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Albert Einstein, ideología visionaria



  1. Albert Einstein –
    La convención sobre el desarme de
    1932
  2. ¿Por
    qué socialismo?
  3. La
    libertad
  4. El Estado y la
    conciencia individual
  5. La abolición
    de la amenaza de guerra

Este es un resumen de varios artículos, sobre la
forma y manera de pensar, del mayor genio pensador de todos los
tiempos Albert Einstein. La selección de ensayos del
notabilísimo físico germano Albert Einstein que
aquí publicamos bajo el título de La
responsabilidad personal, reflejan su sentir entre los
años de 1931 y 1953.

Habiendo enfrentado el desbarajuste mundial en la
tercera y cuarta década del siglo XX, Einstein hubo de
asumir una posición ante la locura manifiesta en esas dos
tétricas décadas en las que el autoritarismo
totalitario, en sus diversas vertientes, se irguió
triunfante y desafiante buscando pulverizar todo anhelo de
libertad.

Tanto las barbaries fascista y nazi como la
aberración stalinista y la mentira de la
democracia capitalista, alzábanse, una vez
finiquitada la guerra en España, y con ella la esperanza
libertaria, como las únicas alternativas
posibles.

Testigo presencial de la demencia del racismo
nacional socialista y del belicismo en que esa corriente
basaba su progreso, Einsten hubo de movilizarse entre
los grupos pacifistas del mundo buscando una alternativa
sólida y viable a las valentonadas militaristas de los
hitlers y los mussolinis, sin embargo, sus
esfuerzos resultaron estériles, siendo incapaces de
detener la pesadilla que para la humanidad fue la Segunda Guerra
Mundial.

Plenamente convencido de que cualquier tipo de lucha ha
de comenzar con una profunda reflexión individual sobre lo
que se desea y cómo se desea lograrlo, Einstein pone en
primer plano la responsabilidad que el individuo ha de asumir
frente a sus propios actos y deseos. Eso es para él lo
importante, lo trascendente, lo básico. Todo sistema
social que se precie de solidez, debe cimentarse en la
responsabilidad de los individuos que lo conforman, puesto que de
nada sirve el más perfecto conjunto de normas si los
integrantes de la sociedad no lo asumen de manera responsable y
personal, produciéndose entonces conjuntos normativos
ilusorios, meros maquillajes cuya inutilidad es más que
manifiesta.

Así, al colocar la responsabilidad personal como
una importante fuente del derecho, Einstein da una particular
dimensión a esta disciplina. El individuo, bajo este
argumento, crea y recrea la norma jurídica. Por supuesto
que esta tesis resulta sumamente discutible, y es en esto, en la
discusión capaz de generar diversas opiniones, que vemos
nosotros la importancia de los seis ensayos que aquí se
compilan.

Einstein termina inclinándose totalmente por la
implantación de un sistema socialista cuyo fundamento sea,
precisamente, la responsabilidad de los integrantes de la
sociedad, basamento que en su opinión garantizaría
las necesarias libertades tanto individuales como
sociales.

Esperamos que con la lectura de esta corta
compilación se generen la reflexión, la
constructiva crítica y el debate.

Albert Einstein – La
convención sobre el desarme de 1932

 Berlín, 4 de septiembre de 1931

Todos los logros que ha alcanzado el genio inventivo de
la humanidad a lo largo de los últimos cien años
nos habrían permitido vivir en un estado de despreocupada
felicidad si la capacidad organizativa del hombre hubiera corrido
paralela a los avances técnicos.

Dado el estado de las cosas, los  cuestionables
logros obtenidos por nuestra generación en la era de las
  máquinas son tan peligrosos como una cuchilla
de afeitar en manos de un  niño de tres
años.

La posesión de unos medios de producción
extraordinarios no ha aportado libertad, sino preocupaciones y
hambrunas.

 Lo peor de todo es el desarrollo técnico
que posibilita los medios para la  destrucción de la
vida humana, y los productos de laboratorio creados con
 tanto esfuerzo.

Los que contamos con más años ya pasamos
por aquello, muertos de miedo, en la Guerra Mundial.

Pero la inútil servidumbre a la que la guerra ha
arrastrado a las personas se me antoja aún
peor.

¿No es terrible que la comunidad nos
obligue a efectuar acciones que cualquier persona
consideraría los delitos más terribles?

Muy pocos tienen suficiente altura moral para resistirse; a mis
ojos, son los verdaderos héroes de la Guerra
Mundial.

