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Defensas ante la piratería inglesa en las costas del Nuevo Mundo




Enviado por Pedro Lasarte



    Defensas ante la piratería
    inglesa en las costas del Nuevo Mundo: del encomio imperial a la
    vituperación jocosa

    El estudio de la compleja interacción entre la
    producción literaria administrativa u oficial y la
    sátira en los virreinatos americanos puede, a mi parecer,
    dar frutos históricos, sociales y literarios de
    importancia e interés. Es un lugar común, y no sin
    cierto mérito, el polarizar ideológicamente, por un
    lado, ciertos géneros considerados oficiales, como, entre
    otros, memoriales, gacetas, teatro, o poesía épica;
    y por otro lado, el género satírico. Los primeros,
    en cierto sentido son vistos como portavoces de lo que se viene
    pensando como discurso imperial, mientras que el segundo se puede
    visualizar como subversivo, o, si se quiere, en última
    instancia, anti-imperial. Ahora, si bien tal polarización
    a grandes pinceladas puede dar una visión no equivocada en
    términos generales, hay que advertir que una
    aproximación más detenida a tal tajante
    oposición más bien nos lleva a visualizar fisuras y
    contradicciones. Menciono esto para dejar constancia de que si en
    este ensayo me aproximaré a textos que parecen ser
    tendenciosamente unívocos, aclaro–como he escrito en otro
    lugar–que al ver las obras o los poetas en su producción
    más total, éstos más bien se escapan de lo
    que aquí parecerá bastante unidimensional y
    tendencioso–ya defensor, ya subversivo–hacia el
    poder.[1] Como bien ha sugerido María
    Soledad Barbón, para el caso de la sátira tal
    comprensión conlleva «residuos de una
    historiografía liberal, iniciada en la segunda mitad del
    siglo XIX, que tras un primer rechazo de la época colonial
    construyó un esquema teleológico de la literatura
    cuyo punto final es la independencia
    política»[2]. A continuación
    intentaré abordar este asunto, acercándome primero
    a un poema satírico de fines del siglo XVI,
    anónimo, aunque atribuido a Mateo Rosas de Oquendo, La
    victoria naval Peruntina
    ; y luego, dos poemas de Juan del
    Valle y Caviedes, satírico virreinal peruano de las
    últimas décadas del siglo
    diecisiete.[3]

    El poema épico burlesco La victoria naval
    Peruntina
    es conocido, aunque poco, por su parodia de los
    elogios hechos por Pedro de Oña en su Arauco
    Domado
    a la participación de don Beltrán de
    Castro y de La Cueva en el combate naval que tuvo con el pirata
    Ricardo Aquines (Richard Hawkins) en las afueras del Callao hacia
    1594. Precisamente, el 17 de mayo de ese año Don
    García Hurtado de Mendoza, Virrey del Perú, recibe
    noticia de la presencia del inglés y se encamina al puerto
    del Callao para preparar la defensa de las costas de la capital
    virreinal. Para el caso pone a su cuñado, don
    Beltrán de Castro y de la Cueva al mando de una flota de
    tres galeones y tres patajes para que salga a la caza del
    inglés. Después de doce días divisa su
    bandera en el puerto de Chincha, pero una inesperada tormenta le
    obliga a regresar al Callao. Luego de una rápida
    recuperación zarpa nuevamente, ahora al mando de
    sólo dos navíos, la Almiranta y la Galizabra, con
    los cuales logra darle alcance al inglés en las afueras de
    San Mateo, e inicia una batalla naval en la cual Hawkins resulta
    herido y llevado prisionero al puerto de Panamá. El 14 de
    septiembre, día de la «fiesta de la Cruz»,
    llega la noticia a Lima y causa gran entusiasmo. Tal es
    así que en ese mismo año de 1594 se publica uno de
    los primeros incunables de la imprenta en Lima, una
    Relación por Pedro Valaguer de Salzedo, Correo
    Mayor del Perú, en la cual el triunfo de Beltrán de
    Castro recibe una hiperbólica celebración, sobre
    todo tratándose de la posible invasión de un hereje
    luterano–recordemos que la amenaza protestante ya era encarada
    fuertemente por la corona española–. Allí, es
    decir en la relación, leemos que el virrey Hurtado de
    Mendoza

    fue al monasterio de sant Agustín donde
    visitó el Sanctisimo sacramento [. . .] dando gracias por
    tan célebre, y importante victoria, y por mas regozijarla,
    anduvo por las calles, acompañado de sus criados, y de
    otros muchos caualleros, y vezinos, que acudieron con sus hachas
    encendidas, y el viernes siguiente [. . .] se hizo vna muy
    solemne y general procession . . . y el sábado se
    corrieron toros, [y] se van haziendo otras fiestas y
    regocijos[4]

