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José Martí y la educación del ciudadano



  1. Resumen
  2. Introducción
  3. ¿En
    qué educar?
  4. ¿Cómo
    educar?
  5. ¿Para
    qué educar?
  6. Conclusiones

Resumen

En el trabajo se analiza la formación del
ciudadano a partir de las pautas que legó con su
pensamiento José Martí Pérez, Héroe
Nacional cubano. Al hacerlo, articulamos nuestras reflexiones en
torno a tres interrogantes: "¿En qué educar?",
"¿Cómo educar?" y "¿Para qué
educar?". Respondiendo a la primera, esbozamos lo que
consideramos para Martí debió ser el contenido de
la educación; en respuesta a la segunda inferimos de su
pensamiento seis principios de valor metodológico,
útiles para orientar la educación de la
ciudadanía; y, por último, como solución a
la tercera cuestión, adelantamos algunas reflexiones
martianas en torno al tipo de ciudadano que se debe formar en la
república y a la importancia que concedió a los
derechos individuales y sus deberes correlativos en el
éxito de esta tarea.

Introducción

Para Martí la educación era mucho
más que dotar al ser humano de un conjunto de
conocimientos, por ello la distinguía de la
instrucción planteando que así como ésta se
dirigía al pensamiento, aquélla influía
sobre los sentimientos. Aunque no usara el término, el
Maestro cubano supo captar la diferencia entre conocimiento y
valor, y abogó por la necesaria conjugación entre
ambos. "Las cualidades morales-señalaba- suben de precio
cuando están realzadas por las cualidades
inteligentes".

Su idea era educar a las personas para que fueran
mejores ciudadanos y seres humanos, enseñándoles
que la felicidad no se reducía al bienestar material y que
este último no consistía en la acumulación y
utilización inútil e innecesaria de objetos
fabricados por el hombre. Según él, el valor social
de un hombre no se debía medir por la riqueza material que
lograra atesorar sino por su educación y
preparación cultural, que eran las que en última
instancia lo distinguían del resto de la
naturaleza.

"El pueblo más feliz -sentenciaba – es el que
tenga mejor educados a sus hijos, en la instrucción del
pensamiento, y en la dirección de los sentimientos. Un
pueblo instruido ama el trabajo y sabe sacar provecho de
él. Un pueblo virtuoso vivirá más feliz y
más rico que otro lleno de vicios, y se defenderá
mejor de todo ataque".

Entendió que la educación debía
desarrollarse teniendo en cuenta las tradiciones culturales y
morales de los pueblos, por ello se opuso a la idea de copiar a
la sociedad norteamericana. Su estancia en ella le
permitió admirar su pujante progreso pero también
darse cuenta de lo perjudicial que era rendir culto a la riqueza
y al dólar. "Los norteamericanos -dijo- posponen a la
utilidad el sentimiento. Nosotros posponemos al sentimiento la
utilidad"

José Martí notó que los Estados
Unidos habían obtenido su esplendor a un alto costo moral,
y advirtió sobre el peligro que se corre cuando se
compromete la moral por el bienestar. "Se mira aquí la
vida -señaló-, no como el consorcio discreto entre
las necesidades que tienden a rebajar y las aspiraciones que la
elevan, sino como un mandato de goce, como una boca abierta, como
un juego de azar donde solo triunfa el rico".

Lo anterior lo llevó a entender la necesidad de
formar a las nuevas generaciones de cubanos en una
jerarquía estimativa diferente a la que observara en el
pueblo norteamericano.

Para el Héroe Nacional cubano lo más
importante no era tener, sino ser humano, y no es que se
proyectara a favor de renunciar al bienestar material sino que lo
veía sólo como un medio y no como el fin mismo de
la vida del hombre. "El deber de un hombre-dijo- no es forzar las
condiciones de la vida, para ocupar en ella una situación
más alta que las que sus condiciones le permiten, sino
hacer en cada una de las condiciones en que se halle la mayor
suma mejor de obra posible".

Esa cultura que potenciaba el egoísmo bajo los
signos de ser competente para triunfar, y que no era más
que la lucha por imponerse en una competencia despiadada frente a
los demás, según Martí, partía "de la
idea mezquina de la vida que es aquí la carcoma
nacional".

La consecuencia moral más importante de este modo
de vida la veía él en la hostilidad que despertaba
la ambición desmedida a que daba lugar. Su idea de la
cultura era radicalmente distinta. Quería para Nuestra
América otros valores, valores que ennoblecieran al hombre
a través de su crecimiento espiritual y le permitieran
lograr la felicidad en estrecha relación con el
perfeccionamiento moral que se alcanzara con el servicio
desinteresado a la humanidad.

