Creo que este concepto tan en boga y reivindicado como
un derecho, constituye una problemática que afecta a la
especie humana. Hay que tener en cuenta que los seres humanos
tienen la particularidad, a diferencia de otras especies, de
destruirse más frecuentemente a sí mismos, y tal
vez por ello sea importante cuidarnos.
Probablemente este fenómeno se deba al desarrollo
del mundo cultural en tanto dimensión metafísica
con implicancias no sólo sobre la actividad humana, sino
también sobre el Conocimiento, sus productos, la
visión y relación del Hombre con la
Naturaleza.
Antiguamente, éste estaba sujeto a la Naturaleza,
pero progresivamente comenzó a conocerla y transformarla.
Sucedió posiblemente a partir de repensar su propia
experiencia, la Tecnología y el Conocimiento, al punto que
también las ideas sobre sí mismo, la sociedad, sus
productos y la Naturaleza sufrieron profundas
modificaciones.
Con esto último expresamos que la acción
metafísica del hombre, esto es, la acción que surge
de las ideas, de la cultura, de su pensamiento –algo
cualitativo- incide, modifica y transforma la materia y sus
productos –lo cuantitativo.
El problema que vemos con la identidad de género,
es la disolución del género. De todos los
géneros. Del género masculino y femenino. Del
género humano.
Si hablamos de los géneros femenino y masculino
como género humano, nos estamos elevando desde un concepto
biológico hacia un concepto abstracto, cultural, que
engloba a ambos. Tiene que ver con un supuesto conocimiento de la
Naturaleza y un re-conocimiento de los derechos que creemos que
le competen en relación a sí misma: esto es,
aparecer sobre la tierra, desarrollarse, perfeccionarse,
reproducirse y continuar la existencia. Y no existe nada ni nadie
–excepto lo fortuito- que tenga por qué impedirlo.
Es decir: nadie puede impedir que el Otro aparezca, viva, sea, se
desarrolle, sea feliz, etc.
Este concepto está sintetizado en la
abstracción de género humano. No existe el
género humano; existe en tanto existe concretamente el
género biológico femenino y masculino. Aquél
es un concepto metafísico en tanto se refiera a una
realidad concreta.
El concepto de género femenino y masculino
está vinculado por un lado por lo biológico y por
el otro a lo cultural. Se entrecruzan en la persona como dos
naturalezas: una biológica y otra metafísica. Del
mismo modo que lo metafísico hace referencia a una
realidad no física, cultural, ello no implicaría
que no haya referencias metafísicas más profundas
sobre la problemática antropológica a nivel
ontológico, en cuanto a investigación
filosófica se refiere.
Lo ontológico, hay que tenerlo en cuenta porque
es un problema que también se le plantea al hombre
atravesando ambas naturalezas, con claras diferencias entre
ellas.
En lo biológico, porque es el resultado de una
evolución de millones de años a través de
procesos donde los cambios son casi imperceptiblemente
infinitesimales, y los cambios cualitativos no son más que
el resultado de infinitos cambios cuantitativos. O sea que las
ciencias, para comprenderlos, tiene que realizar cortes
arbitrarios. (El salto de los antropoides a los homínidos,
y dentro de éstos al género Australopitecus
-Afarensis, boisei, africanus, robustus- y su probable
línea filogenética: el género homo
–hábilis, erectus, sapiens, etc.)
En lo cultural, en cambio, los cambios cualitativos y
cuantitativos son cada vez más rápidos, y varias
veces en una misma generación y entre una
generación y otra.
La cultura, a través del Conocimiento y dentro de
éste la Ciencia, incide y llega a modificar lo
biológico. Pero así como hay un quantum
biológico, también hay un quantum cultural. Y si
uno incide sobre el otro, lo hace con sus propios tiempos, que
son abismales entre sí, casi inconmensurables, dados los
tiempos de la naturaleza y de la cultura.
Por otra parte, los cánones o frecuencias
percibidas como comportamientos más o menos estables de
uno y otro respecto a la vigencia o hegemonía de un
patrón, orden o sentido, etc., son también
diferentes.
