Defensas ante la piratería
inglesa en las costas del Nuevo Mundo: del encomio imperial a la
vituperación jocosa
El estudio de la compleja interacción entre la
producción literaria administrativa u oficial y la
sátira en los virreinatos americanos puede, a mi parecer,
dar frutos históricos, sociales y literarios de
importancia e interés. Es un lugar común, y no sin
cierto mérito, el polarizar ideológicamente, por un
lado, ciertos géneros considerados oficiales, como, entre
otros, memoriales, gacetas, teatro, o poesía épica;
y por otro lado, el género satírico. Los primeros,
en cierto sentido son vistos como portavoces de lo que se viene
pensando como discurso imperial, mientras que el segundo se puede
visualizar como subversivo, o, si se quiere, en última
instancia, anti-imperial. Ahora, si bien tal polarización
a grandes pinceladas puede dar una visión no equivocada en
términos generales, hay que advertir que una
aproximación más detenida a tal tajante
oposición más bien nos lleva a visualizar fisuras y
contradicciones. Menciono esto para dejar constancia de que si en
este ensayo me aproximaré a textos que parecen ser
tendenciosamente unívocos, aclaro–como he escrito en otro
lugar–que al ver las obras o los poetas en su producción
más total, éstos más bien se escapan de lo
que aquí parecerá bastante unidimensional y
tendencioso–ya defensor, ya subversivo–hacia el
poder.[1] Como bien ha sugerido María
Soledad Barbón, para el caso de la sátira tal
comprensión conlleva «residuos de una
historiografía liberal, iniciada en la segunda mitad del
siglo XIX, que tras un primer rechazo de la época colonial
construyó un esquema teleológico de la literatura
cuyo punto final es la independencia
política»[2]. A continuación
intentaré abordar este asunto, acercándome primero
a un poema satírico de fines del siglo XVI,
anónimo, aunque atribuido a Mateo Rosas de Oquendo, La
victoria naval Peruntina; y luego, dos poemas de Juan del
Valle y Caviedes, satírico virreinal peruano de las
últimas décadas del siglo
diecisiete.[3]
El poema épico burlesco La victoria naval
Peruntina es conocido, aunque poco, por su parodia de los
elogios hechos por Pedro de Oña en su Arauco
Domado a la participación de don Beltrán de
Castro y de La Cueva en el combate naval que tuvo con el pirata
Ricardo Aquines (Richard Hawkins) en las afueras del Callao hacia
1594. Precisamente, el 17 de mayo de ese año Don
García Hurtado de Mendoza, Virrey del Perú, recibe
noticia de la presencia del inglés y se encamina al puerto
del Callao para preparar la defensa de las costas de la capital
virreinal. Para el caso pone a su cuñado, don
Beltrán de Castro y de la Cueva al mando de una flota de
tres galeones y tres patajes para que salga a la caza del
inglés. Después de doce días divisa su
bandera en el puerto de Chincha, pero una inesperada tormenta le
obliga a regresar al Callao. Luego de una rápida
recuperación zarpa nuevamente, ahora al mando de
sólo dos navíos, la Almiranta y la Galizabra, con
los cuales logra darle alcance al inglés en las afueras de
San Mateo, e inicia una batalla naval en la cual Hawkins resulta
herido y llevado prisionero al puerto de Panamá. El 14 de
septiembre, día de la «fiesta de la Cruz»,
llega la noticia a Lima y causa gran entusiasmo. Tal es
así que en ese mismo año de 1594 se publica uno de
los primeros incunables de la imprenta en Lima, una
Relación por Pedro Valaguer de Salzedo, Correo
Mayor del Perú, en la cual el triunfo de Beltrán de
Castro recibe una hiperbólica celebración, sobre
todo tratándose de la posible invasión de un hereje
luterano–recordemos que la amenaza protestante ya era encarada
fuertemente por la corona española–. Allí, es
decir en la relación, leemos que el virrey Hurtado de
Mendoza
fue al monasterio de sant Agustín donde
visitó el Sanctisimo sacramento [. . .] dando gracias por
tan célebre, y importante victoria, y por mas regozijarla,
anduvo por las calles, acompañado de sus criados, y de
otros muchos caualleros, y vezinos, que acudieron con sus hachas
encendidas, y el viernes siguiente [. . .] se hizo vna muy
solemne y general procession . . . y el sábado se
corrieron toros, [y] se van haziendo otras fiestas y
regocijos[4]
Debemos reconocer que el acalorado júbilo que
causó la derrota de Hawkins se daba no mucho tiempo
después de la derrota de la llamada «armada
invencible», en 1588 por los ingleses y también las
múltiples incursiones de piratas, como las de Drake en
1579. El rey mismo, en carta congratulatoria a García
Hurtado de Mendoza, la llama una importantísima derrota
que pondrá fin a futuros intentos de
piratería[5]Cabe notar que la alabanza del
evento hace escuela: la recuerda, por ejemplo, entre otros,
Cristóbal Suárez de Figueroa en 1613, luego cruza
el océano y es revisada por Lope de Vega en su comedia
Arauco domado (c. 1618), y llega a ser exaltada aun en
el siglo dieciocho por Luis Antonio Oviedo de Herrara, Conde de
la Granja en su Vida de Santa Rosa de
Lima[6]Pero lo que nos interesa aquí
es el elogio de la musa épica. En el Arauco
domado de Pedro de Oña (1596), leemos que don
Beltrán de Castro es «luz resplandeciente de la
Cueva; / Aquél que por blasón y gloria nueva /
Merece en vida estatua de alabastro, / Y en muerte, si la muerte
al fin le llama / altares consagrados a la
Fama»[7]. Y sobre su participación en
la batalla naval, escuchamos que «Solícito a su
bando solicita, / Al falto ya de espíritu conhorta, / Al
sin sazón colérico reporta, / Al que parece
inhábil habilita; / [. . . ] / Y estando todo en todo lo
que importa, / [. . .] / colma las medidas de su
cargo»[8].