    Debemos reconocer que el acalorado júbilo que
    causó la derrota de Hawkins se daba no mucho tiempo
    después de la derrota de la llamada «armada
    invencible», en 1588 por los ingleses y también las
    múltiples incursiones de piratas, como las de Drake en
    1579. El rey mismo, en carta congratulatoria a García
    Hurtado de Mendoza, la llama una importantísima derrota
    que pondrá fin a futuros intentos de
    piratería[5]Cabe notar que la alabanza del
    evento hace escuela: la recuerda, por ejemplo, entre otros,
    Cristóbal Suárez de Figueroa en 1613, luego cruza
    el océano y es revisada por Lope de Vega en su comedia
    Arauco domado (c. 1618), y llega a ser exaltada aun en
    el siglo dieciocho por Luis Antonio Oviedo de Herrara, Conde de
    la Granja en su Vida de Santa Rosa de
    Lima
    [6]Pero lo que nos interesa aquí
    es el elogio de la musa épica. En el Arauco
    domado
    de Pedro de Oña (1596), leemos que don
    Beltrán de Castro es «luz resplandeciente de la
    Cueva; / Aquél que por blasón y gloria nueva /
    Merece en vida estatua de alabastro, / Y en muerte, si la muerte
    al fin le llama / altares consagrados a la
    Fama»[7]. Y sobre su participación en
    la batalla naval, escuchamos que «Solícito a su
    bando solicita, / Al falto ya de espíritu conhorta, / Al
    sin sazón colérico reporta, / Al que parece
    inhábil habilita; / [. . . ] / Y estando todo en todo lo
    que importa, / [. . .] / colma las medidas de su
    cargo»[8].

    Ahora, a pesar de que la derrota de Hawkins sin duda fue
    un episodio importante, lo que deseo aquí es contrapuntear
    estos elogios con la sátira, elogios que sin duda
    exageraban el incidente, demostrando una actitud
    «monumentalizadora» del evento–por así
    decirlo–y algo que conllevaba un propósito
    ideológico deseoso de reforzar el poder, ya debilitado, de
    la corona virreinal y su dominancia marítima. El poema
    épico burlesco, La Peruntina, que sin duda
    circuló en forma manuscrita por esos momentos,
    habría hecho reír a más de un habitante del
    virreinato, a pesar de la aprensiones que podrían sentir
    ante la amenaza inglesa. No hay que olvidarse que ésta era
    real y causó estragos y muertes. Acerquémonos
    entonces a algunas instancias del diálogo paródico
    que este poema entabla con el Arauco domado y la ya
    vista exaltación de los hechos heroicos de Beltrán
    de Castro y de la Cueva.

    Primero habrá que ver el acercamiento jocoso de
    La Peruntina a varias de las convenciones literarias
    utilizadas por Oña. Lo primero que se nota al abrir un
    texto épico son los «preliminares»,
    páginas introductorias que, además de las
    necesarias aprobaciones, incluían varias composiciones en
    alabanza del autor. Para el caso del Arauco domado,
    Oña es elogiado por un número de representantes del
    sector letrado virreinal. A modo de ejemplo veamos una, del
    Doctor Jerónimo López Guarnido,
    «Catedrático de Prima de Leyes de la Universidad de
    Lima»:

    Vuestro talento oculto, en lo secreto

    Ha sido bien que en sí no se consuma

    Sino que en otro gran Pompeyo Numa

    Muestre (causando asombre) su consuelo

    [. . .]

    El censo os dan, que daros no se excusa,

    Porque en la perfección de la
    poesía,

    Oña divino, a todos váis
    sobrando[9]

    Lo que se nota aquí es que estos textos
    introductorios tenían un importante valor oficial, y no es
    casualidad, por lo tanto, que se he hallen parodiados, de una
    manera interesante, en La Peruntina. Aunque a primera
    vista la disposición del poema carece de composiciones
    preliminares como las del Arauco domado, una lectura
    detenida de sus primeros setenta y ocho versos trasluce una
    intencionada parodia de tales elogios de autor. Allí un
    narrador anónimo le entrega al lector la figura del poeta
    que ha de cantar la derrota de Hawkins. Éste, sin embargo,
    a diferencia de lo dicho sobre Oña, es un hombre
    «ocioso, pobre y mal contento / . . . / un poco libre, algo
    impertinente»[10] (vv. 1-4) ; y sobre su
    integridad moral leemos que «entre los cortesanos es
    pasante, / entre los académicos novicio, / y entre los
    letrados mete su cuchara, / y no hay cosa de que no sepa un poco,
    / y todo junto viene a ser nonada» (vv. 13-17) . Por otro
    lado es importante notar también que la individualidad y
    privilegio de la voz poética, o épica, sufre una
    desarticulación, presentándose como voz popular
    normalmente excluida del habla oficial. En referencia al
    entusiasmo ante la derrota de Hawkins, el narrador de La
    Peruntina
    se presenta como testigo de «las fiestas,
    procesiones, luminarias, / parabienes, congratulaciones, /
    relaciones impresas» (vv. 39-41) . Él habría
    compartido con el pueblo un descontento ante los favores
    otorgados por la corona a raíz del triunfo naval:
    «encomiendas de repartimientos / a títulos de
    premios de guerra, / recibimientos de los capitanes / en forma de
    triunfal y aclamaciones / . . . / pareciéndoles para
    sólo un huevo / mucho cacarear de gallinas / y chico el
    santo para tanta fiesta» (vv. 47-54). Y de inmediato, a
    diferencia del poema épico inspirado por las musas, el
    narrador nos dice que él va a cantar más bien
    «llevado por las olas de la gente / y convencido de la
    muchedumbre» (vv. 56-57) . Hay que anotar aquí que,
    curiosamente, la historia parece quizás respaldar esta
    postura jocosa y paródica de La Peruntina. Como
    nos informa Ramiro Flores Guzmán, aunque más bien
    en relación a Francis Drake, «algunos individuos
    invocaron el apoyo de los piratas, pues se encontraban
    descontentos o enojados por haber sido postergados en el disfrute
    de prebendas»[11].

