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Los que regresan: Revinientes, vampiros y la evolución del miedo



  1. Introducción
  2. Revinientes
  3. Hacia
    una posible cronología

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Introducción

La creencia en vampiros ha estado determinada social e
históricamente; y como tantas otras creencias tuvo una
evolución que encuentra sus principales raíces en
los complejos contextos históricos por los que Europa
pasó desde fines de la Edad Media. Esto es algo que no
solemos tener habitualmente en cuenta cuando vamos al cine a ver
un film de Drácula o alguna otra
producción que tenga a los ya famosos chupasangre
como protagonistas. Debemos admitir que en los últimos
años, tanto la pantalla grande como la televisión,
los ha convocado con asiduidad; del mismo modo que a los zombis,
quienes a primera vista parecerían haber copado la escena
en el morboso imaginario actual.

Lo que este corto trabajo se propone es brindar una
explicación de dicho proceso de cambio, intentando ver de
qué modo la historia de la creencia en vampiros se
relaciona con otras historias ya instaladas dentro del universo
de la historiografía. Para ello tendremos que aludir a
temáticas que necesariamente refieren tanto a la Iglesia
Católica (su lucha contra las tradiciones paganas, la
tarea de evangelización y temores propio de la
institución) como al proceso de construcción del
individualismo occidental, la historia del miedo a los fantasmas
y la emergencia de la razón cartesiana a partir del siglo
XVIII.

Seguramente será ésta una tarea
inconclusa.

De todos modos, vaya esta somera aproximación a
una temática que, al menos en lengua castellana, no ha
tenido la difusión que se merece. Espero contribuir con
ello a un mejor conocimiento de la cuestión y de nosotros
mismos. Porque si de algo estoy seguro es que los vampiros (de
igual modo que los espectros y almas en pena) son una
interesantísima creación que elaboramos y llevamos
muy dentro nuestro.

PARTE 1

Revinientes

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La palabra que titula este apartado no figura en el
Diccionario de la Real Academia Española (RAE).
Ello tal vez se deba a que los españoles no tuvieron la
necesidad de usarla o que hayan aludido de otra forma al
fenómeno sobrenatural que la misma expresa. Lo cierto es
que en el país más dominado por la Iglesia
Católica, la ausencia de "revinientes" es un dato
interesante a tener en cuenta. España, baluarte
inconmovible de la más ortodoxa palabra divina, tuvo una
clerecía que se sentía más segura, poco
amenazada y firme, ante los embates viejos (del paganismo
residual rural) y nuevos (del luteranismo naciente a mediados del
siglo XVI). Todas la referencias a "revinientes"
provienen del centro y Este de Europa, zona asechada por los
turcos desde el siglo XV; y de Inglaterra y Francia,
países donde la Reforma Protestante dividió a la
feligresía provocando sangrientas guerras, persecuciones
religiosas y ajusticiamientos a lo largo de la Edad
Moderna.

Todo parecería indicar que los
revinientes son el producto de esas tensiones, y del
deseo por mantener la influencia espiritual sobre las masas,
imponiendo rituales y creencias en aquellas zonas en que la
Iglesia sentía que su imperio se veía amenazado por
otra fe. Un capítulo más en la historia del
cristianismo y de su vocación por reducir todo a la
unidad, evitando desvíos heterodoxos o interpretaciones
consideradas heréticas o
blasfemas.[1]

Pero, ¿qué tipo de sucesos
preternaturales, insólitos y demoníacos, se revelan
detrás del término
"reviniente"?

La palabra francesa "revenant", que aparece en
un significativo número de documentos oficiales del siglo
XVIII y muy especialmente en el título del famoso libro
del sacerdote benedictino Dom Agustín Calmet
(Disertations sur le apparitions des anges, des démons
et des esprit, et sur les revenants et vampires de Hongrie, de
Boheme, de Moravie et de Silésie
, de
1746)[2], es el participio presente del verbo
"revenir", que traducido al español sería
sinónimo de "regresar", "volver",
"retornar".

En resumen, el reviniente (revenant)
es aquel que regresa literalmente de la muerte, pero de
una forma muy particular, lejana a la de los típicos
fantasmas de las leyendas y rumores populares. El
reviniente se apersona físicamente. Su presencia
es material, concreta. En pocas palabras, es un cadáver
animado. Un muerto ambulante que retorna al mundo de los vivos
directamente desde su tumba, no desde un inmaterial
Más Allá. Se parecen mucho a los zombis
del cine contemporáneo.

Es bien sabido en Historia que la frontera que separa a
los vivos de los muertos no ha sido en el pasado tan
nítida, ni tan firme e impermeable, como lo es hoy en
día. La posibilidad de que sucesos o seres
"maravillosos" atravesaran ese límite era una
constante tanto en la Antigüedad como en la Edad Media; lo
cual generaba no sólo esperanza y consuelo, sino
también inquietud y temor. Aunque no al grado de llegar al
terror/pánico que se alcanzaría durante la
Edad Moderna e inicios del mundo contemporáneo.

