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Como influyen las malas costumbres en la familia en la educacion de los hijos



Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. El rol
    de la familia en la educación de los
    hijos
  3. Ciclo
    vital y desarrollo familiar
  4. De lo
    universal a la relatividad cultural
  5. Cohesión, adaptabilidad y
    comunicación familiar
  6. Para
    mirar una familia
  7. Nuevas
    formas y transformaciones
  8. A modo
    de cierre
  9. Bibliografía

Introducción

El tema esta complejo y a ninguno de
nosotros se nos escapa lo insuficiente de un abordaje desde una
sola ciencia o desde una única perspectiva. También
es difícil y exigente hacer aportes totalmente nuevos u
originales, por lo cual trataré de destacar algunas ideas
fuertes dentro del campo de trabajo en salud con familias, que
espero sirvan como temas generadores de futuras investigaciones,
ampliaciones u observaciones, o que propicien reflexiones o
cuestionamientos a posteriori de la exposición o en
futuros encuentros.

Tomaré como marco teórico
referencial la teoría general de los sistemas,
especialmente la referida a la terapia familiar, aportes de la
teoría de la comunicación, de la psicología
evolutiva y de la sociología de la familia.

El rol de la
familia en la educación de los hijos

Idea de familia

La idea de familia, en particular de
familia nuclear, como unidad social con sus propios procesos
evolutivos, remite a considerar a la familia como un segmento de
un grupo más amplio en un período histórico
particular de tiempo. Es aún un tema joven de la
psicología.La terapia familiar en sus jóvenes 40
años está en plena producción de nuevas
miradas y aproximaciones teóricas y prácticas a
esta temática.

Pero todavía es largo el camino que
debemos recorrer para dilucidar las dimensiones y procesos
específicos del cambio familiar, para poder responder a
preguntas como: ¿por qué, para qué y
cómo cambian las familias?, ya sea a cambios
espontáneos como inducidos. Conocer, desentrañar y
utilizar "los tesoros ocultos de la familia", los recursos que
posee cada familia, a veces totalmente insospechados aún
para ella misma.

La familia, como unidad o sistema, es un
campo privilegiado de observación e investigación
de la interacción humana y por ende de la
interacción social. La metáfora de la familia como
"aula primordial" apunta a cómo en su seno se instaura el
proceso de socialización del hombre. Allí se tejen
los lazos afectivos primarios, los modos de expresar el afecto,
la vivencia del tiempo y, del espacio, las distancias corporales,
el lenguaje, la historia de la familia grande,
extensa.

Esta es por excelencia el campo de las
relaciones afectivas más profundas y constituye, por lo
tanto, uno de los pilares de la identidad de una persona. La
familia no se reduce a la suma de interacciones entre padres e
hijos y las relaciones fraternas, sino que es una totalidad
dinámica que asume la función de
diferenciación y de lazo entre sexos y entre
generaciones.

Considerada como un sistema, no ya como la
sumatoria de personas que la componen, es un sistema abierto que
tiene múltiples intercambios con otros sistemas y con el
contexto amplio en que se inserta; es decir que recibe y acusa
impactos sociales, políticos, económicos,
culturales y religiosos.

Sus funciones específicas
son:

  • la reproducción de nuevas
    generaciones,

  • la socialización de base de los
    niños

  • y la transmisión de valores,
    ideales, pensamientos y conceptos de la sociedad a la que
    pertenece.

Quién ejerce la autoridad,
qué tareas corresponden a cada sexo, a los jóvenes,
a los ancianos, cómo se ayuda al grupo familiar,
quién provee las necesidades, qué códigos de
comunicación están permitidos ya sea gestuales,
orales o el silenciamiento de emociones y sentimientos, el
sentido de la vida y la muerte, la importancia de las fiestas,
reuniones sociales o ceremonias, todos y cada uno de estas formas
básicas de comunicación.

En la familia se reproducen las
estructuras sociales fundamentales.
En su interior se
definen distintas relaciones simétricas o complementarias,
jerárquicas o igualitarias teñidas siempre por
valores afectivos. El modelo familiar es un modelo cultural en
pequeño. A partir de ese modelo cada familia elabora su
propia variante, en general, a través de mitos,
tradiciones y valores.

El mito familiar es una especie de
ideología de grupo compuesta por valores, representaciones
y creencias que proveen los modelos de conducta. Sirve de defensa
contra lo que podría amenazar al equilibrio familiar y
también permite el cambio
–morfogénesis— de la familia.

Toda familia, al igual que todo sistema,
tiene un conjunto de reglas interactivas que muy a menudo son
implícitas, pero suelen hacerse visibles cuando comienzan
a tornarse disfuncionales. Cada regla instaura un sistema de
derechos y obligaciones. Estas reglas proveen un contexto
relativamente estable, predictible, indican cuáles son las
expectativas recíprocas, cómo anticipar condiciones
o situaciones y cómo interpretar las comunicaciones y
comportamientos de sus miembros.

