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Análisis del libro Marcada (La casa de la noche) de P.C. Y Kristin Cast



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    Análisis del libro "Marcada
    (la casa de la noche)",de P.C. Cast y Kristin
    Cast

    Capítulo 1

    Justo cuando pensaba que el día no podía
    empeorar, vi al tipo muerto junto a mi taquilla. Kayla hablaba
    sin parar con su habitual cháchara y ni siquiera se
    percató de su presencia. Al principio. De hecho, ahora que
    lo pienso, nadie más se fijó en él hasta que
    habló, lo cual es, por desgracia, una prueba más de
    mi extraña incapacidad para encajar.

    "No, de verdad Zoey, te juro por Dios que Heath no
    estaba tan borracho después del partido. En serio, no
    deberías ser tan dura con él."

    "Ya" contesté de forma distraída. "Claro."
    Entonces tosí.

    De nuevo. Me sentía como la mierda. Debía
    estar cayendo bajo lo que el señor Wise, mi más que
    un poco loco profesor de biología avanzada llamaba la
    Plaga Adolescente.

    Si moría, ¿me libraría eso del
    examen de geometría de mañana?

    Solo quedaba esa esperanza.

    "Zoey, por favor. ¿Acaso me estás
    escuchando? Creo que sólo se tomó unas cuatro, -no
    sé, -quizá seis cervezas y tal vez unos tres
    chupitos. Pero en realidad eso no importa. Es probable que no
    hubiera tomado casi nada si tus estúpidos padres no te
    hubiesen obligado a volver a casa después del
    partido."

    Compartimos una mirada de resignación, en total
    acuerdo sobre la última injusticia cometida contra
    mí por mi madre y el perdedor con el que se había
    casado hacía tres largos años. Luego, tras una
    pausa de apenas un suspiro, K siguió con su
    parloteo.

    "Además, estaba celebrándolo. ¡Me
    refiero a la victoria sobre los de Unión!" K me
    sacudió el hombro y acercó su cara a la mía.
    "¡Hola! Tu novio-"

    "Mi casi novio" corregí, haciendo todo lo posible
    por no toser en su cara.

    "Lo que sea. Heath es nuestro quarterback, así
    que es normal que lo celebre. Hacía como un millón
    de años que Broken Arrow no ganaba a
    Unión."

    "Dieciséis." Soy pésima en mates, pero
    comparada con K parezco un genio.

    "Otra vez, lo que sea. El caso es que estaba contento.
    Deberías dejar al chico en paz."

    "El caso es que estaba hasta el culo por quinta vez al
    menos esta semana. Lo siento, pero no quiero salir con un
    tío cuyo principal objetivo en la vida ha cambiado de
    querer jugar al fútbol universitario a intentar engullir
    un pack de seis birras sin vomitar. Por no hablar del hecho de
    que se va a poner gordo con tanta cerveza." Tuve que parar para
    toser. Me sentía un poco mareada y me obligué a
    respirar lenta y profundamente cuando pasó el ataque de
    tos. K, con su parloteo, ni se dio cuenta.

    "¡Aj! ¡Heath, gordo! No es algo que una
    quiera ver."

    Me las arreglé para evitar nuevas ganas de
    toser.

    "Y besarle es como chupar pies empapados en
    alcohol."

    K arrugó el gesto.

    "Vale, enferma. Qué pena que esté tan
    bueno."

    Puse los ojos en blanco, sin molestarme en intentar
    ocultar mi enfado ante su típica
    superficialidad.

    "Siempre estás de mal humor cuando te pones
    enferma. Da igual, no tienes ni idea de la cara de perrito
    abandonado que Heath tenía cuando le ignoraste en la
    comida. Ni siquiera pudo…"

    Entonces le vi. El tío muerto. Vale, me di cuenta
    enseguida de que no estaba técnicamente "muerto". Era un
    no muerto. O un no humano. Lo que fuera. Los científicos
    decían una cosa, la gente decía otra, pero al final
    el resultado era el mismo. No había confusión sobre
    qué era él, e incluso aunque no hubiera sentido el
    poder y la oscuridad que emanaban de él, no había
    maldita forma de que me pasase desapercibida su marca, una luna
    creciente de colores azul zafiro en la frente, además del
    tatuaje de nudos entrelazados que enmarcaba sus ojos igualmente
    azules. Era un vampiro. Era algo peor, un rastreador.

    Pues, ¡joder!, estaba ahí de pie junto a mi
    taquilla.

    "¡Zoey, que no me estás haciendo
    caso!"

    Entonces el vampiro habló y sus ceremoniales
    palabras fluyeron a través del espacio que nos separaba,
    peligrosas y seductoras, como sangre mezclada con chocolate
    derretido.

    "¡Zoey Montgomery! La Noche te ha escogido, tu
    muerte será tu renacer. La Noche te llama, escucha su
    dulce llamada. ¡El destino te aguarda en La Casa de la
    Noche!"

    Levantó un dedo largo y pálido y me
    señaló. Con el estallido de dolor en mi frente,
    Kayla abrió la boca y gritó.

    Cuando las manchas brillantes desaparecieron al fin de
    mis ojos, levanté la mirada hacia el rostro sin color de
    K, que me observaba.

    Como de costumbre, dije la primera tontería que
    se me vino a la cabeza.

    "K, los ojos se te salen como los de un pez."

    "Te ha Marcado. ¡Oh, Zoey! ¡Tienes el perfil
    de esa cosa en la frente!" Entonces se llevó la mano
    temblorosa a sus blancos labios e intentó, sin
    éxito, contener un sollozo.

