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Análisis del libro El arte de la guerra del General Sun Tzu



Partes: 1, 2

  1. Evaluaciones
    estratégicas
  2. El
    combate
  3. Plan para el
    asedio
  4. La
    formación
  5. La
    fuerza
  6. Vacuidad y
    plenitud
  7. Lucha
    armada
  8. Adaptaciones
  9. En maniobras con el
    ejército
  10. El
    terreno
  11. Nueve
    terrenos
  12. Ataque de
    fuego
  13. Sobre el uso de
    espías

Capítulo I

Evaluaciones
estratégicas

Sun Tzu dice: la guerra es de vital importancia para el
Estado; es el dominio de la vida o de la muerte, el camino hacia
la supervivencia o la pérdida del Imperio: es forzoso
manejarla bien. No reflexionar seriamente sobre todo lo que le
concierne es dar prueba de una culpable indiferencia en lo que
respecta a la conservación o pérdida de lo que nos
es más querido; y ello no debe ocurrir entre
nosotros.

Hay que valorarla en términos de cinco factores
fundamentales, y hacer comparaciones entre diversas condiciones
de los bandos rivales, con vistas a determinar el resultado de la
guerra.

El primero de estos factores es la doctrina; el segundo,
el tiempo; el tercero, el terreno; el cuarto, el mando; y el
quinto, la disciplina.

La doctrina significa aquello que hace que el pueblo
esté en armonía con su gobernante, de modo que le
siga donde sea, sin temer por sus vidas ni a correr cualquier
peligro.

El tiempo significa el Ying y el Yang, la noche y el
día, el frío y el calor, días despejados o
lluviosos, y el cambio de las estaciones.

El terreno implica las distancias, y hace referencia a
dónde es fácil o difícil desplazarse, y si
es campo abierto o lugares estrechos, y esto influencia las
posibilidades de supervivencia.

El mando ha de tener como cualidades: sabiduría,
sinceridad, benevolencia, coraje y disciplina.

Por último, la disciplina ha de ser comprendida
como la organización del ejército, las graduaciones
y rangos entre los oficiales, la regulación de las rutas
de suministros, y la provisión de material militar al
ejército.

Estos cinco factores fundamentales han de ser conocidos
por cada general. Aquel que los domina, vence; aquel que no, sale
derrotado. Por lo tanto, al trazar los planes, han de compararse
los siguiente siete factores, valorando cada uno con el mayor
cuidado:

  • ¿Qué dirigente es más sabio y
    capaz?

  • ¿Cuál comandante posee el mayor
    talento?

  • ¿Qué ejército obtiene ventajas
    de la naturaleza y el terreno?

  • ¿En qué ejército se observan
    mejor las regulaciones y las instrucciones?

  • ¿Cuáles tropas son más
    fuertes?

  • ¿Qué ejército tiene oficiales y
    tropas mejor entrenadas?

  • ¿Qué ejército administra
    recompensas y castigos de forma más justa?

Mediante el estudio de estos siete factores,
serás capaz de adivinar cuál de los dos bandos
saldrá victorioso y cuál será
derrotado.

El general que siga mi consejo, es seguro que
vencerá. Ese general ha de ser mantenido al mando. Aquel
que ignore mi consejo, ciertamente será derrotado. Ese
debe ser destituido.

Tras prestar atención a mi consejo y planes, el
general debe crear una situación que contribuya a su
cumplimiento. Por situación quiero decir que debe tomar en
consideración la situación del campo, y actuar de
acuerdo con lo que le es ventajoso.

El arte de la guerra se basa en el engaño. Por lo
tanto, cuando es capaz de atacar, ha de aparentar incapacidad;
cuando las tropas se mueven, aparentar inactividad. Si
está cerca del enemigo, ha de hacerle creer que
está lejos; si está lejos, aparentar que se
está cerca. Poner cebos para atraer al enemigo.

Golpear al enemigo cuando está desordenado.
Prepararse contra él cuando estás seguro en todas
partes. Evitarle durante un tiempo cuando es más fuerte.
Si tu oponente tiene un temperamento colérico, intenta
irritarle. Si es arrogante, trata de fomentar su
egoísmo.

Si las tropas enemigas se hallan bien preparadas tras
una reorganización, intenta desordenarlas. Si están
unidas, siembra la disensión entre sus filas. Ataca al
enemigo cuando no esté preparado, y aparece cuando no te
espere. Estas son las claves de la victoria para el
estratega.

Ahora, si las estimaciones realizadas antes de la
batalla indican victoria, es porque los cálculos
cuidadosamente realizados muestran que tus condiciones son
más favorables que las condiciones del enemigo; si indican
derrota, es porque muestran que las condiciones favorables para
la batalla son menores. Con una evaluación cuidadosa, uno
puede vencer; sin ella, no puede. Muchas menos oportunidades de
victoria tendrá aquel que no realiza cálculos en
absoluto.

Gracias a este método, se puede examinar la
situación, y el resultado aparece claramente.

Capítulo II

El
combate

Una vez comenzada la batalla, aunque estés
ganando, de continuar por mucho tiempo, desanimará a tus
tropas y embotará tu espada. Si estás sitiando una
ciudad, agotarás tus fuerzas. Si mantienes a tu
ejército durante mucho tiempo en campaña, tus
suministros se agotarán.