Desde la perspectiva sistémica,
entendemos las interacciones familiares bajo el ángulo de
estabilidad y cambio. El cambio está incluido en la
naturaleza misma de la familia dados los momentos evolutivos, los
ciclos vitales que la atraviesan (nacimientos, crecimientos,
envejecimiento).

Para responder a las situaciones nuevas y
desconocidas, la familia requiere de la capacidad de una
adaptación activa, el reconocimiento de las necesidades
propias, generar condiciones nuevas y modificar la realidad
inmediata. Cuando no se cuenta con estos recursos aparecen las
crisis familiares que se corresponden frecuentemente con la
incapacidad del sistema de integrar el cambio, en general por
tener reglas muy rígidas. Como toda crisis, además
de peligros éstas encierran también oportunidades
para el cambio.

En épocas como la actual, todos
nosotros, ya sea individualmente o en el seno de nuestras
familias, de una manera u otra vivimos rupturas profundas. Es
decir, más períodos de cambio que de estabilidad.
Rupturas con el mundo de nuestra infancia, nuestros "ayeres".
Estamos inmersos en un shock de transformación
física de nuestros espacios, de los tiempos, de los
objetos que usamos. También sufrimos permanentemente las
transformaciones de valores, de verdades científicas que
considerábamos inmutables y la transformación
acelerada de significados y costumbres.

Por lo tanto, dentro y fuera de la familia
nos enfrentamos con la exigencia de reflexionar desde ella, sobre
ella, acerca de ella, en relación con ella. Nada de lo que
nos ocurre en la vida parece dejar de tener relación con
la familia.

Los universales
familiares

A pesar de reconocer las casi incontables
variaciones culturales e históricas de la familia humana
parece, no obstante, haber algunos universales familiares. Estos
se conocen como pautas normativas, amplias y necesarias de tener
en cuenta, a la hora de trabajar con familias. Veamos
algunas:

  • Los padres adultos se hacen cargo de la
    crianza de los hijos

  • dentro del grupo familiar se cumplen
    ciertos requerimientos apropiados a ciertos niveles de
    desarrollo

  • los miembros de la familia se adaptan a
    las reglas familiares que les otorga roles y funciones. En la
    familia el niño aprende a hablar, vestirse, obedecer o
    enfrentar a los mayores, proteger a los más
    pequeños, compartir alimentos, participar de juegos
    colectivos respetando reglamentos, distinguir lo que
    está bien o está mal, es decir, a convertirse
    en un miembro más o menos "standard" de la sociedad a
    la que pertenece. Lo que se aprende en la familia tiene una
    indeleble fuerza persuasiva.

  • Esta adaptación permite un
    funcionamiento "suave", respuestas anticipatorias, seguridad,
    lealtad y armonía. A su vez requiere largos
    períodos de negociación, competencias,
    quién hace cada cosa, quién responde a
    quién, cuándo, cómo, quiénes
    están incluidos/ excluidos, cómo se dirimen los
    conflictos, o se toman decisiones, quién es
    responsable de quién, etc.

  • Cada grupo familiar tiene su sello,
    estilo, código o manera propia, el lenguaje vulgar lo
    expresa en la frase: "nosotros los Baeza, los
    Pérez".

  • En toda familia se produce una
    tensión balanceada entre pertenencia y
    autonomía (o bien entre el yo y el nosotros).
    Todo período de transición requiere de cambios
    que encierran a su vez peligros y oportunidades. En estas
    circunstancias la familia se hace mas compleja y usa sus
    recursos para enfrentar el cambio, o bien se
    estanca.

Resumiendo, los parámetros
universales referidos a la familia son
, sin lugar a dudas,
el cuidado, el crecimiento y el desarrollo de los hijos y la
transmisión de pautas culturales.
En éstas
últimas décadas, no obstante, también parece
haber tomado relevancia el soporte emocional entre los
cónyuges, la pareja como tal, vínculo que no era
considerado central anteriormente como fundamental de la unidad
familiar.

También se observa en la actualidad,
en particular en nuestras sociedades occidentales, un mayor
interés en la calidad emocional de las relaciones,
no sólo a nivel familiar, sino laboral y de tiempo libre.
El énfasis parece estar puesto en la calidad de los
vínculos, en los aspectos de intimidad y en la conformidad
o no con los roles sociales. Ya no parece que alcanza con ser un
padre buen proveedor de recursos, o como hijo sólo ser
obediente y laborioso. De la vida familiar se espera que provea
felicidad y plenitud.

Ciclo vital y
desarrollo familiar

Desde otras ciencias sociales, con quienes
se hace cada vez más necesario tender y afianzar puentes,
encontramos los valiosos aportes de la sociología de la
familia, que utiliza un enfoque descriptivo del ciclo de vida de
la familia, con su secuencia de etapas más o menos
ordenada, caracterizada por tareas evolutivas y marcada por
transiciones.

