Cómo vencer los temores en la
investigación
(Pensando en voz
alta)
Lo que no viene es cómo seguir
tan largas instrucciones: si han de aprenderse de memoria, o ser
leídas en voz alta por un amigo que lleve el
pesadísimo volumen al galope, él a pie y uno en
bicicleta, o si ha de ponerse en un atril sobre la misma para ir
leyendo…
Gabriel Zaid, Para leer en
bicicleta
En el desarrollo de un trabajo de investigación
nos enfrentamos comúnmente con tres preguntas, o
más bien, con tres clases de preguntas que apuntan a los
aspectos generales del proceso:
Qué voy a investigar: qué es esa cosa,
cómo es, es algo que se pueda investigar y vale la
pena investigar, esto es, el objeto de investigación
(en el sentido que esta palabra tiene dentro de los
ámbitos académicos; porque es bien sabido que
una mujer puede investigar el origen de las manchas de
lápiz labial en el cuello de la camisa de su esposo,
pero seguramente esto no sea material para una tesis o
trabajo de grado a presentar en alguna universidad). La
cuestión es que se supone que debo interesarme
necesariamente por algo que debe también ser
interesante desde el punto de vista de la institución
y, más aún, de las personas que eventualmente
evaluarán mi trabajo; de modo tal que a menudo
aquí el tesista comienza a plantearse severas dudas,
por no decir temores, incluso cuestionamientos de antemano, y
a decirse que esto podría parecer interesante pero
quizás no podría serlo desde el punto de vista
de un jurado, de unas líneas de
investigación…Cómo lo voy a investigar: una vez que la
persona piensa qué es lo que desea conocer y piensa
que puede llegar a ser conocido (porque esta sería
otra restricción al momento de investigar: si lo que
me gustaría hacer puede en efecto hacerse); viene
entonces el momento de preguntarse cómo se llama esto
que estoy haciendo, cuál es el método o camino
a seguir. Así como cuando decidimos hacer un viaje y
pensamos cuál será el mejor camino o medio para
llegar a donde vamos.
El método científico existe desde hace
mucho, desde hace siglos. Pero más reciente es una
disciplina que se llama metodología de
investigación, que más que una disciplina es para
mí una suerte de catálogo, de nombres a escoger
para colocarle a la idea que investigo: yo deseo conocer por
qué los hombres no revisan el cuello de la camisa
después de haber estado con alguien más. Eso que
deseo conocer debe ir acompañado de un nombre: se trata de
una investigación causal, o puede ser correlacional, puede
tener un diseño no experimental, es de campo,
transeccional… Nombres, rótulos, etiquetas, sin los
cuales la idea de investigación no está
completa.
Vienen aquí dos preguntas fundamentales (vale
decir, dos temores): si lo que estoy haciendo tiene de verdad un
nombre, o lo que es lo mismo decir, si lo que estoy haciendo en
cuanto al método que sigo es un método
válido, y si lo que estoy haciendo
(metodológicamente hablando) se corresponde con la
naturaleza de esa cosa que líneas atrás dijimos que
se llamaba el objeto de investigación. Porque si bien
tenemos una idea interesante, pudiera ser que la idea no
funcionara porque no escogimos la metodología adecuada (o
porque alguien me dice, y he aquí el verdadero temor, que
no escogí la metodología adecuada). Me hago, una
vez más, otras preguntas en voz alta: ¿se escoge la
metodología después del objeto? ¿No sirve
cualquier metodología a cualquier objeto? Para el
estudiante común, de pregrado o postgrado, que no ha sido
iniciado en los misterios de esta disciplina, esta
masonería académica, llamada metodología de
la investigación, el asunto se convierte en una ruleta
rusa: sé lo que quiero investigar, pero si no digo
correctamente cómo se llama la metodología,
pump¡
Pero el asunto es que también a veces atendemos
tanto a cómo se llama la cosa (y en este caso me ubico ya
en mi perspectiva como docente, tutor, o jurado evaluador), que
nos olvidamos de la cosa. Dicho de otro modo y en nuestra
disciplina: nos preocupamos tanto por la metodología
empleada y por saber tanto de metodologías, que nos
olvidamos del objeto. Nos preocupamos por el manual, pues, y nos
olvidamos de la bicicleta, para volver a la metáfora del
inicio. Hasta donde he podido ver, en muchos programas de
postgrado formamos más a especialistas o conocedores en
metodología que investigadores propiamente
dichos.