Las armas son instrumentos de mala suerte; emplearlas
por mucho tiempo producirá calamidades. Como se ha dicho:
"Los que a hierro matan, a hierro mueren." Cuando tus tropas
están desanimadas, tu espada embotada, agotadas tus
fuerzas y tus suministros son escasos, hasta los tuyos se
aprovecharán de tu debilidad para sublevarse. Entonces,
aunque tengas consejeros sabios, al final no podrás hacer
que las cosas salgan bien.

Por esta causa, he oído hablar de operaciones
militares que han sido torpes y repentinas, pero nunca he visto a
ningún experto en el arte de la guerra que mantuviese la
campaña por mucho tiempo. Nunca es beneficioso para un
país dejar que una operación militar se prolongue
por mucho tiempo.

Como se dice comúnmente, sé rápido
como el trueno que retumba antes de que hayas podido taparte los
oídos, veloz como el relámpago que relumbra antes
de haber podido pestañear.

Por lo tanto, los que no son totalmente conscientes de
la desventaja de servirse de las armas no pueden ser totalmente
conscientes de las ventajas de utilizarlas.

Los que utilizan los medios militares con pericia no
activan a sus tropas dos veces, ni proporcionan alimentos en tres
ocasiones, con un mismo objetivo.

Esto quiere decir que no se debe movilizar al pueblo
más de una vez por campaña, y que inmediatamente
después de alcanzar la victoria no se debe regresar al
propio país para hacer una segunda movilización. Al
principio esto significa proporcionar alimentos (para las propias
tropas), pero después se quitan los alimentos al
enemigo.

Si tomas los suministros de armas de tu propio
país, pero quitas los alimentos al enemigo, puedes estar
bien abastecido de armamento y de provisiones.

Cuando un país se empobrece a causa de las
operaciones militares, se debe al transporte de provisiones desde
un lugar distante. Si las transportas desde un lugar distante, el
pueblo se empobrecerá.

Los que habitan cerca de donde está el
ejército pueden vender sus cosechas a precios elevados,
pero se acaba de este modo el bienestar de la mayoría de
la población.

Cuando se transportan las provisiones muy lejos, la
gente se arruina a causa del alto costo. En los mercados cercanos
al ejército, los precios de las mercancías se
aumentan. Por lo tanto, las largas campañas militares
constituyen una lacra para el país.

Cuando se agotan los recursos, los impuestos se recaudan
bajo presión. Cuando el poder y los recursos se han
agotado, se arruina el propio país. Se priva al pueblo de
gran parte de su presupuesto, mientras que los gastos del
gobierno para armamentos se elevan.

Los habitantes constituyen la base de un país,
los alimentos son la felicidad del pueblo. El príncipe
debe respetar este hecho y ser sobrio y austero en sus gastos
públicos.

En consecuencia, un general inteligente lucha por
desproveer al enemigo de sus alimentos. Cada porción de
alimentos tomados al enemigo equivale a veinte que te suministras
a tí mismo.

Así pues, lo que arrasa al enemigo es la
imprudencia, y la motivación de los tuyos es asumir los
beneficios de los adversarios.

Cuando recompenses a tus hombres con los beneficios que
ostentaban los adversarios los harás luchar por propia
iniciativa, y así podrás tomar el poder y la
influencia que tenía el enemigo. Es por esto por lo que se
dice que donde hay grandes recompensas hay hombres
valientes.

Por consiguiente, en una batalla de carros, recompensa
primero al que tome al menos diez carros.

Si recompensas a todo el mundo, no habrá
suficiente para todos, así pues, ofrece una recompensa a
un soldado para animar a todos los demás. Cambia sus
colores (de los soldados enemigos hechos prisioneros),
utilízalos mezclados con los tuyos. Trata bien a los
soldados y préstales atención. Los soldados
prisioneros deben ser bien tratados, para conseguir que en el
futuro luchen para tí. A esto se llama vencer al
adversario e incrementar por añadidura tus propias
fuerzas.

Si utilizas al enemigo para derrotar al enemigo,
serás poderoso en cualquier lugar a donde
vayas.

Así pues, lo más importante en una
operación militar es la victoria y no la persistencia.
Esta última no es beneficiosa. Un ejército es como
el fuego: si no lo apagas, se consumirá por sí
mismo.

Por lo tanto, sabemos que quien está a la cabeza
del ejército está a cargo de las vidas de los
habitantes y de la seguridad de la nación.

Capítulo III

Plan para el
asedio

Como regla general, es mejor conservar a un enemigo
intacto que destruirlo. Capturar a sus soldados para
conquistarlos y dominar a sus jefes.

Un General decía: "Practica las artes marciales,
calcula la fuerza de tus adversarios, haz que pierdan su
ánimo y dirección, de manera que aunque el
ejército enemigo esté intacto sea inservible: esto
es ganar sin violencia. Si destruyes al ejército enemigo y
matas a sus generales, asaltas sus defensas disparando,
reúnes a una muchedumbre y usurpas un territorio, todo
esto es ganar por la fuerza."