La idea de ciclo vital en una familia, se
refiere a aquellos hechos nodales que están ligados a la
pericia de los miembros de la familia, como el nacimiento y
crianza de los hijos, la partida de éstos del hogar, el
retiro y la muerte. Estos hechos producen cambios a los que
deberá adaptarse la organización formal o
simbólica de una familia, e implica reorganizar roles y
funciones. El curso vital de una familia evoluciona a
través de una secuencia de etapas bastante previsibles,
parecería que bastante universal, pese a todas las
variaciones culturales y subculturales.

Estos cambios son calificados de
"normativos" ya que gran parte de la raza humana comparte estas
expectativas sociales (la entrada a la pubertad, el ingreso a
grupos secundarios como la escuela primaria, el retiro del
trabajo, etc). Estas pautas normativas actúan como
guías o ideales culturales que valorados o denigrados,
ejercen cierta influencia sobre el modo en que los individuos
perciben su vida y también sobre su conducta en la vida
real.

La insistencia en las etapas, tal vez un
legado del modelo de la sociología de la familia, conlleva
a que se describan las relaciones como cualitativamente
diferentes de una etapa a otra, y se ocupen más de lo que
sucede dentro de las etapas que lo que pasa entre las
etapas. La noción de etapa sugiere períodos
prolongados, duraderos, estables versus la idea de
transición que se refiere a períodos breves,
más fugaces y de inestabilidad. Sin embargo, los tiempos
modernos nos sitúan más en las transiciones, a
veces largas y difíciles y tan importantes como las etapas
("en cibernética no se puede separar la estabilidad
del cambio, pues son las dos caras de una moneda sistémica
, Bradford Keeney).

Por lo tanto, es necesario un modelo
más amplio que permita integrar etapas y transiciones a
través de una serie de períodos alternados de
construcción de estructuras—etapas—y cambio de
estructuras—transiciones.

El concepto, más actual y más
amplio, que estamos comenzando a emplear en el estudio y trabajo
con familias es el de desarrollo familiar. Este abarca todos los
procesos co-evolutivos vinculados al crecimiento de la familia, e
incluye los procesos de continuidad y cambio, relacionados con el
trabajo o el desarrollo ocupacional, el cambio de domicilio,
mudanzas, la migración y la aculturación, las
enfermedades crónicas o agudas o cualquier conjunto de
hechos que alteren significativamente la trama de la vida
familiar. También incluye los procesos psicológicos
como el desarrollo de la intimidad de una pareja, las aflicciones
por duelos sufridos, las lealtades invisibles o la
transmisión de triángulos intergeneracionales
dentro de una familia. En estos aspectos cada familia difiere de
las demás pues posee su propia y única senda de
desarrollo.

El concepto. de desarrollo familiar
—más amplio que el tradicional de ciclo vital- es
útil para referirse a los cambios culturales, es decir, a
la acción de cada cultura y momento histórico sobre
cada miembro a determinada edad.

De lo universal a
la relatividad cultural

Limitarse entonces sólo al esquema
de ciclo vital impide, a quienes trabajan con familias, situarlas
dentro de los contextos socioculturales a los que pertenecen. Si
bien aceptamos que existen similitudes universales entre las
familias, también sabemos las múltiples diferencias
entre ellas, aunque solemos limitarnos a un prototipo normativo
del ciclo vital, que en general es importado y no responde a
nuestro medio. Esta circunstancia puede conducir a graves errores
en la interpretación de modelos familiares.

Las diferencias culturales o subculturales
pueden hacer que, en algunas familias, la etapa de dependencia
entre la madre y los hijos pequeños sea más
prolongada, o que no exista una etapa de emancipación neta
para los adultos jóvenes o una etapa marcada de "nido
vacío" para los padres en edad madura o en los
ancianos.

Debemos ser sensibles al hecho de que
existen muchos ciclos vitales normativos. Introducir la idea de
relatividad cultural, con respecto a cuestiones de
organización y desarrollo de la familia, es indispensable
en particular en ésta época en que nuestro
país cuenta con numerosos grupos étnicos y
culturales.

Es común y se presta poca
atención (o se toma muy a la ligera) la tendencia a crear
estereotipos culturales o a omitir diferencias por
aplicación de las normas de la cultura
dominante.

Cohesión,
adaptabilidad y comunicación familiar

A pesar de lo mucho que se nombra a la
familia, o de las veces que se la toma como eje de diversos
discursos, insisto, es poco lo que sabemos acerca de los procesos
familiares "normales" y el grado de satisfacción con la
familia en cada una de las etapas. Es mayor nuestro conocimiento
de los problemas individuales, que no obstante han comenzado o
terminan dentro de la familia.

Hoy las familias se encuentran con
interminables desafíos y frustraciones que amenazan sus
estructuras presentes y someten sus recursos a exigencias
excesivas. Para complicar sus problemas, la sociedad en general
presta bastante poco reconocimiento a la importancia de la
familia y no acude en su ayuda hasta tanto no se encuentre en un
estrés intenso y sea incapaz de
desempeñarse.