En Grecia, país irónicamente considerado
cuna del racionalismo, los revinientes son conocidos
bajo la denominación de Vrykolakas, y al igual
que los primeros comparten una serie de comportamientos muy
interesantes a la hora de analizar diacrónicamente la
creencia. Según la tradición oral y escrita, en la
región Egea (como así también en Europa
central y oriental) estas entidades encarnadas atraviesan los
pueblos y las aldeas que habitaron en vida molestando a conocidos
y parientes, azotando ventanas, golpeando puertas y
llamándolos por sus nombres propios. Para muchos, son
verdaderos augurios de muerte; por eso nadie responde a sus
llamados. Hacen oídos sordos a los reclamos del
Vrykolaka/reviniente y despliegan rituales y frases
mágicas para ahuyentarlos o eliminarlos. Y es posible
tener éxito en ambas empresas puesto que el
muerto-vivo es el producto de una posesión
demoníaca que insufla temporalmente vida a un
cadáver y, como tal, está sujeto a ser combatido
con actos litúrgicos y exorcismos desplegados por la
Iglesia. Porque el reviniente, de igual forma que el
vampiro, puede ser vencido tomando esas medidas
aprotopaicas. Pero una cosa hay que dejar bien en claro antes de
seguir: los revinientes no son vampiros, aunque muchos
autores tiendan a considerarlos de esa forma.

En principio, los revinientes no chupan ni
reclaman sangre de los vivos. Al menos en los primeros tiempos,
como veremos. No se convierten tampoco en animales, ni son el
producto de un ataque perpetrado por un no-muerto. En
pocas palabras, los revinientes son cadáveres que
no han recibido una sepultura adecuada o pecadores que regresan a
purgar penas, vagando entre sus conocidos, sin ser vampiros en el
sentido tradicional del término. Y, aunque en determinado
momento adquirirán, sí, el hábito de
alimentarse con sangre, no podemos identificar a ambas criaturas
(en su origen) con una misma especie.

Según consigna Pedro Palao Pons en su libro
Vampiros: Más Allá del Crepúsculo,
desde una época tan temprana como el siglo XII,
teólogos y filósofos expusieron hipótesis
varias a la hora de explicar el inquietante deambular de esos
muertos.[3] Algunos acordaban en decir que todo
ello era producto de un permiso divino. Que Dios era quien
autorizaba a determinados demonios/ángeles a ocupar y usar
el cadáver, inflándolos de "vida" para concluir con
aquello que no habían podido terminar mientras
vivían. Los revinientes serían una especie
de canal para saldar cuentas pendientes. Pero, al mismo tiempo,
también estaban los que opinaron, más adelante, que
eran producto del accionar, lisa y llanamente, del
Diablo.

Había hipótesis para todos los gustos y
fueron los padres de la iglesia los primeros en difundirlas y en
explicar cómo alguien podía convertirse en un
reviniente tras la muerte.

En esencia, la conversión post-mortem
dependía del cumplimiento, o no, de ciertos preceptos
propios del cristianismo; como por ejemplo el de morir bajo el
signo del pecado, sin estar bautizado. El incumplimiento de las
normas fijadas por la iglesia constituía un camino seguro
a la condenación, tanto del alma como del cuerpo.
Así, una vez más, la institución arrinconaba
al residual paganismo rural europeo combatiendo viejas
prácticas religiosas y difundiendo supersticiones propias,
muy convenientes a la hora de alimentar el miedo y ofrecer, al
mismo tiempo, un único y verdadero atajo al
Paraíso.

Las actitudes sacrílegas, las blasfemias, la
excomunión o el enterramiento en terrenos no consagrados,
bastaba para que alguien pudiera transformarse en un
"revieniente". Para evitarlo, el catolicismo
estableció la obligación de inhumar los cuerpos en
tierras de su exclusiva jurisdicción: los camposantos o,
en su defecto, en el interior mismo de catedrales, iglesias y
capillas, según la importancia social del muerto. En este
sentido, los "revinientes" resultaron muy útiles,
generando un aumento en el número de
creyentes/practicantes, dispuestos a respetar y cumplir con la
liturgia oficial.

Controlando a los muertos, la iglesia controlaba a la
muerte; agigantaba su autoridad y se convertía en la
única institución capaz de evitar "el
regreso
".

De todos modos, durante el siglo XII, los
"regresados" no despertaban todavía las
inquietudes que más tarde surgirían. Hacia mediados
y fines del medioevo (un período por cierto muy largo),
los revinientes retornaban a su núcleo familiar
únicamente a pedir perdón, dar consejo, instruir
sobre algo que había dejado pendiente o purgar sus
pecados. En principio, detectamos muy pocas diferencias con los
espectros y fantasmas que retornaban (inmaterialmente) al mundo
de los vivos persiguiendo los mismos objetivos. En este sentido,
el reviniente carecía de la maldad y del peligro
que adquiriría unos siglos después.

La Baja Edad Media (siglos XI-XV) los mostró
molestos, algo perturbadores, apegados a lo material, pero nunca
(o muy pocas veces) sanguinarios y agresivos. Estos dos
últimos rasgos (que, insistimos, no tuvieron en los
primeros tiempos) aparecerían recién a partir de
los siglos XVII y XVIII, época en la que el deseo de
obtener sangre los acercaría a la figura del vampiro,
hasta fundirse y confundirse con ella.