Por esto, los que ganan todas las batallas no son
realmente profesionales; los que consiguen que se rindan
impotentes los ejércitos ajenos sin luchar son los mejores
maestros del Arte de la Guerra.

Los guerreros superiores atacan mientras los enemigos
están proyectando sus planes. Luego deshacen sus
alianzas.

Por eso, un gran emperador decía: "El que lucha
por la victoria frente a espadas desnudas no es un buen general."
La peor táctica es atacar a una ciudad. Asediar, acorralar
a una ciudad sólo se lleva a cabo como último
recurso.

Emplea no menos de tres meses en preparar tus artefactos
y otros tres para coordinar los recursos para tu asedio. Nunca se
debe atacar por cólera y con prisas. Es aconsejable
tomarse tiempo en la planificación y coordinación
del plan.

Por lo tanto, un verdadero maestro de las artes
marciales vence a otras fuerzas enemigas sin batalla, conquista
otras ciudades sin asediarlas y destruye a otros ejércitos
sin emplear mucho tiempo.

Un maestro experto en las artes marciales deshace los
planes de los enemigos, estropea sus relaciones y alianzas, le
corta los suministros o bloquea su camino, venciendo mediante
estas tácticas sin necesidad de luchar.

Es imprescindible luchar contra todas las facciones
enemigas para obtener una victoria completa, de manera que su
ejército no quede acuartelado y el beneficio sea total.
Esta es la ley del asedio estratégico.

La victoria completa se produce cuando el
ejército no lucha, la ciudad no es asediada, la
destrucción no se prolonga durante mucho tiempo, y en cada
caso el enemigo es vencido por el empleo de la
estrategia.

Así pues, la regla de la utilización de la
fuerza es la siguiente: si tus fuerzas son diez veces superiores
a las del adversario, rodéalo; si son cinco veces
superiores, atácalo; si son dos veces superiores,
divídelo.

Si tus fuerzas son iguales en número, lucha si te
es posible. Si tus fuerzas son inferiores, manténte
continuamente en guardia, pues el más pequeño fallo
te acarrearía las peores consecuencias. Trata de
mantenerte al abrigo y evita en lo posible un enfrentamiento
abierto con él; la prudencia y la firmeza de un
pequeño número de personas pueden llegar a cansar y
a dominar incluso a numerosos ejércitos.

Este consejo se aplica en los casos en que todos los
factores son equivalentes. Si tus fuerzas están en orden
mientras que las suyas están inmersas en el caos, si
tú y tus fuerzas están con ánimo y ellos
desmoralizados, entonces, aunque sean más numerosos,
puedes entrar en batalla. Si tus soldados, tus fuerzas, tu
estrategia y tu valor son menores que las de tu adversario,
entonces debes retirarte y buscar una salida.

En consecuencia, si el bando más pequeño
es obstinado, cae prisionero del bando más
grande.

Esto quiere decir que si un pequeño
ejército no hace una valoración adecuada de su
poder y se atreve a enemistarse con una gran potencia, por mucho
que su defensa sea firme, inevitablemente se convertirá en
conquistado. "Si no puedes ser fuerte, pero tampoco sabes ser
débil, serás derrotado." Los generales son
servidores del Pueblo. Cuando su servicio es completo, el Pueblo
es fuerte. Cuando su servicio es defectuoso, el Pueblo es
débil.

Así pues, existen tres maneras en las que un
Príncipe lleva al ejército al desastre. Cuando un
Príncipe, ignorando los hechos, ordena avanzar a sus
ejércitos o retirarse cuando no deben hacerlo; a esto se
le llama inmovilizar al ejército. Cuando un
Príncipe ignora los asuntos militares, pero comparte en
pie de igualdad el mando del ejército, los soldados acaban
confusos. Cuando el Príncipe ignora cómo llevar a
cabo las maniobras militares, pero comparte por igual su
dirección, los soldados están vacilantes. Una vez
que los ejércitos están confusos y vacilantes,
empiezan los problemas procedentes de los adversarios. A esto se
le llama perder la victoria por trastornar el aspecto
militar.

Si intentas utilizar los métodos de un gobierno
civil para dirigir una operación militar, la
operación será confusa.

Triunfan aquellos que

  • Saben cuándo luchar y cuándo
    no

  • Saben discernir cuándo utilizar muchas o
    pocas tropas.

  • Tienen tropas cuyos rangos superiores e inferiores
    tienen el mismo objetivo.

  • Se enfrentan con preparativos a enemigos
    desprevenidos.

  • Tienen generales competentes y no limitados por sus
    gobiernos civiles.

Estas son las cinco maneras de conocer al futuro
vencedor.

Hablar de que el Príncipe sea quien da las
órdenes en todo es como si el General solicita permiso al
Príncipe para poder apagar un fuego: para cuando sea
autorizado, ya no quedan sino cenizas.

Si conoces a los demás y te conoces a tí
mismo, ni en cien batallas correrás peligro; si no conoces
a los demás, pero te conoces a tí mismo,
perderás una batalla y ganarás otra; si no conoces
a los demás ni te conoces a tí mismo,
correrás peligro en cada batalla.

Capítulo IV

La
formación

Antiguamente, los guerreros expertos se hacían a
sí mismos invencibles en primer lugar, y después
aguardaban para descubrir la vulnerabilidad de sus
adversarios.