En general, la mayoría de los
estudios se centran en aquellas familias que tienen dificultades
para hacer frente a una gama de problemas emocionales,
físicos (drogas, maltrato, abuso), por consiguiente,
sabemos bastante más sobre las familias "problema" y
presumimos que las familias "normales" carecen simplemente de
estas características. Lo que no conocemos, o no damos a
conocer, son justamente los aspectos positivos, los lados fuertes
y los atributos de las familias que enfrentan eficazmente el
estrés cotidiano.

En la época actual en que existe
gran preocupación por la desaparición o
disolución de la familia, nuevas herramientas conceptuales
y no sólo técnicas, son necesarias para brindar
apoyo y fortalecer a parejas y familias.

Un concepto muy fecundo (relativamente
nuevo) es el de "resiliencia familiar", que permite
identificar y apuntalar ciertos procesos interactivos
fundamentales que pueden activar las familias para soportar
desafíos disociadores y recobrarse. "Al adoptar la
perspectiva de la resiliencia, se deja de ver a las familias como
entidades dañadas y se las empieza a ver como grupos
capaces de reafirmar sus posibilidades de reparación
.
Este enfoque se funda en la convicción de que tanto el
crecimiento del individuo como el de la familia pueden alcanzarse
a través de la colaboración ante la adversidad."
(Walsh, E., 1996).

La palabra resiliencia, que empleamos hoy
para estudiar a las familias, está tomada de la
física. Se refiere a la elasticidad de un material, su
tendencia a oponerse a la rotura por choque. La analogía
de este concepto transportado desde la física hacia
nuestro campo, se refiere a los recursos, a la capacidad de
soportar las crisis y adversidades y recobrarse, tanto a nivel
individual como familiar.
Mientras que una crisis o un estado
persistente de estrés puede derrumbar a algunas familias,
otras emergen de ellos fortalecidas y con mayores recursos. Para
sobrevivir y recuperarse de medios familiares y/o sociales
altamente destructivos, gracias a lo que en un lenguaje vulgar
podríamos llamar fortaleza interior o tal vez, más
apropiadamente, entereza. Tal vez sea ilustrativa la maravillosa
película que vimos este año " La vida es
bella".

"Los niños del cielo" justamente
muestran, en un lenguaje metafórico, como el crecimiento,
la fortaleza personal y la del grupo familiar pueden alcanzarse a
través del apoyo y colaboración ante la adversidad.
Me refiero a la preparación desde la familia para
enfrentar la incertidumbre, los desafíos futuros a
través del apoyo mutuo, la flexibilidad y la
innovación indispensables para contar con una fortaleza
evolutiva frente a un mundo que cambia
rápidamente.

Dentro del conjunto de las investigaciones
familiares más recientes, tres conceptos son centrales: la
cohesión familiar, la adaptabilidad y la
comunicación familiar, es decir son indispensables para
atribuir a la familia una influencia mediadora
positiva.

Vamos a revisar rápidamente estas
ideas.

La cohesión familiar se refiere a la
ligazón emocional que los miembros de una familia tienen
entre sí. Existen cuatro niveles de cohesión
familiar: desvinculada (o sea una ligazón muy baja),
separada, conectada y enmarañada. Cuando la
cohesión es excesiva, se trata de un sistema
enmarañado y existe un exceso de identificación con
la familia, de manera tal que la lealtad hacia ella y el consenso
interno impiden la individuación de sus miembros. En el
extremo opuesto, los sistemas desvinculados estimulan un alto
grado de autonomía: los miembros de la familia "hacen cada
uno lo suyo" y tienen un apego o compromiso limitado hacia ella.
En el área central que se corresponde con los modelos
separados y conectados los miembros pueden experimentar la
independencia de la familia y la conexión con ella, de
maneras equilibradas.

La adaptabilidad familiar es la capacidad
de un sistema familiar de cambiar su estructura de poder,
relaciones de roles y reglas de relación, en respuesta al
estrés situacional o evolutivo. La adaptabilidad puede ser
muy baja, es decir rígida, estructurada, flexible o
caótica. La adaptabilidad marca el potencial de desarrollo
o crecimiento, es la capacidad de cambio cuando éste es
necesario.

La tercer dimensión es la
comunicación familiar. Se refiere básicamente a la
comunicación positiva, facilitadora, por ejemplo la
empatía, la escucha reflexiva, los comentarios de apoyo
que permiten a los miembros compartir sus necesidades y
preferencias cambiantes o bien en el otro extremo la
comunicación negativa como son los dobles mensajes, las
críticas.