Pero queda un rayo de esperanza.

Tengo la impresión de que los dirigentes
 más responsables de los distintos países, en
general, tienen la sincera  intención de acabar con
la guerra.

La oposición a este avance, cuya necesidad es
incuestionable, se encuentra en las desafortunadas tradiciones
que se transmiten de generación en generación, como
una enfermedad hereditaria, a causa de nuestro defectuoso aparato
educativo.

Ni que decir tiene que esta tradición se sustenta
principalmente en la formación militar y en las grandes
industrias.

No puede haber una paz duradera sin desarme; por el
contrario, la prolongación del armamento  militar,
como se entiende actualmente, conducirá sin lugar a dudas
a nuevas catástrofes.

De ahí que la convención sobre el desarme
que se celebrará en Ginebra en 1932 vaya a ser decisiva
para la generación actual y la venidera.

Si pensamos en los lamentables resultados obtenidos en
las convenciones internacionales celebradas hasta el momento,
salta a la luz que todos los seres humanos conscientes y
responsables deben ejercer una y otra vez  todas sus
facultades con el fin de informar a la opinión
pública sobre la  importancia de la convención
de 1932.

Los hombres de estado sólo pueden alcanzar su
importante meta si logran inculcar la voluntad de alcanzar la
 paz en una gran mayoría de la población de
sus países.

Todos los seres humanos, con todas sus acciones y todas
sus palabras, comparten la responsabilidad de consolidar esta
opinión pública a favor del desarme.

La convención estaría abocada al fracaso
si los delegados llegaran a Ginebra con instrucciones e
intenciones prefijadas, cuya obtención se convirtiera de
repente un asunto de prestigio nacional. Esto es lo que parece
primar siempre que se reúnen los dirigentes de dos
estados;  últimamente hemos presenciado varios
ejemplos, ya que siempre que se reúnen dos estadistas, el
debate sobre el desarme se utiliza para allanar el terreno de la
convención.

Este procedimiento me parece muy afortunado, ya que, por
lo general, dos personas, o dos grupos, se suelen comportar de la
forma más sensata, honrada y desapasionada si no hablan
para un tercero al que consideren que deben tener en cuenta o
contentar en sus parlamentos.

No podemos esperar sino que esta importantísima
convención tome un derrotero favorable, siempre que se
haya preparado exhaustivamente con reuniones previas para
eliminar la posibilidad de sorpresas, y siempre que se ejerza la
buena voluntad para crear eficazmente una atmósfera de
confianza mutua.

El éxito en asuntos de semejante magnitud no es
cuestión de inteligencia,  ni siquiera de habilidad,
sino de comportamiento honrado y confianza
 recíproca.

A este respecto, no se puede sustituir la moral por el
intelecto; me atrevería a decir que menos mal.La tarea de
las personas que vivimos en estos tiempos cruciales no consiste
únicamente en esperar a los resultados y criticarlos;
debemos aportar a esta gran causa todo lo que podamos. Porque el
destino de la humanidad será el que, verdaderamente, nos
hayamos ganado y merecido.

¿Por
qué
socialismo?

Albert Einstein

Publicado en Monthly Review, Nueva
York, mayo de 1949.

¿Debe quién no es un experto en cuestiones
económicas y sociales opinar sobre el socialismo? Por una
serie de razones creo que si.

Permítasenos primero considerar la
cuestión desde el punto de vista del conocimiento
científico. Puede parecer que no hay diferencias
metodológicas esenciales entre la astronomía y la
economía: los científicos en ambos campos procuran
descubrir leyes de aceptabilidad general para un grupo
circunscrito de fenómenos para hacer la
interconexión de estos fenómenos tan claramente
comprensible como sea posible.

Pero en realidad estas diferencias metodológicas
existen.

El descubrimiento de leyes generales en el campo de la
economía es difícil porque la observación de
fenómenos económicos es afectada a menudo por
muchos factores que son difícilmente evaluables por
separado.

Además, la experiencia que se ha acumulado desde
el principio del llamado período civilizado de la historia
humana –como es bien sabido– ha sido influida y limitada en
gran parte por causas que no son de ninguna manera exclusivamente
económicas en su origen.

Por ejemplo, la mayoría de los grandes estados de
la historia debieron su existencia a la conquista. Los pueblos
conquistadores se establecieron, legal y económicamente,
como la clase privilegiada del país
conquistado.

Se aseguraron para sí mismos el monopolio de
la propiedad de la tierra y designaron un sacerdocio de
entre sus propias filas.