Ahora, a pesar de que la derrota de Hawkins sin duda fue
un episodio importante, lo que deseo aquí es contrapuntear
estos elogios con la sátira, elogios que sin duda
exageraban el incidente, demostrando una actitud
«monumentalizadora» del evento–por así
decirlo–y algo que conllevaba un propósito
ideológico deseoso de reforzar el poder, ya debilitado, de
la corona virreinal y su dominancia marítima. El poema
épico burlesco, La Peruntina, que sin duda
circuló en forma manuscrita por esos momentos,
habría hecho reír a más de un habitante del
virreinato, a pesar de la aprensiones que podrían sentir
ante la amenaza inglesa. No hay que olvidarse que ésta era
real y causó estragos y muertes. Acerquémonos
entonces a algunas instancias del diálogo paródico
que este poema entabla con el Arauco domado y la ya
vista exaltación de los hechos heroicos de Beltrán
de Castro y de la Cueva.
Primero habrá que ver el acercamiento jocoso de
La Peruntina a varias de las convenciones literarias
utilizadas por Oña. Lo primero que se nota al abrir un
texto épico son los «preliminares»,
páginas introductorias que, además de las
necesarias aprobaciones, incluían varias composiciones en
alabanza del autor. Para el caso del Arauco domado,
Oña es elogiado por un número de representantes del
sector letrado virreinal. A modo de ejemplo veamos una, del
Doctor Jerónimo López Guarnido,
«Catedrático de Prima de Leyes de la Universidad de
Lima»:
Vuestro talento oculto, en lo secreto
Ha sido bien que en sí no se consuma
Sino que en otro gran Pompeyo Numa
Muestre (causando asombre) su consuelo
[. . .]
El censo os dan, que daros no se excusa,
Porque en la perfección de la
poesía,
Oña divino, a todos váis
sobrando[9]
Lo que se nota aquí es que estos textos
introductorios tenían un importante valor oficial, y no es
casualidad, por lo tanto, que se he hallen parodiados, de una
manera interesante, en La Peruntina. Aunque a primera
vista la disposición del poema carece de composiciones
preliminares como las del Arauco domado, una lectura
detenida de sus primeros setenta y ocho versos trasluce una
intencionada parodia de tales elogios de autor. Allí un
narrador anónimo le entrega al lector la figura del poeta
que ha de cantar la derrota de Hawkins. Éste, sin embargo,
a diferencia de lo dicho sobre Oña, es un hombre
«ocioso, pobre y mal contento / . . . / un poco libre, algo
impertinente»[10] (vv. 1-4) ; y sobre su
integridad moral leemos que «entre los cortesanos es
pasante, / entre los académicos novicio, / y entre los
letrados mete su cuchara, / y no hay cosa de que no sepa un poco,
/ y todo junto viene a ser nonada» (vv. 13-17) . Por otro
lado es importante notar también que la individualidad y
privilegio de la voz poética, o épica, sufre una
desarticulación, presentándose como voz popular
normalmente excluida del habla oficial. En referencia al
entusiasmo ante la derrota de Hawkins, el narrador de La
Peruntina se presenta como testigo de «las fiestas,
procesiones, luminarias, / parabienes, congratulaciones, /
relaciones impresas» (vv. 39-41) . Él habría
compartido con el pueblo un descontento ante los favores
otorgados por la corona a raíz del triunfo naval:
«encomiendas de repartimientos / a títulos de
premios de guerra, / recibimientos de los capitanes / en forma de
triunfal y aclamaciones / . . . / pareciéndoles para
sólo un huevo / mucho cacarear de gallinas / y chico el
santo para tanta fiesta» (vv. 47-54). Y de inmediato, a
diferencia del poema épico inspirado por las musas, el
narrador nos dice que él va a cantar más bien
«llevado por las olas de la gente / y convencido de la
muchedumbre» (vv. 56-57) . Hay que anotar aquí que,
curiosamente, la historia parece quizás respaldar esta
postura jocosa y paródica de La Peruntina. Como
nos informa Ramiro Flores Guzmán, aunque más bien
en relación a Francis Drake, «algunos individuos
invocaron el apoyo de los piratas, pues se encontraban
descontentos o enojados por haber sido postergados en el disfrute
de prebendas»[11].
