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El Absurdo de la existencia en Albert Camus (página 2)




Enviado por Ricardo Duarte



Partes: 1, 2, 3

A pesar de que para Heidegger, la muerte es intrínseca al proyecto existencial del hombre, esto no quiere decir que la vida no tenga sentido. Reale & Antiseri (1992), nos dicen que, frente a la muerte hay que vivir con autenticidad, es decir que, hay que vivir para la muerte, porque el vivir para la muerte nos aparta de vernos ahogados por los hechos y las circunstancias de cada día. La anticipación de la muerte da sentido al ser de los entes, a través de la experiencia de su posible nada, que es la angustia.

Existir de manera auténtica implica tener una valentía de encarar la posibilidad del propio no ser, sintiendo la angustia de ser para la muerte. La existencia auténtica significa una aceptación de la propia finitud y de que somos seres para la muerte, esto hace que se viva más a plenitud la vida, de ahí que podemos decir que la muerte es la que le da sentido a la existencia según Heidegger, siempre que asumamos nuestra vida con autenticidad, sin dejarnos llevar de la masa que quiere ocultar la angustia ante la muerte (Reale & Antiseri, 1992).

Contrario a Heidegger, para Sartre la muerte no se puede asumir como un proyecto existencial, porque la muerte no es una dimensión constitutiva de la existencia que se identifica con el proyecto libre del hombre. El proyecto existencial no se puede interpretar como un encaminarse hacia la muerte y mucho menos como un esperar la muerte (Gevaert, 2008).

Gevaert (2008), nos dice que, frente a lo que había dicho Heidegger, Sartre niega que la muerte pueda otorgar algún tipo de sentido a la existencia humana. Todo lo contrario, pues la muerte manifiesta el carácter fundamentalmente absurdo de la existencia humana, porque descuartiza violentamente todo proyecto, toda libertad personal, todo sentimiento de la existencia. Si queremos morir, nuestra vida no tiene sentido, ya que no se ofrece ninguna solución a sus problemas y sigue sin determinarse el sentido propio de esos problemas.

"Así la muerte no es nunca lo que da a la vida su sentido: es, al contrario, lo que le quita por principio toda significación. Si hemos de morir, nuestra vida carece de sentido, porque sus problemas no reciben ninguna solución y porque la significación misma de los problemas permanece indeterminada"(Sartre, 1966, pág. 730).

La alienación de la muerte es la alienación total. No hay ninguna posibilidad de redimirla ni de salvaguardar los proyectos que la libertad ha intentado llevar a cabo. Sencillamente, no hay ninguna esperanza, porque la vida, en cuanto proyecto necesario de la libertar, es realmente una pasión inútil, porque la muerte le quita todo el sentido a la existencia, por eso, lo mejor es vivir el presente (Gevaert, 2008).

1.5. La esperanza imposible

Camus busca un camino intermedio entre la falta de esperanza y el absurdo total de la existencia, porque al tener que morir, todos los hombres son extranjeros de este mundo. El hombre consigue rechazar durante algún tiempo esta convicción sumergiéndose en el anonimato de la vida moderna. Pero llega un día en que se revela en toda su crudeza la verdadera condición de la existencia (Gevaert, 2008).

La conciencia de estar sometidos al tiempo horroriza y genera en los hombres el sentimiento del absurdo. No hay mañana ni porvenir, porque la muerte destruye todos los proyectos del hombre, sin embargo, tampoco hay espereza en otra vida, que pueda ser la realización del hombre, sino, que hay que luchar por el reino de este mundo, por lo dado, lo que puede dotar de algún sentido la existencia. Camus descubre que no existe ese sentido, pero eso no lo detiene, sigue creyendo que este es el reino del hombre, sin esperanza.

Gevaert (2008), afirma que, Camus rechaza tanto el recurso del suicidio, que sería una huida, como el refugio de la religión, porque sería buscar una coartada para no comprometerse en el mundo y además porque esa esperanza carece de fundamento. Entonces ¿Qué es lo que cabe hacer de frente a la muerte?

Camus nos responde diciendo que si es posible, intentar vivir sin esperanzas, aunque sin precipitarse en la desesperación radical. La razón es que esa desesperación radical es continuamente rechazada por la experiencia concreta, pues no se puede aceptar que el amor al pobre, al necesitado o al inocente sean realidades absurdas, por tanto, la libertad de acción vence al absurdo total. Para Camus se trata de tener la seguridad de que no existe ningún horizonte de muerte, que pueda destruirlo todo, porque hay cosas que tienen sentido, por ejemplo: la solidaridad con el que sufre no puede se inútil, por eso, hay que rebelarse contra la muerte y contra el absurdo y lo importante es vivir al máximo el presente, porque el tiempo es breve y la duración limitada (Gevaert, 2008).

1.4. Conclusiones del capítulo

En este capítulo, pudimos cumplir con nuestro objetivo que era, esbozar el contexto histórico y filosófico en que se desarrolló el pensamiento de Albert Camus. Hemos mostrado cómo el pensamiento filosófico de Camus estuvo muy condicionado por su vida y, por todo lo que experimentó él y sus contemporáneos en un ambiente de guerra, por eso, hemos llegado a las siguientes conclusiones:

  • Albert Camus fue un testigo vivencial de las dos Guerras Mundiales, por eso su vida y su ambiente marcaron profundamente su pensamiento.

  • Albert Camus es considerado existencialista, aunque no comparta el sistema teórico de Sartre.

  • Para Camus, no es la existencia la que precede a la esencia como creen los existencialistas, sino que es la esencia la que precede a la existencia.

  • Según Camus no existe otra vida después de la muerte, sino que este mundo es la única realidad para el hombre.

  • Para Heidegger la muerte no convierte la existencia en absurda, sino que, más bien hace que el hombre viva con más sentido su vida; mientras que Sartre afirma que la muerte hace absurda la vida.

CAPÍTULO II:

El carácter absurdo de la existencia

Oh, alma mía, no aspires a la vida inmortal, pero agota el campo de lo posible.

Píndaro—Pítica II

En este segundo capítulo, presentaremos en qué consiste el absurdo de la existencia para Albert Camus, y cuáles son las consecuencias que este conlleva para el hombre que ha tomado conciencia de él y actúa según su única verdad que es la absurdidad.

Camus hace del absurdo un punto de partida para su reflexión filosófica. Nuestro filósofo quiere encontrar el equilibrio entre la razón divinizada que tiene por intención explicarlo todo y por otro lado lo irracional, que hace que naufrague esa sed total de conocimiento. Es ahí, donde Camus se pregunta por el sentido de la existencia, en un mundo donde todo es absurdo, por ese deseo y anhelo del hombre de conocimiento, unidad y felicidad, los cuales chocan con el mundo que solo ofrece diversidad, sufrimiento y sinsentido. ¿Vale la pena seguir viviendo en un mundo donde la vida no tiene sentido, o es preciso poner fin a la misma mediante el suicidio? A continuación estaremos respondiendo a tales preguntas en este capítulo.

2.1. La absurdidad de la existencia

La cercanía de la muerte, la enfermedad y el mal que está en todas partes oscureciendo las ansias de vivir y los momentos de placer, enseñaron a Camus que la muerte no está al final de la vida, sino en su mismo corazón, por tanto, la existencia se torna absurda, es decir sin sentido.[3]

Partiendo de su irracionalismo, positivismo y escepticismo generales, Camus niega todo sentido del mundo y de la vida. La vida tendría un sentido si hubiera una esperanza futura o valores sobrehumanos por los que valiera la pena vivir o morir. Pero Camus no abriga esta fe, puesto que no está seguro de tales realidades, sino de este mundo que puede tocar con sus manos, todo lo de más es pura ficción y mentira (Lenz, 1955).

¿Qué es el absurdo? ha esta pregunta responde Camus (1983, pág. 44) diciendo: "El absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo". El absurdo, es ese conflicto entre el deseo del hombre de felicidad, de verdad y de conocimiento, y el choque con el mundo, que solo ofrece la irracionalidad, diversidad y un sigiloso silencio. Esta confrontación da origen al absurdo y se hace patente cuando el hombre toma conciencia de él.

El absurdo es todo lo que no tiene sentido. Esta noción del absurdo implica un gran contenido de la experiencia: por un lado, el objeto de la visión, es decir el mundo mecánico; del otro lado, la conciencia que ha visto y que, por ese acto mismo escapa al objeto de su visión (Luppe, 1970).

El absurdo surge de esa confrontación entre el mundo y el hombre. El absurdo no es el mundo ni el hombre, sino la relación en que se halla el mundo respecto al hombre. Relación que es de confrontación: la oposición de la conciencia y los muros que la encierran. El absurdo viene dado por el choque de la conciencia que descubre la nada de sus deseos, es este choque mismo, que consiste en un divorcio total (Luppe, 1970). "Lo absurdo es esencialmente un divorcio. No está ni en uno ni en otro de los elementos comparados. Nace de su confrontación" (Camus, 1983, pág. 47).

Según Camus, la existencia humana no tiene sentido, por lo que buscarlo es algo inútil. El que la existencia sea absurda significa que da igual lo que hagamos o elijamos, pues de todas formas seguimos siendo indiferentes para un mundo y una realidad que de suyo no posee ningún sentido. Esta falta de sentido de la realidad y la existencia humana, encuentra su explicación en el hecho de que Dios no existe por lo que se carece de un punto de referencia que se lo otorgue. De ahí que el ser humano tenga como imperativo configurarse así mismo, construir su moral e intentar encontrar un sentido de sí que de todas formas sabe imposible. Todo lo que esta búsqueda humana encuentre siempre será provisional, porque no se cuenta esos principios universales y absolutos que pudieran servir de guía o certeza (Soberanis, 2010).

Para Camus, el absurdo se puede experimentar de dos formas: por el sentimiento y por el intelecto.

En el plano del sentimiento: Camus insiste sobre lo rutinario y mecánico de la vida del hombre: la uniformidad de la vida cotidiana, el todos los días tener que levantarse a las 5:30 am, la preocupación por la vida, todo eso nos lleva al cansancio y nos obliga a preguntarnos por el sentido de la vida, y son por tanto la primera prueba de su absurdidad.