Hacerte invencible significa conocerte a ti mismo;
aguardar para descubrir la vulnerabilidad del adversario
significa conocer a los demás.

La invencibilidad está en uno mismo, la
vulnerabilidad en el adversario.

Por esto, los guerreros expertos pueden ser invencibles,
pero no pueden hacer que sus adversarios sean
vulnerables.

Si los adversarios no tienen orden de batalla sobre el
qué informarse, ni negligencias o fallos de los
cuáles aprovecharse, ¿cómo puedes vencerlos
aunque estén bien pertrechados? Es por esto que se dice:
la victoria puede ser percibida, pero no fabricada.

La invencibilidad es una cuestión de defensa, la
vulnerabilidad, una cuestión de ataque.

Mientras no hayas observado vulnerabilidades en el orden
de batalla de los adversarios, oculta tu propia formación
de ataque, y prepárate para ser invencible, con la
finalidad de preservarte. Cuando los adversarios tienen
órdenes de batalla vulnerables, es el momento de salir a
atacarlos.

La defensa es para tiempos de escasez, el ataque para
tiempos de abundancia.

Los expertos en defensa se esconden en las profundidades
de la tierra; los expertos en maniobras de ataque se esconden en
las más elevadas alturas del cielo. De esta manera pueden
protegerse y lograr la victoria total.

En situaciones de defensa, acalláis las voces y
borráis las huellas, escondidos como fantasmas y
espíritus bajo tierra, invisibles para todo el mundo. En
situaciones de ataque, vuestro movimiento es rápido y
vuestro grito fulgurante, veloz como el trueno y el
relámpago, para los que no se puede uno preparar, aunque
vengan del cielo.

Prever la victoria cuando cualquiera la puede conocer no
constituye verdadera destreza. Todo el mundo elogia la victoria
ganada en batalla, pero esa victoria no es realmente tan
buena.

Todo el mundo elogia la victoria en la batalla, pero lo
verdaderamente deseable es poder ver el mundo de lo sutil y darte
cuenta del mundo de lo oculto, hasta el punto de ser capaz de
alcanzar la victoria donde no existe forma.

No se requiere mucha fuerza para levantar un cabello, no
es necesario tener una vista aguda para ver el sol y la luna, ni
se necesita tener mucho oído para escuchar el retumbar del
trueno.

Lo que todo el mundo conoce no se llama
sabiduría; la victoria sobre los demás obtenida por
medio de la batalla no se considera una buena
victoria.

En la antigüedad, los que eran conocidos como
buenos guerreros vencían cuando era fácil
vencer.

Si sólo eres capaz de asegurar la victoria tras
enfrentarte a un adversario en un conflicto armado, esa victoria
es una dura victoria. Si eres capaz de ver lo sutil y de darte
cuenta de lo oculto, irrumpiendo antes del orden de batalla, la
victoria así obtenida es un victoria
fácil.

En consecuencia, las victorias de los buenos guerreros
no destacan por su inteligencia o su bravura. Así pues,
las victorias que ganan en batalla no son debidas a la suerte.
Sus victorias no son casualidades, sino que son debidas a haberse
situado previamente en posición de poder ganar con
seguridad, imponiéndose sobre los que ya han perdido de
antemano.

La gran sabiduría no es algo obvio, el
mérito grande no se anuncia. Cuando eres capaz de ver lo
sutil, es fácil ganar; ¿qué tiene esto que
ver con la inteligencia o la bravura? Cuando se resuelven los
problemas antes de que surjan, ¿quién llama a esto
inteligencia? Cuando hay victoria sin batalla,
¿quién habla de bravura?

Así pues, los buenos guerreros toman
posición en un terreno en el que no pueden perder, y no
pasan por alto las condiciones que hacen a su adversario proclive
a la derrota.

En consecuencia, un ejército victorioso gana
primero y entabla la batalla después; un ejército
derrotado lucha primero e intenta obtener la victoria
después.

Esta es la diferencia entre los que tienen estrategia y
los que no tienen planes premeditados.

Los que utilizan bien las armas cultivan El Camino y
observan Las Leyes. Así pueden gobernar prevaleciendo
sobre los corruptos.

Servirse de la armonía para desvanecer la
oposición, no atacar un ejército inocente, no hacer
prisioneros o tomar botín por donde pasa el
ejército, no cortar los árboles ni contaminar los
pozos, limpiar y purificar los templos de las ciudades y
montañas del camino que atraviesas, no repetir los errores
de una civilización decadente, a todo esto se llama El
Camino y Las Leyes.

Cuando el ejército está estrictamente
disciplinado, hasta el punto en que los soldados morirían
antes que desobedecer las órdenes, y las recompensas y los
castigos merecen confianza y están bien establecidos,
cuando los jefes y oficiales son capaces de actuar de esta forma,
pueden vencer a un Príncipe enemigo corrupto.

Las reglas militares son cinco: medición,
valoración, cálculo, comparación y victoria.
El terreno da lugar a las mediciones, éstas dan lugar a
las valoraciones, las valoraciones a los cálculos,
éstos a las comparaciones, y las comparaciones dan lugar a
las victorias.