Ahora, las referencias paródicas a la alabanza de
la batalla contra Hawkins en Oña son múltiples,
pero aquí escojo sólo un par a modo de ejemplo. En
el canto XVII del Arauco domado la salida de
Beltrán de Castro del puerto del Callao es enaltecida por
la musa poética al recurrir al conocido tópico del
amanecer mitológico:
Más ya que sobre el campo cristalino
el padre de Faetón su luz dilata,
Haciendo de las ondas fina plata,
Y al arenoso, de oro fino,
Veréis con un tropel tan repentino
Que el ánimo y sentidos
arrebata[12]
El amanecer no sólo sirve para enaltecer la
empresa de Don Beltrán, sino a la vez para augurar el bien
por venir: «¡Oh descuidado apóstata Richarte /
Procúrate volver a quien te envía, / O toma, si
pudieres otro rumbo, / Porque tu perdición está en
un tumbo!»[13]. La Peruntina, al
acercarse a ese mismo momento de la batalla naval, es decir la
salida de Beltrán de las costas del Perú, en
recuerdo de Oña, también acude a un amanecer
mitológico, pero, claro, paródico y
burlesco:
[. . .] en sabiendo
el alto presidente del Parnaso
la turbación confusa y sincopada
en que se halla, con la nueva horrenda,
el reino que produce las riquezas,
levantóse el cabello
desgreñado,
bostezando, y fregándose los ojos,
y estando rascando no sé dónde,
soltóse uno sin maldito el hueso.
[. . . ]
Oyéndolo la noche tenebrosa
[. . .]
tapóse las narices con la mano
diciendo «pape ése la
virreina».
Despachó luego Apolo su lucero
[. . .]
que con centelleantes ojos vivos
de la altura del cielo columbrase
si parecían ingleses por la tierra. (vv.
369-387)
Paso ahora a una segunda instancia paródica. El
poema de Oña, típica y tópicamente acude a
una profecía sobrenatural–o Providencial–sobre el
triunfo de Beltrán de Castro sobre Hawkins. En el canto
XVI cuenta la indígena Quidora un sueño
enigmático, en el cual a Hawkins se le presenta como un
«drago diabólico»:
Por una gruta negra y espantosa
Adonde luz escasa parecía,
Un drago forcísimo salía
Lanzándose en el mar con sed rabiosa;
[. . .]
Mas cuando se tornaba ya gozoso
El drago con el hurto y presa nueva
Salió tras él bramando de una
cueva
Un bravo león de cuello vedijoso
[. . .]
