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Manuel González Zeledón (Magón): la insoportable sospecha de la tradición



  1. Para
    iniciar
  2. Entremos en
    materia
  3. Magón a
    pesar de sí: otra vuelta de tuerca
  4. A manera de
    conclusiones

Para
iniciar

Hablar de Magón (seudónimo apócope
de Manuel González Zeledón, 1864-1936), para bien o
para mal, es hablar de la tradición literaria
costarricense. Mejor dicho, del nacimiento de dicha
tradición. No obstante, Magón, al menos para
mí, no ha sido un hito importante en una corta
tradición de 100 años, acaso una referencia escolar
de un pasado que rápidamente se esfumó. De su
imposición colegial recuerdo siempre tres cuentos:
Para justicias el tiempo, El clis de sol y
¿Quiere usted quedarse a comer? Ese
tríptico resumía el legado del escritor atado al
Olimpo liberal, con su fisga, su chota y su apropiado,
por tanto eficaz, lenguaje. Pero más allá de esas
anécdotas costumbristas Magón nunca fue un escritor
que me desvelara.

Sin embargo, a partir del gentil pedido del buen amigo
Rodrigo Soto para comparecer ante ustedes y platicar sobre
Magón, me he dado a la relectura del canonizado patriarca
del costumbrismo nacional, no sin cierta displicencia. Y debo
confesarlo: a pesar del desgano inicial y de la distancia, me ha
sorprendido, casi cautivado, o para decirlo en el lenguaje de una
de sus mayores críticas, con la cual dialogaré
más adelante, casi me ha seducido. Sus relatos y cuadros
rezuman naturalidad, su discurso es envolvente, su fisga
impresionante y sus recovecos lingüísticos
incomparables. Me he llenado de esa nutritiva variedad de cuadros
que retratan un San José y una meseta central que desde
entonces hemos dado en llamar Costa Rica a pesar de la ausencia
de sus costas, llanuras y selvas. Hubimos de esperar a la
generación del 40 para completar el "cronotopo
nacional".

Pero es que Magón me recordó la infancia
sancarleña con sus idas a la poza, al cafetal, a la plaza,
a la iglesia, a la escuela donde compartíamos con hijos de
campesinos, peones, arrieros, pequeños comerciantes,
empleados de comercio, burócratas del último
escalón, y hasta del propio gamonal. Y esa infancia,
idealizada por la mirada olímpica del autor, me
llevó, de seguro, a aquéllos años de una
Costa Rica que ya era diferente por las reformas sociales de los
años 40 (lideradas por el socialcristianismo de Rafael
Ángel Calderón Guardia, el comunismo de Manuel Mora
y la opción popular del cristianismo de Monseñor
Víctor Manuel Sanabria, y reforzadas, claro está,
por el socialismo a la tica de José Figueres Ferrer), pero
que conservaba los rasgos patriarcales y bucólicos de un
pasado sospechosamente liberal.

Entremos en
materia

Intentaré ingresar a Magón como lector, o
sea, desde sus textos, porque es en el discurso donde se articula
la mediación entre las estructuras de la sociedad y las
estructuras textuales; dicho de otra manera, es en el texto donde
se manifiestan los conflictos sociales, eso que la
Sociocrítica llama "socialidad" y que se presenta
en forma de lengua, en forma discursiva. No debo ocultar que para
tal propósito me apoyaré en el brillante ensayo
Magón… la irresistible seducción del
discurso
(Ediciones Perro Azul, San José, 2002) de la
maestra María Amoretti Hurtado, tal vez el texto
más abarcador e integral que se haya intentado sobre la
obra del autor que nos ocupa. Supongo que por su acidez
crítica y su amplia fundamentación conceptual no ha
sido recibido como debiera, ni en la academia, ni en los diversos
círculos literarios e intelectuales. Ya veremos por
qué, pues la mayoría de conceptos que
externaré obedecen, en su matriz, a las agudas reflexiones
del análisis de Amoretti.

Magón es uno de los autores más destacados
de lo que se conoce como el período nacionalista
costarricense. No en balde el principal premio que otorga el
estado costarricense en el terreno de la cultura lleva su nombre.
La mayoría de los críticos ha señalado que
la obra magoniana se inscribe en determinadas "formas simples",
ésas que suelen designarse como leyendas, mitos,
costumbres o chistes, lo que conocemos como "costumbrismo". Ahora
bien, partimos, como ya lo dejamos entrever, de que todo discurso
es una práctica social, y ésas "formas simples" son
utilizadas por Magón como fórmula estética
para imponer su autoridad cultural como un hablante que
condiciona el sentido de lo dicho porque "lo sabe todo", es el
verdadero "conocedor".