Los sacerdotes, con el control de la educación,
hicieron de la división de la sociedad en clases una
institución permanente y crearon un sistema de valores por
el cual la gente estaba a partir de entonces, en gran medida de
forma inconsciente, dirigida en su comportamiento
social.

Pero la tradición histórica es, como se
dice, de ayer; en ninguna parte hemos superado realmente lo que
Thorstein Veblen llamó "la fase depredadora" del
desarrollo humano.

Los hechos económicos observables pertenecen a
esa fase e incluso las leyes que podemos derivar de ellos no son
aplicables a otras fases.

Puesto que el verdadero propósito del socialismo
es precisamente superar y avanzar más allá de la
fase depredadora del desarrollo humano, la ciencia
económica en su estado actual puede arrojar poca luz sobre
la sociedad socialista del futuro.

En segundo lugar, el socialismo está guiado hacia
un fin ético-social.

La ciencia, sin embargo, no puede establecer fines e,
incluso menos, inculcarlos en los seres humanos; la ciencia puede
proveer los medios con los que lograr ciertos fines.

Pero los fines por si mismos son concebidos por personas
con altos ideales éticos y –si estos fines no son
endebles, sino vitales y vigorosos– son adoptados y llevados
adelante por muchos seres humanos quienes, de forma
semi-inconsciente, determinan la evolución lenta de la
sociedad.

Por estas razones, no debemos sobrestimar la ciencia y
los métodos científicos cuando se trata de
problemas humanos; y no debemos asumir que los expertos son los
únicos que tienen derecho a expresarse en las cuestiones
que afectan a la organización de la sociedad.

Muchas voces han afirmado desde hace tiempo que la
sociedad humana está pasando por una crisis, que su
estabilidad ha sido gravemente dañada.

Es característico de tal situación que los
individuos se sienten indiferentes o incluso hostiles hacia el
grupo, pequeño o grande, al que pertenecen.

Como ilustración, déjenme recordar
aquí una experiencia personal.

Discutí recientemente con un hombre inteligente y
bien dispuesto la amenaza de otra guerra, que en mi
opinión pondría en peligro seriamente la existencia
de la humanidad, y subrayé que solamente una
organización supranacional ofrecería
protección frente a ese peligro. Frente a eso mi
visitante, muy calmado y tranquilo, me dijo:
"¿porqué se opone usted tan profundamente a la
desaparición de la raza humana?"

Estoy seguro que hace tan sólo un siglo nadie
habría hecho tan ligeramente una declaración de
esta clase.

Es la declaración de un hombre que se ha
esforzado inútilmente en lograr un equilibrio interior y
que tiene más o menos perdida la esperanza de
conseguirlo.

Es la expresión de la soledad dolorosa y del
aislamiento que mucha gente está sufriendo en la
actualidad. ¿Cuál es la causa? ¿Hay una
salida?

Es fácil plantear estas preguntas, pero
difícil contestarlas con seguridad.

Debo intentarlo, sin embargo, lo mejor que pueda, aunque
soy muy consciente del hecho de que nuestros sentimientos y
esfuerzos son a menudo contradictorios y obscuros y que no pueden
expresarse en fórmulas fáciles y
simples.

El hombre es, a la vez, un ser solitario y un ser
social. Como ser solitario, procura proteger su propia existencia
y la de los que estén más cercanos a él,
para satisfacer sus deseos personales, y para desarrollar sus
capacidades naturales.

Como ser social, intenta ganar el reconocimiento y el
afecto de sus compañeros humanos, para compartir sus
placeres, para confortarlos en sus dolores, y para mejorar sus
condiciones de vida. Solamente la existencia de éstos
diferentes, y frecuentemente contradictorios objetivos por el
carácter especial del hombre, y su combinación
específica determina el grado con el cual un individuo
puede alcanzar un equilibrio interno y puede contribuir al
bienestar de la sociedad.

Es muy posible que la fuerza relativa de estas dos
pulsiones esté, en lo fundamental, fijada
hereditariamente.

Pero la personalidad que finalmente emerge está
determinada en gran parte por el ambiente en el cual un hombre se
encuentra durante su desarrollo, por la estructura de la sociedad
en la que crece, por la tradición de esa sociedad, y por
su valoración de los tipos particulares de
comportamiento.

El concepto abstracto "sociedad" significa para el ser
humano individual la suma total de sus relaciones directas e
indirectas con sus contemporáneos y con todas las personas
de generaciones anteriores.