Hasta que ya, cogiéndolo en sus brazos
,
Al ávido dragón hacía
pedazos[14]
Y es este vaticinio que le permite a Oña dar un
salto temporal para confirmar con su canto la grandeza de la
batalla naval: «yo que mientras todos han hablado / He solo
sus razones atendido, / Por las de la zagala he colegido / Que lo
que entonces fue profetizado / Es lo que agora acaba de
cumplirse, / Si pudo bien tan grande
predecirse»[15]. Lo que vemos, entonces, es
que Oña inscribe el evento dentro de la conocida
interpretación providencial de la historia, visión
que estaría del lado de la conquista, justificando y
alentándola. Hay que ver que la Providencia también
le sirve a Oña para explicar el fallido primer intento de
Beltrán de Castro. Nos dice que «vino la tormenta /
Por especial favor del alto cielo / Para que don Beltrán
acá en el suelo / Su mérito aumentase, si se
aumenta; / Pues no fuera el vencer de tanta cuenta / Sino cubrir
su lustre, al menos, del que digo, / Rendir con tal ventaja al
enemigo»[16]. Es decir, muy curiosamente,
Dios intervino para que el triunfo español no pareciese
poca cosa por la desventaja de números. El segundo
encuentro, en el cual capturan a Hawkins, sería mas parejo
y, por lo tanto, el triunfo español más digno de
ser cantado y alabado. Esto no se le escapa a La
Peruntina ya que la Providencia es también parodiada
jocosamente. La supuesta intervención divina para nivelar
el combate es rebajada cómicamente. Allí hallamos a
un cobarde y codicioso Beltrán de Castro quien, durante la
batalla, llevado por el miedo, acude a Dios para pedirle que
intervenga en su favor: «Vesme Señor aquí a
tus pies rendido / y aun a los de este inglés si tu no
ayudas. / Yo conozco señor, y lo confieso / que soy un
tonto y mísero gallego» (vv. 533-536). Esta
confesión de su cobardía y necesidad, invirtiendo
el elogio de Oña, es respondida por la Providencia:
«Dí mísero gallego de qué temes / de
qué tiemblas y andas sin aliento / estando en un
navío que pudiera / a dos ingleses abordar seguro. /
Averguénzate puerco, y considera / la ventaja que tienes
de tu parte: / tú tienes dos navíos contra
uno» (vv. 595-601). Vemos, entonces, que La
Peruntina, en su diálogo con Oña y con otros
textos de carácter exaltadores del evento y así
defensores del llamado proceso imperial y su poderío,
rebaja jocosamente la voz de la autoridad, reflejando
quizás, lo que habrían sido no pocas opiniones por
parte de un lector limense crítico de la actitud
propagandista de la corona.[17]
Doy ahora un salto, de bastantes décadas, para
acercarme a otro momento en que la sátira se encara
cómicamente con la realidad virreinal en torno a la
amenaza inglesa, en este caso a través de la poesía
satírica de Juan del Valle y Caviedes. Flores
Guzmán nos recuerda que «a partir de la
década de 1670, bucaneros y filibusteros de varias
nacionalidades hacen su aparición en el Mar del Sur. Sus
intenciones eran simplemente el robo y el pillaje a gran escala
[. . .] [y conjetura] que esta época puede ser considerada
como la más violenta en la larga serie de incursiones
piratas durante la Colonia»[18]. Como he
intentado mostrar en otro lugar, la sátira de Valle y
Caviedes, por lo general sobre médicos, se halla
entrelazada con la crítica jocosa del discurso oficial o
autorizado, algo que sin duda nos recordará lo ya visto
con La Peruntina[19]Me traslado entonces
a las últimas décadas del siglo XVII, época
en que, como nos recuerda José Luis Romero, los memoriales
de carácter oficial eran documentos de suma importancia y
éstos circulaban–nos dice– en una urbe o «ciudad
hidalga» con un complejo mundo burocrático de
«intrigas y falsificaciones»[20]. Hay
que notar que los memoriales burlescos de Valle y Caviedes por lo
general entrelazan dos voces: la del narrador del poema y la del
sujeto al cual se le atribuye haber escrito el documento. La
expresión crítica se entrega así en una
suerte de tercera persona. Las burlas ironizan la importancia del
memorial, entregándolo en un lenguaje callejero y popular
que invierte su carácter letrado. Uno de estos poemas, que
quiero ver aquí, es el «Memorial que le da la muerte
al virrey en tiempo que se arbitrara si se enviarían
navíos con gente de guerra para pelear con el enemigo
inglés o si se haría muralla para resguardar la
ciudad de Lima»[21], poema que conlleva una
burla del arbitrista, figura satirizada en la época y,
curiosamente, ejercicio burocrático en el cual
participó el mismo poeta Valle y
Caviedes[22]
Por esas épocas, sobre todo para el contexto
peninsular, la proliferación de los proyectos de estos
personajes, a ratos absurdos, era señal de la crisis por
la cual pasaba el imperio español. En el poema de Valle y
Caviedes la voz del arbitrista llega de ultratumba, algo que no
sólo se mofa de su ineficacia, sino que también
alude serio-cómicamente a la debilidad e ineficacia del
poderío militar español y sus colonias ante la
amenaza inglesa. Rubén Vargas Ugarte nos recuerda que la
población de Lima se hallaba en estado de pánico
ante la posible invasión de piratas, entre ellos Eduardo
Davis, quien, hacia 1683, había entrado al Mar del Sur. De
hecho, una escuadra española se enfrentó,
triunfantemente, con los corsarios el 11 de julio de 1685, pero,
y cito a Vargas Ugarte, «por diferencias entre los jefes y
disputas que no tenían razón de ser, estando ya
casi rendido el enemigo, éste pudo emprender la fuga,
valiéndose de la mayor ligereza de sus
barcos»[23]. Señala luego que en su
relación oficial el virrey llega a reconocer que
«fue un contratiempo serio el no haber destruido a los
piratas, teniéndolos a la mano y dejándolos partir
sin pérdida de un solo navío», pero no indica
claramente la responsabilidad del suceso, atribuyéndolo
más bien a «cambios imprevistos del
tiempo»[24]. El miedo que sentía la
población limeña se oye, por ejemplo, en las
palabras de un «buen cura», quien repite una creencia
que si las cosas seguían como estaban,
«nombrarían Virrey y agasajarían a todos los
indios y negros y en poco tiempo sería todo este Reino del
Perú de Inglaterra»[25]. El cura
expresa sus temores precisamente en un memorial al
virrey:
No lo dudo, Señor, ni por acá se duda; si
V.M. no se sirve embiar algunos navíos armados, porque el
pavor que ha permitido Dios se infunda en los españoles es
de calidad que, a la voz de que viene el inglés, raro es
el que no tiembla, pues con aver sabido, sin admitir duda, que la
gente que tiene no llega 200 hombres y que, dada la primera
encarga, si los acometen, no tienen resistencia, no se an
atrevido, huyendo vilmente [. . .] ¿Pues si con un
número tan corto a hecho tales destrozos, que se
podrá recelar si vienen
muchos?[26].
