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Narrativa sobre el origen de la autocracia en la "Patria Vieja" del Paraguay




Enviado por José Dardón



Partes: 1, 2, 3

Monografía destacada

  1. Prologo
  2. Antecedentes (siglos
    XV-XVIII)
  3. El
    carácter mestizo del Paraguay
    colonial
  4. El
    sustrato de las misiones jesuíticas
  5. Independencia y utopía francista
    (1814-1840)
  6. Junta
    de mayo de 1811: La emancipación de
    facto
  7. La
    autarquía paraguaya
  8. La
    "dinastía" de los López: Apertura al exterior
    (1840-1863)
  9. Establecimiento de relaciones
    internacionales
  10. Situación ante bellum en el Plata
    (1862-1864)
  11. López Carrillo y su política
    exterior
  12. Primera etapa bélica: El ímpetu
    paraguayo (1864-1865)
  13. Invasión al remoto Mato
    Grosso
  14. La
    invasión paraguaya a Corrientes
  15. El
    nefasta invasión a Río Grande do
    Sul
  16. Tercera etapa bélica: La contraofensiva
    aliada (1865-1866)
  17. El
    impacto de la ocupación militar
    paraguaya.
  18. López se queda sin flota y sin
    <aliados>.
  19. Expulsión de los invasores paraguayos de
    Corrientes.
  20. Tercera etapa bélica: Se inicia el
    suicidio nacional (1866-1868)
  21. El
    desastre de Curupaytí y el armisticio
    temporal.
  22. Con
    pocos recursos, los paraguayos siguen ciegamente a
    Karaí Guazú.
  23. Bibliografía

Prologo

Como muchos de los conflictos decimonónicos la
guerra de la Triple Alianza tuvo —fuera de la región
platina sudamericana—poca repercusión y vigencia
mediática en las naciones donde se conoció de
primera mano. En aquel entonces, la mayor parte de países
de la América latina se hallaba en el lento proceso de
consolidación de sus estados nación, pasó
que les permitieran echar a andar sus correspondientes ventajas
comparativas dentro del mercado mundial. Pero en otros casos, la
situación geográfica, la dimensión y los
rasgos culturales de su población, condicionaron
significativamente su particular sistema económico,
político y social; en cuyo caso, la apertura de mercados
externos —premisa universal del cooperación social
—, no se condescendió durante décadas, puesto
que esta condición no cuadraba dentro de los proyectos de
nación independiente que sus gobernantes intentaban
sostener. Una de estas autarquías —cuyas
raíces se pierden en la protohistoria—, es hoy todo
hito histórico para ciertos sectores de pensamiento
colectivista —sean de derecha o de izquierda—, cual
paradigma a seguir en prosecución de alcanzar el siempre
escurridizo y maleable concepto de bien común.

Desde el segundo congreso nacional de 1816, cuando se
organiza el consulado republicano del Dr. Gaspar de Francia hasta
la sangrienta muerte del mariscal Solano López en 1870 a
manos brasileñas, el Paraguay fue una nación regida
por verdaderos autócratas. Tanto el antedicho Doctor
Francia, como su sucesor Antonio López, disfrutaron de una
formación académica ilustrada—rasgo poco
común en la sociedad paraguaya a principios del siglo
XIX—, misma que se redituó en prestigio social y
político cuando se manifestó el momento correcto
para alcanzar el poder. En el caso de Solano López, hijo
primogénito del último, si bien tuvo una
educación digna de cualquier príncipe
delfín, carecía de la pericia y serenidad
política del padre. No obstante, como fiel
discípulo de Federico el Grande y de Napoleón
Bonaparte, su frenética determinación y
espíritu emprendedores, fueron los motores que lo
arrastraron junto a su familia y demás
<súbditos> a un tenebroso y profundo abismo en el
que cupieron todos los paraguayos, sin importar sexo, edad,
étnica ni condición social.

El resultado final, un páramo masculino donde
viudas, ancianos y huérfanos, cuales espectros vagaron
errantes durante años en las llanuras y las colinas
orientales y mas allá de sus fronteras.

Este espectáculo desgarrador —desde la
perspectiva del autor— junto con otras tragedias de esta
época, constituye un presagio en pequeña escala de
la locura de los totalitarismos que arrasaría el viejo
continente dos generaciones más tarde. Sin desestimar el
terrible precio que por su independencia pagó esta
nación enclavada en el corazón de la América
del Sur, las causas —en apariencia— de este
inexplicable sacrificio humano han sido poco estudiados o mejor
dicho, han quedado relegados a un segundo o tercer plano. Sea
estas para evitar amargas contradicciones en el mito fundacional
o simplemente para remedar una agenda política saturada de
juicios de valor y carente de argumentos apropiados para defender
causas descabelladas, el fondo del asunto referente a la
<Guerra Guazú>, como es conocida en la
tradición oral de los paraguayos, es mucho más
complejo que la lucha entre opuestos que la historiografía
tradicional y moderna continúan esgrimiendo a casi ciento
cincuenta años de concluida la contienda.