    Ahora, las referencias paródicas a la alabanza de
    la batalla contra Hawkins en Oña son múltiples,
    pero aquí escojo sólo un par a modo de ejemplo. En
    el canto XVII del Arauco domado la salida de
    Beltrán de Castro del puerto del Callao es enaltecida por
    la musa poética al recurrir al conocido tópico del
    amanecer mitológico:

    Más ya que sobre el campo cristalino

    el padre de Faetón su luz dilata,

    Haciendo de las ondas fina plata,

    Y al arenoso, de oro fino,

    Veréis con un tropel tan repentino

    Que el ánimo y sentidos
    arrebata[12]

    El amanecer no sólo sirve para enaltecer la
    empresa de Don Beltrán, sino a la vez para augurar el bien
    por venir: «¡Oh descuidado apóstata Richarte /
    Procúrate volver a quien te envía, / O toma, si
    pudieres otro rumbo, / Porque tu perdición está en
    un tumbo!»[13]. La Peruntina, al
    acercarse a ese mismo momento de la batalla naval, es decir la
    salida de Beltrán de las costas del Perú, en
    recuerdo de Oña, también acude a un amanecer
    mitológico, pero, claro, paródico y
    burlesco:

    [. . .] en sabiendo

    el alto presidente del Parnaso

    la turbación confusa y sincopada

    en que se halla, con la nueva horrenda,

    el reino que produce las riquezas,

    levantóse el cabello
    desgreñado,

    bostezando, y fregándose los ojos,

    y estando rascando no sé dónde,

    soltóse uno sin maldito el hueso.

    [. . . ]

    Oyéndolo la noche tenebrosa

    [. . .]

    tapóse las narices con la mano

    diciendo «pape ése la
    virreina».

    Despachó luego Apolo su lucero

    [. . .]

    que con centelleantes ojos vivos

    de la altura del cielo columbrase

    si parecían ingleses por la tierra. (vv.
    369-387)

    Paso ahora a una segunda instancia paródica. El
    poema de Oña, típica y tópicamente acude a
    una profecía sobrenatural–o Providencial–sobre el
    triunfo de Beltrán de Castro sobre Hawkins. En el canto
    XVI cuenta la indígena Quidora un sueño
    enigmático, en el cual a Hawkins se le presenta como un
    «drago diabólico»:

    Por una gruta negra y espantosa

    Adonde luz escasa parecía,

    Un drago forcísimo salía

    Lanzándose en el mar con sed rabiosa;

    [. . .]

    Mas cuando se tornaba ya gozoso

    El drago con el hurto y presa nueva

    Salió tras él bramando de una
    cueva

    Un bravo león de cuello vedijoso

    [. . .]

    Hasta que ya, cogiéndolo en sus brazos
    ,

    Al ávido dragón hacía
    pedazos[14]