¿En
qué educar?

Para Martí, se debía enseñar al
hombre a:

1. Tener criterio o pensamiento propio.
Entendía que la primera de las libertades era la de la
mente, por eso una de las metas supremas de la educación
debía ser la de enseñar a los hombres a pensar por
si mismos. Según él, "el profesor no a de ser un
molde donde los alumnos echan la inteligencia y el
carácter, para salir con sus lobanillos y jorobas, sino un
guía honrado, que enseña de buena fe lo que hay que
ver, y explica su pro lo mismo que el de sus enemigos, para que
se le fortalezca el carácter de hombre al alumno, que es
la flor que no se ha de secar en el herbario de las
universidades".

2. Vivir por sí mismo, de forma independiente
y con decoro
. "El verdadero objeto de la enseñanza
-señalaba- es preparar al hombre para que pueda vivir por
sí decorosamente, sin perder la gracia y generosidad del
espíritu, y sin poner en peligro con su egoísmo y
servidumbre la dignidad y la fuerza de la patria"

3. Investigar, relacionarse y hacer uso
público de la palabra
. "Edúquese en el
hábito de la investigación-planteaba-, en el roce
de los hombres y en el ejercicio constante de la palabra, a los
ciudadanos de una república que vendrá a tierra
cuando falten a sus hijos esas virtudes"

¿Cómo educar?

El cómo es una pregunta que nos retrotrae al
método o medio del que nos valdremos para obtener un
resultado. En el discurso martiano se advierten con respecto a
este tema principios de inestimable valor
metodológico:

1. Las relaciones educando-educador deben basarse en
el respeto
. Martí era del criterio que el profesor
debía ver a su discípulo como lo que era, un ser
humano igual que él, al que debía ayudar a crecer.
Sin un trato respetuoso sería imposible ganarse el afecto
del discípulo, esencial para que el mensaje del profesor
pudiera influir sobre él. En este sentido aseveraba:
"Siéntese el maestro mano a mano con su discípulo,
y el hombre mano a mano con su semejante". Pero para lograr
respetar y hacerse querer hay que amar, y la educación era
para Martí una obra de infinito amor.

2. La enseñanza ha de ser integralmente
activa, dando oportunidad al educando de participar.

Martí fue partidario del diálogo entre maestro y
educando. "Se debe enseñar conversando-dice-, como
Sócrates, de aldea en aldea, de campo en campo, de casa en
casa".

3. Educar en estrecha unidad con la vida, con un
sentido práctico fundado en la moral
.

"Educar-decía-, pues no es más que esto:
la habilitación de los hombres para obtener con desahogo y
honradez los medios de vida indispensables en el tiempo en que
existen, sin rebajar por eso las aspiraciones delicadas,
superiores y espirituales
de la mejor parte del ser
humano".

4. Procurar una doble continuidad en la
educación
: entre los contenidos y materias
impartidos, y entre una etapa de la vida y otra, porque de
acuerdo a su visión la educación debía durar
toda la vida.

5. Ajustar la educación al tiempo
histórico y al lugar donde se vive
. "Es criminal el
divorcio entre la educación que se recibe en una
época, y la época", apuntaba, lo que se corresponde
con el concepto que tenía de la
educación:

Educar es depositar en cada hombre toda la obra humana
que le ha antecedido: es hacer de cada hombre resumen del mundo
viviente, hasta el día en que vive: es ponerlo a nivel de
su tiempo, para que flote sobre él, y no dejarlo debajo de
su tiempo, con lo que no podrá salir a flote sobre
él, y no dejarlo debajo de su tiempo, con lo que no
podrá salir a flote; es preparar al hombre para la
vida".

6. Enseñar a través de la
asimilación creadora del conocimiento.
Para
Martí, el verdadero conocimiento no era el que se lograba
con la imitación o la repetición sino el que se
adquiría creadoramente. La palabra de orden para nuestras
jóvenes republicas sería entonces, según
él, crear y no copiar. La creación como
expresión de independencia era la clave martiana para el
desarrollo de una cultura americana auténtica y de formas
de gobierno que la hicieran próspera y viable. Esto
explica su sentencia: "Crear, es la palabra de pase de esta
generación". Entendía que se imitaba demasiado,
cuando en realidad la salvación estaba en crear, y que la
creación verdadera debía realizarse desde lo
nuestro, validación suprema de cualquier creación
digna y responsable de los pueblos americanos. "El vino, de
plátano; y si sale agrio es nuestro vino!".

¿Para
qué educar?