Guillermo Lohmann Villena, por su lado, nos muestra que
la preocupación ante un posible avance inglés era
compartida por todos, y que se había llegado a un acuerdo
que amurallar la ciudad era quizás el medio más
viable de defensa. «Era convicción general—nos
dice—que constituía imprudencia temeraria arriesgar
la suerte de la capital del Virreinato, con todas sus riquezas y
su significado político, al albur de un choque armado. Sin
reparar ni en desembolsos ni en las exacciones que hubiesen de
asumir, todos se decidían por una obra de esa
índole, y hasta en los sermones se exhortaba a las
autoridades civiles a llevar a la práctica sin tardanza y
a los fieles a cooperar económicamente sin
regateos»[27]. Dice también Lohmann
que «los vecinos, acobardados, estaban llanos a abrir sus
bolsas»[28]. Y añade que el virrey,
Duque de la Palata, «requirió en los primeros
días de noviembre [de 1683] el parecer de los jefes de
alta graduación más experimentados que tenía
a su lado. En esa junta de guerra, los pronunciamientos
favorables a la muralla constituyeron la mayoría absoluta,
aunque cada diciente expuso matices
personales»[29].
Tanto el temor de los pobladores de la capital virreinal
como las complejas andanzas burocráticas sobre el mejor
procedimiento para combatir al enemigo fueron sin duda
munición muy apropiada para la burla de Valle y Caviedes.
Jocosamente, con su «memorial» parece
unirse—paródicamente–al grupo de expertos
consultados, aunque, en contra del consenso, prefiere el
encuentro militar sobre la fortificación. La muerte, como
arbitrista, ofrece su opinión para enfrentarse al peligro
inglés: sugiere que sí se debe enviar una flota a
guerrear con los piratas, pero esa flota, alegórica y
jocosamente, debería componerse de los médicos de
Lima, algo que al satírico le permite pasar revista a
muchos de sus blancos favoritos. Se le avisa al
«Excelentísimo Duque» que la sugerencia de la
Muerte para «tan apretado caso», es que
embarque
a todos los boticarios.
Médicos y curanderos,
barberos y cirujanos,
sin reservar a ninguno[30]
Tales arbitrios de la sabia Muerte, que en cierto
sentido se burlan del pánico de los limeños,
sugieren un escuadrón alegórico; es decir un
escuadrón de «matasanos» peligroso.
¡Qué mejor arma contra los piratas que los
médicos de Lima! Se acude, por ejemplo, al doctor
Francisco del Barco–de apellido muy apropiado–como una de las
posibles soluciones:
¿Soldados son menester?
¿A dónde está un doctor
Barco
que puede abordar a un
bajel de vidas cargado?[31].