El presente trabajo intento llegar a la raíz del
mismo, indagando sobre los tipos de organización
política, social y religiosa de los guaraníes,
arrojados en las crónicas de los primeros exploradores
europeos y la tradición oral. También es importante
apuntar la particular fusión cultural, producto del
mestizaje entre guaraníes y españoles en este
rincón del Plata. Importantísimo es resaltar el
aprovechamiento y preservación del la normativa
consuetudinaria y corpus lingüístico de las tribus
externas a la influencia de Asunción por parte de los
misioneros jesuitas en sus tierras ancestrales, el rudo contacto
con los colonos portugueses, su progenie bandeirante y la furiosa
reacción comunera de los españoles asuncenos contra
el poder de la monarquía española enclavada en
Buenos Aires y contra los mismos sacerdotes de la
Compañía de Jesús, buscando su pronta
expulsión.

Estos factores vinieron a converger en dos eventos
separados pero íntimamente relacionados: la
declaración de facto de la gobernación paraguaya
frente a cualquier poder externo que no fueran los propios
paraguayos y la incorporación de indígenas
misionales, culturalmente superiores a sus vecinos tribales mas
bélicos—, con las capas populares de la sociedad
española-mestiza del Paraguay desde la expulsión
jesuítica en 1753 hasta la eliminación de la figura
nativa en el censo de 1843. La homogenización
tacita de la sociedad paraguaya junto con un sistema de valores
ancestrales, tanto guaraníes como hispánicos,
permitió que los elementos culturales coloniales
perduraran por más tiempo que otras sociedades
latinoamericanas, donde las guerras de independencia fueron
el causante de la drástica alteración
del orden social, político y económico propios del
imperio español.

El estado paraguayo, en consecuencia se convirtió
en un ente anacrónico ajeno a los cambios de la
geopolítica regional y mundial, donde los estados mayores
tenían sus propios intereses al frente de lo que
veían como una perniciosa anomalía, que en muchos
sentidos —efectivamente— era a la nación
paraguaya, que mas allá de la dicotomía liberales,
unitarios y civilización versus conservadores, federalista
y barbarie, el dilema paraguayo bajo la óptica de sus
contemporáneos argentinos, uruguayos y brasileños
era una entidad completamente absolutista y estatista, de
mentalidad anquilosada pero inquietantemente peligrosa y en
última instancia, proclive al expansionismo
imperial.

Por a la magnitud del trabajo al tratar de explicar los
puntos antes enumerado, el tema central del escrito se
centró en las causas y efectos de la política
exterior paraguaya sobre los pueblos del Plata y la contundente
respuesta de la triple alianza. Esta última, más
que de naciones fue de ciudades y facciones hegemónicas
regionales y políticas, dada las dificultades de sostener
con el esfuerzo nacional dicho conflicto, con el trágico
desenlace de la batalla de Curupaytí a finales de 1866.
Quedará pendiente la continuación de la guerra a
principios de 1868 hasta el final de la expedición
punitiva de la Triple alianza a mediados de 1870 en el noreste
paraguayo.

Antecedentes
(siglos XV-XVIII)

La primitiva jerarquía social
guaraní

Las distintas tribus conformaban la nación
guaranítica originalmente constituían un pueblo en
la transición de nómada a agrícola con una
particular visión mística del mundo. Su
migración primigenia se estima inició en
algún punto del siglo XV, teniendo como punto de
partida la región alrededor de la desembocadura del
río Amazonas, siendo su destino la cuenca del Rio de la
Plata. Al llegar se concentraron principalmente en la
región de la Mesopotamia platense y sus tierras
adyacentes, entre los ríos Pilcomayo, Paraguay, Uruguay y
Paraná, alcanzando a mediados del siglo
XVI,1 tanto los confines
septentrionales del Gran Chaco Boreal, como su límite
meridional en las islas del delta
paranaense.2 A lo largo de su
recorrido, quienes permanecieron en los humedales
del Mato Grosso así como los que siguieron hacia las
llanuras chaqueñas continuaron con una existencia
errabunda como recolectores-cazadores, propia de sus antepasados.
Quienes finalmente se convirtieron en agricultores permanentes,
se quedaron en las fértiles tierras mediterráneas,
bañadas por los grandes ríos meridionales de la
América del Sur, de lo que más tarde serian la
Gobernación del Paraguay.

En tiempos de las primeras contactos con los
exploradores europeos (c.1515-1536), las tribus guaraníes
llevaban muchas generaciones organizadas bajo una suerte de
<confederación teocrática>, distribuida en
asientos permanentes llamados tekuas o villas. Estas se
conformaban en un conjunto de casas comunales —albergando
entre 10 a 15 familias—, unidas por fuertes lazos
consanguíneos, religiosos e idiomáticos en
común. Los caciques de estas poblaciones
periódicamente realizaban alianzas temporales entre si, en
función al manejo de los recursos naturales y
económicos disponibles en esta región
platina, donde la fe y la agricultura intensiva eran el
común denominador de la nación
guaranítica.3 Para mediados
del siglo XVI, se ha determinado que la población
guaraní era de entre 300,000 a 400,000 personas viviendo
en el Cono Sur.