Martí enfatizaba en la necesidad de educar al
hombre para la vida, para que pudiera ser más útil
a la sociedad donde viviera y así mismo, entendiendo que
el conocimiento y la buena conducta eran las mayores riquezas que
el hombre podía tener. Este ideal estaba en la base de la
formación del ciudadano a que aspiraba para las
repúblicas latinoamericanas, en las que pensó
debía fructificar el amor.

La concepción moderna de la ciudadanía se
suele asociar a la Revolución Francesa, con la que se
logró derrocar el absolutismo monárquico que
supeditó a los ciudadanos a la condición de
súbditos de la Corona, empeñándose en que
carecieran de derechos y acataran leyes en cuya aprobación
no podían participar. Desde entonces se comenzó a
entender por ciudadanía la condición del miembro de
un Estado que tiene derechos y deberes definidos dentro de
él.

El apóstol de la independencia de Cuba aspiraba a
que se educara al hombre para que fuera un ciudadano responsable,
lo que en su pensamiento significaba enseñarlo a hacer un
ejercicio prudente y justo de su libertad. Vivió
convencido de que no puede haber libertad real y efectiva sin
conocimiento, y de que un pueblo de hombres educados sería
siempre un pueblo de hombres libres; por ello insistió
tanto en la necesidad de enseñar a los hombres
cuáles eran sus derechos para que pudieran defenderlos
mejor. Se percató de que los derechos mostraban al hombre
el ámbito de libertad individual de que eran acreedores y
los valores humanos en que se sustentaba la vida social de una
nación, y que al desconocerlos, el hombre andaba ciego y
desorientado, sin un referente axiológico sólido al
cual asirse.

Desde la revolución francesa quedó claro
que no se debe desligar la formación ciudadana de los
derechos del hombre, porque si junto a los derechos ciudadanos no
se enseñan los derechos humanos la educación para
el ejercicio de los primeros podría degenerar en una
dirección chovinista y/o racista, de lo cual la historia
dio viva prueba en el siglo pasado con la experiencia del
fascismo.

Después de la Declaración Universal de los
Derechos Humanos, los países firmantes fueron incorporando
muchos de estos al ordenamiento jurídico interno donde
adquirieron el carácter de derechos fundamentales al ser
consagrados en sus cuerpos constitucionales. Pero los derechos
civiles (y políticos) en su dimensión
pública sólo alcanzan a proteger al individuo
frente al poder del Estado, por ello se hizo necesaria
también su tutela privada. Es así como comenzaron a
reconocerse los derechos inherentes a la personalidad, que son
derechos civiles que la persona puede esgrimir frente a terceros.
Todo este plexo de derechos contiene las libertades (o
facultades) reconocidas al individuo, que tiene como contraparte
un sistema de deberes correlativos cuyo cumplimiento es de vital
importancia para que se puedan ejercer los primeros sin lesionar
a terceras personas. El primer límite que se puede oponer
al ejercicio de un derecho para que no se torne abusivo o
injusto, es el deber que contrae su titular de respetar el
derecho de los demás.

Martí advirtió lo anterior,
haciéndose eco de las ideas más avanzadas del
liberalismo original, ilustrado. "Han de tenerse en igual sumo
–subraya- la conciencia del derecho propio y el respeto al
derecho ajeno; y de éste se ha de tener un sentimiento
más delicado y vivo que de aquél, porque de su
abuso sólo puede venir debilidad, y del de aquél
puede caerse el despotismo".

Descubrió que el respeto al derecho ajeno se ve
amenazado muchas veces por los ánimos exaltados a causa
del resentimiento y del odio, que conducen al individuo a abusos
en el ejercicio de sus derecho. En su pensamiento y acción
política dio suficientes muestras de preocupación
por el posible ejercicio abusivo del derecho a la libertad. Baste
recordar que su programa de emancipación revolucionaria se
articulaba en torno a la idea de una guerra necesaria, llevada a
cabo contra un sistema de dominación colonial y no contra
un tipo de hombre (español); una guerra sin odios, a la
que acudiría el pueblo cubano como última
ratio
para ejercer su derecho natural a ser libre e
independiente. El objeto de la contienda nunca sería la
venganza, sino el logro de la independencia económica y
política para poder fundar una república con todos
y para el bien de todos, solo posible en una nación libre
y soberana.