Mediante las comparaciones de las dimensiones puedes
conocer dónde se halla la victoria o la
derrota.

En consecuencia, un ejército victorioso es como
un kilo comparado con un gramo; un ejército derrotado es
como un gramo comparado con un kilo.

Cuando el que gana consigue que su pueblo vaya a la
batalla como si estuviera dirigiendo una gran corriente de agua
hacia un cañón profundo, esto es una
cuestión de orden de batalla.

Cuando el agua se acumula en un cañón
profundo, nadie puede medir su cantidad, lo mismo que nuestra
defensa no muestra su forma. Cuando se suelta el agua, se
precipita hacia abajo como un torrente, de manera tan
irresistible como nuestro propio ataque.

Capítulo V

La fuerza

La fuerza es la energía acumulada o la que se
percibe. Esto es muy cambiante. Los expertos son capaces de
vencer al enemigo creando una percepción favorable en
ellos, así obtienen la victoria sin necesidad de ejercer
su fuerza.

Gobernar sobre muchas personas como si fueran pocas es
una cuestión de dividirlas en grupos o sectores: es
organización. Batallar contra un gran número de
tropas como si fueran pocas es una cuestión de demostrar
la fuerza, símbolos y señales.

Se refiere a lograr una percepción de fuerza y
poder en la oposición. En el campo de batalla se refiere a
las formaciones y banderas utilizadas para desplegar las tropas y
coordinar sus movimientos.

Lograr que el ejército sea capaz de combatir
contra el adversario sin ser derrotado es una cuestión de
emplear métodos ortodoxos o heterodoxos.

La ortodoxia y la heterodoxia no son algo fijo, sino que
se utilizan como un ciclo. Un emperador que fue con un famoso
guerrero y administrador, hablaba de manipular las percepciones
de los adversarios sobre lo que es ortodoxo y heterodoxo, y
después atacar inesperadamente, combinando ambos
métodos hasta convertirlo en uno, volviéndose
así indefinible para el enemigo.

Que el efecto de las fuerzas sea como el de piedras
arrojadas sobre huevos, es una cuestión de lleno y
vacío.

Cuando induces a los adversarios a atacarte en tu
territorio, su fuerza siempre está vacía (en
desventaja); mientras que no compitas en lo que son los mejores,
tu fuerza siempre estará llena. Atacar lo vacío con
lo lleno es como arrojar piedras sobre huevos: de seguro se
rompen.

Cuando se entabla una batalla de manera directa, la
victoria se gana por sorpresa.

El ataque directo es ortodoxo. El ataque indirecto es
heterodoxo.

Sólo hay dos clases de ataques en la batalla: el
extraordinario por sorpresa y el directo ordinario, pero sus
variantes son innumerables. Lo ortodoxo y lo heterodoxo se
originan recíprocamente, como un círculo sin
comienzo ni fin; ¿quién podría
agotarlos?

Cuando la velocidad del agua que fluye alcanza el punto
en el que puede mover las piedras, ésta es la fuerza
directa. Cuando la velocidad y maniobrabilidad del halcón
es tal que puede atacar y matar, esto es precisión. Lo
mismo ocurre con los guerreros expertos: su fuerza es
rápida, su precisión certera. Su fuerza es como
disparar una catapulta, su precisión es dar en el objetivo
previsto y causar el efecto esperado.

El desorden llega del orden, la cobardía surge
del valor, la debilidad brota de la fuerza.

Si quieres fingir desorden para convencer a tus
adversarios y distraerlos, primero tienes que organizar el orden,
porque sólo entonces puedes crear un desorden artificial.
Si quieres fingir cobardía para conocer la estrategia de
los adversarios, primero tienes que ser extremadamente valiente,
porque sólo entonces puedes actuar como tímido de
manera artificial. Si quieres fingir debilidad para inducir la
arrogancia en tus enemigos, primero has de ser extremadamente
fuerte porque sólo entonces puedes pretender ser
débil.

El orden y el desorden son una cuestión de
organización; la cobardía es una cuestión
valentía y la de ímpetu; la fuerza y la debilidad
son una cuestión de la formación en la
batalla.

Cuando un ejército tiene la fuerza del
ímpetu (percepción), incluso el tímido se
vuelve valiente; cuando pierde la fuerza del ímpetu,
incluso el valiente se convierte en tímido. Nada
está fijado en las leyes de la guerra: éstas se
desarrollan sobre la base del ímpetu.

Con astucia se puede anticipar y lograr que los
adversarios se convenzan a sí mismos cómo proceder
y moverse; les ayuda a caminar por el camino que les traza. Hace
moverse a los enemigos con la perspectiva del triunfo, para que
caigan en la emboscada.

Los buenos guerreros buscan la efectividad en la batalla
a partir de la fuerza del ímpetu (percepción) y no
dependen sólo de la fuerza de sus soldados. Son capaces de
escoger a la mejor gente, desplegarlos adecuadamente y dejar que
la fuerza del ímpetu logre sus objetivos.

Cuando hay entusiasmo, convicción, orden,
organización, recursos, compromiso de los soldados, tienes
la fuerza del ímpetu, y el tímido es valeroso.
Así es posible asignar a los soldados por sus capacidades,
habilidades y encomendarle deberes y responsabilidades adecuadas.
El valiente puede luchar, el cuidadoso puede hacer de centinela,
y el inteligente puede estudiar, analizar y comunicar. Cada cual
es útil.