    Me incorporé y tosí. Tenía un
    tremendo dolor de cabeza y me froté el entrecejo. Notaba
    una punzada, como si me hubiera picado una avispa y el dolor se
    iba extendiendo alrededor de los ojos y bajaba hasta mis
    mejillas. Me sentía como si fuese a vomitar.

    "¡Zoey! K ahora sí que lloraba y hablaba
    entre pequeños hipos húmedos. "Oh Dios mío.
    Ese tío era un Rastreador. -¡Un Rastreador de
    vampiros!"

    "K." Guiñé los ojos con fuerza, en un
    intento de despejar el dolor de cabeza. "Deja de llorar. Ya sabes
    que odio que llores."

    Estiré los brazos para intentar tranquilizarla
    tocándole los hombros.

    Ella se encogió de forma instintiva y se
    alejó de mí.

    No podía creerlo. Se había apartado, como
    si me tuviese miedo.

    Debió ver el dolor en mis ojos, porque al momento
    empezó de nuevo con su cháchara
    incesante.

    "¡Oh, Dios, Zoey! ¿Qué vas a hacer?
    No puedes ir a ese lugar. No puedes ser una de esas cosas.
    ¡Esto no está pasando! ¿Con quién se
    supone que voy a ir ahora a los partidos de
    fútbol?"

    Me percaté de que no se había acercado a
    mí en ningún momento durante su arranque. Me
    aferré a ese sentimiento de dolor y malestar en mi
    interior que amenazaba con hacerme romper a llorar. Mis ojos se
    secaron al instante. Era buena ocultando las lágrimas.
    Tenía que serlo, había tenido tres años para
    practicar.

    "No pasa nada. Lo solucionaré. Es probable que no
    sea más que un… extraño error"
    mentí.

    En realidad no conversaba, tan solo hacía que
    salieran palabras de mi boca. Todavía haciendo una mueca
    por el dolor de cabeza, me puse en pie. Al mirar a mí
    alrededor tuve una ligera sensación de alivio al ver que K
    y yo éramos las únicas en la sala de mates y tuve
    que contener lo que sabía que era una risa
    histérica. Si no hubiese estado totalmente atacada con el
    dichoso examen de geometría que tenía al día
    siguiente, razón por la que había corrido hacia mi
    taquilla para coger el libro con la intención de intentar
    estudiar de forma obsesiva {e inútil} por la noche, el
    rastreador me hubiese encontrado frente a la escuela con la
    mayoría de los mil trescientos chicos que iban al
    Instituto Sur de Secundaria de Broken Arrow, esperando a lo que
    el estúpido clon de Barbie que tengo por hermana llama "la
    gran limusina amarilla". Tengo un coche, pero estar allí
    con los menos afortunados que tienen que ir en los autobuses es
    la tradición, por no mencionar que es una excelente manera
    de observar quién pega a quién. Por lo que
    parecía, tan solo había otro chico en la sala de
    mates-un empollón alto y delgado con los dientes torcidos,
    de los que por desgracia tenía un primer plano porque
    estaba allí de pie con la boca abierta, y mirándome
    como si yo acabase de dar a luz a una piara de cerdos
    voladores.

    Tosí de nuevo, en esta ocasión una tos
    realmente húmeda y desagradable. El empollón
    emitió un leve chillido y se escabulló por la sala
    hacia el aula de la señora Day, aferrando un fino tablero
    contra su huesudo pecho. Supongo que el club de ajedrez
    había cambiado su hora de reunión a los lunes
    después de clase.

    ¿Juegan los vampiros al ajedrez?
    ¿Había vampiros empollones? ¿Y qué
    hay de animadoras vampiras tipo Barbie? ¿Tocaba
    algún vampiro en la banda? ¿Había vampiros
    Emo con su raro estilo «chico con pantalón de
    chica» y esos horribles flequillos cubriéndoles
    media cara? ¿O eran todos esos extraños chicos
    góticos a los que no les gustaba demasiado lavarse?
    ¿Me iba a convertir en una chica gótica? O peor,
    ¿en una Emo? No me gustaba particularmente ir de negro, al
    menos no solo de negro, ni sentía una repentina
    aversión hacia el agua y el jabón, ni tampoco
    tenía un deseo obsesivo de cambiar mi peinado y llevar
    demasiado lápiz de ojos.

    Todo esto se arremolinaba en mi cabeza mientras
    sentía que otro pequeño ataque de risa
    histérica intentaba escapar de mi garganta, y casi estuve
    agradecida cuando salió en forma de tos.

    "¿Zoey? ¿Estás bien?" La voz de
    Kayla sonaba demasiado alta, como si alguien la pellizcase, y se
    había alejado otro paso de mí.

    Suspiré y sentí mi primera semilla de ira.
    Yo no había pedido nada de esto. K y yo habíamos
    sido las mejores amigas desde tercero y ahora me miraba como si
    me hubiese transformado en un monstruo.

    "Kayla, soy yo. La misma de hace dos segundo y hace dos
    horas y hace dos días." Hice un gesto de
    frustración hacia el punzante dolor de mi cabeza.
    "¡Esto no cambia quién soy!"

    Los ojos de K se llenaron otra vez de lágrimas,
    pero, afortunadamente, su teléfono comenzó a sonar
    con el Material Girl de Madonna. De forma automática,
    miró el identificador de llamada. Adiviné por su
    expresión de cordero degollado que se trataba de su novio,
    Jared.

    "Venga" dije con voz floja y cansada. "Vete a casa con
    él."

    Su mirada de alivio fue como una bofetada en la
    cara.

    "¿Me llamas luego?" lanzó por encima del
    hombro, mientras emprendía una rápida retirada por
    la puerta lateral.