Martí confirió gran importancia a la
formación altruista del ciudadano, para lo la cual
consideraba necesario que el individuo tuviera siempre presente
al otro en las decisiones y acciones personales, pues,
según él, todo hombre verdaderamente moral debe
practicar la solidaridad. "No se tiene derecho al aislamiento, se
tiene el deber de ser útil", sentenciaba, porque
consideró la indiferencia ante el mal ajeno como una
manifestación grave de inmoralidad y una falta a la
justicia que nos convoca al cumplimiento del deber, considerado
por él algo sagrado a lo que no se podía faltar.
Estimaba que el hombre justo era el que exigía el respeto
a sus derechos porque también estaba dispuesto a respetar
los de los demás. Fue conciente de que si no se respetaban
los derechos individuales se privaba a los hombres de su
condición de sujetos, y con ello la creatividad y los
protagonismos esperados se verían siempre condenados ante
el imperativo del acatamiento del Derecho objetivo dictado por la
clase o grupo en el poder.

Un hombre sin derechos es prácticamente un objeto
o, más preciso, un esclavo, por ello Martí
insistía en que también se faltaba a la justicia si
después de conquistada la independencia, los gobernantes
no ofrecían oportunidades iguales a todos en la
república. "Amamos a la liberta de, porque en ella vemos
la verdad. Moriremos por la libertad verdadera; no por la
libertad que sirve de pretexto para mantener a unos hombres en el
goce excesivo, y a otros en el dolor innecesario. Se
morirá por la república después, si es
preciso, como se morirá por la independencia primero". Y
no pudo ser más enfático apenas un año antes
de caer heroicamente en combate: "El respeto a la libertad y al
pensamiento ajenos, aun del ente más infeliz, es mi
fanatismo: si muero o me matan, será por eso".

Los pueblos no se deben dejar engañar por sus
gobernantes, y para impedirlo Martí consideraba que no
había nada como la educación, en la que vio "el
único medio de salvarse de la esclavitud". Sin dudas
reflexionaba en esta dirección cuando acuñó
para la historia su conocida frase: "Ser culto es el único
modo de ser libres".

El Héroe cubano comprendió que en la base
de todos los derechos está la dignidad humana, que nos
informa que los hombres merecen respeto por la sola
condición de ser tales, y que por ello deben ser fin y no
solo medios (o tener precio), pues de lo contrario los
degradaríamos a la condición de simples cosas. Los
derechos humanos e inherentes a la personalidad se infieren de la
dignidad de la persona humana y son ellos los que garantizan su
respeto en la sociedad.

La educación ciudadana no debe perder nunca esto
de vista, y el hecho de que estos derechos subjetivos tienen un
carácter progresivo que la sociedad debe reconocer para
poder garantizar el desarrollo del respeto a la dignidad
intrínseca de cada ser humano. La importancia que para
Martí tuvo el reconocimiento de la dignidad se expresa en
su convicción de que "ese respeto a la persona humana
(…) hace grandes a los pueblos que lo profesan y a los
hombres que viven en ellos", pues sin él "los pueblos son
caricaturas, y los hombres insectos". Para el Maestro, en la
dignidad se concentraba la fuerza moral del hombre.

Conclusiones

Si fuésemos a resumir los aspectos que tuvo en
cuenta Martí para ayudar a la formación de un
ciudadano protagónico y responsable, sin dudas
tendríamos que considerar los siguientes:

1. Enseñar al individuo a conocer cuáles
son sus derechos y deberes.

2. Educarlo en el cumplimiento del deber como primera
garantía para el respeto a los derechos de los
demás.

3. Prepararlo para que pueda defender sus derechos en
caso de que estos no sean respetados.

4. Enseñarle a estimar y a respetar los valores
en que se sustentan los derechos subjetivos, presididos por la
dignidad humana, la libertad, la igualdad y la solidaridad que
son la base de la tres generaciones de derechos humanos y del
plexo de derechos fundamentales e inherentes a la
personalidad.

5. Formarlo para que sea un hombre justo, capaz de
equilibrar el ejercicio de sus derechos con el cumplimiento de
sus deberes; y para que sea responsable, y elija modalidades de
actuación en las que esté presente siempre el otro,
con sus derechos.

Todo esto no puede menos que hacernos percatar de la
enorme importancia que concedió

Martí a la formación del ciudadano, y al
papel que atribuyó en ella al reconocimiento, defensa y
ejercicio justo de los derechos individuales. Vivió
convencido de que la responsabilidad social el individuo la
adquiere en el marco del espacio que media entre el ejercicio de
sus derechos y el cumplimento de sus deberes, que no es otro que
el de la relación social –que puede ser moral y/o
jurídica- en la que el hombre se realiza a través
del disfrute de la libertad contenida en sus propios derechos. De
la misma manera que no hay responsabilidad sin libertad, no
existe persona responsable que no cumpla con sus deberes
sociales.

 

 

Autor:

Yasniel Jimenez Olivera.

AÑO 56 DE LA
REVOLUCIÓN

2014

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