"Levantarse, coger el tranvía, cuatro horas de oficina o de fábrica, la comida, el tranvía, cuatro horas de trabajo, la cena, el sueño y lunes, martes, miércoles, jueves, viernes y sábado con el mismo ritmo, es una ruta que se sigue fácilmente durante la mayor parte del tiempo. Pero un día surge el "por qué" y todo comienza con esa lasitud teñida de asombro" (Camus, 1983, pág. 27).

Este sentimiento del absurdo nacido de la rutina ciega y sin sentido de la vida cotidiana, produce el hastío de ese vivir mecánico y anulador de la persona, y así se llega al cansancio de la vida. Para que la impresión originadora de la actitud ante el mundo llegue a conseguir todo su efecto revelador, es preciso que se produzca el distanciamiento entre el hombre y su diario vivir. Este alejamiento hace que el hombre se convierta en extranjero de sí mismo, al no reconocerse en el hombre anterior sometido a lo falso e inútil de su trama vital. En el hombre reflexivo, esos procesos concluyen en la angustia (Fernandez, 1989).

Dentro del sentimiento del absurdo, el hombre ve en el tiempo a su peor enemigo; el tiempo no es ya el medio favorable a nuestros proyectos, a nuestra ambición, al crecimiento de nuestro ser. Jactarnos de nuestra juventud, por ejemplo, es irrisorio, puesto que es al mismo tiempo trazar la curva que termina en la muerte (Luppe, 1970). El tiempo se convierte en enemigo del hombre, porque este, lo va encaminando hacia la muerte, en donde termina el recorrido del hombre en la vida y eso, es absurdo.

La conciencia de estar radicalmente sometido al tiempo aterra y genera en los hombres el sentimiento de lo absurdo. La muerte aparece como la alienación fundamental. No hay mañana ni porvenir, porque la muerte destruye todas las ilusiones del hombre. Ni si quiera tiene sentido preguntarse por qué el hombre tiene que morir, porque la muerte es algo que le pasa a todos los hombres, sin haberla elegido de antemano (Gevaert, 2008).

En el plano del intelecto: Camus se da cuenta de que el universo es irracional, es decir, que se escapa a los principios de la razón humana por la imposibilidad del hombre de distinguir lo verdadero de lo falso, imposibilidad de comprender, es decir, de unificar, fracaso del conocimiento científico y del conocimiento de nosotros mismos. En una palabra el mundo se resiste a nuestro apetito racional, y nuestra razón no puede hacer transparente el mundo (Luppe, 1970).

La razón busca verdad y sentido, pero encuentra solamente contradicciones y sin sentidos. Ya sea que defienda con el dogmatismo que todo es verdadero, ya sea que afirme con el escepticismo que todo es falso, la razón se aniquila en ambos, y Camus no quiere ver que la verdad esté en el medio. Buscamos y afirmamos la unidad en el mundo, y, sin embargo, por todas partes tropezamos con la diversidad y la pluralidad (Lenz, 1955).

El mundo, sordo, niega toda posibilidad de significado. La lucidez de la conciencia, enfrentada a la irracionalidad de un mundo sin oídos y equilibrio, hacen brotar desde dentro el sentimiento del absurdo. Invadido de ese sentimiento, el hombre percibe su existencia más agudamente, como una enfermedad que sólo la muerte puede curar. No obstante Camus no llega hasta la Nada, porque para él, la comprobación de que la vida es absurda, no puede ser el fin, sino sólo el comienzo (Sánchez, 2012).

Para Camus este mundo no es razonable, puesto que no podemos comprender todo lo que acontece en él, por tanto, carece de sentido y de razón y la vida es absurda y sin esperanzas. "¿De quién y de qué puedo decir, en efecto: ¡lo conozco!? Puedo sentir mi corazón y juzgar que existe. Puedo tocar este mundo y juzgar que también existe. Ahí termina toda mi ciencia y lo de más es construcción" (Camus, 1983, pág. 33).

El mundo en sí no es absurdo. Zárate (1995), nos dice que, el absurdo se presenta con el golpe seco que el hombre recibe, cuando en su ansia de claridad se cuestiona y solo encuentra algo que no entiende. Quiere un absoluto y lo quiere de un modo racional, al estilo de una garantía, pero el mundo siempre permanecerá indefinible. Camus critica tanto a los partidarios del racionalismo como a las teorías existencialistas que han primado lo irracional. Para quien ha llegado al absurdo, mediante un cuestionamiento grave y sincero, ya no se trata de enlazar la razón ni de negarla, sino, de descubrir sus fronteras.

Esta nostalgia de conocer que tiene el hombre y que choca con este mundo irracional, Camus lo expresa de la siguiente manera:

"Quiero que me sea explicado todo o nada. Y la razón es impotente ante ese grito del corazón. El espíritu despertado por esta exigencia busca y no encuentra sino contradicciones y desatinos. Lo que yo no comprendo carece de razón. El mundo está lleno, de estas irracionalidades. El mundo mismo, cuya significación única no comprendo, no es sino una inmensa irracionalidad. Si se pudiera decir una sola vez: "esto está claro", todo se salvaría. (婠En ese punto de su esfuerzo el hombre se halla ante lo irracional. Siente en sí mismo su deseo de dicha y de razón. Lo absurdo nace de esta confrontación entre el llamamiento humano y el silencio irrazonable del mundo. Esto es lo que no hay que olvidar" (Camus, 1983, pág. 43 – 44).

En síntesis, el absurdo es todo lo que carece de sentido, pero el absurdo que proclama Camus es un método, es decir que se trata de un reto intelectual, que trata de buscar desde la razón, respuestas a un estado del alma. No se trata de un absurdo substantivo, sino metódico, es por ello, que el absurdo no es un fin, sino un punto de partida. Sobre este punto Camus, citado por Moeller (1964, pág. 73), nos dice lo siguiente: "Cuando yo analizaba el sentimiento de lo absurdo en El mito de Sísifo, estaba buscando un método y no una doctrina. Practicaba la duda metódica. Trataba de hacer esa "tabla raza" a partir de la cual se puede comenzar a construir".

2.2. Evasión del absurdo

Cuando el hombre toma conciencia del absurdo de su vida ¿Ha de seguir arrastrando su existencia en este mundo o poner fin a su vida mediante el suicidio? Camus juzga que todo intento de escapar del absurdo es una evasión.[4] El hombre debe vivir conforme a su única verdad que es la absurdidad y, negar cualquier intento de consuelo en otra vida futura o en quitarse la vida. De ahí que para Camus, el suicidio y la esperanza en otra vida futura constituyen los elementos de la evasión del absurdo de la existencia.

El hombre que acepta la vida o la rechaza, tiene ante sí dos elementos: conciencia y experiencia. Tiene una experiencia del mundo y es consciente de esa experiencia. La conciencia será la única forma de poder separar el hombre de las cosas y marcar la grandeza del hombre, su distinción de todo lo que no es él; tenemos esa experiencia a través de la trivialidad de la vida cotidiana. Al final de una vida monótona aparece la muerte como algo ineludible, el horror que siente el hombre de frente a la muerte no nace de la experiencia que de ella tengamos, porque nadie tiene experiencia de la muerte, lo temeroso nace con la certeza de su llegada (Dalgado, 1958).

Delgado (1958), nos dice que, el hombre comprende por su conciencia que todo tiene que terminar y eso no tiene sentido. Aquí nos damos cuenta, por el contacto de la experiencia con la realidad, la respuesta de la pregunta inicial sobre el sentido de la vida. La respuesta de Camus se centra en los mismos datos de la experiencia sin elevarse a la trascendencia. El único sentido que tiene la vida es su falta de sentido, pero aún así, Camus no se decide por el suicidio ni por la esperanza en otra vida sino que, hay que asumir la condición humana y seguir viviendo porque no se puede hacer otra cosa.

2.2.1. El suicidio

Ante la cruel experiencia del asesinato de millones de hombres y de una humanidad envilecida por la Alemania Naci, Camus pierde el sentido de la vida. El universo, frio y distante, aparece extraño a su razón. Así, el suicidio parecerá ser la única salida, lógica y verdadera, a esta situación de extrema opresión (Sánchez, 2012).

"No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio[5]Juzgar si la vida vale o no vale la pena de vivirla, es responder a la pregunta fundamental de la filosofía" (Camus, 1983, pág. 15). Cuando Camus afirma que el suicidio es el problema verdaderamente serio, no piensa en esa actitud extrema como el punto extremo de la acción. El suicidio es, pues, acción, porque siempre es un acto comprobatorio de que la vida vale más que las ideas, es decir, que nadie muere por doctrinas ontológicas, pero sí por una idea que da sentido a la vida.

Camus sitúa la noción del suicidio en el umbral de su libro El mito de Sísifo (1942). Este dato, tiene el privilegio de hacer brotar el pensamiento del autor. No se trata de un estudio sobre el suicidio, sino de la valoración de una respuesta, porque el suicidio nos pone ante la pregunta sobre el sentido de la vida (Luppe, 1970).

El suicidio plantea el problema del sentido de la vida. Más allá de las razones superficiales sociológicas, sentimentales, es la visión con frecuencia simplemente instintiva del carácter absurdo de la existencia (Luppe, 1970). El suicidio se lleva a cabo, cuando el hombre se da cuenta del sinsentido de su vida, puesto que si la vida no tiene sentido, entonces no vale la pena vivir. "Morir voluntariamente supone que se ha reconocido, aunque sea instintivamente, el carácter irrisorio de esa costumbre, la ausencia de toda razón profunda para vivir, el carácter insensato de esa agitación cotidiana y la inutilidad del sufrimiento" (Camus, 1983, pág. 18). Para Camus, quien se suicida, confiesa de alguna forma que la vida no tiene sentido o que no se la comprende.