El individuo puede pensar, sentirse, esforzarse, y
trabajar por si mismo; pero él depende tanto de la
sociedad -en su existencia física, intelectual, y
emocional- que es imposible concebirlo, o entenderlo, fuera del
marco de la sociedad.

Es la "sociedad" la que provee al hombre de alimento,
hogar, herramientas de trabajo, lenguaje, formas de pensamiento,
y la mayoría del contenido de su pensamiento; su vida es
posible por el trabajo y las realizaciones de los muchos millones
en el pasado y en el presente que se ocultan detrás de la
pequeña palabra "sociedad".

Es evidente, por lo tanto, que la dependencia del
individuo de la sociedad es un hecho que no puede ser suprimido
— exactamente como en el caso de las hormigas y de las
abejas.

Sin embargo, mientras que la vida de las hormigas y de
las abejas está fijada con rigidez en el más
pequeño detalle, los instintos hereditarios, el
patrón social y las correlaciones de los seres humanos son
muy susceptibles de cambio.

La memoria, la capacidad de hacer combinaciones, el
regalo de la comunicación oral ha hecho posible progresos
entre los seres humanos que son dictados por necesidades
biológicas.

Tales progresos se manifiestan en tradiciones,
instituciones, y organizaciones; en la literatura; en las
realizaciones científicas e ingenieriles; en las obras de
arte.

Esto explica que, en cierto sentido, el hombre puede
influir en su vida y que puede jugar un papel en este proceso el
pensamiento consciente y los deseos.

El hombre adquiere en el nacimiento, de forma
hereditaria, una constitución biológica que debemos
considerar fija e inalterable, incluyendo los impulsos naturales
que son característicos de la especie humana.

Además, durante su vida, adquiere una
constitución cultural que adopta de la sociedad con la
comunicación y a través de muchas otras clases de
influencia.

Es esta constitución cultural la que, con el paso
del tiempo, puede cambiar y la que determina en un grado muy
importante la relación entre el individuo y la sociedad
como la antropología moderna nos ha enseñado, con
la investigación comparativa de las llamadas culturas
primitivas, que el comportamiento social de seres humanos puede
diferenciar grandemente, dependiendo de patrones culturales que
prevalecen y de los tipos de organización que predominan
en la sociedad. Es en esto en lo que los que se están
esforzando en mejorar la suerte del hombre pueden basar sus
esperanzas: los seres humanos no están condenados, por su
constitución biológica, a aniquilarse o a estar a
la merced de un destino cruel, infligido por ellos
mismos.

Si nos preguntamos cómo la estructura de la
sociedad y de la actitud cultural del hombre deben ser cambiadas
para hacer la vida humana tan satisfactoria como sea posible,
debemos ser constantemente conscientes del hecho de que hay
ciertas condiciones que no podemos modificar. Como
mencioné antes, la naturaleza biológica del hombre
es, para todos los efectos prácticos,
inmodificable.

Además, los progresos tecnológicos y
demográficos de los últimos siglos han creado
condiciones que están aquí para
quedarse.

En poblaciones relativamente densas asentadas con bienes
que son imprescindibles para su existencia continuada, una
división del trabajo extrema y un aparato altamente
productivo son absolutamente necesarios.

Los tiempos — que, mirando hacia atrás, parecen
tan idílicos — en los que individuos o grupos
relativamente pequeños podían ser totalmente
autosuficientes se han ido para siempre.

Es sólo una leve exageración decir que la
humanidad ahora constituye incluso una comunidad planetaria de
producción y consumo.

Ahora he alcanzado el punto donde puedo indicar
brevemente lo que para mí constituye la esencia de la
crisis de nuestro tiempo. Se refiere a la relación del
individuo con la sociedad.

El individuo es más consciente que nunca de su
dependencia de sociedad.

Pero él no ve la dependencia como un hecho
positivo, como un lazo orgánico, como una fuerza
protectora, sino como algo que amenaza sus derechos naturales, o
incluso su existencia económica.

Por otra parte, su posición en la sociedad es tal
que sus pulsiones egoístas se están acentuando
constantemente, mientras que sus pulsiones sociales, que son por
naturaleza más débiles, se deterioran
progresivamente.

Todos los seres humanos, cualquiera que sea su
posición en la sociedad, están sufriendo este
proceso de deterioro. Los presos a sabiendas de su propio
egoísmo, se sienten inseguros, solos, y privados del
disfrute ingenuo, simple, y sencillo de la vida.