Muy lejos estamos, pues, del vampiro literario que
impusiera Bram Stoker con su novela Drácula
(1897). Los revinientes de los siglos XVII y XVIII serían,
tal como lo señala Irene Gómez Castellano en su
excelente trabajo, algo así como
"proto-vampiros".[4] Un mero anuncio de
los tiempos turbulentos que se avecinaban.

PARTE 2

Hacia una posible
cronología

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Las primeras menciones a cadáveres que deambulan
alterando la paz de los vivos aparecen en algunos escasos textos
ingleses del siglo XII. Son por lo general crónicas
pseudo-históricas, escritas en latín por hombres de
la Iglesia y, según especialistas contemporáneos,
con una marcada influencia de las sagas islandesas, redactadas un
siglo antes.[5]

Esas crónicas del siglo XII hacen referencia a
muertos que se levantan de sus tumbas atormentando a esposas,
amigos y vecinos; sólo sugiriendo la participación
del Diablo en el asunto e ignorando el motivo de ese
regreso, ya que, en la mayoría de los casos
consignados, no se hace referencia directa y explícita a
los hábitos alimenticios de esas sobrenaturales criaturas.
Aún compartiendo algunas características con el
futuro vampiro depredador, los revinientes no son
(todavía) vampiros.[6]

Ni la Gesta Regum Anglorum de 1125, escrita por
William de Malmesbury[7]o De Nungis
Curialium
, redactada entre 1181-1195 por Walter
Map[8]sindican que los muertos ambulantes beban
sangre. Tampoco la Historia Rerum Anglicarum de
1196/1198, de William de Newbourgh[9]es directa a
la hora de sindicar al reviniente como un monstruo que
se alimenta de hemoglobina; por más que los relatos
(casos) que allí se consignan hablan de cadáveres
incorruptos que, al ser golpeados por sus enemigos, dejaban manar
mucha sangre (de ahí el nombre de sanguisugo
-¿sanguijuela?- que Newbourgh les otorga). De todos modos,
no se afirma ni explica de dónde viene esa sangre.
¿La tenía el reviniente en el cuerpo, al
momento de morir o le había sido succionada a sus
víctimas? No lo sabemos a ciencia cierta, aún
cuando algunos historiadores crean ver en esa referencia una muy
sugerente prueba para afirmar que los primeros vampiros de la
Edad Media eran ingleses.[10]

El hecho de que los textos más antiguos sobre
revinientes daten del siglo XII es sintomático; y
para poder explicar esta particularidad tan interesante creemos
necesario acudir a la investigación que el célebre
historiador francés Philippe Ariés realizó
respecto de la historia de la
muerte.[11]

La evolución de los rituales funerarios en
occidente está íntimamente relacionada con la
construcción de la idea de individuo (individualismo). Es
bien sabido que durante la antigüedad clásica, griega
y romana, los muertos tenían tumbas individuales,
identificables, con epitafios en los que figuraban no sólo
sus nombres y apellidos, sino también sus profesiones,
oficios y hobbies. Era fácil conocer el lugar en
donde un ser querido depositaba sus huesos. Pero esa costumbre
declinó hasta desaparecer con la caída del imperio
romano y el inicio de la Edad Media, en el siglo V d.C. A partir
de ese momento el individuo fue fagocitado por la comunidad
(cristiana). Las tumbas individuales desaparecieron, se volvieron
anónimas (con la excepción de la de algún
rey, papa o señor feudal) y las fosas colectivas pasaron a
ser lo habitual. No hacía falta reconocer la última
morada de alguien. Bastaba con que Dios lo supiera, y que el
cadáver (como ya hemos dicho) se inhumara en terreno
consagrado por la iglesia (y cuanto más cerca del altar,
mejor).

Esta situación volvería a cambiar ocho
siglos después.

Dejemos que P. Ariés nos lo explique:

"Durante la segunda mitad de la Edad Media, del
siglo XII al siglo XV, se produjo un acercamiento entre tres
categorías de representaciones mentales: las de la muerte,
las del conocimiento que cada uno tenía de su propia
biografía y las del ferviente apego a las cosas y a los
seres poseídos en vida. La muerte se convirtió en
el tópico más favorable para que el hombre tomara
conciencia de sí
mismo
."[12]

Y agrega:

"A partir del siglo XII –y a veces un poco
antes-, resurgen las inscripciones funerarias que casi
había desaparecido durante ochocientos o novecientos
años. Vuelven a ocupar en principio las tumbas de
personajes ilustres –es decir, santos o asimilados a
santos-. Dichas tumbas, de primero escasas, comienzan a menudear
durante el siglo XIII. (…) Con la inscripción
también aparece la efigie, sin que esta sea un retrato.
(…) Por fin en el siglo XV de acentuará el realismo
hasta reproducir mascarillas sacadas del rostro de los
difuntos."[13]

Esta personalización del arte funerario, que
sigue evolucionando del siglo XIII al XVI, es un fenómeno
necesario para poder comprender cabalmente el tema de los
revinientes. Y es lógico que así sea
puesto que sin tumba individual, sin que exista manera de ubicar
el sitio concreto e identificable en el que descansa el
"monstruo", es imposible la lucha contra el
mismo.[14] En pocas palabras, los
revinientes requirieron de la individualización
de los cementerios. De la lápida. De la tumba privada y de
la memoria del desaparecido. Además de explicitar, con su
perturbador accionar (volver a los lugares queridos en vida a
interactuar con sus parientes), el apego del que habla
Ariés en la cita precedente. Y todo esto empezó a
tomar forma, en la cultura y en las mentalidades europeas, a
partir del siglo XII.