A lo largo de su periodo precolombino de
migración y asentamiento, los karai-guazu (o
sacerdotes-profetas panguaraníticos) desarrollaron un
sistema de creencias donde instaban a la constante
búsqueda de Yvy Marãe"? —la Tierra sin
Maldad—, una paraíso terrenal donde <no
existirá ningún castigo, [ni] desventuras, ni
[padecimientos], nada se
destruirá>4 que solo
podría alcanzarse a través de la correcta
convivencia en comunidad y el seguimiento de ciertas pautas
culturales. En este orden de ideas, el principio de su
cosmovisión, el Ñanderuguazú —Nuestro
Gran Padre —, así como los mitos cosmogónicos
y escatológicos de la creación y destrucción
de los tres mundos, constituían la senda del aguyé,
o estado de perfección espiritual —originalmente
obtenido a través del canibalismo—. Todo este bagaje
de creencias sentaría la base de profundos cambios en la
organización posterior de la
región.

El
carácter mestizo del Paraguay colonial

La peculiar relación entre los guaraníes y
los castellanos quedo establecida desde los días de los
primeros establecimientos a lo largo del río Paraguay, en
especial la fundación de la primera ciudad española
en el corazón del continente. <Nuestra Señora de
la Divina Asunción del Paraguay> fue
fundada en 1537 por Juan Salazar de Espinosa (1508-1560) y
Gonzalo de Mendoza (s.f.-1558), en el fuerte militar
anteriormente establecido el 15 de agosto 1536 por Juan de
Ayólas (c.1498-1538), teniente de Pedro de Mendoza
(c.1487-1537), mientras realizaba la exploración del rio
Paraguay buscando las vastas riquezas auríferas y
argentíferas situadas en <tierras del
Inca>, al poniente de los dominios
guaraníes.5 Desde aquí
partirían todas las expediciones para
consolidar el poder español en las tierras
más meridionales donde los incas no lograron extender su
domino. El capitán Domingo Martínez de
Irala (c.1487-1537), desde 1538, segundo al mando de la
expedición de Ayólas, gobernador interino de la
Provincia del Rio de la Plata, dándole ordenamiento y
personería jurídica a los fueros municipales o
comuneros —origen del peculiar rasgo autonómico de
la región sumando su aislamiento geográfico—,
repartió propiedades a los muchos colonos asentados.
Posteriormente este número aumentó tras la
evacuación del fortín de <Santa María del
Buen Ayre>, fomentando así la construcción de
edificios públicos, la iglesia de la ciudad y sus murallas
defensivas.

Tras la purga de los jefes guaraníes hostiles a
los españoles en 1540, los españoles consolidaron
su posición en la región y por medio de la
diplomacia y la política de conciliación, se
promovió la unión interracial entre hombres
europeos y mujeres guaraníes, como símbolo de
alianza entre los pueblos que lograron resolver sus diferencias
en forma pacífica.6 De esta
forma se liberó la tensión diplomática con
los caciques leales quienes al jurar lealtad a la Corona
española, se convirtieren en súbditos de Su
Majestad Católica, con los derechos y obligaciones legales
prescritos en las Leyes de Burgos7 y ratificadas posteriormente
en las Leyes Nuevas. Desde este momento, el producto
legíti mo del mestizaje ante la Corona así como
ante la Iglesia, —que a diferencia de otros experimentos
similares en el continente—, contribuyó a la
preservación, por vía matrilineal, del idioma
guaraní, marcó permanentemente el desenvolvimiento
posterior de la nacionalidad paraguaya.

Desde el principio de la colonización castellana,
el sistema de encomienda yanacona obligó las poblaciones
indígenas —tanto aliadas como vencidas—a tomar
residencia en el sitio de su elección; teniendo como fin
el control político y fiscal de los sojuzgados. Como en
otras partes del continente, las encomiendas —o
reducciones— reunían a la población dispersa
en pueblos de indios cuya cabeza era el cacique original de la
tribu. Por contexto general de la colonización
española, la discrecionalidad de la normativa
jurídica, hubo excesos con las poblaciones, aun existiendo
órdenes concretas de cómo tratar a los
nativos (según sexo, edad y rango) en los
repartimientos.8 Sin embargo, con el
tiempo, esta institución evolucionó hacia una forma
de autogestión, pues proveyó de labradores,
sirvientes y esposas a la nueva sociedad paraguaya.