    Y es este vaticinio que le permite a Oña dar un
    salto temporal para confirmar con su canto la grandeza de la
    batalla naval: «yo que mientras todos han hablado / He solo
    sus razones atendido, / Por las de la zagala he colegido / Que lo
    que entonces fue profetizado / Es lo que agora acaba de
    cumplirse, / Si pudo bien tan grande
    predecirse»[15]. Lo que vemos, entonces, es
    que Oña inscribe el evento dentro de la conocida
    interpretación providencial de la historia, visión
    que estaría del lado de la conquista, justificando y
    alentándola. Hay que ver que la Providencia también
    le sirve a Oña para explicar el fallido primer intento de
    Beltrán de Castro. Nos dice que «vino la tormenta /
    Por especial favor del alto cielo / Para que don Beltrán
    acá en el suelo / Su mérito aumentase, si se
    aumenta; / Pues no fuera el vencer de tanta cuenta / Sino cubrir
    su lustre, al menos, del que digo, / Rendir con tal ventaja al
    enemigo»[16]. Es decir, muy curiosamente,
    Dios intervino para que el triunfo español no pareciese
    poca cosa por la desventaja de números. El segundo
    encuentro, en el cual capturan a Hawkins, sería mas parejo
    y, por lo tanto, el triunfo español más digno de
    ser cantado y alabado. Esto no se le escapa a La
    Peruntina
    ya que la Providencia es también parodiada
    jocosamente. La supuesta intervención divina para nivelar
    el combate es rebajada cómicamente. Allí hallamos a
    un cobarde y codicioso Beltrán de Castro quien, durante la
    batalla, llevado por el miedo, acude a Dios para pedirle que
    intervenga en su favor: «Vesme Señor aquí a
    tus pies rendido / y aun a los de este inglés si tu no
    ayudas. / Yo conozco señor, y lo confieso / que soy un
    tonto y mísero gallego» (vv. 533-536). Esta
    confesión de su cobardía y necesidad, invirtiendo
    el elogio de Oña, es respondida por la Providencia:
    «Dí mísero gallego de qué temes / de
    qué tiemblas y andas sin aliento / estando en un
    navío que pudiera / a dos ingleses abordar seguro. /
    Averguénzate puerco, y considera / la ventaja que tienes
    de tu parte: / tú tienes dos navíos contra
    uno» (vv. 595-601). Vemos, entonces, que La
    Peruntina
    , en su diálogo con Oña y con otros
    textos de carácter exaltadores del evento y así
    defensores del llamado proceso imperial y su poderío,
    rebaja jocosamente la voz de la autoridad, reflejando
    quizás, lo que habrían sido no pocas opiniones por
    parte de un lector limense crítico de la actitud
    propagandista de la corona.[17]

    Doy ahora un salto, de bastantes décadas, para
    acercarme a otro momento en que la sátira se encara
    cómicamente con la realidad virreinal en torno a la
    amenaza inglesa, en este caso a través de la poesía
    satírica de Juan del Valle y Caviedes. Flores
    Guzmán nos recuerda que «a partir de la
    década de 1670, bucaneros y filibusteros de varias
    nacionalidades hacen su aparición en el Mar del Sur. Sus
    intenciones eran simplemente el robo y el pillaje a gran escala
    [. . .] [y conjetura] que esta época puede ser considerada
    como la más violenta en la larga serie de incursiones
    piratas durante la Colonia»[18]. Como he
    intentado mostrar en otro lugar, la sátira de Valle y
    Caviedes, por lo general sobre médicos, se halla
    entrelazada con la crítica jocosa del discurso oficial o
    autorizado, algo que sin duda nos recordará lo ya visto
    con La Peruntina[19]Me traslado entonces
    a las últimas décadas del siglo XVII, época
    en que, como nos recuerda José Luis Romero, los memoriales
    de carácter oficial eran documentos de suma importancia y
    éstos circulaban–nos dice– en una urbe o «ciudad
    hidalga» con un complejo mundo burocrático de
    «intrigas y falsificaciones»[20]. Hay
    que notar que los memoriales burlescos de Valle y Caviedes por lo
    general entrelazan dos voces: la del narrador del poema y la del
    sujeto al cual se le atribuye haber escrito el documento. La
    expresión crítica se entrega así en una
    suerte de tercera persona. Las burlas ironizan la importancia del
    memorial, entregándolo en un lenguaje callejero y popular
    que invierte su carácter letrado. Uno de estos poemas, que
    quiero ver aquí, es el «Memorial que le da la muerte
    al virrey en tiempo que se arbitrara si se enviarían
    navíos con gente de guerra para pelear con el enemigo
    inglés o si se haría muralla para resguardar la
    ciudad de Lima»[21], poema que conlleva una
    burla del arbitrista, figura satirizada en la época y,
    curiosamente, ejercicio burocrático en el cual
    participó el mismo poeta Valle y
    Caviedes[22]

    Por esas épocas, sobre todo para el contexto
    peninsular, la proliferación de los proyectos de estos
    personajes, a ratos absurdos, era señal de la crisis por
    la cual pasaba el imperio español. En el poema de Valle y
    Caviedes la voz del arbitrista llega de ultratumba, algo que no
    sólo se mofa de su ineficacia, sino que también
    alude serio-cómicamente a la debilidad e ineficacia del
    poderío militar español y sus colonias ante la
    amenaza inglesa. Rubén Vargas Ugarte nos recuerda que la
    población de Lima se hallaba en estado de pánico
    ante la posible invasión de piratas, entre ellos Eduardo
    Davis, quien, hacia 1683, había entrado al Mar del Sur. De
    hecho, una escuadra española se enfrentó,
    triunfantemente, con los corsarios el 11 de julio de 1685, pero,
    y cito a Vargas Ugarte, «por diferencias entre los jefes y
    disputas que no tenían razón de ser, estando ya
    casi rendido el enemigo, éste pudo emprender la fuga,
    valiéndose de la mayor ligereza de sus
    barcos»[23]. Señala luego que en su
    relación oficial el virrey llega a reconocer que
    «fue un contratiempo serio el no haber destruido a los
    piratas, teniéndolos a la mano y dejándolos partir
    sin pérdida de un solo navío», pero no indica
    claramente la responsabilidad del suceso, atribuyéndolo
    más bien a «cambios imprevistos del
    tiempo»[24]. El miedo que sentía la
    población limeña se oye, por ejemplo, en las
    palabras de un «buen cura», quien repite una creencia
    que si las cosas seguían como estaban,
    «nombrarían Virrey y agasajarían a todos los
    indios y negros y en poco tiempo sería todo este Reino del
    Perú de Inglaterra»[25]. El cura
    expresa sus temores precisamente en un memorial al
    virrey:

    No lo dudo, Señor, ni por acá se duda; si
    V.M. no se sirve embiar algunos navíos armados, porque el
    pavor que ha permitido Dios se infunda en los españoles es
    de calidad que, a la voz de que viene el inglés, raro es
    el que no tiembla, pues con aver sabido, sin admitir duda, que la
    gente que tiene no llega 200 hombres y que, dada la primera
    encarga, si los acometen, no tienen resistencia, no se an
    atrevido, huyendo vilmente [. . .] ¿Pues si con un
    número tan corto a hecho tales destrozos, que se
    podrá recelar si vienen
    muchos?[26].

    Guillermo Lohmann Villena, por su lado, nos muestra que
    la preocupación ante un posible avance inglés era
    compartida por todos, y que se había llegado a un acuerdo
    que amurallar la ciudad era quizás el medio más
    viable de defensa. «Era convicción general—nos
    dice—que constituía imprudencia temeraria arriesgar
    la suerte de la capital del Virreinato, con todas sus riquezas y
    su significado político, al albur de un choque armado. Sin
    reparar ni en desembolsos ni en las exacciones que hubiesen de
    asumir, todos se decidían por una obra de esa
    índole, y hasta en los sermones se exhortaba a las
    autoridades civiles a llevar a la práctica sin tardanza y
    a los fieles a cooperar económicamente sin
    regateos»[27]. Dice también Lohmann
    que «los vecinos, acobardados, estaban llanos a abrir sus
    bolsas»[28]. Y añade que el virrey,
    Duque de la Palata, «requirió en los primeros
    días de noviembre [de 1683] el parecer de los jefes de
    alta graduación más experimentados que tenía
    a su lado. En esa junta de guerra, los pronunciamientos
    favorables a la muralla constituyeron la mayoría absoluta,
    aunque cada diciente expuso matices
    personales»[29].

    Tanto el temor de los pobladores de la capital virreinal
    como las complejas andanzas burocráticas sobre el mejor
    procedimiento para combatir al enemigo fueron sin duda
    munición muy apropiada para la burla de Valle y Caviedes.
    Jocosamente, con su «memorial» parece
    unirse—paródicamente–al grupo de expertos
    consultados, aunque, en contra del consenso, prefiere el
    encuentro militar sobre la fortificación. La muerte, como
    arbitrista, ofrece su opinión para enfrentarse al peligro
    inglés: sugiere que sí se debe enviar una flota a
    guerrear con los piratas, pero esa flota, alegórica y
    jocosamente, debería componerse de los médicos de
    Lima, algo que al satírico le permite pasar revista a
    muchos de sus blancos favoritos. Se le avisa al
    «Excelentísimo Duque» que la sugerencia de la
    Muerte para «tan apretado caso», es que
    embarque

    a todos los boticarios.

    Médicos y curanderos,

    barberos y cirujanos,

    sin reservar a ninguno[30]

    Tales arbitrios de la sabia Muerte, que en cierto
    sentido se burlan del pánico de los limeños,
    sugieren un escuadrón alegórico; es decir un
    escuadrón de «matasanos» peligroso.
    ¡Qué mejor arma contra los piratas que los
    médicos de Lima! Se acude, por ejemplo, al doctor
    Francisco del Barco–de apellido muy apropiado–como una de las
    posibles soluciones:

    ¿Soldados son menester?

    ¿A dónde está un doctor
    Barco

    que puede abordar a un

    bajel de vidas cargado?[31].