El lector coetáneo a Valle y Caviedes
sonreiría aquí no sólo por reconocer el
juego burlesco con el nombre del médico–Barco–sino
también por estar al tanto de las discusiones y
política, no solo sobre el peligro pirata, sino
también sobre la asignación, poco transparente, de
algunos médicos a puestos oficiales. A
continuación, la Muerte también arbitra que el
virrey ha de hacer uso de otro médico, Vázquez,
como arma ofensiva. Allí se hace alarde de una burlesca y
escatológica referencia que recuerda los ataques
comúnmente dirigidos al hereje inglés como
sodomita; pero ahora, inversamente, la burla se dirige al
médico virreinal. Se trata de Vázquez, un
«campeón moderno», nos dice, porque
habría de ser un gran defensor ante la amenaza pirata ya
que
[. . .] con jeringas y caldos,
por la retaguardia birla
escuadrones de hombres
sanos[32]
Luego, el final del texto burlesco de Valle y Caviedes
hace suya una imagen que recuerda una suerte de «nave de
los locos» en la cual se embarcan, o se destierran, todos
los artificios usados por los médicos, los cuales son
metaforizados como armas bélicas para combatir contra el
inglés:
En fin, de todas aquestas
naves cargadas de emplastos,
de tientas, de postemeros,
de polvos confeccionados.
De diagridios, mechoacanes,
y todos cuantos petardos
y bombardas, las recetas
nos muestran en sacatrapos,
ballestas, machetes, flechas,
tridentes, lanzas y
garfios[33]
Y la petición, ante el peligro, es inmediata:
«que luego, sin dilatarlo, / mande que salgan al mar / los
campeones señalados»[34]. El poema,
entonces, reitera su burla de la medicina, pero también
pone en tela de juicio los intentos, dificultades y discusiones
ante el deseo de combatir contra los
piratas[35]
Cabría ahora, según nuestra lectura de
este memorial burlesco, sugerir un diálogo con otro poema
de Valle y Caviedes, un romance que jocosamente regresa sobre la
preocupación que se tenía ante la amenaza del
«inglés». En cierto momento de este otro poema
presenciamos un interrogatorio burlesco de connotaciones
inquisitoriales. Leemos una serie de preguntas que el
Protomédico de Lima, el Dr. Francisco Bermejo, le hace a
un «inglés» que desea ser aceptado en la
profesión médica. El lector de la época sin
duda se reiría mucho de este examen ya que fue un
requerimiento para ser aceptado como médico creado a
instancias del mismo Bermejo. Éste lo había exigido
en un memorial a la corona, acudiendo al hecho, algo olvidado,
que así se estipulaba en la Recopilación de
Leyes de las Indias[36]Ahora, este
«inglés»–nombre ya genérico para
pirata, en parte en relación a la xenofobia
«luterana»– al ser interrogado, nos enteramos, es en
verdad un verdugo, equívoco que da lugar a un
número de yuxtaposiciones que desarrollan una
dilogía con que se elabora otra burla común de la
medicina en el poema, la de
médico=verdugo[37]
En cierto momento del intercambio entre Bermejo y el
inglés, el primero interroga:
Decidme: ¿qué son azotes?
Y el [Inglés] respondió: Señor
mío,
los que se dan con la penca.
Y el Proto respondió: Amigo,
ventosa y fricaciones,
decid. Muy a los principios
estáis en el Verdugado,
y os he de privar de oficio.
Mas, decid: ¿qué es degollar?
Y el verdugo, ya mohíno,
le respondió: Es el cortar
la cabeza con cuchillo.
De medio a medio lo erráis,
porque aquí habéis respondido
por la cabeza, lo que
son sangrías del
tobillo[38]
Las preguntas y respuestas llevadas a cabo entre Bermejo
y el inglés, el examen, resulta ser demasiado
difícil para el postulante: el cruce de códigos con
que juega la sátira está fuera de su alcance. El
inglés no entiende, por ejemplo, que el
«empalar» es «dar jeringas» o que el
«descuartizar» es «operar». Así,
pues, ante su incompetencia, exclama Bermejo: «Pero basta
ya de examen, / porque en lo que aquí os he oído, /
conozco que no valéis / para ser médico, un
higo»[39]. El inglés, entonces,
desaprueba el examen.
El fragmento de ese poema, además de
reírse de la medicina ridiculiza, en parte, la supuesta
ferocidad bélica del pirata o corsario, pero a la vez
alude a un reconocimiento de la distancia que existía
entre las instituciones de poder y la realidad virreinal. Que el
inglés–hereje–sea procesado o interrogado por el
protomedicato y no por la inquisición implica una mofa de
las instituciones virreinales, las cuales se hallan confusas e
invertidas, incompetencia a la cual también se alude por
la imposibilidad de comunicación que existe entre el
interrogador y el interrogado. Es Bermejo el que desconoce la
realidad ya que las respuestas del inglés son acertadas:
los azotes sí se dan con una penca. Las preguntas de
Bermejo son metafóricas, y las respuestas del
inglés literales. El que no comprende o entiende la
realidad es más bien el médico. Tal falta de
comprensión entre los dos irradia una serie de posibles
significados que podrían recaer no sólo sobre la
desafortunada eficacia de la institución, y la amenaza
pirata, sino también, posiblemente, sobre la
población extranjera que existía en Lima,
población que se pensaba, muchas veces, como peligro
«hereje»[40]. Finalmente, hay que ver
que la cómica incomprensión entre el inglés
y su interrogador se basa en la metáfora reversible, la de
médico como verdugo, algo que nos obliga a regresar sobre
una constante meditación autoreflexiva de Valle y Caviedes
sobre la problemática, tan barroca, del lenguaje como
vehículo deficiente para la certidumbre o fijación
de la verdad y el conocimiento. Hemos visto en este breve ensayo
que las sátiras virreinales, en cierto sentido
crónicas no oficiales de sus contextos, estaban muy
conscientes de la amenaza inglesa, y como toda buena
sátira logran expresar una visión quizás
mucho mas fiel de las contradicciones y complejidades socio
políticas que circundaban las amenazas de los piratas en
el virreinato del Perú.