La comunidad hispánica del Paraguay colonial
—que se autodenominó como española y
jamás como criolla o mestiza9— se basó en la
familia extendida, rasgo derivado de las antiguas sociedades
indígenas.10 Dada a la
inexistente migración de peninsulares —sobre todo
mujeres— los mestizos alcanzaron un status quo superior al
de otras partes en las Indias Occidentales. Debido a estas
circunstancias, la evolución de la institución
encomendera sufrió modificaciones en su
funcionamiento, pues pasó de ser la unidad de
explotación económica y cultural por excelencia,
con el tiempo adquirió —dada su situación
geográfica— matices de índole comercial, que
con la aparente indiferencia de la autoridad colonial, tuvo
ciertas relaciones de intercambio con determinados pueblos
nativos fuera del dominio colonial, especialmente con los
guaraníes.11

Cuando Álvar Núñez
Cabeza de Vaca (c.1488-1557), veterano de la conquista de la
Florida, llegó a Asunción como primer
gobernador designado por el Consejo de Indias el 11 de marzo
de 1541, trajo bajo el brazo las Leyes Nuevas con
las que se fundó su gobierno, ordenando que se les diera a
los nuevos súbditos indígenas el trato humano
estipulado en la nueva legislación junto con su apropiada
evangelización por parte de los encomenderos. La severidad
legal y política con la que Cabeza de Vaca ejerció
su gobierno estricto y justo —principalmente por la
protección que prodigó a los guaraníes y
demás naciones de indios sometidos a la Corona—
origino zozobra entre los conquistadores. Esto dio lugar a
profundas diferencias entre la autoridad colonial y los vecinos
españoles, quienes durante todo el periodo colonial dieron
muestras de un fuerte espíritu comunero. La ecuanimidad
con que Cabeza de Vaca practicó su administración
le costó cara, pues Martínez de Irala
concretó una conspiración en 1544 junto con otros
colonos descontentos. Finalmente deponen al
gobernador y logran regresarlo a
España.12 Esta clase de
insubordinación de los españoles
paraguayos hacia la Corona fue muy común, a
lo largo de los siguientes dos siglos.

Durante todo el transcurso del siglo XVI y principios
del XVII, los españoles paraguayos y sus aliados
guaraníes lograron dominar buen parte de la región
mediterránea, tanto por medios militares como acordando
alianzas diplomáticas con los demás grupos, que
tradicionalmente enemistados con los guaraníes optaron por
sujetarse al poder de Asunción. Sin embargo, las ciudades
fundadas en regiones remotas sobre el curso medio del Paraguay al
norte (como la Villa de Concepción), las márgenes
orientales del Paraná (como Villa de Ontibéros
(sic), Ciudad Real de Guáyra), y la banda oriental del rio
Uruguay (San Juan, San Vicente) sufrieron depredaciones por parte
de las belicosas tribus ecuestres del Gran Chaco como los
guaycurúes, payaguas y los charrúas de la banda
oriental del Uruguay, así como los fieros tupies del
litoral atlántico y los despiadados
mercenarios mamelucos llegados del Principado del
Brasil.13

El 16 de diciembre de 1617, bajo las observaciones
prescritas del gobernador Hernando Arias de Saavedra (1561-1634)
sobre la dificultad de administrar un territorio tan vasto como
las gobernación de Rio de la Plata y del Paraguay, el rey
Felipe III de Borbón (1578-1621) —por medio de
cedula real— decreta la división de la
gobernación en dos provincias separadas: Rio de la Plata
(con capital en Buenos Aires) y el Paraguay14 con capital en
Asunción. Ambas provincias seguirían dependiendo de
la Real Audiencia de Charcas, tribunal del Virreinato del
Perú, pero este hecho marcaria de iure la
separación de facto que existía ya entre las dos
ciudades españolas.

El sustrato de
las misiones jesuíticas

Dado el inconveniente antes descrito, el
gobernador del Rio de la Plata y del Paraguay

<Hernandarias>, criollo asunceno,
después varias expediciones infru quista en
territorios tan indómitos como la Tierra del Fuego, el
Chaco boreal y los cursos superiores del Paraná y Uruguay,
con numerosas pérdidas humanas y
materiales—adquirió plena convicción que los
españoles con todo su poderío militar, no eran lo
suficientemente fuertes para vencer a los nómadas por
medio de las armas. Estos —desde la perspectiva espa
ñola— pueblos barbaros fueron el azote de las
poblaciones coloniales como ya se ha mencionado
anteriormente. En su visita a la corte de Madrid en 1601,
el gobernador de Paraguay expuso la necesidad de probar otras
alternativas para sojuzgar a los naturales a la autoridad real,
por medio de la propagación de la fe
cristiana.15 Es por eso que, en 1608
el monarca español autorizó el viaje de
Simón Mazeta (s.f.) y José Cataldino (s.f.),
sacerdotes de la Compañía de Jesús, quienes
llegaron el 8 de diciembre de 1609, con el
consiguiente rumbo a la región de Guáyra, en el
curso superior del Paraná. Aquí pasarían los
siguientes tres años predicando entre los
guaraníes, hasta erigir una de las primeras reducciones
jesuíticas en la región: Nuestra Señora de
Loreto de Pirapó.16

Paralelo a esta primera misión autorizada por la
Corona, en su visita a Asunción, el jefe de los indios
paraná, Arapizandú, solicitó
protección de la Corona Española y misioneros
cristianos para su pueblo, debido a las continuas incursiones
que, desde finales del siglo XVI, venían haciendo estragos
sus enemigos tupies, la agreste progenie mestiza brasileña
—los mamelucos— y los mercenarios portugueses de
São Paulo, juntos bajo el lábaro de los Braganza:
los temidos bandeirantes
paulinos.17 Los supuestos
yacimientos auríferos de tierra adentro, junto con la
demanda de esclavos necesaria en los engenhos
azucareros de la costa atlántica,18
atrajo la atención de los colonos lusos y sus
auxiliares nativos hacia las poblaciones más o menos
densas y disponibles en las tekuas guaraníes de la
región oriental de la cuenca platense.