(Un chiste aparte: a menudo, cuando uno ve en las
películas al típico investigador de bata blanca, en
su laboratorio, hablando de la situación que estudia,
siempre habla de lo que investiga, de los avances y de los
resultados, pero nunca los escuchamos hablando de la
metodología que empleó.)
Por último, viene posiblemente el mayor temor
de todos los que no estamos habituados a escribir como una
forma de vida: cómo lo escribo, qué escribo. El
temor, tantas veces descrito por muchos escritores, de
enfrentarse a la hoja en blanco, o de enfrentarse al tutor,
al jurado, no con una hoja en blanco, sino con una hoja que
no dice lo que debería decir. A mí me causa una
profunda perplejidad cómo unas personas que no
estuvieron en el mismo lugar que la persona que
investigó saben lo que debe decir el texto… pero
bueno.
Lo peor de esta parte es la mayor preocupación de
la adecuación del texto no a lo que debe decir, en la
medida que refleja un proceso de investigación, sino a una
serie de normativas: las normas APA o UPEL… entonces,
aquí volvemos a la idea de inicio: cómo hacemos
mientras manejamos la bicicleta y leemos el manual, prestamos
más atención lo que leemos o al volante de la
bicicleta.
Voy a empezar a desenrollar la madeja por el
último cabo. Después de tantos años
escribiendo (ya sé lo que están pensando, que yo me
veo muy joven, gracias, lo sé)… después de
tantos años escribiendo, uno descubre no sólo que
los textos tienen la increíble cualidad de la
maleabilidad, es decir, uno puede escribir cualquier cosa como
punto de partida y después hacer modificaciones sucesivas,
sino que nunca hay un texto que esté completamente mal ni
completamente bien ni completamente terminado.
Lo primero que habría que hacer es cambiar la
actitud ante el texto, ya sea el que escribimos como
investigadores y el que leemos como evaluadores. Un texto no es
nunca un producto, es siempre un proceso: todo texto
debería tener en la portada el rótulo "en
construcción" (como nuestro cine club). Y más en
estos casos, donde cualquier cosa que se diga está sujeta
a posteriores y sucesivos ajustes, por no decir infinitos
ajustes. Quizás el énfasis que hemos puesto a lo
largo del proceso educativo de ver los textos como productos a
los que, una vez entregados, se les asigna una
calificación, sin darle, salvo raras veces, la oportunidad
al participante de rehacerlo, sea el mayor condicionante de los
temores que sentimos al investigar o que sienten nuestros
estudiantes cuando tienen que escribir acerca de lo que
están investigando o han investigado.
Entonces éste es mi consejo inicial, para una
investigación o para lo que sea que vayas a escribir:
escribe cualquier cosa y después vamos viendo. Es
difícil modificar por escrito una idea que no se ha
escrito. En el caso de los acá presentes, profesores de
diseño en su mayoría, es fácil comprender la
similitud: el texto que voy presentando es un boceto; si el
estudiante no hace un boceto, no se puede mejorar. La escritura
es una forma de pensamiento. Yo pienso por escrito, muchas veces,
es decir, comienzo a escribir aún sin tener siempre
completamente claras las ideas, pero en la medida que las voy
desarrollando y viendo en el monitor de la computadora, las
comprendo mejor y organizo mejor. Escribo para saber por
qué escribo, dijo José Agustín Goytisolo, un
autor español. Dicho de otro modo, escribo para comprender
mejor lo que pienso.