Otro fenómeno interesante, estudiado por Jacques
Le Goff, y que se da por la misma época (siglos XII-XIII),
es la irrupción de lo maravilloso en la cultura
erudita.[15]

Antes reprimido por la iglesia (durante los siglos V al
XI), lo maravilloso se inserta en la vida cotidiana sin
la preocupación de los siglos precedentes. El catolicismo
se siente más seguro, mejor instalado, más fuerte
frente a los elementos de la cultura tradicional (pagana); y,
relajado, se vuelve más tolerante con las fuerzas y seres
sobrenaturales (como los revinientes) que escapan un
poco del control ejercido por imaginario cristiano, atravesado
por la idea del milagro.

Los acontecimientos maravillosos eran aceptados y
reconocidos como parte natural de un universo aún no
regulado por la leyes de la física y los
prodigios se añadían al mundo real sin
atentar contra él, ni destruir su coherencia. Hadas,
dragones, monstruos y muertos ambulantes penetraban el mundo
natural sin conflictos, sorpresa o misterio.[16]
El concepto de "lo imposible" carecía de sentido
y "lo maravilloso" no espantaba ni sorprendía, ya
que no se violaba ninguna regla sólidamente establecida.
[17]"Lo maravilloso -dice Le Goff-
era una categoría del
universo
".[18] Tanto es así que, sin
demasiada sorpresa, se aceptaba la existencia de muertos que
caminan. Porque algo es notorio en las fuentes: los
revinientes causan molestia, quitan la paz y la
tranquilidad de la aldea, alteran la normalidad, producen alguna
que otra muerte, pero sin levantar las oleadas de terror que se
alzarían siglos más tarde. El diablo no estaba del
todo presente.

El siglo XII es también un momento bisagra en la
construcción de la geografía de ultratumba
católica. Por entonces, la iglesia inaugura un tercer
espacio imaginario, el del Purgatorio; explicado por primera vez
en el texto de un monje cisterciense inglés, El
Purgatorio de San Patricio
, hacia 1190.

Una vez más es Jacques Le Goff quien nos
dice:

"El verdadero nacimiento del Purgatorio se produce
durante una gran mutación de la mentalidad y de la
sensibilidad, en el paso del siglo XII al XIII, especialmente
durante una modificación profunda de la geografía
del Más Allá y de las relaciones entre la sociedad
de los vivos y la sociedad de los
muertos".[19]

El Purgatorio modificó todo el tablero. Desde ese
momento empezó a existir una instancia intermedia entre el
Paraíso y el Infierno. Un espacio donde purgar
los pecados antes del destino final y absoluto. Pero lo que ese
espacio tenía de novedoso era su
permeabilidad. En otros términos, sus fronteras
eran abiertas: un lugar del que se podía salir y escapar,
llegado el caso.[20]

El inalterable destino que antes soportaba el alma (el
cielo o el inframundo controlado por Satanás) era ahora
algo negociable en el Purgatorio; y también, tal vez,
fuera de él.[21] Los revinientes
encuentran, pues, el contexto adecuado (¿o es el contexto
el que crea a los revinientes?) para poder dejar sus
sepulturas. Aunque, a diferencia de los fantasmas (que
también adquieren un nuevo status en ese momento), los
muertos ambulantes deben arrastra su cuerpo material, sus carnes
inertes, pero insufladas por espíritus que empezaron
lentamente a ser conceptualizados como
diabólicos.

¿Estaban, entonces, los revinientes
exentos de la salvación? ¿Podían salvar sus
almas individuales estando tan apegados a las cosas del mundo
material, incluso a sus viejos afectos y parientes?

Como veremos seguidamente, seguro que no.

Habrá que esperar la llegada del siglo XIV para
ser testigos de otro cambio muy significativo en el imaginario
europeo; y con él reconocer una transformación
definitiva en la forma de concebir la figura de los
revinientes.

Tras 200 años de cambios acumulativos, en lo
económico, lo político y lo social, Europa entra en
una etapa crítica y dolorosa. Una transición
signada por la llegada de epidemias (la Peste Negra,
1347), enfrentamientos a escala continental (la Guerra de los
Cien años
, 1337-1453) y un cambio climático
(la Pequeña Edad del Hielo, período
frío que empezó a principios del siglo XIV) que, a
la postre, dejó un escenario distinto, por momentos
caótico, del se saldrá durante el siglo siguiente
(s. XV).

Ya para entonces, lo que llamamos Edad Media
experimentaba sus últimos estertores, dando paso a la Edad
Moderna; época en la que las historias de
revinientes empezarán a circular por el centro y
oriente del Viejo Mundo, adquiriendo nuevas
características.