El hombre sólo puede encontrar sentido a su vida,
corta y arriesgada como es, dedicándose a la
sociedad.

La anarquía económica de la sociedad
capitalista tal como existe hoy es, en mi opinión, la
verdadera fuente del mal.

Vemos ante nosotros a una comunidad enorme de
productores que se están esforzando incesantemente
privándose de los frutos de su trabajo colectivo — no por
la fuerza, sino en general en conformidad fiel con reglas
legalmente establecidas.

A este respecto, es importante señalar que los
medios de producción –es decir, la capacidad productiva
entera que es necesaria para producir bienes de consumo tanto
como capital adicional– puede legalmente ser, y en su mayor
parte es, propiedad privada de particulares.

En aras de la simplicidad, en la discusión que
sigue llamaré "trabajadores" a todos los que no compartan
la propiedad de los medios de producción — aunque esto no
corresponda al uso habitual del término.

Los propietarios de los medios de producción
están en posición de comprar la fuerza de trabajo
del trabajador.

Usando los medios de producción, el trabajador
produce nuevos bienes que se convierten en propiedad del
capitalista.

El punto esencial en este proceso es la relación
entre lo que produce el trabajador y lo que le es pagado, ambos
medidos en valor real.

En cuanto que el contrato de trabajo es "libre", lo que
el trabajador recibe está determinado no por el valor real
de los bienes que produce, sino por sus necesidades
mínimas y por la demanda de los capitalistas de fuerza de
trabajo en relación con el número de trabajadores
compitiendo por trabajar. Es importante entender que incluso en
teoría el salario del trabajador no está
determinado por el valor de su producto.

El capital privado tiende a concentrarse en pocas manos,
en parte debido a la competencia entre los capitalistas, y en
parte porque el desarrollo tecnológico y el aumento de la
división del trabajo animan la formación de
unidades de producción más grandes a expensas de
las más pequeñas.

El resultado de este proceso es una oligarquía
del capital privado cuyo enorme poder no se puede controlar con
eficacia incluso en una sociedad organizada políticamente
de forma democrática. Esto es así porque los
miembros de los cuerpos legislativos son seleccionados por los
partidos políticos, financiados en gran parte o influidos
de otra manera por los capitalistas privados quienes, para todos
los propósitos prácticos, separan al electorado de
la legislatura.

La consecuencia es que los representantes del pueblo de
hecho no protegen suficientemente los intereses de los grupos no
privilegiados de la población.

Por otra parte, bajo las condiciones existentes, los
capitalistas privados inevitablemente controlan, directamente o
indirectamente, las fuentes principales de información
(prensa, radio, educación). Es así extremadamente
difícil, y de hecho en la mayoría de los casos
absolutamente imposible, para el ciudadano individual obtener
conclusiones objetivas y hacer un uso inteligente de sus derechos
políticos.

La situación que prevalece en una economía
basada en la propiedad privada del capital está así
caracterizada en lo principal: primero, los medios de la
producción (capital) son poseídos de forma privada
y los propietarios disponen de ellos como lo consideran oportuno;
en segundo lugar, el contrato de trabajo es libre.

Por supuesto, no existe una sociedad capitalista pura en
este sentido.

En particular, debe notarse que los trabajadores, a
través de luchas políticas largas y amargas, han
tenido éxito en asegurar una forma algo mejorada de
"contrato de trabajo libre" para ciertas categorías de
trabajadores.

Pero tomada en su conjunto, la economía actual no
se diferencia mucho de capitalismo "puro".

La producción está orientada hacia el
beneficio, no hacia el uso. No está garantizado que todos
los que tienen capacidad y quieran trabajar puedan encontrar
empleo; existe casi siempre un "ejército de
parados".

El trabajador está constantemente atemorizado con
perder su trabajo.

Desde que parados y trabajadores mal pagados no
proporcionan un mercado rentable, la producción de los
bienes de consumo está restringida, y la consecuencia es
una gran privación.

El progreso tecnológico produce con frecuencia
más desempleo en vez de facilitar la carga del trabajo
para todos.

La motivación del beneficio, conjuntamente con la
competencia entre capitalistas, es responsable de una
inestabilidad en la acumulación y en la utilización
del capital que conduce a depresiones cada vez más
severas.

La competencia ilimitada conduce a un desperdicio enorme
de trabajo, y a ése amputar la conciencia social de los
individuos que mencioné antes.

Considero esta mutilación de los individuos el
peor mal del capitalismo. Nuestro sistema educativo entero sufre
de este mal.