Hacer que los soldados luchen permitiendo que la fuerza
del ímpetu haga su trabajo es como hacer rodar rocas. Las
rocas permanecen inmóviles cuando están en un lugar
plano, pero ruedan en un plano inclinado; se quedan fijas cuando
son cuadradas, pero giran si son redondas. Por lo tanto, cuando
se conduce a los hombres a la batalla con astucia, el impulso es
como rocas redondas que se precipitan montaña abajo:
ésta es la fuerza que produce la victoria.

Capítulo VI

Vacuidad y
plenitud

Los que anticipan, se preparan y llegan primero al campo
de batalla y esperan al adversario están en
posición descansada; los que llegan los últimos al
campo de batalla, los que improvisan y entablan la lucha quedan
agotados.

Los buenos guerreros hacen que los adversarios vengan a
ellos, y de ningún modo se dejan atraer fuera de su
fortaleza.

Si haces que los adversarios vengan a ti para combatir,
su fuerza estará siempre vacía. Si no sales a
combatir, tu fuerza estará siempre llena. Este es el arte
de vaciar a los demás y de llenarte a ti mismo.

Lo que impulsa a los adversarios a venir hacia ti por
propia decisión es la perspectiva de ganar. Lo que
desanima a los adversarios de ir hacia ti es la probabilidad de
sufrir daños.

Cuando los adversarios están en posición
favorable, debes cansarlos. Cuando están bien alimentados,
cortar los suministros. Cuando están descansando, hacer
que se pongan en movimiento.

Ataca inesperadamente, haciendo que los adversarios se
agoten corriendo para salvar sus vidas. Interrumpe sus
provisiones, arrasa sus campos y corta sus vías de
aprovisionamiento. Aparece en lugares críticos y ataca
donde menos se lo esperen, haciendo que tengan que acudir al
rescate.

Aparece donde no puedan ir, se dirige hacia donde menos
se lo esperen. Para desplazarte cientos de kilómetros sin
cansancio, atraviesa tierras despobladas.

Atacar un espacio abierto no significa sólo un
espacio en el que el enemigo no tiene defensa. Mientras su
defensa no sea estricta – el lugar no esté bien guardado
-, los enemigos se desperdigarán ante ti, como si
estuvieras atravesando un territorio despoblado.

Para tomar infaliblemente lo que atacas, ataca donde no
haya defensa. Para mantener una defensa infaliblemente segura,
defiende donde no haya ataque.

Así, en el caso de los que son expertos en el
ataque, sus enemigos no saben por dónde atacar.

Cuando se cumplen las instrucciones, las personas son
sinceramente leales y comprometidas, los planes y preparativos
para la defensa implantados con firmeza, siendo tan sutil y
reservado que no se revelan las estrategias de ninguna forma, y
los adversarios se sienten inseguros, y su inteligencia no les
sirve para nada.

Sé extremadamente sutil, discreto, hasta el punto
de no tener forma. Sé completamente misterioso y
confidencial, hasta el punto de ser silencioso. De esta manera
podrás dirigir el destino de tus adversarios.

Para avanzar sin encontrar resistencia, arremete por sus
puntos débiles. Para retirarte de manera esquiva,
sé más rápido que ellos.

Las situaciones militares se basan en la velocidad:
llega como el viento, muévete como el relámpago, y
los adversarios no podrán vencerte.

Por lo tanto, cuando quieras entrar en batalla, incluso
si el adversario está atrincherado en una posición
defensiva, no podrá evitar luchar si atacas en el lugar en
el que debe acudir irremediablemente al rescate.

Cuando no quieras entrar en batalla, incluso si trazas
una línea en el terreno que quieres conservar, el
adversario no puede combatir contigo porque le das una falsa
pista.

Esto significa que cuando los adversarios llegan para
atacarte, no luchas con ellos, sino que estableces un cambio
estratégico para confundirlos y llenarlos de
incertidumbre.

Por consiguiente, cuando induces a otros a efectuar una
formación, mientras que tú mismo permaneces sin
forma, estás concentrado, mientras que tu adversario
está dividido.

Haz que los adversarios vean como extraordinario lo que
es ordinario para ti; haz que vean como ordinario lo que es
extraordinario para ti. Esto es inducir al enemigo a efectuar una
formación. Una vez vista la formación del
adversario, concentras tus tropas contra él. Como tu
formación no está a la vista, el adversario
dividirá seguramente sus fuerzas.

Cuando estás concentrado formando una sola
fuerza, mientras que el enemigo está dividido en diez,
estás atacando a una concentración de uno contra
diez, así que tus fuerzas superan a las suyas.

Si puedes atacar a unos pocos soldados con muchos,
diezmarás el número de tus adversarios.

Cuando estás fuertemente atrincherado, te has
hecho fuerte tras buenas barricadas, y no dejas filtrar ninguna
información sobre tus fuerzas, sal afuera sin
formación precisa, ataca y conquista de manera
incontenible.