Para mirar una
familia

A partir de estas tres dimensiones podemos
mirar, entender y ayudar a una familia, aunque todavía son
necesarios otras lentes y varias frecuencias
simultáneas.

a) Atender a la forma en que los miembros
de cada familia se nombran, se definen y adjudican entre
sí variados grados de inteligencia, capacidad, pereza
diligencia o creatividad en áreas particulares, muestra
como se establecen en el seno del grupo familiar etiquetas o
rótulos —igual a lo que sucederá más
tarde en la escuela o en el trabajo, por ejemplo "brillante",
"estúpido", "torpe", "lento", "exagerada", "una
niña difícil", "sensible". Estas etiquetas traducen
el modo en que los padres responden a sus hijos y a su vez los
hijos tienen un tremendo poder para controlar la conducta
parental.

Estas atribuciones pueden socavar o
apuntalar los logros del niño o joven, creando una
profecía autocumplida (Rosenthal y Jacobson, 1968,
Watzlawick, 1984). Cada uno actúa y encarna aquellas
características que le son atribuidas por otros, en
particular estas etiquetas o rótulos familiares tienen
mucho peso y por muchos años.

b) Analizar la estructura,(cómo se
configura u organiza ese grupo familiar, cuáles son los
subsistemas, las jerarquías, las alianzas entre miembros,
las fronteras, el poder de cada miembro) y el estilo de
comunicación familiar permite entender la
concepción que la familia tiene sobre sí
misma.

Un grupo familiar débilmente
organizado o suborganizado, en el cual predomina una
comunicación cortada, poco clara, genera y multiplica
mensajes opuestos, o dobles, no orienta claramente hacia la
tarea, no mantiene el foco de atención y tiende a producir
fragmentación.

En este estilo de estructura y
comunicación familiar- suborganizado- predomina un estilo
de control o de autoridad errática que se relaciona
más con el "humor" del adulto frente a cada
situación que con un proceso de principios o de valores
rectores significativos y constantes para ese grupo
familiar.

Esta característica se observa de
manera muy evidente frente a las situaciones de resolución
de conflictos cuando en lugar de dirimirse en diálogos,
confrontaciones, consensos, acuerdos mínimos u otras
formas, se eligen o se opta por diversas formas de amenazas o
contra amenazas. En estos casos la intensidad de la acción
y el ruido (gritos) van en detrimento de una comunicación
verbal fluida y más satisfactoria. Los miembros -adultos y
jóvenes por igual- no esperan, ni han aprendido a ser
escuchados, no se implementan soluciones a largo plazo ni
respuestas cognitivamente mediadas. Suele imponerse la
relación jerárquica por sí misma y se exige
acatamiento si es necesario por la fuerza (real y física o
simbólica. )

Es una modalidad de comunicación
fragmentada, entrecortada, cargada de interrupciones o cambios de
temas abruptos, que sume a los participantes, principalmente a
los hijos, en un desconcierto total.

Distintos niveles de mensajes en la
comunicación formal (lo que se dice) y la informal (lo que
se hace o se da a entender) se anulan mutuamente.

En definitiva situaciones no claras
respecto de roles y funciones en los distintos miembros, suelen
producir una desorientación generalizada frente a las
tareas al desconocerse el qué y el cómo se espera
de cada uno.

La estructura, interacción y
comunicación dentro de la familia superorganizada, lo
opuesto a la anterior, muestra una excesiva preocupación y
ansiedad de los adultos sobre los aspectos de rendimiento. Los
adultos, aquí padres, están sobreinvolucrados o
tienen características de sobreprotección respecto
de los hijos, lo cual produce o exacerba la conducta de
oposición. El hijo en general es visto como "débil
o perezoso", se priorizan los resultados o el rendimiento en
general, lo cual genera o sostiene un negativismo o conducta de
oposición pasiva frente a tareas y logros generales. El
hijo en estas circunstancias es visto (y probablemente se siente)
como "incompetente" y lo expresa con una conducta distante,
apática y negligente.

Una tercera forma de estructuración
y comunicación familiar es aquella en la que se da poca o
nula motivación. El estilo comunicacional en este grupo
familiar es de descalificación continua o
desvalorización de las conductas y en particular de los
logros de sus miembros. Hay un débil marco de
contención familiar y se responsabiliza exclusivamente al
niño de sus éxitos o fracasos sin tomar en cuenta
la atmósfera familiar y social. Se dan concomitantemente
atribuciones inapropiadamente negativas de la familia y bajas
expectativas o desvalorización en el área de los
logros.

Suele además ser explícita y
abierta la descalificación del contexto escolar o laboral.
Los padres pueden desvalorizar los logros académicos
también explícita o implícitamente por medio
del ejemplo. Para establecer una escala de valores atribuidas al
logro se apoyan en sus propios éxitos o fracasos
intelectuales, culturales o sociales y en sus formas de
relación con figuras escolares de su propia
historia.