En 1611 se incorporaron a la misión los
presbíteros Marciel de Lorenzana (s.f.) y Francisco de San
Martin (s.f.), quienes establecieron respectivamente reducciones
en el Paraná y el Uruguay, fundando la reducción de
San Ignacio Guazú en 1609. Estas dos reducciones iniciaron
el establecimiento de la Provincia Jesuítica del Paraguay,
sumando solo en esta comarca treinta misiones con
población netamente guaraní y algunos individuos de
otras tribus—que huían del Brasil—, fueron
rápidamente absorbidos por el grupo mayoritario. Las
misiones de la Guáyra, pronto fueron desoladas por los
bandeirantes alrededor de 1620, por lo que las autoridades
españolas así como la Compañía de
Jesús organizaron sendos éxodos para trasladar a
los sobrevivientes de las misionales hacia la
Mesopotamia platina y la región meridional del Paraguay.
Esta primera invasión cobró como precio más
de treinta mil prisioneros guaraníes que fueron a parar a
los mercados de esclavos de la Capitanía de São
Vicente do Brasil.19

En esta región donde casi convergen los cursos
del Uruguay y el Paraná —la provincia argentina de
Misiones— siendo el padre Antonio Ruiz de Montoya
(c.1585-1652) —criollo limeño— el
artífice principal del traslado de más de doce mil
personas desde el curso superior del Paraná en
1531, quien fundó aquí nuevas misiones en el
territorio paraguayo como Corpus, San Ignacio, Mini, Loro,
&a. También crearon nuevas reducciones
jesuíticas en el lejano norte de Paraguay, fuera de su
territorio provincial, tales como San Joaquín, San
Estanislao y Belén, todas a mediados del siglo
XVIII.20 Por cédula real del
16 de marzo de 1608, todas las reducciones jesuíticas
quedarían exentas de prestar el servicio a
las encomiendas.21

Los jesuitas tuvieron un éxito sin presentes
entre los naturales, quienes encontrando semejanzas muy profundas
entre sus creencias ancestrales y la fe cristiana, más su
peculiar sistema de organización social y política
facilitaron aun más el desarrollo de las reducciones
jesuíticas. Si bien la organización tenía
como sustento jurídico-urbano el sistema de reducciones
(poblaciones de naturales con iglesia y casa parroquial, cabildo,
plaza mayor y solares propios), las misiones guaraníticas
siguieron su propia lógica ancestral de las tekuas, donde
los sacerdotes jesuitas tomaron el lugar de los antiguos karai
guazú. Los padres de la Compañía de
Jesús amalgamaron el sistema de valores de la cultura
guaraní a su propia visión ignaciana del
cristianismo, junto con la interpretación
particularmente jesuita de las Leyes
Nuevas.22

A diferencia de la mayor parte de reducciones a lo largo
del continente, en las jesuíticas —si bien la
conversión al catolicismo era la norma—, la
adopción de la cultura y lengua española
brilló por su anuencia. Los jesuitas difundieron sus
normas y enseñanzas en la lengua materna de los nativos,
que pasó a convertirse en lingua franca para toda la
provincia, donde incluso entre los <españoles> de
Asunción, Villarrica del Espíritu Santo y
Corrientes —las principales ciudades de la
región—. El sistema urbano de las
reducciones agregaron a las construcciones básicas otros
edificios con funciones visionarias: colegios, hospitales, asilos
de viudas y huérfanos, lazaretos, talleres y bodegas.
Estos grandes proyectos fueron posibles gracias a un concepto
laboral precolombino muy arraigado entre los pueblos
sudamericanos, que en su variante guaraní responde bajo el
nombre de amingáta nendive o reciprocidad comunal23,
preservado por los neófitos. Esta forma de cooperativismo
ancestral, junto con a la disciplina militar y la estructura
verticalista jesuítica dio resultados concretos en un
tiempo relativamente breve. Las tareas estaban estrictamente
definidas según condición de sexo, edad y
jerarquía social y los sacerdotes eran garantes del
cumplimiento tácito del programa misional.

Si bien cada reducción era dirigida
por un cabildo de principales precedido por el corregidor
—o parokaitara—, que le permitió guardar
un alto grado de autonomía frente a la autoridad tanto
secular como clerical,24 los jesuitas
se hacían cargo de la misión en forma discrecional.
En cada reducción vivían de forma separada del
resto los jesuitas, normalmente dos individuo, el padre titular,
quien administraba los bienes de la misión y el cura de
almas, encargado de las funciones espirituales de la gente, y que
era subordinado del titular.25 Todos
los sacerdotes estaban bajo el jefe superior de las misiones
— llamado también padre provincial—, quien
radicaba en la ciudad de Córdoba de la Nueva
Andalucía y rendía cuentas solamente al
prepósito general de la Compañía de
Jesús, subordinado al sumo pontífice en
Roma.