No han de conocer dónde piensas librar la
batalla, porque cuando no se conoce, el enemigo destaca muchos
puestos de vigilancia, y en el momento en el que se establecen
numerosos puestos sólo tienes que combatir contra
pequeñas unidades.

Así pues, cuando su vanguardia está
preparada, su retaguardia es defectuosa, y cuando su retaguardia
está preparada, su vanguardia presenta puntos
débiles.

Las preparaciones de su ala derecha significarán
carencia en su ala izquierda. Las preparaciones por todas partes
significará ser vulnerable por todas partes.

Esto significa que cuando las tropas están de
guardia en muchos lugares, están forzosamente
desperdigadas en pequeñas unidades.

Cuando se dispone de pocos soldados se está a la
defensiva contra el adversario el que dispone de muchos hace que
el enemigo tenga que defenderse.

Cuantas más defensas induces a adoptar a tu
enemigo, más debilitado quedará.

Así, si conoces el lugar y la fecha de la
batalla, puedes acudir a ella aunque estés a mil
kilómetros de distancia. Si no conoces el lugar y la fecha
de la batalla, entonces tu flanco izquierdo no puede salvar al
derecho, tu vanguardia no puede salvar a tu retaguardia, y tu
retaguardia no puede salvar a tu vanguardia, ni siquiera en un
territorio de unas pocas docenas de kilómetros.

Si tienes muchas más tropas que los demás,
¿cómo puede ayudarte este factor para obtener la
victoria?

Si no conoces el lugar y la fecha de la batalla, aunque
tus tropas sean más numerosas que las de ellos,
¿cómo puedes saber si vas a ganar o a
perder?

Así pues, se dice que la victoria puede ser
creada.

Si haces que los adversarios no sepan el lugar y la
fecha de la batalla, siempre puedes vencer.

Incluso si los enemigos son numerosos, puede hacerse que
no entren en combate.

Por tanto, haz tu valoración sobre ellos para
averiguar sus planes, y determinar qué estrategia puede
tener éxito y cuál no. Incítalos a la
acción para descubrir cuál es el esquema general de
sus movimientos y descansa.

Haz algo por o en contra de ellos para atraer su
atención, de manera que puedas descubrir sus
hábitos de comportamiento de ataque y de
defensa.

Indúcelos a adoptar formaciones
específicas, para conocer sus puntos flacos.

Esto significa utilizar muchos métodos para
confundir y perturbar al enemigo con el objetivo de observar sus
formas de respuesta hacia ti; después de haberlas
observado, actúas en consecuencia, de manera que puedes
saber qué clase de situaciones significan vida y
cuáles significan muerte.

Pruébalos para averiguar sus puntos fuertes y sus
puntos débiles. Por lo tanto, el punto final de la
formación de un ejército es llegar a la no forma.
Cuando no tienes forma, los informadores no pueden descubrir
nada, ya que la información no puede crear una
estrategia.

Una vez que no tienes forma perceptible, no dejas
huellas que puedan ser seguidas, los informadores no encuentran
ninguna grieta por donde mirar y los que están a cargo de
la planificación no pueden establecer ningún plan
realizable.

La victoria sobre multitudes mediante formaciones
precisas debe ser desconocida para las multitudes. Todo el mundo
conoce la forma mediante la que resultó vencedor, pero
nadie conoce la forma mediante la que aseguró la
victoria.

En consecuencia, la victoria en la guerra no es
repetitiva, sino que adapta su forma continuamente.

Determinar los cambios apropiados, significa no repetir
las estrategias previas para obtener la victoria. Para lograrla,
puedo adaptarme desde el principio a cualquier formación
que los adversarios puedan adoptar.

Las formaciones son como el agua: la naturaleza del agua
es evitar lo alto e ir hacia abajo; la naturaleza de los
ejércitos es evitar lo lleno y atacar lo vacío; el
flujo del agua está determinado por la tierra; la victoria
viene determinada por el adversario.

Así pues, un ejército no tiene
formación constante, lo mismo que el agua no tiene forma
constante: se llama genio a la capacidad de obtener la victoria
cambiando y adaptándose según el
enemigo.

Capítulo VII

Lucha
armada

La regla ordinaria para el uso del ejército es
que el mando del ejército reciba órdenes de las
autoridades civiles y después reúne y concentra a
las tropas, acuartelándolas juntas. Nada es más
difícil que la lucha armada.

Luchar con otros cara a cara para conseguir ventajas es
lo más arduo del mundo.

La dificultad de la lucha armada es hacer cercanas las
distancias largas y convertir los problemas en
ventajas.

Mientras que das la apariencia de estar muy lejos,
empiezas tu camino y llegas antes que el enemigo.

Por lo tanto, haces que su ruta sea larga,
atrayéndole con la esperanza de ganar. Cuando emprendes la
marcha después que los otros y llegas antes que ellos,
conoces la estrategia de hacer que las distancias sean
cercanas.

Sírvete de una unidad especial para
engañar al enemigo atrayéndole a una falsa
persecución, haciéndole creer que el grueso de tus
fuerzas está muy lejos; entonces, lanzas una fuerza de
ataque sorpresa que llega antes, aunque emprendió el
camino después.

Por consiguiente, la lucha armada puede ser provechosa y
puede ser peligrosa.