Obviamente una comunicación
positiva, flexible, en un grupo familiar que confía en sus
propios recursos, con una pareja conyugal fuerte y satisfecha con
el matrimonio y la vida familiar potencian las fuerzas de orgullo
y acuerdos familiares, que parecen servir de amortiguadores ante
los sucesos estresantes de la vida. Cualquier perspectiva
positiva debe naturalmente ser nutrida por un contexto alentador,
las condiciones de vida tienen que presentar recompensas
accesibles y predecibles.

c) Otro aspecto imprescindible en el
trabajo con familias es considerar los propios valores (del
profesional correspondiente) que siempre actúan como
filtros, tanto desde lo profesional como desde el género
al que pertenecemos.

d) Tomar en consideración la clase
social a la que pertenece esa familia, los aspectos de etnicidad
(tradición y conflictos con la aculturación), el
ciclo vital por el que atraviesa, las etapas evolutivas de cada
uno de sus miembros y que es lo esperable que pase en ese
determinado contexto social.

Nuevas formas y
transformaciones

A esta altura, ya expuestos los conceptos
centrales pasaremos a considerar las distintas configuraciones y
transformaciones que está atravesando lo que hasta ahora
llamábamos sin demasiadas dudas "una familia".

La familia, como institución
primaria y básica, ha sufrido cambios importantes en las
últimas décadas.

El concepto tradicional de familia y los
roles que dentro de ella juega cada uno de sus miembros, se ha
modificado sustancialmente.

Desde la familia extensa, en que
convivían varias generaciones (patriarcado) reconocemos
hoy a la familia nuclear (de padres e hijos) y otras formas de
agrupamientos familiares muy diferentes de pautas
históricas anteriores.

Estos modelos se dan en todas las clases y
niveles sociales dando lugar a diversas configuraciones
familiares: familias uniparentales, familias ensambladas,
familias reorganizadas, hijos que no conviven con sus padres,
convivencias de miembros que no poseen lazos
consanguíneos, "parientes sin nombre", (el lenguaje
cotidiano lo expresa con su habitual riqueza: "el hijo de la
novia de mi papá, que obviamente no es mi hermano", o la
relación entre " ex- consuegros" o ex-
cuñadas).

Lejos de la idea de "familia tipo" sin
abrir juicios, ni detenerme en el análisis de posibles
consecuencias cuyos resultados aún no podemos evaluar, hoy
encontramos y debemos trabajar con formas diversas de
configuraciones familiares. Grupos familiares con padres (es
interesante mencionar que la palabra padres = parents en
inglés no tiene género), adultos de un mismo sexo,
hijos engendrados en úteros ajenos, hijos de un padre del
que sólo se requirió su esperma, etc. Varios y
fuertes modelos sociales proclaman estas nuevas formas de
configuraciones familiares (Xuxa, Madonna, etc).

Lo cierto es que existen y como grupo
padecen, sufren y demandan atención profesional diversa,
(jurídica, de salud, de educación, social,
etc).

Los roles asignados a cada sexo, inmutables
por siglos, hoy también son "sacudidos" y deben adecuarse
a necesidades y formas nuevas.

Respecto del rol femenino asistimos al
cambio del orden jerárquico anterior. La mujer accede a
roles que no hubieran podido ocupar sus madres.

El rol masculino paterno naturalmente
también ha variado, no siempre en sintonía con los
cambios del rol femenino materno. El rol de autoridad antes
exclusivo, incuestionable, rígido, la toma de decisiones,
el manejo del dinero y otras dimensiones que se ven fuertemente
cuestionadas.

Familias uniparentales, en su
mayoría nucleadas alrededor de la figura materna, nos
muestran hoy una mujer sola, soportando todo el peso de la
crianza, la manutención y el cuidado y educación de
los hijos.

Se esgrimen como explicaciones a estos
nuevos fenómenos de la vida familiar, entre otras, la
incorporación de la mujer al mercado laboral, su
igualación en muchos planos con el hombre, los divorcios,
la variabilidad en las relaciones de pareja, las familias
ensambladas. Lo cierto es que entre otros aspectos, se han
reducido de manera drástica los miembros fijos en la
familia nuclear. La consecuencia es que hay cada vez menos
mujeres y ancianos ( y hasta criados) que antes eran los miembros
de la familia que más tiempo pasaban en casa junto a los
niños.

Como efecto de ello hoy tenemos
niños y jóvenes que pasan solos o en grupos de
pares (a veces pandillas o patotas) muchas horas del
día.

Parece haberse producido "un eclipse de la
autoridad de los adultos" (Savater). Padres y adultos parecen
haber abdicado de algunas de sus funciones específicas
respecto de los niños y jóvenes.

Este "eclipse de autoridad" se hace patente
en todo lo que se refiere especialmente a modelos adultos de
conducta y aprendizaje.

Los cambios en la configuración de
la familia, los nuevos roles femenino- materno y masculino-
paterno, las exigencias laborales, económicas, la
incertidumbre existencial, la complejidad de la vida actual, ha
transformado a la familia en una instancia social que no cubre su
papel socializador de antaño y cada vez delega más
y más funciones sobre otras instituciones.

Padres y/o tutores que han perdido su
autoridad o no la ejercen, delegan sobre la escuela y otras
instituciones cada vez más funciones primarias.