    La observé correr por el césped del lado
    este hacia el aparcamiento.

    Pude ver cómo llevaba el teléfono
    móvil aplastado contra la oreja y hablaba con Jared en
    pequeñas y animadas ráfagas. Estoy segura de que ya
    le estaba contando que me estaba convirtiendo en un
    monstruo.

    El problema, por supuesto, era que convertirse en un
    monstruo era la más atractiva de mis dos opciones.
    Opción número uno: me convierto en un vampiro, que
    es igual que un monstruo para cualquier ser humano. Opción
    número dos: mi cuerpo rechaza el cambio y muero. Para
    siempre.

    Así que las buenas noticias eran que no
    tendría que hacer el examen de geometría al
    día siguiente.

    Las malas noticias eran que tendría que mudarme a
    La Casa de la Noche, un internado privado en la periferia del
    centro de Tulsa, conocido por todos mis amigos como Escuela de
    Adiestramiento Vampírico, en la que pasaría los
    próximos cuatro años sufriendo extraños e
    innombrables cambios físicos, así como un cambio de
    vida radical y permanente. Y todo eso solo si aquel proceso no me
    mataba.

    Genial. No quería hacer ninguna de las dos cosas.
    Tan solo quería intentar ser normal, a pesar de la carga
    que suponían mis padres ultraconservadores, el trol que
    tenía por hermano pequeño y mi tan perfecta hermana
    mayor. Quería aprobar geometría. Quería
    seguir teniendo notas altas para que me aceptasen en la escuela
    de veterinaria de la Ohio State y largarme de Broken Arrow,
    Oklahoma. Pero, por encima de todo, quería encajar-al
    menos en la escuela. Lo de mi casa era una tarea imposible,
    así que lo único que me quedaba eran mis amigos y
    mi vida lejos de la familia.

    Ahora también se me estaba arrebatando
    eso.

    Me froté la frente y luego me revolví el
    pelo hasta que casi me cubrió los ojos y, con un poco de
    suerte, la marca que había aparecido sobre ellos. Me
    apresuré hacia la puerta que conducía al
    aparcamiento de alumnos con la cabeza gacha, como si estuviera
    fascinada con la porquería que se había acumulado
    en mi bolso.

    Pero me detuve poco antes de salir. A través de
    los cristales que se juntaban en las puertas de aspecto
    institucional podía ver a Heath. Las chicas se
    arremolinaban a su alrededor, haciendo poses y lanzando el pelo
    al aire, mientras que los chicos daban ridículos
    acelerones a sus enormes camionetas e intentaban {y en la
    mayoría de los casos fracasaban} parecer guays.
    ¿Quién iba a pensar que yo elegiría sentirme
    atraída por eso? No, en honor a la verdad debo recordarme
    a mí misma que Heath solía ser
    increíblemente dulce, e incluso tenía sus momentos.
    La mayoría de ellos cuando tenía el detalle de
    estar sobrio.

    Las risillas tontas y agudas de las chicas llegaban
    revoloteando hasta mí desde el aparcamiento. Genial. Kathy
    Richter, el putón de la escuela, intentaba dar un manotazo
    a Heath. Incluso desde mi posición era obvio que ella
    pensaba que golpearle era una especie de ritual de apareamiento.
    Como de costumbre, el despistado Heath no hacía otra cosa
    que quedarse allí sonriendo. Bueno, qué diablos, mi
    día no iba a ir mucho mejor. Y ahí estaba mi
    Volkswagen Escarabajo-color turquesa de 1966, justo en medio del
    grupo. No. No podía salir ahí. No podía
    caminar entre ellos con esta cosa en la frente. Nunca más
    podría volver a formar parte de ellos. Sabía
    demasiado bien lo que harían. Recordé al
    último chico al que un rastreador había elegido en
    el Instituto Sur de Secundaria.

    Sucedió al inicio de curso del año pasado.
    El rastreador había venido antes del comienzo de las
    clases y había identificado al chico cuando se
    dirigía a su primera hora de clase. No pude ver al
    rastreador, pero vi al chico después, durante un instante,
    después de que soltase sus libros y saliera corriendo del
    edificio, con la Marca brillando en su pálida frente y las
    lágrimas empapando sus blanquísimas mejillas. Nunca
    olvidaré lo abarrotados que habían estado los
    pasillos aquella mañana y cómo todo el mundo se
    había apartado de él como si tuviera la peste
    cuando corrió para huir por la puerta principal de la
    escuela. Yo había sido uno de esos chicos que se apartaron
    de su camino y se le quedaron mirando, a pesar de que
    sentía auténtica lástima por él. Lo
    único que no quería era ser etiquetada como
    esa-chica-que-es-amiga-de-esos-bichos-raros. Ahora resulta
    bastante irónico, ¿verdad?

    En vez de ir hacia mi coche, me dirigí hacia el
    baño más cercano, que por suerte estaba
    vacío. Había tres puertas de inodoro-sí,
    comprobé cada una por si había pies. En una pared
    había dos lavabos, sobre los cuales colgaban dos espejos
    de tamaño medio. Frente a los lavabos, la pared opuesta
    estaba cubierta por otro enorme espejo que tenía una
    repisa debajo para dejar los cepillos, el maquillaje y qué
    sé yo qué más. Puse el bolso y el libro de
    geometría en la repisa, respiré hondo y de un solo
    movimiento levanté la cabeza y me puse el pelo hacia
    atrás.

    Era como mirar a la cara de un desconocido que te es
    familiar. Ya sabes, esa persona que ves entre la multitud y que
    jurarías que conoces, pero que en realidad no es
    así. Ahora esa persona era yo-la desconocida
    familiar.