Para Camus, el suicidio no es un fenómeno social, sino que es un acto que se prepara en el silencio del corazón, aunque el propio suicida lo ignore. La sociedad no tiene nada que ver con estos comienzos, puesto que, el gusano se halla en el corazón del hombre y en él hay que buscarlo. Aunque el suicidio es una respuesta lógica, no resuelve el problema del absurdo, puesto que elimina la conciencia. El absurdo ha nacido de la conciencia y debe vivir como verdad; la lógica en la existencia exige pues el mantenimiento de la conciencia. El problema ahora queda invertido: antes se trataba de saber si la vida debía tener un sentido para vivirla, ahora por el contrario, se la vivirá tanto mejor si no tiene sentido, porque vivir una experiencia, es aceptar un destino plenamente (Camus, 1983).

El que se suicida considera que la vida no vale la pena vivirla; para Camus esa es una verdad indudable pero infecunda, porque el que se suicida está insultando la existencia, por el simple hecho de que no tiene sentido ¿Es que su absurdidad exige la evasión mediante la esperanza o el suicidio? ¿Lo absurdo impone la muerte? Camus rehúsa el suicidio, ya que, no lo ve como una respuesta honesta de frente al absurdo de la existencia. La vida no tiene sentido y a pesar de eso hay que vivir, puesto que para vivir la vida no tiene que tener sentido alguno. El hombre debe reconocer la absurdidad, y seguir viviendo contra ella y sin esperanzas.

2.2.2. La esperanza

La esperanza aparece como una evasión frente al absurdo de la existencia. La conciencia ante los muros absurdos, busca una vida nueva, que descansa en la promesa de otro mundo que sea la clave de éste; la respuesta de la esperanza es la afirmación de que todo está explicado un día, de que desde entonces todo tiene una razón de ser, incluso lo irracional. Aquí Camus analiza la fe religiosa y las metafísicas de consolación. Del mismo modo que el suicidio, la esperanza tampoco es la respuesta para con los datos de la experiencia. No se desvanece la conciencia, sino el absurdo, objeto de su visión; la conciencia permanece, pero su movimiento de esperanza hace súbitamente transparente los muros con que tropezaba; el dato irracional desaparece (Luppe, 1970).

El hombre constituye su propio fin y, sólo puede ser algo en esta vida sintiéndose igual a Dios. No existe una vida futura, en la cual el hombre pueda anclar el sentido de su existencia, sino que hay que aceptar el absurdo y tratar de vivir en rebeldía contra él. La esperanza en otra vida futura, constituye de alguna forma un tipo de suicidio filosófico, en cuanto a que es un salto sin fundamento alguno.

Camus critica algunos filósofos, porque dieron un salto a la esperanza sin razón alguna. Tanto Kierkegaard como Jaspers dan ese salto, cuando entienden que de frente a las contradicciones del mundo, el hombre encuentra un vehículo para afirmar la existencia de una realidad trascendental que da sentido a su existencia. Kierkegaard, cuando ve las paradojas de la vida, da el salto hacia la fe sacrificando su razón, puesto que, para alcanzar el sentido de la existencia, hay que sobrepasar los límites de la razón y lanzarse hacia un irracionalismo que da plenitud a la existencia del hombre. Jaspers también ve en las situaciones límites unas cifras de la trascendencia que dan sentido a la existencia.

Para Camus, del mismo modo que el suicidio, la esperanza tampoco es la respuesta de frente al absurdo de la existencia, sino que es una evasión. Por eso nos dice Camus (1983) que las iglesias están contra el hombre porque estas aspiran a lo eterno y el hombre nada tiene que ver con lo eterno, puesto que todo su reino está en este mundo. Las religiones prometen un más allá, pero un hombre embriagado de absurdo rechaza la trascendencia, porque su reino está en este mundo y no hay nada después de la muerte. Por eso, Camus hablando de un hombre absurdo dice lo siguiente:

"Se exige de él que salte a la esfera religiosa, pero todo cuanto puede responder es que no entiende tales saltos y que no hay seguridad en un más allá. Llegaran a decirle que esto es pecado de soberbia, pero él no comprende la idea de pecado; le dicen, que quizás, afín de cuenta, existe el infierno, pero él tiene poca imaginación para representarse ese ficticio lugar; le dicen que pierde la vida eterna, pero a él, no le parece una pérdida que valga la pena. El absurdo me dice claramente no hay mañana y esa es la razón de mi autentica libertad" (Camus, 1983, pág. 73)

En su obra El extranjero (1942), Camus ilustra más este pensamiento, cuando un sacerdote intenta convencer a Meursault, de que tenga fe en Dios y en la vida futura que existe después de la muerte; Meursault dice lo siguiente: "Él parecía tan seguro. Sin embargo, ninguna de sus certidumbres valía un cabello de mujer. Ni siquiera tenía la certeza de estar en vida porque vivía como un muerto. Pero yo estaba seguro de mí, seguro de todo, más seguro que él, seguro de mi vida y de esa muerte que iba a llegar" (Camus, 1942, pág. 204).

2.3. El hombre absurdo

El hombre absurdo, es aquel que ha reconocido el sinsentido de su existencia, pero lejos de dar un salto a la trascendencia y de poner fin a su vida mediante el suicidio, reconoce el carácter absurdo de su existencia y, vive lo más que se pueda agotándolo todo, puesto que su nueva ley de vida, no está regida por una calidad de vida, sino por la cantidad de los instantes con que este viva con pasión su existencia.

El hombre absurdo no hace nada por lo eterno, porque está seguro de su libertad a plazo, de su rebelión sin porvenir y de su conciencia perecedera, prosigue su aventura en el tiempo de su vida. En el tiempo está su campo, en él está su acción, que sustrae a todo juicio, excepto el suyo. Una vida más grande para él no significa otra vida, puesto que esto sería deshonesto. El hombre absurdo como está privado de lo eterno, se alía con el tiempo (Camus, 1983). Un hombre que ha descubierto el absurdo, ya no cree en términos absolutos, que ya no espera, que quizás siente nostalgia, pero elige vivir en la sabiduría de sus límites, en el tiempo con minúsculas de su condición perecedera (Zárate, 1995).

Camus (1983), nos ilustra con algunos personajes que viven el absurdo existencial, como: Don Juan, el comediante y el conquistador. Ellos saben que sus esfuerzos son inútiles, porque no creen en el sentido profundo de las cosas, sino que viven en una sucesión de instantes. Tanto Don Juan, que goza de todos los amores que encuentra sin parar en ninguno, como el comediante que adopta personajes diferentes queriendo vivir una infinidad de vidas en la suya y, el conquistador, que niega lo eterno para sumergirse en la historia porque, es su única certeza. Estos personajes, encarnan lo que es un hombre absurdo, porque han elegido el tiempo antes que lo eterno, esta vida, antes que otra de la que no están seguros.

A continuación presentamos de una forma más desarrollada, las ilustraciones de una existencia absurda que Camus desarrolla haciendo un análisis de los personajes ya mencionados.

2.3.1. El donjuanismo

Don Juan, es un seductor que va de mujer en mujer agotándolo todo, es un seductor ordinario, con la diferencia de que es consiente y por ello absurdo. Seducir es su estado. Lo que Don Juan pone en práctica es una ética de la cantidad, al contrario del santo, que tiende a la calidad. Don Juan no cree en el sentido profundo de las cosas porque esto es lo propio del hombre absurdo (Camus, 1938).

Nos dice Camus (1938), que es ridículo presentar a Don Juan como un buscador del amor total. Pero tiene que repetir ese don y ese ahondamiento, porque ama a todas con el mismo ardor y cada vez con todo su ser. De ahí que, cada una de las mujeres amadas por él, espere darle lo que nadie le ha dado nunca. Ellas ese engañan profundamente y sólo consiguen hacerle la necesidad de esa repetición.

Don Juan está muy lejos de alimentarse con el Eclesiastés, pues nada para él es vanidad sino la esperanza en otra vida; y lo prueba, puesto que se juega contra el cielo mismo. El infierno es para él algo que se desafía y no tiene más que una respuesta para la cólera divina, y es el honor humano. No le pertenece el pesar por el deseo perdido en el goce, ese lugar común de la impotencia. Don Juan busca la saciedad y si abandona a una mujer bella no es, de modo alguno porque no la desee, puesto que una mujer bella es siempre deseable, pero es que desea otra, y eso no es lo mismo (Camus, 1938).

Don Juan goza en esta vida y nada es peor que perderla. Este loco es un gran sabio. Pero los hombres que viven de las esperanzas, se avienen mal a este universo en el que la bondad cede el lugar a la generosidad, la ternura al silencio viril, la comunión al valor solitario; y todos dicen: era un débil, un idealista o un santo. Hay que rebajar la grandeza que ofende.

Así es la vida del hombre absurdo, igual que la de Don Juan, que vive de la sucesión de instantes, porque como la vida no tiene sentido, de nada sirve aspirar a un futuro, sino que hay que vivir el instante y hacerse dueño de uno mismo aquí en la tierra.

2.3.2. La comedia

En el escenario de la comedia, el actor reina en lo perecedero, porque de todas las glorias la suya es, la más efímera. El actor ha elegido, por lo tanto la gloria innumerable, la que se consagra y se experimenta, él es quien saca la conclusión del hecho de que todo debe morir algún día, porque un actor triunfa o no triunfa. Para Camus (1938), un actor representa al hombre absurdo de una menara maravillosa porque, tiene poco tiempo para representar varios personajes, para hacerlos nacer y morir.

Si la moral de la cantidad pudiese encontrar alguna vez un alimento, lo encontraría seguramente en esa escena singular. Es difícil decir en qué medida el actor se beneficia con sus personajes. Pero lo importante no es eso; se trata de saber, únicamente hasta qué punto se identifica con esas vidas irremplazables, porque al término de su esfuerzo se aclara su vocación: dedicarse con todo su empeño a no ser nada o a ser muchos. Cuanto más estrecho es el límite que le da para crear su personaje tanto más necesario es su talento, porque a veces es necesario que en tres horas experimente y exprese todo un destino excepcional; eso se llama perderse para volverse a encontrar. En estas tres horas va hasta el final del camino sin salida que el hombre de la sala tarda toda su vida en recorrer (Camus, 1938).