Efectivamente, la expansión del fenómeno
por el Este europeo (región asociada tradicionalmente con
vampiros y revinientes) data de los siglos XIV-XV; lo
que lleva a preguntarnos si es una creencia autóctona
o alóctona
; y, en todo caso si fue importada: de
dónde provino
.

Es una cuestión complicada de responder, y origen
de debates que aún se mantienen en el campo
académico. Creemos que difícilmente se llegue
alguna vez a un consenso definitivo entre los historiadores. Por
eso, y a modo síntesis, expondremos las diferentes
hipótesis que se esgrimen al respecto.

Aquellos que suelen identificar de forma directa, y bajo
una misma denominación a revinientes y vampiros,
consideran que el nicho original de la creencia se
encuentra en el mundo anglosajón, concretamente en
Inglaterra; reconociendo también antecedentes más
antiguos (siglo X) que podrían rastrearse en la zona
escandinava e Islandia. Desde allí la creencia
habría migrado hasta alcanzar el Este Europeo
aproximadamente entre los siglo XIV y XV.

Defensores de esta postura son el historiador
español Eugenio Olivares Merino[22]y otro
escritor peninsular, Salvador Sáinz, autor de un ensayo
muy interesante titulado Vampiros, reyes de la
Noche
[23]en donde argumenta que una vieja
leyenda catalana del siglo XII (1173) refiere de manera
explícita la historia de un conde llamado Estruch
(o Estruc) que, tras una muerte ignominiosa, se
levantaba de su tumba atacando a varias víctimas de
quienes se alimentaba succionando su
sangre.[24]

Esta leyenda catalana resulta sumamente interesante por
dos motivos. El primero, por ser tal vez el único ejemplo
registrado de vampirismo en la península ibérica
(región mayoritariamente ajena a la difusión de la
creencia, tal como lo reseñamos en páginas
anteriores). Y en segundo lugar, por plantear la "ruta
migratoria
" que el autor supone siguió la creencia
hasta llegar al Este de Europa.

Sáinz dice que en aquellos años, hacia
1173, en la región catalanoaragonesa se encontraba Ricardo
Corazón de León (futuro rey de Inglaterra), enviado
por su padre a participar en las guerras que las coronas
aragonesa y catalana estaban librando contra los francos. El
autor especula que es posible que haya sido Ricardo quien haya
llevado las historias de revinientes/vampiros al Este
europeo cuando, hacia 1190-1192 participó en la tercer
cruzada, atravesando el Danubio en camino a Tierra Santa, y
siendo tomado prisionero en Austria hacia 1193, permaneciendo en
un castillo muy cercano a Transilvania. En pocas palabras, esta
hipótesis plantea una serie de "saltos" llevados
a cabo por la creencia: de Inglaterra a España, de
España a Austria y de Austria a los territorios más
orientales de Europa. Es ésta una alambicada
hipótesis muy difícil de probar, por lo menos hasta
el momento. De todos modos, es lógico suponer que el
movimiento de cruzadas (s. XI-XIII) haya podido llevar antiguos
temores británicos más allá de las fronteras
de la isla (revinientes incluidos).

Otros investigadores, entre los que se cuentan la
mayoría de los escritores que trataron el tema en el siglo
XVIII, argumentan que la creencia en revenidos/vampiros
provino del lejano oriente (China, India, el Tíbet) a
través de la ruta comercial de la seda y de las espacias.
En principio, habría arribado a la cuenca del Mar del
Negro y, desde allí, expandido por la región de los
Cárpatos y los Balcanes (que es la zona tradicionalmente
asociada a esos seres).

Le atribuimos a ésta hipótesis más
crédito que a la anterior. De todos modos, haya provenido
del Este o del Oeste, lo cierto es que la creencia en
revinientes con marcados rasgos vampíricos estaba
ya instalada en el oriente de Europa hacia los siglo XIV, XV y
XVI.[25] Esta es al menos la opinión de
muchos historiadores, quienes le atribuyen a la peste negra
(1347-48) la principal responsabilidad en el asunto.

Aunque tal vez deberíamos ser un tanto
eclécticos y suponer que ninguna de las dos posturas
excluye necesariamente a la otra. Raymond McNally y Radu
Florescu, especialistas en folklore rumano, escriben al
respecto:

"Tanto influencias orientales como occidentales
afectan a esta cultura (rumana) y le otorgan una variedad y una
profundidad única
".[26]

Lo que sí se advierte hacia esa época es
un cambio en el contenido del imaginario: el reviniente
termina adquiriendo, de manera definitiva, los rasgos de un
muerto-vivo que se alimenta de sangre, camina por la
vida como una persona viva y debe ser atravesado por una estaca o
ser quemado para que muera. Con esta adquisición, la
primera denominación perderá fuerza hasta ser
fagocitada por el término que los hará famosos:
vampiro.

Y los vampiros nos traerán a escena al diablo
como actor principal.

Pero, ¿por qué en la Edad Moderna se
produjo esa fusión entre satanismo y vampirismo?
¿Por qué los revinientes, de ser
personajes molestos, inquietantes, se
convirtieron en monstruos depredadores capaces de desatar
epidemias de terror incluso en siglos donde siempre
creímos imperaba por completo la razón?