    El lector coetáneo a Valle y Caviedes
    sonreiría aquí no sólo por reconocer el
    juego burlesco con el nombre del médico–Barco–sino
    también por estar al tanto de las discusiones y
    política, no solo sobre el peligro pirata, sino
    también sobre la asignación, poco transparente, de
    algunos médicos a puestos oficiales. A
    continuación, la Muerte también arbitra que el
    virrey ha de hacer uso de otro médico, Vázquez,
    como arma ofensiva. Allí se hace alarde de una burlesca y
    escatológica referencia que recuerda los ataques
    comúnmente dirigidos al hereje inglés como
    sodomita; pero ahora, inversamente, la burla se dirige al
    médico virreinal. Se trata de Vázquez, un
    «campeón moderno», nos dice, porque
    habría de ser un gran defensor ante la amenaza pirata ya
    que

    [. . .] con jeringas y caldos,

    por la retaguardia birla

    escuadrones de hombres
    sanos[32]

    Luego, el final del texto burlesco de Valle y Caviedes
    hace suya una imagen que recuerda una suerte de «nave de
    los locos» en la cual se embarcan, o se destierran, todos
    los artificios usados por los médicos, los cuales son
    metaforizados como armas bélicas para combatir contra el
    inglés:

    En fin, de todas aquestas

    naves cargadas de emplastos,

    de tientas, de postemeros,

    de polvos confeccionados.

    De diagridios, mechoacanes,

    y todos cuantos petardos

    y bombardas, las recetas

    nos muestran en sacatrapos,

    ballestas, machetes, flechas,

    tridentes, lanzas y
    garfios[33]

    Y la petición, ante el peligro, es inmediata:
    «que luego, sin dilatarlo, / mande que salgan al mar / los
    campeones señalados»[34]. El poema,
    entonces, reitera su burla de la medicina, pero también
    pone en tela de juicio los intentos, dificultades y discusiones
    ante el deseo de combatir contra los
    piratas[35]

    Cabría ahora, según nuestra lectura de
    este memorial burlesco, sugerir un diálogo con otro poema
    de Valle y Caviedes, un romance que jocosamente regresa sobre la
    preocupación que se tenía ante la amenaza del
    «inglés». En cierto momento de este otro poema
    presenciamos un interrogatorio burlesco de connotaciones
    inquisitoriales. Leemos una serie de preguntas que el
    Protomédico de Lima, el Dr. Francisco Bermejo, le hace a
    un «inglés» que desea ser aceptado en la
    profesión médica. El lector de la época sin
    duda se reiría mucho de este examen ya que fue un
    requerimiento para ser aceptado como médico creado a
    instancias del mismo Bermejo. Éste lo había exigido
    en un memorial a la corona, acudiendo al hecho, algo olvidado,
    que así se estipulaba en la Recopilación de
    Leyes de las Indias
    [36]Ahora, este
    «inglés»–nombre ya genérico para
    pirata, en parte en relación a la xenofobia
    «luterana»– al ser interrogado, nos enteramos, es en
    verdad un verdugo, equívoco que da lugar a un
    número de yuxtaposiciones que desarrollan una
    dilogía con que se elabora otra burla común de la
    medicina en el poema, la de
    médico=verdugo[37]

    En cierto momento del intercambio entre Bermejo y el
    inglés, el primero interroga:

    Decidme: ¿qué son azotes?

    Y el [Inglés] respondió: Señor
    mío,

    los que se dan con la penca.

    Y el Proto respondió: Amigo,

    ventosa y fricaciones,

    decid. Muy a los principios

    estáis en el Verdugado,

    y os he de privar de oficio.

    Mas, decid: ¿qué es degollar?

    Y el verdugo, ya mohíno,

    le respondió: Es el cortar

    la cabeza con cuchillo.

    De medio a medio lo erráis,

    porque aquí habéis respondido

    por la cabeza, lo que

    son sangrías del
    tobillo[38]

    Las preguntas y respuestas llevadas a cabo entre Bermejo
    y el inglés, el examen, resulta ser demasiado
    difícil para el postulante: el cruce de códigos con
    que juega la sátira está fuera de su alcance. El
    inglés no entiende, por ejemplo, que el
    «empalar» es «dar jeringas» o que el
    «descuartizar» es «operar». Así,
    pues, ante su incompetencia, exclama Bermejo: «Pero basta
    ya de examen, / porque en lo que aquí os he oído, /
    conozco que no valéis / para ser médico, un
    higo»[39]. El inglés, entonces,
    desaprueba el examen.