Para el experto es provechosa, para el inexperto
peligrosa.

Movilizar a todo el ejército para el combate en
aras de obtener alguna ventaja tomaría mucho tiempo, pero
combatir por una ventaja con un ejército incompleto
tendría como resultado una falta de recursos.

Si te movilizas rápidamente y sin parar
día y noche, recorriendo el doble de la distancia
habitual, y si luchas por obtener alguna ventaja a miles de
kilómetros, tus jefes militares serán hechos
prisioneros. Los soldados que sean fuertes llegarán
allí primero, los más cansados llegarán
después – como regla general, sólo lo
conseguirá uno de cada diez.

Cuando la ruta es larga las tropas se cansan; si han
gastado su fuerza en la movilización, llegan agotadas
mientras que sus adversarios están frescos; así
pues, es seguro que serán atacadas.

Combatir por una ventaja a cincuenta kilómetros
de distancia frustrará los planes del mando, y, como regla
general, sólo la mitad de los soldados lo
harán.

Si se combate por obtener una ventaja a treinta
kilómetros de distancia, sólo dos de cada tres
soldados los recorrerán.

Así pues, un ejército perece si no
está equipado, si no tiene provisiones o si no tiene
dinero.

Estas tres cosas son necesarias: no puedes combatir para
ganar con un ejército no equipado, o sin provisiones, lo
que el dinero facilita.

Por tanto, si ignoras los planes de tus rivales, no
puedes hacer alianzas precisas.

A menos que conozcas las montañas y los bosques,
los desfiladeros y los pasos, y la condición de los
pantanos, no puedes maniobrar con una fuerza armada. A menos que
utilices guías locales, no puedes aprovecharte de las
ventajas del terreno.

Sólo cuando conoces cada detalle de la
condición del terreno puedes maniobrar y
guerrear.

Por consiguiente, una fuerza militar se usa según
la estrategia prevista, se moviliza mediante la esperanza de
recompensa, y se adapta mediante la división y la
combinación.

Una fuerza militar se establece mediante la estrategia
en el sentido de que distraes al enemigo para que no pueda
conocer cuál es tu situación real y no pueda
imponer su supremacía. Se moviliza mediante la esperanza
de recompensa, en el sentido de que entra en acción cuando
ve la posibilidad de obtener una ventaja. Dividir y volver a
hacer combinaciones de tropas se hace para confundir al
adversario y observar cómo reacciona frente a ti; de esta
manera puedes adaptarte para obtener la victoria.

Por eso, cuando una fuerza militar se mueve con rapidez
es como el viento; cuando va lentamente es como el bosque; es
voraz como el fuego e inmóvil como las
montañas.

Es rápida como el viento en el sentido que llega
sin avisar y desaparece como el relámpago. Es como un
bosque porque tiene un orden. Es voraz como el fuego que devasta
una planicie sin dejar tras sí ni una brizna de hierba. Es
inmóvil como una montaña cuando se
acuartela.

Es tan difícil de conocer como la oscuridad; su
movimiento es como un trueno que retumba.

Para ocupar un lugar, divide a tus tropas. Para expandir
tu territorio, divide los beneficios.

La regla general de las operaciones militares es
desproveer de alimentos al enemigo todo lo que se pueda. Sin
embargo, en localidades donde la gente no tiene mucho, es
necesario dividir a las tropas en grupos más
pequeños para que puedan tomar en diversas partes lo que
necesitan, ya que sólo así tendrán
suficiente.

En cuanto a dividir el botín, significa que es
necesario repartirlo entre las tropas para guardar lo que ha sido
ganado, no dejando que el enemigo lo recupere.

Actúa después de haber hecho una
estimación. Gana el que conoce primero la medida de lo que
está lejos y lo que está cerca: ésta es la
regla general de la lucha armada.

El primero que hace el movimiento es el "invitado", el
último es el "anfitrión". El "invitado" lo tiene
difícil, el "anfitrión lo tiene fácil".
Cerca y lejos significan desplazamiento: el cansancio, el hambre
y el frío surgen del desplazamiento.

Un antiguo libro que trata de asuntos militares dice:
"Las palabras no son escuchadas, par eso se hacen los
símbolos y los tambores. Las banderas y los estandartes se
hacen a causa de la ausencia de visibilidad." Símbolos,
tambores, banderas y estandartes se utilizan para concentrar y
unificar los oídos y los ojos de los soldados. Una vez que
están unificados, el valiente no puede actuar solo, ni el
tímido puede retirarse solo: ésta es la regla
general del empleo de un grupo.

Unificar los oídos y los ojos de los soldados
significa hacer que miren y escuchen al unísono de manera
que no caigan en la confusión y el desorden. La
señales se utilizan para indicar direcciones e impedir que
los individuos vayan a donde se les antoje.

Así pues, en batallas nocturnas, utiliza fuegos y
tambores, y en batallas diurnas sírvete de banderas y
estandartes, para manipular los oídos y los ojos de los
soldados.

Utiliza muchas señales para confundir las
percepciones del enemigo y hacerle temer tu temible poder
militar.

De esta forma, haces desaparecer la energía de
sus ejércitos y desmoralizas a sus generales.

Partes: 1, 2

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