La escuela, por ejemplo, imperceptible y
sutilmente las asume y los docentes pasan a ocupar roles
paternos, terapéuticos y de trabajadores sociales. Se
complejiza así su función específica de
enseñanza haciéndose cargo en bloque de aspectos
socio- emocionales y culturales de los alumnos que, por otra
parte, no puede cubrir, lo que produce un círculo de
frustración y descalificación continuo. Los
docentes, también partícipes de esta cultura
social, actúan estos mismos modelos de adultos abdicantes
lo que da como resultado una forma radicalmente opuesta al
tradicional y cuestionado autoritarismo: el permisivismo y el
facilismo.

A modo de
cierre

Hasta aquí los conceptos
teóricos y pautas centrales respecto de la familia, pero
dado que el título de esta conferencia se refiere
explícitamente al rol de la familia en la educación
de los hijos quisiera exponer algunos parámetros, modelos
o estilos familiares que la clínica nos muestra como
disfuncionales.

Predicar sobre "lo que debemos hacer" en
este terreno parece peligroso y sin dudas audaz y muy soberbio.
Por otro lado, anularía esta característica tan
genuina de las familias de hacer las cosas "a su manera" y
quitaría lo que precisamente es necesario salvaguardar el
lugar y la decisión de los padres y, en todo caso, de
todos los otros miembros de decidir qué y cómo
hacerlo y en qué tiempos.

Quienes trabajamos con situaciones humanas
complejas sabemos cuán poco nos sirven y qué poco
claros, o excesivamente amplios, son los pretendidos criterios de
normalidad y salud.

Voy a recordar un chiste que solía
contar Carl Whitaker, precursor y pionero del trabajo con
familias. Contaba con mucha gracia un chiste gráfico en el
que se veía la sala enorme de un teatro y en el escenario
un cartel que decía: "Convención Nacional de hijos
adultos de familias sanas (normales)"; en la enorme platea, llena
de butacas vacías, había sentada una sola
persona.

Quisiera una vez más a destacar
algunos ejes que como padres o profesionales pueden orientarnos
en la tarea de lograr un mayor bienestar de las familias, cada
uno desde su pequeño o gran campo de
intervención.

La necesidad de una seria reflexión
como adultos, padres, docentes, profesionales, ya que no
escapamos tampoco al signo de los tiempos. El fanatismo por lo
juvenil está presente en los modelos contemporáneos
de comportamiento adulto. La moda joven, la
despreocupación juvenil, el cuerpo ágil, los culto
a los deportes, lejos del concepto adulto vigente para
generaciones anteriores sobre la madurez adulta, esa
aleación de experiencia, paciencia, moderación y
sentido de la responsabilidad parecen estar desdibujados como
modelos de aprendizaje para nuestros jóvenes.

Para que una familia funcione como modelo
de aprendizaje o favorezca el aprendizaje de un modelo, es
imprescindible que alguien se resigne a ser adulto. El padre que
quiere funcionar como el mejor amigo del hijo, la madre que
prefiere se la confunda con una hermana mayor, no funcionan desde
su nivel jerárquico correspondiente de padres y confunden
al hijo. Cuanto menos padres quieren ser los padres más
paternalista se le exige que sea al Estado y se delegan sucesiva
y simultáneamente funciones de la familia en otros
sistemas, por ejemplo, discotecas, horarios, carnet de conducir,
prohibiciones diversas.

Lo que hemos llamado "una crisis de
autoridad en la familia", también merece un espacio de
reflexión. La autoridad no consiste en mandar,
etimológicamente proviene de un verbo latino que significa
ayudar a crecer, ayudar a que crezcan mejor, puesto que de todos
modos van a crecer irremediablemente. Si los padres no ayudan a
los hijos con su autoridad amorosa a crecer y prepararse para ser
adultos, serán las instituciones públicas las que
se vean obligadas a imponerles el principio de realidad, no con
afecto, sino por la fuerza.

Como contracara del eclipse de la autoridad
paterna-adulta es la transformación de los propios
niños y jóvenes formados dentro de este modelo
social y fuertemente influidos por la cultura en que vivimos, lo
que nos obliga a mirar más de cerca lo que rodea a la
familia: el medio.

La autoridad paterna, antes incuestionable
y casi exclusiva, sólo heredada por los maestros, hoy se
ve jaqueada entre otros aspectos por la TV que tal vez sea uno de
los protagonistas centrales de la "revolución familiar".
Ya no sólo se trata de que no eduque, sino que educa con
una fuerza irresistible. Hasta hace pocos años las dos
principales fuentes de información eran los libros y las
lecciones orales de padres y maestros y otros adultos
significativos, dosificadas sabiamente. Pero la irrupción
de la TV como un miembro más del grupo familiar
terminó con esa dosificación o progresivo
revelamiento de realidades feroces e intensas de la vida:
enfermedades, guerra, violencia, muerte, ambición,
corrupción, incompetencia.