Los jesuitas quedaron prácticamente fuera de la
jurisdicción monárquica española, lo que les
dio poder extraterritorial de iure y de facto. Si bien es de
reconocer que la Compañía de Jesús tuvo un
papel determinante en unificar y consolidar el esfuerzo de
implantar la civilización cristiana en el Nuevo Mundo,
junto con otras facultades que le fueron otorgadas dentro de las
distintas jerarquías sociales y económicas dentro
de la sociedad española en las Indias Occidentales
—que no serán tratadas en este trabajo—, la
disciplina y la determinación con la que lograron sus
objetivos fueron motivo de prejuicio y rencor por parte de
miembros de los cabildos —acaparados principalmente por los
criollos—, el clero secular de cada reino hispánico
y por último las autoridades real, influidos
estos últimos por las ideas racionalistas del
Iluminismo.

Observaciones hechas por el polímata
español Félix de Azara (1742-1821), dejan en claro
su posición anticlerical, ofreciendo datos sobre como
desde la perspectiva secular los jesuitas económicamente
sacaban provecho tanto de su inmunidad diplomática como la
exención tributaria de las reducciones
guaraníticas, impidiendo el contacto en la medida de lo
posible entre los guaraníes misionales y las poblaciones
sujetas a la Corona española. Los testimonios más
sugestivos de este enclaustramiento lo describen los <fosos
profundos […] que cerraron las avenidas de sus tribus, que
guarnecieron de gruesas estacas ó de fuertes palizadas, de
puertas y cerrojos en los parajes donde era indispensable pasar;
y ellos [los jesuitas] colocaron allí guardias y
centinelas vigilantes, que no dejaban ni entrar ni salir á
nadie sin una orden por escrito.>

Continua Azara narrando sobre lo dispuesto por la
Compañía de Jesús en su jurisdicción
provincial que con estos proyectos defensivos donde habían
<cañones de artillería […] y los
armamentos que hicieron para defenderse […] que hicieron
sospechar a algunos que habían minas preciosas en el
territorio ocupado por los indios, y otros creían que los
jesuitas aspiraban a formar un imperio independiente.>
Finalmente el erudito de Huesca ofrece las razones ofrecidas por
los jesuitas en que <la debilidad de sus Indios era tal que no
podían sostener su independencia, aun con el
pequeño número de Españoles que había
en el Paraguay […], conocían esta debilidad tan
bien como yo [el autor] porque el corazón y el amor propio
nos engañan frecuentemente. Los Jesuitas sostuvieron
siempre que los Españoles eran injustos […] y que
los Indios [aun con siglo y medio de
protección] no se hallaban en estado de
gobernarse solos.>26 Esta
observación se hace ante el hecho que hasta
un periodo posterior de su fundación en las reducciones
solo existía un régimen de tenencia de tierra
llamado Tupa mba´e —o tierra de Dios—, un tipo
de propiedad comunal destinado al cultivo de algodón,
trigo y legumbres.

Cuando la limitación de ingreso de particulares
españoles se extendió a los gobernadores y a los
obispos, cuyas visitas eran necesarias para la
rectificación de los padrones de población con
fines hacendísticos, el recelo y temor de las autoridades
hacia los jesuitas llego hasta la corte madrileña; con el
agravante de observar que la mayor parte de los sacerdotes
jesuitas no eran súbditos de Su Majestad Católica
sino de otras nacionalidades ajenas a la monarquía
española. Cuando los jesuitas ofrecieron al
monarca español implementar el sistema de propiedad
particular —el Ava mba´e o tierra del hombre27—
para inducir a los indios misionados en la lógica
mercantilista, otorgándoles en propiedad a cada cabeza de
familia una chacra o quinta con la que pudiera cultivar los
productos de su interés y para sostén de su familia
nuclear, ocupándose de ella dos días por semana.
Sin embargo el experimento aparentemente fracaso dado que les era
imposible comerciar fuera de las misiones con los
españoles o los portugueses, quedándose todo el
producto de las granjas privadas en los almacenes de la
reducción por la renuencia de los sacerdotes. El comercio
exterior solo se dio con los productos derivados las Tuba
mba´e, —los textiles de algodón, el tabaco y
la yerba mate—. Aun con el control absoluto sobre los
bienes y destinos de los habitantes de las reducciones, los
jesuitas se mostraron más eficientes en su
administración que los oficiales reales y los
encomenderos.28

Las congregaciones jesuitas en tierras
guaraníticas proporcionaron uno de los cuadros
más destacados en la historia de Occidente
sobre el tutelaje de poblaciones ejercido bajo los auspicios de
la Iglesia Católica. Los jesuitas impusieron una estricta
observancia de control y un régimen comunal que si bien
—aun con rigidez militarista de los jesuitas— no
constituía una sociedad libre, como podría pensarse
en retrospectiva, fue la alternativa más humanista que por
doscientos años contaron para escapar de las encomiendas
españolas y a la todavía peor sentencia de muerte a
la que los bandeirantes portugueses los sometían.
Finalmente el aislamiento y protección jesuitas llegaron a
su fin el 27 de febrero de 1767, cuando el rey
Carlos III decreto su expulsión de todos sus
dominios.29 Tras la
salida de los jesuitas, sus bienes fueron repartidos entre el
clero secular y las autoridades civiles, mas dada la
disposición de Madrid que los últimos fueran los
responsables de la administración de los bienes y el clero
se limitara a las funciones religiosas, entraron
rápidamente en conflicto, que rápidamente hizo
decaer la presencia de los nativos.