En última instancia, cuando hablamos de
Magón y sus cuentos o relatos, nos estamos refiriendo a la
identidad cultural costarricense, precisamente porque se le ha
incluido en el canon de lo "nacional identitario", es decir, como
una suerte de imagen en donde supuestamente se refleja, o se
mira, en todas sus dimensiones, el ser costarricense.
Magón, junto a su primo Aquileo Echeverría, es el
autor por antonomasia que nos "dice" cómo somos los ticos.
Pero conviene observar la contraimagen de ese retrato en familia.
Magón narra "como si" estuviese allí en el mundo
narrado, siempre es un testigo o protagonista de excepción
que vehiculiza y mediatiza el discurso narrativo, ya sea
expresándolo, o sencillamente escuchándolo como en
El principio de autoridad donde se parte de una pregunta
que apela al ingenio del lector, pero que ya contiene su propia
respuesta: ¿Quién no sabe cuál es el
verdadero significado de esta frase en Costa
Rica?

En ese relato, como en la mayoría de la obra
magoniana, el sujeto cultural es el campesino, el "concho".
Recordemos que la célebre Polémica
alrededor de la literaturización de los sectores populares
se encontraba en pleno apogeo. Lo paradójico es que
nuestro autor, en dicha polémica, defendía la
literaturización "de lo nuestro", pero el relato
desvaloriza al "concho" casi hasta llegar al "choteo". Sin
embargo, a la distancia, parece ser consecuente con lo que
algunos historiadores han planteado: los liberales, como el mismo
Magón, en realidad no eran tan "nacionalistas". Eso se
puede entender así: el nacionalismo era para los
demás, no para ellos, es decir, es una invención
periodístico-literaria para usufructo ideológico de
los liberales. De allí ese permanente guiño
irónico, esa "agarrada de chancho", que nos hace
Magón, el narrador, constantemente, tal y como lo
señala Amoretti.

Si analizamos El clis de sol dentro de la
perspectiva de lo irónico y la chota criolla, como lo
haremos más adelante con la narrativa magoniana en
general, veremos que ese texto lo que contiene es racismo
científico, positivismo trasnochado. Es ése el
componente ético y étnico (la posibilidad de lo
"blanco", lo europeo, lo "puro", en nuestra "raza") lo que
teñirá de manera definitiva la "imago" nacional de
los liberales. Esa "imago", siguiendo el relato, va a despreciar
políticamente al campesino negándole cualquier
cualidad heroica en contraste con el advenimiento de la figura
del mulato Juan Santamaría en el imaginario liberal de la
época.

En este cuento observamos claramente la maestría
magoniana en la manipulación textual pues
únicamente se nos ofrece la versión de Cornelio
Cacheda (cuyo nombre concentra ya la temática del asunto:
es doblemente cornudo pues tiene mellizas blancas, además
de que en mucho se animaliza su descripción física)
y se omiten las de su esposa y la del maestro italiano. Es decir,
nuestro campo de percepción queda limitado a lo que la
voluntad del narrador quiera mostrarnos pues la
caracterización del personaje está orientada de
acuerdo a la visión personal del autor-narrador, de
allí las entrecomillas cuando se trata de la voz de
Cornelio contrastada con la ilustrada de Magón.

El pecado de Cornelio no es dejarse engañar por
cándido, sino por inculto e ignorante. Así, la
burla en este relato consiste en hacer parecer ignorante al
campesino y al maestro italiano como un tipo sagaz aunque
inmoral; pero esto último no importa, la inmoralidad no es
un cuestión que sea tomada en cuenta en la globalidad del
sentido general del relato. Por lo demás, en la doxa tica,
el "inteligente", aunque sea inmoral, es mejor recepcionado que
el tonto, o el "baboso", que se deja embaucar por aquél.
Pero recordemos que muchas veces la inteligencia, como en el caso
de Magón, consiste en cambiar la mentira por la verdad. Al
final Cornelio se convierte en un chiste de cómo se cuenta
una mentira perfecta. El campesino, para Magón, es
risible.

No hay que negarlo, con la maestría de su
palabra, Magón reúne a personajes que en la vida
social están separados. He allí uno de sus grandes
aportes y de sus profundas carencias. Pero él los divide
con la misma palabra: quienes "saben hablar" son los cultos e
ilustrados, quienes no son los ignorantes, los analfabetas, por
tanto estúpidos y risibles. La identificación es
irónica, por tanto precaria, por eso en la misma palabra,
en su discurso, podemos entrever lo que separa a sus personajes
del propio narrador: la clase social. En otras palabras, el texto
magoniano pretende obviar las diferencias sociales desde la doxa
de un discurso patriarcal, pero a su vez las visibiliza y las
evidencia. El principio de autoridad se erosiona dentro
del mismo texto cuando hacemos una lectura desde esa
perspectiva.