La TV rompe los que eran tabúes para
la infancia, transforma violentamente lo que llamábamos
"inocencia infantil", lo cuenta todo. Ofrece modelos de vida,
ejemplos y contraejemplos, valores y contravalores, sin permitir
discriminar información, noticias y mensajes
contradictorios. La TV. socializa a través de gestos,
climas afectivos, tonalidades de voz, promueve creencias y
emociones y adhesiones totales, masivas. Lejos de sumir a los
niños en la ignorancia les hace aprenderlo todo y, en
general, en soledad, sin padres que puedan acompañar,
opinar, compartir, oponerse, contraargumentar.

La información masiva (no
sólo de la TV, videos, periódicos, revistas) a que
estamos sometidos y la instantaneidad de todo lo que ocurre en
cualquier lugar del planeta sin tiempo, antes de una nueva y
distinta información, fragmenta nuestra conocimiento y
nuestros vínculos más estrechos. Es muy
difícil mediatizar esta loca y arbitraria
fragmentación de contenidos. A niños y
jóvenes se les develan realidades atroces, de tal crudeza
que ni los adultos podemos a veces tolerar.

El éxito, la fama, la riqueza, el
sida, las drogas, la violencia social, la corrupción, la
mentira y el engaño dan lugar a veces a identificaciones
masivas, otras a una actitud general de saturación, poco
curiosa y muy poco cuestionadora. Asistimos, a veces muy
pasivamente, a una pérdida gradual de la capacidad de
distinguir lo real de lo virtual. "Se acabó la trabajosa
barrera que la alfabetización imponía ante los
contenidos de los libros", dice Savater., "al irse haciendo
superflua la preparación estudiosa que antes era
imprescindible para conseguir información". Esta cultura
"Light", del zapping* de la saturación, de la pasividad de
espectadores, juega en contra de la tarea de socialización
de la familia.

En este sentido, en lugar de adultos
abdicantes, o ausentes, la única vía o camino para
mediatizar, y si es posible articular la información,
parece ser convertirse en adultos maduros y
presentes.

Adultos padres y docentes que eduquen (sin
temor a la palabra educar, que también ha sufrido censura
en nuestra educación) para la selectividad, la
crítica, la confrontación, la autonomía y la
libertad responsable.

Desafiar creencias, a veces clichés
de nuestro tiempo como "no puedo controlarme", que justifica
comportarse de forma perjudicial para otros o para sí
mismo (esto vale especialmente para la violencia) es útil.
Significa promover el control deliberado voluntario y responsable
de la conducta. Obviamente esto no nace por generación
espontánea es necesario una educación, larga,
coherente con este principio, desde los estadios más
tempranos.

Nuevas investigaciones (de biólogos,
etólogos, antropólogos, sociólogos) han
proporcionado evidencias que lejos de aquella idea de
pequeños egoístas y amorales, ya desde sus primeros
años de vida los niños no sólo comprenden en
forma rudimentaria los puntos de vista de otras personas, sino
que son capaces también de adoptar conductas prosociales,
orientadas hacia los demás.

Transformar en recursos los déficits
que apunta al uso y desarrollo de un pensamiento positivo,
creador, de la mano de la autoestima, la esperanza y la confianza
en sí mismo y en otros en lugar de la sensación de
desesperanza, también se aprende en la familia.

Si se estimula la colaboración entre
los miembros, creando nuevas o renovadas competencias, apoyo
mutuo y confianza, se fomenta la creación de un clima
potenciador que permite vivenciar el producto de sus esfuerzos,
recursos y habilidades. Las experiencias de éxito, por
pequeñas que sean, aumentan el orgullo y eficacia de la
familia, permitiéndole enfrentar con mayor eficacia
aún las adaptaciones subsiguientes.

Aquí cabe mencionar que nuestra idea
occidental de "dominio" también necesita cierta
revisión. No todas las crisis de la vida tienen que ser
"dominadas", en el sentido que nosotros le damos al
término. Revertir el avance de una enfermedad invalidante,
derrotar a la muerte, implican el desafío de compartir los
esfuerzos de superación y una mayor confianza de que
serán capaces de sortear los escollos futuros.

Estimular el respeto, la tolerancia, la
serenidad, ofrecer ayuda, apoyo, reconocer y recompensar en forma
explícita cualidades y logros, las conductas positivas
prosociales, la colaboración. Alentar la empatía y
la simpatía -en el sentido griego etimológico del
término, – "ponerse en el lugar del otro" que es
comunidad de sentimientos", es también parte de una vida
familiar equilibrada y satisfactoria. La empatía
desarrolla la creatividad, puesto que identificarse con los
demás permite vivenciar una gama de experiencias superior
a la de una vida individual.

Aprender el uso del humor, el razonamiento,
el perdón o la reparación, cuando es necesario,
como parte de las costumbres de la vida cotidiana son otros
ingredientes no poco importantes.

Partes: 1, 2

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