    Tenía mis mismos ojos. Eran del mismo color
    avellana que nunca podía decirse si tendía al verde
    o al marrón, pero mis ojos nunca habían sido tan
    grandes y redondos. ¿O sí? Tenía el mismo
    pelo que yo-largo y liso y casi tan oscuro como había sido
    el de mi abuela antes de que empezara a volverse canoso. La
    desconocida tenía mis mismos pómulos elevados, mi
    nariz larga y fuerte y mi boca ancha-más rasgos heredados
    de mi abuela y de sus ancestros cheroqui. Pero mi cara nunca
    había sido así de pálida. Siempre
    había tenido un tono oliváceo, con la piel
    más oscura que nadie de mi familia. Aunque tal vez no era
    que mi piel estuviese de repente muy blanca… Quizá solo
    parecía pálida en contraste con el contorno azul
    oscuro de la luna creciente perfectamente situada en el centro de
    mi frente. O quizá era aquella horrible luz de
    fluorescente. Esperaba que fuera por la luz.

    Observé el tatuaje de aspecto exótico.
    Unido a mis fuertes rasgos cheroqui, parecía otorgarme un
    toque salvaje… como si perteneciese a un tiempo antiguo en el
    que el mundo era más grande… más
    primitivo.

    A partir de aquel día mi vida no volvería
    a ser la misma. Y por un momento -solo un instante- me
    olvidé del miedo a no encajar y sentí un inesperado
    arrebato de placer, mientras muy dentro de mí la sangre de
    la gente de mi abuela se regocijaba.

    Capítulo 2

    Cuando imaginé que ya había pasado el
    tiempo suficiente para que todo el mundo hubiese abandonado la
    escuela, volví a dejar caer el pelo sobre mi frente y
    salí del baño en dirección a las puertas que
    llevaban al aparcamiento de los alumnos. Todo parecía
    despejado.

    Tan solo había un chico al final del aparcamiento
    con esos pantalones anchos para nada atractivos en plan:
    «quiero ser parte de una banda». Tenía toda su
    concentración puesta en evitar que se le cayeran los
    pantalones a medida que andaba, así que ni se
    percataría de mi presencia. Apreté los dientes ante
    las punzadas de dolor en la cabeza, abrí la puerta y fui
    directa hacia mi Escarabajo.

    En el momento en que puse un pie en la calle el sol
    comenzó a azotarme. Lo digo porque no era un día
    particularmente soleado.

    Había muchas de esas nubes grandes e hinchadas
    que parecían tan bonitas en las fotos, flotando en el
    cielo, medio tapando el sol. Pero eso no importaba. Tuve que
    entrecerrar los ojos con dolor y mantener la mano en alto para
    tapar la intermitente luz. Supongo que estaba tan concentrada en
    el dolor que la luz solar normal me causaba, que no me
    fijé en la furgoneta hasta que chirrió con un
    frenazo frente a mí.

    "¡Oye, Zo! ¿Es que no has visto mi
    mensaje?"

    ¡Oh, mierda mierda mierda! Era Heath.
    Levanté la vista, mirándole entre los dedos como si
    estuviera viendo una de esas estúpidas películas de
    terror. Estaba sentado en la parte trasera de la pickup de su
    amigo Dustin. A su espalda podía ver la cabina de la
    camioneta, en la que Dustin y su hermano Drew hacían lo
    que hacían de forma habitual: pelearse y discutir sobre
    Dios sabe qué chorrada de chicos. Por suerte me ignoraban.
    Miré de nuevo a Heath y suspiré. Tenía una
    cerveza en la mano y una sonrisa bobalicona en la cara. Olvidando
    por un momento que acababa de ser marcada y que estaba destinada
    a convertirme en un monstruo chupasangre marginado, le
    miré con el ceño fruncido.

    "¡Estás bebiendo en la escuela!
    ¿Estás loco?"

    Su sonrisa de crío se hizo más
    grande.

    "Sí, estoy loco, ¡loco por ti,
    nena!"

    Negué con la cabeza mientras le daba la espalda,
    abrí la puerta chirriante de mi Escarabajo y lancé
    los libros y la mochila al asiento del
    acompañante.

    "¿Y por qué no estáis entrenando al
    fútbol?" dije, manteniendo la cara lejos de su
    vista.

    "¿Es que no te has enterado? ¡Nos han dado
    el día libre por la paliza que le dimos a Unión el
    viernes!"Dustin y Drew, que después de todo sí que
    parecían habernos estado prestando atención,
    lanzaron un par de «¡Yu-juuu!» y
    «¡Sííí!» desde dentro de
    la camioneta.

    "Oh. Uh, no. Debo haberme perdido el anuncio. He estado
    muy liada todo el día. Ya sabes, el gran examen de
    geometría de mañana." Intenté sonar normal y
    despreocupada. Entonces me entró la tos y
    añadí: "Además, estoy agarrando un maldito
    resfriado".

    "Zo, en serio. ¿Estás mosqueada o algo? Yo
    que sé, ¿te ha dicho Kayla alguna chorrada sobre la
    fiesta? Sabes que yo no te he puesto los cuernos. "

    ¿Eh? Kayla no había dicho ni una sola
    palabra referente a que

    Heath me hubiera puesto los cuernos. Como una
    imbécil, me olvidé (vale, temporalmente) de mi
    nueva marca. Giré la cabeza de golpe para poder mirarle a
    la cara.