Se inculca una actitud competitiva exagerada al
estudiante, que es entrenado para adorar el éxito
codicioso como preparación para su carrera
futura.

Estoy convencido de que hay solamente un camino para
eliminar estos graves males, el establecimiento de una
economía socialista, acompañado por un sistema
educativo orientado hacia metas sociales.

En una economía así, los medios de
producción son poseídos por la sociedad y
utilizados de una forma planificada.

Una economía planificada que ajuste la
producción a las necesidades de la comunidad,
distribuiría el trabajo a realizar entre todos los
capacitados para trabajar y garantizaría un sustento a
cada hombre, mujer, y niño.

La educación del individuo, además de
promover sus propias capacidades naturales, procuraría
desarrollar en él un sentido de la responsabilidad para
sus compañeros-hombres en lugar de la glorificación
del poder y del éxito que se da en nuestra sociedad
actual.

Sin embargo, es necesario recordar que una
economía planificada no es todavía
socialismo.

Una economía planificada puede estar
acompañada de la completa esclavitud del
individuo.

La realización del socialismo requiere solucionar
algunos problemas sociopolíticos extremadamente
difíciles: ¿cómo es posible, con una
centralización de gran envergadura del poder
político y económico, evitar que la burocracia
llegue a ser todopoderosa y arrogante?

¿Cómo pueden estar protegidos los derechos
del individuo y cómo asegurar un contrapeso
democrático al poder de la burocracia?

La
libertad

Sé que es tarea difícil discutir sobre
juicios fundamentales de valor. Si, por ejemplo, alguien aprueba,
como fin, la erradicación del género humano de la
Tierra, es imposible refutar ese punto de vista desde bases
racionales. Si, en cambio, hay acuerdo sobre determinados
objetivos y valores se puede argüir con razón en
cuanto a los medios por los cuales pueden alcanzarse estos
propósitos. Señalemos, entonces, dos objetivos
sobre los cuales tal vez estén de acuerdo quienes lean
estas líneas.

1.- Los bienes esenciales destinados a sustentar la vida
y la salud de todos los seres humanos, deberían producirse
con el mínimo esfuerzo posible.

2.- La satisfacción de las necesidades
físicas es por supuesto la condición previa
indispensable para una existencia decorosa, si bien no es
suficiente por sí sola. Para que los hombres se muestren
satisfechos deben tener también la posibilidad de
desarrollar su capacidad intelectual y artística
según sus características y condiciones
especiales.

El primero de estos fines exige la difusión de
todos los conocimientos relacionados con las leyes de la
naturaleza y de los procesos sociales, esto es, el impulso de
todas las investigaciones científicas. La tarea
científica resulta; por cierto, un conjunto natural, cuyas
partes se apoyan mutuamente, de tal manera que nadie puede
prever, en efecto. No obstante, el progreso de la ciencia exige
que sea posible la difusión sin restricciones de opiniones
y consecuencias: libertad de expresión y de
enseñanza en todos los ámbitos de la actividad
intelectual.

Por libertad debo suponer condiciones sociales de tal
índole que el individuo que exponga su modo de ver y las
afirmaciones respecto a cuestiones científicas, de tipo
general y particular, no enfrente por ello graves riesgos. Esta
libertad de expresión es indispensable para el desarrollo
y crecimiento de los conocimientos científicos, un detalle
de decisiva importancia práctica.

En primer término, debe garantizarla la ley. Mas
las leyes solas no logran asegurar la libertad de
expresión; a fin de que el hombre pueda exponer sus
opiniones sin riesgos serios debe existir el espíritu de
tolerancia en toda sociedad. Un ideal de libertad externa como
éste jamás se logrará plenamente, aunque
debe persistirse en él con empeño si queremos que
el pensamiento científico avance sin tregua, lo mismo que
el pensamiento filosófico y creador en general.

Para lograr el segundo objetivo, o sea que resulte
posible el desarrollo espiritual de todos los individuos, es
necesario un segundo género de libertad exterior. El
individuo no ha de verse obligado a trabajar tanto para cubrir
sus necesidades vitales que no le quede tiempo ni fuerzas para
sus actividades personales. Sin este segundo tipo de libertad
externa, no servirá de nada la libertad de
expresión.

El progreso tecnológico tornaría posible
esta forma de libertad si se alcanzase una división
racional del trabajo.