La persistencia biológica en relación a un
patrón en el tiempo, es más estable que en lo
cultural y, sobre ese tiempo, sobre la conjetura, sobre el
conocimiento que se sostenga históricamente, o sobre lo
que ontológicamente se suponga en las investigaciones, se
asienta el concepto de verdad, en cuanto lo que se supone de lo
que algo es independientemente de lo que se dice que es. Esto
significaría que ontológicamente observamos
más verdad en lo biológico que en lo cultural, dado
que por experiencia histórica, el temor, la ignorancia, el
deseo de poder, las ideologías, la lucha por liberarse de
las dominaciones, han deformado la visión de la Naturaleza
tal como se nos presenta, es decir, en un sentido
ontológico al menos, por lo cual lo cultural, por su
propia característica, es menos fiable –porque
está atravesado de ideología– que lo
biológico.
Sin embargo, es lo cultural lo que también ha
permitido la desmitificación ideológica de lo
biológico y la consecuente libertad. El prejuicio y el
miedo al Otro -en el fondo con el fin de dominarlo- han sido
deslegitimizados, develando que tanto el hombre como la mujer
tienen los mismos derechos y obligaciones.
Sin embargo, como sostuvimos anteriormente, es
más frágil lo que se considera verdadero y
legítimo en la cultura que lo que se considera verdadero
en lo biológico, siempre desde una visión de cada
hombre, de cada sociedad, de cada cosmovisión sobre estas
naturalezas, pero la mayor parte de las veces –ocurre
también en la ciencia– se trata de un mundo visto desde el
exterior, del afuera, y no desde las cosas mismas, o sea desde lo
ontológico.
El hombre puede considerar que los animales -por
ejemplo- no tienen por qué existir, pero ésa es la
visión del hombre; los animales ontológicamente
tienen derecho a existir por el solo hecho de estar, de ser, de
haber aparecido; independientemente de lo que el hombre considere
al respecto. En otras palabras: la naturaleza tiene un derecho
independiente del hombre, y muy posiblemente en un futuro los
productos del hombre, si a naturaleza artificial nos estamos
refiriendo.
El argumento precedente entonces, nos muestra claramente
el lugar de nuestros derechos y hasta dónde puede llegar
nuestra acción. Las consecuencias en contrario
también se pueden observar en lo que se denomina el
derecho positivo, en la ética y en la política (no
todas las leyes son justas, ni siquiera se considera que una ley
tiene que serlo, mucho menos sostenida en la moral o en la
ética en cuanto acción que involucra al otro
separada de la moral en cuanto involucra a mis acciones
personales, o separada absurdamente de la política en
cuanto "ocuparse de las cosas de la ciudad", para dar algunos
ejemplos.
Estos parecen conceptos superados, pero en realidad
constituyeron los basamentos sobre los cuales el hombre
comenzó a construir una vida social cada vez más
compleja, más organizada y de mejor calidad, y toda vez
que aquellos conceptos interpelaron las crisis, produjeron
transformaciones.
Hoy se habla de identidad de género. Yo me
pregunto: ¿A qué nos estamos refiriendo? Porque hay
que ver lo que dice la Ley, lo que dicen las costumbres, lo que
dicen la culturas, lo que se sostiene en cuanto conocimiento
biológico, cultural, o en cuanto
ideología.
Dado que desde la Biología, la Moral, la
Ética y la Ley, hoy es casi universalmente aceptado que el
género humano tiene los mismos derechos y obligaciones, y
también sostenido en principio por el Conocimiento y lo
ontológico, ello parecería claro y en ese sentido
habría identidad de género reconociendo al ser
humano como tal y también, no obstante superados –al
menos teóricamente o en intencionalidad o en plena lucha
de reivindicación o conquista– la dicotomía sobre
el reconocimiento de igual "ser" y "estar" para ambos
sexos.
No obstante, han resurgido desde los obscuros
orígenes del género, problemas ocultos por la
cultura y posiblemente existentes desde lejanos tiempos en la
evolución biológica y cultural, tales como son los
problemas acerca del cuerpo y su relación con
él.