    "¿Qué es lo que hiciste, Heath?
    "

    "Zo, ¿yo? Ya sabes que yo nunca… "-Pero su acto
    inocente y sus excusas se apagaron para formar una poco atractiva
    mirada boquiabierta de asombro cuando se fijó en mi
    marca.

    "¿Pero qué…" comenzó a decir,
    pero le corté.

    "¡Chsss! " Hice un gesto con la cabeza hacia los
    todavía distraídos Dustin y Drew, que ahora
    cantaban a pleno pulmón las canciones del último CD
    de Toby Keith.

    Los ojos de Heath aún estaban abiertos de par en
    par con asombro, pero bajó la voz.

    "¿Es eso algún tipo de maquillaje que
    estás probando para la clase de teatro?"

    "No" susurré. "No lo es"

    "Pero no puedes estar marcada. Estamos saliendo.
    "

    "¡No estamos saliendo!" Y así es como
    terminó mi media tregua con la tos. Casi me doblé
    por completo, intentando aguantar una tos con flemas realmente
    desagradable.

    "¡Oye, Zo!" Gritó Dustin desde la cabina.
    "Vas a tener que dejar esos cigarrillos. "

    "Sí, suena como si fueses a echar un
    pulmón o algo" dijo Drew.

    "¡Tronco, déjala en paz! Sabes que ella no
    fuma. Es que es un vampiro. "

    Genial. Maravilloso. Heath, con su habitual falta total
    y absoluta de cualquier cosa parecida al sentido común,
    pensó que estaba defendiéndome al gritar a sus
    amigos, que de forma instantánea sacaron la cabeza por las
    ventanillas abiertas y me miraron embobados como si fuese un
    experimento científico.

    "Oh, mierda. ¡Zoey es un puto bicho!" dijo
    Drew.

    Las insensibles palabras de Drew hicieron que la ira,
    que había estado hirviendo a fuego lento en algún
    lugar de mi interior desde que Kayla se apartara de mí,
    bullese y se desbordase. Ignorando el dolor que el sol me
    causaba, miré fijamente a los ojos de Drew.

    "¡Calla la puta boca! He tenido un muy mal
    día y no necesito más mierda también por tu
    parte." Hice una pausa para mirar de Drew, ahora callado y con
    los ojos como platos, a Dustin y añadí:

    "Ni de la tuya. " Y mientras mantenía el contacto
    visual con Dustin me di cuenta de algo. Algo que me
    asombró y al mismo tiempo me produjo una extraña
    excitación: Dustin parecía asustado.

    Asustado de verdad. Volví a mirar a Drew.
    También parecía asustado. Entonces lo sentí.
    Una sensación de cosquilleo que recorrió mi piel e
    hizo que mi nueva marca ardiese.

    Poder. Sentí poder.

    "¿Zo? ¿Pero qué coño…?" La
    voz de Heath interrumpió mi concentración e hizo
    que apartase la mirada de los hermanos.

    "¡Larguémonos de aquí!" dijo Dustin,
    metiendo la marcha de la camioneta y pisando el acelerador. La
    camioneta dio una sacudida hacia delante, haciendo que Heath
    perdiese el equilibrio y se deslizara, haciendo el molino con los
    brazos y la cerveza, contra el asfalto del
    aparcamiento.

    Automáticamente, corrí hacia
    él.

    "¿Estás bien?" Heath estaba apoyado sobre
    manos y rodillas y me agaché para ayudarle a ponerse en
    pie.

    Entonces fue cuando lo olí. Había algo que
    olía maravilloso; cálido, dulce y
    delicioso.

    ¿Llevaba Heath una nueva colonia? ¿Una de
    esas cosas raras de feromonas que se supone que atraen a las
    mujeres como un gran caza insectos manipulados
    genéticamente? No me di cuenta de lo cerca que estaba de
    él hasta que se estiró del todo y nuestros cuerpos
    estuvieron casi pegados. Bajó la vista y me miró
    con ojos interrogantes.

    No me aparté de él. Debería haberlo
    hecho. Lo hubiera hecho antes… pero no ahora. Hoy
    no.

    "¿Zo?" dijo suavemente, con voz profunda y
    ronca.

    "Hueles muy bien" no pude evitar decir. El
    corazón me latía con tanta fuerza que podía
    escuchar su eco en mis palpitantes sienes.

    -Zoey, te he echado mucho de menos. Tenemos que volver a
    estar juntos. Sabes que te quiero de verdad. -Acercó la
    mano a mi cara y ambos nos dimos cuenta de la sangre que
    cubría la palma de su mano-. Ah, mierda. Supongo que me
    he… -Su voz se apagó cuando me miró a la cara.
    Solo podía imaginar el aspecto que tendría, con la
    cara toda blanca, mi nueva marca delineada con un brillo azul
    zafiro y los ojos mirando fijamente la sangre de su
    mano.

    No podía moverme, ni apartar la
    mirada.

    -Quiero… -Susurré-. Quiero…
    -¿Qué es lo que quería? No podía
    expresarlo con palabras. No, no era eso. No quería
    expresarlo con palabras. No quería hablar en voz alta de
    la sobrecogedora oleada de deseo candente que intentaba ahogarme.
    Y no era porque Heath estuviese tan cerca. Ya había estado
    así de cerca antes.

    Demonios, llevábamos enrollándonos desde
    hacía un año, pero nunca me había hecho
    sentir así… Nunca así. Me mordí el labio y
    gemí.

    La pickup chirrió hasta detenerse dando un
    coletazo junto a nosotros. Drew bajó de un salto,
    rodeó a Heath por la cintura y tiró de él
    hacia atrás para meterlo en la cabina de la
    camioneta.

    "¡Suéltame! ¡Estoy hablando con
    Zoey!"