El actor igual que el hombre absurdo vive de lo perecedero, no se ejercita ni se perfecciona sino en la apariencia. Por consiguiente, el actor tiene la monotonía, la silueta única, obsesionante, a la vez extraña y familiar del personaje absurdo que pasea a través de todos sus protagonistas. Camus (1938), nos dice que, el actor es él mismo y, no obstante, tan diverso, tantas almas resumidas por un sólo cuerpo. Pero, es la contradicción absurda misma este individuo que quiere alcanzarlo todo y vivirlo todo, esta inútil tentativa, esta obstinación sin alcance.

El destino del comediante es el mismo que del hombre absurdo, basta tener un poco de imaginación para sentir lo que significa un destino de actor. Este compone y enumera sus personajes en el tiempo. También aprende a dominarlos en el tiempo hasta que le llegue la noche oscura de la muerte (Camus, 1938). El hombre absurdo también está abocado al tiempo y, en su destino limitado debe vivir una sucesión de instantes afirmando así su condición humana que termina con la inevitable muerte.

2.3.3. El conquistador

Zárate (1995), nos muestra que, un hombre absurdo también es el que conquista. Aquel que habiéndosele negado lo eterno, se alía con la historia porque es su única certeza, se arroja a su acción sin amargura, aún sabiendo que es inútil en sí misma.

Los conquistadores saben que la acción es en sí misma inútil y aunque se les humilla su carne, es su única certidumbre, porque sólo pueden vivir de ella. La criatura es su patria, por eso ha elegido este esfuerzo absurdo y sin alcance, porque su grandeza está en la protesta y en el sacrificio sin porvenir ya, que la victoria sería deseable, pero sólo hay una victoria y es eterna, por eso no la conseguirá nunca porque el hombre absurdo elige el tiempo (Camus, 1938).

El hombre es su propio fin y si quiere ser algo, tiene que serlo en esta vida. Los conquistadores son solamente aquellos hombres que se sienten con fuerzas suficientes como para estar seguros de vivir constantemente a esas alturas y con la plena conciencia de esa grandeza. El destino está frente al conquistador y éste lo desafía, no por orgullo, sino por la conciencia que tiene de su condición intrascendente (Camus, 1938).

Es cierto que esos conquistadores absurdos no tienen reino, pero tienen sobre los otros la segura ventaja de saber que todos los reinos son ilusiones. Eso constituye toda su grandeza. Para Camus (1938), estar privado de esperanzas no es desesperar, porque las llamas de la tierra valen tanto como los perfumes celestes. Este mundo absurdo y sin dios ahora se puebla de hombres que conquistan esta tierra dentro de sus límites, sin esperar nada después de la muerte.

2.4. Consecuencias del absurdo

A continuación presentaremos cuáles son las tres consecuencias fundamentales que Camus extrae de la absurdidad de la existencia, a saber: la libertad, la rebeldía y la pasión por vivir. Así actúa un hombre que vive de acuerdo a su única verdad que es el absurdo.

2.4.1. La libertad absurda

El hombre absurdo debe vivir en libertad, puesto que no hay un Dios que guíe su vida, ni nada trascendente que dirija su acción. No existe el mañana, y esa es la causa de la libertad profunda de un hombre que ha reconocido su destino absurdo, puesto que la libertad sólo está dentro de sus límites.

El problema metafísico de si el hombre es libre, no tiene importancia para Camus, a cuyo juicio el problema de la libertad carece en sí de sentido, pues sólo puede resolverse a base de Dios, de cuya existencia no consta. No comprende una libertad otorgada por Dios; lo que importa es exclusivamente la libertad de acción. Aunque el absurdo le anule todas las posibilidades de la libertad eterna, le da a cambio la libertad de la acción (Lenz, 1955).

Para el hombre absurdo todo está permitido, lo que no quiere decir que nada esté prohibido. Lo absurdo da solamente la equivalencia a las consecuencias de esos actos. No recomienda el crimen porque eso sería ingenuo, pero restituye al remordimiento su inutilidad, puesto que hay responsables no culpables. No son, por consiguiente, reglas éticas las que el espíritu absurdo puede buscar al final de su razonamiento, sino ilustraciones y el soplo de las vidas humanas (Camus, 1983).

La libertad solo tiene sentido con relación a su destino limitado. Ser libre para Camus, es hacerse Dios en esta tierra sin servir a ningún ser inmortal. Si Dios existe, todo depende de El y nosotros nada podemos contra su voluntad. Si no existe, todo depende de nosotros. Para Nietzsche, matar a Dios es hacerse Dios uno mismo, es realizar en esta tierra la vida eterna (Camus, 1983).

La pérdida de la esperanza implica un acrecentamiento de la libertad del hombre. Como la muerte es la única realidad que cuenta, el hombre no cree en términos absolutos, que ya no los espera, ni vive ya fines extrínsecos a sí mismo, ni la preocupación por la eternidad, sino que obra con plena libertad, viviendo el presente y agotándolo todo.

El hombre absurdo ahora tiene las armas de la libertad; Camus opone la esclavitud antigua a la libertad nueva: y es la experiencia absurda quien ha posibilitado el paso de una experiencia a otra. Antes de la experiencia absurda, la ilusión de la libertad que es muy común en todos, iba acompañada de una esclavitud real al servicio de prejuicios, principios y fines, es decir que había una preocupación por el porvenir, o por justificarse valorando sus posibilidades, contando con el futuro. Después de la experiencia absurda, todos estos objetivos se hunden, todos estos principios caen, ya no tienen sentido, tenían un sentido absoluto y por tal razón el hombre se atenía a ellos porque les creía absolutos y, helos aquí de pronto sin sentido y relativos frente a la muerte; la visión de la muerte me arrastra de mis objetivos, con los que me identificaba (Luppe, 1970).

En el camino de la libertad hay que hacer un progreso. El último esfuerzo del hombre absurdo consiste en saber liberarse de lo que hace, bien sea conquista, amor o creación, puede no ser. Eso mismo le da más facilidad para obrar, así es como lo absurdo de la vida le autoriza hundirse en todos sus excesos. Lo que queda es un destino cuya única salida es fatal. Fuera de esa única fatalidad de la muerte, todo lo de más dicha o goce, es libertad. Así, queda un mundo cuyo único amo es el hombre (Camus, 1983).

2.4.2. La rebeldía

La rebelión es una consecuencia del absurdo. Camus asegura que es una de las posiciones filosóficas más coherentes. El hombre debe rebelarse contra el absurdo, contra la irracionalidad del mundo y contra el sinsentido de la existencia humana. El hombre rebelde, obra conforme a su única verdad, la absurdidad. La rebeldía dice Camus, es un enfrentamiento permanente del hombre con su propia oscuridad absurda. Hay que vivir con el absurdo sin entrar en conciliación con él, sino todo lo contrario, luchando contra él, sin descanso (Lenz, 1955).

Vivir en rebeldía es aceptar la vida como Sísifo: ser un héroe inútil. Subir la piedra a lo alto de la montaña, para ver como cae desde allí a la llanura y volver a comenzar de nuevo la subida. No sólo hay que aceptar la vida, sino aceptarla rebelándose contra el absurdo de ella. El absurdo mayor de la existencia es la muerte y el dolor, contra eso es que hay que rebelarse (Dalgado, 1958).

Afirma Camus, que la rebeldía es la solución más lúcida frente al absurdo. Esta rebelión ha de ser orgullosa, valiente y una solitaria protesta contra la realidad irracional que nos oprime, o el mundo sin razón. El hombre que se rebela es el único hombre libre, porque reconoce su finitud de su vivir y la acepta con clara conciencia. El hombre en rebeldía asume verdaderamente su condición personal y combate para despertar a los otros hombres. La rebeldía es un actuar consiente, que preserva a la conciencia de la inutilidad de la vida (Urdanoz, 1978). Es decir, que el hombre que se rebela contra el absurdo, al mismo tiempo lucha por toda la humanidad para hacer menos trágica la vida del hombre.

La rebelión, implica siempre la conciencia de estar en su derecho y de adoptar, por lo mismo, una postura defensiva contra el mal y la injusticia. El hombre rebelde está dispuesto a sufrir la muerte para defender este derecho; y simultáneamente implica siempre que tal derecho no es personal, sino humano. El hombre se rebela de frente al sufrimiento y a la tristeza inevitable de la vida, porque al renunciar a la trascendencia como dimensión de lo real, considera que la salvación hay que encontrarle en este mundo.

2.4.3. Pasión por vivir

Para Camus, hagamos lo que hagamos, nuestra existencia y realidad siempre carecerán de sentido, seguirán siendo absurdas. Ahora bien, el hecho de que seamos seres absurdos no implica la idea de pesimismo o renuncia. Muchos han interpretado esta filosofía camusiana como un grito desesperado de pesimismo y rechazo a la vida. Sin embargo, Camus nunca afirmó el desprecio de ella. Por el contrario, lo que él pretende es que asumamos con lucidez que la vida, la existencia o la realidad son absurdas, pero que no por eso nos desesperemos y caigamos en el pesimismo. Camus, más bien afirma que a pesar de ese carácter absurdo de la existencia, o precisamente gracias a él, la vida adquiere un valor inestimable y que con todos los sufrimientos posibles que la misma existencia implica, es valiosa y digna de vivirla. Es más, no sólo es digna de vivirla sino que lo debemos hacer con pasión. Debemos vivir cada instante, cada minuto de nuestra existencia, con la pasión del héroe Sísifo que, a pesar de ser consiente que su tarea es inútil, la realiza con dignidad (Soberanis, 2010).

¿Como se puede afirmar el valor de la vida en un universo absurdo? Camus (1983), nos dice que, podemos vivir con una indiferencia de frente al futuro y con un ansia de agotarlo todo, viviendo a profundidad los goces de la vida en este mundo. Como todo es absurdo y nada tiene sentido, es preciso asumir con valentía el sinsentido y, vivir en este mundo lo más que se pueda ya que, no debemos suicidarnos y dar un salto hacia lo trascendente, puesto que sería evadir nuestro destino.