Hoy, la Psicología nos habla de otro elemento
constituyente del ser humano asentado sobre bases
biológicas: el deseo. Concebido como una energía
pulsional en estado puro, es absolutamente libre por naturaleza y
paradójicamente, en el hombre, es la misma libertad la que
lo reprime, regula o libera a ese deseo, entendiendo por libertad
aquélla respecto del instinto y de la
determinación, el horizonte que nos vuelve infinitamente
creativos pero absolutamente desprotegidos, dependiendo de
nuestra propia elección y responsabilidad. Pero
elección y responsabilidad íntimamente vinculadas a
la supervivencia de la especie, sino ¿de qué otro
modo sería posible la convivencia, organización
social y cultura?
Si hay identidad del género humano, ¿no es
necesario también tener en claro la identidad del cuerpo,
de lo femenino y de lo masculino? Y si no hay claridad sobre esta
identidad biológica, ¿es posible construir o elegir
otra identidad?
En la educación de nuestros niños y
jóvenes, en nuestro país hoy se parte de la base de
la identidad del género humano como base también
del respeto a la identidad, en el sentido de la libertad de
elección del género femenino o masculino en tanto
términos culturales, psicológicos, o de
transformaciones biológicas; pero no se parte de la
necesidad básica previa del conocimiento de qué es
lo femenino y qué lo masculino a nivel biológico
necesario en primer lugar en el desarrollo biopsicosocial del ser
humano en sus primeros años de vida y juventud, donde la
configuración del sujeto a partir de la
interpelación con el sujeto social que tiende a formar su
conciencia y carácter, tiene una preeminencia fundamental
en su desarrollo. Porque tal como sabemos que conviene a la
educación en libertad de los mismos como derecho
ontológico fundamental, y conociendo el papel del sujeto
social que construye la cultura sobre la persona, no corresponde
a una correcta educación la propuesta de la
elección de género a nivel cultural cuando el
niño recién está aprendiendo la libre
elección, sin perjuicio de hacerle conocer de la
construcción de género o géneros que ha
hecho la cultura.
Ello no sería ético, sería
ideologizarlo, entendiendo por esto la imposición de una
visión hegemónica de los adultos sobre ellos
mismos, sus próximos y el mundo, resultando un
enmascaramiento de la realidad. El niño y el joven deben
conocer claramente qué es un hombre y qué una mujer
a nivel biológico, y no sumirlos en una identidad para
nada clara, sino absolutamente confusa y difuminada de qué
significa ser varón o mujer. Esto es muy decisivo, dado
que conociendo ambos géneros biológicos, se
adentrará en el conocimiento de lo cultural, y en su
relación consigo mismo y los otros, podrá tal vez
encontrarse con su ser ontológico, y elegirlo con plena
capacidad sobre su persona.
La cultura contemporánea ha sumido al joven en un
proceso cultural llamado adolescencia donde la búsqueda de
la identidad como persona es parte de un proceso
psicológico complejo del cual el Sujeto Social construido
por la Cultura es en gran parte responsable.
La identidad no se consigue fácilmente, y muchos
no logran alcanzarla nunca, sumiéndose en problemas
existenciales tan profundos que atentan contra la vida
misma.
Ahora, nos encontramos que grupos culturales
instituyentes al respecto, buscan conducir a los niños
también en el mismo sentido, pero hay que repensar muy
bien esas acciones en nombre de la libertad y dignidad, porque la
adolescencia –como muchos comportamientos sociales- no es
un fenómeno que simplemente aparece en la mayor parte de
las sociedades contemporáneas, sino que es la consecuencia
de causas propias bien definidas del desarrollo
sociotecnológico, y similar tendencia tienen algunas ideas
que tienden a profundizar una conciencia difuminada en nuestros
jóvenes y llegar también hasta los niños,
con el peligro de dejarlos desprotegidos en la sociedad buscando
solos su identidad y, –lo que es más grave-
abandonados a la incomunicación y a una antinatural
soledad.
Autor:
Armando Iván Ojeda