Madrid, no lejos
de la capital de España.

[4] v. Boix Ricarte, Vicente (1845):
Historia de la Ciudad y Reino de Valencia. Valencia,
Impr. B. Monfort.

Partes: 1, 2

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