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Pontificia Universidad Católica del Perú,
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Valaguer de Salzedo, Pedro, Relación de lo
sucedido desde diez y siete de mayo de mil y quinientos y noventa
y cuatro años, que don García Hurtado de Mendoza,
Marqués de Cañete, Visorey y Capitán General
en estos reinos y provincias del Perú, Tierra Firme y
Chile, por el rey nuestro Seños tuvo aviso de aver
desembocado por el estrecho, y entrando en esta mar del Sur,
Richarte Aquines, de nación inglés, pirata, con un
navío. Hasta dos de julio de la visitación de
nuestra señora, que don Beltrán de Castro y de la
Cueva, que fue por General de la Real Armada le desbarató,
venció. y rindió, y de las prevenciones de mar y
tierra, que para ello se hicieron, Ms. 3287 de la Biblioteca
Nacional de Madrid, s/f.
Autor:
Pedro Lasarte
Boston University
[1] Para el caso ver Lasarte, 2006, pp. 16-19
y pásssim.
[2] Barbón, 2006, p. 69.
[3] Para el caso del primero, desarrollo y
amplío aquí una aproximación inicial
publicada en Lasarte, 1992, y para el segundo, un apartado
hallado en Lasarte, 2006, pp. 86-98.
[4] Velager de Salcedo, Relación, f.
10v.
[5] Markham, The Hawkins' Voyages, p.
348.
[6] Suarez de Figueroa, Hechos de don
García Hurtado de Mendoza, Lope de Vega, Arauco domado,
y Oviedo y Herrera, Vida de Santa Rosa, donde leemos: «O
Valeroso don Beltrán! ninguno / [. . .] te iguala de tu
gente: / mírate Marte: admírate Neptuno [. . .]
Calderón, y Castilla, eterna fama / logran, matando
ingleses a montones» (cap. X, pp. cvi-cix).
[7] Oña, Arauco domado, pp.
634-635.
[8] Oña, Arauco domado, pp.
681-682.
[9] Oña, Aruaco domado, p. 20.
[10] Cito de mi edición del poema, de
próxima aparición y que se basa en el manuscrito
3912 de la Biblioteca Nacional de Madrid.
[11] Flores Guzmán, 2005, p. 39.
[12] Oña, Arauco domado, p. 640.
[13] Oña, Arauco domado, p. 640.
[14] Oña, Arauco domado, pp.
114-116.
[15] Oña, Arauco domado, p. 618.
[16] Oña, Arauco domado, pp.
661-662.
[17] Ahora, aunque no se ciña
directamente con lo que aquí presento, por curiosidad no
puedo dejar de lado un breve excurso interesante, excurso que
nos remite al evento visto desde la perspectiva inglesa. En
referencia a la tomenta que inicialmente obliga a
Beltrán a regresar al puerto del Callao, en su diario,
Hawkins, cuyo único navío se salva de ser atacado
por los que componían la flota española registra
que ésta, es decir la tormenta, habría sido un
acto providencial a su favor: «The admirall of the
Spaniards snapt his maine mast asunder, as so began to lagge a
stern, and with his other shippes [. . .] the hand of God
helping and delivering us», Markham, The Hawkins'
Voyages, p. 257. Curiosamente, Dios es, entonces, una entidad
"transatlántica."
[18] Flores García, p. 43.
[19] Ver Lasarte, 2006.
[20] Romero, 1976, p. 70.
[21] Valle y Caviedes, Obra completa, pp.
304-307
[22] Ver Valle y Caviedes, Obra completa, pp.
35-36.
[23] Vargas Ugarte, 1954, p. 396.
[24] Vargas Ugarte, 1954, pp. 396-397.
[25] Vargas Ugarte, 1954, p. 398.