    Heath intentó forcejear con Drew, pero el chico
    era un defensa veterano del equipo de Broken Arrow, y realmente
    enorme. Dustin tiró de ellos y cerró de un golpe la
    puerta de la camioneta.

    – ¡Déjale en paz, monstruo! -me
    chilló Drew mientras Dustin

    pisaba a fondo el acelerador, y esta vez salieron
    pitando de verdad.

    Entré en mi Escarabajo. Las manos me temblaban
    con tanta fuerza que tuve que intentarlo tres veces antes de
    conseguir poner el motor en marcha.

    -Tan solo ve a casa. Tan solo ve a casa. -Repetí
    esas palabras una y otra vez entre toses desgarradoras mientras
    conducía. No quería pensar en lo que acababa de
    ocurrir. No podía pensar en lo que acababa de
    ocurrir.

    Tardé quince minutos en llegar a casa, pero me
    pareció que pasaban en un abrir y cerrar de ojos. Me
    encontraba en el paseo de entrada demasiado pronto, intentando
    prepararme para la escena que me esperaba dentro, tan segura como
    que el rayo precede al trueno.

    ¿Por qué había estado deseando
    llegar allí? Supongo que técnicamente no lo deseaba
    tanto. Supongo que tan solo estaba huyendo de lo que había
    sucedido en el aparcamiento con Heath.

    ¡No! No iba a pensar en aquello ahora.
    Además, probablemente había algún tipo de
    explicación racional para todo, una explicación
    racional y sencilla. Dustin y Drew eran unos retrasados, cerebros
    totalmente inmaduros llenos de cerveza. No había usado un
    nuevo poder espeluznante para intimidarles. Tan solo les
    había asustado ver mi marca. Era simplemente eso. Es
    decir, la gente tenía miedo a los vampiros.

    -¡Pero yo no soy un vampiro! -dije. Entonces
    tosí mientras recordaba la hipnótica belleza de la
    sangre de Heath y el arrebato de deseo que había sentido
    hacia él. No hacia Heath, sino hacia la sangre de
    Heath.

    ¡No! ¡No! ¡No! La sangre no era bella
    ni deseable. Debía estar bajo los efectos de una
    conmoción. Eso era. Tenía que ser eso. Estaba en
    estado de shock y no podía pensar con claridad. Vale…
    Vale…

    Distraídamente, me toqué la frente.
    Había dejado de quemar, pero aún la sentía
    diferente. Tosí por enésima vez. De acuerdo. No
    pensaría en Heath, pero no podía seguir
    negándolo. Me sentía diferente. Mi piel estaba
    ultrasensible. Me dolía el pecho y, a pesar de que llevaba
    puestas mis gafas de sol Maui Jim, seguía abriendo los
    ojos con dolor.

    -Me estoy muriendo… -gemí, y entonces
    cerré la boca al instante. Puede que efectivamente me
    estuviese muriendo. Levanté la vista hacia la gran casa de
    ladrillo que, después de tres años, aún no
    sentía como mi hogar. «Supéralo. Simplemente
    supéralo». Al menos mi hermana no habría
    llegado aún a casa. Ensayo de animadoras. Con un poco de
    suerte, el trol estaría hipnotizado con su nuevo
    videojuego Fuerza Delta: Black Hawk Derribado. Puede que tuviera
    a mamá para mí sola. Quizá ella lo
    entendería… Quizá ella sabría qué
    hacer…

    Ah, diablos. Tenía dieciséis años,
    pero de repente me di cuenta de que no quería a nada tanto
    como a mi madre.

    -Por favor, que lo entienda -susurré en una
    sencilla oración a cualquier dios o diosa que pudiera
    estar escuchándome.

    Como de costumbre, entré por el garaje.
    Recorrí el pasillo hacia mi habitación y
    tiré el libro de geometría, el bolso y la mochila
    sobre la cama. Luego, respiré hondo y fui, un poco
    temblorosa, en busca de mi madre.

    Estaba en el cuarto de estar, acurrucada en el borde del
    sofá, bebiendo una taza de café y leyendo Sopa de
    pollo para el alma de la mujer. Parecía tan normal, tanto
    como solía parecer. Salvo porque solía leer
    romances exóticos y llevaba maquillaje de forma habitual.
    Aquellas eran dos cosas que su nuevo marido no permitía
    {menudo cerdo}

    "¿Mamá?"

    -¿Hum? -No levantó la mirada.

    Tragué con fuerza.

    -Mamá. -Usé el nombre con el que
    solía llamarla antes de que se casara con John-. Necesito
    tu ayuda.

    No sé si fue el uso inesperado de
    «Mamá» o si algo en mi voz activó una
    pizca de intuición materna que aún quedaba en
    algún lugar de su interior, pero los ojos que
    levantó de inmediato del libro eran dulces y estaban
    llenos de preocupación.

    -¿Qué es, cariño…? -empezó
    a decir, pero las palabras se congelaron en sus labios cuando sus
    ojos descubrieron la marca en mi frente.

    -¡Oh, Dios! ¿Qué es lo que has hecho
    ahora?

    El corazón comenzó a dolerme de
    nuevo.

    -Mamá, yo no he hecho nada. Esto es algo que me
    ha ocurrido, no lo he provocado yo. No es culpa
    mía.

    -¡Oh, por favor, no! -gimió como si yo no
    hubiera dicho una sola palabra-. ¿Qué va a decir tu
    padre?