Por lo demás, Magón añora un pasado
que no es el suyo, un pasado que no pertenece a su
ideología. Más bien se trata de retrotraer ese
pasado de sustrato colonial para justificar un presente de
recomposición liberal: Para justicias, el tiempo.
El humor en su cuentística costumbrista no es sólo
una broma sino que, y fundamentalmente, es una burla sutil y
largamente desarrollada, como profundizaremos más
adelante.

Pero la burla también puede ser la punta del
iceberg de la culpabilidad. Porque la individualidad y la
individualización son la base del pensamiento liberal, las
cuales no alcanzan, sino retóricamente, el consenso y la
participación pública que predica la
República. La contradicción se pone de manifiesto
en el cuento Un discurso imperecedero, donde se
desenmascara el carácter demagógico de la
educación y, de paso, se hace burla del campesino devenido
en educador, poniendo en acción el dispositivo de dominio
del estado expresado en su jerarquización aunque sea "una
retahíla de sandeces".

Magón a
pesar de sí: otra vuelta de tuerca

La doxa es lo que conocemos como el estereotipo, la voz
común, el rumor social, es decir, lo que responde a la
ideología del consenso y crea ficciones que sustentan el
imaginario de una colectividad. En cambio lo dóxico es lo
que transforma el sentido transgrediéndolo, por eso
responde a una práctica marginal que produce la
posibilidad de crear ficciones emancipadoras (Amoretti, p.
28).

En esa perspectiva la literatura solamente puede ser
dóxica, aunque no puede prescindir de la doxa porque es la
que produce el sentido, pero, necesariamente, debe ir en contra
de ella. Por esa razón, aunque Magón escribe desde
la doxa y desde una ideología sustentadora, también
delata eficazmente los vicios y estereotipos de su tiempo, a
pesar de sí mismo y de su propósito. Sin
proponérselo es dóxico también.

Precisamente lo que hace María Amoretti, en el
ensayo citado, es intentar otros rumbos de análisis en las
obras de Magón para romper con la autoridad del autor y
con una tradición epistemológica que lo ha colocado
como el patriarca de nuestras letras. Similar propósito
albergo en este breve artículo.

La imagen del autor es, como dice el pensador
francés Michel Foucault, citado por Amoretti, un efecto y
una función del propio discurso, en otras palabras, es un
constructo del propio discurso teórico de la literatura
pero a partir del funcionamiento del texto dentro de una
práctica institucionalizada, es decir, del hecho de que
ese discurso escrito se pone a circular según determinados
mecanismos sociales que regulan no sólo su modo de
producción, sino también su modo de
distribución y consumo. Recordemos que la manera original
de circulación de los textos magonianos se operó a
través del periódico, lo que les concedía
cierto carácter "oficial", o al menos
verosímil.

"Uno escribe para convertirse en otro distinto de quien
es" dice Foucault, retomando el conocido apotegma del poeta,
también francés, Arthur Rimbaud, "Yo es el otro".
En cambio Magón parece decirnos: "No soy yo quien escribe,
sino que otros hablan por mí". En otras palabras, se
escuda en los otros para decir lo que se quiere escuchar. Por
eso, como ya lo anotamos, lo que se debe estudiar es el discurso,
"la palabra viviente", tal y como lo formula el teórico
ruso Mijail Bajtín, y no su autoría. Sin olvidar,
con Foucault, que en todo discurso hay una voluntad de poder, por
esa razón el discurso no sólo traduce las luchas o
los sistemas de dominación, sino que es por lo que se
lucha, es el poder del cual uno desea adueñarse. De
allí la, a veces, aguda y desigual pugna en el campo
artístico-literario.

La crítica tradicional ha analizado la obra de
Magón a partir de un voluntarismo autorial donde se
identifica al autor con el narrador y donde el uso de la
ironía dirige la lectura más allá del mismo
texto. Además, el nombre del autor es el medio primordial
por el cual sus textos se dieron a conocer y circularon
originalmente. Pero sus discursos deben captarse como lo que
realmente son: actuaciones sociales y ejercicios de poder. Por
ello lo fundamental en el discurso es el acontecimiento, lo que
produce las relaciones, la acumulación, la
dispersión, la intersección y la selección
de elementos materiales. En esa perspectiva se debe restituir el
carácter del acontecimiento en el discurso, lo que los
teóricos denominan el "evento discursivo", que viene a ser
una especie de puesta en escena del texto, mejor dicho, una
puesta en palabras.

De esa manera la magia y la pirotecnia literarias de
Magón se han modulado a partir de la autoridad cultural,
la cual se presenta como archivo histórico de la comunidad
con significados compartidos. Esa autoridad habla en nombre de
todos, es como una suerte de administrador público de la
"voz ajena", de los discursos comunitarios; su posición
social es muy importante como amanuense y legislador. Por esa
razón refracta en el destinatario, el lector, una
respuesta compulsiva de identificación como resultado de
la interpelación cultural que la antecede: somos
así o no somos.