[26] Vargas Ugarte, 1954, p. 398.
[27] Lohmann Villena, 1964, pp. 181-182.
[28] Lohmann Villena, 1964, p. 183. Elliott,
1990, p. 41, también tiene unas palabras importantes al
respecto: «la tarea de defender las Indias de ataques
enemigos había recaído tradicionalmente en los
encomenderos, de quienes se esperaba que tomaran las armas
cuando se divisara una flota en señal de guerra. Pero,
como la misma encomienda perdió su eficacia
institucional, los encomenderos dejaron de ser una fuerza de
defensa eficiente y hacia el siglo XVII la corona
encontró más ventajoso apropiarse de una parte de
las rentas de sus encomiendas para mantener un cuerpo de
hombres pagados. Aunque de España se traían
soldados para servir en las guardias virreinales y para las
guarniciones de las fortificaciones costeras, las
irregularidades y la falta de idoneidad de estas tropas
hicieron que los destacamentos tendieran a estar incompletos y
los colonos tomaron conciencia de que, en caso de peligro,
había poca esperanza de salvación, a menos que se
salvasen ellos mismos. Las milicias urbanas y las levas
voluntarias jugaron, por tanto, un papel cada vez más
importante en la defensa de las Indias conforme avanzaba el
siglo XVII. El virreinato del Perú, por ejemplo,
respondió al ataque del capitán Morgan al istmo
de Panamá en 1668-70 con una movilización
general. El fracaso del esquema de Olivares de una Unión
de Armas por toda la monarquía había conducido a
los colonos de las Indias a desarrollar sus propios mecanismos
de defensa».
[29] Lohmann Villena, 1964, p. 183.
[30] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
304.
[31] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
305.
[32] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
305.
[33] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
306.
[34] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
307.
[35] Ahora bien, por relación
metonímica la expulsión de los instrumentos
curativos de los médicos es simultáneamente una
expulsión de ellos. Esto es sátira burlesca,
tópica, pero hay que ver que muchos de los
médicos que menciona este poema pertenecen a una clase
privilegiada de fuertes vínculos con el virrey y su
corte, mientras que otros se hallan en el extremo opuesto,
entre las llamadas «esferas bajas». Hay en la lista
médicos o cirujanos de cámara de virreyes
(Francisco del Barco, Francisco de Vargas Machuca, José
de Rivilla, Francisco Bermejo y Roldán),
Protomédicos de Lima (Bermejo, del Barco),
Catedráticos de Primas de Medicina de la Universidad de
San Marcos (Bermejo, del Barco, Juan de Llanos),
Catedráticos de Víspera y profesores de medicina
(José de Avendaño, Melchor Vázquez), pero
también—en el otro extremo de la jerarquía
medicinal—cirujanos (los dos Utrillas: Pedro el viejo y
el cachorro), ambos satirizados por Valle y Caviedes en muchas
ocasiones por ser «pardos». El poema, entonces,
abraza la tradición satírica, pero la hace
dialogar con su contexto virreinal ya que se enfoca en dos
grupos de médicos que habrían suscitado
más de una preocupación. Por un lado, el aislar a
los médicos de alta posición alude a las
complejas y a veces poco nobles negociaciones que se llevaban
acabo para alcanzar esos puestos. Por otro lado, al desplazar
la mirada satírica al extremo opuesto, al del cirujano,
recoge las preocupaciones que se sentían ante la
movilidad social o profesional de las «castas
oscuras». Sobre esto ver Lasarte, 2006.
[36] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
837.
[37] García Cáceres, 1999, p.
62, sugiere que "inglés" fue el apodo de un "temido
verdugo de la Inquisición", pero no nos da la
documentación que apoye su conjetura. Por otro lado
habría que ver que la inquisición sí
procesaba a los ingleses, como lo señala Hampe, 1998, p.
120, hecho que aquí recibiría una
inversión jocosa.
[38] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
380.
[39] Valle y Caviedes, Obra completa, p.
382.
[40] Según Pérez Villanueva y
Escanell Bonet, 1984-2000, I, p. 924, entre 1570 y 15800 un
17.30 por ciento de los procesados por la Inquisición
eran extranjeros, número que adquiere una
«proporción elevadísima en relación
con los demás grupos numéricamente muy
superiores». Aunque estas fechas son anteriores al
período de Valle y Caviedes, podemos conjeturar que la
situación no habría cambiado mucho, sobre todo al
ver que entre 1650 y 1699 el porcentaje de extranjeros
procesados en el Tribunal de Cartagena de Indias fue de un
12.02, Pérez Villanueva y Escanell Bonet, 1984-2000, II,
p. 863. Ver también Hampe, 1998, p. 120.