El temor que nos generamos constantemente (y el temor
que generamos, ya que hablamos entre colegas profesores que
constantemente revisamos los trabajos de los estudiantes) debe
ser sustituido por una actitud clave ante el texto: antes de leer
lo que escribió el estudiante, primero escucho lo que dice
que ocurrió; luego veo, leo, si lo que dice (escribe)
concuerda con lo que dice que ocurrió; por último
me preocupo por la corrección gramatical o por las normas
APA (aunque para mí normas APA y preocupación no
son ideas que suelen estar en la misma oración). Dicen que
éste es uno de los criterios de la verdad: si lo enunciado
concuerda con lo ocurrido. Después de todo, no debemos
olvidar que ese texto que presentan los investigadores es, ni
más ni menos, que un informe. No es la
investigación (aunque en virtud de una sinécdoque
ha pasado a llamarse con mayor frecuencia investigación al
producto más que al proceso, al texto más que a la
acción).
Ahora bien, tengo para mí que la raíz de
algunos de los temores que generan los profesores que se
constituyen en evaluadores de trabajos de grado (mejorando lo
presente), en relación con las benditas normas APA, es que
no tienen nada más que decir del trabajo, porque no
conocen en demasía del asunto, pero si no dijeran nada,
quedaría en entredicho su incuestionable autoridad
académica, por lo que es mejor hacer muchas observaciones
con respecto a las normas APA que no decir nada para que no
piensen que uno no sabe nada. Así que tenemos miedo y
proyectamos este miedo (mejorando lo presente). Esto sobre todo
ocurre con los docentes que no han acompañado el proceso
desde el inicio sino que sólo han visto el informe
final.
Voy ahora, en orden regresivo, con el segundo temor: la
adecuación de la metodología al objeto. Si tenemos
un claro objeto de estudio como investigadores, no
deberíamos sentir el más mínimo temor,
porque es más fácil adecuar una metodología
a un objeto que viceversa. De todas maneras, en ese amplio
catálogo que son las metodologías, casi todo cabe.
Lo único que tenemos que saber es cómo se llama eso
que estoy haciendo, porque de seguro lo que estoy haciendo tiene
un nombre. Si yo no lo sé, hay un tutor, un asesor, un
jurado, alguien que orienta. Para mí ése
debería ser el temor menor, porque si hay, como
decía, un claro objeto de estudio, tenemos un objetivo,
que es como decir, haciendo la analogía, un lugar a donde
ir, ya encontraremos el camino (eso es lo que significa
método).
Y si sucede, como cuando vamos por la carretera, que no
encontramos la vía, preguntamos. Lo que no haría yo
es cambiar, siguiendo con la metáfora, el lugar a donde ir
por el temor de no saber cómo ir, porque entonces vamos a
comenzar muchas veces el camino y no vamos a llegar a
ningún sitio. Caminos hay, a veces más de uno para
llegar a un mismo sitio. No todos somos expertos en
metodología (si es que existe tal cosa). Pero lo que
importa o debe importar, para nosotros, es ser expertos en el
asunto que investigamos. Saber lo que quiero es anterior a saber
cómo lo voy a conseguir, y no depende de eso, sino al
contrario. El objeto y el método, el qué y el
cómo. Uno determina al otro pero no es determinado por
aquél. Es lo que deberíamos recordar
siempre.
En cuanto al temor sobre el objeto de estudio, su
adecuación o no, su claridad en cuanto objeto tesible, lo
primero que hay que hacerles saber a tesistas y tutores es
aquello que decía Miguel Martínez: uno primero
realiza la investigación y después descubre
cuál era el problema. El asunto es que en muchos de
nuestros círculos académicos comenzamos por
exigirle al investigador que diga claramente qué es lo que
se propone estudiar, como si de una vez ya debiera tener claro el
objetivo, el título y hasta el planteamiento cuando piensa
en investigar algo. Si habláramos en términos
claros, y lo que desde el punto de vista de la estructura del
texto representan estas secciones del trabajo de grado (me
refiero a título, planteamiento y objetivo), éstas
tienen una suerte de función introductoria al meollo del
asunto; y básicamente las introducciones son lo primero
que se lee pero lo último que se escribe en un trabajo,
porque dan un panorama general del trabajo y, como se sabe, el
panorama general sólo lo tengo cuando el trabajo
está completo.