    Yo quería gritar: ¡cómo
    íbamos ninguno a saber lo que iba a decir mi padre si no
    le habíamos visto u oído nada de él desde
    hacía catorce años! Pero sabía que no
    serviría para nada y siempre la enloquecía cuando
    le recordaba que John no era mi verdadero padre. Así que
    probé una táctica diferente. Una que había
    abandonado hacía tres años.

    -Mama, por favor. ¿No podrías
    ocultárselo? Al menos durante un día o dos.
    Mantenerlo en secreto entre nosotras dos hasta que… no
    sé… nos acostumbremos a ello o algo. -Contuve el
    aliento.

    -Pero, ¿qué le diré? Ni siquiera
    puedes tapar esa cosa con maquillaje. -Sus labios hicieron una
    mueca extraña cuando lanzó una mirada nerviosa a la
    luna creciente.

    -Mamá, no me refería a quedarme
    aquí mientras nos acostumbramos a ello. Tengo que irme, ya
    lo sabes. -Tuve que hacer una pausa cuando una fuerte tos hizo
    temblar mis hombros-. El rastreador me marcó. Tengo que
    mudarme a La Casa de la Noche o me pondré más y
    más enferma. -Y entonces moriré, intenté
    decir con los ojos. Ni siquiera podía decir las palabras-.
    Tan solo quiero un par de días antes de tener que
    enfrentarme a… -Me callé para no tener que pronunciar su
    nombre, en esta ocasión provocando la tos a
    propósito, lo cual no era difícil.

    -¿Qué le voy a decir a tu
    padre?

    Sentí un ataque de miedo ante el pánico en
    su voz. ¿No era ella la madre? ¿No se
    suponía que ella tenía las respuestas en lugar de
    las preguntas?

    -Solo… solo dile que voy a pasar los próximos
    dos días en casa de Kayla porque tenemos que entregar un
    proyecto enorme de biología.

    Observé el cambio en los ojos de mi madre. La
    preocupación se disipó y dio paso a la dureza que
    conocía demasiado bien.

    -Así que lo que estás diciendo es que
    quieres que le mienta.

    -No, mamá. Lo que estoy diciendo es que quiero
    que, por una vez, antepongas lo que yo necesito a lo que
    él quiere. Quiero que seas mi mamá. ¡Que me
    ayudes a hacer el equipaje y me acompañes a esta nueva
    escuela porque estoy asustada y enferma y no sé si puedo
    hacerlo yo sola! -Acabé a toda prisa, respirando con
    fuerza y tosiendo en la mano.

    -No sabía que había dejado de ser tu madre
    -dijo con frialdad.

    Me hizo sentir aún más agotada que Kayla.
    Suspiré.

    -Creo que ese es el problema, mamá. No te importa
    lo suficiente como para darte cuenta. No te ha importado nada
    salvo John desde que te casaste con él.

    Sus ojos se estrecharon al mirarme.

    -No sé cómo puedes ser tan egoísta.
    ¿No te das cuenta de todo lo que ha hecho por nosotros?
    Gracias a él dejé aquel horrible trabajo en
    Dillards. Gracias a él no tenemos que preocuparnos por el
    dinero y tenemos esta casa grande y bonita. Gracias a él
    tenemos seguridad y un brillante futuro.

    Había escuchado aquellas palabras tan a menudo
    que podía haberlas recitado con ella. Era en este punto de
    nuestras no conversaciones cuando yo solía disculparme y
    volvía a mi habitación.

    Pero hoy no podía disculparme. Hoy era diferente.
    Todo era diferente.

    -No, madre. La verdad es que por culpa de él no
    has prestado la más mínima atención a tus
    hijos durante tres años. ¿Sabías que tu hija
    mayor se ha convertido en una putilla taimada y malcriada que se
    ha tirado a medio equipo de fútbol? ¿Sabes
    qué sangrientos y desagradables videojuegos esconde Kevin?
    ¡No, pues claro que no!

    Los dos actúan como si fuesen felices y fingen
    que les gusta John y todo este rollo de familia de
    ensueño, así que tú les sonríes,
    rezas por ellos y les dejas hacer lo que sea. ¿Y yo? Crees
    que soy la mala porque no finjo, porque soy honesta.
    ¿Sabes qué? ¡Estoy tan harta de mi vida que
    me alegro de que el rastreador me haya marcado!

    Llaman a esa escuela de vampiros La Casa de la Noche,
    ¡pero no puede ser más oscura que esta casa
    «perfecta»! -Antes de que pudiera llorar o gritar, me
    di la vuelta y me fui sin decir palabra a mi habitación,
    cerrando la puerta de un golpe tras de mí.

    Ojala se ahoguen todos.

    A través de aquellas paredes demasiado delgadas
    pude oír a mi madre haciendo una histérica llamada
    a John. No había duda de que vendría a toda
    velocidad a casa para ocuparse de mí, «el
    problema».

    En lugar de caer en la tentación que
    sentía de sentarme en la cama y llorar, vacié la
    mochila de la porquería de la escuela. ¿Para
    qué lo necesitaba a donde iba? Probablemente ni siquiera
    tienen clases normales. Es probable que tengan clases como
    «Desgarrar la garganta de la gente» e… e…
    «Introducción a cómo ver en la
    oscuridad». Lo que sea.

    No importaba lo que mi madre hubiera hecho o no, no
    podía quedarme allí. Tenía que
    irme.

    Así que, ¿qué necesitaba llevar
    conmigo?