Camus no confunde la ausencia de esperanzas con la desesperación. Una vez que se reconoce los límites de la existencia, y no se le pone fin a la misma mediante el suicidio, se le otorga a la vida cierto valor. Si se rechaza el suicidio y un sentido ultraterreno de la existencia, se vive en el presente con el trasfondo silencioso del mundo, privado de futuro, de esperanzas y aceptando el sinsentido, en esa medida se dispone más de sí mismo. Pero ¿Qué significa aceptar? Asumir la condición humana, no atemorizarse ante la muerte, desprenderse del anhelo de absolutos y dioses, aguantar el absurdo, gozar de la tierra y lo concreto, despreciando la inmortalidad y aferrarse a la medida humana (Zárate, 1995). Es decir, que el rechazo a evadir el absurdo, trae como consecuencia la afirmación del valor de la vida.

El hombre absurdo que afirma el valor de su vida, tiene gusto por el instante presente, hasta ahora el hombre cotidiano vivía en un porvenir abstracto; soñaba. Ideas y objetivos han caído, y he aquí el héroe absurdo que descubre el presente concreto, que palpa la riqueza del mundo. De ahí que, el presente y la sucesión de instantes son elementos fundamentales del hombre absurdo que afirma el valor de su vida (Luppe, 1970).

"La creencia en lo absurdo equivale a reemplazar la calidad de las experiencias por la cantidad. Si me convenzo de que esta vida no tiene otra faz que la de lo absurdo, si siento que todo su equilibrio se debe a la perpetua oposición entre mi rebelión consciente y la oscuridad en que forcejeo, si admito que mi libertad no tiene sentido sino con relación a su destino limitado, entonces debo decir que lo que cuenta no es vivir lo mejor posible, sino vivir lo más posible. (婠Los juicios de valor quedan descartados aquí en beneficio de los juicios de hechos" (Camus, 1983, pág. 82).

Sustituir la calidad por la cantidad, es quedarse sin profundizar una sensación, sino recorrerlas todas; no ser el privilegiado en una experiencia sino el coleccionador del mayor número posible de ellas. Para Camus batir todas las posibilidades, es estar frente al mundo lo más a menudo posible (Luppe, 1970). El éxito de la vida del hombre absurdo está, en la simple duración del instante.

En su obra Nupcias (1938), Camus hace reventar su alegría
de vivir. Allí describe con lirismo el paraje de Tipasa y la felicidad
que le invade a medida que avanza por las colinas que bordean el mar. La felicidad
que debe experimentar el hombre absurdo, no se reduce a un arrebato sensual,
sino que va ha acompañado de un éxtasis cósmico. La armonía
del cielo y del mar, la profusión de vida que rodea a las columnas de
piedra tienen con qué maravillar al que toma conciencia de ellas (Chavanes,
1998). Es así como se afirma el valor de la vida en un mundo absurdo,
disfrutando el momento, sabiendo que lo que vale no es la calidad sino la cantidad
de instantes.

Por su parte Luppe (1970), nos dice que, la experiencia absurda, lejos de arrojarme en su visión pavorosa fuera de la vida, me lanza a la vida. Y es una vida nueva: al mecanismo cotidiano, rechazado por la conciencia, sucede el gusto por las sensaciones. Y tengo el valor de volver a mi oficio, como todos los días, porque algo ha cambiado en la relación de mi conciencia y el mundo. Camus tiene buen cuidado de hacer notar, no obstante, que no se trata de una vida alegre y sin sombras. Pues, fruto de la experiencia absurda, lleva consigo la visión constante de la muerte; y sólo por esta visión es posible, ya que a ellas debe su origen. La experiencia absurda nos devuelve la vida, pero con la carga asumida por nuestra nueva lucidez. El juego de artificio de las sensaciones no es, para nosotros abandono, sino valor y esfuerzo.

2.5. Sísifo como modelo del hombre absurdo

Nos cuenta Camus (1983), que Sísifo fue condenado a empujar una roca eternamente porque reveló el secreto de los dioses, cuando Egina, hija de Asopo, fue raptada por el dios Júpiter. Al padre de Egina le asombró mucho esa desaparición y se quejó a Sísifo. Éste, que conocía el rapto, se ofreció a informarle sobre él a Asopo con la condición de que diese agua a la ciudad de Corinto. Sísifo Prefirió la bendición del agua a las de los dioses y por este hecho lo castigaron, enviándole al infierno. Allí Sísifo encadenó a la muerte y volvió a la tierra.

Cuando Sísifo estuvo a punto de Morir, le ordenó a su esposa que arrojara su cuerpo insepulto en medio de la plaza pública. Sísifo se encontró en los infiernos y allí, irritado por la obediencia tan contraria al amor humano, obtuvo de Plutón el permiso para volver a la tierra con objeto de castigar a su esposa. Pero cuando volvió a ver el rostro de este mundo, a gustar del agua y del sol, de las piedras cálidas y del mar, ya no quiso volver a la oscuridad infernal. Los llamamientos, las iras y las advertencias no sirvieron de nada. Vivió muchos años más ante la curva del golfo, la mar brillante y las sonrisas de la tierra. Fue necesario un decreto de los dioses. Mercurio bajó a la tierra a coger al audaz por el cuello, le apartó de sus goces y lo llevó por la fuerza a los infiernos, donde estaba ya preparada su roca (Camus, 1983).

"Vi de igual modo a Sísifo, el cual padecía duros trabajos empujando con entrambas manos una enorme piedra. Forcejeaba con los pies y las manos e iba conduciendo la piedra hacia la cumbre de un monte, pero cuando ya le faltaba poco para doblarla, una fuerza poderosa derrocaba la insolente piedra, que caía rodando a la llanura. Tornaba entonces a empujarla, haciendo fuerza, y el sudor le corría de los miembros y el polvo se levantaba sobre su cabeza" (Homero, 2009, pág. 142).

Se ha comprendido nos dice Camus (1983), que Sísifo es un héroe absurdo, tanto por sus pasiones como por su tormento. Su desprecio a los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida, le valió ese suplicio sin la esperanza de acabar nunca. Este es el precio que hay que pagar por los goces de la tierra.

Ese instante en que Sísifo contempla como se desperdicia toda su energía, y sabe que este hecho volverá a repetirse sin fin, es el momento de la conciencia, es decir, de la lucidez del absurdo ante sus ojos. La tragedia de Sísifo anida precisamente en su certidumbre, en su ausencia total de esperanza. Si le queda un atisbo de fe, dejaría de ser trágico. Pero Sísifo sostiene en su corazón el peso horrible y cruel de la existencia y transforma en su dolor en alegría: es dueño de su destino, lo conoce y lo disfruta, así es superior a su destino y más fuerte que su roca, porque es capaz de deleitarse con el contorno inflexible de la piedra. Y, como Sísifo, todo hombre absurdo, que le proporciona la suerte de ser él mismo, de vivirse, y ello mismo permite, ser feliz en medio del absurdo de la existencia (Zárate, 1995).

Nos dice Camus (1983), que cuando nos hundimos en la tristeza que surge en el corazón del hombre, no podemos alcanzar la felicidad y, esa es la victoria de la roca. La angustia se vuelve demasiado pesada para poder llevarla y esas son nuestras noches de Getsemaní. Más bien, el hombre debe de asumir su destino absurdo luchando contra él y sin esperanzas, y ahí estará el triunfo del hombre absurdo en saber que su destino le pertenece y en medio del absurdo lucha buscando un sentido a su existencia.

"Juzgo que todo está bien", dice Edipo, y esta palabra es sagrada, porque resuena en el universo feroz y limitado del hombre, en el que todo no ha sido agotado. Aquí se expulsa a un dios que había entrado en él con la insatisfacción y la afición a los dolores inútiles. Hace del destino un asunto humano, que debe ser arreglado entre los hombres (Camus, 1983).

Para Camus (1983), toda la alegría silenciosa de Sísifo consiste en eso. Su destino le pertenece. Su roca es su cosa. Del mismo modo el hombre absurdo, cuando contempla su tormento, hace callar a todos los ídolos, porque sabe que es dueño de sus días y por eso siempre está en marcha con su roca. Sísifo enseña que la felicidad consiste en negar a Dios y levantar la roca. Este universo en adelante sin amo, no le parece estéril ni fútil porque, el esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar el corazón de un hombre. Por eso a pesar de sus tormentos hay que imaginarse a Sísifo feliz.

¿Feliz? ¿Sísifo obligado a cargar con una roca eternamente y sin esperanzas puede ser feliz? Nuestro autor quiere mostrarnos que precisamente esa es una oportunidad para ser feliz, porque, aquí se enaltecen la naturaleza y la vida, que son las coordenadas del hombre. Si el hombre acepta sus límites, será dueño de lo que contenga y podrá modelarlo. Pero ¿qué significa aceptar? Es asumir la condición humana, no atemorizarse ante la muerte, desprenderse del anhelo de absolutos y dioses, soportar el absurdo, gozar de la tierra y lo concreto, despreciando la inmortalidad, ceñidos a la medida humana; en resumen: hay que mantener una constante rebeldía contra todo lo que amenace contra estas actitudes que acabamos de describir (Zárate, 1995).

Esta felicidad la experimentan quienes asumen esta vida, y luchan sin cansarse contra el absurdo, sin ninguna esperanza ulterior; es por ello que, muchos de los personajes de Camus al pasarse toda una vida absurda, al final reconocen la felicidad porque su reino está es este mundo. El extranjero, al fianal de su vida, a pesar de que iba a ser decapitado termina diciendo " Sentí que había sido feliz y que lo era todavía" (Camus, 1942, pág. 206).

Todos somos, a nuestra manera, como Sísifo, aunque no seamos conciente de ello: llevamos una existencia absurda y carente de sentido, y mientras unos lo aceptan con plena lucidez y dignidad, otros lo hacen con desesperación y amargura. De ahí pues que el imperativo moral debería ser, vivir la vida con toda la pasión de que somos capaces. Por eso el suicidio o la desesperación, no son las respuestas correctas al sinsentido de nuestra existencia precaria. Camus rechaza cualquier acción que pretenda evadir esta realidad y más bien propone que aceptemos ese sinsentido con la lucidez heroica de Sísifo (Soberanis, 2010).