La evolución de la ciencia y de las actividades
creadoras del espíritu en general, reclama otro modo de
libertad que puede calificarse de libertad interior. Esa
libertad de espíritu consiste en pensar con independencia
sobre las limitaciones y los prejuicios autoritarios y sociales
así como frente a la rutina antifilosófica y el
hábito embrutecedor del ambiente. Esta libertad interior
es un raro privilegio de la naturaleza y un propósito
digno para el individuo. Empero, la comunidad puede realizar
también mucha labor de estímulo en este sentido,
por lo menos al no poner trabas a la labor
intelectual.

Las escuelas y los sistemas de enseñanza
obstaculizan a veces el desarrollo de la libertad interior con
influencias autoritarias o cuando imponen a los jóvenes
cargas espirituales excesivas; las instituciones de
enseñanza pueden, por otra parte, favorecer esta libertad
si fomentan el pensamiento independiente. Únicamente si se
prosigue con constancia y conciencia la libertad interior y la
libertad externa, es posible el progreso espiritual y el
conocimiento y así mejorar la vida general del hombre en
todos sus aspectos.

El Estado y la
conciencia individual

El problema según el cual ha de actuar el hombre
si su gobierno prescribe conductas rígidas o la sociedad
espera un comportamiento que su propia conciencia considera
erróneo, es, por cierto, muy antiguo. Resulta fácil
decir que no puede considerarse responsable al individuo por
actos ejecutados mediante una presión insoportable, porque
el individuo depende por completo de la sociedad en que vive y ha
de aceptar sus normas ciertamente. Mas la misma
formulación de esta idea permite ver hasta qué
punto tal concepción contradice nuestro sentido de la
justicia.

La presión externa logra, en alguna medida,
reducir la responsabilidad del individuo, pero nunca eliminarla.
En los juicios de Nüremberg se aceptó este principio.
Todo lo que tiene importancia moral en nuestras instituciones,
leyes y costumbres, puede deducirse de la interpretación
del sentido de la justicia por parte de innumerables individuos.
Las instituciones son impotentes, en el aspecto ético, a
menos que las apoye el sentido de la responsabilidad de los
individuos actuantes. Todo esfuerzo por elevar y fortalecer este
sentido de la responsabiliad es un elevado servicio a la
humanidad.

En nuestro tiempo, los científicos y los
ingenieros asumen una responsabilidad moral muy grande porque la
creación y perfeccionamiento de instrumentos militares de
destrucción generalizada cae dentro de su campo concreto
de actividad. Pienso, entonces, que la creación de la
Society for Social Responsabiliti in Science (Sociedad
para la responsabilidad social en la ciencia) satisface una
verdadera exigencia. Esta asociación a través de la
discursión de los problemas de su competencia
permitirá al individuo aclarar mejor sus ideas y llegar a
una postura definida en cuanto a su propia situación;
además, la ayuda mutua es esencial para quienes afrontan
dificultades por obrar según su conciencia.

Los derechos humanos

Se han reunido ustedes hoy para dedicar su
preocupación al problema de los derechos humanos; y han
resuelto ofrecerme un premio por tal motivo.

Cuando me enteré del hecho, me deprimió un
poco tal decisión. ¿En qué desdichada
situación, pensé, se encuentra una comunidad para
no encontrar un candidato más adecuado a quien conceder
esta distinción?

Durante una larga vida he dedicado todos mis esfuerzos a
fin de lograr una concepción algo más profunda de
la estructura de la realidad física. Nunca he realizado
trabajo sistemático alguno para mejorar la suerte de los
hombres, para combatir la injusticia y la represión y
mejorar las formas tradicionales de las relaciones
humanas.

Sólo lo hice con largos intervalos;
expresé mi opinión sobre cuestiones públicas
siempre que me parecieron desgraciadas y negativas, es decir
cuando el silencio me habría obligado a sentirme culpable
de complicidad.

La existencia y la validez de los derechos humanos no
están escritos en las estrellas. Los ideales sobre la
conducta mutua de los seres humanos y la organización
más acorde de la comunidad, los concibieron y
enseñaron individuos ilustres a lo largo de toda la
historia. Estos ideales y creencias derivados de la experiencia
histórica, el anhelo de belleza y armonía fueron
aceptados muy pronto por el hombre … y pisoteados siempre por
la misma gente impulsada por la presión de sus instintos
animales.

Una gran parte de la historia exhibe la lucha en favor
de esos derechos humanos, una lucha eterna en que la que no se
producirá nunca una victoria decisiva. Sin embargo,
desfallecer en esta tarea significaría el hundimiento de
la sociedad.