    Mis dos pares de vaqueros favoritos, aparte de lo que
    llevaba puesto. Un par de camisetas negras. En fin,
    ¿qué otra cosa llevan los vampiros si no?
    Además, te hacen parecer más delgada. Estuve a
    punto de dejar mi bonita blusa de color celeste brillante, porque
    todo ese negro iba a deprimirme más con toda probabilidad,
    así que también la incluí. Luego
    llené la bolsa lateral de sujetadores, tangas y cosas de
    maquillaje y para el pelo. Estuve a punto de dejar mi peluche,
    Otis el Pes (no podía decir «pez» cuando
    tenía dos años), sobre la almohada, pero…
    bueno… vampiro o no, no creía que fuese a dormir muy
    bien sin él, así que lo metí con cuidado en
    la maldita mochila.

    Entonces oí llamar a mi puerta y aquella voz me
    habló desde fuera.

    -¿Qué? -chillé, y a
    continuación me convulsioné con un desagradable
    ataque de tos.

    -Zoey. Tu madre y yo tenemos que hablar
    contigo.

    Genial. Estaba claro que no se habían
    ahogado.

    Acaricié a Otis el Pes.

    -Otis, esto es una mierda. -Estiré los hombros,
    tosí otra vez y salí a hacer frente al
    enemigo.

    Capítulo 3

    A primera vista, el perdedor de mi padrastro, John
    Heffer, parecía un buen tipo, casi normal. (Sí, ese
    es su verdadero nombre; y por desgracia también es ahora
    el apellido de mi madre. Es la señora Heffer. ¿Te
    lo puedes creer?). Cuando él y mi madre comenzaron a
    salir, incluso escuché a alguna de las amigas de
    mamá decir que era «guapo» y
    «encantador». Al principio. Por supuesto, ahora
    mamá tiene todo un nuevo grupo de amigas, unas que el
    señor Guapo y Encantador encuentra más apropiadas
    que el grupo de mujeres solteras y divertidas con las que
    acostumbraba a salir.

    Nunca me gustó. De verdad. No lo digo solo porque
    no pueda soportarle ahora. Desde el primer día en que le
    conocí tan solo vi una cosa: un farsante. Finge ser un
    tío majo. Finge ser un buen marido. Incluso finge ser un
    buen padre.

    Tiene el mismo aspecto de cualquier otro padre. Tiene el
    pelo oscuro, piernas delgadas y está echando barriga. Sus
    ojos son como su alma, de un color pardo pálido y
    frío.

    Entré en la sala de estar y le encontré de
    pie junto al sofá. Mi madre estaba acurrucada al borde,
    agarrándose las manos. Sus ojos ya estaban enrojecidos y
    acuosos. Fantástico. Iba a hacer de madre histérica
    y dolida. Es un papel que interpreta muy bien. John
    intentó atravesarme con la mirada, pero mi marca le
    distrajo. Torció el gesto con desagrado.

    "¡Aléjate de mí, Satanás!"
    citó, con lo que a mí me gusta llamar su voz de
    sermón.

    Suspiré.

    "No es Satanás. Tan solo soy yo."

    "Ahora no es momento de sarcasmo, Zoey" dijo
    mamá.

    "Yo me ocuparé de esto, cari" dijo el perdedor,
    acariciando su hombro distraídamente antes de volver a
    centrar su atención sobre mí.

    "Te dije que tu mal comportamiento y tu problema de
    actitud te pasarían factura. Ni siquiera estoy sorprendido
    de que haya ocurrido tan pronto."

    Negué con la cabeza. Me lo esperaba. Es justo lo
    que esperaba y aun así fue un golpe. El mundo entero
    sabía que no había nada que pudiera hacerse para
    provocar el cambio. Todo ese «si te muerde un vampiro,
    mueres y te conviertes en uno» no es más que pura
    ficción. Los científicos han intentado durante
    años descubrir qué es lo que causa la secuencia de
    eventos físicos que llevan al vampirismo, con la esperanza
    de que si lo descubrían podrían curarlo, o al menos
    inventar una vacuna para luchar contra ello. Hasta el momento no
    había habido suerte. Pero resulta que ahora John Heffer,
    el perdedor de mi padrastro, había descubierto de repente
    que el mal comportamiento adolescente -en especial mi mal
    comportamiento, que en su mayoría consistía en
    alguna mentira ocasional, algunas ideas cabreantes y comentarios
    de listilla dirigidos principalmente contra mis padres, y
    quizá algo de lujuria medio inofensiva hacia Ashton
    Kutcher (es triste que le gusten las mujeres mayores) – era de
    hecho lo que provocaba esta reacción física en mi
    cuerpo. ¡Bueno, joder! ¿Quién
    sabe?

    "Esto no es algo que yo haya provocado" conseguí
    decir finalmente. "Esto no ha sucedido por mi culpa. Me lo han
    hecho. Cualquier científico del planeta estaría de
    acuerdo con eso."

    "Los científicos no lo saben todo. No son hombres
    de Dios."

    Me le quedé mirando. Él era un patriarca
    de las «gentes de fe», una posición de la que
    estaba, oh, tan orgulloso. Era una de las razones por las que
    mamá se había sentido atraída por él,
    y a un nivel estrictamente lógico podía entender
    por qué. Ser un patriarca significaba que un hombre
    tenía éxito. Tenía el trabajo
    adecuado.

    Una bonita casa. La familia perfecta. Se suponía
    que hacía lo correcto y creía en lo correcto. Sobre
    el papel tenía que ser una gran elección como nuevo
    marido y como padre. Qué lástima que el papel no
    hubiese mostrado la historia al completo. Y ahora, con toda
    probabilidad, iba a jugar la carta del patriarca y a lanzarme a
    Dios a la cara. Apostaría mis nuevos zapatos Steve Madden
    a que aquello irritaba a Dios tanto como me cabreaba a
    mí.

    Lo intenté de nuevo.

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