    El fragmento de ese poema, además de
    reírse de la medicina ridiculiza, en parte, la supuesta
    ferocidad bélica del pirata o corsario, pero a la vez
    alude a un reconocimiento de la distancia que existía
    entre las instituciones de poder y la realidad virreinal. Que el
    inglés–hereje–sea procesado o interrogado por el
    protomedicato y no por la inquisición implica una mofa de
    las instituciones virreinales, las cuales se hallan confusas e
    invertidas, incompetencia a la cual también se alude por
    la imposibilidad de comunicación que existe entre el
    interrogador y el interrogado. Es Bermejo el que desconoce la
    realidad ya que las respuestas del inglés son acertadas:
    los azotes sí se dan con una penca. Las preguntas de
    Bermejo son metafóricas, y las respuestas del
    inglés literales. El que no comprende o entiende la
    realidad es más bien el médico. Tal falta de
    comprensión entre los dos irradia una serie de posibles
    significados que podrían recaer no sólo sobre la
    desafortunada eficacia de la institución, y la amenaza
    pirata, sino también, posiblemente, sobre la
    población extranjera que existía en Lima,
    población que se pensaba, muchas veces, como peligro
    «hereje»[40]. Finalmente, hay que ver
    que la cómica incomprensión entre el inglés
    y su interrogador se basa en la metáfora reversible, la de
    médico como verdugo, algo que nos obliga a regresar sobre
    una constante meditación autoreflexiva de Valle y Caviedes
    sobre la problemática, tan barroca, del lenguaje como
    vehículo deficiente para la certidumbre o fijación
    de la verdad y el conocimiento. Hemos visto en este breve ensayo
    que las sátiras virreinales, en cierto sentido
    crónicas no oficiales de sus contextos, estaban muy
    conscientes de la amenaza inglesa, y como toda buena
    sátira logran expresar una visión quizás
    mucho mas fiel de las contradicciones y complejidades socio
    políticas que circundaban las amenazas de los piratas en
    el virreinato del Perú.

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    sucedido desde diez y siete de mayo de mil y quinientos y noventa
    y cuatro años, que don García Hurtado de Mendoza,
    Marqués de Cañete, Visorey y Capitán General
    en estos reinos y provincias del Perú, Tierra Firme y
    Chile, por el rey nuestro Seños tuvo aviso de aver
    desembocado por el estrecho, y entrando en esta mar del Sur,
    Richarte Aquines, de nación inglés, pirata, con un
    navío. Hasta dos de julio de la visitación de
    nuestra señora, que don Beltrán de Castro y de la
    Cueva, que fue por General de la Real Armada le desbarató,
    venció. y rindió, y de las prevenciones de mar y
    tierra, que para ello se hicieron
    , Ms. 3287 de la Biblioteca
    Nacional de Madrid, s/f.

     

     

    Autor:

    Pedro Lasarte

    Boston University

     

    [1] Para el caso ver Lasarte, 2006, pp. 16-19
    y pásssim.

    [2] Barbón, 2006, p. 69.

    [3] Para el caso del primero, desarrollo y
    amplío aquí una aproximación inicial
    publicada en Lasarte, 1992, y para el segundo, un apartado
    hallado en Lasarte, 2006, pp. 86-98.

    [4] Velager de Salcedo, Relación, f.
    10v.

    [5] Markham, The Hawkins' Voyages, p.
    348.

    [6] Suarez de Figueroa, Hechos de don
    García Hurtado de Mendoza, Lope de Vega, Arauco domado,
    y Oviedo y Herrera, Vida de Santa Rosa, donde leemos: «O
    Valeroso don Beltrán! ninguno / [. . .] te iguala de tu
    gente: / mírate Marte: admírate Neptuno [. . .]
    Calderón, y Castilla, eterna fama / logran, matando
    ingleses a montones» (cap. X, pp. cvi-cix).

    [7] Oña, Arauco domado, pp.
    634-635.

    [8] Oña, Arauco domado, pp.
    681-682.

    [9] Oña, Aruaco domado, p. 20.

    [10] Cito de mi edición del poema, de
    próxima aparición y que se basa en el manuscrito
    3912 de la Biblioteca Nacional de Madrid.

    [11] Flores Guzmán, 2005, p. 39.

    [12] Oña, Arauco domado, p. 640.

    [13] Oña, Arauco domado, p. 640.

    [14] Oña, Arauco domado, pp.
    114-116.

    [15] Oña, Arauco domado, p. 618.

    [16] Oña, Arauco domado, pp.
    661-662.

    [17] Ahora, aunque no se ciña
    directamente con lo que aquí presento, por curiosidad no
    puedo dejar de lado un breve excurso interesante, excurso que
    nos remite al evento visto desde la perspectiva inglesa. En
    referencia a la tomenta que inicialmente obliga a
    Beltrán a regresar al puerto del Callao, en su diario,
    Hawkins, cuyo único navío se salva de ser atacado
    por los que componían la flota española registra
    que ésta, es decir la tormenta, habría sido un
    acto providencial a su favor: «The admirall of the
    Spaniards snapt his maine mast asunder, as so began to lagge a
    stern, and with his other shippes [. . .] the hand of God
    helping and delivering us», Markham, The Hawkins'
    Voyages, p. 257. Curiosamente, Dios es, entonces, una entidad
    "transatlántica."

    [18] Flores García, p. 43.

    [19] Ver Lasarte, 2006.

    [20] Romero, 1976, p. 70.

    [21] Valle y Caviedes, Obra completa, pp.
    304-307

    [22] Ver Valle y Caviedes, Obra completa, pp.
    35-36.

    [23] Vargas Ugarte, 1954, p. 396.

    [24] Vargas Ugarte, 1954, pp. 396-397.

    [25] Vargas Ugarte, 1954, p. 398.