Hacia principios de la Edad Moderna, Europa y su
heterogénea sociedad se vio inmersa en un complicado
proceso cultural en el que la incertidumbre se convirtió
en una de sus notas esenciales. La Reforma Protestante se
proyectó como una sombra amenazante y alternativa,
rompiendo el secular monopolio que el catolicismo había
mantenido en cuestiones de fe, y se avizoró que el peligro
se incrementaba dentro de las fronteras mismas de la cristiandad.
A los moros y paganos del mundo exterior se sumaban ahora los
acólitos de Martín Lutero, armados con sus duras
críticas a la Iglesia Católica y sus tradiciones en
crisis. La economía se afianzaba en un capitalismo
comercial que, desde los siglos XII y XIII, venía
produciendo profundas transformaciones en el modo en que los
hombres conceptualizaban la pobreza, la limosna
y el status que los propios pobres (indigentes)
tenían en la sociedad ( gradualmente el pobre se
convirtió en una amenaza y en el depositario de todas las
sospechas)[27]. Por su parte, las ciudades
adquirieron la relevancia que habían perdido desde los
días del imperio romano y el rol del Estado se
agigantó, abarcando ámbitos que, hasta hacía
poco, estaban reservados exclusivamente a la institución
religiosa.

Demasiadas cosas se estaban trastocando; y en este
contexto de ciudad sitiada (como dice Jean Delumeau), el
catolicismo reaccionó desplegando un programa de rigurosa
moralización y de una vida cristiana más ligada a
la ortodoxia. Fue esa resistencia conservadora ante el cambio la
que terminó demonizando a todos los contrincantes y
ayudó a que se desatara una violenta persecución de
herejes. Por otro lado, la intolerancia se dio también en
los territorios reformados por el Luteranismo, en los que el
acoso religioso y la satanización del enemigo confesional
encontraron fértil terreno para el despliegue de juicios
sumarísimos y hogueras.

No deja de sorprender que haya sido la Europa moderna de
los siglos XVI y XVII la que dedicara tantos esfuerzos
teológicos, jurídicos y políticos contra los
supuestos miembros de sectas satánicas.[28]
También la demonología alcanzó su más
alto grado de sutileza y perfección intelectual durante la
modernidad. Obras de influyentes demonólogos vieron
multiplicar sus ediciones, testimoniando así el
éxito que tenían entre la elites cultas -religiosas
y laicas-, como así también entre los sectores
populares, gracias a las ediciones baratas y demás
mecanismos que permitían ampliar la circulación de
dichos contenidos.

El miedo al Diablo se incrementó, y junto con
él una serie de fantasías morbosas influenciaron el
imaginario de una sociedad que observaba cómo se alteraba
su entorno moral, social, político y económico.
Íncubos y súcubos -demonios asociados al sexo-,
sacrificios humanos, pactos demoníacos, necrofilia ritual,
espantosos espectros de ultratumba y, por supuesto,
revinientes/vampiros, afectaron progresivamente
la sensibilidad y actitud del hombre ante las
maravillas.

También los libros ejercieron una influencia
relevante en todo el asunto.

Es sabido que el relato verbal excitó la
imaginación de los oyentes durante siglos.
Al respecto, Louis Vax escribió:

"[…] Lo llamado fantástico no tiene el
mismo significado cuando se refiere a una imagen que cuando se
aplica a la narración […]. El hombre no reacciona de la
misma manera ante una tela pintada y ante una historia […].
Mientras que los espectadores de la Edad Media no ignoraban el
carácter imaginario de las obras de arte y la aceptaban
como tal, las narraciones de hechos fantásticos eran
tomados al pie de la letra".
[29]

Pero la imprenta -difusora fundamental del
texto impreso- ofreció un soporte (el
libro
) que prestó mayor convicción a los
contenidos extraordinarios de cientos de relatos que
venían circulando en la tradición oral europea,
desde hacía siglos. Creencia y rumores se plasmaron en
tinta y papel, convirtiéndose en testimonios seguros
de veracidad
.

El éxito editorial de muchísimos de esos
textos -y las cuantiosas ganancias obtenidas por editores,
libreros y buhoneros- permitieron y obligaron a que las obras se
reeditaran una y otra vez lo largo de la mayor parte de la Edad
Moderna.

En formatos elegantes y ediciones costosas -como
también a través de opúsculos, pliegos
sueltos o almanaques-, cientos de obras se readaptaron para un
público no experto en el arte de la lectura, facilitando
la transmisión, conservación y supuesta
confirmación de las múltiples amenazas que se
encarnaban en demonios, brujas y fantasmas.

Hoy sabemos que la gente tenía un acceso a lo
escrito mucho más amplio de lo que se creía hasta
hace poco.[30] Por ello es posible arriesgar que,
la difusión de los textos arriba indicados, sirvieron de
plataforma a creencias, gestos y actos que en la actualidad se
nos pueden antojar como inverosímil.

El poder de los libros era múltiple. Por un lado,
la palabra escrita se encontraba rodeada de una mística
que hacía de la lectura un acto cuasi-religioso, en donde
el temor y el respeto se confundían dando vía libre
a la credulidad más absoluta, permitiendo la convivencia
con los aspectos maravillosos o soportando los temores que
generaba lo sobrenatural.