Dada la falta de consensos entre ambos poderes —el
temporal y el espiritual—, la mayor parte de la
población abandonó las reducciones
dispersándose en direcciones opuestas a los
márgenes del Paraná y Uruguay, unos marchando hacia
la Banda Oriental, al punto que para 1801 quedaba en las misiones
cisparanænses menos de un tercio de la población en
había en los días de la
expulsión de la Compañía de
Jesús.30 Quienes se adentraron
en el corazón del Paraguay subsistieron en algunas de las
antiguas reducciones como Candelaria para ser finalmente
absorbidos por la población mestiza a partir de
1843.31

Croquis para localizar las misiones
jesuíticas del Paraguay y su área estanciera
delimitada.
Fuente: Livi-Bacci, Massimo & Ernesto J. Maeder.
(2004) The Missions of Paraguay: The Demography of
an Experiment, Journal of Interdisciplinary History 35, 2:
185-224.

Independencia y
utopía francista (1814-1840)

Escenario geopolítico a principios
del siglo XIX.

El día 14 de mayo de
1810 llegan a la capital del Virreinato del Rio de la Plata, las
noticias sobre la caída de la Junta Suprema Central
Gobernativa en Sevilla. La invasión francesa a la
península ibérica (de facto 18/10/1807 de iure
8/05/1808) fue el detonante final de los movimientos de
emancipación de los reinos indianos que conformaban la
Monarquía Española. Si bien hubo movimientos
previos a la revolución de mayo en Bueno Aires, esta fue
la primera en consolidarla primera Junta Provisional de Gobierno
plenamente autónoma de las autoridades coloniales
el 25 de mayo de 1810.32 Para
consolidar su posición frente a las demás
gobernaciones y corregimientos, dirigió
excitativas a todos los antiguos componentes virreinales. Uno de
estos distritos era el lejano Paraguay.

En ese sentido, se dirigió a las autoridades de
Asunción el día 27 del mismo mes la
invitación para adherirse al movimiento revolucionario,
reconociendo la autoridad porteña y exhortando a los
paraguayos enviar diputaciones para que tomaran parte en los
debates de la asamblea.33 Dada la
mesura y consideración del gobernador Bernardo de Velasco
y Huidobro (1765-1822) hacia los españoles asuncenos, las
aspiraciones autonómicas de la provincia se habían
postergado, inclinando su posición de fidelidad hacia el
rey cautivo, pues no deseaban sustraerse de la dominación
española para caer bajo el yugo de los
porteños.34 En convocatoria a
una asamblea provincial donde finalmente se optó por
esperar noticias de España. Ante dicha
respuesta, remitida el 27 de julio del mismo año, la Junta
de Buenos Aires, presidida por el general Cornelio
Saavedra y Rodríguez (1759-1829), determinada a imponer su
autoridad sobre el Paraguay, envía una
expedición militar al mando al ilustre Manuel Belgrano
(1770-1820) misma que, aunque encuentra la derrota
en las batallas de Paraguarí (19/01/1811) y Tacuarí
(9/03/1811), logra infundir ánimos entre las milicias
realistas paraguayas —quienes aun guardaban en su
espíritu ansias de libertad—, a que busquen la libre
determinación de su pueblo.35
A partir de entonces, la perspectiva de las gobernaciones y
corregimientos interiores del antiguo virreinato seria negativa
frente a las intenciones los revolucionarios porteños,
dando como origen al sentimiento anti-centralista en tierras
platinas —principiando en el Paraguay—. Aun con la
falta de experiencia en el combate, la defensa regional de la
gobernación por parte de la oficialidad realista paraguaya
— soldados bisoños en su mayor parte— se
logró destacar, misma que contó con gran
número de efectivos milicianos de todos los estamentos
societarios.36

Otro factor que tendría efectos a largo plazo en
el destino de la joven nación mediterránea fue la
huida de la corte portuguesa hacia el Brasil ante la toma de la
capital imperial de Lisboa por parte de los franceses el 30 de
noviembre de 1807.37 Con llegada de
la familia real de Braganza—, que llegaron a São
Salvador da Bahia de Todos os Santos el 22 de enero de 1808,
donde una semana después se ordena la apertura del
comercio internacional de todos los puertos
brasileños.38 Con la Corona
portuguesa asentada en tierras americanas, los portugueses
mejoran enormemente la eficiencia y dirección de sus
colonias brasileñas frente al caos que se iniciaba en los
reinos españoles, quienes aislados de la metrópoli
no podían contener el avance lusitano en tierras
nominalmente hispánicas, fijando especial atención
a las prometedoras provincias del Rio de la Plata. Una mejor
organización en la dirección política y
económica, proveyó al Brasil portugués las
herramientas necesarias para consolidar su posición
geopolítica en el escenario sudamericano. Sus adversarios
—los españoles rioplatenses—, si bien no
contaban con una adecuada dirección real, poseían
un elemento humano clave, el valor y coraje de la gauchada
criolla para defender sus tierras, fuente de
subsistencia para sus familias y
comunidades.39