2.6. Puntos conclusivos

En este capítulo, hemos desarrollado los puntos que nos planteamos al inicio que consisten en: desentrañar la concepción del absurdo según Albert Camus, y ver cuáles eran las consecuencias que este traía. Las conclusiones a las que llegamos en este capítulo son las siguientes:

  • El absurdo nace de la confrontación ante el deseo del hombre de conocimiento y felicidad, que choca con el mundo, que solo ofrece la diversidad, lo irracional y un sigiloso silencio.

  • El suicidio y la esperanza son una evasión del absurdo.

  • La vida no tiene que tener sentido para vivirla, sino que cuanto menos sentido descubrimos en ella, más debemos de afirmar su valor.

  • El hombre debe de aceptar que la vida no tiene sentido y luchar contra el absurdo, viviendo en libertad, en rebeldía, y en una constante afirmación de la vida.

  • En medio del absurdo es posible ser feliz.

CAPÍTULO III:

Una ética para vivir en un mundo absurdo

En el hombre hay más cosas de admiración que de desprecio

Albert Camus

¿Es posible sentar las bases de una ética sin Dios partiendo de que la vida no tiene sentido por el mal y la injusticia existentes en el mundo? Si tenemos como dato que la existencia es absurda ¿Qué orientará la vida del hombre de ahora en adelante? Estas son las interrogantes a las que daremos respuesta en este capítulo.

El libro sobre el cual está fundamentado este capítulo, es El hombre rebelde (1951), en donde Camus despliega su ética llevada a cabo por el hombre rebelde, para guiar la existencia en un mundo absurdo; de ahí que el hombre se rebela contra Dios y la creación por el mal existente en ella, y trata de edificar una regla de vida para guiar su acción sin contar con Dios. Pero desde el instante en que el hombre rechaza a Dios ¿Cuál es entonces el fundamento de la moral?

Desde que el hombre se rebela contra Dios y su creación, afirma su naturaleza humana y desde entonces es por ella que hay que luchar tratando de disminuir el mal que hay en el mundo, sin caer en el nihilismo. El hombre se convierte así en el valor orientador; hay que luchar por el hombre siendo solidario y justo con él, es decir que la misión ahora es convertirse en un santo sin Dios.

3.1. El hombre rebelde

A continuación vamos a ver, cuáles son los lineamientos generales de El hombre rebelde (1951), en el cual Camus despliega su concepción ética y nos muestra como se debe vivir en un mundo absurdo, cuando se ha descubierto que hay cosas que sí tienen sentido y que el hombre rebelde debe hacer todo lo que esté a su alcance, para aminorar el absurdo y la injusticia existente en el mundo.

El razonamiento absurdo supone en efecto, la rebelión ante la absurdez del mundo. La rebelión, a su vez, implica la afirmación de un valor objetivo, porque no puedo dudar de mi grito y me veo obligado, al menos a creer en mi protesta. La primera y única evidencia que se presenta así en el interior de la experiencia del absurdo, es la rebelión (Moeller, 1964).

Según Moeller (1964), todo el pensamiento del autor tiende a mostrar que la verdadera rebelión supone una naturaleza humana que es preciso respetar, una fraternidad terrestre que es preciso defender, un límite que nunca debe ser traspasado: el que mata a otro hombre, porque cree que debe suprimir a un tirano, no puede justificarse más que aceptando él mismo la muerte como castigo; así da testimonio de ese respeto del hombre por el hombre.

En El hombre rebelde (1951), Camus ha escogido el asesinato como punto de partida por su constante preocupación por el presente en el que vivía, porque pretende afirmar su posición ante las guerras y muertes de numerosas personas. Esto da origen a problemas no teóricos, sino prácticos, ya que para Camus, él se encontraba en una época en que los asesinos son jueces y el inocente es acusado (Luppe, 1970).

Luppe (1970), nos dice que, Camus en El mito de Sísifo (1942), afirma que la vida no tiene sentido y sin embargo, el hombre no debe suicidarse, ahora en El hombre rebelde (1951) todo está permitido, no obstante, no esta permitido matar a un ser humano; y así brilla nuevamente la dignidad de la conciencia como patrimonio común a todos los humanos.

La experiencia absurda es necesaria ciertamente, porque hace tabla rasa de prejuicios y principios sin explicación, y porque libera a la conciencia de sus cadenas suministrándole el arma de la duda. Pero la experiencia absurda debe ser superada, porque no es posible ver en esta sensibilidad y en el nihilismo que supone, otra cosa que un punto de partida. Quedarse en esto, es el error de nuestra época. El error de toda una época ha sido enunciar, o suponer enunciadas, reglas generales de acción a partir de una emoción desesperada, cuya tendencia propia, en cuanto que emoción, era de ser superada. Este movimiento irresistible por el que el absurdo es superado, es el movimiento de rebelión (Luppe, 1970).

La rebelión saca al hombre de su soledad y hace que tome conciencia de que pertenece a una naturaleza humana a la que hay que defender, porque todos los hombres pertenecemos a ella. Cuando el hombre se rebela, lo hace contra el absurdo y el mal que existe en la creación, pero al rebelarse, al mismo tiempo afirma su naturaleza humana y desde entonces lucha por ella.

Camus (1951), afirma que, en la experiencia absurda el sufrimiento es individual, pero a partir de la rebelión ese sufrimiento se hace colectivo, porque es una aventura de todos. El primer progreso de un hombre rebelde consiste en reconocer, que comparte el absurdo de la existencia con todos los hombres y que la realidad humana, en su totalidad sufre de esa distancia en relación consigo misma y con el mundo, es por esto que la lucha contra el absurdo, contra las injusticias y contra el mal, es algo que le compete a todos los hombres, por el hecho de que hay que defender la naturaleza humana.

En la rebelión es esencial que el hombre busque la unidad con sus semejantes, porque en ella residirá la duración, la transparencia y, por fin, la felicidad; la conciencia suspira nostálgica por esa dichosa unidad, puesto que ella nos curaría de nuestra condición a la vez inacabada por la muerte y dispersa por el mal, pues reunirá en sí toda comprensión, y el mal mismo reducido a unidad, no sería ya ese abismo oscuro (Luppe, 1970).

Luppe (1970), afirma que, a la llamada de una vida dispersa, por el agotamiento en la mayor cantidad posible de sensaciones, sucede así el canto de la unidad; canto grave y no triunfal, que evoca un canto religioso, que es ascensión hacia lo uno, por consiguiente, la rebelión es una ascesis aunque ciega. Ciega, porque la conciencia rebelde no ha de llegar a la unidad, puesto que ésta no preexiste sino que hay que crearla, por el hecho de que, en un mundo irracional y disperso donde lucha la conciencia la unidad no es nada, porque el mundo no es la prolongación armónica de este lugar central que es la conciencia. Ésta, siempre que es lucida, sabe que su deseo no es más que un deseo y no la participación en una unidad realizada.

La rebelión busca sin darse cuenta lo moral o algo sagrado para fundamentarse, por eso, "si el rebelde blasfema, lo hace con la esperanza de un nuevo Dios. Se estremece bajo el choque del primero y más profundo de los movimientos religiosos, pero se trata de un movimiento religioso frustrado" (Camus, 1951, pág. 129)

De este modo, para ser consecuente con la lógica del absurdo, Camus propone la rebelión como lucha contra el mal y el desorden del universo, aún cuando esta rebelión sea estéril, la misión del hombre está en luchar, no en llorar sus desgracias (Mesa, 1970).

3.1.1. Rebelión metafísica

La rebelión metafísica, es el movimiento por el cual un hombre que ha tomado conciencia del absurdo, se levanta contra su condición y la creación entera. Es metafísica porque impugna los fines del hombre y de la creación, es decir que el hombre rechaza la condición que se le impone, de ahí que el rebelde, niegue a Dios como su amo, porque no le responde ciertas exigencias (Camus, 1951).

Camus (1951), nos dice que, el hecho de que el hombre rebelde niegue a Dios como su amo, no implica que sea ateo como podría creerse, sino que es un blasfemo, porque juzga a Dios como el culpable de la muerte, del mal, y de las injusticias. El rebelde no suprime a Dios, sino que le habla de igual a igual, pero no se trata de un diálogo cortés, sino de una polémica animada por el deseo de vencer. Entonces se comenzará a fundar el imperio de los hombres, afirmando así una naturaleza humana por la que hay que luchar, tratando de aminorar el mal, las injusticias y el absurdo.

"Sin salir de la sombra, el doctor dijo que había respondido ya, que si él creyese en un Dios todopoderoso no se ocuparía de curar a los hombres y le dejaría a Dios ese cuidado. Pero que nadie en el mundo ni siquiera Paneloux, que creía creer en él, cree en un Dios de este género, puesto que nadie se abandona enteramente, y que en esto por lo menos él Rieux, creía estar en el camino de la verdad, luchando contra la creación tal como es" (Camus, 1947, pág. 413).

El rebelde metafísico está embriagado del absurdo, específicamente por el problema del mal, porque la razón humana no puede dar una respuesta a la pregunta de, ¿Por qué sufren y mueren los inocentes? El sufrimiento de los niños y de los inocentes en un escándalo para Camus, por consiguiente, la vida no tiene sentido por la existencia del mal en el mundo; de ahí que hay que rebelarse contra esta creación en la que el mal es ineludible.

La esperanza en otra vida futura, puede convertirse en un medio para justificar el mal existente en la creación, ya que la razón no puede explicar el mal, se necesita al menos justificarlo. Se propugna al mal como medio para alcanza una vida ultra terrena o como voluntad de un ser superior, cuya inteligencia llega más allá de los límites de la razón humana para despejar la incógnita del mal. De esta manara, el mal, el sufrimiento de los inocentes y de los niños, se justifica y se acepta, dejando de convertirse en mal, para ser un misterio (Mesa, 1970).