La interacción entre lo imaginario y lo real -esa
mezcla sin solución racional entre dos realidades
distintas, la del lector y la del texto- no cesaba una vez
cerrado el libro. El compromiso emocional que se le
imprimía a la lectura (ya sea en voz alto o en voz baja),
prolongaba y alimentaba la secular concepción
mágico-religiosa del universo.

Por otro lado, la conjunción de la palabra
escrita y el dibujo (los grabados) se constituyó
en un instrumento muy influyente de propaganda contra los
conventículos satanistas, que invocaban (dentro
del delirio tremendistas de muchos) a los muertos, en ceremonias
necrofílicas. Las posibilidades técnicas de
reproducir imágenes en el interior -o tapas- de los
libros, permitieron que la credulidad supersticiosa exacerbara
aún más el temor ya presente en la
sociedad.

Esos libros, que referían sucesos fuera de lo
común, explotaron el poder que la imagen y el texto
encerraban; materializando gráficamente, ante los ojos
sorprendidos de lectores u oyentes, peligros físicos,
riesgos morales, prejuicios y miedos.

Como hemos visto, una lectura emocionalmente
comprometida volvía muy poco factible la duda, y casi
nadie criticaba a las sabias autoridades que publicaban
esos trabajos. La necesidad de comprobar a través de la
experiencia todo aquello que se sostenía por escrito no
estaba considerado un paso obligatorio. No obstante, esta
situación recién empezaría a cambiar hacia
fines del siglo XVII, aunque conservando muchas conductas que
impedirían el asentamiento de la duda y la
incredulidad en el seno profundo de la
sociedad.[31]

Es evidente que no leían de la misma forma que
nosotros, ni la actitud ante lo escrito era
idéntica[32]Sus ideales, supuestos y
nociones básicas los conducían a interpretaciones
que hoy rechazaríamos de plano. Como bien escribe Robert
Darnton:

"Los esquemas interpretativos dependen de las
cambiantes configuraciones culturales, a lo largo del tiempo.
Mundos diferentes, leen
diferente".
[33]

Y fueron esas lecturas modernas, esa nueva manera de
acceder a lo escrito, lo que terminó por rodear a los
revinientes vampirizados de las características
terriblemente negativas que conservarían por
siglos.

Visiones espantosas empezaron a desfilar en los libros
del siglo XVI, en donde los muertos -envueltos en mortajas y
sudarios- asesinaban e incluso devoraban a los audaces pecadores
que los convocaban. Lucien Febvre habla de pánicos
absurdos
y de una sucesión de miedos que
influenciaron incluso la literatura autobiográfica de la
época. Además, el miedo a los espíritus -que
las comadres no cesaban de referir cada vez que podían-,
se trasladó a la noche, ahora poblada de hechizos,
fantasmas y muertos vivos que chupan la
sangre
.

Y llegamos así a las puertas de la modernidad con
una entidad diabólica bien definida que, de mero
reviniente, se ha transformado en el temido vampiro de
fines del siglo XVII y principios del siglo XVIII; causante de
brotes de histeria colectiva en Europa oriental y objeto de
estudio de numerosas exposiciones teóricas de las que
hemos hecho referencia en un trabajo
anterior.[34]

Perverso, hambriento, desgreñado. Simple aldeano
maldecido. Acosador postmortem y augurio de desgracias.
Pestilente. Inmortal. Gen demoníaco que, en pos de sangre,
ha perdido en su infinito camino la compasión y la
humanidad. Monstruo "reviniente". "Retornado".
"Revenido".

"Enviado a la tierra

Como vampiro

Tu cadáver escapará de
la tumba

Y rondará cual fantasma tu
pueblo

Natal

Chupando la sangre de todos
los

Tuyos,

Hija, hermana, amiga,
esposa,

Secando la fuente de la
vida."

Byron, El Infiel,
1813.

 

 

Autor:

Fernando Jorge Soto
Roland*

Buenos Aires, agosto 2014

[1] Véase: Delumeau, Jean, El Miedo en
Occidente, Editorial Taurus, Madrid, 1989.

[2] Véase: Calmet, Don Agustín,
Tratado sobre los Vampiros, Editorial Reino de Cordelia,
España, 2009.

[3] Véase: Palao Pons, Pedro,
Vampiros: más allá del crepúsculo,
Editorial De Vecchi, Barcelona, 2010.

[4] Véase: Gómez Castellano,
Irene, Benito jerónimo Feijoo y la controversia europea
en torno a los vampiros, pág. 91. Disponible en Web:
http://www.academia.edu/3576277/_Benito_Jeronimo_Feijoo_y_la_controversia_europea_en_torno_a_los_vampiros_._Salina_21_2007_91-100

[5] Véase: Hrapp, un vampiro vikingo.
Disponible en Web:
http://www.arries.es/la_cripta/casos/hrapp.html Esta es en mi
opinión la mejor pagina sobre, historia, folklore y
mitología vampírica.