Al hablar ahora de los derechos humanos nos referimos en
especial a los siguientes derechos esenciales: protección
del individuo contra la usurpación arbitraria de sus
derechos por parte de otros, o por el gobierno; derecho a
trabajar y a percibir ingresos justos por su labor; libertad de
enseñanza y de discusión; participación
adecuada del individuo en la formación de su gobierno.
Estos derechos humanos se reconocen hoy de manera teórica;
sin embargo, mediante el uso frecuente de maniobras legales y
formalismos resultan violados en medida mayor todavía que
hace una generación. Existe, además, otro derecho
humano que pocas veces se menciona, aunque está destinado
a ser muy importante: es el derecho, o el deber, que posee el
ciudadano de no cooperar en actividades que considere
erróneas o dañinas.

En este sentido tiene que ocupar un lugar excepcional la
negativa a prestar el servicio militar.

He conocido personas de gran fortaleza moral e
integridad que por ese motivo han entrado en conflicto con los
órganos del Estado. El juicio de Nüremberg contra los
criminales de guerra alemanes se basaba tácticamente en el
reconocimiento de este principio: no pueden excusarse los actos
criminales aun cuando se cometan por orden de un gobierno. La
conciencia está por encima de la autoridad de la ley del
Estado.

La lucha de nuestro tiempo se basa, sobre todo, en torno
a la libertad de ideas políticas y a la libertad de
discusión, así como a la libertad de
investigación y de enseñanza. El temor al comunismo
ha conducido a prácticas que son ya incomprensibles para
el resto de la humanidad civilizada y que exponen a nuestro
país al ridículo.

¿Hasta cuándo toleraremos que
políticos, empujados por la sensualidad del poder,
pretendan obtener ventajas electoralistas de modo tan poco digno?
Hasta parece que la gente ha perdido su sentido del humor al
extremo de que ese adagio francés el ridículo
mata
ya ha dejado de tener validez.

La abolición
de la amenaza de guerra

Mi participación en el proceso que culminó
en la producción de la bomba atómica se redujo a
una sola acción: firmé una carta dirigida al
presidente Roosevelt en la que pedía que se realizaran
experimentos en gran escala para explorar las posibilidades de
producir una bomba atómica.

He sido siempre consciente del peligro tremendo que
representaba para la humanidad un éxito en ese campo. Sin
embargo, la posibilidad de que los alemanes estuvieran trabajando
en el mismo problema, con fuertes perspectivas de resolverlo, me
forzó a dar ese paso. No tenía otra alternativa, a
pesar de que he sido siempre un pacifista convencido.

Según mi criterio, matar en gerra equivale a
cometer un asesinato común.

En tanto que las naciones no se resuelvan a eliminar la
guerra mediante una acción común y no intenten
solucionar sus conflictos y proteger sus intereses con decisiones
pacíficas que posean una base legal, se sentirán
impulsadas a prepararse para la guerra. Se verán obligadas
a prepararse con todos los medios posibles, aún los
más detestables, para no quedar atrás en la carrera
armamentística general.

Este camino conduce, en efecto, a la guerra, una guerra
que en las actuales circunstancias significa la
destrucción total.

En estas condiciones la lucha contra los medios no tiene
posibilidad de alcanzar el éxito. Sólo la
eliminación radical de la guerra y de la amenaza de guerra
puede servir para algo. Este debe ser nuestro objetivo. Cada
persona debe estar resuelta a no permitir que los hechos la
fuercen a ejecutar acciones que vayan en contra de este fin. Se
trata de una exigencia severa para quien tenga conciencia de su
situación de dependencia ante la sociedad. Mas no
representa un imposible.

Gandhi, el mayor genio político de nuestro
tiempo, nos ha indicado el camino, y nos ha demostrado que el
pueblo el capaz de grandes sacrificios una vez entrevista la
vía correcta.

El trabajo que este hombre ha realizado por la
liberación de la India es un testimonio viviente de que la
voluntad gobernada por una firme convicción es más
fuerte que el poder material, que aparenta ser
invencible.

 

 

Autor:

Ing.+Lic. Yunior Andrés Castillo
S.

"NO A LA CULTURA DEL SECRETO, SI A LA
LIBERTAD DE INFORMACION"®

Santiago de los Caballeros,

República Dominicana,

2015.

"DIOS, JUAN PABLO DUARTE Y JUAN BOSCH – POR
SIEMPRE"®

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