Camus (1951), apunta que, si el mal es necesario en la creación divina, esta creación es inaceptable. Iván Karamázov[6]no apelará ya a ese Dios misterioso, sino a un principio más alto, que es la justicia, inaugurando así la empresa esencial de la rebelión, que consiste en sustituir el reino de la gracia por el de la justicia. Iván dice que si el sufrimiento de los niños sirve para completar la suma de los dolores necesarios para la adquisición de la verdad, afirma que esa verdad no vale semejante precio. Iván dice que su indignación subsistiría aunque él estuviese equivocado, esto significa que aunque Dios existiese y aunque el misterio ocultase una verdad, Iván no aceptaría que esta verdad fuese pagada al precio del mal, del sufrimiento y de la muerte infligida al inocente, porque esto sería una aceptación de la injusticia.

"-Yo tengo otra idea del amor y estoy dispuesto a negarme hasta la muerte a amar esta creación donde los niños son torturados (婠– Lo que yo odio es la muerte y el mal, usted lo sabe bien. Y lo quiera o no, estamos juntos para sufrirlo y combatirlo" (Camus, 1947, págs. 496-497).

Iván toma partido por los hombres y pone el acento en su inocencia, afirmando que la condena de muerte que pesa sobre ellos es injusta, por esta razón Iván encarna la negativa para salvarse sólo, porque se solidariza con los condenados y a causa de ellos rechaza el cielo. En efecto, si creyese podría salvarse, pero otros se condenarían y el sufrimiento continuaría, por consiguiente, no hay salvación posible para quien sufre verdadera compasión; o todos o nadie (Camus, 1951).

Si Iván rechaza la inmortalidad ¿qué le queda? La vida en sentido elemental, porque suprimido el sentido de la vida queda todavía la vida. Iván viviría porque esa es su única certeza, pero vivir también es obrar. ¿En nombre de qué? Si no hay inmortalidad no hay recompensa ni castigo, ni bien ni mal, sólo se sabe que existe el sufrimiento y que no hay culpables, que todo se encadena, que todo pasa y se equilibra, pero si no hay virtud, no hay ley: Todo está permitido (Camus, 1951). No satisface a Camus este grito de Iván, de que todo está permitido por el hecho que la vida no tiene sentido, porque caeríamos en un nihilismo y el asesinato sería justificable, para Camus, a pesar de que existe el absurdo, hay cosas que sí tienen sentido y por consiguiente, el asesinato no es legítimo, porque el hombre es el valor orientador, es al hombre a quien hay que salvar y eso tiene sentido.

Mesa (1970), nos dice que, el rebelde metafísico se apoya en el rechazo de la creación, porque se niega a aceptar el mal como ineludible, por esta razón, lucha incansablemente contra el mal y contra la muerte que suprime el sentido del hombre, es así como se pretende devolver un sentido a la vida luchando contra el mal y la muerte, que destruyen la posibilidad de sentido, ya que nada injustificado tiene sentido, por tal razón la rebelión se encamina a buscar un principio de explicación.

3.1.2. Rebelión histórica

En ella se manifiesta el tránsito del pensamiento a la acción. De la rebelión metafísica brota una idea, la que se pretenderá realizar, por consiguiente, la rebelión en cuanto historia tendrá que convertirse en revolución, para buscar un mejor fin a la existencia del hombre. En el análisis de esta rebelión Camus hace un estudio de los regicidas. El pensamiento de estos revolucionarios tenía una lógica que era la siguiente: si el rey es el representante del derecho divino, es necesario dar muerte a Dios; esto significa acabar con su representante en la tierra (Sánchez, 2012).

Camus (1951), afirma que la revolución no es sino una consecuencia lógica de la rebelión metafísica, y en el análisis del movimiento revolucionario se advierte el mismo esfuerzo desesperado y sangriento para afirmar al hombre frente a lo que le niega, por esta razón, el espíritu revolucionario asume así la defensa de esa parte del hombre que, no quiere inclinarse y trata de darle su reino en el tiempo. Al rechazar a Dios elige la historia en virtud de una lógica aparentemente inevitable.

En la rebelión histórica que se le llama revolución, ocurre algo con lo cual Camus no está de acuerdo, y es precisamente el asesinato. Las revoluciones admiten el asesinato con vista a un futuro mejor, pero Camus no está de acuerdo con tales ejecuciones porque estaríamos eliminando a la naturaleza humana sin tener ninguna seguridad con el futuro.

El drama del siglo XX, según Camus, consiste en que la rebelión se ha hecho revolución, después del asesinato del rey y de Dios, puesto que el hombre está sólo en el mundo y ya nada tiene sentido. Entonces aparece la tentación del nihilismo, bajo la forma del terrorismo individual o del terrorismo estatal, en el fascismo que es terror irracional, o en el comunismo, en forma de terror racional. Estas ideologías pseudocientíficas que, bajo el nombre de historia absoluta, menosprecian y destruyen sistemáticamente a la humanidad en aras de un ilusorio paraíso perdido (Moeller, 1964).

Estas revoluciones como el marxismo que permiten el asesinato con vista a un futuro mejor que llegará para los hombres, es injusta, porque la verdadera rebelión contra el mal es luchar por el hombre, siendo justo y solidario con él, pero ¿Qué es el asesinato si no la violación de los derechos del otro? Para Camus no todo está permitido, porque el hombre se ha convertido en el valor orientador y hay que defender su vida de frente a todo lo que atente contra ella.

Camus (1951), apunta que, hay un mal que los hombres acumulan en su deseo frenético de unidad. Ante este mal que es la muerte, el hombre clama por la justicia desde lo más profundo de sí mismo; por otro lado, el cristianismo histórico sólo ha respondido a esta protesta contra el mal con el anuncio del reino, y luego de la vida eterna, que exige la fe. Pero el sufrimiento desgarra la esperanza y la fe, y se queda solitario y sin explicación, porque las multitudes de trabajadores, cansados de sufrir y de morir, son multitudes sin Dios.

Nuestro puesto está al lado de la multitud que sufre, lejos de los doctores antiguos y nuevos. El cristianismo histórico deja para más allá de la historia la curación del mal y la del crimen que, no obstante, se sufren en la historia. El materialismo contemporáneo cree también responder a todas las preguntas, pero, como servidor de la historia, aumenta el dominio del asesinato histórico y lo deja al mismo tiempo sin justificación, como no sea en el porvenir que exige asimismo fe. En ambos casos hay que esperar y durante este tiempo el inocente no cesa de morir y sin embargo, ninguna parusía, ni divina ni revolucionaria, se ha cumplido (Camus, 1951).

Esta es la loca generosidad de la rebelión, que da sin demora su fuerza de amor y rechaza sin dilación la injusticia; su honor consiste en no calcular nada y distribuir todo en la vida presente a sus hermanos vivientes, así se muestra pródiga con los hombres del futuro porque: La verdadera generosidad con el porvenir consiste en dar todo al presente (Camus, 1951, pág. 355).

3.2. Más allá del nihilismo

Nos dice Camus (1951), que el nihilismo[7]es sobre todo voluntad de negar y de desesperación. El mismo hombre que se declaraba tan ferozmente partiendo de la inocencia, que temblaba ante el sufrimiento de un niño, que quería ver a la cierva durmiendo junto al león y a la víctima abrazando al asesino, desde el momento en que rehúsa la coherencia divina y admite que la existencia es absurda, trata de buscar su propia regla de vida y por eso, llega a reconocer la legitimidad del asesinato. Iván se rebela contra un Dios homicida, pero desde el mismo instante en que razona su rebelión, deduce la ley del homicidio.

Dostoievski por medio del personaje Iván Karamázov, aparenta razonar como si la inmortalidad no existiese, cuando se ha limitado a decir que la rechazaría aunque existiese. Para protestar contra el mal y la muerte opta, pues, deliberadamente, por decir que la virtud no existe más que la inmortalidad, y por dejar que maten a su padre, acepta su dilema: ser virtuoso e ilógico o lógico y criminal. Elige la lógica (Camus, 1951).

Todos, alzados contra la condición de su creador, han afirmado la soledad de la criatura, la nada de toda moral. Pero todos al mismo tiempo, han tratado de construir un reino puramente terrestre en el que reinara la regla por ellos elegida, convirtiéndose así en rivales del creador y se han visto obligados lógicamente a rehacer la creación por su cuenta. El rebelde no pide la vida, sino las razones de la vida rechazando la consecuencia de la muerte. Si nada dura, nada está justificado, lo que muere está privado de sentido y luchar contra la muerte equivale a reivindicar el sentido de la vida (Camus, 1951).

La incoherencia divina y el mal existente en el mundo, hizo que Dostoievski por medio del personaje Iván Karamázov afirme un absurdo absoluto en donde todo está permitido incluso el asesinato, pero se le escapa a Dostoievski que la rebelión siempre choca incansablemente contra el mal, a partir del cual sólo le queda tomar un nuevo impulso, puesto que el hombre debe reparar en la creación todo lo que puede ser reparado. A pesar de esto, los niños seguirán muriendo injustamente, hasta en la sociedad perfecta, en su mayor esfuerzo, el hombre no puede sino proponerse la disminución del dolor y del sufrimiento existente en el mundo. Pero la injusticia y el sufrimiento subsistirán y, por mucho que se los limite, no dejan de escandalizar pero, eso no quiere decir que nos debemos entregar al nihilismo y al asesinato (Camus, 1951).

Camus intenta buscar algo intermedio entre el absurdo absoluto y la esperanza imposible en otra vida, para así superar el nihilismo que en sí mismo es considerado por Camus como contradictorio, porque en el mismo instante en que se dice que nada tiene sentido, se expresa que esa afirmación sí lo tiene, por consiguiente, el absurdo absoluto se destruye a sí mismo. Ese punto intermedio que busca Camus es la justicia, la solidaridad con los que sufren y en definitiva la lucha permanente contra todo lo que afecte a los hombres; nuestro filósofo cree que eso tiene sentido y de esa manera se derrumba el nihilismo.

3.3. El valor orientador

Si la rebelión se deja a su libre curso, desemboca en una negación de sus propios principios, por eso necesita estar orientada por un valor polarizador. La vida del hombre rebelde tiene una meta que es, realizar la construcción de un universo libre del mal, por consiguiente, el hombre se convierte en ese valor orientador.