La vista de los portugueses hacia el poniente de sus
posesiones brasileñas cobró atención en la
figura de doña Carlota Joaquina de Borbón, reina
consorte de Portugal y hermana del rey cautivo Fernando VII de
España, quien reclamó —en ausencia del rey
legítimo— los derechos reales sobre las posesiones
españolas más próximas, es decir del
virreinato del Rio de la Plata. Como consecuencia de esta
dirección política, los portugueses ocuparon la
amplia zona confinada entre el rio Uruguay, el litoral
atlántico y la desembocadura del rio de la Plata, desde
finales de 1816 hasta principios de 1820. Consumada la
invasión, la antigua Banda Oriental del Uruguay pasa a
denominarse bajo el nombre de Provincia
Cisplatina.40 Terminadas las luchas
emancipadoras el equilibrio de poder que antes se
pujaba entre españoles y portugueses paso a ser entre los
estados argentinos y brasileños que compitieron durante
más de cincuenta años por la hegemonía de la
cuenca platense, arrastrando a los pueblos adyacentes y
periféricos de estos dos gigantes sudamericanos a
distintas orbitas de influencia y alianza. Uno de esos pueblos
fue el que se desarrollo en el remoto país del
Paraguay.

Junta de mayo de
1811: La emancipación de facto

Hasta 1810, la gobernación del Paraguay
formó parte del Virreinato de la Plata. No obstante, las
autoridades realistas en Asunción se negaron a reconocer a
la junta provisional bonaerense. En consecuencia, los portugueses
pactaron negociaciones con el gobernador Velasco y
Huidobro, brindándole las tropas necesarias que
contuvieran cualquier intento militar de Buenos Aires para
someter a los aun leales súbditos paraguayos. A ojos del
gobernador, según testimonio, la reina consorte
constituía la legitimidad más próxima a la
corona española que el mismo
representaba.41 Sin embargo esta
acción se interpretó como traición a la
causa realista — intelectuales, oficiales de milicia y
pueblo en general— pues requirió soldados a una
nación tradicionalmente enemiga para defender
los intereses de la corona española. Con la derrota
porteña en las batallas de Tacuarí y
Paraguarí, los asuncenos finalmente neutralizaron el poder
del gobernador el 15 de mayo de 1811 a <punta de
cañón> donde obligaban al mismo y a sus
seguidores deponer las armas y permitir que una
junta provisional de gobierno local que —según
acta— continuaría siendo fiel a Fernando VII; mas
dando a entrever exigencias autonómicas para la provincia
del Paraguay que finalmente se lograron bajo un gobierno de
transición, al día
siguiente.42

Como en otras partes de la América
española, luego de la transición de mando del
gobierno colonial a la junta provisional, se convoca a un
congreso general de las diputaciones en Asunción,
principales villas y poblaciones del interior. Esta junta
provisional, al enviar el auto de 20 de julio de
1811 expone los hechos ocurridos a mediados de mayo que
bajo su postura, atentaron contra la seguridad territorial de
Paraguay, como a la lealtad hacia la monarquía. Los
revolucionarios asuncenos estaban dispuestos a discutir los
términos de la unión con las Provincias Unidas del
Rio de la Plata, siempre y cuando se respetara la
autonomía de la provincia y que se convocara un Congreso
General Provincial, regidos por los estatutos de la
constitución de las cortes de Cádiz, basaros en la
libre determinación de los pueblos al conceder plena
libertad de comercio con la aduana porteña, levantando las
restricciones de tipo mercantilista. Hasta que no se convocara
dicho congreso, el Paraguay mantendría su gobierno
autónomo debido al creciente temor hacia las guarniciones
portuguesas en la región de las antiguas
misiones orientales del
Paraná.43

Los sentimientos autonómicos del Paraguay
inquietaban a la Junta de Buenos Aires —aun presidida por
Saavedra— pues si esta se reconocía, crearía
una reacción en cadena con respecto a las demás
provincias, sobre todo las del norte, región misma que
estaba amenazada por una muy probable invasión portuguesa
en la cuenca del rio de la Plata. Se necesita un centro
neurálgico para coordinar todas las operaciones
concernientes a mantener y preservar la unidad territorial del
virreinato platense. Los límites de la provincia de
Paraguay, si bien fluctuaron con el paso de los siglos y
las circunstancias políticas, quedaron
delimitados uti possidetis44 en el tratado de San Idelfonso de
1777 con los siguientes accidentes
geográficos: los ríos Yguazú, Paraná,
Ygurey, Corrientes (Blanco), Paraguay y Jaurú, quedando
firmes las usurpaciones territoriales de los bandeirantes
paulistas en los territorios al sur y sureste de las misiones
jesuíticas
cisparanænses.45

Partes: 1, 2, 3

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