En la investigación tradicional una
hipótesis era una orientación, pero el hecho de no
poder comprobar la hipótesis significaba que el trabajo
estuviera malo. No comprobar una hipótesis
significa saber también algo acerca de aquello sobre lo
cual se investiga. Para decirlo con palabras de Thomas Alva
Edison: podemos descubrir las mil formas de no hacer una cosa, y
eso también es conocimiento. Lo cierto es que la
única forma de saber si esto es o no lo que vamos a
investigar, es investigándolo. No lo podremos saber a
priori. Cuando un estudiante o un grupo tienen una idea, yo no
les digo si está bien o está mal hasta que no salen
al campo y lo comprueban por sí mismos. A veces algunos se
sienten decepcionados o defraudados porque no les
funcionó, pero es bueno hacerles ver que si no hubieran
probado esa idea que les falló, a lo mejor no consiguen la
idea que sí les iba bien.
Dicho de otro modo, el objeto de investigación no
necesariamente tiene que estar perfectamente redactado desde el
inicio. Es también parte de un proceso, o un proceso en
sí, poder saber si a ciencia cierta, en unas pocas
palabras, esto es lo que vamos a investigar. Es un arte que
requiere paciencia, capacidad de observación, capacidad
para poder interactuar con lo que se observa, vale decir,
análisis, y por último, capacidad de
síntesis para abarcar en unas pocas palabras todo lo que
se investiga: ¿cuántas palabras tienen un
título, un objetivo? ¿Veinte? Todo un proceso,
pues. Y así se los hago saber a menudo. Quien sepa, desde
un primer momento, qué es exactamente lo que va a
investigar, quien de buenas a primeras pueda redactar, sin
cambiar ni una palabra, un objetivo o un título, no
sólo tiene un don para investigar sino para la
clarividencia y debería entonces ejercer mejor un oficio
adecuado con ese don.
Por ahora quizás he hablado un poco del miedo que
tenemos cuando investigamos, pero también del que nosotros
como profesores, tutores, asesores o jurados tenemos o generamos
y producimos; porque a veces los temores de los investigadores no
son acerca de lo que investiga, de los métodos, ni de los
textos que debe escribir. Le tenemos miedo a ese que me va a
evaluar. Y si quien me va a evaluar también tiene
miedo… es que cuando se tiene miedo, por lo general lo
contagiamos a los demás. A la pregunta inicial de
cómo vencer los temores en la investigación,
deberíamos añadir la de: cómo hacer para no
producir yo más temores en las personas a las que
acompaño en un proceso de investigación. Lo bueno
de todo es que la confianza también se
contagia.
Volviendo a la pregunta inicial, hay que estar claros en
algo: la metodología de investigación en cuanto
disciplina, como dijimos, es una disciplina en ciernes. Hace
algunos años nadie hablaba de los métodos
cualitativos; ahora sí. No hay nada definitivo al
respecto, no hay todavía una última palabra. Si
como dice el poema, luego llevado a canción, no hay
caminos, se hace camino al andar, yo diría que no hay
métodos, se hacen al andar, al investigar. En el marco de
una investigación no sólo descubrimos cosas acerca
de aquello sobre lo cual investigamos, sino acerca de la forma o
formas de investigar. Y eso tampoco lo puedo saber de antemano.
Tengo que investigar para saber cómo investigar. Y si no
veo claro el camino, quizás es porque estoy abriendo yo el
camino. Tampoco hay por qué temer: sólo así
se descubre lo nuevo.
Autor:
Rafael Victorino Muñoz