Cuando el hombre se rebela, al mismo tiempo busca un valor orientador, es decir, busca algo que oriente su vida, porque no siendo el absurdo algo absoluto, hay cosas que sí tienen sentido, de esta manera el hombre se convierte en ese valor orientador, porque cuando éste se rebela contra esta creación en la que existe el mal, afirma la existencia de la naturaleza humana por la que hay que luchar, y eso tiene sentido, la solidaridad con el que sufre, la justicia etc. De este modo, Camus constituye al hombre como valor supremo, y desde entonces nuestra libertad será limitada por el derecho del otro, porque no todo esta permitido; Camus lo afirma de la siguiente manera:

"Sigo creyendo que este mundo no tiene un sentido superior. Pero sé que algo en él tiene sentido y es el hombre, porque es el único que exige tener uno. Este mundo tiene al menos la verdad del hombre y es misión nuestra dotarle de razones contra el propio destino. Y no tiene otras razones que el hombre, y a quien hay que salvar es a este si queremos salvar la idea que nos forjamos de la vida" (Camus, 1945 b, pág. 609).

Aquí podemos ver que a pesar de que para Camus la vida no tiene sentido, hay que luchar para dotar de sentido la vida misma del hombre por encima del mismo destino absurdo, es por ello que, el hombre se pone como el valor orientador, porque es al hombre a quien hay que salvar y dar sentido a su existencia, de ahí, que Camus opte por una ética en donde impere la justicia y la solidaridad con los demás, anclando así las bases de un humanismo.

Soberanis (2010), afirma que, dado que no existen la esperanza en una vida futura y que por ello carecemos de un punto de referencia que otorgue sentido a nuestras acciones, los que nos conduce a inventarnos nuestra moral, no es defender una especie de relativismo que busca justificarlo todo. Aun reconociendo la falta de sentido de la existencia y la indiferencia de nuestras acciones, Camus y los existencialistas reconocen ciertos principios válidos y atemporales, aunque no en el sentido tradicional. Deben hacerlo porque de lo contrario, cualquier argumento que se plantee sería imposible, por consiguiente, presuponen valores o principios universales que pueden servir de pundo de partida. Lo que sucede es que tales principios o valores no son absolutos y universales en el sentido que la tradición Cristiana lo ha considerado; sino que son absolutos en la situación existencial particular del sujeto que se encuentra en un momento histórico concreto.

En la rebelión se encuentra implícito el descubrimiento del valor de la persona, puesto que, si el hombre se rebela es porque intuye que existe algo por lo cual rebelarse, por consiguiente, el hombre absurdo que se rebela al menos supone que existe una naturaleza humana por la cual rebelarse (Mesa, 1970). "En la rebelión el hombre se supera en sus semejantes y, desde ese punto de vista, la solidaridad humana es metafísica. Simplemente, no se trata por el momento sino de esa especie de solidaridad que nace de las cadenas" (Camus, 1951, pág. 33).

En sus Cartas a un amigo Alemán (1945 ), Camus se cuestiona por qué, si este mundo es absurdo, no todo está permitido. La respuesta la halla en el valor de la persona humana, porque en el mundo sin sentido el hombre exige tenerlo, por consiguiente, la lucha del hombre rebelde es una lucha por el hombre (Mesa, 1970).

Mesa (1970), apunta que, a causa de su combate por los hombres, el hombre rebelde no tiene tiempo para Dios, porque está centrado en su lucha, lo que hace que a este se le cierren las puestas de la trascendencia pero, aunque esta lucha absorba al rebelde, al mismo tiempo da cierto sentido a su vida, porque el rebelde está comprometido con el hombre. En la obra de teatro Los justos (1949), Camus nos ofrece una mejor ilustración de esa lucha por el hombre y de ese olvido de Dios que está en el rebelde, cuando Kaliayev narra a Foka la leyenda de San Demetrio:

"KALIAYEV. –Tenía una cita en la estepa con el mismo Dios, y allá iba de prisa cuando encontró a un campesino con el carro atascado. Entonces San Demetrio lo ayudó. Hubo que luchar durante una hora. Y al terminar, San Demetrio corrió a la cita, pero Dios ya no estaba.

FOKA. -¿Y entonces?

KALIAYEV. -Y entonces están los que siempre llegarán tarde a la cita porque hay demasiadas carretas atascadas y demasiados hermanos que socorrer" (Camus, 1949, págs. 140-141).

Desde su visión absurda del mundo, Camus evoluciona hacia una mayor apreciación del hombre, porque pretende elevarlo luchando contra la injusticia. De ahí que, el humanismo de Camus impone por lo tanto, la construcción de un mundo justo para el hombre, opuesto al reino de la gracia (Mesa, 1970).

Si los hombres no pueden referirse a un valor común, reconocido por todos en cada uno de ellos, entonces el hombre es incomprensible para el hombre, por eso, el rebelde exige que este valor sea claramente reconocido en él porque sospecha o sabe, que sin ese principio el desorden y el crimen reinarían en el mundo, por eso, el hombre rebelde lejos de abogar por el mal, lo hace por la justicia, a la que pone por encima de la divinidad, porque el hombre que se rebela contra el absurdo, se opone a un mundo destrozado para reclamar la unidad. Opone el principio de justicia que hay en él al principio de injusticia que ve practicado en el mundo, por consiguiente, el hombre rebelde sólo quiere resolver esta contradicción para instaurar el reinado unitario de la justicia si puede hacerlo (Camus, 1951).

3.2.1. Ética sin Dios

Aquí veremos, la propuesta de acción que hace Camus para vivir en un mundo absurdo, partiendo de que es el hombre quien tiene que luchar y buscar el sentido de la existencia, lejos de acogerse a un Dios que él no considera justo. Esa búsqueda de sentido va anclada en la justicia y la solidaridad con los demás, porque cuando el hombre se rebela afirma su naturaleza y desde entonces su lucha no es para sí mismo sino por todos.

Esta ética en la que se saca a Dios, debe estar impregnada de una solidaridad con todos los hombres que sufren y mueren en el mundo. El hombre rebelde, aún en el caso en que pudiera alcanzar la felicidad personal, mantendría su rebelión, porque se siente solidario con el sufrimiento de los demás, y no puede ser feliz él solo cuando los demás sufren, porque la lucha contra el absurdo no es algo individual, sino de toda la humanidad.

El rebelde, se ocupa del presente inmediato de la condición del hombre, es decir que se ocupa de su cuerpo no de su alma, porque amar al hombre es curarle y no salvarlo para alguna vida futura (Luppe, 1970). Este amor al hombre sin ninguna visión trascendente de la existencia, es la nueva carta magna de un hombre que se ha rebelado contra el absurdo, es una búsqueda de la justicia, de la paz, de la solidaridad, en definitiva es tratar de que todos los hombres sean felices aquí en la tierra, disfrutando de lo dado. Pero esa felicidad se ve frustrada porque hay cosas que se la escapan al hombre, y por consiguiente, siempre estará presente la injusticia, el mal y el sufrimiento, pero la misión del hombre está en disminuir el sufrimiento, sin contar con la ayuda de Dios.

En la obra La peste (1947), Camus ilustra esa solidaridad que tienen los hombres entre sí. Esta obra trata de una epidemia que sucedió en la ciudad de Oran, y desde entonces algunos empezaron a buscar algo que eliminara la peste, pero todos los esfuerzos eran inútiles. La lucha contra la epidemia, el sufrimiento del exilio, el horror de la agonía, y de la muerte, pero también la amistad de los hombres que se esfuerzan en conjurar la peste, un coraje lúcido y su rebelión contra el mal constituyen el tema de esta obra. Luego de un largo combate, la peste será vencida, las puertas de la ciudad se abrirán de nuevo, y la muchedumbre liberada de la plaga, estará alegre, pero permanece la incertidumbre porque en cualquier momento la epidemia puede volver a ocurrir (Camus, 1947).

En La peste (1947), se pasa a un plano más profundo, el del mal y el del sufrimiento del universo, los inocentes sufren: la muerte del hijo del juez Othon encarna el silencio de Dios; el milagro pedido por el P. Paneloux no se realiza, y el niño muere. Rieux declara entonces, como Iván Karamazov, que siempre rechazará una creación en que los inocentes son torturados, porque el sufrimiento de los inocentes es el problema del mal en el mundo (Moeller, 1964).

Este sentimiento de solidaridad, llevado hasta el sacrificio de la propia dicha en provecho de la de los otros, es una nueva categoría del pensamiento de Camus. Aquí se rebela un nuevo ahondamiento en su itinerario; responsabilidad por la dicha de los otros, tal es la preocupación esencial de Rieux y esa es la grandeza de dicho personaje: "La salvación del hombre es una palabra demasiado grande parta mí. Yo no voy tan lejos. Es su salud la que me interesa, es su salud en primer lugar" (Moeller, 1964, pág. 92).

En medio del mundo absurdo, el rebelde se pregunta si no sería mejor para Dios que no se creyera en él, y que el hombre luche sólo con todas sus fuerzas contra la muerte, sin levantar los ojos al cielo donde Él está callado. El hombre rebelde entiende eso y sabe que sus victorias contra el absurdo son provisionales pero eso no constituye una razón para dejar de luchar (Camus, 1947).

Esa lucha por disminuir el mal y el absurdo sin la ayuda divina siendo solidario con los demás, Camus le llama santidad sin Dios, es decir que hay que ser un santo aquí en la tierra pero, sin ninguna pretensión de confiar en un Dios que va a salvar al hombre de sus incertidumbres existenciales, esto es lo que se pone de manifiesto a continuación:

"-En resumen –dijo Tarrou con sencillez -, lo que me interesa es cómo se puede llegar a ser santo.

-Pero usted no cree en Dios.

-Justamente. Se puede llegar a ser un santo sin Dios; ése es el único problema concreto que admito hoy día" (Camus, 1947, pág. 529).

3.3. Puntos conclusivos

Partes: 1, 2, 3
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