Hay que resaltar que esa autoridad se ejerce en broma,
como quien no quiere la cosa. Pero, como toda ironía
estética, es una broma muy seria que se usa como
táctica para ganar el poder en la relación social.
Recordemos que Magón no es un seudónimo sino
más bien un personaje del mismo narrador, dicho de otra
manera, es el autor-narrador confundido en su propia trama. Por
eso nos descoloca a veces, pero siempre ocupa la figura
privilegiada del dictaminador. Precisamente porque el otro, el
lector, no es asumido como un sujeto sino como un objeto
manipulable que está ahí para hacer posible el
despliegue del autor narrador. El lector es víctima de la
pirotecnia magoniana y debe asumir una actitud acrítica.
Es decir, hasta el lector es "típico", como todas las
cosas, personas y acontecimientos dentro del género
costumbrista.

Por todo lo anterior, la ironía en Magón
consiste en instalar una mentira como una verdad social. Dicho de
otra manera, la ironía es un proceso de falseamiento que
reinserta en el discurso literario el criterio de falso-
verdadero. Es el autor-narrador quien define la verdad sin darle
oportunidad al lector de discernir. La verdad magoniana, por lo
demás, es una verdad que no se modifica porque se puede
convertir en su contrario. Así, el principio de autoridad
es la fuente de la arbitrariedad. El texto magoniano se jacta de
lograr pasar una mentira como si fuera verdad.

En esa inversión que logra el discurso magoniano
se procura resaltar "lo noble de lo ridículo", es decir,
lo subalterno se desprecia y denigra desde una supuesta
posición de comprensión y ternura por esa
"inocencia" como debilidad humana del concho, del campesino, por
extensión del pueblo costarricense. Como ya lo
había señalado María Amoretti en su
análisis del himno nacional (Debajo del canto
(análisis del himno nacional
), Editorial de la
Universidad de Costa Rica, San José, 1987) en el discurso
liberal inocencia significa estulticia. Yolanda Oreamuno
más tarde va a tratar de revertir ese discurso al hablar
de lo costarrisible en los círculos oficiales, aunque hoy
algunos autores retomen ese concepto irónico de Yolanda
para retornar al discurso de Magón: lo costarrisible es lo
autóctono, es decir, lo propio del pueblo tico.

A manera de
conclusiones

Podríamos resumir diciendo que el engaño
es el elemento que organiza la coherencia y la eficacia de la
narrativa de Magón. Sirva como ejemplo, una vez
más, el relato El principio de autoridad. El
autor-narrador espeta al carretero "carasucia", "ladino palurdo",
que pretende venderle una carretada de leña a su
señora: "Si usted no tiene conciencia para venir a
engañar a una señora, yo tengo razones para hacerlo
a usted respetarla". En esa frase se retratan no sólo el
carácter y el espíritu de la vida nacional, sino
también la estrategia narrativa de Magón: la imagen
del atropello es la libertad en la percepción de la
conciencia que produce el texto. Porque es el autor-narrador
quien define el tamaño de la carretada de leña,
jamás se le brinda la palabra al boyero para que se
defienda. Y cuando el policía se entera de que el
narrador-autor es diputado del Congreso no hay duda a favor de
quién habrá de fallar. Allí no hay trato,
sino maltrato.

Magón ejerce el poder textual a partir de la
ironía y el sarcasmo los cuales se apoyan en los binomios
superioridad-inferioridad y verdad-mentira. El "choteo" es la
fórmula aplicada por el autor-narrador para retratar a sus
personajes y hacer su puesta en escena. Como ya lo dijo
lúcidamente Yolanda Oreamuno, contra ese comportamiento
irónico no hay defensa posible ni modo de denunciar su
agresión. Es un arma invencible porque trabaja desde la
dimensión de lo "inocente" y de lo implícito
eludiendo toda responsabilidad sobre lo dicho ya que es posible
negar todo sobreentendido.

En Magón la verdad se haya enmascarada pues se
trata de una verdad mentirosa cuyo emisor es invulnerable ante la
culpa, por lo tanto, es siempre inocente ya que siendo sospechoso
tiene, sin embargo, la coartada necesaria para eludir la
responsabilidad. Como bien subraya María Amoretti es "el
crimen perfecto" porque en ese tipo de ironía la inocencia
es fundamental, pero sólo como un factor de efecto porque
está siempre dentro de un contexto de malicia aunque de
difícil resolución.

No hay duda, Magón es el padre del choteo
nacional y de la "agarrada de chancho". Acaso gran parte de
nuestra historia literaria esté marcada por ese dudoso
origen. A lo mejor hasta el premio que ostenta su nombre contiene
mucho de esa verdad largamente escondida.

*Escritor costarricense.

 

 

Autor:

Adriano Corrales Arias*

 

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