[6] Véase: Olivares Merino, Eugenio,
El vampiro en la Europa Medieval: el caso inglés.
Disponible en Web:
http://publica.webs.ull.es/upload/REV%20CEMYR/14-006/09%20(Eugenio%20M_%20Olivares%20Merino).pdf

[7] Véase en Web
https://archive.org/details/willelmimalmesb00unkngoog

[8] Véase en Web
https://archive.org/details/waltermapdenugis00mapwuoft

[9] Véase en Web:
https://archive.org/details/selectionsfromhi00willrich

[10] Véase: Olivares Merino, Eugenio,
op.cit.

[11] Véase: Ariés, Philippe, La
Muerte en Occidente, Editorial Argos Vergara, Barcelona,
1982.

[12] Ibídem, pág.39.

[13] Ibídem, pp. 39-40.

[14] En todos los casos de revinientes que se
relatan en los textos ya citados, se conoce la ubicación
exacta de sus tumbas; que es donde los perseguidores practican
los rituales necesarios para poner fin al flagelo.

[15] Véase: Le Goff, Jacques, Lo
maravilloso en el occidente medieval, Editorial Gedisa,
1994.

[16] Caillois, Roger, “Del cuento de
hadas a la ciencia Ficción”, en Imágenes,
Imágenes…Ensayos sobre la función y los poderes
de la Imaginación. Editorial Sudamericana, Buenos Aires,
1970, pp. 9-47.

[17] Véase: Febvre, Lucien, El
Problema de la Incredulidad en el Siglo XVI. La Religión
de Rabelais, Editorial UTHEA, México, 1959,
pp.379-383.

[18] Le Goff, Jacques, op.cit, pp.9-25.

[19] Ibídem, pág. 44.

[20] Véase: Le Goff, op.cit.,
pág.46.

[21] No es de extrañar que un cambio
tan profundo en las creencias como el que acabamos de resumir
se haya dado en plena revolución comercial (siglo
XII-XIII); época en la que Europa, después de
siglos de estancamiento, recupera la actividad mercantil, la
vida urbana, la apertura económica y ver nacer a la
burguesía como nueva clase social.

[22] Olivares Merino, E. op.cit.

[23] Sainz, Salvador, Vampiros, Reyes de la
Noche. Disponible en Web:
http://cala.unex.es/cala/epistemowikia/images/9/9c/Vampiros.pdf

[24] La leyenda cuenta que el conde de
Estruch fue una valiente guerrero que supo siempre luchar del
lado de la corona catalanoaragonesa. Ya anciano, fue enviado a
combatir a los paganos que en una pequeña localidad
cerca de Figueras mantenían antiguos cultos
idolátricos anteriores al cristianismo. Su
campaña de extirpación tuvo éxito, pero el
ya viejo soldado recibió una maldición de parte
de sus victimas. Al morir, un tiempo después, se
levantó de la tumba y como un típico reviniente
empezó a generar mucha inquietud por toda la comarca. Lo
mas interesante de la leyenda es que indica que el conde en
cuestión se había convertido en un ser nocturno
que bebía la sangre de sus víctimas, tras seducir
y violar a las mujer que caían bajo su influjo. Para
poner fin a sus correrías, el rey Alfonso II
ordenó terminar con las andanzas del reviniente y
después de ubicar sus restos mandó le clavaran
una estaca en el corazón, dando fin al problema.
Sáinz también expresa que el recuerdo de este
reviniente/vampiro español se mantuvo a lo largo de los
siglos, a tal punto que las madres catalanas durante
generaciones asustaban a sus hijos con llamar al conde de
Estruch si se portaban mal.

[25] Los rasgos a los que hago referencia
sería: a) ser cadáveres ambulantes, (b) que beben
sangre, (c) nocturnos y (d) practicantes, por momentos, de
antropofagia.

[26] McNally, Raymond y Florescu, Radu, La
Verdadera Historia de Drácula, Editorial Rodolfo Alonso,
Buenos Ares, 1978, pág. 190.

[27] Duby, Georges, El Amor en la Edad Media
y otros ensayos, Editorial Alianza, Madrid, 1991, pp.
177-193.

[28] Véase, Cohn, Norman, Los Demonios
Familiares de Europa, Editorial Alianza, Madrid, 1975.

[29] Vax, Louis, Arte y Literatura
Fantástica, Eudeba, Buenos Aires, 1963, pág.
39.

[30] Chartier, Roger, “Las
Prácticas de lo escrito” en Historia de la Vida
Privada, Tomo 5, Editorial Taurus, Madrid, 1992, pp.
129-131.

[31] Véase, Wootton, David, Lucien
Febvre y el Problema de la Incredulidad Moderna, Editorial
Biblos, 1991.

[32] Véase Chartier, Roger,
“Historia del libro e historia de la lectura” en El
Mundo como representación, Editorial Gedisa, Barcelona,
1995.

[33] Darnton, Robert, “Historia de la
lectura” en Formas de Hacer la historia, Editorial
Alianza, Madrid, pág.178-179.

[34] Véase mi trabajo anterior: Soto
Roland, Fernando Jorge, Los sobrenaturales depredadores de la
razón. A propósito de la epidemia
vampírica del siglo XVIII y el imaginario del vampiro en
Europa oriental y occidental. Disponible en WEB:
http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/los_sobrenaturales_depredadores_de_la_razon.html

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