    [26] Vargas Ugarte, 1954, p. 398.

    [27] Lohmann Villena, 1964, pp. 181-182.

    [28] Lohmann Villena, 1964, p. 183. Elliott,
    1990, p. 41, también tiene unas palabras importantes al
    respecto: «la tarea de defender las Indias de ataques
    enemigos había recaído tradicionalmente en los
    encomenderos, de quienes se esperaba que tomaran las armas
    cuando se divisara una flota en señal de guerra. Pero,
    como la misma encomienda perdió su eficacia
    institucional, los encomenderos dejaron de ser una fuerza de
    defensa eficiente y hacia el siglo XVII la corona
    encontró más ventajoso apropiarse de una parte de
    las rentas de sus encomiendas para mantener un cuerpo de
    hombres pagados. Aunque de España se traían
    soldados para servir en las guardias virreinales y para las
    guarniciones de las fortificaciones costeras, las
    irregularidades y la falta de idoneidad de estas tropas
    hicieron que los destacamentos tendieran a estar incompletos y
    los colonos tomaron conciencia de que, en caso de peligro,
    había poca esperanza de salvación, a menos que se
    salvasen ellos mismos. Las milicias urbanas y las levas
    voluntarias jugaron, por tanto, un papel cada vez más
    importante en la defensa de las Indias conforme avanzaba el
    siglo XVII. El virreinato del Perú, por ejemplo,
    respondió al ataque del capitán Morgan al istmo
    de Panamá en 1668-70 con una movilización
    general. El fracaso del esquema de Olivares de una Unión
    de Armas por toda la monarquía había conducido a
    los colonos de las Indias a desarrollar sus propios mecanismos
    de defensa».

    [29] Lohmann Villena, 1964, p. 183.

    [30] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
    304.

    [31] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
    305.

    [32] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
    305.

    [33] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
    306.

    [34] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
    307.

    [35] Ahora bien, por relación
    metonímica la expulsión de los instrumentos
    curativos de los médicos es simultáneamente una
    expulsión de ellos. Esto es sátira burlesca,
    tópica, pero hay que ver que muchos de los
    médicos que menciona este poema pertenecen a una clase
    privilegiada de fuertes vínculos con el virrey y su
    corte, mientras que otros se hallan en el extremo opuesto,
    entre las llamadas «esferas bajas». Hay en la lista
    médicos o cirujanos de cámara de virreyes
    (Francisco del Barco, Francisco de Vargas Machuca, José
    de Rivilla, Francisco Bermejo y Roldán),
    Protomédicos de Lima (Bermejo, del Barco),
    Catedráticos de Primas de Medicina de la Universidad de
    San Marcos (Bermejo, del Barco, Juan de Llanos),
    Catedráticos de Víspera y profesores de medicina
    (José de Avendaño, Melchor Vázquez), pero
    también—en el otro extremo de la jerarquía
    medicinal—cirujanos (los dos Utrillas: Pedro el viejo y
    el cachorro), ambos satirizados por Valle y Caviedes en muchas
    ocasiones por ser «pardos». El poema, entonces,
    abraza la tradición satírica, pero la hace
    dialogar con su contexto virreinal ya que se enfoca en dos
    grupos de médicos que habrían suscitado
    más de una preocupación. Por un lado, el aislar a
    los médicos de alta posición alude a las
    complejas y a veces poco nobles negociaciones que se llevaban
    acabo para alcanzar esos puestos. Por otro lado, al desplazar
    la mirada satírica al extremo opuesto, al del cirujano,
    recoge las preocupaciones que se sentían ante la
    movilidad social o profesional de las «castas
    oscuras». Sobre esto ver Lasarte, 2006.

    [36] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
    837.

    [37] García Cáceres, 1999, p.
    62, sugiere que "inglés" fue el apodo de un "temido
    verdugo de la Inquisición", pero no nos da la
    documentación que apoye su conjetura. Por otro lado
    habría que ver que la inquisición sí
    procesaba a los ingleses, como lo señala Hampe, 1998, p.
    120, hecho que aquí recibiría una
    inversión jocosa.

    [38] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
    380.

    [39] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
    382.

    [40] Según Pérez Villanueva y
    Escanell Bonet, 1984-2000, I, p. 924, entre 1570 y 15800 un
    17.30 por ciento de los procesados por la Inquisición
    eran extranjeros, número que adquiere una
    «proporción elevadísima en relación
    con los demás grupos numéricamente muy
    superiores». Aunque estas fechas son anteriores al
    período de Valle y Caviedes, podemos conjeturar que la
    situación no habría cambiado mucho, sobre todo al
    ver que entre 1650 y 1699 el porcentaje de extranjeros
    procesados en el Tribunal de Cartagena de Indias fue de un
    12.02, Pérez Villanueva y Escanell Bonet, 1984-2000, II,
    p. 863. Ver también Hampe, 1998, p. 120.

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